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Capítulo 3:

OCURRENCIAS DEL EXILIADO

En el puesto militar, un adormilado Buntre, recordaba sus anteriores visitas a la tribu, cuando despertó sobresaltado; se levantó de un salto y recordó la última frase del preso "celda Nª 2"... ¿Quién autorizó el traslado?

En las gradas donde se hallaba Grenzio, la calma desapareció, éste se asustó agachando instintivamente su cabeza, para evadir un palazo. Pero nada pasó, sólo escuchaba en la calle las voces alegres del cabo Mangure y sus asistentes, que traían unos pescados.

— ¡Cabo Mangure!, —gritó el sargento, apenas lo vio entrar, ¿Quién autorizó? cambiar al preso a la celda Nº 2, ¡Informe!

Toño Mangure al llegar, vio al preso rearmando con mucha delicadeza la vieja máquina de escribir del sargento. No podía estar enojado por eso pensó, miró de reojo a sus asistentes, captó la intención del oficial y le siguió el juego.

—Si misar, yo autoricé al preso cambiar de celda, por reparaciones que debemos hacer en la Nº 1.

—En otra, me informa enseguida ¡veinte flexiones y diez vueltas al patio! Preparen algo con esos dorados ¡Muévanse! Ya es hora del almuerzo.

Grenzio, miró de reojo al sargento salir y notó su cara amigable, pero demostraba, ante sus subalternos, autoridad que debía mantener en este sitio. Se demoró un tiempo adicional para armar la máquina mientras veía a Mangure terminar su castigo inmerecido. Cuando éste acabó, le dio un cachetazo medio fuerte, lo levantó y le gritó a voz en cuello:

— ¡Termine el trabajo forzado clase tres! ¡A instalar la máquina y vuelva a su celda 2 preso Nº 1!, —gritó Toño y en voz baja le dijo— me debe una, carajito, ya me la va a pagar; ahora, a ver si me acuerdo cómo se destripan estos pescados, a preparar los leños para cocinarlos a la parrilla. Soldados ¿dónde andan? ¡A preparar el almuerzo!

—Si mi cabo, ¡a la orden! —respondió Huiras, el más cercano.

La armonía reinó por unos instantes en el puesto, mientras preparaban el almuerzo. Habían traído cuatro pescados grandes, demasiado para seis personas; consultaron al sargento si ponían dos al asador y se guardaban dos para la noche, éste sugirió hablar con el preso Moxela. Cuando éste fue hallado y llevado al parrillero, casi se desmaya.

— ¡Párenle soldados! mi cabo, no soy cocinero, pero puedo dirigir. Los pescados son grandes, dos bastarán y sobrarán para nosotros. Los otros dos los guardamos para después. ¿Tienen algo de sal, pimienta, ajo, cebolla, tomate, limones, etc.?

— ¡Epa, preso ranchero! —Le contestó Mangure— ¿no quisiera una cervecita helada con una negra 90-60-90, como cocinera? negativo, porque aquí en medio de la selva, solo sal y harto limón, que ya es mucho lujo.

—Bueno, antes de todo, limpiemos esta parrilla oxidada. Antes de ponerlos sobre el fuego, vamos a salar y limonar los pescados, dejándolos así, por unos 10 minutos, luego los ponemos a fuego lento, dándoles vuelta minuto a minuto.

Enseguida el cabo ordenó a dos soldados atender la olla hirviente para echarle yuca bien raspada y plátano verde y a poner la mesa que era un largo tronco de algún viejo árbol partido en dos por un rayo, sujeto por dos soportes chatos en forma de horqueta, que encajaban y nivelaban. A ambos lados había dos bancos largos hechos con tablones de madera local sobre dos troncas pequeñas y en las cabeceras otras troncas usadas como asientos. Este comedor al aire libre estaba ubicado bajo el amplio alero, que les protegía de la lluvia como del tórrido sol.

Cuando la comida estuvo servida, los soldados que se habían quitado sus uniformes, por el calor, trataban de volvérselas a poner. El sargento al ver eso, ordenó a permanecer en camisetas sin las pesadas camisas color caqui; Todos comieron opíparamente, fuera de reglamento.

Grenzio compartió su primer almuerzo campechano, oliendo a sudor de axilas, pescado y mal aliento, redimido solo por una jarra con limonada y fragantes pedazos de limón sobre sus platos.

—Este bicho de Huiras, puso sal antes de hervir el agua y nos fregó las yucas, están duras y eso que dijo el preso, no echen sal antes sino después y en su momento, tenía razón el vejete.

—Nada de vejete. Ordeno a todos tener mucha consideración con el señor Moxela, es todo un caballero y a Toño, parece que le cayó bien, aproveche su conocimiento técnico, trate de estudiar algo con él. Buen provecho a todos, les felicito por el almuerzo.

—Gracias misar, no se olvide del preso, fue quien nos aconsejó para no trozarlo, solo abrirle para sacar sus tripas, luego limpiarlo y echarle sal y limón, finalmente cerrar el pescado y dorarlo lentamente hasta tostarlo.

— Y hablando de Moxela, ¿dónde está el preso, cabo Mangure?


Toño se levantó de un brinco, lo había dejado en la parrilla fritando una porción para el guardia de turno en el puerto; pero no lo encontraba, la parrilla estaba vacía. Un soldado fue a buscarle por el puesto y salió por el pasillo para ir al puerto; en pocos minutos volvió agotado, pero alegre; el preso estaba junto al guardia de turno, a quien llevó el almuerzo.

—Vamos a tener que ponerle una bola de metal con cadena, es un gallo escapista, busca su libertad ¿no le parece Misar?

—Déjenlo libre como el viento. Acostúmbrense soldados, a su presencia, porque este preso es de palabra, no va a huir, cumplirá su condena en este sitio. Confió en él.

Todos se alegraron al oír esta mención. Mangure vio que el sargento se iba a hamacar y a fumarse un buen puro, entonces se dirigió rápidamente hasta el puerto. Allí se encontraba el preso conversando animadamente con el guardia, anotando el paso de los botes.

—Qué hubo Señor Moxela, por lo visto, comió muy bien y se olvidó lavar los platos y guardar los otros pescados.

—Sólo trabajo clase 3, mi cabo, dos celdas y la máquina de escribir, ya van tres. Ahora estoy en mi descanso, mirando en este puerto para ver ¿dónde podríamos armar? un pequeño estanque natural, estaqueado y bien protegido con mallas usadas de pescar, para conservar los pescados por unos días.

—Me va a volver loco. Ya tengo bastante trabajo, no vamos a hacer una pocita para guardar pescados. Misar nos va a matar. ¡Ni lo piense!

— ¿Dónde piensa guardar los otros dos pescados dorados que le regalaron? ¿En el patio de la guardia? ¿O en las duchas? O los va a donar a alguien del poblado.

— ¡Buena pregunta! Pero me ayuda con misar ¿Qué necesita? algo debe servir en este puesto militar.

—Unas cuatro estacas grandes y varias de carrizo cortado a 60 cm, para hacer un muro bien tupido, para que entre el agua del rio y salga del estanque, pero no los pescados ¿me entendió?

Cuando llegaron al comando vieron que el sargento dormía plácidamente hamacado en el alero protegido del sol, el cabo hizo lo mismo, se tendió a su lado en otra hamaca. El preso se dirigió a la cocina, lavó los platos y se fue a tomar su siesta en la celda Nº 2.

No supo cuánto tiempo había pasado, un torbellino de gritos le despertó bruscamente, escuchó el trote de algún soldado dirigiéndose a su celda. Tocó su puerta y él le preguntó: ¿Qué pasa soldado? Sólo escuchó el cerrojo de la llave, luego el soldado volvió sobre sus pasos y retornó nuevamente. Se escucharon órdenes y la puerta de su celda se abrió. Allí estaban el sargento Canilas con el escribano Ricardo Lapezo, jefe civil del poblado, exigiendo ver al preso, según establecía ese derecho, que continuamente reclamaba al sargento Canilas:

—Verá Ud. sargento Canilas, en estos tiempos difíciles para nuestra patria debemos trabajar muy unidos, especialmente por estar tan alejados de la civilización. Estuve ayer en Barquesi haciendo compras y allí me enteré de la llegada del preso político.

—Bueno escribano Lapezo, está en su derecho, ya que tanto insiste, pase usted a la celda Nº 2, está abierta. — ¿Puedo entrar con alguna protección? —indagó Lapezo.

—No es necesario, ya comí, terminé la siesta, no estoy armado y no muerdo; puede pasar quién diablos sea —el sargento, entró y le saludó.

—Buenas tardes preso Moxela, ¿cómo está usted? aquí le traigo una visita, la primera autoridad civil de este poblado, quiere verlo.

Ricardo Lapezo entró como pisando huevos en un gallinero, pero no encontró ningún excremento, simplemente un piso bien limpio y un caballero de edad madura tendido en su camastro militar con un aspecto experimentado por la vida que, viendo al especial personaje en traje de rigor, se fue levantando lentamente hasta ponerse de pie.

—Preso Grenzio Moxela, —indagó el escribano—, va a tener que cumplir una alta pena política en esta región, por haber insultado a nuestra máxima autoridad constitucional del país.

—Señor desconocido, le saludo como autoridad civil, pero corrijo su término "constitucional", es un gobierno de facto, una dictadura militar.

— ¡Basta! —le coaccionó chillando fuerte, ocasionando que el preso se tapara los oídos —¡Usted no me va a enseñar mi oficio, si digo constitucional!

Soy el señor notario, Don Ricardo Lapezo, quien dará fe de su llegada a esta región.

Dígame sargento ¿qué lista de trabajos forzados tenemos por aquí?

—Ya le dimos tres trabajos hoy: el arreglo de dos puertas y la máquina para escribir del sargento, 2 + 1=3, —anunció el cabo Mangure, desde la puerta— como dice el memo clase 3.

— ¡Qué se abra la tierra si no entendí a su cabo!, —le espetó al sargento—. ¡Quiero ver, desde este minuto! al preso limpiando las calles del pueblo, cargando piedras, botando la basura, deshierbando huertas y el jardín de mi esposa.

—No se va a poder, —le dijo el cabo Mangure—, tiene que fabricar un estanque en la orilla del río, para guardar los pescados que compramos.

— ¡Santa Lucía me lance un rayo! —Bramó y dirigiéndose al sargento— ¿Es que su cabo, se está haciendo la burla de mí?

—No es así Señor Lapezo, le informo, que tareas clase 3 las damos nosotros, sus carceleros. El preso no es un empleado suyo. Sólo debe verificar que está preso en su celda y, además, confirmar su identidad. ¡Preso Moxela, muestre a nuestra autoridad civil su carnet! —ordenó en voz tan alta, que asustó al escribano.

Grenzio, entregó formalmente su documento; el notario lo leyó, tomó nota en un papel y le pidió que pusiera sus huellas digitales de los pulgares sobre una hoja ya escrita con los términos de su llegada. Al concluir su constancia, sin despedirse siquiera, hizo un ademán para volverse a la puerta, pero fue interrumpido por el preso, quien le recalcó:

—Señor Lapezo, como soy ingeniero eléctrico, sé que Santa Bárbara, es nuestra protectora contra rayos y truenos, no la tal Lucía, que no sé si protege del clima o es santa de lluvias.

El escribano se paró en seco, quiso replicar al considerar su metida de pata, pero no pudo, porque Canilas instruyó salir a la tropa, llevando al preso al puerto. La delegación pasó al lado del escribano y lo vio parar para llevar herramientas, junto a Mangure que le gritaba groseramente. Finalmente cargaron las maderas y cañas, así como varios rollos de pita trenzada y se fueron cantando hacia el puerto.

Ricardo Lapezo, meditó en su interior que apenas tuviera oportunidad, haría morder el polvo de la ignominia al preso y al sargento Canilas. Estaba furioso, porque su autoridad había sido vejada. Ya vendría otro oficial y les cambiaría su estancia, que parecía divertida.

Nunca había observado a los soldados correr de alegría, en medio del sol tardío ¿Qué se traían entre manos? se preguntó, ¿realmente era preso político? ¿Habría insultado a su presidente en plena procesión?

Esperó que el sargento le diera una copia de los documentos, los cuales leyó. Finalmente agradeció y salió hacia su casa con el aspecto de un hombre preocupado por el estado insolente que empezaba a gestarse en este rincón norteño, donde era la única autoridad civil.

Mientras tanto, esa tarde la actividad continuó en el puerto donde lo rutinario se había vuelto un trabajo útil, dirigido concienzudamente por el preso, que se metió en calzoncillos en medio de la corriente y mostro excelentes aptitudes como nadador. Luego dibujaba a detalle cómo se debe hacer un estanque provisional con cañas, para guardar los pescados o tener peces pequeños vivos, como en típicos criaderos.

El preso se turnaba entre la poza y el guardia del puerto para descansar y tomar nota de la hora en que pasaban los botes con pasajeros y comerciales; Luego volvía a entrelazar el conjunto con tupidas cañas amarradas a los cuatro pilotes, que se estaqueaban, usando grandes pedrones extraídos del mismo río, a falta de un buen martillo.

Construir el pequeño estanque les tomó toda la tarde. Pasaron horas divertidas por las ocurrencias del preso, que ajetreaba al cabo Mangure y siempre terminaba en carcajadas. La poza, simple y venial, fue terminada y guardaron los pescados amarrados con piedras para hundirlos en el agua.

—Sólo falta cubrirla con una red vieja para proteger el estanque de animales salvajes y pirañas orilleras exclamó Moxela, satisfecho de estar metido en el agua casi sin ropa, amarrando fuertemente los costados angulares del rectángulo formado con la orilla, ayudado tímidamente por los soldados andinos, que jugaban salpicándose en la orilla, mientras Mangure zambullía y revisaba fugas para peces pequeños, Grenzio les dijo:

—Soldados, ya va a ser hora del parte, prepárense para entrar a nadar al rio, luego a secarse y vestirse antes de ir a la comandancia. Como nadie quiso entrar al agua profunda, se dio cuenta de la burda adversidad andina ¡no sabían nadar! Entonces les preguntó:

— ¿Qué pasaría si alguien se cae al rio?

—Tenemos un chaleco y una llanta salvavidas señor.

Entonces Grenzio informó que se iniciaban clases de natación, y se dio modos para sujetar sus cinturas con pitas a los arboles cercanos y los echaba a la corriente, para flotar y perder el miedo al río, luego los ponía de dos en dos a patalear como perritos. Cuando la lección terminó, el preso y la tropa se secaron, se vistieron, luego fueron marchando al cuartel, precedidos por una canción colegial que aprendieron cuando jóvenes. La tropa bulliciosa que espantaba pajaritos, mosquitos, mariposas llegó corriendo al patio de formación y fueron a cambiarse para estar presentables.

El parte transcurrió con una nueva noticia, ¡la tropa no sabía nadar! Pero se habían iniciado clases de natación. Luego del parte, el sargento llamó al cocinero de turno para preguntarle ¿Qué tenemos para la cena?

—Sopa de gallina robusta, dura como madera, cocinada con añadido de plátano verde machacado, maní y varios vegetales.

— ¡Qué yo sepa no tenemos gallinero en la comandancia! ¿De dónde salió el bicho ese? ¿De algún lugar cercano?

—El cabo Mangure lo encontró vagabundeando al norte del poblao, sin ninguna identificación, cuando quiso detenerlo, se dio a la fuga. Lo persiguió y lo capturó en una chacra, torciéndole el cogote para que no alertara a su dueño.

Canilas sonrió de buena gana, luego se dirigió a su oficina e hizo llamar al preso Moxela. Éste llegó más limpio que una palmera en borrasca de verano y saludó al entrar a la oficina.

—Tome asiento y póngase cómodo que no vamos a tener una charla formal, me interesa conocer detalles de su encuentro, con la primera autoridad del país, si le parece señor Moxela.

Grenzio, estuvo de acuerdo y empezó su relato: "Le informó que no

se publicó nada por prensa oral ni escrita; el asunto sucedió a media tarde de un viernes, cuando estaba sentado en la plaza principal leyendo noticias del único periódico autorizado; Pedían al gobierno información sobre los políticos detenidos, exiliados o lista de muertos."

"Por la plaza pasaba una banda con música tristona, era una

procesión y ahí estaba el dictador, presumiendo de espiritual vida. Detrás, venía la virgen, protectora de las FFAA, llevada en andas por cadetes del Colegio Militar y al final el ejército pertrechado de gala con relucientes armas."

"En eso, apareció un joven rebelde que se paró sobre el banco, donde él estaba sentado y empezó a insultar al presidente: de dictador, asesino, gritando fuertemente: ¡Libertad a los presos políticos! ¡Abajo la dictadura militar!”

"Como también sentía bronca, me subí al banco y tan alto como soy, repetí lo mismo que había dicho el muchacho, pero mi voz barítona retumbó tan fuerte, que la multitud coreó los insultos y me aplaudió en medio de las bandas. Los guardias secretos dieron sólo conmigo, porque el muchacho huyó como un ratón descubierto y cuando estaba para sentarme a terminar de leer mi periódico, aparecieron varios agentes que me encañonaron, me quitaron el periódico y sin miramientos me llevaron en una vagoneta negra, hasta el Control Político, que, para colmo, estaba sólo a dos cuadras, ubicado frente a los tribunales de justicia."

"Me quitaron mis ropas y el sombrero, luego me metieron en un cuartucho oscuro que olía a guardado, bajo unas gradas antiguas de alguna antigua casona, lleno de escobas, basureros. Ahí me tuvieron sentado en el piso por unas horas, sin saber a qué atenerme."

"Nunca había estado en esta situación. Sería medianoche, cuando

alguien me dio un puntapié en la pierna izquierda y me ordenó que saliera. Dos hombretones cubiertos con capucha negra tipo pasamontañas me sacaron a empujones, luego me llevaron a un cuarto lúgubre donde brillaba una luz muy fuerte, me sentaron en una silla y me llamaron, repetidamente por mi nombre completo, presumí leyendo mi identificación."

"Más tarde se acercó uno de ellos, cuyo aliento olía a alcohol y dientes maltratados, que casi me hace vomitar, me dio un latigazo en el brazo hablando palabrotas irreproducibles, me dijo” Ahora vas a saber que no se debe insultar a mi Presi, conque viejito alzao, proclamando libertad de los revoltosos obreros y campesinos. ¿Qué tienes con ellos? ¿Eres terrateniente? Alguien revisó sus antecedentes, me los canta ahora mismo”.

“Nada mi jefazo, no hay nada. Es un ciudadano ejemplar, ex catedrático, empresario jubilado, por lo visto estaba sentado en la plaza, leyendo su periódico y se metió a defender a los políticos de oposición”.

” ¡Se debe hacer un escarmiento!, exclamó el jefazo, que a seguir me dio una bofetada y me hizo sangrar la nariz. ¡Hábleme de su compinche!, se fugó otra vez Trumerez. ¿Qué relación tiene con él? ¿Dónde vive?, ¿Con quién se reúne? ¡Hable o la pagará!"

"Así me tuvieron por una media hora, sin decir nada, porque no sabía nada. Me volvieron a golpear sin lastima.” En eso sentí que alguien entró a la habitación y otro personaje, hablaba en voz baja, murmurando a su oído, pero con autoridad firme y decidida. Luego escuché suavemente órdenes, contraordenes, hasta que alguien habló con bastante vehemencia:"

"A sus órdenes mi coronel, entendemos la situación. Iniciaremos de inmediato los trámites para su traslado. ¡Cabo de guardia! lleve al preso a mi oficina, llame al sanitarista para curarle sus heridas. Devuélvanle todas sus pertenencias. Parece que este preso tiene influencias. Sáquenlo de esta cueva y lo mandan a la sección exilios nacionales."

Al terminar el relato, Grenzio habló:

—Después de varios traslados en la ciudad, finalmente me pusieron un guardia y nos subieron a un camión al norte de La Paz-Alto Beni, que en dos días y noches nos trajo hasta un puerto beniano, cercano a la hacienda Gutriego, un gamonal vendido al gobierno. Allí tomamos una lancha comercial y por vía fluvial nos tomó dos días para arribar a puerto Barquesi. Luego de 8 horas, llegué a esta zona perdida en el norte amazónico.

Buntre agradeció por el relato detallado y le invitó un hervido hecho con cáscaras secas de café, llamado sultana, y a seguir le entregó un cigarro de tabaco negro, que había preparado con delicadeza, mientras escuchaba su relato, juntando hoja por hoja, usando el mejor tabaco Amborí que, aunque no estaba trabajado y tan apretado como los originales cubanos, servía para espantar mosquitos y matar el tiempo.

—Y usted, mi sargento Canilas, ¿cómo fue que le enviaron a esta zona?, premio o castigo.

—Mucho me temo que mi historia no será tan interesante como la suya. Ya le contaré a detalle, algún otro día. Tuve un problema con los mandos superiores por defender en una fiesta, a una pariente de abuso indebido y como castigo, me cambiaron de destino a esta zona, en calidad de exiliado. Somos compañeros de infortunio.

—Qué interesante —interrumpió un atento preso Moxela— pero cuando llegó ¿en qué estado halló? a este puesto militar perdido en la Amazonía, pero cerca de esa misteriosa tribu.

—Cuando llegué a puerto Barquesi, grande fue mi sorpresa, al encontrarme con un ex profesor del Colegio Militar, que cumplía exilio en tierras del norte paceño, como jefe militar regional; Mi mayor Marchelo Omontes, que pronto tendrá el gusto de conocerlo. Es una persona sensacional, equivalente suyo, pero en el ambiente militar ¿Me capta?

—Seguro misar Canilas, si usted lo dice, debe ser un gran personaje.

Canilas le relató que a Omontes le debían todas las mejoras en este puesto. Porque en C’Orligni, la única casa habitable era del escribano. Lo demás estaba abandonado, sucio y desmantelado. Omontes se dio cuenta del castigo que me infringían y durante dos meses me envió materiales de construcción y albañiles, además, agregó cuatro soldados con un sanitario, como corresponde a un puesto militar. Quienes pusieron este lugar, habitable. Después fueron llegando muebles usados, una máquina vieja de escribir, escritorio, sillas usadas, etc. Hasta enviaron media docena de camastros con colchones y frazadas, que, estaban destinadas más al norte, a Pando, una población frontera con Brasil.

—Según me comentó Omontes, la orden recibida del gobierno, mi lugar de destino sería un castigo, sin ningún soldado asistente. Sólo víveres para sobrevivencia quincenal, así decía el contundente memo militar.

Buntre, no pudo seguir hablando, porque alguien grito que estaba lista la cena y ambos salieron al alero que a esa hora 20.00, estaba bastante aireado por los vientos sureños, que presagiaban un cambio climático brusco, a inicios del pre invernal mes de mayo. Comieron opíparamente y se fueron a descansar.

El cabo Mangure condujo al preso a su celda y así terminó su otro día, como prisionero en el puesto militar C’Orligni, un miércoles, víspera de la festividad del primero de mayo prohibida por el régimen.

Ese amanecer del jueves, iba a ser muy entretenido para el cabo Mangure, porque se atrasó en llegar al parte de las 07.00 horas, el escuadrón había salido a buscar una tropa de ocuríes que invadió la aldea. Estaba solo, dando vueltas en el patio. Liberó al preso ordenándole salir sólo al patio, a tomar los frescos y matinales rayos solares y a preparar su desayuno.

Grenzio se llevó el desayuno a su camastro y esperó la señal de algún soldado para que le asignen su trabajo diario, pero no escuchó nada más, sólo silencio embrutecido por gallinas cloqueando junto un gran lamento de chanchos salvajes lejos del poblado.

Se encaminó al borde ribereño y vio por encima del muro a un par de tucanes haciendo sonar sus picos; Pasaron volando huchis, cuervos negros con cola amarilla y tejedores de nidos colgantes que ocultos en la frondosa arboleda, hacían vibrar el aire matinal con sus gargajosos sonidos. Levantó su vista fascinado porque en las alturas sonó el clásico y agudo silbido del Cernícalo, lugareño halconcito cazador, que hacía su nido en la copa de las palmeras. Entonces vio aparecer los primeros botes que subían río arriba para comerciar sus productos; Incumplió órdenes y saltó el pequeño muro y agachado por la orilla se fue acercando al exiguo puerto en medio de varias plantaciones de platanales.

Mientras tanto la tempranera tropa cazadora de jabalíes volvió al cuartel trayendo colgado de un palo un pequeño ocurí, capturado en las colinas. Estaban contentos por la presa capturada y sugerían como comerlo. Mangure pensaba cortarlo en partes, para asarlo, otros a cocer en olla. ¿Qué hacer? Se preguntaba. Entró por el pasillo al patio del comando y envió al soldado Huiras a buscar al preso y este retornó al vuelo, gritando.

—Soldado Huiras informando que no hay señales del preso ¡Parece que huyó de nuevo!

— ¡Sonamos soldados!, vamos los tres, hacia la guardia del puerto para cubrir su huida en bote... por la selva, no lo creo. Y todos salieron disparados.

La tropa corría despavorida hacia el puerto, donde el guardia estaba observando con sus binoculares buscando alguna señal en el gran río, al dar en el clavo, vio que iban a pasar los botes comerciales “Risas de sirenas”, “Esturión azul”, miro su registro… anotó 09.00 pasa por C’Orligni, retorna el otro río abajo. Sonrió y se dio vuelta para colgar los plátanos que hace poco, le había traído el preso y se encontró de golpe con la tropa alterada, agitada, llegando como una estampida. El cabo lo paró en seco, tiró la cabeza de plátanos, le agarró del cuello soplando en sus narices y le impetró:

— Soldado Aguiro, ¿ha visto pasar al preso de miér…coles?

—No mi cabo, al preso no lo vi, pero pasó el nuevo cocinero que me trajo esta cabeza de plátano y se fue a revisar su estanque hacia el bajío del puerto, lo estaba tapando con palma y un poco de achoró.

—Vayan al bajío, mientras yo observaré los botes, allí está el bajío y no lo veo Aguiro ¿Dónde está el preso? ¡Deme su larga vista!

A unos 200 m se hallaba un bañista nadando en el rio, como si fuera un delfín, de rato en rato volteaba la vista hacia el puerto y alzaba su brazo saludando. Cerca de él se veía un bote comercial que al verlo aminoró su marcha y el nadador se acercó con buenas brazadas. Mangure gritó.

— ¡Traigan mi rifle! Localicé al escapista y prepárense a salir con la lancha ¿Dónde están las llaves?

—Creo que las dejé en el comedor, se quedaron en mi camisa, voy al tiro —gritó Huiras.

— ¡Traigan mi rifle carajo! me va a matar el sargento si se escapa el preso, muévanse ¿Me oyen?

— ¡Claro que le oyen y lo voy a matar y al preso también! —respondió a sus espaldas el aludido sargento Buntre, que había llegado al escuchar el griterío y blandiendo su arma reglamentaria, la colocó en ristre.

Con el rifle en mano derecha y con el catalejo en la otra observó al bote “Risas de sirena” que había disminuido su marcha por unos momentos y se aprestaba a partir nuevamente. Observó alrededor del bote, que ya partía río arriba, vio al preso agarrado a una llanta ¡Se escapa, pensó!

Ya estaba por hacer sonar la sirena de parada obligatoria, cuando para su sorpresa, el reo se soltó aguas arriba y nadó hacia el puerto como un experto nadador en río, siguiendo y cortando la fuerza de la correntada.

Buntre, no notó la mirada angustiosa de Mangure, apuntó metódicamente con su arma, elevó unos milímetros la mira del rifle y disparó justo cuando llegaba Huiras cayéndose al suelo, pero con las llaves en la mano... y el cabo que se preparaba para zarpar, quedó petrificado.

El cabo Mangure miró a su jefe con indignación, su mirada le decía ¿Qué prisa tenía para disparar? y al caballeroso preso Nº 1. El cabo lloraba de rabia, pero el sargento estaba tranquilo, mirando la correntada, satisfecho por resolver esta inesperada situación.

Entonces Buntre se llegó a la lancha y mostró a Mangure la bahía donde llegaba el ajusticiado reo con sus últimas brazadas, luego vieron que subía a la plataforma de madera. El preso estaba bien ¡Qué susto les había dado el sargento y el señor Moxela!

El cabo se secó las lágrimas al ver cómo el preso Nº 1, llegaba a los maderos del puerto, se sujetaba y subía a la pasarela, chorreando agua, con una bolsa de plástico sujeta al cinto. Se abalanzó hacia él para darle un puntapié, pero algo detuvo su impulso, detrás, a unos 15 m, se veía la panza brillante de un peligroso caimán, muerto, pero todavía coleando.

— ¡Si están listos para partir! —gritó el sargento a los soldados en la lancha—, vayan a recoger al caimán. Vamos a tener comida esta semana. ¡Este señor Moxela tiene suerte! ¿No le parece cabo ranchero? —Éste se abalanzó hacia el preso, lo abrazó apretadamente, se fue a la lancha y partió raudamente en busca del apreciado manjar. Mientras tanto el sargento se dirigió a Grenzio para ayudarle a sacar la bolsa de plástico que traía adherida a su cinturón.

—Señor Houdini, va a tener que parar, ya le dije, con sus escapes súbitos, el corazón de Toño no va a aguantar. Por lo menos avise la

próxima, si va al baño o va a nadar al río o si va a escapar.

—Gracias sargento Buntre, realmente gracias. No me di cuenta del peligro y a mi edad ya no soy tan veloz para escapar de estos bichos, según veo, unos segundos más y me quedaba sin talón. Lo siento mucho; la próxima seré más cauto. Estaba acomodando los dos pescados sobrantes en el estanque, cuando vi el paso de una embarcación más lenta que otras, até la cola de un dorado a mi pierna y me lancé en busca del bote, para cambiarlo por algo más útil.

— ¡Me caigo sin levantarme! ¡Basta Grenzio, no me haga reír, con un dorado atado a la pierna! —Y soltó una risa cantarina ajetreando a varios pajaritos— ¡Sensacional mi estimado preso Nº 1! Es para registrarlo en el parte militar, pero sin nombres o apellidos.

—Cuando llegué cerca de la lancha, ellos disminuyeron su marcha y me halaron; les ofrecí el pescado que me cambiaron por varias cosas. Sobre la mesa del mirador se veían tres botellitas: una de singani ordinario, aceite y vinagre, junto a dos tomates, una cebolla y tres jaboncillos, además de varias bolsitas de pimienta y semillas.

Repentinamente, la amena conversación entre el preso y el sargento fue cortada por los ruidos del bote militar que traía el lagarto, amarrado a un lado. Ambos se levantaron y fueron a ayudar el desembarque. Algunos de los habitantes del poblado habían llegado, atraídos por el disparo del rifle.

El sanitario Ocopi Bustios y el escribano aparecieron asustados por la conmoción matutina y se dirigieron directamente al sargento:

— ¿Qué pasó, —indagó Lapezo— no respetan ni el desayuno ¿Qué sucedió sargento Buntre? explíquese ¿Qué sucedió, hay alguien herido?

—Hola Señores, nada importante, una embarcación pasaba lenta y fue seguida muy de cerca por un caimán; tuve que dispararle para eliminarlo

y tener un poco de carne fresca.

Cuando Ocopi dirigió la mirada a un semi desnudo caballero, con porte distinguido, que ayudaba a sacar el caimán, se acercó a Buntre y le preguntó: ¿Quién era este pintoresco extraño que estaba allí?

—Disculpe mi descortesía, es el preso que llegó de la capital hace tres días. Esperaba notificarle en la inspección sanitaria semanal. Se enterará por el memo, que podrá recoger más tarde.

El sanitario Ocopi se acercó a verlo y lo examinó de pies a cabeza y empezó a conversar con él. Grenzio, que estaba terminando de jalar la cola del lagarto y tenía sus manos embarradas con lodo arenisco sucio, agarró fuertemente la mano de Bustios, que no pudo evitar este contratiempo. Entonces, escuchó la voz pomposa del escribano, quién le ordenaba, revisarle clínicamente para ver si no había contaminado, las límpidas aguas del asentamiento.

El sargento, para evitar más comentarios, agarró del cuello al caballero mojado y lo llevó mostrando exageradamente su fuerza bruta y golpeándole con su fusil de rato en rato. Cuando entraron a la comandancia Grenzio lo abrazó fraternalmente, alegrándose por su puntería. Buntre le ordeno asearse y prepararse para la próxima visita del sanitario Bustios Ocopi.

Luego retornó al puerto a recoger el tesoro intercambiado por Grenzio y a ver ¿cómo su cabo lugareño? iba a dirigir el despedazamiento del caimán atrapado gracias a la tercera o cuarta huida del preso Moxela. El sanitario Ocopi, llegó como a las 11.00 horas, despertó al guardia dormido y le dijo que pasaría a la celda a revisar al prisionero. Entre rumores de: ¡no me jodan, dejen dormir, pase, váyase a la miér... Ocopi se sintió autorizado y pasó al patio interior con su maletín.

Pasó por la celda Nº 1 que estaba abierta y vacía y se fue a la celda Nº 2, donde el preso estaba sentado sobre su lecho esperando ser revisado, limpio, camiseta blanca con pantalón corto; Estaba bien peinado y sus ojos lucían algo enrojecidos por el jabón que había usado en la ducha.

—Señor Moxela, soy Ocopi Bustios, sanitario de este poblado y vengo a revisarle —le dijo un poco asustado, ya que no tenía protección alguna. El preso se hallaba sentado en su camastro, cortándose las uñas y como no respondía, pidió permiso para pasar.

—Pase a cumplir la orden Sanitario y no tenga miedo, además, estoy enterado que es amigo del sargento Buntre, pronto será también mi amigo —y una sonrisa afloró en la cara del preso Moxela.

El hielo de un primer encuentro se rompió, más tranquilo Ocopi inició el examen. Comenzó a revisar sus ojos, estaban sanos y el fondo de su retina estaba normal. El preso lo miraba paternalmente. Luego le tomó la presión, que resultó normal 125/85, para su edad —le puso el estetoscopio informándole— Latidos fuertes, sonoros y constantes.

—¿Usted es médico o algo parecido?

—Soy técnico sanitario. Aquí no pasa nada especial señor Moxela. Esta zona alejada es muy salubre, no tengo mucho trabajo.

Grenzio le preguntó. Debe tener muchos enfermos, más al norte tiene usted una tribu de aborígenes, que seguramente requieren su ayuda periódica o semanal. ¿Va a la aldea o ellos vienen a la posta médica?

—No me va creer Señor Moxela, pero esta gente Amborí, es muy sana, no se reporta ni para vacunarse contra la malaria y como están cerrados por naturaleza brava, no se contaminan. Si me permite relatarle: Tienen su propia vertiente de agua, que es muy limpia y llena de vitaminas A, D y otras. Desde que llegué sólo me permitieron ir tres veces en emergencia: Una vez, cuando un joven rubio de 20 años se había roto una pierna, la enderecé y luego le entablillé con madera y bastante crema antibiótica; la segunda...

—Espere Bustios, dijo que su paciente era un joven “rubio” de 20 años.

—Seguro señor Moxela, en esa tribu, cuyo origen es ignoto, he visto una variedad de razas, hasta tienen barba como la suya y algunos tienen ojos azules como el cielo de marzo. Casi todas las mujeres jóvenes o maduras son muy lindas y trabajan a la par que los varones.

—Qué buena noticia me ha dado, pensé que en este puesto viviría mi condena en una celda oscura y mugre, apaleado por militares dictatoriales, pero vislumbro más aventuras que un ciudadano libre en un país democrático de verdad. ¡Qué interesante! ¿Qué paso la segunda vez? Cuente sanitario Bustios, estoy atentísimo, fúmese un poco de este puro.

Ocopi le acercó la llama de su encendedor. Bustios pitó por unos segundos y tosió fuertemente, era tabaco negro, y prosiguió con su relato y lo que escuchó Grenzio, no le tomó de sorpresa:

"Serían las 17.00 horas. A Buntre y a mí, nos llevaron de emergencia en canoa. Me tocó atender un mal parto, un bebé mal colocado, estaba trancado y como usted sabe, eso casi siempre es mortal para la madre.”

“El brujo estaba ausente otra vez, seguro no sabría cómo tratarla y no soy ginecólogo, pero me parecía que debía salvar por lo menos a la criatura. Pedí permiso para cortar su vientre como un canal; Buntre asintió con su cabeza, pero felizmente el brujo apareció y tenía en la mano una roca que brillaba con tonos azulinos que se dispersaban por toda la choza. Me hicieron a un lado”.

“El brujo la puso sobre el vientre materno, comenzó a hablar, mover y girar en sentido contrario a las agujas del reloj y en el vientre se veía ¿cómo la criatura giraba? hasta que su cabecita se puso a la salida del útero. Entonces el parto se tornó sencillo, extraje a la criatura rolliza, y le entregué a su madre. Luego los guerreros nos sacaron hasta el puerto. Al partir, sentí escalofríos por la mirada oscura que me dirigió el brujo, había presenciado algo prohibido."

El preso tenía una cara tan absorta como inquietante y aunque seguía esperando que la historia continuase, le comentó.

— ¿Qué buena historia? tiene que darme detalles, si me permite, esta última parte de la roca brillante azul, ¿se la contó a alguien más del poblado o en Barquesi? —indagó preocupado.

—Negativo Señor Moxela, porque el sargento me conminó, delante de todos los Amborí, con su pistoleta en mi sien, a guardar silencio de lo ocurrido. No comenté esto hasta ahora. Usted me pareció una persona indicada para informarle o me volvía loco. Me despido y más tarde le visitaré para contarle de otros casos extraños que sucedieron en la cordillera Panturere. ¿Cómo se siente de salud, necesita algo más?

El corazón de Grenzio, se paró en seco y empezó a toser, atorado por el nombre que acababa de escuchar “Panturere”. La cordillera estaba allí, como en sus sueños, allí, los seres extraños tenían una cueva donde escondían una misteriosa esfera azulina. Esto, era demasiada coincidencia.

Como Grenzio no pudo contestar, solo le dio la mano y Bustios le dejó mentol y unas pastillas de vitamina B12.

Salió al patio donde los soldados ya habían retornado. Luego de saludarles, se fue a la oficina del sargento, a recoger una copia del informe médico y otros papeles para llevarle al escribano Lapezo. Entró a la oficina muy sonriente, con esa mirada natural de complicidad; el sargento le preguntó incisivamente curioso.

— ¿Cómo está el preso político Grenzio Moxela? ¿Está sano? ¿Qué opinión personal tiene de él, sanitario Bustios?, ¿Nos contaminará el puesto y cambiará la obtusa vida en esta olvidada aldea?

—Está sano sargento y me alegro haberle conocido, —miró a Canilas con expresión de haber conocido a alguien especial— Es toda una personalidad, aunque es ingeniero eléctrico, no será de mucha ayuda en este rincón, es risible e inaudito. Lo que es más importante, me ha llamado la atención su firme carácter y desbordante empatía.

—Seguro sanitario Bustios, váyase tranquilo donde su jefe, lleve esta copia del reporte, que ahora me toca disponer el parte de las 12.00 horas, ¿Quiere quedarse y asistir?

—Le agradezco, pero tengo que hacer una visita más, seguramente volveré a conversar con su preso, puede estar seguro.

Buntre acompañó al sanitario hasta la puerta y volvió a su oficina. Cuando estaba por dar las doce se arregló su camisa y gorra reglamentaria, se lustró las botas y asistió al parte; después se dirigió de inmediato a donde el preso Moxela, intrigado por la sonrisa del sanitario. Al entrar en la celda, éste se hallaba recostado, limpiando sus enseres personales, aprovechando todavía la abundante luz del día.

— ¿Cómo está preso Moxela? —Le saludó luego se sentó en la silla, se sacó el quepí y le dijo— menudo día que pasamos ¿Cómo se siente?

Conoció finalmente al sanitario Bustios en persona.

—Sargento, gracias por salvarme. Le agradezco y pido perdón por la situación incómoda en que lo puse. No quiero perturbar su autoridad ante esta gente. ¡Hay que tener cuidado en esta época de dictadura!

— ¿Cómo le cayó el examen médico de Bustios? Es buen profesional, pero medio hablador ¿no cree?

—Le tiene más respeto que miedo y lo aprecia verdaderamente, pero no tanto como los Amborí del norte. Me gustaría saber cómo son, cómo llegaron aquí; parece que hay varias historias, además de misteriosos y fantásticos cuentos. ¿Qué me dice misar?

—Aquí, solo tenemos la documentación que le entregué, salvo que el escribano tenga algo más. Cuando vaya a Barquesi, el domingo próximo, le conseguiré documentos históricos en la prefectura.

—Le agradezco misar, tengo interés en estudiar estas tribus amazónicas, mantenidas intactas, que tienen muchas mujeres jóvenes y lindas, buscando novios.

—La lengua de Bustios será cortada, por bocazas y se quedará sin dientes. Espero que le haya contado solo eso, lindas hembras ¡A ver, escupa lo que sabe!

— ¿Cómo se le ocurre? No me dijo nada más. — Mintió con alevosía notoria— los del bote “Risas de sirenas”, me comentaron cosas al pasar.

—Me place sea así, pero si le cayó bien Bustios, está bien que lo defienda, porque es de lo mejor que ha llegado por aquí. Hombre de buen temple—y fue interrumpido por Grenzio.

—Perdone, pero hay algo que me preocupa, podría informarme si usted presencio algunos hechos curiosos, ocurridos en la cordillera Panturere, quizás presencio algunos rayos azulinos.

Buntre se puso serio, se levantó y observó de cerca la real expresión preocupada que mostraba el rostro del preso y aunque sabía bastante sobre el tema, prefirió ignorar la pregunta.

—Tranquilo Grenzio, parece que está desvariando, allí no hay nada oculto, tampoco misteriosos rayos azules, vayamos a trotar y caminar.

Salieron juntos a dar una vuelta completa al patio para despabilar la mente. El cabo Mangure los vio llegar corriendo; después de saludar al sargento abrazó al preso en gesto innato de aprecio lugareño. Grenzio prometió no escapar y preguntó si tenían una huerta. Mangure soltó una carcajada y respondió.

—No sé mi amigo, ¿a quién se le va a ocurrir?, solo esperamos que pase alguna lancha comercial y compramos verduras, condimentos, o las sacamos del huerto del escribano.

—Con las semillas que traje, mi cabo Toño, vamos a tener nuestra propia huerta aquí, al lado del parrillero y vamos a techarlo. Ya me cuenta luego. Esta noche, vamos a preparar un cocido dorado, a la peruana.

—A la orden jefazo, pero no tengo limones, mejor me voy a robar, digo a traer unos cuantos a la huerta del escribano. Ya vuelvo en unos minutos y por favor, no se me escape.

Esta vez, durante el almuerzo, el sargento autorizó al preso, sentarse con ellos. La comida transcurrió sin problemas, regada por comentarios del caimán y la experta manera de nadar del preso.

Cayó la noche y encendieron tres lámparas a queroseno, una a la entrada, dos en el alar y dormitorios, bajo la atenta mirada del sargento, siguieron con juegos de cartas en los que participó el preso amenamente.

El sargento, encendió algo parecido a una pipa hechiza con madera rústica, le echó tabaco negro y empezó a fumar rodeado por volutas de humo para evitar picaduras de mosquitos, por la temida enfermedad del paludismo. Caviló Buntre sobre su situación actual y no tenía comparación con la semana anterior. Había cambiado en un dos por tres, que no daban seis. El producto resultante no era simple aritmético, porque la realidad era otra, que le inquietaba mucho más profundamente.

Muchos acontecimientos se habían suscitado desde la llegada del inesperado preso y presentía que eran positivas para su puesto militar, pero también, siendo un poco cauto, debía tomar ciertas precauciones, por la cercanía con la tribu.

A las 22.00 horas se fue a dormir, subiendo por las gradas abiertas hasta llegar a su dormitorio en el segundo piso, que poseía una terraza orientada hacia la cordillera Panturere que protegía a los Amborí, donde alguna vez las vio radiantes, llenas de rayos azules. El ambiente estaba inquietante, Buntre Canilas no pudo dormir esa noche, tal vez por la recargada comida, la exagerada condimentación y los avatares del preso recién llegado. No habían pasado ni cuatro horas, serían las 03.00 de la madrugada cuando su oído fino escuchó el sonido de un trueno seco. Medio dormido salió a la terraza y miró hacia territorio Amborí. Apenas se distinguían algunos fuegos de guardia en la oscuridad.

Repentinamente vio asombrado, que desde la sierra Aramía salían una serie de destellos azulados que atravesaban las densas nubes y se perdían en la oscuridad del cielo, luego escuchó otro estruendo seco. Aunque el cielo estaba nublado, no aparecía indicio de tormenta o lluvia. Él sabía la diferencia entre rayo y relámpago, pero nunca había observado destellos luminosos, saliendo de la tierra, con tal frecuencia repetitiva.

Recordó, que hace un mes el guardia de turno informó, haber visto algo parecido. Pero como no le creyó, no lo consignó en el parte y lo dejó en el olvido. Ahora que, en su mente, estaba grabada esa misma ocurrencia, se dijo que debería entrar a investigar la serranía, eso sí requería el permiso Amborí, algo muy difícil, pero no imposible de conseguir.

Bastante intrigado, recordó la inquisitiva pregunta del preso, ¿Cómo conocía el suceso? Estuvo así unos minutos; Como no apareció ningún otro rayo, relámpago o escuchó un trueno, pensó que lo observado era solo una jugarreta de la naturaleza.

Concluyó que esa madrugada sería otro día común; Retornó a su dormitorio sin sospechar que su vida ya no sería la misma a partir de ese suceso. ¡Qué lejos estaba de haber visto el inicio de una aventura!

Si hubiera esperado un poco más o vuelto a salir, hubiera notado que Grenzio, ocultó en la terraza, había observado incrédulo las silentes luces azules saliendo en serie desde la serranía, como disparos programados de rayos consecutivos, atravesando el cielo cubierto de nubes y finalmente llegó una calma, que casi siempre anuncia la llegada de alguna tempestad.

Arúmeden

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