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Fútbol con olor a naranja

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Marinus Michels fue un futbolista bastante exitoso, en el Ajax y en la selección holandesa. Sin embargo, fue como técnico que dejó una huella indeleble en el fútbol mundial, incluso la FIFA lo incluyó en el Salón de la Fama.

En los años 50 y 60 el balompié europeo estaba marcado por el juego rápido y potente, en que se privilegiaba más el poderío físico que el talento individual. Acumular hombres en defensa era la norma, para luego salir rápido en contragolpe. Con eso, ingleses y alemanes se las arreglaban para frenar en parte los éxitos arrolladores de Brasil en los mundiales.

Michels ideó su fútbol desde un paradigma distinto. Si bien el físico y el despliegue de los jugadores era importante, para él no lo era todo. Ahora el colectivo sería lo trascendental.

Comenzó a aplicar esta idea en el Ajax, su primera aventura como DT. Un equipo que atacaba masivamente, con mediocampistas y defensas sumándose a los delanteros. Y cuando perdía la pelota aparecía la “presión defensiva”, el pressing, un concepto que hoy es considerado básico, pero que tuvo en Michels a uno de sus primeros implementadores.

La idea era robar el balón lo más pronto posible, pensando en defender para atacar y no solamente para que a uno no le marquen goles.

Para lograr esto, los equipos de Michels eran muy abiertos, usaban todo el ancho de la cancha para no dejar espacios libres. El balón tenía que circular rápido cuando se lo tenía, para así sorprender al rival, tanto con los pases entre líneas, como creando superioridad 2 a 1 o 3 a 1; es decir, el lateral, el mediocampista y el central enfrentaban al rival; y también estaban listos para defender en grupo y recuperar rápido en caso de que el contrario triunfara en el duelo.

Para que eso ocurriera, todos los jugadores tenían que saber jugar en más de un puesto: el lateral de puntero, el puntero de mediocampista y el central de ese lado debía salir a cubrir al carrilero que estaba jugado en ataque. La forma de entrenar tendría que cambiar; los futbolistas debían convertirse en todocampistas. Si bien siguieron existiendo los especialistas en cada función del campo, todos los jugadores debían ser capaces de jugar colectivamente en velocidad, es decir, que los de blanco se la pasaran siempre a los de blanco sin importar a qué velocidad iba la pelota. La técnica del control-pase debía depurarse.

En cuanto al escalonamiento defensivo, los jugadores que no estaban participando del ataque debían moverse por los espacios que los rivales podrían ocupar en caso de iniciar un contragolpe, dándole equilibrio al equipo.

El mismo Pep Guardiola, quizás el máximo exponente de esta filosofía, ha dicho que la primera regla del juego posicional es estar listo para recuperar la pelota en cualquier parte del campo apenas se pierda.

Esta forma de jugar le valió al Ajax ganar la Copa de Europa en 1971, 1972 y 1973 y fue la base para la Naranja Mecánica capitaneada por Cruyff, la cuna del fútbol moderno.

Paradójicamente el juego que maravilló al mundo se quedó con las manos vacías en su gran estreno planetario, al no ganar el Mundial de 1974.

Pero a esa Holanda la falta de títulos no le impidió ser recordada por su juego. El partido en que vence a Uruguay en ese torneo es el ejemplo perfecto del fútbol colectivo, rápido e intenso que impuso el equipo naranja.

Su gran figura en la cancha era Johan Cruyff, para los europeos el equivalente a Pelé. A su capacidad de definición y habilidad sumaba una comprensión eximia del juego. Por eso abandonaba su posición de centrodelantero para “caer” en las líneas del mediocampo y así generar superioridad donde estaba el balón, lo que permitía que se generara un gran espacio en la defensa contraria, porque habitualmente su marcador lo seguía al mediocampo, mientras los laterales seguían ocupados con los extremos. Ese espacio lo poblaban los volantes más adelantados.

Junto a lo anterior, la posición de los jugadores en la cancha permitía que el juego se desarrollara en triángulos compuestos por el lateral, mediocentro y mediocampista interior; o uno de los interiores, el extremo de ese lado y Cruyff. Así el juego era fluido y la pelota estaba en movimiento permanente.

Ángel Liceras, periodista del diario español Marca, escribió: “Michels (…) el primer custodio del fútbol total. Inventó la fórmula perfecta: bloque + imaginación = espectáculo”.

El mundo del fútbol se rendía a los pies del Totaalvoetbal holandés. Los que no se rindieron en la cancha fueron los alemanes, quienes aprovecharon el cansancio de los de Cruyff –producto del desgaste que provoca este tipo de juego– para vencer por 2-1 en la final del mundial de 1974, jugado justamente en Alemania.

Ya es inolvidable el gol de Holanda en ese partido. Fueron los naranjas quienes dieron el puntapié inicial y se pasaron la pelota 15 veces, hasta que Cruyff empezó a esquivar alemanes, se metió al área y provocó un penal. Fue gol y hasta ese momento los locales no habían tocado la pelota. Sin embargo, el título al final fue para Alemania y, hay que decirlo, desde entonces no es extraño ver como equipos contragolpeadores se las arreglan para vencer a los que buscan tener el balón para ganar. Le ha pasado al Barcelona, al Liverpool, al City y a la UC, muchas veces. Pero es el camino por el que se ha optado y que el principal heredero futbolístico de Cruyff, Pep Guardiola, defiende ante las derrotas de su equipo y de todos los que han practicado el fútbol posicional cuando han sido vencidos por rivales más “pragmáticos”: “Con todos los respetos, ya hay muchos entrenadores reactivos… Nosotros somos hijos de Johann, de Juanma Lillo, de Pedernera, de Brasil de los 70, de Menotti y Cappa, del Ajax, de los húngaros… Nosotros somos hijos de todos estos. ¿Perdemos? Pues, vale, mañana saldrá el sol de nuevo y soñaré otros sueños. Tranquilos, no pasa nada. En el fútbol no hay nadie que gane siempre, amigo. Ni Maradona ganaba siempre. Ni Pelé”.

¿Por qué entonces Guardiola, Cruyff, Prieto y Carvallo siguieron optando por esta forma de jugar por sobre una más resultadista?

El mismo Pep lo ha explicado: si controlas la pelota y tienes más llegadas, es mucho más probable que ganes. Puede ser que pierdas un partido, pero jugando así vas a terminar ganando la mayoría.

Me atrevo a aventurar que hay otra razón, que no tiene tanto que ver con lo medible sino con lo que después varios técnicos, entre ellos César Luis Menotti, han articulado muy bien: el fútbol no es solo ganar; el fútbol también es belleza. Son los equipos que se preocupan de jugar bien los que hacen que uno pague la entrada o se suscriba al cable.

Ha habido grandes escuadras que han hecho de la defensa un arte, incluso ganando títulos, pero esos no son los equipos de los que uno se acuerda.

Este juego no se sostiene sin el componente del espectáculo y eso es lo que dan los jugadores talentosos, los que dan ganas de aplaudir.

Ya lo decía Eduardo Galeano, el escritor uruguayo y futbolero, autor de El fútbol a sol y sombra: “Voy por el mundo sombrero en mano y en los estadios suplico: una linda jugadita, por amor de Dios”.

Esta filosofía futbolística ha alcanzado su peak en tres equipos a nivel mundial: la selección holandesa de 1974, el Barcelona dirigido por Johan Cruyff y el Barcelona de Guardiola. Este último ha sido el gran exponente de esta corriente, que ha pasado a llamarse “Fútbol de Posición”. Sin embargo, antes que ellos se pueden encontrar trazos de esta idea de juego, por allá en 1901.

El capitán del Sheffield United de Inglaterra, Ernest Needham, decía en el libro Association Football que “la combinación entre defensas y mediocampistas es una buena decisión. Cuando el defensa puede dar la pelota a su medio en una buena posición para avanzar por el campo, debe pasar el balón sin dudarlo en vez de lanzar el balón lejos de una patada (…) Demasiados defensas, cuando tienen la ocasión, lanzan un patadón enorme, pensando que es toda una hazaña, y olvidando que nueve de cada 10 veces la pelota pasará por encima de sus delanteros y acabará en los pies del equipo contrario, que no tendrá dificultad en devolverla”.

Cincuenta y un años más tarde, el jugador, periodista y escritor Ivan Sharpe, llamó a esta forma de jugar “Juego Posicional”, intentando describir la forma en que se desempeñaban los jugadores de la selección de Hungría, que en 1953 humilló a Inglaterra en Wembley por 3-6. Lo calificaba como un fútbol “mucho más desarrollado, ya que acumula las combinaciones” y decía que el balompié inglés era un “cóctel demasiado agitado. Pero el frenesí no es fútbol. De este modo los extranjeros tienen ahora un perfil más científico”.

Los húngaros deslumbraban a todos y aún resuenan entre los fanáticos nombres como Czibor, Kocsis y, especialmente, Ferenc Puskas. Eran las figuras de una selección dirigida por Gustav Sebes, en la que se aunaban potencia física, velocidad y talento. Jugaban bien, rápido y tácticamente era una escuadra muy innovadora, de hecho, ya en ese entonces los magiares usaban el falso 9.

En 1953, cuando golearon a los inventores del fútbol, se estaban preparando para el mundial de 1954, que deberían haber ganado. Sin embargo, se toparon en la final con Alemania y los teutones confirmaron la máxima que décadas después inventaría el gran Gary Lineker: “El fútbol se juega once contra once y siempre ganan los alemanes”.

Se lo hicieron a Holanda el 74 y antes a Hungría el 54. Esa selección húngara iba a tener su revancha en 1958, pero la invasión rusa en 1956 hizo que esas grandes figuras tuvieran que irse exiliados a Italia, España y otros países, obligados a despedirse de su selección.

En la primera mitad del siglo XX en Europa, el fútbol completaba su transformación: de ser una competencia entre dos pueblos por llevar un cuero inflado de la plaza propia a la contraria, a un deporte reglamentado y que evolucionó hacia un sistema en el que se combinan el esfuerzo físico, la técnica y la inteligencia táctica. Ya fueran los húngaros o los ingleses, se comenzaba a reconocer que en la asociación entre los jugadores estaba la base del éxito.

La gran fábrica de jugadores expertos en el Sistema Posicional es el Barcelona. En la Masía, el centro de formación del equipo catalán, se enseña a los niños a jugar de esta forma. El director de metodología de los culé, Paco Seirulo, ha explicado lo importante que es enseñar esta filosofía de juego en la edad más temprana posible, cuando las neuronas espejo absorben más rápido el aprendizaje por imitación: “Si tú ves que todos los jugadores de tu equipo, cuando cogen el balón, le dan un patadón hacia arriba, pensarás que jugar al fútbol es mandar el balón hacia arriba mediante patadones. Pero si ves que tus compañeros se giran y conducen el balón y dan dos o tres toques o se pasan la pelota entre ellos, como esperando a ver qué pasa, entonces pensarás que no hay que dar patadas hacia arriba, sino que hay que conducir dos o tres metros, fijar y pasarle la pelota a uno que tenga la camiseta del mismo color que la tuya. Y si seguimos progresando por ese camino, cuando ves a uno que se coloca en un determinado espacio para atraer jugadores para que tú tengas oportunidad de jugar con él y le devolvemos el balón, entonces tú percibes que tienes un espacio más amplio que favorece tu actuación y avanzas en el aprendizaje. Y mientras se van ejecutando intermediaciones de juego, que son intermediaciones relacionales, aparecen conceptos distintos del juego y, claro está, son conceptos enriquecedores”.

Lograr esto no es fácil y requiere que toda la institución esté volcada hacia esta meta. Por eso hay pocos equipos en el mundo que lo han logrado. No se trata necesariamente de tener los mejores jugadores, sino de tener jugadores que sean capaces de jugar así. Por eso el mejor camino es formarlos y después entrenarlos y entrenarlos una y otra y otra vez. El mismo Guardiola lo dijo: “Lo que no se entrena se olvida”.

¿Y por qué optar por este tipo de fútbol en vez de otro quizás más directo y simple en apariencia? La respuesta es muy simple: es más probable ganar así. El mismo Guardiola lo explica: “Si nosotros controlamos el juego, lo más probable es que pase lo que queremos que ocurra”. Pero ojo, eso no debe confundirse con tocar y tocar para el lado porque sí, el llamado tiquitaca, concepto que Pep en persona calificó como “una mierda, un sucedáneo, pasarse el balón por pasárselo (…) el toque debe ser con intención, con la intención de buscar el gol”.

En el Barcelona los niños practican esta forma de jugar desde que tienen once o doce años, por lo que lo conocen de memoria cuando llegan al primer equipo. Los que lo sufren son los rivales y también las estrellas que llegan a reforzar a “los culé”. Hay casos famosos como el de Zlatan Ibrahimović, que no logró adaptarse a este juego y chocó constantemente con su DT, pero otros que resultan especialmente reveladores, como el del ucraniano Dimitry Chygrynskiy, defensa central zurdo que encandiló a Guardiola, quien, por ende, pidió ficharlo.

Chygrynskiy duró una sola temporada en Cataluña. Jugó catorce encuentros con la camiseta blaugrana durante la campaña 2009/2010 y rápidamente volvió al Shakthar Donestk por diez millones de euros, menos de la mitad que los 25 millones de euros que el Barcelona pagó por él.

El mismo Tierry Henry, uno de los que sí logró adaptarse al juego de los catalanes, cuenta que Chygrynskiy comenzó a cavar su tumba en un partido contra el Osasuna. En el primer tiempo el ucraniano jugó dos veces el balón largo, buscando habilitar a Ibrahimović en delantera. La instrucción de Guardiola había sido que el juego del Barcelona debía pasar, sí o sí, entre el lateral derecho y el volante central de los rivales, ya que ahí se podían generar espacios para los mediocampistas ofensivos y delanteros. Pero Chygrynskiy vio a Zlatan bien ubicado y no dudó en saltarse el mediocampo.

Guardiola lo sacó en el entretiempo y prácticamente no lo volvió a considerar.

El mismo defensor ha dicho, varios años después, que no pudo acostumbrarse al estilo del Barcelona.

“En el Barcelona no se pierde la pelota”, decía Guardiola.

Algo similar se puede encontrar en Sudamérica en los años 50, con River Plate y su llamada “máquina”, que dominó el fútbol argentino y los torneos continentales.

A Chile llegó de la mano de Fernando Riera y Andrés Prieto, quienes lo aplicaron justamente en la Universidad Católica.

“El padre de esto en Chile es Fernando Riera”, asegura Fernando Carvallo. “Él y Andrés Prieto son los que empezaron con esta forma de jugar y de entender el juego”.

Fernando Riera fue un destacado jugador en Chile, Francia y la selección chilena, de hecho, participó en el mundial de 1950. Pero su gran aporte al fútbol chileno fue como técnico.

Sus mayores logros fueron dirigir a la Roja que terminó tercera en el Mundial de 1962 y ganar dos ligas portuguesas al mando del Benfica, con el que también llegó a la final de la Copa de Europa, hoy la Champions League.

En el fútbol nacional dejó una huella imborrable, como DT de la UC, la U, Palestino y Everton. Se ha dicho que él fue el impulsor del profesionalismo. De hecho, Ignacio Prieto recuerda que en la Católica prohibió que los jugadores tuvieran otros trabajos, así que había que empezar a pagarles. Les exigió mantener buena forma y para eso los entrenaba físicamente él mismo, con ejercicios pensados por él para mejorar su capacidad como futbolistas. Era un defensor férreo de la disciplina y enemigo de todo lo que impidiera que sus jugadores rindieran al máximo. Incluso recorría las canchas de entrenamiento descalzo, para que no hubiera piedras ni montículos que obstaculizaran el juego. Nadie tenía excusas para pegarle mal.

Jorge Pellicer, exfutbolista y DT campeón con la UC el 2005, asegura que el aporte de Riera es haber profesionalizado el fútbol y haber transformado a los futbolistas en deportistas especializados: “Antes al bueno para la pelota lo sacaban del bar el domingo en la mañana y a jugar. Y eso era visto como suficiente. Con Riera eso cambió y ya no bastó con ser bueno para la pelota, había que ser íntegramente un profesional”.

Riera pregonaba el buen toque de balón, buscar al compañero y crear espacios por sobre la velocidad y la potencia. Era tan puro en su convencimiento que el fútbol debía jugarse bien siempre, que incluso prohibía que se pegara patadas a los rivales.

Sus grandes seguidores en el fútbol chileno han sido Ignacio Prieto, Fernando Carvallo, Roberto Hernández, Jorge Pellicer, Manuel Pellegrini y Arturo Salah. Incluso este último ha dicho que “el gran legado de Fernando Riera es cómo enfocaba la formación y la actividad con sentido profesional, de responsabilidad y dignidad. Los procedimientos para lograr objetivos: Jugar sin trampa, ganar con buenas armas, respetar al rival, el sentido colectivo, el equipo. La defensa a brazo partido de los jugadores y entrenadores, de la actividad y del fútbol”.

Riera fue de los primeros que enfatizaba la posesión del balón como el instrumento para ganar. “Si la tenemos nosotros, no la tiene el rival”, decía.

Jorge Sullivan, exfutbolista y exdirigente de la UC, que fue dirigido por Riera en su etapa como jugador, ha dicho alguna vez que “con él nació el estilo de toque de la UC”.

Católica institucionalizó este estilo y lo consolidó como parte de su ADN desde Ignacio Prieto en adelante, gracias a la influencia de Riera en Prieto cuando lo dirigió. En adelante, casi todos los técnicos exitosos en San Carlos han sido defensores de esta concepción del juego.

Uno de ellos, Juvenal Olmos, lo enfatiza: “Si nos fijamos en Prieto, Carvallo, Olmos, Pizzi, Salas, Quinteros y Holan. Todo ellos, con algunos matices, apuntan a lo mismo”.

Esos DT han sabido aprovechar la riqueza que ha ido dejando el centro de formación de Universidad Católica: jugadores con buena capacidad técnica y que entienden bien los principios del juego.

Cuando Juan Tagle llegó a la presidencia de Cruzados el 2016, venía de dirigir el fútbol formativo, por lo que una de sus primeras decisiones fue modernizar la estructura de esa rama. Parte del trabajo también fue elaborar un documento en que se explica por qué todas las divisiones del club deben jugar con el mismo esquema, 4-3-3, y respetando la filosofía que reimplantó Ignacio Prieto en los 80.

“Es cosa de ver –dice Juan Tagle– cuántos jugadores nuestros hay en todo el fútbol profesional chileno. Somos por lejos el equipo que más aporta”. Agrega que esto lo reconocen en otros clubes que “habitualmente nos piden jugadores juveniles para préstamos porque los demás dirigentes saben que los nuestros van a rendir bien en primera”.

Según el timonel de Cruzados, los futbolistas de la UC se forman en torno a tres ejes: disciplina táctica, disciplina deportiva y disciplina valórica. “Siempre habrá algunos que se escapen, pero en general los jugadores de Católica que llegan a primera división cumplen con estos tres parámetros”.

Eso ha dado grandes resultados.

Raíces Cruzadas

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