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ОглавлениеMilton Friedman, un reconocimiento
Arnold C. Harberger
Este libro es un triple homenaje a la vida y obra de Milton Friedman. En primer lugar, varios de los autores de los artículos que le dan forma fueron sus alumnos en la Universidad de Chicago. En segundo lugar, es un hecho reconocido el que muchas de las reformas que dieron cuerpo a la transformación de la economía chilena a partir de mediados de los 70 fueron fruto del tipo de estructura analítica que propugnaba y enseñaba, y del tipo de visión del mundo que promovía. Por último, no debemos olvidar la cruz que cargó durante las últimas tres décadas de su vida. Muchas veces fue falsa e injustificablemente ligado a la represión de libertad y violaciones de derechos humanos que ocurrieron bajo el gobierno militar. La honorable y distinguida manera en que llevó esta carga merece sin duda el respeto y la gratitud que este volumen representa.
Mi relación con Milton Friedman comenzó en el otoño de 1947 y en el invierno de 1948. Fue entonces cuando asistí a su curso de posgrado de Teoría de Precios. Esta asignatura tuvo una profunda influencia en mi formación como economista. Esta era la tercera vez que estudiaba Teoría de Precios. La primera fue el curso básico, a menudo llamado Economía 1, que la mayoría de jóvenes toma. La segunda es lo que ahora se denomina Microeconomía Intermedia. Se podría esperar que esta tercera experiencia se enfocara en giros esotéricos y adornos de fantasía, como los elegantes arpegios de un concierto de piano. Pero no. Friedman, en cambio, nos llevó a través de los principios básicos una vez más. Primero Oferta, luego Demanda, a continuación Equilibrio de Mercado, la remuneración a los factores productivos y finalmente Teoría del Capital. Aprendí mucho de ese curso.
Una lección muy importante fue que el proceso de aprendizaje no tenía fin, pues uno regresaba a los principios básicos una y otra vez. Esta lección por sí sola guiaría prácticamente casi todo mi futuro trabajo en el ámbito de la economía. En el análisis de costo-beneficio, en los costos de eficiencia de la política fiscal, en economía del bienestar aplicada, y también –en buena medida– en la macroeconomía de economía abierta y el estudio del tipo de cambio real. En todos estos campos, mi trabajo comenzó desde los principios básicos en lugar del último grito de la literatura más reciente de los journals. Y hasta donde puedo decir, la inspiración y ejemplo para esta forma de hacer las cosas provino de las clases de Friedman.
Diferente, pero relacionado con lo anterior, es la imagen que desarrollé a partir del curso de Teoría de Precios, pero que se prolongó por varias décadas, respecto de cómo funcionaba la mente de Friedman en lo que se refiere a la Economía. Mi percepción era que Milton tenía toda una enciclopedia en su cabeza. Pero esta no consistía en un estudio de piezas separadas, organizado desde la A hasta la Z. Era más bien como un círculo, o mejor aún, como una esfera, en la que cada uno de los puntos puede ser vinculado a todos y a cada uno de los otros puntos. Una vez más, las ideas contenidas en esta esfera fueron todas construidas sobre los principios más básicos. Y fue esto, en mi opinión, lo que constituía la capacidad de reacción casi instantánea de Friedman a cualquier observación o afirmación que tuviera algo que ver con la economía.
En mi visión, la esfera de Friedman contenía no solo todos los trozos de teoría económica básica y sus interrelaciones, sino también muchos de los hechos o evidencia esencial para sustentar la estructura y sus diversas partes.
Friedman creía profundamente en el método científico y enfatizaba una y otra vez en que ninguna declaración científica –afirmación sobre la manera en la que el mundo o naturaleza funciona– puede considerarse como verdad absoluta. Todos estos planteamientos pueden ser cuestionados por los datos. En este sentido, solía decir que la matemática, cuyas propuestas son de hecho irrefutables, debía ser considerada una rama de la Filosofía y no de la Ciencia. Por supuesto, Milton reconoció en la matemática una gloriosa y a menudo vital servidora de la ciencia.
La enciclopedia interconectada que Friedman cargaba en su cabeza, junto con su increíble agilidad mental, ayuda a explicar la rapidez con que reaccionó a todo tipo de afirmaciones económicas. No importaba si era en respuesta a los estudiantes en el aula, a los asistentes a una de sus conferencias, o a un co-panelista en algún programa. En todos esos casos, solía responder con algo como: “No puede ser en serio lo que usted acaba de decir”, para posteriormente respaldar su declaración con una elegante demostración de su validez.
Durante mi permanencia en Chicago circulaba la historia de un profesor, de otra universidad, que había trabajado la mayor parte de un año desarrollando un argumento en contra de una de las propuestas principales de Friedman. De acuerdo con esta historia, él aguardaba con interés el momento para enfrentarse a Friedman con su demostración en la próxima reunión anual de la American Economic Association. Cuando llegó esa fecha, rápidamente buscó la manera de encontrarse con él, y alegremente explicó su argumento mientras Milton lo escuchaba. Esto puede haber tomado entre diez y quince minutos. Pero cuando llegó el turno de Milton, no le tomó más de dos o tres minutos demostrarle a su contrincante que “¡no puede ser en serio lo que acababa de decir!”. Así, el rechazado profesor se retiró del encuentro, prometiendo hacerlo mejor la próxima vez. Esto dio lugar a otro año de trabajo, desarrollando un “nuevo y mejorado” argumento para demostrar la equivocación de Milton. Todo esto llevó a un nuevo encuentro el año siguiente en la reunión de la AEA, pero, una vez más, Friedman tardó solo dos o tres minutos en mostrar las deficiencias en la nueva línea de ataque del profesor.
Esta historia, quizás apócrifa, me suena muy verdadera, y por eso me siento obligado a contarla aquí. Pero, a la vez, me deja intranquilo porque da la impresión de que Friedman se glorificaba al “dar de baja” a los que le confrontaron. Esto no calza con las muchas décadas de contacto que tuve con él. Vuelvo a Friedman diciendo: “no puede decirlo en serio”. Él nunca dijo “qué estúpido es” o su equivalente. Su respuesta era la de un maestro y amigo, suavemente tratando de llevar a su interlocutor a ver las cosas con una nueva perspectiva, en lugar de despacharlo perentoriamente de su consideración. Su objetivo, siempre y como siempre le vi, no era censurar, sino persuadir.
Otra importante impresión de mis años en Chicago tenía relación con la forma en que Friedman creó un sólido muro de separación entre su actividad académica y su papel como líder de su generación en economía de mercado. En los dos cursos de Teoría de Precios que realicé, nunca tuvimos ni un atisbo del tono polémico de, digamos, su libro Libertad de elegir. Lo que tuvimos fue oferta y demanda y funcionamiento de los mercados. Economía del bienestar aplicada estaba ahí, ciertamente, pero solo en pequeñas dosis, y se explicaba en términos de oferta y demanda, más que en principios filosóficos. Los controles de precios eran analizados como controles de precios, no como invasión contra la libertad. El impuesto a la renta se mostraba como mejor que el establecimiento de impuestos al consumo, por cuanto permitía a los consumidores alcanzar una mayor curva de indiferencia.
Por otro lado, el Capital era un agregado cuya producción global se elevaría al máximo a través de la operación de las fuerzas del mercado. Hacía más sentido verlo como un agregado que como una colección de activos físicos, porque lo que preocupaba a la gente no era el activo en sí mismo, sino la capacidad del activo de entregar un retorno igual o superior al del mercado.
Si aquellos de nosotros que estábamos en las clases de Friedman salíamos más convencidos de las virtudes del mercado que cuando entrábamos, no era porque nos habían predicado, sino porque nos habían llevado cuidadosamente a un conocimiento más profundo de las fuerzas de la oferta y la demanda, y del sistema de mercado como un todo. Más adelante, cuando leíamos las columnas de Milton en Newsweek y veíamos las series de televisión Libertad de elegir, observábamos un lado diferente de la personalidad del que conocíamos de sus clases, pero no existía contradicción entre las partes. La parte analítica de Milton Friedman era el lado que veíamos en el aula. El Milton Friedman retórico, el que veíamos en los medios de comunicación públicos, estaba simplemente aplicando el análisis del aula a toda una serie de problemas de política del mundo real.
La historia de mis relaciones personales con Milton Friedman nunca podría estar completa si se omite una seria discusión sobre la visita de Milton a Chile en 1975 y sus largas consecuencias. El proceso preparatorio para esta historia se remonta a los años 1955 y 1956, cuando el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago firmó un acuerdo bilateral con la Facultad de Economía de la Universidad Católica de Chile. Este acuerdo –que fue patrocinado por lo que posteriormente se convirtió en la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID)– tuvo su origen en un encuentro casual entre quien era entonces director del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, Theodore W. Schultz, con Albion Patterson, entonces director de la misión de la agencia en Chile. Patterson quedó tan impresionado por el análisis de Schultz sobre la situación económica de Chile y otros países de América Latina, que él, sin informar al profesorado de la Universidad de Chicago, escudriñó el interés de las dos principales universidades chilenas en ingresar a un acuerdo de este tipo. La facultad de economía de la “otra” universidad líder en este país –la Universidad de Chile– estaba sumida en ese momento en una batalla para determinar quién sería su nuevo decano; por lo tanto, la consulta de Patterson no recibió respuesta. En contraste, la respuesta de la Universidad Católica fue inmediata y entusiasta. El resultado fue un contrato de cinco años de colaboración entre las dos, el que fue seguido por una renovación de tres años más. Como consecuencia de este acuerdo, alrededor de treinta chilenos llegaron a la Universidad de Chicago como estudiantes de posgrado, siendo aproximadamente dos tercios de ellos de la Universidad Católica y el resto de la Universidad de Chile.
Este acuerdo llevó al desarrollo de vínculos personales entre los estudiantes chilenos y sus profesores de la Universidad de Chicago. En algunos casos, incluyendo el mío, estos vínculos fueron muy cercanos y produjeron amistades de toda una vida. En otros casos, como el de Friedman, se reprodujeron las relaciones normales entre estudiantes de posgrado y sus profesores. Esto es, el alumno típico salió mayormente impactado por unos dos o tres profesores, y el profesor típico quedaba especialmente impresionado por solo una cierta cantidad de sus alumnos.
Los contratos de la USAID duraron un total de ocho años, pero la relación entre el Departamentos de Economía de Chicago y Chile continuó casi sin interrupción, con un flujo constante de estudiantes chilenos a Chicago, con el apoyo directo de becas de la misma USAID, del Programa Fulbright, de las Fundaciones Ford y Rockefeller, del Banco Central de Chile y, más tarde, del Ministerio de Planificación de Chile. Al mismo tiempo, importantes grupos de estudiantes de posgrado comenzaron a llegar procedentes de México, Centroamérica, Colombia, Brasil, Argentina y Uruguay. Más aun, la Universidad de Chicago suscribió un contrato con la Universidad Nacional de Cuyo en Mendoza, Argentina, patrocinado por USAID, el cual se mantuvo desde 1962 a 1967. Sin embargo, para 1967 podía decirse que los vínculos del Departamento de Chicago con América Latina venían no vía nuevos convenios, sino a través de muchos estudiantes de diversos países, y por aquellos profesores del Departamento con interés en dicha región –incluyéndome a mí– que tenían vínculos con estudiantes, académicos y autoridades en un número considerable de países. Larry Sjaastad y yo fuimos los dos profesores de Chicago que mantuvimos las relaciones más cercanas con América Latina. Mis propios vínculos fueron más estrechos con México, Panamá, Argentina, Brasil, Uruguay y, el más importante, Chile. Había conocido a mi esposa chilena (Anita) en una fiesta en Chicago, armada por cinco estudiantes universitarios chilenos. Mis primeras visitas a Chile (1955-1964) estaban casi todas relacionadas con el acuerdo Chicago-Católica. Cuando eso terminó, se encontraron nuevas oportunidades para ir a Chile. El proveedor principal durante la siguiente década o algo así fue la misma USAID. Trabajé muy de cerca con esa agencia mientras daba asistencia al gobierno de Eduardo Frei Montalva, para controlar la inflación del país durante 1964-1967. Después, traté de ayudar en la lucha contra el aumento de la inflación y el rápido deterioro que sufría la economía.
La elección de 1970 marcó un hito en la historia del país. La votación estaba dividida entre el socialista Salvador Allende, Radomiro Tomic –del Partido Demócrata Cristiano– y el candidato conservador, Jorge Alessandri. La división del voto entre estos tres llevó a Allende a ser el vencedor con algo más del 36% de los votos totales. Aunque ganó con solo una minoría de apoyo, él no se comportó como un presidente minoritario. En cambio, movió al país bruscamente hacia la izquierda. La agricultura fue fraccionada por la confiscación legal de muchos de los grandes fundos, y también por la ocupación ilegal –de facto– impulsada por algunos grupos. En la industria, algunas empresas fueron nacionalizadas por ley, pero en la mayoría de los casos el control estatal se alcanzó por medio de la facultad legal de la “intervención”, de acuerdo con la cual los dueños originales mantenían la propiedad legal, mientras que la empresa era en realidad manejada por un “interventor” nombrado por el gobierno. El sector bancario fue directamente “nacionalizado”, al tiempo que se imponía el control de precios a más de tres mil productos, dando así origen a “mercados negros” de enorme magnitud. Solo una pequeña fracción de los consumidores tenía la fortuna de obtener acceso a los bienes y servicios a precio controlado, mientras que la mayoría tenía que pagar en el mercado negro un precio que a menudo era cinco o más veces mayor que el oficial. Ese elevado múltiplo fue en parte una consecuencia de la creciente tasa de inflación, que alcanzó más de 500% por año y tanto como 1.000% por año medida en períodos más cortos. El tipo de cambio paralelo frente al dólar se elevó (pesos por dólar) a alturas sin precedentes, en términos reales, mientras los chilenos, a todo nivel, intentaban canalizar sus ahorros de tal forma de no perder algo así como un cuarto de su valor por mes.
Espero que lo anterior dé a los lectores no familiarizados con la historia chilena de ese período una apreciación adecuada del grado de agitación que prevaleció en la economía hacia el año 1972 y especialmente en 1973. Los chilenos de todos los niveles socioeconómicos se vieron afectados y el descontento fue generalizado. Tanto la Corte Suprema de Chile como sus organismos legislativos emitieron declaraciones indicando que el gobierno de Allende se había excedido en sus facultades constitucionales y hubo manifestaciones en contra de este por la presencia de asesores extranjeros, en particular cubanos.
No hay ninguna duda de la existencia de un verdadero caos económico en Chile al momento del golpe militar (11 de septiembre de 1973) y estoy totalmente convencido de que el golpe no habría ocurrido si las políticas económicas del gobierno de Allende no hubiesen sido tan desastrosas.
Las políticas económicas de Chile no habían sido más que mediocres la mayor parte del tiempo desde la década de los 30 y dentro de ese rango no se había desarrollado un nivel de descontento comparable al observado a comienzos de los 70. En mi opinión y en la de muchos observadores serios de la escena chilena, el caos económico predominante fue el único elemento lo suficientemente fuerte y omnipresente como para dar lugar al golpe de Estado de 1973.
En estas condiciones, es fácil entender que muchos economistas chilenos apoyaran el golpe militar cuando ocurrió y que estuvieran dispuestos a ayudar en la reconstrucción y reforma económica que siguió. Cabe señalar que los principales líderes del Partido Demócrata Cristiano se aliaron, ciertamente en forma tácita, con los militares en septiembre de 1973, y lo hicieron hasta aproximadamente un año después. (Se convirtieron en la oposición cuando se hizo evidente que los militares no estaban dispuestos a cederles un papel preponderante dentro del Gobierno Chileno).
Las políticas económicas que surgieron tras septiembre de 1973 fueron principalmente el producto de los llamados “Chicago Boys”. El núcleo de este grupo trabajó para ofrecer una plataforma de reformas económicas a la campaña presidencial de Jorge Alessandri en 1970. Ellos se mantuvieron en contacto durante los años de Allende, reuniéndose cada semana, revisando y actualizando sus sugerencias de campaña de tal modo de mantener una agenda viable de políticas para sacar a Chile del caos económico que prevalecía entonces. Fruto de esas reuniones fue “El Ladrillo”, un manuscrito que se preparó para el gobierno que viniera después del Allende y que fue entregado al almirante José Toribio Merino, el responsable de los asuntos económicos en la Junta de Gobierno que asumió el poder en septiembre de 1973.
Por lo tanto, cuando se produjo el golpe militar, los “Chicago Boys” (la mayoría de Chicago, otros procedentes de otras universidades) fueron aprovechados para ayudar a diseñar e implementar, ahora en la práctica, una serie de programas de ajuste y reformas. Lo hicieron por alrededor de un año y medio, trabajando en puestos como subsecretarios en los principales ministerios y en la vicepresidencia del Banco Central, mientras que los militares ocuparon los cargos altos. Importantes reformas se realizaron en este período.
Rápidamente, el número de mercancías bajo el régimen de control de precios se redujo desde alrededor de 3.000 a menos de diez, mientras que el sistema de tipo de cambio múltiple fue sustituido por una sola tasa flotante. Con el tiempo, hubo importantes reformas a los sistemas impositivo y arancelario, además de la eliminación de otras restricciones a la importación. Además se realizaron importantes esfuerzos para modificar los trastornos que habían ocurrido en la tenencia de tierras en el sector agrícola.
Pero parecía extraño a muchos observadores que, a pesar del cambio de gobierno y de las numerosas reformas políticas, la tasa de inflación se mantenía en un rango solo algo menor al 400% por año (casi 20% mensual). La causa subyacente de esto –el enorme déficit fiscal y las pérdidas de negocios nacionalizados e intervenidos, todo ello financiado por la rápida expansión de dinero y créditos bancarios– había quedado sin resolver por el gobierno militar.
Esto me lleva a la visita de Milton Friedman a Chile en marzo de 1975. Fue organizada por una fundación patrocinada por el Banco Hipotecario de Chile, un banco privado de uno de los dos grandes conglomerados que surgieron en los años siguientes al golpe de Estado. Carlos Langoni –un brasileño doctorado en Chicago, quien más tarde se convirtió en presidente del Banco Central de ese país– y yo también fuimos invitados y realizamos numerosas presentaciones. También acompañábamos a Friedman en muchas de sus reuniones. Cada uno de nosotros había estudiado la información económica reciente de Chile, e individualmente y por separado llegamos a la conclusión de que sería imposible domar la inflación del momento sin controlar el enorme déficit fiscal.
Hay que subrayar que esta conclusión también había sido alcanzada anteriormente por los “Chicago Boys” en el gobierno, así como por académicos y no académicos observadores, tanto en Chile como en el extranjero. Por lo tanto, el asesoramiento que Friedman entregó representaba una visión que concitaba un amplio consenso entre economistas. Esto nos deja con un cierto rompecabezas, para el cual la historia puede que nunca dé una respuesta definitiva. ¿Fue la visita de Friedman el factor crítico para motivar el remezón del gabinete y la reforma fiscal que comenzó unos dos meses después de su visita? Mi opinión es que estos cambios probablemente habrían sucedido de todos modos, pero la visita de Friedman puede haber provocado que emergieran más rápido. Además, creo que terminó por fortalecer la posición de los “Chicago Boys” en la lucha interna que ocurrió dentro del Gobierno de Chile. Sus propuestas eran a menudo contrarias a las de una u otra facción militar, y sin duda la visita de Friedman dio más peso a sus opiniones.
Estos hechos, sin embargo, solo aportan antecedentes a las experiencias posteriores de Friedman. Su visita a Chile de 1975 duró menos de una semana, e incluyó muchas reuniones con sectores universitarios y otras audiencias del sector privado. Sin embargo, la reunión más crítica fue con Augusto Pinochet, Jefe de la Junta Militar Chilena. Langoni y yo acompañamos a Friedman a esta reunión, a pesar de que fue Milton el que principalmente tuvo la palabra. La reunión, así como la carta posterior de Friedman resumiendo su recomendación, se concentró en las medidas necesarias para frenar la inflación galopante de Chile. Se focalizó en dos puntos: en primer lugar, una reforma fiscal para cerrar el déficit fiscal y reducir el endeudamiento del gobierno chileno con el sistema bancario y, en segundo lugar, una política de restricción monetaria para reducir drásticamente la tasa de crecimiento de la oferta de dinero. Otros consejos se refirieron a la conveniencia de expandir la aplicación de las políticas promercado a otros ámbitos, y a la importancia de un esfuerzo especial para ofrecer un alivio “a las dificultades y la angustia grave entre las clases más pobres”.
El desenlace de la visita de Friedman a Chile en 1975 fue una gran sorpresa para nosotros y nuestros colegas. Hubo manifestaciones en contra de los dos en Chicago y cartas al New York Times y otros periódicos. Por otra parte, este tipo de protestas, en lugar de desvanecerse, continuaron durante los años siguientes. Me enfrenté a encuentros con grupos de izquierda en media docena o más de universidades de los Estados Unidos, que se extendían incluso hasta 1980. Pero mis experiencias son menores en número, intensidad y tiempo, comparadas con las de Friedman. Los juicios a Friedman llegaron a su cenit en el momento de su recepción del Premio Nobel. Había mucho ruido en los círculos de izquierda, tanto en Europa como en Estados Unidos, lo que culminó en disturbios durante la ceremonia donde recibió el Premio Nobel. Tal vez la mejor manera para mí de transmitir el sabor de ese episodio es a través de una carta que escribí en su momento a Stig Ramel, presidente de la Fundación Nobel y que anexo a este escrito.
Ninguno de nosotros ha encontrado una buena explicación para la intensidad y extensión de las protestas en contra de Friedman (y hacia mi persona, aunque en menor grado), tras la visita realizada a Chile ese marzo de 1975. Lo curioso es que ninguno de nosotros ha experimentado una reacción de este tipo durante visitas similares a otros países con regímenes autoritarios. Milton estuvo varias veces en China y en una ocasión (septiembre de 1988) tuvo una reunión (que duró dos veces más que la que sostuvo con Pinochet) con Zhao Ziyang, el secretario general del partido comunista y jefe efectivo del gobierno de China de la época. Algunos años más tarde tuvo dos reuniones breves con el sucesor de Zhao, Jiang Zemin. Yo había realizado visitas regulares bajo los auspicios de USAID a Uruguay (1974-1981), mientras ese país se encontraba bajo un gobierno militar, y más tarde a Indonesia (nuevamente por USAID), durante el período de Suharto. El hecho de que ninguna de estas experiencias desencadenara ni el más mínimo atisbo de protesta es una de las fuentes del rompecabezas.
Una segunda fuente nos proporciona los casos de los muchos otros profesores que trabajaron con los gobiernos militares de Egipto, Indonesia, Malasia, Pakistán, Corea del Sur, entre otros países. Por lo que sabemos, ninguno de ellos corrió la misma suerte, a pesar de su directa y duradera participación en esos gobiernos, durante largos períodos, a diferencia de la reunión única de Milton con Pinochet, en el curso de su visita de seis días.
Uno solo puede maravillarse ante el hecho de que en la actualidad (2014), ocho años después de la muerte de Milton, puede encontrar todos los días menciones del nombre de Friedman en la prensa, en debates políticos, en la radio y la televisión, y por supuesto también en las aulas. Ningún otro economista, ni siquiera Adam Smith o John Maynard Keynes, se acercan a estas dimensiones, y uno solo puede especular sobre la razón. Un amigo cercano de Friedman, George Stigler, menospreciaba la eficacia de “El Economista como Predicador”, pero creo que sus argumentos son desmentidos por la herencia dejada por Milton. Su amplio impacto llegó a través de sus columnas en la revista Newsweek (1966-1983), sus publicaciones “misioneras” como Capitalismo y Libertad y Libertad de elegir, su serie de televisión bajo el título de este último y sus otras apariciones en los medios públicos. Fue de esta manera que su nombre se hizo conocido por millones de lectores y oyentes, y que sus mensajes se convirtieron en parte de la cultura popular para los amigos y detractores por igual.
A través de los años he visto cómo uno tras otro de mis colegas mayores han desaparecido de la escena, afligiéndome la rapidez con que su memoria se ha desdibujado. Ni siquiera los grandes contribuyentes, ganadores del premio Nobel, miembros de la Academia Nacional y los presidentes de nuestras asociaciones profesionales, parecen ser capaces de escapar de ser eclipsados a la vista. Friedman se encuentra solo entre las generaciones recientes de economistas, desafiando este destino casi universal. Por mi parte, creo que este especial lugar es enteramente merecido, y es un memorial apropiado no solo por su poderoso intelecto, sino también por el celo misionero que él aplicó en sus campañas a favor de la libertad.
Por último, no encuentro mejores palabras para cerrar este memorial, que el homenaje que leí en un servicio fúnebre realizado para Milton en la capilla Rockefeller de la Universidad de Chicago a principios de 2007.
“Sin lujos, sin mezquindad, sin miedos”
Un homenaje a Milton Friedman
Arnold C. Harberger
‘(Presentado en una ceremonia de homenaje, Capilla Rockefeller, Universidad de Chicago, 29 de enero de 2007).
Fue mi gran fortuna ser miembro de la primera generación de la Universidad de Chicago que tuvo Teoría de los Precios con Milton Friedman. La fortuna más tarde nos juntó como colegas en Chicago por 53 años si se cuenta la condición de Profesor Emérito, y por unos 30 si solo cuentan los años de servicio activo. Y para demostrar que la fortuna no siempre nos sonríe, ella también nos llevó a compartir lo que Milton llamó “nuestras pruebas y tribulaciones”, las que se derivan principalmente de una breve visita que Milton realizó a Chile en marzo de 1975.
Estas experiencias me permitieron desarrollar una abundante comunicación con Milton, en tiempos tanto buenos como malos, lo que me llevó a tener –lo que creo– es un conocimiento cercano de Milton Friedman, la persona. Es evidente que esta persona era siempre e inexorablemente un economista, pero hay otros rasgos vitales que trascienden los asuntos profesionales.
Son estos otros rasgos los que me llevaron a elegir mi tema de hoy: “Sin lujos, sin mezquindad, sin miedos”.
Estoy totalmente seguro de que estos elementos –sin lujos, sin mezquindad, sin miedos– serían sus rasgos perdurables, independientemente de la profesión que hubiese escogido. Lo más importante es que son los aspectos que admiro profundamente y espero haber aprendido junto con todo lo que he ganado de sus enseñanzas y sus escritos.
“Sin lujos”. Aquí tengo que comenzar con el maravilloso o incluso, mejor dicho, hermoso curso de dos trimestres sobre Teoría de Precios que tomé con Milton. Por suerte, la esencia de ese curso se consagró en el texto que lleva el mismo nombre del curso, Teoría de Precios de Milton, por lo que está disponible para todos y cada uno para explorar y apreciar. Para mí, ese curso era como el proverbial taburete de tres patas. Cada parte era esencial. Nada podría ser desechado sin perturbar la integridad del conjunto. Nada en él era pomposo, nada pretencioso, nada sofisticado.
En su libro Dos personas con suerte2, Friedman se maravilla con la calidad estética de la teoría de precios diciendo que siempre le recordaba a Keats con su famoso “La belleza es verdad, la verdad es belleza. Eso es todo lo que sabéis en la tierra, y todo lo que necesitáis saber”. Eso ciertamente resuena con todo lo que obtuve de mi exposición a Milton en esa secuencia de Teoría de Precios. Era como si él no quisiera que uno aprendiera la teoría de precios, sino que se empapara de ella, para que fuera parte de uno mismo. Ese curso, más que cualquier otro, formó mi visión de la economía como una disciplina, de mi propio papel dentro de ella, y de cómo y qué debo enseñar a mis estudiantes. Me veo a mí mismo como una especie de carpintero a la antigua, o el chico multioficios, vagando por ahí con un kit simple pero altamente confiable de herramientas, listo para asumir casi cualquier problema que se presente, confiado en que la mayor parte del tiempo es necesario resolver problemas que nos resultan familiares, en tanto se repiten una y otra vez, pero sintiéndose realmente desafiado cuando aparece algo realmente inesperado, y totalmente eufórico cuando descubro una forma en que el antiguo kit de herramientas se supera a sí mismo en la resolución de estos problemas más complejos.
Creo que este espíritu, esta actitud, esta visión del mundo es la característica distintiva más clara de toda una generación de economistas de Chicago que salieron a hacer su camino en el “mundo real”. Creo que esta es en gran parte la razón por la que muchos de ellos llegaron a la cima, trataron con éxito tantos problemas y, al final, probablemente influyeron en el curso de la historia. Y no creo que esté exagerando cuando digo que las semillas de este espíritu y actitud se encuentran en el curso de Teoría de Precios de Milton.
“Sin mezquindad”. Me aturde cada vez que me doy cuenta de que mis contactos con Milton Friedman se remontan, por ahora, a unos sesenta años. Pero lo que es aun más sorprendente es que en todo ese tiempo, en todos nuestros contactos, incluso en todas mis lecturas de sus escritos y de ver sus videos, nunca he estado consciente de que haya hecho uso de algún argumento ad hominem, o de alguna batalla intelectual utilizando las armas de la insinuación o incluso decirle a otros que compartan su línea de razonamiento solo porque Adam Smith o Alfred Marshall o algún otro gran hombre también sostuvo este punto de vista. Es como si una voluntad de hierro estuvo conduciéndolo para hablar sobre los méritos del caso, y solo sobre los méritos del caso, todo el tiempo.
Francamente, no creo que Milton siquiera haya sentido la tentación de utilizar el comentario sarcástico o el chiste frívolo para acabar con un adversario. Es como si hubiese limpiado completamente su mente de estos pensamientos.
Antes de abandonar el tema de “sin mezquindad”, tengo que detenerme y referirme brevemente a nuestras “pruebas y tribulaciones”. La breve visita que Milton y Rose realizaron a Chile en el año 1975 vino por la invitación de una fundación privada afiliada a un importante banco chileno, en que entonces Rolf Lüders (un ex alumno de Chicago) tenía una posición ejecutiva. Yo era el intermediario clave para el logro de la visita.
Con todos los problemas que estallaron después, con toda la crítica injusta e infundada a la que Milton estuvo sujeto, con todas las relaciones y amistades pasadas que se agitaban como resultado de esa visita, se podría pensar que sería natural que Milton tuviera un cierto resentimiento, sino un rencor o peor en contra de Rolf Lüders y hacia mí. ¡Nada de eso! Nunca en toda la infeliz y prolongada secuela de esa visita a Chile sentí la más mínima grieta en los lazos que nos unían. Muy por el contrario, parecía que con cada nuevo asalto, esos lazos crecían más firmes y más fuertes.
Lo que nos decepcionó tanto a Milton como a mí fueron los que, impulsados por las pasiones del momento, tomaron posiciones antagónicas hacia nosotros y lo que (supuestamente) habíamos hecho sin que tuvieran alguna idea de lo que realmente ocurrió, lo que realmente se dijo, o en qué espíritu lo dijimos. También nos quedamos perplejos acerca de cómo las muchas decenas de economistas establecidos que habían sido efectivamente contratados por largos períodos por parte de regímenes autoritarios en Brasil, Corea, Nicaragua, Pakistán, Filipinas, Taiwán y Yugoslavia, entre otros, de alguna manera escaparon al mismo oprobio.
Estaba consternado, también, por la forma en que Milton fue señalado en adelante, especialmente en vista del hecho de que, en los apenas seis días que pasó en Chile, dio una serie de conferencias que ensalzan la libertad política y económica, y expresando su fe en que un gobierno autoritario no puede sobrevivir por mucho tiempo una vez que la libertad económica prevalece.
“Sin miedos”. De los tres rasgos de mi título, este es el que incluso observadores lejanos deben ver y apreciar. Parecía haber alguna fuerza interior en Milton conduciéndolo a decir la verdad como él la veía, pasara lo que pasara. Esto es lo que hizo en sus conferencias y seminarios en Chile. Después de haber dicho la verdad como él la veía, nunca podría ceder a sus atacantes. Ceder en estas cuestiones no sería, para él, simplemente un cambio de punto de vista. Sería nada menos que la negación de su verdadero yo. Él estaba expresando una parte esencial de su naturaleza mientras se mantuvo firme y aceptó todo lo que ocurrió durante sus “pruebas y tribulaciones”.
Pero Milton actuó sin temor a expresar sus puntos de vista desde mucho antes del referido episodio. Las sociedades tienen a veces maneras sutiles y otras no tan sutiles de forzar la conformidad, y esto es cierto no solo en la España Católica, la Inglaterra Victoriana, y los sectores evangélicos de los Estados Unidos. Tiende a ser cierto para las “opiniones establecidas” no importa dónde. Tal vez lo políticamente correcto es su manifestación actual en las universidades americanas.
Bueno, también tenemos olas de lo “económicamente correcto” en nuestra profesión. Durante mi vida, ninguna fue más fuerte que la ola keynesiana que se extendió por la profesión en los años 1940 y 1950. De seguro había muchos disidentes a esta ola. Había un montón quejándose y discutiendo en tranquilos cónclaves. Pero hubo pocos que marchaban al frente, convirtiéndose a sí mismos en objetivos públicos, mientras expusieron sus puntos de vista discrepantes. Y de estos, Milton fue, sin duda, el primero y el más importante.
Milton se mantuvo firme durante toda su larga y solitaria vigilia como el principal profeta del monetarismo en un mundo keynesiano. Si ese papel hubiese sido fácil de jugar, la lista de los profetas sería mucho más larga. Pero no fue nada fácil. Eso significaba aislarse en gran parte de la profesión económica. Eso significaba ser pensado, o referido y, a menudo, tratado como un bicho raro o un chiflado. Sinceramente, creo que esta es la forma en que todo habría terminado si Milton, además de ser valiente, no hubiese estado tan acertado y fuera tan francamente convincente al presentar su evidencia y su caso. Creo que es justo decir que este calvario en particular había sido superado en el momento en que Milton recibió su Premio Nobel en 1976.
Pero como cualquier lector de las columnas de Milton en la revista Newsweek, o de Capitalismo y Libertad o Libertad de elegir, suyo y de Rose, sabe, se puede construir fácilmente una extensa lista de temas en los que él, o que él y Rose, “se hicieron vulnerables”. De estos, la legalización de las drogas fue tal vez el más atrevido; y el servicio militar voluntario el que produjo la victoria más rápida y resonante.
Pero quiero detenerme un momento en el sistema de bonos educativos, porque revela un aspecto poco publicitado y poco apreciado del pensar de los Friedman. Permítanme simplemente citar de “Dos personas con suerte”:
La tendencia a que nuestra sociedad sea cada vez más estratificada.... para simplificar, los calificados y altamente educados frente a los no calificados y con poca educación, amenaza la estabilidad social de nuestra sociedad. La mejora radical en la calidad de la educación es la única fuerza importante que parece actualmente disponible para contrarrestar la [esta] tendencia. (p. 349)
Cuanto más hemos aprendido acerca de nuestro sistema educativo, más crece nuestra confianza en que un sistema de bonos sin restricciones llevaría a una enorme mejora en la educación a disposición de nuestros niños, especialmente los de las familias más desfavorecidas. (p. 348)
Desde mi perspectiva, Milton y Rose están aquí tratando de resolver uno de los problemas más profundos de toda la sociedad proporcionando esperanza y motivación para aquellos en los estratos socioeconómicos más bajos. La verdad que ellos abrazan –de lo que puedo dar fe, basado en más de medio siglo de trabajo y observación en los países en desarrollo– es que verdaderas oportunidades para los hijos es una forma de pegamento maravillosa para mantener unida a la sociedad, y una potente vacuna contra el descontento y malestar social. La economía de mercado, la genuina oportunidad y el avance basado en el mérito en un entorno competitivo se refuerzan mutuamente. Juntos nos dan la mejor receta para el futuro de una economía libre en una sociedad libre.
Estamos muy agradecidos por todo lo que nos has dado, Milton. El mundo, y muy especialmente nuestro mundo aquí en la Universidad de Chicago, simplemente no van a ser lo mismo sin ti.
ANEXO
Pongamos las cosas en claro sobre Chile
La siguiente es una carta de Arnold C. Harberger, director del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, a Stig Ramel, presidente de la Fundación Nobel, con respecto a los cuestionamientos que algunos sectores levantaron con motivo del otorgamiento del Premio Nobel de Economía a Milton Friedman. La carta fue publicada en el Wall Street Journal del 10 de diciembre de 1976, junto con un editorial sobre el mismo tema que apareció en otro lugar del mismo diario.
La publicidad generada por el Premio Nobel de Economía de este año contiene frecuente referencia a una supuesta “asociación” de Milton Friedman con el actual gobierno de Chile. Debo señalar al respecto que el Sr. Friedman fue a Chile en gran medida debido a mi insistencia. Yo estuve con él durante los seis días que duró esta, realizada en marzo de 1975, siendo la única visita que él ha realizado a Chile3. Además, mi nombre ha sido vinculado con el suyo en muchas de las declaraciones e inexactitudes derivadas de esa visita. Por consiguiente, me gustaría tratar de aclarar las cosas.
Fuimos a Chile bajo el auspicio de una fundación privada de ese país, para dictar conferencias públicas sobre nuestra evaluación de la crítica situación económica entonces prevaleciente. No estábamos allí como consultores del gobierno y ninguno de nosotros ha tenido jamás alguna conexión oficial con el actual gobierno de Chile.
Nuestra visita a Chile no hizo, no representa ningún tipo de aprobación del actual gobierno chileno y, mucho menos, de la represión a la libertad individual y al establecimiento de restricciones al debate público.
El Sr. Friedman dejó su posición muy clara en su momento al rechazar dos ofertas de títulos honoríficos de universidades chilenas, precisamente porque sentía que la aceptación de tales honores de estas universidades, que reciben fondos del gobierno, podría interpretarse en el sentido de aprobación política.
El Sr. Friedman dejó de manifiesto su inquietud por el contexto político al dictar una conferencia sobre “La fragilidad de la libertad”, tanto en la Universidad Católica de Chile como en la Universidad de Chile. Él describió al actual Gobierno de Chile como uno que fue negando y restringiendo la libertad en muchos e importantes aspectos, y expresó la esperanza de que en un futuro próximo los chilenos una vez más puedan disfrutar de la plenitud de la libertad política e intelectual.
En resumen, el Sr. Friedman, un viejo libertario, se comportó de una manera plenamente coherente con sus ideales declarados y su filosofía, tanto en sus acciones y pronunciamientos formulados en Chile como en sus posteriores declaraciones sobre el tema. Si bien mi vinculación con el actual gobierno chileno ha recibido menos atención, no es ningún secreto mi negativa a trabajar como consultor para este, lo que sí había hecho libre y voluntariamente en anteriores períodos (1959, 1965 a 1969) para otros gobiernos chilenos.
Como muchos otros, el Sr. Friedman y yo estamos profundamente perturbados por la ruptura de la larga tradición de democracia y libertad en Chile. Nos oponemos profundamente a regímenes autoritarios, ya sean de derecha o de izquierda. Es por eso que hemos mantenido siempre una distancia entre nosotros y el gobierno de Chile, al tiempo que hemos condenado en repetidas ocasiones, en público y en privado, sus medidas represivas.
Al mismo tiempo, no sentimos que debamos disculparnos por nuestras actividades en Chile. Creemos que ahora, como lo hicimos cuando visitamos Chile, el restablecimiento de la libertad política es imposible sin una recuperación de la salud económica. Como dijimos en nuestras conferencias públicas, no hay camino fácil hacia ese resultado, pero existen caminos mejores y peores, y el análisis económico científico tiene mucho que aportar a una sabia elección.
Nuestra relación con Chile deriva de un contrato entre la Universidad de Chicago y la Universidad Católica de Chile para los años 1956-1964, financiado por la USAID, bajo el cual muchos estudiantes chilenos estudiaron en Chicago y profesores de esta institución visitaron Chile. Da la casualidad que el Sr. Friedman no formó parte activa en ese programa, aunque, por supuesto, los estudiantes chilenos, al igual que el resto de nuestros estudiantes, tomaron sus cursos. La complejidad del tema chileno se refleja en las diferentes formas en que nuestros ex alumnos han reaccionado a los acontecimientos de los últimos años. Algunos –entre ellos algunos que también habían servido a gobiernos chilenos anteriores– aceptaron cargos de responsabilidad en el gobierno actual. Otros, incluyendo también algunos funcionarios de gobiernos anteriores, no han estado dispuestos a hacerlo. Algunos de estos están de acuerdo, algunos se oponen al actual régimen. Uno de ellos, que era un alto funcionario del gobierno de Allende, se encuentra en exilio político; otros simplemente optan por permanecer fuera de Chile, sin atribuir ninguna motivación política para su decisión.
Estas diferentes reacciones son parte de una trágica cadena de acontecimientos que han dividido y polarizado la sociedad chilena y que han roto la larga tradición democrática de ese país. Como tantas veces ha ocurrido en condiciones similares en otros países, el proceso ha llegado a tocar a las vidas personales, produciendo muchas amistades quebradas, lazos familiares rotos, y muchas otras manifestaciones de la pasión y convicción con la que diferentes personas sostienen puntos de vista totalmente contradictorios. Cada individuo ha enfrentado, y no solo una vez, sino en muchas oportunidades y de muchas formas, necesidades de elección desagradables.
El Sr. Friedman y yo, mientras mantenemos firmemente nuestra posición con respecto al gobierno chileno, sentimos una gran simpatía por nuestros antiguos alumnos. Sabemos que son personas honorables y compasivas. Respetamos sus decisiones y juicios individuales aun cuando difieran de las nuestras. No estamos dispuestos a darles la espalda. Por el contrario, vamos a seguir haciendo todo lo posible para ayudarles a superar los problemas y dilemas que enfrentan en estos tiempos difíciles y problemáticos, independientemente de sus convicciones individuales y puntos de vista.