Читать книгу La balada de la piedra que latía - Santiago Martín Idiart - Страница 12

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El té con las visitas (Tandil, 1945)

—Más té, por favor, Matildita– demandó la señora Phers. Con ademán mecánico, Matilde se acercó con la tetera y volvió a llenar de líquido ambarino la taza.

—¡Qué orgullosa debés estar, Gertrudis! –continuó dirigiéndose a la señora de Alcázar– ¡Tus hijos ya son dos hombres! ¡Y uno de ellos, militar de carrera!

Gertrudis de Alcázar sonrió, complacida, y su hijo Máximo se esponjó como un pavo real dentro de su uniforme del ejército. Junto a él, su hermano Ladislao, de apenas diecisiete años, lánguido y delicado, bebía el té con un gesto ausente.

—Sí, Máximo es nuestro orgullo, y estoy seguro de que Ladislao también nos dará muchas satisfacciones– repuso el Dr. Alcázar–. Aunque a él no se le dio por el lado de las armas, sino por el de las letras. Escribe poesía.

—Si leyeran qué lindos versos escribe…hasta le publicaron unos en la revista Sur– agregó Gertrudis.

—Eso es muy interesante– dijo el señor Phers. Muchos de nuestros grandes hombres de Estado fueron vasallos de las musas: Cané, Cambaceres... el propio Lugones. Te espera un gran futuro, muchacho…por lo pronto tenés el ejemplo de tu hermano, que me contaron que además de ser militar, está haciendo una gran carrera política en Buenos Aires. ¿Es verdad eso Máximo?

—En efecto– dijo con autoridad Máximo Alcázar. Estoy colaborando con el coronel Perón, en la secretaría de Trabajo.

—Perón, ese hombre–la señora Phers no pudo reprimir una mueca de disgusto –parece medio comunista.

—Al contrario, señora. Las leyes laborales que impulsamos desde la Secretaría de Trabajo, contribuyen a mantener a los obreros alejados de esas ideologías foráneas. Si saben que un militar patriota vela por ellos... ¿Para qué se van a embanderar con esos trapos rojos?

—Reconozco que está bien pensado–dijo el Dr. Phers –. Pero igual hay que tener mucho cuidado con darle alas a esa gente. No les cuesta nada olvidarse de cuál es su lugar.

Dirigió una rápida mirada a Matilde, que se estremeció.

—También dicen lo contrario– dijo el doctor Alcázar– se comenta que tiene simpatías fascistas.

—Papá, ya te dije que eso es absurdo– dijo Máximo. –Perón fue uno de los hombres del gobierno que más insistió para que saliera la declaración de guerra al Eje. En realidad, la idea de Perón es elaborar una doctrina nacional, completamente nuestra. ¿Por qué siempre tenemos que estar importando ideologías foráneas, ya sea de Estados Unidos, Alemania o Rusia?

—Supongo que esa doctrina nacional va a estar escrita en quechua o en mapuche– apuntó sarcásticamente Ladislao. Digo, porque si no queremos nada de afuera… ¿la lengua española supongo que saben que vino de España, no?

—Qué gracioso que es mi hermanito, je– ironizó Máximo – se cree que todo es poesía y jueguitos de palabras…cómo se nota que no entiende nada de política. Y mi padre cree que va a ser Lugones: está más para organizar tés literarios para las señoras que para ser el mentor intelectual del país. Está más cerca de Defina Bunge que de Lugones, según parece.

Tras un silencio incómodo, cortado apenas por los carraspeos nerviosos de Gertrudis Alcázar, Antonieta encontró la manera de salvar la situación.

—Dicen que Perón está a favor de que votemos las mujeres… ¿es verdad eso, Máximo?

—No hemos hablado mucho del tema, pero creo que sí. Ya hubo una iniciativa del gobierno, pero la propia Unión de Mujeres se opuso. Al final, uno nunca sabe lo que quieren– trató de bromear el joven militar.

—A lo mejor, queremos que lo que es un derecho democrático no se nos dé como una dádiva de los militares – dijo secamente Ida.

La señora Phers volvió a tratar de llevar la conversación por otro carril.

—Otra cosa que se dice de Perón es que vive con una mujer sin estar casado…y con una actriz…que me disculpen, pero yo no soy tan moderna. Preferiría en el gobierno a alguien que tenga una familia como la gente.

—Señora, no espero que una dama lo entienda, pero los hombres tenemos ciertas necesidades. El coronel Perón lleva varios años viudo, y abocado por entero al servicio público. Tiene derecho a disfrutar de un poco de compañía femenina No creo que tenga nada de malo, al contrario. Lo inmoral sería que fuera uno de esos degenerados que prefieren a los hombres… ¿O no, Ladislao?

—No sé, hermano, vos sabrás más de eso que yo, ya que sos militar. Ustedes tuvieron el escándalo ese de los cadetes del Liceo Militar ¿En qué año fue? ¿Vos dónde estabas?

—¿Pero por qué no te vas al cuerno??

—¡Ladislao y Máximo!– rugió el doctor Alcázar– ¿Qué clase de conversación es esa en una casa decente y frente a su madre y otras señoras? ¡Discúlpense ya mismo con nuestros anfitriones! – Y adelantándose a su propia orden, se dirigió al dueño de casa –. Disculpame, Jacinto… pese a que ya son dos hombres, a veces se ponen como criaturas…

—No es nada, amigo Alcázar– ojalá hubiese tenido yo hijos varones para que me hicieran rabiar. Pero bueno, ya vendrán los yernos y los nietos…

La conversación derivó hacia temas banales que terminaron de disolver las rispideces. Pero Máximo Alcázar no habló más. Había reparado en la hermosa muchacha que servía el té y su atención había quedado absorbida completamente en la contemplación de esa beldad, que ejercía su servil oficio con una dignidad de reina. La gracia de sus manos perfectas al endulzar y revolver el té, el contoneo de sus caderas al ir y volver de la cocina portando bandejas y jarras, la línea de sus pantorrillas que se adivinaba bajo la larga falda del uniforme negro. Todo esto, inflamó el corazón del joven militar, que al igual que su jefe también anhelaba el calor de una mujer en la que descansar de las rudezas de la vida cuartelaria, y que encontraba más placer en la belleza sencilla de las muchachas del pueblo que en la rigidez almidonada cultivada por las señoritas de sociedad en tés y salones.

Se juró que esa galleguita sería suya. Y como a buen guerrero, no le gustaba perder.

La balada de la piedra que latía

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