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II. LAS FUENTES PARA CONOCER A JESÚS

1. LAS GRANDES OBJECIONES A LA CONFIABILIDAD DE LOS EVANGELIOS

Antes de examinar las fuentes que nos permiten acceder históricamente a Jesús, es necesario tener en cuenta las grandes teorías que han dudado de la confiabilidad de los evangelios. Estas objeciones, inicialmente restringidas a ambientes académicos, hoy han sido vulgarizadas por los medios de comunicación masivos, lo que hace impracticable una lectura acrítica de los evangelios. Más que eludir estas objeciones hay que conocerlas.

Tal como se afirmó más arriba, no es correcto pensar que sólo en la época moderna se ha enfrentado críticamente el estudio de los evangelios. Ya en el siglo II, el filósofo pagano Celso cuestionó la veracidad de las Escrituras: afirmaba que los evangelios eran contradictorios15. Por ello, el examen crítico de los evangelios comenzó ya en los primeros siglos. Orígenes de Alejandría, uno de los más grandes teólogos cristianos de la antigüedad, enfrenta seriamente el problema en el Comentario a Juan, donde recuerda que, por causa de las diferencias entre Juan y los demás evangelios, muchos «pierden la fe en los evangelios como si no fueran verídicos, ni escritos por inspiración de un Espíritu muy divino, ni precisos en referir los hechos»16, lo que demuestra que ya en el siglo III, el problema se sentía con fuerza, tanto por críticas externas como por exigencias internas. Años más tarde, un pagano anticristiano, declarará: «Los evangelistas son inventores, no historiadores de los acontecimientos realizados en torno a Jesús. Cada uno de ellos escribió no en armonía, sino en desacuerdo, especialmente en lo que se refiere al relato de la pasión»17. Pero ciertamente, es en la época moderna, con el desarrollo de los estudios históricos, cuando se comenzará a dudar de la confiabilidad de los evangelios, y se someterá sistemáticamente la Escritura a un examen crítico sumamente severo, y no siempre bien fundado.

A. Herman Reimarus: la teoría del engaño18


H. Reimarus (1694-1768) es el iniciador de la crítica más dura contra la confiabilidad de los evangelios. De él sabemos poco. Defendió una religión racional en oposición a la fe de las iglesias. Sus escritos fueron publicados por Lessing seis años después de su muerte, en 1774. El que más nos interesa es Vom dem Zwecke Jesu und seiner Jünger (Acerca del propósito de Jesús y el de sus discípulos). Reimarus distingue netamente entre el propósito de Jesús y el propósito de los discípulos y, por ello, según él, «tenemos justificación para trazar una distinción absoluta entre la enseñanza de los apóstoles en sus escritos y lo que Jesús mismo proclamó y pensó en su propia vida». Para Reimarus, el mensaje de Jesús se reduciría a anunciar el arrepentimiento, porque «el Reino está cerca».

Pero, ¿qué significaba el Reino para los judíos del siglo primero? La llegada del Reino significaba la liberación del yugo romano. Por ello, la predicación de Jesús rápidamente tuvo éxito.

En ese ambiente, ser el Mesías o el Hijo de Dios no involucraba nada metafísico, se trataba de un Mesías humano. Sólo en un contexto plenamente judío es posible comprender este mensaje, pues Jesús se mantuvo fiel al Judaísmo, y la ruptura con la ley fue obra de los discípulos posteriores19.

Jesús realizó hechos que a sus contemporáneos les parecían milagrosos y pedía silencio, sólo para estimularlos a hablar de ellos. Pero Jesús no realizó milagros, de otro modo la petición de signos no se entiende (cf. Mt 12,38; Jn 4,48). Otros milagros no tienen base histórica, son narraciones que muestran que los milagros del Antiguo Testamento se repiten en Jesús.

Jesús pensó que con la predicación de los discípulos (Mt 10,43), se le uniría gente y sería proclamado Mesías. La entrada a Jerusalén y la expulsión de los mercaderes del Templo eran el inicio de la revuelta. Pero Jesús esperó en vano la popularidad: la gente de Jerusalén no se alzó, la masa lo abandonó, y murió crucificado. Según Reimarus, las palabras de la cruz, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? no pueden comprenderse, sin violentar el texto, más que como un reconocimiento del fracaso. Jesús no pretendía morir, sino liberar al pueblo de la opresión romana, pero falló la ayuda de Dios y fracasó. Los discípulos compartieron la derrota, pues esperaban los primeros puestos (cf. Mt 16,28). Sucedió lo que menos esperaban.

En los días posteriores a la muerte de Jesús, los discípulos estaban desorientados, y «ya habían olvidado lo que era trabajar». ¿Cómo superaron este fracaso? Optaron por otro tipo de mesianismo. Encontrarían sin duda algunos ilusos que creyeran en la vuelta del Mesías celestial, y esperando su retorno, compartirían sus bienes con ellos. Comenzaron a hablar de liberación espiritual e inventaron la resurrección. Esperaron 50 días hasta que el cuerpo de Jesús fuese irreconocible, robaron el cuerpo y proclamaron su resurrección.

La fe en la segunda venida (la parusía) fue lo que concentró la esperanza de las primeras comunidades cristianas. Pero como se retrasaba la parusía (cf. 2Tes y 2Pe), se resuelve el problema con una maniobra retórica: se afirma que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día (cf. 2Pe 3,8). Y así se continuó alimentando una fe vacía. No se cumplió la inminente parusía, luego el cristianismo es un fraude.

Pero, entonces, ¿qué causó el éxito numérico del cristianismo? Reimarus busca una explicación racional al éxito numérico de los primeros cristianos. Al final de su texto, comentando a Pentecostés (cf. Hech 2,1-41), da la respuesta:

Indudablemente hay mucho que reducir de los 3.000 hombres que inmediatamente se sometieron para ser bautizados y creyeron en Jesús, y la motivación de los que permanecieron después de haber considerado la exageración no fue el milagro (como inventó Lucas treinta años después), sino el gozo de los bienes comunes que eran distribuidos generosamente a todos, y el hecho de que comían y bebían juntos y a nadie le faltaba nada. Porque eso es precisamente lo que dice Hechos de los Apóstoles: ‘Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones... Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común, vendían sus posesiones y sus bienes, y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón’ (cf. Hech 2,42-46). ¡Vean esto! Ésta es la motivación verdadera de la popularidad que se produjo de modo tan natural y sigue produciéndose, de modo que ya no necesitamos ningún milagro para comprender todo claramente. Éste es el verdadero viento impetuoso que reunió tanta gente y tan rápido; ésta es la verdadera lengua común que realiza milagros20.

Principales afirmaciones de Reimarus: 1. Distinción entre la predicación de Jesús y la de los discípulos; 2. Carácter desconfiable de los Evangelios; 3. Interpretación exclusivamente social del ministerio de Jesús; 4. Reducción de Jesús al judaísmo; 5. Actividad creadora de los discípulos en los relatos sobre Jesús; 6. Tensión entre diversas escatologías; 7. Interpretación natural de los milagros.

B. El Evangelio como mito, según David F. Strauss

La investigación acerca del Jesús histórico, a partir de Reimarus, supuso que el Jesús real debió ser muy diverso al que nos presentan los evangelios. El estrecho compromiso de los evangelistas con Jesús era visto como motivo de sospecha. Por lo tanto, había que liberar a Jesús de las cadenas del dogma eclesial.

David Frederich Strauss (1808-1874) toma este camino. Según él, la cristología se desarrolla por impulsos de la esperanza mesiánica. Israel aguardaba al Mesías con mucha esperanza, un grupo pequeño se convenció de que Jesús era el Esperado, y comenzó a aplicarle a Jesús todo lo que el Antiguo Testamento afirmaba acerca del Mesías: «Así que, un número de fieles, al principio pequeño, después siempre en aumento, habían llegado a ver en Jesús al Mesías, se convencieron que todas las predicciones y las figuras del Antiguo Testamento, con el sentido y los agregados de la interpretación rabínica, habían hallado su cumplimiento en Jesús»21.

De este modo, por ejemplo, Jesús había nacido en Nazaret, pero como según el Profeta Miqueas era preciso que el Mesías naciera en Belén, los evangelistas hacen nacer a Jesús en Belén, apoyados no en motivos históricos, sino en una deducción dogmática sacada de Miqueas 5,1. Asimismo, Jesús no realizó ningún milagro e incluso «la tradición había conservado el recuerdo de las duras palabras de Jesús contra la sed judaica de milagros; no importaba: el primer libertador del pueblo, Moisés, había hecho milagros; el último, el Mesías Jesús, debió hacerlos igualmente»22. Y así, como el Antiguo Testamento presentaba las sanaciones milagrosas como signo de la llegada del Mesías, la convicción de que Jesús era el Mesías llevó a los cristianos a inventar los relatos de los milagros «por inducción dogmática».


Así, según Strauss, «un millar de relatos como éstos pudieron ser compuestos de buena fe, pero sin un átomo de verdad histórica»23. De este modo, para Strauss, los evangelios serían relatos míticos, es decir, narraciones carentes de verdad histórica, en las cuales la comunidad cristiana declara los elementos fundamentales de su fe: Jesús es el Mesías.

C. Wilhelm Bousset: la teoría del malentendido24

La clásica Religionsgeschichtliche Schule (Escuela de Historia de las Religiones), tiene entre sus grandes representantes la obra de Wilhelm Bousset, Kýrios Christos. Geschichte des Christusglaubens von den Anfangen des Christentums bis Irenaeus, de 1913. Este libro, al abordar la historia de la fe en Cristo, propone que el origen de la fe en la divinidad de Jesús es resultado del influjo de las ideas de las religiones paganas al interior de la comunidad cristiana, aportadas por los cristianos de origen pagano (etnocristianos), que ingresaban a la Iglesia junto con sus convicciones religiosas y culturales.


Esta explicación supone que la fe en la divinidad de Jesús sea tardía, es decir, posterior al año 70, pues se requiere tiempo para que los etnocristianos ingresen y sean influyentes en la comunidad cristiana. La divinidad de Jesús sería, entonces, fruto de una especie de malentendido. Según Bousset, Jesús mismo habría sido una figura mesiánica, que al ser interpretado por mentes griegas, habituadas al culto de los semidioses y de los héroes divinizados, fue comprendido como un dios pagano.

Otra explicación reconoce que el culto a Jesús y, por tanto, la fe en su divinidad, es anterior al año 70, pero también pretende que su nacimiento es resultado de la influencia pagana que, a diferencia de la explicación anterior, ya estaba presente en el judaísmo de tiempos de Jesús. Esta explicación supone que la religión de Israel, en tiempos de Jesús, estaba corrompida por ideas paganas de los cultos greco-romanos.

En estas dos explicaciones, el sincretismo religioso sería el factor fundamental para comprender el nacimiento del culto a Jesús. Así, la fe en la divinidad de Jesús sería un gran malentendido, es decir, Jesús habría sido un simple profeta judío que predicó la paternidad de Dios y la fraternidad humana, pero que su mensaje, al caer en mentes griegas, se transformó en especulaciones metafísicas. Esta orientación aún cuenta con adeptos.

D. Objeciones actuales

Este tipo de acercamiento sigue presente en algunos ambientes académicos. H. Koester, sobre la base de argumentos muy discutibles, y en ocasiones abiertamente inverosímiles, ha defendido la mayor atendibilidad de los evangelios apócrifos por sobre los canónicos, lo que condiciona decisivamente la investigación sobre Jesús25. La misma orientación está presente en el Jesus Seminar, que con tanta eficacia llega a la opinión pública, y sobre todo, en J.D. Crossan, con su libro The Life of a Mediterranean Jewish Peasant (La vida de un campesino judío mediterráneo), que ha tenido un gran impacto en los medios de comunicación y ha sido traducido a muchas lenguas, argumenta de modo muy atractivo, pero sobre la base de «premisas inaceptables»26.

Algunas de estas posturas, presentes en ámbito académico, han sido popularizadas por medio del cine. El Código Da Vinci, por ejemplo, ha vulgarizado de modo bastante forzado e inconsistente, algunas objeciones contra la fiabilidad de las fuentes bíblicas y las sospechas acerca de la discontinuidad entre Jesús de Nazaret y la cristología de la Iglesia. Según la novela, la Biblia sería un libro funcional a los intereses institucionales del Imperio Romano y de la Iglesia del siglo IV. El Emperador Constantino habría tenido un gran protagonismo en la constitución del Nuevo Testamento, y los evangelios que finalmente quedaron como los oficiales habrían sido elegidos en función de los intereses del Imperio. Por otro lado, la divinidad de Jesús habría sido una novedad introducida en el año 325 por el Concilio de Nicea, su función habría sido asegurar unidad al Imperio.

Otras ficciones, como la película Stygma, insisten en que la Iglesia, centrada en sus solos intereses, a lo largo de toda su historia, no habría hecho otra cosa, aún por medios ilícitos, que ocultar la verdad de Jesús, que en realidad se encontraría en los evangelios apócrifos, particularmente en el Evangelio de Tomás. Las mismas convicciones de fondo se aprecian en el uso mediático del Evangelio de Judas que, sobre la base de un texto tardío y que cuenta sólo con un manuscrito, intenta impugnar la atendibilidad histórica de la figura de Jesús que ofrecen los evangelios canónicos.

En síntesis, todas estas presentaciones pretenden afirmar que el Cristo proclamado por la tradición eclesial es un personaje muy diferente al Jesús histórico, que caminó por Galilea en el siglo I.

2. FUENTES EXTRABÍBLICAS27

¿Qué testimonios antiguos nos permiten conocer a Jesús de Nazaret? Los documentos más importantes son, ciertamente, los textos reunidos en el Nuevo Testamento, que por lo demás, son los escritos más antiguos acerca de Jesús. Sin embargo, existen otros documentos que es necesario examinar para valorar la contribución que ellos hacen a la búsqueda del Jesús histórico.

A. Testimonios de la literatura no cristiana

Jesús no fue un soberano, protagonista de la alta política o de la historia bélica, ni un constructor de edificios públicos o acueductos. Para muchos de sus contemporáneos, Jesús fue un ejecutado más de una larga lista, en el marco de una política imperial de represión a los grupos nacionalistas. Baste recordar las afirmaciones de Flavio Josefo, durante el asedio de Jerusalén del año 70: «Los soldados, llevados por su odio a los judíos, en son de burla, crucificaban a los cautivos de distintas maneras, siendo tan grande el número de víctimas que faltaba espacio para las cruces, y cruces para los cuerpos» (Bellum Iudaicum V,11,1). Por lo tanto, no debe sorprendernos que inicialmente sean escasas las referencias a Jesús en la literatura no cristiana. Poco tiempo después, con el crecimiento de la Iglesia, estas referencias se multiplicarán.

El dato extrabíblico más antiguo que conservamos sobre Jesús es un texto escrito en griego en torno al año 93 por Flavio Josefo, historiador judío que defendió los territorios de Galilea contra Vespasiano, y que luego se cambió de bando y ayudó a los romanos a tomar Jerusalén en el año 70. Al describir los acontecimientos en torno a los años 30, afirma:

En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en discípulos suyos. Pilato lo condenó a ser crucificado y a morir. Los convertidos en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según esto fue quizá el mesías de quien los profetas habían contado maravillas28.

Otra noticia antigua proviene de Plinio el Joven, gobernador de Bitinia (actual Turquía), en torno al año 112. En una carta al Emperador Trajano, le describe las prácticas de los cristianos. Es importante notar la centralidad de Cristo y el culto que la comunidad le rinde, como a Dios, incluso a riesgo de la propia vida:

Por otra parte, ellos afirmaban que toda su culpa y error consistía en reunirse en un día fijo antes del alba y cantar a coros alternativos un himno a Cristo como a Dios (quasi Deo) y en obligarse bajo juramento no ya a perpetrar delito alguno...29.

Uno de los grandes historiadores romanos, Tácito, en torno al año 116, al describir la crueldad de Nerón, también alude a Jesús de Nazaret:

Mas, ni con los remedios humanos ni con las larguezas del príncipe o con los cultos expiatorios perdía fuerza la creencia infamante de que el incendio [de Roma] había sido ordenado [por Nerón]. En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad [de Roma], lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de actividades y vergüenzas. El caso fue que se empezó por detener a los que confesaban abiertamente su fe, y luego, por denuncia de aquéllos, a una ingente multitud, y resultaron convictos no tanto de la acusación del incendio cuanto de odio al género humano. Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por los perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día,eran quemados de manera que sirvieran como iluminación durante la noche30.

Junto con la mención histórica acerca de Jesús, Tácito, que profesa desprecio por los cristianos, nos informa sobre los martirios que padecieron muchos cristianos en torno al año 64, es decir, durante la persecución de Nerón. Finalmente, Suetonio, recuerda que por el año 49, el Emperador Claudio «expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto»31. Naturalmente «Cresto» es una deformación del nombre de Cristo. Esta noticia concuerda con Hech 18,2-3, que menciona a un judío llamado Aquila y a su mujer Priscila, quienes habían salido de Roma por causa del decreto de Claudio.

De este modo, la existencia de Jesús, sus prodigios, la conformación de un grupo de seguidores, las circunstancias de su muerte, la participación de Pilato y las tempranas y firmes convicciones de sus discípulos, tanto de su resurrección como de su divinidad, están atestiguadas por varios autores no cristianos e incluso anticristianos.

Si estos datos nos parecen demasiado modestos, es por falta de familiaridad con los estudios de historia antigua. Para tener un juicio adecuado, deberíamos comparar lo que sabemos de Jesús con lo que sabemos de sus contemporáneos. De la inmensa mayoría de las decenas de millones de habitantes del Imperio Romano, no sabemos nada; de un grupo reducidísimo conocemos el nombre; y de un grupito aún más pequeño, poseemos algunos datos biográficos. Jesús, entonces, pertenece al pequeñísimo grupo de los personajes mejor conocidos de la antigüedad.

No sólo sabemos más de Jesús que lo que sabemos acerca de los que fueron crucificados junto a él, o de Simón de Cirene, o de Gamaliel, o del Sumo Sacerdote; incluso si consideramos personajes tan importantes como Pilato, Procurador de la Provincia de Judea por un largo período, o Tito Livio32, el gran historiador romano, nos daremos cuenta de que, en términos comparativos, sabemos mucho de Jesús, por fuentes diversas y confiables.

B. Testimonios de la literatura cristiana antigua33

Contamos con textos muy hermosos que nos permiten acceder a las convicciones de los cristianos de los primeros siglos. Pero los datos acerca de Jesús que ellos contienen dependen de la tradición del Nuevo Testamento y, por tanto, no nos ofrecen datos nuevos. Nos permiten, eso sí, conocer más de cerca el desarrollo de la teología cristiana. Son un vehículo privilegiado para conocer las afirmaciones acerca de la identidad de Jesús de los cristianos del año 95 o del 107, pero nos aportan poquísimo material complementario para conocer históricamente a Jesús.

La Didaché es un breve escrito judeocristiano de fines del siglo I. Es un documento precioso para conocer algo de la liturgia cristiana más primitiva y de ella podemos deducir la centralidad de Jesús en el culto cristiano primitivo:

En cuanto a la eucaristía, dad gracias así. En primer lugar, sobre el cáliz: Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa vid de David, tu siervo, que nos diste a conocer por Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Luego, sobre el pedazo [de pan]: Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Así como este trozo estaba disperso por los montes y reunido se ha hecho uno, así también reúne a tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder por los siglos por medio de Jesucristo. Nadie coma ni beba de vuestra eucaristía a no ser los bautizados en el nombre del Señor, pues acerca de esto también dijo el Señor: ‘No deis lo santo a los perros’ (Didaché, IX,1-5).

Las cartas de San Ignacio de Antioquía, obispo martirizado en Roma en torno al año 107, nos transmiten las convicciones cristológicas de este cristiano de origen pagano que estuvo dispuesto a entregar su vida por amor a su Señor. Insiste tanto en la realidad de la humanidad de Jesús como en su divinidad:

Por tanto, haceos los sordos cuando alguien os hable a no ser de Jesucristo, el de la descendencia de David, el hijo de María, que nació verdaderamente, que comió y bebió, que fue verdaderamente perseguido en tiempo de Poncio Pilato, que fue crucificado y murió verdaderamente a la vista de los seres celestes, terrestres e infernales. Él resucitó verdaderamente de entre los muertos, habiendo sido resucitado por su mismo Padre, y a semejanza suya, a los que hemos creído en Él, también su Padre nos resucitará en Jesucristo, fuera del cual no tenemos vida verdadera (Carta a los Tralianos, IX,1-2).

Pues algunos acostumbran a divulgar el Nombre con perverso engaño, pero hacen cosas indignas de Dios. A esos es necesario que los evitéis lo mismo que a las fieras, pues son perros rabiosos que muerden a traición, de los cuales es necesario que os guardéis pues sus [mordeduras] son difíciles de curar. Hay un solo médico, carnal y espiritual, creado e increado, Dios hecho carne, vida verdadera en la muerte, [nacido] de María y de Dios, primero pasible y, luego, impasible, Jesucristo nuestro Señor (Carta a los Efesios, VII,1-2).

De nada me servirán los confines del mundo ni los reinos de este siglo. Para mí es mejor morir para Jesucristo que reinar sobre los confines de la tierra. Busco a Aquél que murió por nosotros. Quiero a Aquél que resucitó por nosotros. Mi parto es inminente. Perdonadme, hermanos. No impidáis que viva; no queráis que muera. No entreguéis al mundo al que quiere ser de Dios, ni lo engañéis con la materia. Dejadme alcanzar la luz pura. Cuando eso suceda, seré un hombre. Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios (Carta a los Romanos, VI,1-3).

C. Testimonios de la tradición apócrifa

La literatura apócrifa está constituida por textos cristianos que no pertenecen a la Biblia pero que imitan los géneros literarios del Nuevo Testamento (Evangelios, Hechos, Cartas y Apocalipsis), y se presentan como escritos por un personaje de la época apostólica de gran autoridad. El término apócrifo quiere decir escondido, oculto, porque este tipo de textos reclaman su autoridad de una tradición oculta. Los primeros que aplican el término apócrifo a estos textos son sus propios autores (ej. El Apócrifo de Juan). Esta literatura nace por dos motivos:

1) Un grupo de textos, de carácter más folcklórico, surge del deseo de alimentar la piedad de los fieles y saciar su curiosidad, por medio de la composición de leyendas piadosas sin ningún valor histórico y llenas de datos pintorescos.

2) El otro grupo nace de motivaciones más teológicas que buscan propagar una determinada imagen de Jesús, muchas veces proveniente de algún grupo particular.

No se puede negar como principio que los apócrifos más antiguos, como el Evangelio de Tomás, puedan contener algún dato transmitido oralmente que no quedó registrado en el Nuevo Testamento. Pero, en la práctica, los datos atendibles que contienen los apócrifos acerca de las palabras y los hechos de Jesús son precisamente los que dependen del Nuevo Testamento; el resto es obra del autor o de la escuela a la que perteneció. De este modo, los apócrifos, en líneas generales, están conformados por datos extraídos de los Evangelios canónicos mezclados a las especulaciones o creaciones del autor del texto.

Algunos ejemplos de literatura apócrifa34

a. Apócrifos de origen popular

El Evangelio Árabe de la Infancia ¿siglo V?

Cuando Jesús tenía tres años de edad, había, en aquel país, una mujer, cuyo hijo, llamado Judas, estaba poseído del demonio. Y cada vez que éste lo asaltaba, Judas mordía a cuantos se acercaban a él, y si no encontraba a nadie a su alcance, se mordía las manos y los demás miembros de su cuerpo. Cuando la madre de este desventurado supo que Jesús había curado muchos enfermos, llevó su hijo a María. Pero, en aquel momento, Jesús no estaba en casa, por haber salido, a jugar. Y, así que estuvieron en la calle, se sentaron todos, y Jesús con ellos. Judas, el poseído, sobrevino, y se sentó a la derecha de Nuestro Señor. Su obsesión lo invadió de nuevo, y quiso morder a Jesús. No pudo, pero lo golpeó en el costado derecho. Jesús se puso a llorar, y, en el mismo instante y ante los ojos de varios testigos, el demonio que obsesionaba a Judas lo abandonó bajo la forma de un perro rabioso. Y aquel muchacho que pegó a Jesús, y de quien salió el demonio, era el discípulo llamado Judas Iscariotes, el que entregó a Nuestro Señor a los tormentos de los judíos. Y el costado en que Judas lo golpeó fue el mismo que los judíos atravesaron con una lanza (XXXV,1-2).

Un día, cuando Jesús había cumplido los siete años, jugaba con sus pequeños amigos, es decir, con niños de su edad. Y se entretenían todos en el barro, haciendo con él figurillas, que representaban pájaros, asnos, caballos, bueyes, y otros animales. Y cada uno de ellos se mostraba orgulloso de su habilidad, y elogiaba su obra, diciendo: Mi figurilla es mejor que la vuestra. Mas Jesús les dijo: Mis figurillas marcharán, si yo se lo ordeno. Y sus pequeños camaradas le dijeron: ¿Eres quizá el hijo del Creador? 2. Y Jesús mandó a sus figurillas marchar, y en seguida se pusieron a dar saltos. Después, las llamó, y volvieron. Y había hecho figurillas que representaban gorriones. Y les ordenó volar, y volaron, y posarse, y se posaron en sus manos. Y les dio de comer, y comieron, y de beber, y bebieron. Y, ante unos jumentos que hiciera, puso paja, cebada y agua. Y ellos comieron y bebieron. Los niños fueron a contar a sus padres todo lo que había hecho Jesús. Y sus padres les prohibieron para en adelante jugar con el hijo de María, diciéndoles que era un mago, y que convenía guardarse de él (XXXVI,1).

Naturalmente, un texto como el Evangelio Árabe de la Infancia nos presta el servicio de darnos a conocer la piedad popular de un particular grupo de cristianos del siglo V, pero en nada contribuye para el conocimiento histórico de Jesús de Nazaret.

b. Apócrifos de origen gnóstico

Evangelio de Felipe, probablemente, del siglo II

Jesús los llevó a todos a escondidas, pues no se manifestó como era (de verdad), sino de manera que pudiera ser visto. Así se apareció [...] a los grandes como grande, a los pequeños como pequeño, a los ángeles como ángel y a los hombres como hombre. Por ello su Logos se mantuvo oculto a todos. Algunos le vieron y creyeron que se veían a sí mismos; mas cuando se manifestó gloriosamente a sus discípulos sobre la montaña, no era pequeño: se había hecho grande, e hizo grandes a sus discípulos para que estuvieran en condiciones de verle grande (a Él mismo). Y dijo aquel día en la acción de gracias: ‘Tú que has unido al perfecto a la luz con el Espíritu Santo, une también a los ángeles con nosotros, con las imágenes’ (pp. 57-58).

Evangelio de Tomás, texto del siglo II con fuentes del siglo I

112. Dijo Jesús: ‘¡Ay de la carne que depende del alma! ¡Ay del alma que depende de la carne!’.

113. Le dijeron sus discípulos: ‘¿Cuándo va a llegar el Reino?’ (Dijo Jesús): ‘No vendrá con expectación. No dirán: ¡Helo aquí! o ¡Helo allá!, sino que el reino del Padre está extendido sobre la tierra y los hombres no lo ven’.

114. Simón Pedro les dijo: ‘¡Que se aleje María [Magdalena] de nosotros!, pues las mujeres no son dignas de la vida’. Dijo Jesús: ‘Mira, yo me encargaré de hacerla varón, de manera que también ella se convierta en un espíritu viviente, idéntico a vosotros los varones: pues toda mujer que se haga varón, entrará en el reino del cielo’.

El Evangelio de Judas, posiblemente del siglo II

‘En verdad te digo, Judas, que [los que] ofrecen sacrificios a Sacias [...] dios [...] toda obra mala. Pero tú los sobrepasarás a todos, pues sacrificarás al hombre que me reviste’. Ya se levanta tu cuerno / y se enciende tu ira, / tu astro transita / y tu corazón [...]. ‘En verdad [te digo]: Tus últimos [... seis líneas con palabras sueltas].

El arconte que será destruido. Y entonces enaltecida la figura de la gran generación de Adán, porque aquella generación existe previamente al cielo, a la tierra y a los ángeles, procedente del eón.

He aquí que todo te ha sido revelado. Levanta tus ojos y contempla la nube y la luz que hay en ella y los astros que la rodean: el astro que hace de este es tu astro’.

Judas miró hacia arriba y vio la nube de luz y entró en ella. Los que se hallaban alrededor en la parte de abajo oyeron una voz que venía de la nube y decía: [...] gran generación [...] imagen [...] [cinco líneas con letras sueltas].

Estos breves ejemplos nos muestran hasta qué punto los apócrifos mezclan datos evangélicos con las especulaciones de las propias escuelas, en este caso, gnósticas. El desprecio de la materia, el carácter elitista de la revelación, la inferioridad del espíritu femenino y la oposición entre lo interior y exterior, son temas propios del pensamiento griego del siglo II, y no provienen del ambiente palestinense en que vivió Jesús. La mayor confiabilidad del Nuevo Testamento está asegurada porque sus escritos son por mucho anteriores a los apócrifos tal como hoy los conocemos. Estos documentos son utilísimos para conocer algunas líneas de la teología cristiana primitiva, pero no son un aporte para acceder históricamente a Jesús de Nazaret.

D. ¿Es legítima cualquier interpretación de Jesús?

Después de examinar estos textos, que ofrecen diversas interpretaciones de la persona de Jesús, nos preguntamos: ¿Se puede decir cualquier cosa sobre Jesús? ¿Es legítima cualquier interpretación de Jesús? ¿Qué criterio nos puede orientar para discernir qué se puede decir acerca de Jesús y qué no?

El criterio que permite discernir qué se puede afirmar legítimamente acerca de Jesús es, naturalmente, la continuidad con la realidad histórica de Jesús de Nazaret. Es decir, una interpretación que verdaderamente hunda sus raíces en la persona misma del Maestro de Galilea, es legítima.

Obviamente, la pregunta que sigue es ¿cómo se puede evaluar la continuidad de una interpretación de Jesús con la realidad histórica de Jesús mismo? Es el propósito de este libro. Por medio de los documentos antiguos, estudiados críticamente, se puede acceder, al menos parcialmente, a las primeras convicciones acerca de Jesús, y a las palabras y acciones del propio Jesús. Una vez delineada la figura histórica de Jesús y las convicciones de sus discípulos directos, podemos examinar los apócrifos y preguntarnos: ¿Hay continuidad entre la presentación de Jesús que ofrece este documento y la realidad histórica de Jesús de Nazaret? La respuesta a esta pregunta nos permite discernir el valor de cada documento.

3. EL NUEVO TESTAMENTO

A. Valor histórico del Nuevo Testamento

¿Se puede confiar en el Nuevo Testamento como fuente histórica? Antes de enfrentar este problema, hay una pregunta anterior: ¿Podemos confiar en los documentos antiguos? o mejor: ¿Podemos estudiar la antigüedad sin confiar en las fuentes antiguas? o más radicalmente: ¿Es posible conocer sin confiar?

Ciertamente, el que desconfía de todo, no podrá conocer siquiera el presente, y mucho menos informarse de la antigüedad. «Tenemos que reconocer que, históricamente hablando, el testimonio es el único medio de acceso a la realidad histórica, y el único con valor»35. En definitiva, no se puede vivir sin confiar. El slogan «yo confío sólo en lo que puedo verificar personalmente», no resiste ni el menor análisis crítico. Paradójicamente, los que desconfían de los evangelios terminan por confiar en cualquier reportaje o novela de dudosa procedencia. Naturalmente, no se trata de una confianza ingenua, sino crítica, pues las mismas fuentes antiguas a veces son inconsistentes e incluso contradictorias. De todos modos, la ciencia histórica aporta los métodos para controlar críticamente la confiabilidad de los documentos de la antigüedad.

Hoy en día, en los tribunales de justicia, se absuelve o se condena a una persona no sobre la base del uso de «la máquina del tiempo», que permitiría verificar si tal sospechoso participó o no en un determinado delito, sino a partir de documentos y testimonios críticamente confrontados y analizados. El historiador actúa de una manera semejante: compara y analiza críticamente los documentos y los testimonios, y luego, por medio de un método científico, evalúa la confiabilidad de los documentos y reconstruye los acontecimientos. Es lo que hace también el historiador del cristianismo.

El Nuevo Testamento no es un libro de historia, en el sentido moderno de la palabra, ni es un escrito neutro, puesto que está totalmente comprometido con la difusión del cristianismo (en realidad, ningún escrito es neutro). Pero decir que los textos del Nuevo Testamento no son textos de historia en el sentido moderno es algo tan obvio como decir que los documentos antiguos no son modernos. Afirmar que los evangelios no son biografías en el sentido moderno de la palabra, es tan obvio como decir que las biografías antiguas no son biografías modernas. ¡Ninguna biografía escrita en la antigüedad es una biografía en el sentido moderno! Pues, ningún escrito antiguo es un texto de historia en el sentido moderno de la palabra. Más aún, hoy seguimos reconstruyendo la historia, incluso la más reciente, sobre la base de escritos que no pretenden ser textos de historia.

Durante siglos, la convicción de que la Biblia es un libro inspirado fue un motivo para confiar en los Evangelios. Por el contrario, la crítica histórica moderna postulará injustamente que los textos evangélicos, por su carácter propagandístico, no son dignos de confianza. Son presentados, en términos negativos, como textos tendenciosos, es decir, como documentos que están al servicio de la propagación del mensaje de la Iglesia y, por ello, se debe desconfiar de su veracidad histórica. Veracidad que se le otorga a cualquier otra fuente antigua: Cuando Plinio el Joven, Flavio Josefo u otro escritor antiguo afirma algo, no se le somete a una crítica tan severa. Así, de modo paradójico e injusto, se tiende a aceptar pacíficamente lo que afirma un autor pagano y se desconfía sistemáticamente de lo que transmite un autor inspirado.

Como sucede con todos los textos, y de modo particular con los de la antigüedad, para comprender su valor histórico, es necesario tener en cuenta su formación, su interpretación, sus fuentes y la confiabilidad de su texto.

B. El texto del Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento es el conjunto de textos mejor estudiado de la humanidad. Ningún texto ha sido tan investigado, comentado, analizado, atacado, refutado y defendido por tantos y tan agudos especialistas, partidarios o adversarios, a lo largo de sus casi dos mil años de historia.

Como cualquier documento antiguo, el Nuevo Testamento llega a nosotros por medio de manuscritos. De ninguna obra literaria de la antigüedad se conserva el manuscrito original de su autor (lo que se llama el autógrafo); toda la literatura antigua, clásica y cristiana, nos es accesible por medio de copias de copias de copias del original. El autógrafo más antiguo que se conserva de una obra literaria es de Francisco Petrarca, poeta italiano del siglo XIV. Todas las obras anteriores nos llegan por medio de copias.

Para tener una idea de la cantidad y la antigüedad de los manuscritos, es útil observar la siguiente tabla:

AUTOR FECHA DEL ORIGINAL COPIA MÁS ANTIGUA DISTANCIA CANTIDAD DE MANUSCRITOS
Plinio el Joven 110 d.C. 850 d.C. 740 años 7
Platón 375 a.C. 900 d.C. 1.275 años 7
Suetonio 150 d.C. 950 d.C. 800 años 8
Sófocles 410 a.C. 1.000 d.C. 1.410 años 49
Homero 900 a.C. 400 d.C. 1.300 años 193
Nuevo Testamento 50-100 d.C. siglo II d.C. 80 años 634

Tal como se aprecia en la tabla anterior, el Nuevo Testamento es el conjunto documental mejor transmitido de la antigüedad. En la tabla aparece la cantidad de 634 manuscritos griegos, que son los utilizados para la edición crítica del Nuevo Testamento realizada por el Institut für neutestamentliche Textforschung de Münster36, pero en realidad, se conservan muchísimos más.

En total se cuentan 6.033 manuscritos: 110 papiros, 299 manuscritos en mayúscula, 2.812 en minúscula y 2.281 leccionarios, algunos de ellos del siglo II y III, e incluso se conserva algún trocito que puede ser de fines del siglo primero o inicios del segundo (por ejemplo, el P52, de la Biblioteca Ryland en Manchester, ver la ilustración en p. 267).

De este modo, para algunos documentos, hay menos de cien años entre el original y las copias más antiguas. De aquí se desprende que desconfiar de los textos del Nuevo Testamento significaría desconfiar muchísimo más de toda la literatura de la antigüedad.

Del Evangelio de Judas, por ejemplo, se conserva sólo un manuscrito del siglo IV que contiene una traducción copta del original griego, lo que demuestra que en su época fue un texto poco leído, poco copiado y, por ello, posiblemente, poco relevante. Por todo lo anterior, los cuatro evangelios tienen muchísimo sustento material, histórico y científico, muchísimo más que los apócrifos y que, en general, el resto de la literatura de la antigüedad.

A continuación, se presenta una página que pertenece a la edición crítica del Nuevo Testamento en su idioma original. Se trata de la edición 27 de Nestle-Aland, de 1994.

El texto corresponde a Jn 4,48-5,3. La parte superior contiene el texto mismo y la parte inferior es el aparato crítico que consigna por medio de signos especializados las variantes textuales, es decir, las diferencias registradas entre un manuscrito y otro. Basta dar una mirada a esta página de su edición crítica, para convencerse de la seriedad del trabajo científico que hay detrás de este texto.


Los manuscritos más útiles para establecer nuestro actual texto son los grandes códices unciales de los siglos IV y V, que por lo general, contienen el Nuevo Testamento completo, es decir, los cuatro evangelios, Hechos, las cartas y el apocalipsis. Los principales son: el códice Sinaítico, del siglo IV, Londres; el códice Vaticano, del siglo IV, Roma; el códice Alejandrino, del siglo V, Londres; el códice Efrén Rescripto, del siglo V, París y el códice Beza, del siglo V, Cambridge.

Los papiros, incluso los que contienen textos relativamente breves, sirven para comprender el 'árbol genealógico' (stemma codicum) de los grandes manuscritos y así comprobar que estos grandes códices del siglo IV y V nos permiten reconstruir el texto del Nuevo Testamento tal como se leía en el siglo II. Los papiros más antiguos son los siguientes:

P46, cartas de Pablo, año 200, Chester Beatty, Dublín.

P52, Jn 18,31-33.37-38, año 125, John Rylands Library.

P64, fragmentos de Mt, año 200, Oxford - Barcelona.

P66, el Evangelio de Juan, año 200, Colección Bodmer.

P90, Jn 18,36-19,7, Oxyrhyncus 3523, siglo II, Oxford.

(Ver las ilustraciones en pp. 266-271).

C. Formación del Nuevo Testamento

El gráfico que está a continuación muestra la fecha de la redacción final de los diversos escritos del Nuevo Testamento. Naturalmente, cada fecha es discutida por los estudiosos, pero el cuadro nos proporciona una visión de conjunto coherente.


* Datos tomados del Nuevo Comentario bíblico San Jerónimo, Verbo Divino 2006.

a. Las cartas de San Pablo

Los documentos más antiguos del Nuevo Testamento son las cartas de Pablo. Y entre ellas, la más antigua es la primera a los tesalonicenses, datada en el año 50. San Pablo es el teólogo más decisivo del Nuevo Testamento (J. Gnilka), pero sus cartas no son escritos sistemáticos, sino ocasionales (es decir, responden a una ocasión específica). Su teología se apoya: a) en la Escritura (el Antiguo Testamento que recibe del judaísmo); b) en su vocación–revelación (camino de Damasco); y c) en las tradiciones que recibe de la comunidad cristiana anterior a él. A partir de todos esos elementos, elabora su teología. Lo más propio de la teología de Pablo es la universalidad de la gracia.

Escritura—Revelación personal—Tradición cristiana—Teología paulina

Si bien se puede distinguir en Pablo su labor de transmisor de la Tradición y la de teólogo original, toda su elaboración teológica está marcada por la Tradición (que recibe y transmite) y por la Escritura. Ya en los primerísimos años hay un cierto grupo de convicciones comunes a las diversas comunidades cristianas que Pablo recibe y transmite. Por ello, dentro de los escritos del Apóstol, podemos distinguir tres clases de material:

1. Material prepaulino: se trata de una cantidad de breves afirmaciones y cánticos que provienen de las comunidades cristianas más primitivas, anteriores a las cartas, y que San Pablo recibió e integró en sus escritos.

2. Material propiamente paulino. Son las cartas de Pablo propiamente tales, es decir, aquellas que escribió, o mejor dicho, que dictó personalmente (cf. Gál 6,11). Así, 1 Tesalonicenses, 1 y 2 Corintios, Romanos, Gálatas, Filemón y Filipenses ciertamente provienen de la pluma de Pablo. Colosenses y Efesios no es claro si son paulinas o déutero-paulinas.

3. Material déutero-paulino. Se trata de algunas cartas que es posible que hayan sido redactadas después de la muerte de Pablo, por sus discípulos y con ideas propias de Pablo. En la antigüedad, el concepto de autor era más amplio que el nuestro. 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, y Tito posiblemente son posteriores a Pablo. La Carta a los Hebreos ciertamente no es de Pablo (la carta tampoco lo dice).

b. Los Evangelios y la cuestión sinóptica

Los evangelios canónicos, es decir, los contenidos en el Nuevo Testamento, son los escritos que contienen una información más amplia y mejor documentada sobre la vida de Jesús. Estos escritos pueden considerarse auténticas biografías, siempre y cuando tengamos en cuenta que las biografías antiguas no son idénticas a las modernas.

Quienes escribieron estas antiguas biografías de Jesús buscaban, ante todo, mostrar el significado de las acciones y palabras de Jesús, y estaban menos preocupados por la exactitud cronológica y material de los hechos narrados. Por ello, los evangelios nos transmiten los hechos y el significado de los hechos, sin que podamos renunciar a ninguno de estos elementos: los hechos sin significado son irrelevantes y no valdría la pena transmitirlos; y por el contrario, el puro significado sin los hechos es evasión, y contradice el carácter histórico de la encarnación y la revelación.

Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas son muy parecidos y poseen muchas tradiciones en común. Se les llama sinópticos (adjetivo de la palabra syn-opsis que significa visión conjunta), porque sus coincidencias permiten leerlos en columnas paralelas. Sus enormes coincidencias hacen pensar que debe existir alguna relación de dependencia literaria entre ellos. Así se plantea el problema sinóptico, que consiste en saber cómo se explican las semejanzas y a la vez las diferencias entre estos tres evangelios.

Después de muchos intentos, actualmente la mayoría de los estudiosos considera que la mejor manera de explicar las diferencias y semejanzas entre los evangelios es suponer que:

1. El evangelio de Mc es el más antiguo, y tanto Mt como Lc lo conocieron y lo incorporaron casi por completo en sus propias obras. Así se explica aquello que está en estos tres evangelios. En tanto, Mt y Lc no se conocieron entre ellos, lo que explica sus diferencias.

2. Mt y Lc de modo independiente conocieron, además, un documento que contenía gran cantidad de palabras de Jesús, organizadas en forma de colecciones de dichos y parábolas. Partes de este documento, al que los estudiosos se refieren con la sigla Q, habrían servido a estos evangelistas para configurar algunos de los discursos de Jesús (ej. el sermón del monte en Mt y el sermón del llano en Lc).

3. Mt y Lc incorporaron también a sus obras capítulos de la infancia de Jesús, escenas de apariciones del Resucitado y algunas otras unidades literarias propias. Un material variado que cada uno habría hallado en la tradición de su comunidad. A todo esto hay que agregar el genio de cada uno de estos escritores que combina, ordena y sintetiza, de modo personal, el material del que dispone.

Estas relaciones podrían resumirse en el presente diagrama, en el que la sigla M representa el material propio de Mateo, y L el de Lucas. Según esta hipótesis, Marcos debió ser el evangelio más antiguo. En la composición de su relato, utilizó seguramente tradiciones y colecciones anteriores como colecciones de parábolas, de controversias, de milagros y el relato de la pasión. De este modo, el actual texto de San Marcos habría sido redactado a fines de la década de los años 60, pero contando con material anterior. Algunos estudiosos creen que, por ejemplo, el relato de la pasión ya estaba redactado en torno a los años 35 ó 36, es decir, muy poco tiempo después de los acontecimientos descritos, cuando muchos testigos oculares estaban vivos y presentes en las comunidades.


La tarea de Marcos no consistió simplemente en reunir todas estas tradiciones, sino que las actualizó y las organizó siguiendo un esquema que los misioneros cristianos utilizaban para contar los principales acontecimientos de la vida de Jesús (véase Hech 10,37-41).

Mateo y Lucas no sólo siguieron el trazado básico de Marcos, sino que incluyeron en sus relatos la mayor parte de dicho evangelio, aunque con importantes modificaciones, que tratan de aplicar los diversos pasajes a las situaciones de sus respectivas comunidades. En el trazado de Marcos, incluyeron las tradiciones procedentes del documento Q y otras tradiciones propias, en un claro intento de completar la obra de Marcos. Ambos evangelios suponen pues, un paso más en el proceso de integración de las tradiciones cristianas iniciado por Marcos.

c. El documento Q

El documento Q o fuente de los dichos, no se descubrió en la arena del desierto o en una gruta olvidada, sino al interior del texto de los evangelios37. De la comparación de los tres primeros evangelios se comprueba que hay unos 230 versículos que no están en Marcos, pero que sí se encuentran en Mt y Lc. En algunos casos, estos versículos son literalmente idénticos, lo que dificulta que estas semejanzas se expliquen sólo por una tradición oral común.

Las semejanzas entre estos textos se explicarían recurriendo a la hipótesis de la utilización de una fuente escrita común, conocida y utilizada tanto por Mateo como por Lucas. A este hipotético documento se le llama Q, es decir, la fuente (en alemán, fuente se dice Quelle). Este texto habría consistido en una colección de dichos de Jesús, y Lc habría mantenido su orden. El documento no se conserva físicamente en ningún manuscrito, pero a partir de la comparación del material común a Mt y Lc que no se encuentra en Mc, se ha podido incluso reconstruir como texto. Algunos versículos considerados pertenecientes al documento Q se encuentran también, en una forma similar, en el Evangelio de Tomás, texto apócrifo cuya redacción actual es del siglo II.

Hay bastante consenso entre los estudiosos en que el ambiente de proveniencia de Q es Galilea. Su datación, por el contrario, es más discutida: mientras unos la fijan en torno al año 70, otros la sitúan en la década de los 40 ó 50, e incluso algunos afirman que este documento, como colección de dichos, tomó su primera forma estable en tiempos del ministerio público de Jesús, puesto que no alude a la muerte y resurrección38. Esto significaría que ya en tiempos de la actividad terrena de Jesús, sus discípulos comenzaron a recordar y a transmitir oralmente sus dichos como ayuda a sus labores misioneras.

d. El evangelio de Juan

El evangelio de San Juan contiene la cristología más elaborada del Nuevo Testamento. A diferencia de los sinópticos, que transmiten sentencias y parábolas más bien breves y en los que la identidad de Jesús se revela gradualmente, el evangelio de San Juan contiene amplios discursos de Jesús, cuya identidad es explícita para los discípulos desde el primer capítulo.

El evangelio de Juan ha sido menos utilizado para la reconstrucción histórica de Jesús, pues su versión final se puede datar entre el año 90 y el 100. Actualmente es aceptado por los estudiosos que Juan contiene una tradición histórica muy antigua, independiente de los sinópticos (la fuente de los signos, discursos, relato de la pasión, etc.). De este modo, aún si la redacción final del texto es tardía (década de los años 90), contiene mucho material antiguo que ha sido introducido y reelaborado a la luz de la reflexión eclesial de la comunidad de Juan.

e. Formación de los Evangelios

El Concilio Vaticano II, en 1965, en la Constitución dogmática Dei Verbum, n. 19, sobre la revelación, enfrentó el tema de la formación de los evangelios:

La santa Madre Iglesia firme y constantemente ha mantenido y mantiene que los cuatro Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, transmiten fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día en que fue levantado al cielo (cf. Hech 1,1-2). Los Apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y hecho, con aquel mayor conocimiento de que ellos gozaban, ilustrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o desarrollándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo, en fin, la forma de anuncio, de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes ‘desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra’ para que conozcamos ‘la verdad’ de las palabras que nos enseñan (cf. Lc 1,2-4).

De acuerdo con el texto magisterial, habría que distinguir tres etapas en la configuración de los evangelios:

a) Las acciones y enseñanzas de Jesús

b) La predicación de los apóstoles

c) La redacción de los evangelios

Los autores de los evangelios, entonces, se valieron de testimonios orales y fuentes escritas. Luego, seleccionaron, reagruparon, sintetizaron, combinaron y las desarrollaron de acuerdo con la situación de sus comunidades. El género literario de estos relatos no es el de la cronología, sino el del anuncio (kerigma), porque la intención original de estos textos no fue ofrecer material a los historiadores, sino suscitar y alimentar la fe de los oyentes.

En un interesante estudio, R. Bauckham39, insiste en la cercanía entre los escritos evangélicos y los testigos directos de Jesús. Al tiempo de escribirse los evangelios, quienes gozaban de la mayor autoridad en la transmisión de los hechos y palabras del Señor eran los discípulos de Jesús o quienes habían escuchado directamente a los apóstoles40. Por ello, según un obispo del siglo I-II, en aquel tiempo, se prefería el testimonio oral que el libro escrito. Entiéndase bien: lo que se consideraba superior a los libros no era la tradición oral, sino el testimonio oral, es decir, el contacto directo, de primera mano, con quienes fueron testigos oculares de Jesús o con los discípulos de ellos. Naturalmente, para que se perpetúe el testimonio oral, es necesario ponerlo por escrito. Es precisamente lo que hacen los evangelistas.

No debemos imaginar, entonces, que la tradición acerca de Jesús se propagaba por medio de anónimas comunidades que relataban, creaban y modificaban dicha tradición, sino mediante testigos concretos, con nombre, que enseñaban públicamente, que gozaban de autoridad en las comunidades y que, eventualmente, podían ser consultados. Es muy razonable pensar que durante el período de la redacción de los evangelios, varios seguidores directos de Jesús y muchos testigos directos de la predicación de los apóstoles estuvieran vivos. El prólogo de Lucas, iluminado por otros textos antiguos, confirma que el referente fundamental para la composición de los evangelios no fueron tradiciones anónimas elaboradas en diversas comunidades, sino discípulos concretos, con nombre, que habían seguido a Jesús o que habían escuchado a los apóstoles. De este modo, es necesario tomar en serio las palabras iniciales de Lucas, cuando afirma que su evangelio se basa en los que «desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra» (Lc 1,2). Es decir, en aquellos que conocieron a Jesús, desde el comienzo, y que luego se dedicaron a propagar su testimonio por el ministerio de la Palabra41.

Luego, la tradición de Jesús no pasó de boca en boca a través de muchas comunidades colectivas y anónimas antes de ser puesta por escrito en los evangelios, sino que inicialmente fue transmitida por testigos oculares, concretos y con nombre, que habían seguido a Jesús mismo, y luego fue puesta por escrito sobre la base de los testigos directos. En definitiva, hay una relación mucho más estrecha entre los testigos oculares de Jesús y los redactores de los evangelios. Esta relación está constituida por vínculos concretos con personas específicas. Dada la fecha de composición de los evangelios, la cantidad de eslabones en esta cadena es mínimo, ya que al menos los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas fueron redactados cuando aún estaban vivos algunos discípulos de Jesús.

Por otra parte, es necesario valorar los evangelios de acuerdo con su propio propósito. No debemos pedirles que sean lo que no pretenden ser: no son libros de ciencia ni una colección de datos históricos. El propósito de los evangelios no es elaborar una cronología de los hechos o proporcionar datos para el historiador moderno, sino proclamar la revelación de Dios en Jesús de Nazaret. Y como la revelación se ha dado en la historia, la proclamación tiene forma de narración, porque se anuncia que, en Jesús, Dios ha actuado en la historia.

La actividad propia del historiador antiguo consistía primero en investigar, sobre la base de testigos, y luego componer una narración razonada, para lo cual debía seleccionar, combinar y reordenar el material adquirido en la investigación. Es lo que hicieron los evangelistas. El resultado de este seleccionar, reagrupar, sintetizar, desarrollar y combinar el material recogido no es una figura menos exacta de la persona de Jesús. De este modo, un cuadro, por ejemplo, de Claude Monet es capaz de expresar muchísimo más de la realidad que una simple fotografía. La fotografía es más precisa para describir la figura exterior de un rostro, pero es incapaz de expresar la interioridad y el drama vital con tanta hondura e intensidad como lo hace la obra de arte.

La pintura, entonces, nos ofrece una imagen mucho más profunda y completa, y que nos permite conocer mejor la realidad de una persona que lo que podría lograrse a través de una simple fotografía. De un modo semejante, los evangelios expresan muchísimo más de Jesús que lo que manifestaría una cronología ordenada de la materialidad de las actividades y palabras de Jesús (y por ello son más fieles que una cronología). Así, los evangelios se parecen más a una obra de arte que a una seca descripción cronológica.

f. Ejemplos de la cuestión sinóptica

Algunas comparaciones permiten familiarizarse con la manera en que los estudiosos distinguen las fuentes evangélicas.

Mt 9,11-13 Mc 2,16-17 Lc 5,30-32
11 Al verlo los fariseos decían a los discípulos: ‘¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?’ 12 Mas él, al oírlo, dijo: ‘No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. 13 Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores’. 16 Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: ‘¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?’ 17 Al oír esto Jesús, les dice: ‘No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores’. 30 Los fariseos y sus escribas murmuraban diciendo a los discípulos: ‘¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?’ 31 Les respondió Jesús: ‘No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. 32 No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores’.

* Los tres textos coinciden porque Lucas y Mateo utilizaron el evangelio de Marcos como fuente.

Mt 11,2-6 Mc Lc 7,18-23
2 Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: 3 «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» 4 Jesús les respondió: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: 5 Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; 6 ¡dichoso el que no halle escándalo en mí!» 18 Sus discípulos llevaron a Juan todas estas noticias. Entonces él, llamando a dos de ellos, 19 los envió a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» 20 Llegando donde él los hombres dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» 21 En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. 22 Y les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; 23 ¡dichoso el que no halle escándalo en mí!»

* Lo común a los relatos, que no está en Marcos, proviene del documento Q. Así se explican las coincidencias literales. Los versículos 20-21 de Lc, que no están en Mateo, es razonable atribuirlos a Lucas.

Mt 13,44-46 Mc Lc
44 El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. 45 También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, 46 y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.

* La presencia de este texto sólo en Mateo indica que este evangelista contaba con una fuente de información propia, que no conocían o no utilizaron los demás evangelistas.

Mt Mc Lc 15,11-13
11 Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; 12 y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. 13 Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino...

* La presencia de este texto sólo en Lucas indica que este evangelista contaba con una fuente de información propia, que no conocían o no utilizaron los demás evangelistas.

D. El método histórico crítico

En 1993, la Pontificia Comisión Bíblica publicó La interpretación de la Biblia en la Iglesia. Este documento contiene la presentación de los diversos métodos de interpretación bíblica. Entre ellos, aborda el método histórico-crítico, los nuevos métodos de análisis literario (retórico, narrativo, semiótico), los acercamientos basados en la tradición (acercamientos canónico, el recurso de las tradiciones judías de interpretación, la historia de los efectos del texto), el acercamiento por las ciencias humanas (sociológico, por la antropología cultural, psicológicos y psicoanalíticos), el acercamiento contextual (liberacionista, feminista) y la lectura fundamentalista.

El método histórico-crítico es el que más ha marcado la exégesis científica actual, y más allá de sus unilateralidades, es el método indispensable para un estudio de orientación histórica como el presente. Por ello, basados en el documento de la Pontificia Comisión Bíblica, presentamos las líneas fundamentales de este método.

Inicialmente, el método histórico-crítico se interesó mucho por la identificación de las fuentes y por distinguir los diversos estratos de los textos bíblicos en su estado actual. Luego, prestó especial atención a la distinción de los géneros literarios. Finalmente, buscó realizar un estudio crítico de la redacción, prestando mayor atención al estado final del texto. Este método intenta dilucidar el proceso histórico que 'produjo' el texto.

Así, el método histórico-crítico parte por establecer bien el texto a partir del estudio de los manuscritos; luego el texto es sometido a un análisis lingüístico para definir las unidades literarias básicas, es decir, el modo adecuado de dividir el texto para distinguir los trozos que provienen de diversos contextos. Una vez identificadas estas unidades, se busca determinar su género literario y ubicarlas en su ambiente original, lo que permite leer el texto en su propio contexto vital original (Sitz im Leben), y con las reglas de su propio género literario. Por último, se estudian las modificaciones que sufrió el texto al ser insertado en el documento actual. Se trata, en síntesis, de reconocer un texto, luego aislarlo para leerlo de acuerdo con su propio género literario y en su contexto original, y finalmente, estudiar el proceso histórico de su inserción en el documento en su estado actual.

Jesús

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