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Introducción
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El enfrentamiento entre Braden y Perón fue uno de los episodios más dramáticos de las relaciones entre los Estados Unidos y la Argentina en el siglo XX y tuvo un impacto duradero en los lazos bilaterales durante décadas. En este sentido, el llamado Libro Azul fue uno de los documentos más importantes en la creación del mito de que la Argentina es una nación pro-nazi y antisemita. De hecho, la publicación de la oficialmente titulada Consulta entre las Repúblicas Americanas sobre la Situación Argentina el 11 de febrero, menos de dos semanas antes de las elecciones generales del 24 de febrero, causó sensación en Buenos Aires. Fue, para utilizar las palabras de John M. Cabot, el Encargado de los Asuntos de EE.UU. en Argentina, como lanzar una bomba atómica. El embajador cubano en Washington usó la misma metáfora nuclear.
Braden llegó a la Argentina el 19 de mayo de 1945. Estuvo sólo unos cuatro meses en Buenos Aires, causando un grave daño a las relaciones bilaterales, antes de que el nuevo Secretario de Estado James Byrnes le pidiera en agosto que regresara a Washington para sustituir a Nelson Rockefeller como Subsecretario Adjunto para Asuntos Latinoamericanos. Desde la capital estadounidense continuó su campaña antiargentina y demostró ser aún más perturbador para las relaciones entre ambos países. Si Braden había sido enviado a Buenos Aires para ayudar a mejorar las tormentosas relaciones entre los dos estados, claramente fracasó. Si su objetivo era detener la campaña presidencial de Juan Domingo Perón, su fracaso fue humillante. La impresionante victoria de Perón en las elecciones, caracterizada por Cabot como la «más justa de la historia [argentina]», exigió un cambio en la política de los Estados Unidos. Un veterano diplomático estadounidense, con gran experiencia en asuntos latinoamericanos, Sumner Welles, consideró que el Libro Azul fue «un error garrafal casi increíble» y que la elección de Perón fue «la peor derrota diplomática que [Estados Unidos] ha sufrido en el hemisferio occidental».
Braden no era un diplomático de carrera, sino un ingeniero de minas y su conducta no se ciñó a las funciones habituales de la práctica diplomática. Con su comportamiento imperial, hizo todo lo que tuvo a su alcance para evitar que Perón fuera elegido Presidente, convirtiéndose él mismo en un líder de facto de la oposición al gobierno militar. Su fracaso puso de manifiesto los límites de la diplomacia personal y las percepciones erróneas de Washington sobre los cambios socioeconómicos que se habían producido en la Argentina durante la década anterior. Por lo tanto, se trata de un caso paradigmático, fundamental para entender la compleja relación entre Argentina y los EE.UU.
Si usamos una metáfora tomada de la jerga del boxeo, Braden tenía puntos de ventaja cuando Perón fue obligado a renunciar y fue detenido. Lejos de tirar la toalla, Perón se recuperó tras su liberación y el apoyo masivo que recibió el 17 de octubre de 1945. El Libro Azul era el contragolpe, el counter-punch que intentó usar el estadounidense, «luego de toda la bravuconada del Sr. Braden y su éxito fugaz como resultado de la renuncia de muy corta duración del coronel Perón», por citar a Halifax, embajador británico en Washington, el 26 de octubre de 1945. Pero este contragolpe no noqueó a Perón, que respondió con La República Argentina ante el “Libro Azul”, conocido como Libro Azul y Blanco, elaborado por el canciller Juan Cooke y estrenando el slogan «Braden o Perón», presentando la elección presidencial como si Braden fuera el otro candidato y la disputa fuera entre Argentina y EE.UU. Perón, que no había buscado el conflicto con el diplomático del norte, una vez producido supo aprovecharlo como una de las claves de su triunfo electoral, que no parecía inevitable pocos meses antes. Las calles porteñas aparecían empapeladas con dicho slogan, que lo llevaría al poder. «Braden o Perón» se convirtió a partir de aquel momento en uno de los principales lemas del peronismo. Tanto éxito tuvo esta consigna, que ya prácticamente nadie recuerda que el rival de Perón se llamaba José Pascual Tamborini, candidato a la presidencia por la Unión Democrática.
Cabot, según lo descrito por el politólogo Fabián Bosoer, manifestó su disenso y recomendó no publicar el Libro Azul. Predijo que su publicación sería contraproducente, ayudando más bien a fortalecer a Perón. Los diplomáticos británicos tenían la misma opinión. Como ha demostrado el historiador Roger Gravil, los enviados de Su Majestad se mostraron reacios a colaborar con los esfuerzos norteamericanos para compilar un dossier sobre las supuestas inclinaciones nazis de Perón. En palabras de otro diplomático británico, Hadow, los norteamericanos «de una manera un tanto patética pidieron cualquier tipo de prueba condenatoria que pudiéramos ofrecerles pronto».
El Libro Azul era una acusación a la neutralidad argentina durante la Segunda guerra mundial, señalando como responsables a todos los líderes, desde Ramón S. Castillo hasta Perón, de colaborar con el espionaje alemán y los esfuerzos de la quinta columna, burlándose de los compromisos hemisféricos de la Argentina. Pero esta posición a favor de la neutralidad la compartía aparentemente una mayoría de los argentinos. ¿Era pro-nazi esta mayoría? Basándose en parte en la neutralidad argentina durante la Primera guerra mundial, liderada por el presidente Hipólito Yrigoyen, cuatro presidentes, dos civiles y dos militares, favorecieron esta política neutralista por diversas razones. Hasta el ataque japonés sobre Pearl Harbor, esta política no provocó fuerte tensión entre ambos países. Sin embargo, a partir de 1942, una vez que los EE.UU. entraron en la guerra, la política de neutralidad enfrentó a la Argentina con la potencia del Norte. De hecho, esta política servía a los intereses de los británicos y aportaba a la supervivencia de la población civil bombardeada por los alemanes, con envíos de víveres desde puertos argentinos. De esta manera, Argentina aportaba a la victoria aliada sobre los nazis. Si hubiera declarado la guerra contra el Tercer Reich, los submarinos alemanes hubieran torpedeado los barcos en su camino hacia las islas británicas.
Una perspectiva comparativa podría ser quizás esclarecedora para el análisis de la neutralidad argentina. El Libro Azul documentó bien en sus 131 páginas el fracaso de Argentina en comprar equipo militar a Alemania. Específicamente, detalló el decomiso del argentino de origen alemán Oscar Hellmuth en octubre de 1943 por la marina británica en Trinidad en ruta hacia España. Hellmuth, quien se hizo pasar por cónsul de España, iba a elaborar supuestamente un acuerdo triangular entre Argentina, España y Alemania por el cual Berlín suministraría municiones a cambio de una mano libre en la recolección de inteligencia y operaciones de la quinta columna en Argentina. Debemos contrastar este fracaso argentino con las políticas de otros países neutrales. Turquía, por ejemplo, compró con éxito armas de Alemania y la neutral Suecia incluso vendió las armas de los nazis, sin que los EE.UU. denigraran la imagen de estos dos países durante décadas.
De hecho, el grueso de las pruebas contra la supuesta complicidad argentina con el Tercer Reich incluidas en el Libro Azul se relacionaba con la presidencia de Ramón Castillo, quien fue depuesto por el golpe de Estado del 4 de junio de 1943. Sospechando del encargado de asuntos alemán en Buenos Aires, el Dr. Erich Otto von Meynen, quien fue una de las principales fuentes de información para el Libro Azul y que tenía todas las razones para complacer a los norteamericanos, los británicos consideraron que las acusaciones de los EE.UU. contra el gobierno militar se basaban más en prejuicios que en hechos consumados.
El objetivo de Braden era retratar a Argentina como una amenaza para el sistema interamericano. ¿Por qué lo era? Porque su gobierno era nazi-fascista. ¿Y por qué se lo consideraba nazi-fascista? Porque conspiró para comprar armas y conseguir técnicos del Tercer Reich; porque planeó formar un bloque sudamericano favorable a Alemania y hostil a los EE.UU.; porque permitió el espionaje del Eje; porque dejó que los nazis usaran sus medios de comunicación y su sistema escolar para difundir la propaganda nazi; y porque no repatrió a nazis.
Aunque se titula, como hemos indicado, Consulta entre las Repúblicas Americanas sobre la Situación Argentina, en la práctica no se realizó ninguna consulta de este tipo antes de la publicación de este documento. Además, no hubo una traducción autorizada al español o al portugués. Incluso los embajadores en Washington de fuertes aliados de los EE.UU., como Colombia, Ecuador y Cuba, consideraron el Libro Azul como una gran exageración. Amargos enemigos del régimen como Nicolás Repetto y Carlos Saavedra Lamas también instaron a Braden en julio de 1945 a tener cuidado de no exagerar la campaña antiargentina. Pero sus esfuerzos no rindieron frutos.
Los británicos explicaron a los estadounidenses una y otra vez que, si bien era cierto que varios prominentes argentinos coquetearon con los nazis, el flujo de productos necesarios para el esfuerzo bélico aliado nunca se detuvo y que la neutralidad argentina aseguraba que no se produjera ningún acto de sabotaje contra las plantas empacadoras de carne, los elevadores de granos o las instalaciones portuarias argentinas que servían a la causa aliada. Insistieron en que no había pruebas de que agentes alemanes en la Argentina causaran el hundimiento de un solo buque aliado; y que el Libro Azul mostraba que el gabinete original de Pedro Pablo Ramírez estaba dividido por igual entre moderados y extremistas. Fue precisamente la política estadounidense la que causó la eliminación de los moderados en este gabinete. Además, el gobierno argentino se acercó a regañadientes a los alemanes para obtener armas sólo después de que los EE.UU. se negara a suministrarlas, a pesar de que los norteamericanos estaban entrenando a las Fuerzas Armadas argentinas. De hecho, Argentina hizo más para expulsar a nazis que países como Brasil, Chile, Ecuador o México, sin que estos últimos fueran criticados y mucho menos castigados por la administración estadounidense. Los argentinos, insistieron repetidamente los británicos, perseguían sus propios intereses y no los de Alemania.
Según el punto de vista británico, el Libro Azul tenía tres propósitos: convencer a los gobiernos latinoamericanos de que Argentina no debía ser admitida en las conversaciones de defensa interamericanas, pero sobre todo evitar una victoria electoral de Perón. Si ganaba, el documento debía ser un instrumento para convencer a las demás repúblicas latinoamericanas de que no reconocieran al gobierno de Perón y negaran su aceptación en el concierto de las naciones, empujándolo hacia el aislamiento. Los británicos también sospechaban que los EE.UU. tenían una motivación económica detrás de su campaña: «existe una sospecha generalizada de que el interés que tienen los EE.UU. en la eliminación de las empresas alemanas está vinculado con el deseo de los competidores comerciales norteamericanos de ingresar en sus mercados. Esta sospecha se vio fortalecida por las indiscreciones cometidas por algunos funcionarios estadounidenses aquí», de acuerdo a un informe del 27 de febrero de 1946 del embajador británico en Buenos Aires, David Kelly.
El Libro Azul y Blanco pretendía presentar las acusaciones de Braden como falsas y retratarlas como una intervención en los asuntos internos de Argentina. Su publicación pasó casi desapercibida por los periódicos argentinos, ya que la mayoría de ellos reflejaba por aquel entonces una visión opuesta a la de Perón. Quedó en manos de La Época el dar voz a la respuesta peronista.
Historiadores norteamericanos, como Joseph Tulchin o el canadiense David Sheinin, que han estudiado la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Argentina, utilizaron vocabulario médico y psicológico para describir la campaña de Braden: irracional; obsesiva; patológica. Los medios de comunicación estadounidenses, bajo la influencia de Braden y de liberales y sindicalistas de ideas afines, consideraban a la Argentina como un país enemigo. El jefe del Departamento de América del Sur del Ministerio de Relaciones Exteriores británico describió la política de Braden de la siguiente manera: «su objetivo es humillar al único país latinoamericano que se ha atrevido a desafiarlo».
Robert Potash fue uno de los primeros historiadores en concluir que la estrechez de la victoria de Perón sugiere que fue «más que probable que el Libro Azul sirviera para inclinar la balanza a favor de Perón». El propio Perón reconoció décadas más tarde que si Braden no hubiera existido «habría debido inventarlo», mientras que Braden admitió años después en una entrevista que «el slogan “Braden o Perón” fue una brillante maniobra del ex dictador».
The Ruling Few, el libro de memorias del mencionado embajador británico David Kelly, publicado en 1952, resulta de gran utilidad para analizar el conflicto entre Braden y Perón. Diplomático con vasta experiencia, su primera misión en la Argentina finalizó en abril de 1921 y regresó como embajador en junio de 1942. Kelly describe las dificultades que surgieron a partir de la llegada de Braden: «Vino a Buenos Aires con la idea fija de que había sido elegido por la Providencia para derrocar el régimen de Farrell-Perón. Alentado y halagado por la oposición, especialmente por los miembros más ricos de la “sociedad”, lanzó una serie de discursos violentos contra el régimen. Tenía cierto magnetismo; personalmente, me gustaba bastante y traté de advertirle que su campaña debía acabar derrotando su propio objeto, reuniendo las fuerzas del nacionalismo y el sentimiento antiamericano en torno al Coronel Perón». Cuando Braden fue nombrado Subsecretario Adjunto para Asuntos Latinoamericanos, Kelly creía que «siempre me ha parecido que este fue uno de los mayores errores cometidos por el Gobierno de los Estados Unidos al tratar con la Argentina». En cuanto al Libro Azul, resultó ser un estímulo para Perón: «el odio histérico de los ricos y la campaña mal calculada del embajador Braden, fortaleció tanto su control sobre las masas que pudo prescindir de cualquier otro apoyo. Si bien su mayor ventaja fue su propia popularidad entre las masas, también obtuvo una inmensa ventaja al poder pegar en las paredes carteles con el lema “Perón contra Braden”, apelando así a la arraigada desconfianza de los argentinos hacia los norteamericanos... Se benefició sobre todo, sin embargo, del hecho de que el Sr. Braden mantuvo desde Washington su dramática intervención mediante continuos pronunciamientos y discursos». Kelly termina su testimonio diciendo: «Sin ninguna de las intimidaciones y falsificaciones que habían sido comunes en las elecciones anteriores —sin ellas porque no había necesidad de ellas—, Perón barrió el tablero de un extremo al otro del país, y regresó con una mayoría abrumadora en medio de las ruinas de los viejos partidos».