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La incubación de un ensayo

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Según la nota clínica, escrita a mano por Jung, Sabina presentaba risa y llanto en una forma extraña, compulsiva, así como descargas de tics, movimientos de aversión de la cabeza, protrusión de la lengua, espasmos en las piernas, dolor de cabeza, malestar intenso frente al ruido o a la gente, actitudes seductoras, y afirmaciones peculiares: que tenía dos cabezas o que su propio cuerpo le resultaba extraño.[6] El padre –un hombre de negocios– la había sometido a humillaciones y maltrato físico. Era un tirano ofensivo con la familia, y amenazaba con suicidarse cuando era confrontado. La madre también la había maltratado física y emocionalmente, y eso desencadenó las primeras tentativas suicidas de Sabina. Le enseñó que “los pecados se registran en el cielo con marcas de color rojo”. “Somos responsables de nuestros pecados desde los siete años”, le decía. La educación religiosa de Sabina fue estricta; siendo niña, hablaba con Dios y un día Él respondió en alemán (Sabina estudiaba esa lengua, aunque su lengua madre era el ruso). Con el tiempo, la voz divina se expresaba en ruso y en alemán, y Sabina pensó que esa voz interior provenía de un ángel. Cuando ella tenía 16 años, murió su hermana pequeña, “a quien amaba más que a nadie en la vida”.[7]

Trece cartas de Jung a Freud se refieren de manera específica al caso de Sabina, y ella es mencionada en 14 cartas de Freud a Jung. A juzgar por el contenido del intercambio epistolar, se dice que Sabina fue un motivo central en la aproximación entre ambos pensadores.[8] Como profesional de la neuropsiquiatría, hago notar que en aquella época no se conocía un tratamiento farmacológico eficaz para tratar la “histeria” (tampoco existe ahora). Si algunos autores atribuyen la mejoría al método psicoanalítico, esta explicación tiene dos limitaciones: en primer lugar, el psicoanálisis nunca demostró de manera consistente una eficacia terapéutica en pacientes “histéricos”; en segundo lugar, es difícil suponer que Jung usó el método analítico porque sólo tuvo acceso a una supervisión epistolar por parte de Freud, quien además no había consolidado su técnica en aquel momento. Tampoco puede decirse que Jung usó el método terapéutico derivado de su propia psicología analítica, porque esta historia sucedió años antes de que el psiquiatra suizo se apartara del psicoanálisis y explorara la tesis del inconsciente colectivo en su obra Símbolos de transformación, que apareció en 1912, al igual que el ensayo de Spielrein, La destrucción como origen del devenir.

Por recomendaciones de Eugen Bleuler, director de la Clínica de Burghölzli, Sabina egresó del hospital tras una estancia de nueve meses. Se hallaba en mejores condiciones, capaz de vivir de manera independiente. Lo más sensato es suponer que el ambiente hospitalario, al separarla de las agresiones familiares, le permitió desarrollar los recursos psicológicos necesarios para afrontar sus conmociones traumáticas. Quizá las figuras de Jung y Bleuler –y la presencia epistolar de Freud– fueron estímulos significativos para la maduración psicológica de Spielrein. En todo caso, no volvió a ser hospitalizada.

Sabina terminó la carrera de medicina en 1911; se graduó con la primera tesis académica acerca de la esquizofrenia, el nuevo concepto propuesto por Bleuler para referirse a la “demencia precoz” de Kraepelin. Sabina había contribuido a los experimentos de Carl Jung para evaluar los procesos de asociación de palabras que llevaron en última instancia a la construcción del concepto de esquizofrenia. En 1912, Spielrein fue aceptada en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, y formó parte de una generación pionera de mujeres psicoanalistas, junto a personajes legendarios como Lou-Andreas Salomé (una de las primeras autoras en abordar la sexualidad femenina).

En general se acepta que hubo una relación de amor entre Sabina y Carl Gustav Jung; el consenso es que existió una transgresión sexual, y quizás esto fue un motivo más para la formación de otro concepto freudiano: la transferencia y su contraparte, la contratransferencia, es decir, el juego erótico y simbólico de fantasías conscientes e inconscientes entre los dos miembros de la relación psicoanalítica. El cineasta canadiense David Cronenberg cristalizó esta leyenda en un filme de culto, Un método peligroso, con la actuación de dos celebridades: Keira Knightley en el papel de Sabina Spielrein, y Michael Fassbender en el rol de Carl Gustav Jung. Viggo Mortensen hizo el papel de Sigmund Freud.

Un método peligroso está lleno de erotismo y glamur, y es una buena opción complementaria para disfrutar el ensayo de Spielrein contenido en este libro. El cineasta usa un estilo refinado para explotar nuestro morbo, y si bien se permite muchas licencias creativas sin fundamento histórico, es un buen punto de partida para imaginar los motivos de Sabina durante la escritura de La destrucción como origen del devenir.

Desde que me involucré con los problemas sexuales me ha interesado un tema en particular: ¿por qué el más poderoso impulso, el instinto de reproducción, alberga sentimientos negativos además de los sentimientos positivos, inherentes y previsibles?

Desde las primeras palabras de su ensayo fundacional, Spielrein vincula al sexo con una negatividad que se revela como el aspecto subjetivo de la conducta destructiva. Es interesante observar que sus planteamientos funcionan como puentes para conectar la teoría freudiana del desarrollo sexual con la teoría jungiana del inconsciente colectivo. El ensayo aborda de manera sucesiva la sexualidad, la enfermedad mental y la creatividad; se detiene en forma explícita en el mecanismo de la sublimación artística, uno de los conceptos tempranos de Freud. Sus nexos conceptuales con la teoría jungiana se aprecian en párrafos como el siguiente:

En el inconsciente podemos encontrar el día de primavera separado en sus componentes: el sol, el cielo, las plantas, que están organizados (o quizás, más precisamente, remodeladas) de acuerdo con formas mitológicas que la psicología etnológica nos ha hecho conocidas.

Spielrein usa en varias ocasiones el término “psique colectiva” en contraposición con la “psique individual”; de hecho, se plantea un conflicto entre estas dos formas de psiquismo, lo cual sería uno de los mecanismos centrales en la demencia precoz. Sabina también describe este conflicto en otro contexto: el de las creaciones artísticas, en las cuales hay, a juicio de la autora, una regresión del ego a formas arcaicas, infantiles, pero también a la psique colectiva, lo cual permite una transformación del ego: “la tambaleante partícula del Yo, inundada con nuevas y más enriquecidas imágenes, comienza a reemerger”.

Siguiendo a Sabina, una interpretación posible para comprender el sitio de la pulsión de muerte en la sexualidad y en la psicología humana se relaciona con esta “muerte del Ego” que sucede durante la entrega erótica, durante la enfermedad mental y en la creatividad artística, dentro de un ciclo mitológico de “muerte y resurrección”. No está claro si estas ideas fueron influidas por Jung o viceversa. Al parecer Sabina piensa –como Freud y Jung– que las transformaciones simbólicas que operan en el trabajo artístico son una forma de lidiar con el caos de la psicopatología y, quizá, con la tendencia a la destructividad.

Spielrein aborda el problema de los impulsos destructivos a través de una cita de Wilhelm Stekel, en la cual el médico austriaco se refiere a un sueño donde una mujer joven es asesinada con un cuchillo que le clavan en el abdomen. Stekel interpreta el sueño como un símbolo de la violación. Sabina hace una interpretación de la interpretación, y nos plantea que Stekel revela con sus palabras la conexión neurótica entre la violencia sexual y el asesinato sexual sádico y ritualizado de la guerra, donde las mujeres son percibidas como objetos de sacrificio. No propongo aquí una interpretación definitiva del ensayo. Basta con decir que es un texto enigmático, pionero, que hace las preguntas difíciles en torno a la psicología de la destructividad humana: una particularidad que conecta a la violencia colectiva con la violencia íntima, y con las formas múltiples de la autoagresión observada en la clínica.

La destrucción como origen del devenir

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