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I

INTRODUCCIÓN NECESARIA

Canten al SEÑOR, que se ha coronado de triunfoarrojando al mar caballos y jinetes.

Éxodo 15.21

Los comienzos

Todo comenzó con la visión de un grupo de tribus nómadas en las tie-rras de Egipto que entendieron haber recibido en una especial revelación divina: Salir de la opresión que sufrían en Egipto, y liberarse del cautiverio que vivían en la sociedad liderada por el faraón. Y esa salida extraordinaria, de acuerdo con los relatos del libro del Éxodo, se constituyó en el núcleo básico que con el tiempo llegó a convertirse en el A.T., para los creyentes cristianos e iglesias, y en la Biblia hebrea, para los judíos en sus sinagogas. El recuerdo de un acto significativo de liberación nacional se convirtió en el fundamento de una extraordinaria obra literaria, que es, el día de hoy, respetada y apreciada igualmente por creyentes y no creyentes.

En efecto, la Biblia hebrea es el testimonio elocuente de un pueblo que descubre su identidad y su razón de ser en lo que ellos entienden son actos divinos de liberación, que les apoyan en su deseo de salir de la opresión y llegar a las nuevas tierras de Canaán, en efecto promisorias, y asentarse y vivir como el resto de las naciones en el Oriente Medio antiguo.

Ese recuento significativo se presenta en diversos géneros literarios, para llegar de ese modo a los diferentes sectores del pueblo y también responder a las necesidades variadas de la sociedad. Los actos divinos de la liberación del pueblo de Israel se articulan en himnos, narraciones, cuentos, leyendas, proverbios, parábolas, leyes, oráculos… Y del estudio sobrio de esas piezas literarias se desprende un gran conocimiento de la vida del pueblo hebreo y judío, en sus diversos períodos históricos.

La gran mayoría de los lectores del A.T. lo hace por razones religiosas. La Biblia hebrea es documento sagrado en las sinagogas y las iglesias, y altamente respetada en las mezquitas. Esa particular motivación se revela inclusive en las formas de disponer el libro, que lo presentan e imprimen como una obra eminentemente religiosa: Escrito en dos columnas, encuadernado en negro y, en ocasiones, con bordes dorados. El presupuesto implícito, espiritual y religioso básico, detrás de este acercamiento, es que en esta singular obra literaria se encuentran enseñanzas que no se descubren en otro tipo de literatura.

El valor religioso de la Biblia hebrea, sin embargo, no agota las posibilidades ni los apetitos de los lectores contemporáneos. Hay quienes llegan a sus páginas para disfrutar una pieza literaria que está a la par con otras obras clásicas del mundo antiguo: Por ejemplo, las tragedias griegas, o las grandes contribuciones literarias de Shakespeare o Cervantes.

Inclusive, hay quienes se acercan a sus mensajes desafiados por sus importantes contribuciones a la civilización occidental. Ciertamente no son pocos los literatos contemporáneos que toman de la Biblia ideas, conceptos, mensajes, personajes, valores y enseñanzas, y las ponen en diálogo con la sociedad actual. Es común, por ejemplo, que la gente de diferentes estratos sociales y niveles académicos, en sus diálogos más íntimos, se refiera a las luchas desiguales como los nuevos encuentros de «David y Goliat», y que describan los gestos de misericordia hacia la gente en desgracia, como las acciones solidarias de los «buenos samaritanos» modernos.

Valores espirituales y teológicos de la Biblia hebrea

El fundamento básico del gran mensaje de la Biblia es el reconocimiento claro y certero de que en su origen mismo se encuentra una experiencia religiosa extraordinaria, significativa y transformadora. Esa gran afirmación teológica se pone en evidencia clara al leer en las páginas del A.T.: Dios se reveló al pueblo de Israel en medio de las vivencias humanas, como Dios Único, Creador de los cielos y la tierra, y Señor del universo y la historia. Y esas profundas convicciones teológicas subrayan la naturaleza profundamente espiritual de las Sagradas Escrituras.

Entre la Biblia hebrea y la cristiana la diferencia fundamental es el N.T., que proclama la vida y las acciones de Jesús de Nazaret, e incluye, además, el testimonio de fe de varios líderes de las primeras iglesias. El A.T. o la Biblia hebrea contiene la esperanza de la llegada del Mesías; y el Nuevo presenta la convicción que ese Mesías esperado ya vino, y se trata de Jesús, el hijo de María de Nazaret y de José de Belén, también conocido como el Cristo de Dios, que es la forma griega de indicar que aquel predicador galileo era el muy esperado ungido del Señor.

De importancia capital en la teología de la Biblia hebrea está el tema del pacto o la alianza de Dios con el pueblo de Israel. Esta relación, de acuerdo con el testimonio escritural, no se fundamenta en las virtudes del pueblo ni se basa en alguna acción positiva de Israel. Por el contrario, de forma libre y espontánea, el Dios que crea y libera, se compromete solemnemente a ser Señor y Redentor del pueblo, y reclama el cumplimiento de una serie de leyes y estipulaciones que revelan su verdadera naturaleza divina, relacionada específicamente con los conceptos de santidad y justicia.

Esa singular afirmación teológica de la alianza o pacto de Dios con el pueblo de Israel se repetía con insistencia y regularidad en los eventos cúlticos y en las fiestas solemnes nacionales. Además, los profetas bíblicos se encargaban de recordarle al pueblo ese importante compromiso divino-humano, cuando la comunidad se olvidaba de vivir a la altura de los reclamos éticos y morales de la fidelidad y lealtad que se debía a Dios.

La afirmación continua de esa relación particular de pacto o alianza entre Dios e Israel, en efecto, se encuentra de forma reiterada en los mensajes de los profetas, y en las enseñanzas de los sabios, en los poemas más hermosos y significativos de los salmos, y en las memorias históricas del pueblo. Los primeros se dedicaban a recordarle al pueblo la naturaleza de la alianza y las implicaciones morales y espirituales del compromiso; y los otros, se encargaban sistemáticamente de transmitir, de generación en generación, las virtudes del pacto, y se dedicaban también a actualizar las repercusiones e implicaciones de la alianza en toda la vida del pueblo. La memoria nacional de Israel, que aludía a sus orígenes y llamado, era fortalecida de forma continua en las instituciones nacionales.

Ese particular sentido de llamado y elección debe ser entendido con propiedad teológica, responsabilidad histórica y discernimiento moral. El propósito de esa singular relación divino-humana no revela actitudes de discrimen y rechazo hacia otras naciones y comunidades, tanto antiguas como modernas. El pueblo de Israel fue seleccionado y elegido para llevar el mensaje del Dios único y verdadero al resto de las naciones, por su condición de esclavo, por su estado precario de salud social y política, por su fragilidad nacional. De esta forma se convierte en canal de bendición para el resto de la humanidad. La elección es la respuesta divina a la opresión y el discrimen que vivía el pueblo en Egipto, no es un signo de discrimen étnico.

No es la finalidad teológica de estas narraciones, que se fundamentan en convicciones religiosas profundas y firmes, brindar al pueblo de Israel algún tipo de licencia divina para discriminar con alguna justificación religiosa, en respuesta a sus cautiverios previos y penurias antiguas. Por el contrario, el pueblo de Israel es llamado por Dios para ser agentes de liberación y esperanza para la comunidad internacional, pues ellos ya experimentaron, según el testimonio escritural, la acción liberadora de Dios.

No fue elegido Israel por alguna virtud étnica, de acuerdo con las narraciones bíblicas, sino porque estaban cautivos en Egipto, porque sufrían las penurias de la opresión, porque vivían la angustia de la persecución por parte de las autoridades políticas de Egipto. El fundamento primordial para la selección divina fue la fragilidad humana y nacional, no el descubrimiento de características especiales del pueblo. El Dios eterno y liberador res-pondió al clamor de un pueblo en necesidad, y esa respuesta al reclamo humano fue el contexto básico para la selección del pueblo de Israel.

Por estas razones teológicas, nunca debe utilizarse la experiencia de fe de individuos o comunidades para justificar la opresión y el cautiverio, o para manifestar actitudes de prepotencia política y arrogancia religiosa, espiritual, cultural o nacional hacia otros individuos, comunidades, sectores o grupos étnicos. El pacto o alianza de Dios con Israel es una manifestación concreta de la gracia divina, que desea llegar a toda la humanidad a través de una comunidad histórica definida.

Entre las ideas sobre Dios que se revelan en el A.T., se incluyen las siguientes, que no pretenden agotar el tema.

Dios es creador. Desde las líneas iniciales de la Biblia hasta sus ideas finales, ya sea en la Biblia hebrea o el N.T., se manifiesta una vertiente muy fuerte y definida que afirma que el mundo, de la forma que está organizado, no es el resultado de la casualidad histórica ni del azar cósmico, sino producto de la acción divina inteligente, organizada y programada. Y esa importante declaración teológica, se revela con claridad meridiana tanto en las antiguas narraciones épicas de la Biblia (Gn 2.7, 21-22), como en la poesía (Sal 139.7-8, 13, 15-16), y también en los mensajes proféticos (Is 40.12-31; 45.8-13).

En efecto, el Dios bíblico es el Señor que crea el cosmos, la naturaleza, la flora y la fauna, y como culminación de esos procesos de creatividad extraordinaria, crea a los seres humanos a su imagen y semejanza. Y de acuerdo con el testimonio del libro de Génesis, que también se manifiesta en el resto de la literatura bíblica, el proceso dinámico de creación, que es una forma de establecer orden y separar espacios definidos en el mundo, se lleva a efecto mediante la palabra divina: Dios ordena, y la naturaleza responde…

De singular importancia en la teología del canon bíblico, es que el mensaje escritural comienza en Génesis con la creación de «los cielos y la tierra» (Gn 1.1-3), y finaliza, en el libro de Apocalipsis, con la creación de «los cielos nuevos y la tierra nueva» (Ap 21—22). En efecto, el gran paréntesis teológico, que cubre toda la teología bíblica y las narraciones escriturales, es la creación divina.

Dios es santificador. Este tema es de fundamental importancia en la teo-logía bíblica, especialmente en las comunidades sacerdotales y los círculos cúlticos y litúrgicos (Lv 17—25). La santidad divina, que es un atributo insustituible del Dios de Israel, es un concepto que pone de manifiesto la creatividad e imaginación de los teólogos en las Escrituras. Para profetas como Isaías, el tema cobró importancia capital, pues destacaba las cualidades de Dios en contraposición a las divinidades extranjeras (Is 45.20-25), representadas por los imperios internacionales que amenazaban la estabilidad social y económica, independencia política y militar, y la salud mental y espiritual del pueblo.

Una afirmación teológica adicional merece especial atención en el análisis de este importante concepto bíblico. De acuerdo con las leyes sacerdotales, Dios mismo demanda y reclama la santidad del pueblo, para que se manifieste con claridad la continuidad ética divina-humana. Con la solemne declaración «sean santos, porque yo soy santo» (Lv 19.2), se pone claramente de manifiesto el corazón del concepto. En el contexto de las leyes que regulan los comportamientos humanos, y que también manifiestan las preocupaciones éticas y morales de la Torá, se destaca y subraya el imperativo categórico de vivir a la altura de las leyes y los preceptos de Dios. De acuerdo con las enseñanzas del Pentateuco, la santidad no es un tema secundario, bueno para la especulación filosófica; por el contrario, es un valor indispensable y necesario para el gobierno y la administración de los procesos decisionales de la vida.

Dios es liberador. Las lecturas bíblicas sistemáticas descubren sin mucha dificultad que la liberación es un tema de gran importancia histórica y teológica en las Sagradas Escrituras. Las diversas formas de liberación que se incluyen, tanto en el A.T. como en el N.T., son, en efecto, expresiones concretas del poder divino y de la misericordia del Señor. Y esas manifestaciones de la autoridad y las virtudes de Dios, le permiten a individuos y naciones romper con las dinámicas que le cautivan y le impiden desarrollar el potencial que tienen. Según la revelación en las Escrituras, el Dios bíblico es esencialmente libertador.

El libro de Éxodo es el relato básico, de acuerdo con los escritores y redactores del Pentateuco, de la gesta inicial y fundamental de liberación del pueblo de Israel del cautiverio ejercido sobre ellos por el faraón de Egipto. Esa característica divina rechaza, de forma categórica, abierta y firme, los cautiverios y las acciones que atentan contra la libertad humana. La salida de Egipto, aunque representó el evento fundamental para la constitución del pueblo de Israel, era también una enseñanza continua. Dios no creó a las personas ni a los pueblos para que vivieran cautivos, sojuzgados, perseguidos, derrotados, angustiados, disminuidos y destruidos: Los creó para que disfrutaran la libertad con que fueron creados.

Dios es justo. Y relacionado con el importante tema de la liberación, se pone en evidencia clara en las páginas de la Biblia la afirmación teológica de que Dios es justo. Esa declaración y comprensión teológica, es una forma efectiva de traducir las virtudes eternas y extraordinarias de Dios, en categorías humanas concretas, asimilables, entendibles, compartibles…

La justicia divina es un tema que no debe reducirse a los diálogos teológicos del pueblo y sus líderes, sino que demanda su aplicación concreta y efectiva en medio de las realidades cotidianas de la existencia humana, y entre las acciones y negociaciones nacionales e internacionales. La gran crítica de los profetas a los líderes del pueblo era que, aunque participaban de algunas experiencias cúlticas y religiosas significativas en el Templo, no ponían en práctica las implicaciones concretas de las enseñanzas religiosas.

Para los profetas de Israel, la implantación de la justicia era el criterio fundamental e indispensable para evaluar las acciones de las personas, particularmente las decisiones de los reyes.

El Mesías. Otro gran tema del A.T., que tiene fundamental importancia e interés en la lectura cristiana de la Biblia, es la teología del Mesías. Esta teología se manifiesta de forma gradual, continua, creciente y firme en la Biblia hebrea, pero cobra dimensión nueva en el período intertestamentario, y se fortalece en varias secciones proféticas y apocalípticas del A.T. Los profetas hablan con autoridad, expectativa y esperanza de la era mesiánica.

La esperanza mesiánica adquiere notoriedad y protagonismo en el N.T., pues los primeros cristianos identificaron la promesa del advenimiento del Mesías con la aparición de la figura histórica de Jesús de Nazaret. Las grandes esperanzas veterotestamentarias, de acuerdo con el mensaje de las iglesias primitivas y las enseñanzas de los primeros apóstoles, se hizo realidad en la vida y las acciones sanadoras, pedagógicas y homiléticas del famoso predicador galileo.

Dios es paz. Y en el contexto de estas enseñanzas teológicas, el A.T. presenta un mensaje capaz de llevar salud mental y espiritual a quienes lo leen, estudian y aplican. El importante concepto bíblico de shalom, que en castellano se ha vertido generalmente como «paz», tiene una acepción más amplia y profunda en el idioma hebreo. Ese shalom no se relaciona únicamente con la eliminación de las dificultades, ni tampoco con los deseos de superar los conflictos con sentido de inmediatez, sin tomar en consideración las implicaciones futuras de las decisiones.

La «paz» bíblica se relaciona inminentemente con las ideas de bienestar, salud, prosperidad, abundancia, gozo, felicidad. Es un valor que incluye los conceptos de sentirse completo, bendecido, feliz, dichoso, bienaventurado. La experiencia religiosa que incentiva y promueve ese tipo de paz, contribuye de forma sustancial y significativa a la salud emocional, social y espiritual de sus adeptos.

La paz en la Biblia es el resultado de la implantación concreta y específica de la justicia… No es un estado emocional que evade sus realidades ni respeta las adversidades de la vida. Por el contrario, es una actitud de seguridad y afirmación que le permite a la gente enfrentar los mayores desafíos de la existencia humana con sentido de seguridad, optimismo, realidad y esperanza.

Los nombres de la Biblia

Las formas de identificar y referirse a la Biblia hebrea son varias, y pueden distinguirse tanto por su origen como por su antigüedad. La expresión «Sagrada Escritura» es de origen bíblico, y se remonta a las formas que la versión de los LXX se refería a los libros sagrados (p.ej., 1Cr 15.15; 2Cr 30.5; Esd 6.18). Posteriormente, los escritores del N.T. adoptaron y adaptaron esa terminología en el desarrollo de su literatura. Y entre las formas que utilizaron, se encuentran las siguientes: «Escrituras» (Mt 21.42; 22.29; 26.54; Mr 12.10, 24, 42, 49; Lc 24.27, 32, 45 Jn 2.22; Rm 11.2; Gá 3.8); «Sagra-das Escrituras» (Rm 1.2; 2Ti 3.15); y «Escritura es inspirada por Dios» (2Ti 3.16).

La palabra «Biblia» proviene directamente del idioma griego biblía, que es el plural neutro del singular biblíon, que significa esencialmente «libro», pero en diminutivo. Del griego pasó al latín, biblia o bibliorum, donde se transformó en singular femenino, y se utilizó para designar un conjunto de libros sagrados, de procedencia tanto judía como cristiana. De esa forma se singularizó la expresión, y «Biblia» se refiere, en castellano, no solo al grupo de obras religiosas antiguas independientes, sino al conjunto de ellas, para afirmar de esa forma la unidad de la colección. El termino «libro», en el peculiar sentido de «biblia», que enfatiza la singularidad, se encuentra tanto en Daniel (Dn 9.2; DHH) como en el segundo libro de los Macabeos (2M 8.23). Fue el patriarca de Constantinopla, San Juan Crisóstomo, quien utilizó la palabra Biblia, como nombre propio, por primera vez para referirse a las Sagradas Escrituras.

Las referencias al A.T. y al N.T. tienen también un fundamento bíblico. La expresión «testamento» corresponde al término griego (diatheke), que la Septuaginta (LXX) utiliza para traducir el hebreo «alianza» o «pacto» (berit). De esta forma, la palabra se utilizó, primeramente, para significar el pacto de Dios con el pueblo de Israel, y posteriormente, para aludir a la nueva alianza de Cristo con su iglesia. Así, la antigua alianza y el nuevo pacto con el tiempo vinieron a identificar las Escrituras hebreas y las cristianas.

En la actualidad, sin embargo, algunos estudiosos de las Escrituras evitan la referencia al Antiguo y Nuevo, pues pudiera presuponer algún tipo de juicio valorativo, en el cual lo nuevo es mejor y sustituye lo antiguo. Aunque esa no fue la intensión de los escritores bíblicos, ni tampoco el propósito de las iglesias al utilizar esas designaciones, los creyentes contemporáneos deben ser sensibles a esa situación lingüística, que tiene serias implicaciones teológicas.

Para cambiar esa sensación, se ha propuesto utilizar las expresiones «Primer y Segundo Testamento». Esas designaciones, sin embargo, no están exentas de críticas, pues no revelan la gran tradición histórica que han vivido estos importantes documentos religiosos.

Otras designaciones antiguas de los libros bíblicos incluyen las siguientes: «instrumentum» (Tertuliano), que destaca el uso de las Escrituras como instrumento o documento de fe y autoridad; «Sagradas Letras» (San Agustín); y «testimonium divinum» (San Jerónimo).

Las formas de identificar los diversos libros del A.T. se relacionan con las dos tradiciones mayores que los transmitieron en la antigüedad. En la Biblia hebrea se conocen los libros según la primera palabra del escrito: Por ejemplo, Bereshit, «en el principio», constituye la primera expresión del libro. De acuerdo con la tradición griega de la LXX, sin embargo, los libros se identifican de acuerdo con el tema y contenido que destacan. De esa forma, el primer libro de la Biblia es el Génesis, porque contiene la información de los comienzos del mundo y la historia.

Desde la perspectiva judía, la Biblia hebrea se conoce como Tanak, que es un acrónimo que une las primeras letras de las palabras Torá (o los libros de Moisés, el Pentateuco), Neviim (o los libros proféticos, anteriores y posteriores), y los Ketubim (o Escritos, que incluye el resto del Antiguo Testamento; es decir, la literatura poética, cronista, sapiencial y apocalíptica).

Las diferencias entre la Biblia hebrea y el Antiguo Testamento no son muchas, pero significativas e importantes: Por ejemplo, el orden diferente de los libros (el A.T. finaliza con una profecía en torno al Mesías que viene, y la Biblia hebrea culmina con una referencia al fin del exilio babilónico), y el número de libros que incluyen (las ediciones que se basan en la Septuaginta y la Vulgata incluyen los libros apócrifos o deuterocanónicos, que posiblemente son de origen griego, y son obras que no aparecen en las Biblias hebreas).

El canon de las Escrituras

Un detalle importante al estudiar la literatura judía antigua es descubrir que la Biblia no incluye todos los libros que se produjeron en esas épocas. Inclusive, la misma Biblia alude a obras que ya no poseemos, como el libro del Justo (Jos 10.13; 1S 1.18), que debe haber sido una colección antigua de poemas ya desaparecidos. El canon actual de la Biblia no tiene todos los libros de la comunidad hebrea de la antigüedad, sino que revela un proceso crítico de evaluación y aceptación.

La palabra «canon», que se utiliza para identificar la lista de libros que se aceptan como inspirados por Dios y aceptados con autoridad por las iglesias y los creyentes, se deriva del término griego que describe una regla o caña para medir o, inclusive, alude a un modelo. La expresión, en su traducción al castellano y significación religiosa, se relaciona con los libros que han sido aceptados como genuinos y autoritativos, tanto en las iglesias como en las sinagogas. De esta forma, la palabra «canon» describe adecuadamente los libros que integran y forman parte de las Biblias, tanto judías como cristianas.

Sin embargo, las comunidades judías difieren de las cristianas en torno al grupo de libros que aceptan como fundamento de su fe y sus prácticas religiosas, además del orden en que se encuentran. Junto al A.T. o la Bi-blia hebrea, las iglesias han incorporado y aceptado el N.T. (que contiene los mismos libros en todas las confesiones), con sus veintisiete libros, que incluyen una nueva perspectiva de la vida y la experiencia religiosa, fundamentada en las enseñanzas y los mensajes expuestos por Jesús de Nazaret y sus seguidores.

Inclusive, diversas confesiones cristianas difieren en torno al número de libros que constituyen el A.T. Por ejemplo, las iglesias que fundamentan sus versiones de la Biblia en la tradición de la Septuaginta (LXX) y la Vulgata (V) (p.ej., la Católica y las Ortodoxas), incluyen una serie de libros que no aparecen en las ediciones judías o protestantes de las Escrituras, los llamados «Deuterocanónicos», entre los católicos, o «Apócrifos», entre los protestantes o evangélicos.

A continuación se incluyen las listas de los libros de acuerdo con los cánones judío y cristiano de la Biblia. Mientras que el canon judío se fundamenta en libros que se escribieron en hebreo, los libros deuterocanónicos en su edición actual aparecen en griego. Y fundamentadas en ese argumento lingüístico, además de otros análisis teológicos, las iglesias asociadas a la Reforma Protestante no han aceptado estos libros apócrifos como parte de sus Biblias. Esas ediciones protestantes o evangélicas de la Biblia siguen la tradición judía al no aceptar esas obras como parte de su canon. La pa-labra griega «apócrifo», relacionada con esos libros, significa «ocultos». La implicación, en círculos protestantes, es que no tienen el mismo peso de revelación ni la autoridad doctrinal que el resto del canon. Cuando se editan Biblias para comunidades protestantes con los libros deuterocanónicos, se agrupan en una sección entre los testamentos bajo el título «Apócrifos».

Otras iglesias, por ejemplo, como las ortodoxas y las etíopes, contienen en sus cánones del A.T. otros libros que no se incluyen entre los deuterocanónicos católicos, aunque sí aparecen entre los apócrifos protestantes: p.ej., 1 Esdras y la Oración de Manasés.

El proceso de canonización de la Biblia hebrea, que sirvió de base para las Escrituras cristianas, tomó mucho tiempo. La primera sección en ser reconocida con autoridad por la comunidad fue la Ley o Pentateuco, la primera sección de las Escrituras; el resto de los libros de la Biblia hebrea, de alguna forma directa o indirecta, aluden a la revelación divina que se ponen en evidencia en la Torá. Ya a finales de la época monárquica en Israel, se reconoció el valor y la autoridad de, por lo menos, algunas secciones de la Ley, pues fue base para algunas reformas religiosas y sociales de gran importancia en Jerusalén.

Posteriormente, la sección de los Profetas fue reconocida como parte de los documentos inspirados, en el período postexílico, al igual que la llamada historia deuteronomista. Y esa sección histórica incluye desde el libro del Deuteronomio al segundo libro de los Reyes. La sección de los Escritos fue la más que se tardó en ser reconocida como canónica, pues incorpora literatura postexílica que estaba en proceso de redacción. Ya para el siglo II a.C., las tres secciones mayores de la Biblia hebrea se habían reconocido con alguna autoridad, de acuerdo con el prólogo al libro de Eclesiástico. Las iglesias cristianas siguieron esa tradición, pues esa fue la única Biblia que leyó y estudió Jesús de Nazaret, y que recibieron y analizaron los primeros apóstoles y las iglesias primitivas.

La Biblia hebrea que utilizaron los cristianos de habla griega fue mayormente la versión Septuaginta (LXX). Esa Biblia, que era la traducción al griego de los textos hebreos, provino de Alejandría, donde los judíos helenísticos tenían un canon más extenso que sus correligionarios de Palestina. La LXX incluye los llamados libros Deuterocanónicos, y la disposición de los manuscritos que tenemos a disposición representa una estructuración con un fundamento teológico claro y bien definido: La historia de Israel llega a su culminación con el advenimiento del Mesías, el Cristo, que para las iglesias primitivas era Jesús de Nazaret. La LXX finaliza con la promesa divina en el libro del profeta Malaquías (Mal 4.5-6), que el Señor enviaría un nuevo Elías, que posteriormente en el N.T. se relaciona directamente con Juan el Bautista (Mt 1.1—3.17).

Los géneros literarios de la Biblia hebrea

El mensaje histórico, teológico y religioso de la Biblia se articula en términos humanos, mediante una serie de géneros literarios que facilitan la comprensión y propician el aprecio de la revelación divina. Para los creyentes, tanto judíos como cristianos, esta revelación bíblica tiene muchas virtudes espirituales, que se manifiestan con vigor en medio de la belleza literaria y estética que se encuentra en sus escritos.

Los escritos bíblicos se pueden catalogar, en una primera evaluación, en los dos grandes géneros literarios: La narración y la poesía. Sin embargo, un análisis más riguroso, minucioso, detallado y sobrio de esta literatura, descubre que entre esos dos géneros mayores, se encuentra una serie compleja y extensa de formas de comunicación que no solo añaden belleza a los escritos sino que facilitan los procesos de memorización y disfrute de la revelación divina.

La lectura de las Escrituras, desde la perspectiva del análisis literario, descubre los siguientes géneros, entre otros:

 Relatos históricos, que pretenden transmitir las experiencias de vida de algunos personajes importantes de la historia de Israel (p.ej., Gn 11.27—25.7). Este tipo de narración alude al pueblo de Israel, presenta a sus personajes más importantes y significativos, y alude a las naciones vecinas y sus gobernantes.

 Narraciones épicas, como la liberación de Egipto, el peregrinar por el desierto Sinaí, o la conquista de las tierras de Canaán, que revelan las gestas nacionales que le brindan al pueblo de Israel sentido de identidad, cohesión y pertenencia (p.ej., Éx 1—15).

 Leyes y documentos legales, que ponen de manifiesto las regulaciones religiosas y las normas éticas y morales que debía seguir el pueblo si deseaba mantener una relación adecuada de pacto con Dios. Estas leyes también revelan la naturaleza divina, que se describe con términos significativos y valores fundamentales, como santidad, justicia, fidelidad y rectitud (p.ej., Éx 19.1—24.18; Lv 17.1—25.55).

 Genealogías, que son piezas literarias de gran importancia y significación para el mundo antiguo, pues intentaban afirmar el sentido de pertenecía y pertinencia de una persona o una comunidad. Estas formas literarias tienen un gran valor teológico en la Biblia hebrea, pues relacionan al pueblo de Israel con la creación del mundo y el origen de la humanidad (p.ej., Gn 5.1-32; 10.1-32; 11.10-31).

 Poemas de orígenes, que son piezas literarias de naturaleza religiosa presentan el inicio de la historia de la humanidad y la creación del mundo desde la perspectiva teológica y espiritual (p.ej., Gn 1.11—3.24). La finalidad no es hacer una descripción científica del comienzo de la vida y la existencia humana, sino afirmar que fue Dios y solo Dios el responsable de la existencia de la naturaleza y de todo lo creado.

 Poemas cúlticos, que eran piezas literarias que se utilizaban como parte de la liturgia en el Templo, y también en las expresiones religiosas individuales de la comunidad judía. Y entre ese tipo de poemas y literatura poética se encuentra el material que se incluye abundantemente en los libros de los Salmos, Lamentaciones y Proverbios.

 Poemas proféticos, que se incluyen en muchos de los mensajes de los grandes profetas de Israel. Estos paladines de la justicia articulaban sus oráculos y comunicaciones en formas poéticas, quizá para facilitar la comunicación y la memorización, y también para incentivar las respuestas positivas al mensaje (p.ej., Is 1.10-18; 43.1-7).

 Literatura sapiencial, que podía ser poética o narrativa, que tomaba la sabiduría popular y las reflexiones del pueblo, y las presentaban en formas pedagógicas para afirmar los valores morales en individuos, desarrollar comportamientos éticos en la comunidad y destacar algunos principios teológicos que pusieran de relieve el compromiso del pueblo en relación a la revelación divina manifestada en el pacto. Este tipo de literatura se encuentra en los libros de Proverbios, Eclesiastés y Job.

Los capítulos y versículos

La disposición moderna de la Biblia, en capítulos y versículos, no provie-ne de tiempos muy antiguos. Originalmente, las Sagradas Escrituras se presentaban en manuscritos de papiro o cuero que se organizaban por libros, secciones o temas. El sistema de capítulos se introdujo en el siglo XIII por el Obispo de Cantuaria, Stephen Largon. En la ciudad de París (en el año 1231) fue que apareció por primera vez una Biblia dividida en capítulos.

La incorporación de los versículos posteriormente se llevó a efecto en Ginebra (en el año 1551). Fue el exiliado tipógrafo protestante francés, Robert Estiénne, que los introdujo para facilitar la identificación de párrafos y la búsqueda de porciones de importancia. Y con estas innovaciones, se editaban las Biblias hasta que llegó la revolución de la imprenta y la Reforma protestante en Europa.

En el siglo XV, la Biblia fue el primer libro en ser publicado con el sistema de imprenta de Gutemberg. Hasta ese momento, las Escrituras solo eran conocidas, leídas y estudiadas por grupos selectos de religiosos. La gente común solo conocía lo que escuchaban de quienes sabían leer y les explicaban sus mensajes. Los manuscritos en círculos de personas literatas eran objeto de veneración, reconocimiento y aprecio, pero eran desconocidos por la gran mayoría de los creyentes que no sabían leer.

El texto hebreo de la Biblia

Hasta los años finales del primer siglo de la iglesia, la Biblia hebrea se transmitía a través de diversas familias y grupos de copistas, que se encargaban de transcribir y procesar cuidadosamente los manuscritos recibidos. Al caer Jerusalén en el año 70 d.C., y con el advenimiento del grupo de los fariseos como los representantes oficiales del judaísmo normativo, surge en la comunidad la necesidad de preservar los textos sagrados con particular esmero y determinación. De esa forma es que surgen los manuscritos que se relacionan con la tradición masorética, que alude al grupo de eruditos judíos que compilaron por el siglo X d.C. los manuscritos de la Biblia hebrea.

La alusión a los «masoretas» hace referencia a la «masora», que es el conjunto de notas y aclaraciones en forma de apéndice que se juntaron al texto bíblico para ayudar en el proceso de comprensión del mensaje escritural. Ese grupo excepcional de eruditos judíos fue el que se encargó de añadir un sistema de vocales a las consonantes con que se transmitió por siglos el texto hebreo. El trabajo de los masoretas fue tan efectivo, que con el tiempo fue remplazando gradualmente otras formas de transmisión de los textos hebreos, hasta el grado que representan los manuscritos más antiguos de la Biblia hebrea, con solo algunas excepciones (p.ej., los documentos descubiertos en Qumrán, en el Mar Muerto), provienen del siglo X d.C. Referente a la efectividad de esos textos masoréticos, es importante indicar que los manuscritos de Qumrán confirman, en la mayoría de los casos, el buen trabajo de los masoretas judíos.

Los libros de la Biblia hebrea fueron escritos en hebreo, aunque hay algunas secciones menores que se encuentran en arameo (p.ej., dos palabras en Gn 31.47; Jer 10.11; Dn 2.4-7,28; Esd 4.8—6.18; 7.12-26), lenguas semíticas que provienen del mismo sector noroccidental del Oriente Medio. Los libros deuterocanónicos se escribieron tanto en hebreo (p.ej., Sirácide, 1 Macabeos, Baruc y algunos fragmentos de Ester), como en griego (p.ej., Sabiduría y 2 Macabeos); además, se conservan algunas copias griegas de posibles previos manuscritos semíticos (p.ej., Tobías, Judit y algunos fragmentos de Daniel).

La escritura del idioma hebreo tuvo tres períodos importantes de desarrollo. El primer tiempo, y el más antiguo, se relaciona con el uso de los caracteres fenicios en la grafía del idioma; posteriormente se utilizó el alfabeto de las consonantes arameas, después del exilio en Babilonia; para finalmente llegar al sistema de las vocales del siglo VI al X d.C.

Las narraciones bíblicas orales más antiguas, se redactaron primeramente con los caracteres fenicios; posteriormente se transliteraron al hebreo con las consonantes arameas; y al final del proceso redaccional, en el Medioevo, se incorporaron las vocales y los demás signos diacríticos, junto a las observaciones textuales hechas por los eruditos masoretas.

Los materiales que se utilizaban para escribir los textos hebreos eran variados: Por ejemplo, desde piedras razas (Éx 24.12; 31.18; 34.1) o cubiertas de cal (Dt. 27.2), hasta tablillas de barro cocido; desde tablas de plomo, bronce, plata u oro (Job 19.24; Is 8.1; 1M 8.22; 14.18, 26), hasta tablas de arcilla (Ez 4.1). Además, se escribía en cuero, papiros y pergaminos, y el instrumento de escribir era el estilete de hierro con punta de diamante, o la caña para escribir en materiales más suaves, como los papiros (Jer 17.1; Job 19.24; 3Jn 13).

Las Escrituras se preparaban, guardaban y disponían en forma de rollos (véase, p.ej., Jr 36.2; Ez 3.1; Zac 5.1; Sal 40.8; Job 31.35): Una larga hoja, o tira de papiro o pergamino, de acuerdo con la extensión del documento, se enrollaba hasta llegar al final, que tenían una especie de bastones que mantenían al rollo en su lugar y facilitaban su manejo. Hacia el siglo II d.C. se comenzó a utilizar las formas de códices en los pergaminos (que era una especie básica de libro), pero los hebreos mantuvieron el sistema de rollos por siglos, antes de implantar finalmente esa nueva tecnología de escritura y administración de documentos.

Los autores originales e inspirados del mensaje bíblico no guardaron sus documentos iniciales o mensajes básicos. En la actualidad solo poseemos copias de copias de esos primeros manuscritos, llamados autógrafos, que no llagaron hasta nuestros días. Posiblemente desaparecieron no mucho después de su redacción, pues los materiales en los cuales se escribía no eran duraderos, como el papiro que se deterioraba con relativa facilidad.

Las copias más antiguas que tenemos de algunas porciones de la Biblia hebrea provienen del siglo II a.C.: En primer lugar, poseemos copias del papiro Nash, y también disponemos de los famosos manuscritos descubiertos en las cuevas de Qumrán, muy cerca del Mar Muerto. La preservación de estos importantes manuscritos se debió principalmente a las condiciones climáticas desérticas de los lugares en donde fueron encontrados. El papiro Nash contiene parte del Decálogo (Éx 20; Dt 5.6-26), y la oración Shemá (Dt 6.4-9). Y los manuscritos de Qumrán contienen numerosas copias de casi todos los libros de la Biblia hebrea, junto a otras obras de gran importancia para la comunidad esenia que vivía en la región del Mar Muerto.

El texto hebreo de mayor autoridad y respeto entre los eruditos el día de hoy es el masorético (TM). Aunque otras familias de manuscritos antiguos, tanto hebreos como griegos, cargan gran peso e importancia en el estudio de la Biblia, el análisis crítico del Texto Masorético (TM) ha revelado que representa una tradición bien antigua, especialmente en referencia a las consonantes de los manuscritos, que fue fijada por un grupo docto, escrupuloso y muy especializado de rabinos por los siglos I y II d.C. Otra familia importante de manuscritos se relaciona con la versión griega de la LXX, que es muy útil para la comprensión de pasajes complejos o la comprensión y traducción de algunas palabras y expresiones difíciles de entender en el TM.

Versiones antiguas de la Biblia hebrea

Las versiones de la Biblia hebrea son las traducciones de esos antiguos manuscritos y textos a los diversos idiomas que hablaba la comunidad judía antigua. Algunas de estas versionas antiguas de la Biblia han jugado un papel protagónico en el desarrollo de las doctrinas de las iglesias y en la diseminación del mensaje cristiano. Ese es el caso de algunas de las traducciones bíblicas al griego y al latín.

Versiones griegas. Entre las versiones griegas de la Biblia, se encuentran la Septuaginta, también conocida como de los Setenta o LXX, y las versiones de Aquila, Teodocio y Simaco. La LXX posiblemente constituye el primer intento sistemático de transmitir el mensaje de la Biblia hebrea en otro idioma. La referencia a «los setenta» proviene de una narración en la Carta de Pseudo-Aristeas, que intenta explicar el proceso milagroso de redacción que experimentó esta particular traducción, en el cual las autoridades judías de Jerusalén enviaron a un grupo de 72 traductores (número que se redondeó a 70), seis por cada una de las tribus tradicionales de Israel, que trabajaron por separado, pero produjeron documentos idénticos. Este tipo de leyenda pone de manifiesto el gran aprecio a esta versión griega de la Biblia hebrea, que tenía el grupo de judíos que vivía en Alejandría, Egipto.

Por varios siglos, la LXX fue la Biblia que utilizaron las comunidades judías de la diáspora, que no dominaban el idioma hebreo. Posteriormente, las iglesias cristianas hicieron de esta versión el texto fundamental para sus usos cúlticos, y también para el desarrollo efectivo de su apologética.

Como la LXX era el texto bíblico usado por los cristianos en sus argumentaciones contra los judíos, con el tiempo, esa importante versión griega se convirtió en una esencialmente cristiana, y las comunidades judías de habla griega comenzaron a utilizar otras versiones. Los judíos, poco a poco, comenzaron a rechazar la versión de los LXX por el uso que le daban los cristianos y por algunas diferencias que presentaba con respecto al texto hebreo. De esta forma paulatina, las versiones de Aquila, Teodocio y Simaco sustituyeron a la LXX, entre los lectores judíos.

De acuerdo con las tradiciones rabínicas, Aquila fue un converso judío del paganismo, oriundo de Ponto, que tradujo la Biblia hebrea al griego, con suma fidelidad al TM. En su traducción, intentó, inclusive, reproducir en griego palabra por palabra del texto hebreo, incluyendo los modismos del lenguaje. Esas características lingüísticas y teológicas hicieron de esta versión griega la más popular entre las sinagogas de la diáspora, posiblemente por cuatro siglos, hasta la entrada la época árabe.

Teodocio fue un judío converso de Éfeso, que por el año 180 d.C. revisó la traducción de los LXX, con la finalidad de atemperarla a las necesidades de la comunidad judía. Esta traducción, sin embargo, aunque era un intento por hebraizar el texto de los LXX, carecía de elementos anticristianos, y fue rechazada por la comunidad judía y apreciada por la cristiana.

Simaco era un judío fiel que con el tiempo se incorporó a las comunidades de los ebionitas. Por el año 200 d.C., y posiblemente para mejorar la traducción de Aquila, revisó nuevamente el texto griego de la Biblia. En esta ocasión, es de notar, que no se apegó tanto a la literalidad del texto hebreo y buscó transmitir con fidelidad el sentido fundamental de los pasajes particularmente difíciles de las Escrituras.

De estas tres versiones griegas, Aquila, Teodocio y Simaco, no tenemos lamentablemente los manuscritos completos. Solo poseemos algunos fragmentos que han sobrevivido parcialmente en las famosas Hexaplas de Orígenes, que consiste en una publicación que dispone siete versiones de la Biblia en paralelo. En esta importante obra, se encuentran inclusive referencias a otras versiones griegas y antiguas de la Biblia, las cuales conocemos principalmente por su ubicación en la obra. De particular importancia son las versiones que se encuentran en las columnas quinta, sexta y séptima.

Versiones arameas. Cuando el hebreo comenzó a ser sustituido por el idioma arameo, después del regreso del exilio en Babilonia, la comunidad judía sintió la necesidad de traducir y presentar sus documentos sagrados en esa nueva lengua. Las versiones arameas de la Biblia se conocen como targúmenes, que proviene del hebreo que significa traducción. Esas nuevas traducciones de la Biblia se utilizaban de forma destacada en las sinagogas, pues vertían al arameo las lecturas bíblicas del idioma hebreo. Servían de base para las liturgias y especialmente las explicaciones, enseñanzas y sermones. Eran esencialmente explicaciones libres, y en ocasiones expandidas o parafrásticas, de los textos bíblicos.

En sus comienzos, estas traducciones se producían de manera oral, pues se llevaban a efecto a la vez que se presentaban los pasajes bíblicos en el culto sinagogal. Con el tiempo, sin embargo, se fijaron en formas literarias, y se les añadían, inclusive, comentarios y reflexiones de naturaleza doctrinal, pedagógica y homilética. A su vez, estas nuevas traducciones de los manuscritos inspirados eran una forma novel de interpretar y aplicar esos importantes textos sagrados.

Existen traducciones arameas o targúmenes de todos los libros bíblicos, con la posible excepción de Esdras, Nehemías y Daniel. Y el uso de estas versiones bíblicas llegó hasta el período neotestamentario, como se desprende de la presencia de los Targum de Job y de Levítico entre los manuscritos de Qumrán.

En torno a la Torá, se han encontrado cuatro targúmenes. El primero, redactado en un arameo babilónico, y ciertamente el más antiguo e importante del grupo, se conoce como el Targum de Onquelos. El manuscrito que poseemos proviene posiblemente del siglo I o II d.C., y presenta una paráfrasis sobria de las narraciones y las leyes del Pentateuco. Los otros targúmenes se han redactado en arameo palestino, y presentan paráfrasis más libres de los textos bíblicos: El Targum Yerushalmi I o de Pseudo-Jonatán; Targum Yerushalmi II o Fragmentarium, del cual se conservan solo unos 850 versículos; y el Targum Neophyti, que se encontró en la Biblioteca del Vaticano en el 1956.

Referente a la sección de los profetas o Neviim en la Biblia hebrea, el Targum de Jonatán ben Uzziel contiene las traducciones parafrásticas de los profetas anteriores y posteriores. Aunque es de origen palestino, este targum recibió su edición definitiva en Babilonia en los siglos III y IV d.C. Se atribuye a Jonatán, que es posiblemente un discípulo distinguido de Hillel, el gran rabino del siglo I d.C.

De los Escritos o Ketubim existen manuscritos de casi todos sus libros, y de Ester se poseen tres. Redactado en un arameo palestinense, contiene traducciones e interpretaciones del texto bíblico que provienen de diversos períodos históricos y de diferentes autores. Su edición definitiva se produjo en los siglos VIII y IX d.C.

Otras versiones antiguas. Otras versiones del texto hebreo circularon en diferentes contextos judíos y cristianos en la antigüedad. Entre ellas, de particular importancia, son las traducciones al latín y al sirio, que han tenido un uso generalizado en las iglesias.

1. Versiones occidentales. Entre estas versiones occidentales, las versiones latinas merecen especial atención, por su importancia en la historia de la iglesia, y en la exégesis y el desarrollo doctrinal. La primera de estas versiones es la Vetus Latina, que es la forma tradicional de referirse a las traducciones al latín antes de la obra de San Jerónimo. El propósito de estos esfuerzos de traducción bíblica incluía la expansión del cristianismo por todo el mundo conocido de Occidente, en un momento en que el latín se había convertido en lengua principal de la región.

Dos de estas versiones griegas merecen especial atención: La primera proviene del África, c. 150 d.C.; y la segunda, posiblemente de Roma, entre los siglos II y III d.C. Esta segunda versión latina es superior a las otras versiones por la fidelidad el texto hebreo y la claridad en la comunicación. El texto base para el A.T. fue la LXX.

La versión de la Biblia conocida como la Vulgata ha jugado un papel protagónico en la historia de la iglesia cristiana, pues se convirtió en texto bíblico oficial de la Iglesia Católica hasta épocas muy recientes. San Jerónimo llevó a efecto esta traducción (383-404/6 d.C.), en la histórica ciudad de Belén, por encomienda expresa del Papa San Dámaso que quiso tener una edición de la Biblia que ayudara a superar las dificultades textuales y las confusiones teológicas que generaban los diversos esfuerzos latinos de traducción previos.

De los esfuerzos de traducción de San Jerónimo, el más importante, posiblemente, es la traducción del A.T., que llegó a formar parte de la Vulgata y se convirtió en el documento bíblico definitivo de las iglesias por siglos. Esa traducción se basó en el texto hebreo que se utilizaba en la sinagoga local de Belén, que era un texto en la tradición del TM. El trabajo de San Jerónimo incluyó la traducción de todos los libros del protocanon, y de los libros deuterocanónicos de Tobías y Judit. Tradujo, además, las secciones apócrifas o deuterocanónicas de Daniel del texto griego de Teodocio.

Entre las características fundamentales de la Vulgata Latina, se encuentran la fidelidad que manifiesta a las lecturas del texto hebreo y la gran capacidad de comunicación y elegancia del latín. Una de sus preocupaciones básicas fue hacer inteligible el mensaje bíblico, añadiendo, inclusive, en ocasiones, alguna nota marginal que expandía la comprensión de algún término o explicaba con sencillez y profundidad conceptos de importancia teológica, por ejemplo, como las referencias al Mesías.

Respecto a la Vulgata, debemos añadir que el Papa Paulo VI creó una especial comisión pontificia para la revisión de este texto latino antiguo. De esos importantes esfuerzos y trabajos, se produjo la Neovulgata, que es una edición latina de la Biblia que, aunque conserva en su mayor parte la antigua traducción de San Jerónimo, incorpora en sus textos los descubrimientos, las contribuciones y los progresos de las ciencias bíblicas contemporáneas. Su utilidad actual se relaciona con la liturgia y la exégesis. Desde la perspectiva técnica y científica, esta nueva edición de la Biblia en latín se fundamenta en los mejores textos críticos, tanto del A.T. así como del N.T.

Otras versiones occidentales de la Biblia merecen alguna consideración, como son las traducciones a las lenguas gótica y eslava. De la primera, debe indicarse que es la obra literaria de más antigüedad en lengua teutónica, y fue realizada por el Obispo Ulfilas a mediados del siglo IV d.C. ¡Para su redacción se necesitó crear un nuevo alfabeto! Y referente a la eslava, es menester indicar que la primera versión se produjo con una finalidad esencialmente litúrgica, por los hermanos Cirilo y Metodio (siglo IX d.C.). Esta versión constituye el texto eclesiástico básico para las iglesias eslavas desde el siglo XV d.C.

2. Versiones orientales. Las versiones de las Sagradas Escrituras en el mundo eclesiástico del Oriente son principalmente las Biblias en los idiomas sirio, copto, armenio, etíope, georgiano y árabe. Estas ediciones de la Biblia contribuyeron sustancialmente a la expansión del cristianismo y al desarrollo de las grandes doctrinas de las iglesias de esta región.

En esta tradición de traducciones bíblicas una versión siria merece tratamiento especial. Conocida desde el siglo X d.C. como la Peshita (que significa corriente, común o usual), es una obra de varios autores, aunque no podemos precisar si fueron judíos o cristianos. La traducción del A.T. se llevó a efecto en el siglo II d.C., y se fundamentó en algunos manuscritos hebreos con diferencias importantes del TM. Posteriormente fue revisada y corregida a la luz de la versión de LXX. Desde muy temprano en la historia, esta versión gozó de gran popularidad entre los cristianos de habla siria, y contribuyó de forma destacada a la expansión del cristianismo en esa región.

La versión de la Biblia al idioma copto obedece al rápido crecimiento del cristianismo en Egipto. Hay cuatro versiones coptas, y de ellas, la bohaírica, ha sido las más difundida y utilizada por las iglesias. Inclusive, esta versión copta ha permanecido en la liturgia hasta nuestros días. La traducción del A.T. proviene de los siglos II y III d.C., y se basó en la versión LXX.

En el idioma armenio, la Biblia fue traducida en el siglo V d.C., y utilizó como base, posiblemente, la versión siria o Peshita, que se incluye en la obra Hexapla de Orígenes. Se conoce como la reina de las versiones de la Biblia, por la calidad literaria de la traducción.

La traducción de la Biblia al idioma etíope se inició, posiblemente, a mediados del siglo IV d.C., y utilizó como base el texto de la LXX. La versión georgiana proviene del siglo IV d.C. Y las traducciones al árabe, que se llevan a efecto después del desarrollo del Islam y la conquista árabe del Oriente, vienen del siglo VIII d.C. (aunque el evangelio se predicó en lengua árabe quizá desde antes del siglo III d.C.), y el A.T. se tradujo tomando en consideración los textos hebreos, la LXX y la Peshita.

3. Versiones políglotas europeas. Durante el Medioevo, los esfuerzos por traducir la Biblia a los diversos idiomas nacionales, continuó e inclusive, incrementó. Esos proyectos, sin embargo, no siempre intentaban producir todas las Sagradas Escrituras. Eran más bien proyectos parciales. Y en ese contexto de traducción y producción de Biblias, específicamente en Europa, comenzaron a imprimirse una serie multilingüe de ediciones de las Escrituras, que se conocen como las Biblias políglotas. Estas Biblias contenían, por lo general, las lenguas originales y uno o más versiones a diversos idiomas europeos.

Entre las ediciones más importantes de las Biblias políglotas, se encuentran cuatro, que se conocen como ediciones «mayores», y se identifican por el nombre de la ciudad donde fueron editadas e impresas.

 Políglota Complutense o de Alcalá: 1514-1517, 1522

 Políglota de Amberes o Antuerpiense o Regia: 1569-1572

 Políglota Parisiense: 1629-1645

 Políglota Londinense o Waltoniana: 1645-1657

Traducciones de la Biblia al castellano

Como el latín se mantuvo como la lengua literaria en España hasta mediados del siglo XII, las traducciones al idioma del pueblo, que ya manifestaba características propias y definidas, se pospuso hasta esa época. Entre los siglos XIII y XV se produjeron varias traducciones en lengua castellana, tanto por eruditos judíos como cristianos. De particular importancia fueron las Bi-blias traducidas por judíos y protestantes en el siglo XVI.

Posiblemente, la más famosa de las traducciones judías castellanas de ese período es la Biblia de Ferrara o Biblia de los Hebreos (1533). Luego apareció la muy celebrada traducción de Casiodoro de Reina, impresa en Basilea, y conocida como la Biblia del Oso, por el grabado en su portada (1569). Esa importante versión castellana fue seriamente revisada por Cipriano de Valera (1602) en Ámsterdam. Esta edición revisada de la Biblia, conocida como la tradición de traducciones Reina-Valera, ha sido una de las más importantes en el mundo de habla castellana, particularmente en comunidades protestantes o evangélicas, en sus diversas revisiones, hasta el siglo XXI.

Junto a la tradición Reina-Valera, se pueden identificar otras versiones castellanas de la Biblia que poseen gran importancia, ya sea por su calidad literaria y fidelidad a los originales, o por el uso que tienen en las comunidades de fe, tanto católicas como protestantes o evangélicas. A continuación se identifican algunas de las Biblias castellanas más prominentes, con su fecha de publicación, identificadas por su traductor principal o por la casa editora. La siguiente lista no pretende ser exhaustiva ni completa. Es solo una guía de estudio.

 Felipe Scio de San Miguel: 1790-1793

 Félix Torres Amat: 1823-1825

 Eloíno Canar Fuster y Alberto Colunga: 1944, Rev. 1974

 José María Bover y Francisco Cantera: 1947, Rev. 1962

 Francisco Cantera y Manuel Iglesias González: 1975

 Juan Straubinger: 1948-1951

 Biblia de la Casa de la Biblia: 1966, Rev. 1992

 Martín Nieto: 1965, Rev. 1988

 Biblia de Jerusalén: 1967, Rev. 1975

 Biblia para la iniciación cristiana: 1977

 Biblia latinoamericana: 1969

 La Biblia. Dios habla hoy: 1979

 La Nueva Biblia Española: 1975

 La Biblia de Navarra: 1975-2002

 El libro del pueblo de Dios. La Biblia: 1981

 La Biblia Reina-Valera: 1909, 1960, 1995

 La Biblia. Nueva Versión Internacional: 1999

Diversos métodos para el estudio de la Biblia

La Biblia es un documento complejo, tanto por su extensión y antigüedad, como por la variedad de géneros literarios que expone, y los asuntos y temas que presenta. Sin embargo, por su naturaleza religiosa, y también por los valores morales y espirituales que tiene entre las personas creyentes, su estudio riguroso y ponderado, para que sea provechoso, demanda la elaboración de metodologías que contribuyan positivamente a apreciar su carácter, descubrir el sentido, disfrutar sus enseñanzas, facilitar su comprensión, y propiciar la aplicación de los valores expuestos.

Para atender esas importantes necesidades de comprensión, se han desarrollado con el tiempo diversas formas de estudiar las Escrituras, para superar las complejidades y dificultades que se manifiestan en estos documentos. Cada metodología contribuye, desde su particular perspectiva, al esclarecimiento de los asuntos expuestos, y al entendimiento de los principios y conceptos que se articulan y enuncian.

En el mundo de las ciencias bíblicas y los análisis rigurosos de las Escrituras, este tipo avanzado de metodología de estudio se identifica con la expresión «crítica» que, lejos de ser una expresión peyorativa hacia las Sagradas Escrituras, alude al análisis profundo, a la evaluación sosegada, y a la ponderación cuidadosa de los documentos y los libros estudiados. En ese proceso, se analizan detenidamente los acentos, las palabras, los silencios, las frases, los pasajes, las secciones y los libros de la Biblia desde diversas perspectivas, por ejemplo, las estructurales, literarias y temáticas.

La crítica de las fuentes está interesada en el análisis de la estructura literaria, el vocabulario y el estilo que se manifiestan en los textos bíblicos, para así descubrir las diversas tradiciones orales y escritas que lo componen. Ese particular tipo de estudio nos puede ayudar a precisar las posibles fechas de composición del pasaje escritural bajo consideración. Esta metodología ha sido de gran utilidad para la comprensión, por ejemplo, del Pentateuco, con la llamada «teoría documentaria», que intenta descifrar sus complejos procesos de transmisión oral y literaria, y la final redacción y edición de la obra, al identificar y analizar las diversas fuentes que lo componen.

Otra forma de estudios bíblicos de gran importancia se conoce como la crítica de las formas. En esta metodología se intenta analizar las formas literarias de los pasajes estudiados, para relacionar esas porciones con las fuentes orales previas a su fijación escrita. Con este análisis, además, se desea comprender el proceso de transmisión de oral o literaria del pasaje, antes de adquirir su forma definitiva en la Biblia. Con esta metodología se han estudiado, por ejemplo, las narraciones de los patriarcas y matriarcas de Israel, y también los Salmos. El resultado de estos estudios ha beneficiado en gran manera la comprensión de estos textos, pues nos ha permitido entender mejor los entornos históricos y sociales en que esos pasajes antiguos fueron transmitidos de generación en generación.

La crítica de la redacción es la metodología que desea identificar los diversos géneros literarios y los temas de los libros de la Biblia, para descubrir las fuerzas teológicas y temáticas que motivaron a los autores sagrados a relacionar esos materiales antiguos. Este tipo de análisis contribuye sustancialmente a la comprensión de los pasajes bíblicos en su forma canónica final, que es una gran ayuda en la aplicación de las dinámicas hermenéuticas. Al aplicar este método de estudio bíblico a los dos relatos de creación de Génesis (Gn 1.1—2.3a; 2.4b—3.24), por ejemplo, se descubren, entre otras, una serie importante de diferencias temáticas, teológicas, estilísticas y literarias.

Para atender el texto bíblico en su forma canónica, definitiva y final, se han elaborado diversas formas de críticas literarias. El objetivo de esta metodología es descubrir el significado que tenía alguna porción bíblica para la comunidad antigua que lo escuchó. Estas formas de estudios bíblicos analizan las Escrituras para descubrir sus virtudes estéticas significativas, que contribuyen de forma destacada al descubrimiento y disfrute del sentido de los pasajes.

Este método es una manera de reaccionar a los procesos de estudios bíblicos que se especializan en descomponer los pasajes en diversas partes y secciones, tanto orales como literarias. Es una forma de tomar muy seriamente en consideración lo que, en última instancia, produce sentido en la persona que lee algún pasaje: Su estado literario final, que ciertamente es el documento que poseemos y podemos estudiar con seguridad.

El estudio de las parábolas de Jesús se ha beneficiado grandemente de estos análisis literarios, pues el descubrimiento de sentido requiere que las personas que leen y estudian estas piezas literarias, se incorporen en el proceso pedagógico, y que se sientan aludidas e interpeladas por el mensaje, además, que respondan al propósito transformador del discurso. También en el estudio de las narraciones patriarcales estas metodologías han sido de gran ayuda, pues la comprensión de esos relatos requiere que los lectores y lectoras lean entre líneas y suplan alguna información que se presupone pero que no se brinda claramente en los pasajes.

Las metodologías relacionadas con la crítica literaria descubren y destacan el importante papel que juega el lector o lectora en los procesos de estudio y comprensión de la Biblia. Las Sagradas Escrituras se componen de documentos literarios que manifiestan ciertas características estéticas, literarias, espirituales, morales, educativas, éticas, teológicas y filosóficas, a las que las personas lectoras reaccionan desde sus diversas perspectivas y experiencias de vida. En estas formas de estudio, el contexto en que se encuentran los lectores juega un papel protagónico en las dinámicas de acceder al texto, descubrir el sentido y comprender los pasajes bíblicos.

Estas metodologías de análisis presuponen también que el sentido no lo produce únicamente el autor de algún documento, sino que las personas que lo leen, desde sus realidades diarias, también contribuyen al descubrimiento y disfrute de esos diversos niveles semánticos. Ni el texto ni los lectores son recipientes pasivos de las ideas y los conceptos, también los contextos, tanto del pasaje bíblico como de los lectores, juegan papeles de importancia en los procesos de comprensión de los pasajes.

Por la importancia que juega el lector o lectora en estas formas dinámicas de estudios bíblicos, diversos grupos y sectores de la comunidad han incorporado estas metodologías literarias a sus modos continuos de estudio de las Sagradas Escrituras. Estas formas de estudio han sido particularmente importantes en sectores sociales y en comunidades que han sido víctimas de procesos de opresión y cautiverio, y políticas de marginación y rezagos. Diversos grupos minoritarios han visto en estas metodologías de estudios bíblicos una gran ayuda para entender la Biblia con virtud liberadora y con poder transformador.

Ese es el particular caso de las mujeres que han descubierto el carácter patriarcal y misogénico de los documentos bíblicos, y han comenzado a leer los documentos bíblicos en clave de liberación. Al comprender que la Biblia procede de esos ambientes y contextos fundamentados prioritariamente en las perspectivas masculinas de la sociedad y la existencia humana, han elaborado lecturas alternativas que brindan esperanza y futuro a las mujeres.

Las metodologías literarias han sido importantes en el desarrollo de las teologías latinoamericanas, pues han relacionado las vivencias, los dolores y las miserias de los grandes sectores empobrecidos del Continente, con los relatos de la salida de los israelitas de la opresión del faraón de Egipto, bajo el mandato de Moisés. También en la teología del Oriente Medio, particularmente en la palestina, estas metodologías literarias han sido fundamentales para redescubrir el tema de la esperanza, en sociedades inmersas en continuos conflictos políticos y guerras que parecen humanamente insalvables.

Para las personas que leen y estudian la Biblia, estas diversas metodologías de estudio son herramientas útiles para descubrir el sentido y para facilitar la comprensión del mensaje. Estas metodologías, sin embargo, son solo herramientas de estudio, no constituyen un fin en sí mismas, sino que son parte de un proceso pedagógico y literario que puede contribuir positivamente a un mejor entendimiento y disfrute del mensaje escritural.

La gente que llega a las Sagradas Escrituras desde la perspectiva de la fe, afirma que esos documentos tienen gran autoridad espiritual y moral, y fundamentan sus estilos de vida y prioridades en la existencia humana, en los valores y las enseñanzas que se desprenden de esos importantes documentos religiosos. Esas lecturas reconocen que la Biblia contiene la Palabra de Dios, y que su mensaje tiene gran relevancia y pertinencia en las sociedades contemporáneas.

Historia del Israel bíblico

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