Читать книгу El tratamiento natural de las alergias - Rosa Graciela Guerrero - Страница 6

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¿Qué son las alergias?

Cuando se habla de alergias, una de las primeras imágenes que vienen a la cabeza es la de una persona con los ojos enrojecidos y estornudando sin parar durante un soleado día de primavera en medio de un maravilloso prado lleno de flores. Este espectáculo de lágrimas, goteo nasal y otros síntomas que poco favorecen la imagen personal no es más que una respuesta exagerada del sistema inmunitario ante una sustancia en principio inofensiva pero que el cuerpo de la «víctima» identifica como extraña. El término alergia deriva de las palabras griegas allos, diferente, y ergos, reacción. La sustancia que desencadena el torrente de reacciones se denomina alérgeno y, en muchos casos, identificarlo deviene para el médico una auténtica tarea de detective porque potencialmente todo, absolutamente todo, puede ser origen de una reacción alérgica, incluso los seres humanos.

Se calcula que tres de cada diez personas sufren algún tipo de alergia, una proporción que curiosamente en las últimas décadas ha ido en vertiginoso aumento, sobre todo en los países desarrollados. Las alergias son el resultado de la combinación de factores ambientales, hereditarios y psicoemocionales que desequilibran el sistema inmunitario y provocan reacciones de hipersensibilidad que van desde unos simples estornudos a manifestaciones patológicas más graves como el asma o los eccemas. También pueden ser las causantes de otras alteraciones aparentemente no relacionadas como la hiperactividad, las migrañas, la artritis o la fatiga crónica, como más adelante abordaremos.

EL SISTEMA INMUNITARIO, GUARDIÁN DE LA SALUD

Por tanto, a la pregunta de ¿por qué tengo alergia? se le puede dar una primera respuesta consistente en decir que es una sobrerreacción del sistema inmunitario. Naturalmente, las cosas no son tan sencillas y conviene matizar la respuesta. El sistema inmunitario es como un Ministerio de Defensa personal e intransferible que se encarga de repeler las constantes agresiones del exterior. Esta compleja red defensiva está distribuida por todo el cuerpo y la forman órganos, células y sustancias solubles. Se puede decir sin temor a exagerar que sin el sistema inmunitario la vida sería imposible y obligaría a estar en una campana estéril para evitar que cualquier elemento mínimamente patógeno nos fulminase. El problema está en que algunas personas tienen un sistema inmune que ante una determinada sustancia o situación reacciona sin necesidad y pone en marcha un dispositivo defensivo a gran escala.

El objetivo de los agentes del sistema inmune es identificar y neutralizar a los agentes patógenos que penetran en el organismo

Los órganos más conocidos en el engranaje del sistema inmunitario son los ganglios, que forman cadenas que se distribuyen por todo el organismo y que se interrelacionan a través del sistema linfático. Los más destacables —ya que pueden llegar a ser palpables y visibles cuando se hinchan— son los del cuello, las axilas y la región inguinal, pero también los hay en la cavidad torácica y abdominal.

Por lo que respecta a las células del sistema inmune, las más importantes son los glóbulos blancos. En el apartado de sustancias solubles, hay una gran diversidad de ellas, y los anticuerpos son las más populares. En el polo opuesto de la fama está el complejo mayor de histocompatibilidad (CMH), que pese a su nombre tan poco pegadizo es la base del sistema inmunitario. Se trata de unas moléculas presentes en la superficie de las células cuya misión es identificar lo propio y lo extraño o, en terminología bélica, al amigo del enemigo.

CÉLULAS Y SUSTANCIAS INTERACTIVAS

Todos los elementos del sistema inmune están relacionados entre sí y colaboran en un objetivo único: identificar y neutralizar a los agentes patógenos que penetran en el organismo. Vale la pena hablar de ellos en detalle, ya que son los responsables de preservar la salud.

Macrófagos. Son glóbulos blancos de gran tamaño cuya misión es ingerir microbios y sustancias tóxicas. No se encuentran en la sangre, sino en zonas estratégicas —piel, mucosas— donde los órganos del cuerpo contactan con el flujo sanguíneo o con el mundo exterior.

Neutrófilos. Son también glóbulos blancos de considerable tamaño que contienen enzimas para destruir los antígenos ingeridos. Un antígeno es cualquier sustancia que el sistema inmune reconoce como una amenaza y contra la que fabrica anticuerpos. Los neutrófilos trabajan en coordinación con los macrófagos para limpiar el organismo de sustancias patógenas. A diferencia de estos, circulan por la sangre y necesitan un estímulo específico para abandonarla y entrar en los tejidos.

Mastocitos o células cebadas. Son unas células específicas que se hallan en la mayoría de los tejidos del cuerpo, especialmente en la piel y mucosas del tracto digestivo y vías aéreas. Intervienen en la defensa del organismo liberando histamina, la principal sustancia que provoca las reacciones alérgicas.

Linfocitos. Son células mucho más pequeñas que las anteriores, pero su principal diferencia es que pueden vivir durante décadas, mientras que los primeros tienen un ciclo vital de entre siete y diez días. Los hay de tres tipos: linfocitos B, linfocitos T y células asesinas naturales.

Sistema del complemento. Consta de un conjunto de proteínas implicadas en distintas cascadas bioquímicas que tienen como objetivo potenciar la respuesta inmunitaria. Este proceso facilita el acceso de diversas células del sistema inmune al lugar de la infección, con la finalidad de destruir los microorganismos y neutralizar ciertos virus.

Citocinas. Son moléculas secretadas por células del sistema inmunitario que actúan como mensajeros, regulando y coordinando muchas de las actividades de las células inmunes como son la inflamación, el crecimiento celular, la diferenciación, el desarrollo y los procesos de defensa.

Anticuerpos: el alfabeto Ig

En el apartado de sustancias interactivas merecen mención especial los anticuerpos, también llamados inmunoglobulinas (Ig), que se generan en presencia de cualquier antígeno, aunque no sea un microorganismo dañino. Una de las propiedades de cada grupo de anticuerpos es que son específicos, es decir, que reconocen a un tipo concreto de antígeno e ignoran a los demás. Al principio, cuando se produce una infección, el organismo fabrica anticuerpos en pequeña cantidad, y solo cuando la enfermedad resiste varios días, incrementa la producción. Muchos de esos anticuerpos permanecen en la sangre durante años, e incluso toda la vida, lo que hace inmune al organismo frente a infecciones posteriores de los mismos agentes patógenos.

Cuando el médico quiere saber el estado de las defensas de un paciente, solicita una analítica con los valores de las Ig, ya que esta información puede ayudarle a determinar la enfermedad que sufre su paciente. Existen cinco clases de anticuerpos:

IgG. Es el más abundante y se produce tras varias exposiciones a un antígeno. Se encuentra tanto en la sangre como en los tejidos. Es el único tipo de inmunoglobulina que se transmite de la madre al feto a través de la placenta. Protege al recién nacido hasta que su sistema inmunitario puede fabricar sus propios anticuerpos.

IgM. Es el que más rápidamente se forma ante la primera exposición a un antígeno. Abunda en la sangre, pero no está presente en los órganos o tejidos.

IgA. Se halla en la sangre y en algunas secreciones como la saliva, las lágrimas, los jugos del tracto gastrointestinal y la leche materna. Desempeña un importante papel en la defensa del cuerpo cuando se produce una invasión de microorganismos a través de una mucosa. Protege así los puntos más vulnerables como son los ojos, la boca, los aparatos digestivo y respiratorio, la vagina, etcétera.

IgD. Su concentración en la sangre es muy baja. No se conoce completamente su función, pero parece ser que colabora en la activación de los linfocitos B.

IgE. Este anticuerpo es una luz de alarma en el caso de personas que padezcan una alergia. Cuando sus valores son muy elevados indica que hay una reacción en curso. Puede existir una predisposición de tipo familiar a padecer enfermedades de naturaleza alérgica que está relacionada con una tendencia a producir anticuerpos de tipo IgE como respuesta secundaria frente a un antígeno, en lugar de IgG, que sería la respuesta normal en personas no alérgicas.

LA RESPUESTA INMUNOLÓGICA

A estas alturas ya hemos podido comprobar que algo aparentemente tan sencillo y espontáneo como un estornudo o un lagrimeo es el resultado final de una compleja cadena de procesos en red que el sistema inmunitario ha conformado.

Las respuestas inmunes pueden dividirse en dos categorías y cada una de ellas utiliza secreciones (defensa humoral) o células específicas (defensa celular) para atacar y destruir a los agresores.

Inmunidad innata (natural)

Todos los organismos pluricelulares —de los que la especie humana no deja de ser un tipo más— tienen mecanismos intrínsecos de defensa que los protegen de las infecciones microbianas. Por el hecho de estar siempre presentes y a punto para reconocer y eliminar patógenos, se le denomina «inmunidad innata». Reaccionan de forma similar ante todas las sustancias extrañas y el reconocimiento de los antígenos no varía de una persona a otra.

Defensa humoral innata. Se sirve de materias solubles en los líquidos del cuerpo. La mayoría de las veces son moléculas de albúmina (enzimas, secreciones de las mucosas, flora comensal del tracto digestivo y respiratorio, etc.) que pueden actuar contra cualquier agente extraño. Los entrañables mocos de los bebés son una muestra palpable de este tipo de defensa.

Defensa celular innata. Consta de las llamadas células fagocitarias (macrófagos y neutrófilos), que ingieren todo tipo de elementos patógenos (bacterias, virus y hongos vivos o muertos) y los destruyen en su interior.

Inmunidad específica (adquirida)

Se trata de una respuesta aprendida a lo largo de la vida. En el momento de nacer, el sistema inmunitario del bebé aún no se ha enfrentado al mundo exterior ni ha comenzado a desarrollar sus archivos de memoria. Poco a poco irá aprendiendo a responder a cada nuevo antígeno con el que se enfrenta. En este sentido, la guardería es todo un aprendizaje. El rasgo característico de esta respuesta inmunitaria es su capacidad para aprender, adaptarse y recordar.

Defensa humoral específica. Fabrica unos anticuerpos únicos y específicos contra cuerpos extraños muy determinados (especialmente microorganismos extracelulares), vivos o muertos. Estos anticuerpos son las inmunoglobulinas (Ig) y son fabricadas por células plasmáticas que proceden de los linfocitos B. Se hallan en la sangre, en las secreciones mucosas y en la leche materna.

Defensa celular específica. Su actividad corre a cargo de los linfocitos T. Promueve la destrucción de células infectadas por microorganismos intracelulares, inaccesibles para los anticuerpos.

IDENTIFICAR Y NEUTRALIZAR AL ENEMIGO

El sistema inmunitario, aparte de su ejército para repeler las agresiones exteriores, cuenta con un servicio de inteligencia que crea una base de datos a la que incorpora cada antígeno con el que la persona entra en contacto, ya sea a través de los pulmones, el intestino o la piel. Cuando estas células defensivas topan con un antígeno por segunda vez, su respuesta ante él es enérgica, rápida y específica. Esto explica por qué afortunadamente solo se contrae la varicela o el sarampión una vez en la vida. Ello es posible gracias a la larga vida de los linfocitos, de la que ya hemos hablado anteriormente.

El sistema inmunitario elabora una base de datos con cada antígeno con el que entramos en contacto

La inmunidad innata y la adquirida no son independientes una de la otra. Cada sistema actúa en relación con el otro e influye sobre él directa o indirectamente a través de las citocinas (mensajeros).

Las respuestas inmunológicas destinadas a destruir los agentes extraños dependen siempre de los siguientes tres principios básicos:

Reconocimiento. Para que el sistema inmune pueda atacar a un antígeno primero debe ser capaz de reconocerlo. Este proceso conlleva una cascada de funciones. Los macrófagos son las principales células encargadas de la eliminación de sustancias extrañas, pero también pueden hacerlo otras células como los linfocitos B.

Movilización. Una vez se ha producido el reconocimiento de un antígeno se inicia la movilización del sistema inmunitario. Se liberan citocinas que actúan como mensajeros para activar otras células.

Ataque. La maquinaria del sistema inmunitario tiene la finalidad de matar, neutralizar o eliminar los microorganismos invasores una vez han sido reconocidos. Los macrófagos, los neutrófilos y las células asesinas naturales son capaces de destruir la mayoría de invasores por el proceso de fagocitosis. Pero hay invasores que poseen mecanismos de defensa que hacen más difícil su destrucción y obligan a intervenir a los linfocitos B o T. Esto explica por qué algunas infecciones requieren más tiempo para ser eliminadas.

El tratamiento natural de las alergias

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