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PINCELADAS DE LA VIDA DE CLOE

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Cloe era una niña introvertida, algo vergonzosa y tremendamente lista e independiente. Cloe tenía unas características físicas muy peculiares que la diferenciaban del resto de compañeras y compañeros de clase.

Cloe sabía que no era muy común tener un ojo de color verde agua, y otro de color negro, y que no era muy común tener orejas puntiagudas como una duendecilla, y colmillos grandes y afilados como un lobo, pero ella lo llevaba bien. Simplemente se veía un poco fea.

Tampoco era muy común que le apasionase la oscuridad y no le tuviese ningún tipo de miedo. De hecho, le encantaba pasear por las noches para observar y escuchar el paisaje nocturno.

Desde muy pequeñita empezó a elegir ropa muy diferente al resto de las niñas, le encantaban las camisetas y sudaderas «de chicos» y los pantalones elásticos. Nada de medias, nada de faldas incómodas y nada de blusas abotonadas.

Cloe tenía su propio estilo, una mezcla entre estilo gótico y roquera con un toque muy coqueto, en definitiva, tenía un estilo muy Cloe.

Cloe aún no tenía amigas ni amigos porque llevaba poco tiempo en el nuevo colegio. Su familia, una vez más, se había mudado de pueblo, y para ella era un fastidio volver a empezar de nuevo. Era un fastidio cambiar de casa, cambiar de pueblo, y sobre todo era un fastidio cambiar de colegio. ¿Por qué habían tenido que mudarse otra vez más?

Cloe siempre escuchaba atenta las respuestas de su padre:

—Cariño, cuando llegue el momento de tu transformación lo entenderás. Cuando seas como tu madre, podrás decidir y defenderte si hiciera falta. Pero ahora, debo protegerte. Te quiero demasiado para permitir que te ocurra algo —le decía su padre.

—¡Papá, no entiendo nada! ¿Protegerme de qué? ¿Mi transformación? ¿Te refieres a mi primera menstruación? ¡No creo que eso suponga mucho cambio en mí! ¡Tan solo consiste en llevar compresas durante algunos días, menuda chorrada! ¡Ya estoy informada de todo! Y, papá, ¿de qué tienes miedo? ¡Hace años que no creo ni en fantasmas ni en monstruos! ¡Ya estoy en 6º de Primaria! ¡Estoy cansada de cambiar de colegio! ¡Nunca tendré amigas porque es imposible mantener la amistad en la distancia, y además tampoco me dejas estar en redes sociales porque soy menor! ¡Ni siquiera tengo móvil, papá! ¿Te lo puedes creer? ¡Seré la única chica de 6º que no tenga móvil! ¡Las amigas del anterior colegio recibieron de regalo un móvil en la fiesta de su primera comilona, o comunión, o cómo se diga! ¡Y mamá, por lo que me contáis, era especial! ¡Nunca seré como ella! ¡Y para colmo nunca pude conocerla! ¿Por qué tuvo que morir? ¡No es justo, no es justo! ¿Por qué tuvo que morir? ¡Tengo ganas de enfadarme! ¡Aaah! ¡Aaah! ¡Y ahora, en otro colegio nuevo! ¡Estoy harta, papá! ¿Me escuchas? —contestaba Cloe, enojada y llorando a gritos.

En ese momento, su padre, con sonrisa amable y triste, con ojos brillantes que querían llorar pero no debían, abrazaba a su hija y la colmaba de besitos y abrazos.

—Hija, tendrás un móvil a su debido tiempo, todavía no lo necesitas. Confía en mí, cariño. Ya sé que eres una campeona valiente que no teme a nadie ni a nada, pero… hay algo que debo contarte… Nunca encuentro el momento… No sé por dónde empezar, pero un día de estos nos sentaremos tranquilamente y te lo contaré todo. Un día te explicaré por qué hemos cambiado otra vez de pueblo…

Pero ¿en serio que no te gusta este pueblo? Elegí Salar entre miles de pueblos por los lugares encantadores y mágicos que tiene… ¡Ya los descubrirás y los disfrutarás! Además…, no creo que aquí puedan encontrarte…

Entonces Cloe se calmaba, le devolvía los abrazos, lloraba y reía, todo a la vez, y se rendía al cariño sincero de su padre, guardando su enfado y frustración para otro momento.

—Papá, la verdad es que este pueblo… no me disgusta, te lo confieso.

¡Ay, papá!… ¡tú y tus misterios!… Pero bueno, ya me lo contarás otro día. Ahora me duele la cabeza y no tengo ganas de pensar en nada…

Cloe ya estaba acostumbrada a cambiar de casa, de pueblo y de colegio, y sabía que saldría adelante. Además, Cloe tenía una familia maravillosa, tenía a su padre, Óscar, a su abuelo paterno, Corban, y a su perrita Sandy, una preciosa y peluda pastora alemana.

Cloe también tenía abuelos maternos, pero las cosas no iban bien.

Según le contó su padre, sus abuelos maternos fueron los culpables de todo lo que sucedió.

Cloe, la chica loba

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