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II

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Antes de la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y la Paz, veinte Repúblicas americanas concluyeron unánimemente que el gobierno argentino no había colaborado en el esfuerzo de guerra y no podía, por tanto, participar debidamente de la Conferencia. Hacia el final de la reunión, deploraron el hecho de que “las circunstancias previas a la reunión no experimentaron cambios que justificasen a la Conferencia la adopción de medidas para restablecer la unidad continental”. Jamás se ha dictado un juicio tan claro por parte de una comunidad de naciones en relación a la conducta del gobierno de uno sus miembros. Y para que su juicio no fuera malinterpretado, la Conferencia distinguió cuidadosamente —como debemos distinguir actualmente— entre el pueblo argentino y el régimen imperante: “la unidad de los pueblos de América es indivisible… la Nación argentina es y siempre ha sido una parte integral de la unión de las Repúblicas americanas”.

Fue en gran medida debido a este espíritu de unidad entre los pueblos, y a la fe que anima el Sistema Interamericano, que las Repúblicas americanas se inclinaron por aceptar, una vez más, la palabra dada por el gobierno de Farrell-Perón.

Con su adhesión al Acta Final de la Conferencia de México (5), el régimen de Farrell dio un paso necesario para poder participar del tratado contemplado por la Parte II del Acta de Chapultepec. Pero el empleo de los beneficios del Acta de Chapultepec, así como de otros derechos del Acta Final de la Conferencia, estuvo condicionado por la buena fe del Gobierno de Farrell tanto en la asunción como en la ejecución de los acuerdos y declaraciones aprobadas por la Conferencia.

El reconocimiento del régimen de Farrell y su admisión a la Organización de las Naciones Unidas no se basaron en la conclusión de que el régimen había satisfecho sus obligaciones. El reconocimiento y la admisión a la Organización de las Naciones Unidas se basaron, en cambio, en un compromiso tomado por el gobierno de Farrell de cumplir con los acuerdos de la Conferencia de México. Como fue anunciado el 28 de mayo de 1945 por el Secretario de Estado Stettinius, Presidente de esta delegación del Gobierno tanto en México como en San Francisco:

“Al votar para admitir a Argentina en estas circunstancias, los Estados Unidos… no han cambiado en absoluto su posición y esperan que Argentina cumpla efectivamente todos los compromisos tomados bajo las Declaraciones de la Ciudad de México. Más aún, consideramos que su admisión a la Conferencia de San Francisco aumenta sus obligaciones de hacerlo. Esperamos que la Nación argentina cumpla esta obligación”.

Varios meses después, el Secretario de Estado adjunto para los Asuntos de las Repúblicas Americanas y delegado suplente de los Estados Unidos en la Conferencia de la Ciudad de México, el Sr. Nelson Rockefeller, declaró:

“El registro muestra que, mientras se han tomado algunos pasos para llevar adelante los compromisos, hay varios importantes fracasos que tienen serias implicancias. Con frecuencia han comenzado esos pasos o promesas y no se han llevado a término. Es un hecho que varios de los compromisos vitales que Argentina ha tomado con sus vecinos americanos se mantienen incumplidos por su Gobierno”.

La aceptación de la palabra dada por el gobierno de Farrell repitió un proceso en el que las Repúblicas americanas, en un espíritu de genuina buena voluntad hacia el pueblo argentino, han participado pacientemente durante cuatro años de guerra. Desde poco después de Pearl Harbor hasta la rendición incondicional del enemigo (6), los sucesivos gobiernos argentinos combinaron afirmaciones de pleno cumplimiento con solemnes promesas de desempeño futuro. Esta evidencia, en sí misma, demostró insinceridad y podría haber servido como base para un cargo de engaño deliberado. Hoy sabemos las razones detrás de los importantes fracasos, la aparente reticencia, los compromisos vitales incumplidos, las promesas de mantener las promesas. Detrás de este registro de promesas incumplidas y de repetidas palabras de cooperación, tenemos pruebas de una real complicidad con el enemigo.

Esta complicidad nos obliga a dudar de la motivación, el plan y el propósito de cada acto del actual régimen argentino. Tal falta de confianza no será redimida por decretos u órdenes administrativas, por firmas de pactos o por adhesiones a actas finales de conferencias. Sólo se recuperará la confianza cuando nuestro pueblo hermano de Argentina sea representado por un gobierno que inspire completamente fe y confianza, tanto en el país como en el exterior.

Braden o Perón

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