Читать книгу Diario de la pandemia - Alejandra Costamagna, Santiago Roncagliolo - Страница 23

primera entrega de mi cuaderno de confinamiento. si quieren más, paguen, porque si no es a cambio de dinero, yo no tengo ninguna necesidad de expresar literariamente estos días de juerga autoritaria, ni de mantener con respiración asistida ninguna comunidad de consumo cultural

Оглавление

Cristina Morales

Barcelona, 10 de abril— Nos dedicamos a esquivar a la policía y a sus chambelanes, esos chivatos que se cobran en confort moral fascista el denunciar a su vecino por tener menos miedo que ellos.

El otro día durante la cena o el almuerzo o la merienda salió este tema de discusión: ¿es más repugnante un mercenario o un buen samaritano? O sea: ¿es más repugnante el policía que te reprime porque le pagan o el gilipollas que, sin ser pagado, te reprime porque halla satisfacción cívica en su violencia? Yo era de la opinión de que es más repugnante el buen samaritano. Otra comensal dijo que no veía por qué la intervención del dinero en la ecuación aligeraba el grado de repugnancia hacia el policía. La tercera comensal no estaba segura.

Nos asustamos mucho el primer día que salió el helicóptero a patrullar desde lo alto las terrazas, los parques, las zonas boscosas, las playas recónditas. Es el mismo helicóptero que sobrevuela la ciudad cuando hay manifestaciones, disturbios o cuando juega el Barça. Nos asustamos porque los primeros días de confinamiento habíamos llevado a cabo incursiones en las áreas desgreñadas de Montjuïc con éxito. Incursiones que se transformaban en paseos. Paseos que se transformaban en excursiones. Teníamos fichado un rincón al que íbamos a hacer boxeo, yoga y kung fu (todo mezclado porque nos poníamos a jugar más que a entrenar) y estábamos evaluando el mejor sitio en el que pegarnos un viaje de setas.

Un día nos tuvimos que esconder de dos coches de mossos que pasaron por nuestro lado y que iban a por una pareja que andaba sacando al perro muy morosamente. Nos escondimos como se esconden los dibujos animados: cada una detrás de una columna o de un árbol. Estábamos en la rotonda esa que tiene una fuente, unos bancos de piedra y una estatua ecuestre de cuando la Exposición Universal de 1929 (es un Sant Jordi modernista, desnudo, que monta a pelo, congelado en la posición de estar descabalgando). En cuanto desaparecieron los coches salimos pitando evitando la carretera, descampado a través, basura a través, y no hemos vuelto.

Se ha reído de nosotras la policía, dije durante la cena. Nos vieron escondernos tan ridículamente, nos vieron con tanto miedo, que consideraron que ya estaba el amedrentamiento consumado y ni se molestaron en perseguirnos. Se estaban partiendo la polla dentro del coche, vamos. Se lo están contando por wasap a toda la comisaría del orto, o sea. Se lo están contando hasta por la radio.

No te confundas, interviene otra comensal. Quienes nos hemos reído hemos sido nosotras. Los hemos esquivado, sea como sea, los hemos esquivado. Hemos sido rápidas, nos hemos escondido de la mejor, por no decir de la única, manera posible. Te sientes ridícula porque romantizas la noción de evasión y de subversión.

Joder, qué razón tiene mi amada.

La hora de los aplausos de Dios (hemos comprobado que cuanto más se endurece el confinamiento, más aplauden —¿pensarán en falos?—) se ha convertido en un toque de queda. Si estás en la calle a partir de las ocho y media de la tarde, eres sospechosa. Antes del confinamiento los supermercados cerraban a las nueve. Las dos primeras semanas del confinamiento cerraban a las ocho. Ahora algunos cierran a las siete. Antes, el badulaque cerraba a la una de la noche (nuestra coartada perfecta para salir). Ahora cierra a las 10. Nuestra coartada ahora es la farmacia 24 horas y el hecho de que las farmacias están desabastecidas de medicamentos para los pulmones. Nunca nos han parado de noche (lo que demuestra que la capacidad de control no es tanta como nos quieren puto hacer creer), pero siempre llevamos una caja de Ventolín o de Atrovent vacía en el bolsillo (yo soy asmática —de verdad—). En nuestra imaginación se produce la siguiente conversación con el mosso:

—Adónde va usted a estas horas. —A la farmacia de allí de Santa Eulalia que es la más cercana abierta 24 horas. —Qué es eso tan urgente que tiene que comprar que no puede esperar a mañana. —Ventolín para mi mujer, que es asmática y no puede respirar.

Eso, si va una de nosotras sola que no sea yo. Si vamos dos y una de esas dos soy yo:

—Ventolín para mí, que soy asmática y no puedo respirar. —Y por qué no va usted sola —en caso de que el mosso juegue a poli súper malo. —Porque —yo ya haciendo como que me ahogo— estoy asustada y no me encuentro bien.

Así actuaríamos si nos pararan en dirección a la farmacia. Si nos pararan en dirección contraria:

—Adónde va usted a estas horas. —Vengo de la farmacia de Santa Eulalia, que es la más cercana y abierta las 24 horas. —Qué es eso tan urgente que ha tenido que comprar que no puede esperar a mañana. —He ido a comprar Ventolín —sacamos la caja vacía— porque mi mujer es asmática, pero no tenían y no saben cuándo volverán a tener, así que estoy buscando desesperadamente otra farmacia de guardia.

Sigue pareciéndome más repugnante el buen samaritano, le repliqué a mi amada. Porque por dinero yo puedo entender que se hagan tareas de mierda. Pero el buen samaritano lo hace por mero placer represivo. Mi otra amada, la tercera comensal, habla entonces y se ríe: cómo puedo pensar que no hay placer represivo en el policía. No son soldados de gleba mandados al frente en contra de su voluntad. Son orto de maderos que gozan haciendo con total impunidad aquello para lo que los han entrenado.

Me acordé entonces de un argumento pro policial que reza que los polis son clase obrera y que se estuvo esgrimiendo masivamente durante los últimos disturbios en Barcelona. El policía herido por nuestras pedradas era un obrero sufriendo un accidente de trabajo. ¡De pronto los fachotes preocupándose por los derechos laborales, tócate el coño!

Tenéis razón otra vez, mis lúbricas. Es un falso dilema: no tenemos que elegir entre unos esbirros y otros. Dirigiremos nuestros ataques y nuestras precauciones a todos por igual.

Y así empezamos con la contrapropaganda y la contrainformación. Si la unam o quien sea me contrata una segunda parte de este diario, explicaré cómo estamos grafiteando (cuidándonos mucho siempre, que no se preocupen las autoridades sanitarias) fóllame, tengo corona.

Diario de la pandemia

Подняться наверх