Читать книгу Nicol - Rolando Rojo - Страница 7

2

Оглавление

Al Chris lo conocí cuando cumplí quince años. El flaco vivía en los block de departamentos que están cruzando la avenida. Era vecino de la Florencia en el segundo piso del block C. La Florencia Ramírez vivía en 205 y el Chri en el 207. La Flo era mi amiga bloquera. Era más que eso. Nos conocimos en los Juegos de diversiones que se instalan, en los veranos, junto con los circos, en un sitio eriazo de la Alameda. Las dos subimos a la misma silla de la Montaña Rusa y las dos destemplamos el ambiente con nuestros histéricos gritos de mujeres escandalosas, de cabras pelusonas, de minas buenas pal hueveo. Al comienzo todo fue normal. No quiero decir que lo que pasó después fuera anormal. Digo normal por decir que éramos solo amigas, solo compañeras, solo dos comadres bloqueras de la pobla. La Flo tenía veinte años. Vivía sola con su mascota bloquera, un gran danés del porte de un caballo que le comía la mitad del sueldo. “Este es mi compañero y mi defensor”. Decía la Flo, besando al perro en el hocico y haciéndole cosquillitas en el gargüero, lo mimoseaba: “venga para acá mi gandulote, mi machote, mi gigantote, para que mamita le haga cariño, venga mi guagüita rusa”. Y el mastodonte de dos zancadas, copaba el pequeño departamento de la Flo. Se llamaba Jack y, en cuanto la Flo me abría la puerta, se iba directo a olfatearme el choro, como si el cabrón estuviera entrenado en olfatear vulvas. Yo me cagaba de la risa y le gritaba a la Flo, “¡Flo, tu perro bloquero es un perfecto come chucha!” La Flo trabajaba de secretaria en una clínica dental. Ganaba buenas lucas la Flo bloquera. Una o dos veces al mes, íbamos al centro a comer completos al Dominó, hamburguesas y papás fritas al Mac Donald, helados del Nuria. Nos llenábamos la guata con Coca Cola y nos íbamos cagadas de la risa, tirándonos flatos y peos por la calles del centro. “¡Báilate éste!”- decía la Flo y se mandaba un guaracazo que llegaba a levantar polvo de la vereda. La Flo bloquera me preguntaba ¿amiga, cómo andai de calzones? Y entrábamos a una tienda y me compraba una docena de braguitas, ilustradas con monitos o corazones. ¿Cómo andai de sostenes, amiga? Y me compraba un par sostenes caros. Y otro dia, ¿cómo andai de jeans, amiga? y me compraba un par de Levi´s que me quedaran apretaditos a la carne. La Flo bloquera se metía conmigo al probador y me ayudaba a elegirlos por el color, la textura, por cómo se amoldaban a mi cuerpo. “Te quedan maravillosos, okey” -decía pasándose la lengua por los labios y las manos, por mi culo y la entrepierna. Otras veces, ¿cómo andai de zapatillas, amiga? Y yo regresaba a casa con un par de Adidas bajo el brazo. ¡Quería más que la cresta a mi amiga bloquera! Sentía que por primera vez, alguien me apreciaba, alguien me quería verdaderamente. A veces, la Flo llegaba hasta mi casa con una pizza calentita y un par de cervezas y yo la metía rápidamente a mi pieza para que ninguno de los dos despreciables sujetos que viven conmigo se quedaran mirándola con cara de estúpidos con la boca abierta y las babas colgando “¿Quién es tu amiguita, Nicol?” “¿Por qué no la presentai, ah?” -Encalétate rápido -le decía- y la Flo, sin entender un corajo, se metía a mi cuarto. Allí comíamos la pizza, tomábamos las chelas y fumábamos. A la Flo le gustaban los Lucky sin filtro, decía que daban buena suerte; yo le decía que daban cáncer y nos cagábamos de la risa. Era un tiempo en que reíamos mucho. Todo era muy bakán.

Yo vivo frente a los block de departamentos en una casona antigua que mi abuelo heredó de sus padres.

Esa inocente y pura amistad duró unos dos meses. Fue un veinte de junio, fecha grabada en mi mate, cuando la vida me hizo conocer dos cosas que me acompañan hasta hoy: el sexo y la droga. El mundo estaba sumido bajo una gran mancha gris que flotaba sobre ese sector marginal de la ciudad. Era una sensación de ahogo permanente. El gris bloquero pintarrajeaba edificios, casas, sonrisas, penas, enfermedades, ancianos y hasta a los perros. Aquí todo era gris. Aquella tarde de domingo, después de ver capítulos repetidos de la teleserie turca, la Flo armó un pito -dijo-. Le dio dos o tres caladas y me lo pasó. Yo sólo había fumado tabaco. “Aspíralo con fuerza y retén el humo en el pecho, okey”. Obedecí. La Flo es la persona a quien más he obedecido en esta vida. Así lo hice. No una, sino dos, tres veces, hasta que empecé a sentir que me desprendía del cuerpo. Me sentí libre de todo peso, angustia o ley. Sobre todo la gravedad. Y flotaba. Y me desplazaba por los aires. Miraba el entorno bloquero con ojos donde renacían los colores. El gris bloquero se eclipsaba para siempre y reaparecían los rojos intensos, los verdes cobaltos, los azules índigos y yo, sin cuerpo, sin huesos ni piel, flotaba como en un útero materno, como en una cápsula espacial. Todo era intenso. Todo era más armónico que el bloquero mundo gris que me rodeaba. No sé cuánto tiempo pasó. Al volver del viaje, sentí las suaves manos de la Flo, acariciando mi rostro, mi pelo, mis lágrimas. Sentí sus labios bloqueros en mi cara, en mi cuello, presionando mi boca. Yo nunca había besado a nadie, salvo, cuando niña, estampitas religiosas. Ahora, eran labios ajenos los que presionaban los míos. Era una lengua bloquera, húmeda la que trataba de introducirse en mi boca incrédula. Después, la Flo me sacó la blusa y los jeans y chupó mis senos con delicadeza. Su lengua bloquera se deslizó por mi torso, rodeó mi ombligo, incursionó bajo mis bragas y estuvo largo rato cepillando, bloqueramente mi clítoris. Miento si sentí algo agradable. Mi única sensación fue de estupor, de rareza. Y esa sensación continuó por largo tiempo. Sólo al cabo de un mes de realizar esas sesiones lésbicas, empecé a saborear la agradable sensación del sexo. Tuve mis primeros orgasmos. La Flo sabía localizar mis partes más sensibles. Sabía introducir sus dedos y su lengua bloquera en mi sexo y en el orificio de mi culo. Sabía arrancarme suspiros, jugos y orgasmos, “Acaba para mí, guagüita mía, dámelo, dámelo todo, mi pequeña viciosa, okey”. -me susurraba- envuelta en los vapores de la calentura. Me enseñó cómo hacerlo, cómo invertir los papeles y era yo la que chupaba, lamía, succionaba y me amarraba el juguetito de plástico en la entrepierna. Nos enviciamos en la yerba y el sexo. Casi no dejábamos día sin hacerlo. Jack era el más sorprendido. Nos miraba con sus ojos tristes y emitía pequeños gemidos como si él también gozara con ese enredo de piernas, lenguas, pelos y babas. Así fue como un veinte de junio, a mis catorce años, conocí el sexo y la droga.

La Flo no siempre fue así. Quiero decir, no siempre aceptó que le gustaban las mujeres. Incluso, a los diecisiete años se casó con el pololito de la adolescencia, con el compañerito de banco del Liceo. Duró tres años, soportando insultos, golpes, vejaciones de un machista hijo de putas. El Dany Ormeño, su marido, era enfermo de celoso. Si un hombre miraba a la Flo más de dos segundos, ella sufría los golpes del energúmeno. Su cuerpo y su rostro lucían permanentemente las marcas de la violencia intrafamiliar. Sus amigas y sus padres le aconsejaban que se separara del sátrapa. El día que el golpeador llegó más curado que otros días, y cayó desvanecido en el sillón del living, la Flo armó un bolso con sus pertenencias, que no eran muchas. Cerró puertas y ventanas del departamento que arrendaba y abrió las llaves del gas. Nunca supo el desenlace de su acción bloquera, pero, a partir de ese momento, juró no meterse con hombre alguno y tuvo sus primeras experiencias lésbicas. “Era una tendencia que siempre oculté en el closet, por evitarle un dolor a mis padres, okey. Por eso me casé con el Dany, sin sentir nada por él y mucho por cada una de mis compañeritas de curso. Me gustaban las clases de gimnasia, porque después nos bañábamos juntas y yo me deleitaba con esos cuerpos adolescentes que empezaban a formárseles las caderas, las tetitas, los pezoncitos untados en café con leche, a sombreárseles el pubis con un vellito sedoso y rizado, a redondeárseles el traserito. Un día, la Paty Rojas, una cabra avispada del curso, me dijo: “Flo, te tengo cachadita, a vos te gustan las tortillas” Y yo enrojecí desde la raíz del pelo hasta la última uña. Entonces, para evitar que se esparcieran los rumores, me puse a pololear con el Dany, un cabro de cuarto medio, el más mino del Liceo, okey. Cuando egresamos de la media, nos casamos y ahí empezaron los problemas. Yo le sacaba el cuerpo a la calentura del Dany que era como tonto pal leseo. Quería la tontera mañana, tarde y noche. Yo nunca sentí un orgasmo con él. Todo lo contrario, sentía una especie de rechazo cuando me enchufaba esa cuestión dura entre las piernas. Creo que las únicas veces que sentí algo, fue cuando el Dany se bajaba a los berros, okey. Así empezaron los problemas y el cabrón empezó a exigirme sexo a la fuerza y luego, a golpearme. -confesaba la Flo bloquera muerta de la risa.

Durante nuestra relación, me hice, a sugerencia de la Flo, el primer tatuaje. Ella quería que me tatuara su nombre en el antebrazo, pero yo opté por una mariposa al costado del pubis y una arañita en el tobillo. Nunca pensé que ese arte se me convertiría en una adicción incontrolable, al punto de que hoy, a mis dieciséis años, tengo, prácticamente, todo el cuerpo tatuado.

Cuando cumplimos un año, la Flo bloquera quiso tirarse las cartas para saber qué le deparaba el futuro y cuál sería el destino de nuestra relación. Una mujer vieja, con aspecto de gitana, vestida con una grasienta bata floreada y un turbante en la cabeza, nos recibió en un salón que apestaba a meado de gato e incienso. Le pidió a la Flo que sacara tres cartas del Tarot. La Flo sacó El Mago. La mujer la miró sonriendo. “Esta carta simboliza el conocimiento y el poder”. Después sacó La Templanza, Simboliza –dijo la vidente- promesa y renovación. Es el puente entre el cielo y la tierra y sugiere una nueva comunión. Finalmente, la Flo sacó El Colgado.- esta carta implica que la mente racional ya no se controla, simboliza el descenso del espíritu a la oscuridad del subconsciente. Vas a perder un gran amor. Sufrirás mucho con esta pérdida, pero el tiempo todo lo cura y te lograrás reponer. –finalizó la mujer.

Fuimos a cenar a un restaurante chino para celebrar nuestro aniversario, pero yo supe que algo había cambiado para siempre en la Flo bloquera. No habló durante toda la comida. No comió. No bebió. No fumó. Su espíritu parecía vagar en otra dimensión. Ni siquiera se dio cuenta de las veces que le pregunté qué mierda te pasa Flo. No quiso que nos fuéramos a la cama. Me dejó en la puerta de mi casa. Me abrazó. Sus ojos se llenaron de lágrimas y partió. Una semana después, conocí al Chrístofer.

Flo,

Flo.

Flo,

Flo,

Flo bloquera…

Nicol

Подняться наверх