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Capítulo 2

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TARDARON más de una hora en llegar hasta la ambulancia que los esperaba abajo, donde Sean supervisó la colocación de las camillas.

Ally observó el perfil del hombre, la nariz recta, el mentón cuadrado…

–Guapo, ¿eh? –bromeó Jack. Ella sonrió, esperando no haberse delatado.

–Si te gustan los anuncios de colonia masculina…

–¿Cómo?

–Ya sabes, esos modelos que se tiran al agua, saltan de un avión y escalan montañas para llegar hasta su amada.

–Ah, claro. Sí, ese es Sean. Las mujeres se vuelven locas por él.

Ally podía creerlo. No habría una sola mujer que no encontrase atractivo a Sean Nicholson.

Como si los hubiera oído él se volvió y después de darle las últimas instrucciones a los enfermeros, se acercó a ella.

–Adiós, Jack.

–Ah, vale. Entiendo la indirecta –rio el hombre.

Ally se envolvió en la chaqueta, no sabía si para protegerse del frío o de Sean.

–¿De qué conoces a Jack?

La sonrisa se borró del rostro masculino.

–No quiero hablar de eso.

–¿No?

–No.

–¿Y de qué prefiere hablar, doctor Nicholson?

–De nosotros –contestó él, quitándole el gorro de lana. Como había supuesto, una cascada de rizos dorados cayó sobre sus hombros–. Tenía razón… a medias. Rubia, pero no tonta.

Ally respiró profundamente.

–Mire…

–Quiero volver a verte, Ally –dijo él, tuteándola por primera vez.

Los ojos del hombre atraparon los suyos y el corazón de Ally dio un vuelco. Sean Nicholson no perdía el tiempo.

–¿Por qué? –preguntó, aparentando indiferencia–. ¿Necesita lecciones de escalada o de primeros auxilios?

Sean soltó una carcajada.

–No. La necesito a usted, doctora McGuire.

–¿Y qué pasa con lo que yo quiero, doctor Nicholson?

Sean la miró de arriba abajo, en un gesto de masculina apreciación que la dejó muda.

–Tú quieres exactamente lo mismo que yo. Pero no tienes el valor de admitirlo.

No era verdad. Ella no lo necesitaba. Solo necesitaba a Charlie. Algo seguro y estable, sin la sensación de peligro que transmitía aquel hombre.

–Estás asumiendo que no tengo ninguna relación.

–¿La tienes?

–Sí.

–¿Y te deja pasear sola por la montaña? Lo que debería hacer es protegerte.

–Muchas gracias, pero no necesito que me protejan –replicó ella.

–Yo no opino lo mismo.

–¡Sean, nos vamos! –gritó Jack.

–Terminaremos esta conversación en otro momento –dijo entonces Sean, antes de volverse hacia la ambulancia.

¿Qué había querido decir con eso?, se preguntó Ally. No habría otro momento. No quería volver a verlo más. Sean Nicholson la hacía sentirse frágil y vulnerable, hacía que sus emociones aflorasen a la superficie, emociones que llevaban mucho tiempo escondidas. Y con las que no quería enfrentarse. Ella tenía a Charlie, una vida tranquila… Y eso era lo que quería. ¿O no?

–Mamá, ¿es verdad que le has salvado la vida a dos chicos?

–¿Quién te ha dicho eso? –preguntó Ally.

–El tío Jack –contestó la niña, metiendo la manita en el paquete de cereales.

–¡Charlotte McGuire, eso es asqueroso! –exclamó su madre, quitándole los cereales–. Si tienes hambre, come una tostada.

–Las tostadas me dan asco –protestó la cría, abriendo mucho sus ojitos azules.

Ally respiró profundamente, recordándose a sí misma que la mesa no debería nunca ser un campo de batalla.

–Ayer sí te gustaban.

–Pues hoy no –replicó Charlie–. Bueno, me comeré una. Pero si me la haces en forma de casa. ¿Por qué no se murieron?

Con paciencia, Ally recortó la tostada en forma de casita con tejado.

–¿Quién?

–Los chicos –contestó Charlie–. El tío Jack le dijo a la abuela que habían tenido suerte de que tú pasaras por allí o se habrían muerto.

–No deberían haber estado paseando por la montaña sin un buen equipo –contestó su madre, llevando los platos al fregadero.

–¿Y por qué se iban a morir?

Ally apretó los dientes. Iba a tener que hablar seriamente con Jack.

–Porque hacía mucho frío, cariño. Pero ya están bien, así que olvídate del asunto y prepárate para ir al colegio.

–Karen no se pone la chaqueta para salir al recreo. ¿Se va a morir de frío?

–No, tonta –rio Ally–. No es lo mismo. Esos chicos se habían caído a un barranco y en la montaña hace mucho más frío que aquí. Venga, ve a lavarte los dientes o llegaremos tarde.

Charlie salió corriendo de la cocina y Ally suspiró, aliviada. Tener una hija de cinco años a veces era una bendición, pero otras…

Unos minutos después, detenía el coche frente a la casa de los Walcott.

–Buenos días –la saludó Tina.

–Hola, Tina. Muchas gracias por llevar a Charlie al colegio.

–No me cuesta nada. Venga, vete a trabajar. Y no olvides la fiesta de Halloween el sábado. ¿Vas a venir?

–Yo no puedo, pero mi madre llevará a la niña –contestó Ally.

Se sentía afortunada por tener una amiga que llevaba a Charlie al colegio para que ella pudiera ir a trabajar. Sus padres iban a buscarla por las tardes y se quedaban con ella hasta que salía de la clínica. Afortunadamente el director, Will Carter, era un hombre comprensivo y, en general, todo funcionaba perfectamente, aunque le hubiera gustado pasar más tiempo con su hija.

Una sensación de tristeza la envolvió entonces, pero Ally sacudió la cabeza. No tenía elección. Hacía lo que podía en sus circunstancias, sencillamente.

Cuando entró en la clínica, se encontró con Will.

–Buenos días. ¿Cómo está tu niña?

–Muy preguntona –sonrió Ally.

–Y cada día será peor.

–¡No me digas eso! –rio ella. A punto de retirarse de la profesión, Will Carter había establecido una clínica en Cumbria que todo el mundo admiraba. Sin él, nunca habría podido superar el trauma que había rodeado el nacimiento de Charlie. –Hay una fiesta de Halloween el sábado y todos los niños están locos de alegría.

–¿No trabajas el sábado?

–Sí, pero no importa. Charlie irá con mi madre.

–¿Seguro?

–Seguro, pero gracias por preguntar.

Sabía que Will le daría el día libre si se lo pedía, pero no pensaba hacerlo. El director de la clínica ya había hecho más que suficiente por ella.

–Hablando del sábado. Tony Masters piensa dar una cena y he pensado…

–La respuesta es no –lo interrumpió ella. Siempre pasaba lo mismo. Ante la menor oportunidad, Will se ponía a hacer de Cupido–. Ya sé lo que vas a decir y te lo agradezco. Pero no necesito pareja.

El hombre la miró con expresión preocupada.

–Ally, eres joven y no deberías enterrarte en vida por Charlie.

–Mi hija y yo estamos estupendamente –replicó ella, colgando su abrigo en la percha.

–No es verdad. No haces vida social, no sales con nadie. Sé que tienes problemas económicos por culpa de ese canalla…

–Soy una mujer independiente y eso es lo único que importa –volvió a interrumpirlo Ally–. Un niño no necesita lujos, necesita cariño y atención. Charlie y yo somos felices, así que no te preocupes.

–Pues estoy preocupado –insistió Will–. Deberías salir con alguien que cuidase de ti.

–¿Cuidar de mí? No he conocido a ningún hombre que quiera cuidar de mí y de mi hija. Y nos cuidamos muy bien solas.

–Te mereces mucho más… –empezó a decir el hombre, con tristeza.

Ally lo besó en la mejilla.

–Tú eres encantador, Will, pero no hay muchos hombres como tú.

–Pero si yo conociera a alguien…

–Por favor, déjalo ya. Yo soy feliz y Charlie también. No necesito nada más –dijo Ally, abriendo la puerta de su consulta.

–Vale, vale. Lo siento –se disculpó Will–. Pero no te vayas todavía. Tengo que consultarte sobre un paciente.

–¿Paciente tuyo o mío?

–Tuyo. Anoche tuve que ir a visitar a Kelly Watson. Sufrió un ataque de asma.

–¿Otra vez? Es el segundo esta semana. ¿Está ingresada?

Will asintió, pasándose la mano por el cabello gris.

–He hablado con el responsable de cardiorespiratorio y me han dicho que van a aumentar la dosis de corticoides.

–Ya estaba tomando una dosis razonable…

–Eso si la estaba tomando –la interrumpió Will–. Yo creo que no.

–¿Por qué una niña de nueve años no iba a tomar la medicación que le han prescrito?

–No lo sé –contestó el director de la clínica, con expresión preocupada–. Pero si la estuviera tomando no creo que hubiera sufrido el segundo ataque. ¿Por qué no hablas con Lucy?

Lucy Griffiths, la enfermera de la clínica, conocía mejor a los pacientes que los propios médicos.

–Lo haré. Y también habrá que comprobar si Kelly sabe inhalar bien.

–Muy bien. ¿Alguna noticia sobre Pete Williams?

–¿Cómo sabes lo de Pete?

–Nunca intentes ocultarle algo al viejo Will –sonrió el hombre–. Me encontré con Jack anoche y me contó la historia.

Ally recordó de nuevo a Sean Nicholson. Pero sería mejor pensar en otra cosa.

–Pensaba contártelo hoy.

–Pete es un buen chico, pero hace cosas que… –empezó a decir Will.

–Lo sé. Hablaré seriamente con él cuando esté recuperado.

–Vale. Ah, por cierto… ¿comemos juntos? Tenemos que hablar sobre ciertos asuntos que conciernen al trabajo en la clínica.

¿Qué asuntos serían esos?, se preguntó Ally, sorprendida.

Antes de entrar en su consulta, pasó por la sala de enfermeras para hablar con Lucy.

–Me han dicho que Kelly Watson está teniendo problemas.

–Me temo que sí. Dicen que van a aumentar la dosis de corticoides, pero yo no creo que esa sea la solución. ¿No te parece?

Ally frunció el ceño, pensativa.

–¿Hemos comprobado si sabe inhalar bien?

–Sí. Lo comprobé durante el último ataque.

–Entonces… ¿tú qué crees? –preguntó Ally.

–Yo diría que es algo que tiene que ver con su madre.

–¿Con su madre? ¿Qué quieres decir?

La enfermera empezó a golpear el escritorio con el bolígrafo.

–No estoy segura, pero la madre de Kelly no quiere que le aumenten la dosis de corticoides.

–Bueno, eso es relativamente normal. A nadie le gusta que sus hijos tomen tantas medicinas.

–No es eso… –empezó a decir Lucy. Pero no terminó la frase–. En fin, no sé. Habrá que esperar.

–Muy bien. Nos veremos más tarde.

Ally fue a su consulta y pasó la mañana viendo pacientes con catarro, infecciones de oído, dolores de cabeza… Pero, entre paciente y paciente, encontró tiempo para llamar al hospital y preguntar por Pete. El chico se encontraba mejor, afortunadamente.

La paciente que entró entonces era una mujer de treinta años que había tenido mellizos un par de meses atrás.

–Hola, Jenny, ¿cómo están los niños?

–Dando mucha guerra –sonrió la joven–. No puedo dejarlos solos ni un minuto.

–Te creo –dijo Ally, recordando sus primeros meses con Charlie. Había sido maravilloso, pero también una pesadilla. Tantos traumas, tanto miedo…

–Ahora están con mi madre –dijo Jenny–. He venido porque me ha salido un lunar en la pierna y como dicen que hay tanto cáncer de piel…

Jenny se bajó los pantalones y Ally examinó el lunar con expresión seria. Era más grande de lo normal y tenía los bordes irregulares, signos que sugerían un posible melanoma.

–¿Tomas mucho el sol, Jenny?

–No demasiado, doctora McGuire –contestó la joven–. Pero me gusta estar morena.

–¿Cuándo fue la última vez que tomaste el sol?

–Hace un año, cuando Mike y yo fuimos de vacaciones a la playa. Volvimos morenísmos… ¿Para qué lo mide?

–Has hecho bien acudiendo a la consulta. Es mejor examinar estos lunares que aparecen de repente.

–¿Es malo?

–No lo sé, pero hay que extirparlo.

Jenny tragó saliva.

–¿Cree que es un cáncer?

–Es imposible saberlo antes de hacer una biopsia.

–¿Pero cree que podría serlo?

–Es posible –admitió Ally.

–¿Y si lo es?

–Jenny, no pasa nada. ¿Por qué no esperas a ver los resultados del laboratorio antes de preocuparte?

La joven respiró profundamente.

–Muy bien. ¿Cuándo podrán quitármelo? No voy a pegar ojo hasta entonces…

–Llamaré al doctor Gordon y te darán hora para esta misma semana.

–¿Tendré que quedarme ingresada?

–No. Este tipo de lunar se extirpa con anestesia local.

Jenny se levantó de la camilla.

–Muchas gracias, doctora McGuire.

Ally la observó salir de la consulta, sintiéndose repentinamente deprimida. Jenny era una chica joven con dos niños recién nacidos…

Sin esperar un segundo, llamó a la secretaria del doctor Gordon y pidió hora para su paciente. Se le había pasado la mañana volando y cuando miró su reloj, se dio cuenta de que llegaba tarde a la comida con Will.

–Hola. Siento llegar tarde… –Ally no terminó la frase al descubrir que, sentado al lado del director de la clínica, estaba Sean Nicholson, que observaba su reacción con una sonrisa.

–Te estábamos esperando. Quiero presentarte al nuevo interino –dijo Will.

–Ya nos conocemos –sonrió Sean.

Ally sintió un ataque de pánico. No quería trabajar con aquel hombre. Sean Nicholson la hacía sentir… la hacía sentir…

–No sabía que os conocierais.

Ella no confiaba en la inocente expresión de Will. Además, se había encontrado con Jack y él tenía que haberle hablado de Sean. Seguro. Aquella era otra de sus trampas para buscarle novio.

–Nos conocimos en la montaña –explicó Sean–. Ally me dio consejos sobre cómo bajar por una cuerda.

Will Carter sonrió.

–Excelente. No se me había ocurrido pensar cuántas cosas tenéis en común. Así será más fácil que tengáis una buena relación profesional.

¿Buena relación profesional? Ally no se veía teniendo una buena relación con aquel hombre ni aunque viviera cien años.

Él era todo lo que odiaba en un hombre: arrogante, machista… y terriblemente atractivo. ¿Trabajar con él? ¡Nunca! Sean Nicholson la hacía sentir como una mujer y esos eran sentimientos que Ally había desterrado tiempo atrás.

–¿No vas a comer, Ally? –preguntó Sean entonces con una sonrisa.

–Creí que no te gustaban las mujeres médicos –dijo ella, intentando disimular su turbación–. Especialmente las mujeres rubias.

–Al contrario. Me gustan mucha las mujeres médicos, especialmente si son rubias.

Ally se mordió los labios cuando vio el brillo burlón en los ojos del hombre. Pero aquella vez no caería en su trampa.

–Sean va a ayudarnos hasta que encontremos a alguien que ocupe el puesto de Tim. Y un médico como él es justo lo que necesitamos –dijo Will.

–Puede que Ally no esté de acuerdo –sonrió Sean–. Ella cree que soy un machista insoportable.

–Yo diría que lo eres un poco. Tantos años en el ejército…

–¿En el ejército? ¿Estudiaste medicina en el ejército? –preguntó Ally.

–No. Primero estuve en el ejército y luego estudié la carrera.

Podía imaginarlo en el ejército. Con el pelo muy corto, los rasgos cuadrados y la nariz recta parecía un oficial de película.

–¿Cuál es tu especialidad?

–Traumatología.

Una pregunta tonta, pensó entonces, recordando lo que había hecho con Pete. Eso explicaba su habilidad y su confianza.

–¿Vas a llevar la consulta de urgencias?

–Eso parece.

Ally se encogió de hombros filosóficamente. Necesitaban a alguien en urgencias y no era una consulta con la que ella tuviera mucha relación.

–Tu experiencia nos vendrá muy bien.

Will asintió, entusiasmado.

–Tendremos la consulta de urgencias abierta todos los días y así los pacientes no tendrán que desplazarse hasta el hospital. Sean es la persona perfecta.

–Es solo de forma temporal, Will…

–Claro, claro.

Sean soltó una carcajada.

–Eres un manipulador.

–Desde luego que sí. Haría lo que fuera para conseguir lo que quiero. Y te quiero a ti en mi clínica –rio el hombre.

–Yo diría que una consulta de urgencias en un pueblo pequeño es poca cosa para alguien que ha llevado un departamento de traumatología –intervino Ally.

Sean se encogió de hombros.

–Yo también lo pensaba antes del rescate del otro día. Pero ahora creo que hay muchas posibilidades. Temporalmente, claro.

Afortunadamente, Sean Nicholson no pensaba quedarse allí mucho tiempo.

–He llamado al hospital y me han dicho que Pete está muy bien.

–Mejor de lo que merece. Es un insensato –dijo él.

Ally pensó en Pete y en todos los problemas con los que el pobre chico había tenido que enfrentarse.

–No lo juzgues hasta que lo conozcas mejor. Puede que se arriesgase por una buena razón.

Como probarle a todo el mundo que podía hacerlo, que era un chico como los demás.

Sean negó con la cabeza.

–Podrían haberse matado.

Y, de hecho, si no hubiera sido por la habilidad de Sean, Pete habría muerto, pero Ally no podía soportar que hiciera juicios sobre alguien a quien no conocía.

–Tuvo mala suerte.

–Fue un inconsciente –corrigió él–. No debería haber subido a la montaña en esas condiciones. Y tú tampoco.

–¿Va a decirme lo que debo hacer, doctor Nicholson? –preguntó ella, irónica.

–Alguien debería hacerlo. Una mujer tan frágil como tú, paseando sola en medio de la niebla…

–¿Frágil? –lo interrumpió ella, sonriendo. Will parecía encantado con la discusión, algo que no le pasó desapercibido–. El tamaño no tiene nada que ver, lo que importa en la montaña es la experiencia. Además, llevaba a mi perro y un equipo adecuado.

Sean la miró con una intensidad que la dejó sorprendida.

–Si fueras mi mujer, no te habría dejado ir.

El corazón de Ally dio un salto dentro de su pecho.

–Pero es que no soy su mujer, doctor Nicholson –replicó, escondiendo las manos para que no viera que estaba temblando. ¿Qué demonios le pasaba con aquel hombre? Ella no quería ser su mujer, no quería ser la mujer de nadie. Todos los hombres que había conocido en su vida eran iguales, egoístas y mezquinos.

Y Sean Nicholson no era diferente.

–¿Tú sabías que pasea sola por la montaña? –le preguntó a Will.

–Ally conoce la montaña como la palma de su mano –contestó el hombre.

–¿Y por eso puede salir a dar un paseo sola en una montaña cubierta de niebla?

–Ally es muy sensata, Sean –sonrió Will–. Y, además, tiene a Héroe.

–¿Héroe?

–Su pastor alemán.

–¿Tu perro se llama Héroe? –rio Sean.

–Pues sí –contestó Ally, irritada.

Era increíble que aquel hombre estuviera hablando sobre lo que ella debería o no debería hacer.

–Da igual. Con perro o sin perro, no debería ir sola a la montaña.

–Intenta detenerla –rio Will.

–¿Te importaría dejar de hablar de mí como si yo no estuviera aquí? –se quejó Ally, indignada–. ¿De qué os conocéis, por cierto? ¿Y por qué conoces al equipo de rescate?

–Porque crecí aquí –contestó Sean, muy serio.

–¿Y?

–¿Y qué doctora McGuire?

–¿No vas a contarme nada más? –preguntó ella, sorprendida–. ¿Fuiste al colegio con Jack? ¿Will te trajo al mundo?

Will Carter dejó de sonreír.

–No sabía que estuvieras tan interesada en mí –dijo Sean, con expresión tensa.

–Solo intentaba mantener una conversación.

Estaba claro que Sean Nicholson no quería hablar sobre su pasado.

–Sean es un pionero en ciertos tratamientos traumatológicos –intervino Will entonces, intentando disipar la tensión.

–Qué bien –murmuró Ally.

–¿Dónde vas a alojarte? –le preguntó Will.

–Aún no lo sé. Tendré que buscar casa este fin de semana.

El director de la clínica se concentró en su filete.

–Ally alquila una habitación.

–¡Will!

El hombre levantó la cabeza, fingiendo sorpresa.

–Tú me dijiste que buscabas un inquilino ahora que Fiona ha vuelto a Londres.

–Sí, pero… Fiona era comadrona y…

–Yo también puedo traer un niño al mundo si es necesario –la interrumpió Sean.

–No quería decir eso.

No pensaba tener a aquel hombre en su casa aunque le hiciera falta el dinero. Ni loca.

–No quieres que viva en tu casa –dijo Sean, mirándola con los ojos entrecerrados.

–Claro que quiere –dijo Will–. ¿Por qué no, Ally? Ese establo te está arruinando.

–¿Vives en un establo?

–Sí. No te gustaría nada –dijo ella, lanzando una amenazadora mirada sobre Will. Pero el hombre no le hizo ni caso. ¡Otra vez! ¡Otra vez intentaba emparejarla con alguien! ¿Por qué no la dejaba en paz?

–Es la solución perfecta. Tú necesitas un inquilino y Sean necesita una habitación.

Ally abrió la boca para negarse de nuevo, pero no se atrevió. El pobre Will había hecho demasiado por ella. Sin él, no habría podido sobrevivir. Si aceptaba alquilarle una habitación a Sean, quizá la dejaría tranquila durante unos meses. Y quizá así podría demostrarle que no estaba interesada en ningún hombre. No era justo para Charlie. La niña necesitaba una vida estable, no un montón de hombres que desaparecieran cuando las cosas se pusieran difíciles. No, un inquilino era lo único que Ally podía tener. Además, ni siquiera tendrían que compartir casa porque la habitación que alquilaba estaba en un ala separada.

–¿Te importa dormir en un establo?

–¿El caballo sigue dentro? –sonrió Sean.

Will se levantó con la bandeja en la mano.

–El establo de Ally es una casa preciosa. Se ha gastado mucho dinero en ella.

–¿Y a tu marido no le importa que tengas inquilinos?

–Ally no está casada, Sean.

Ella levantó los ojos al cielo. No sabía si reírse o matar a Will.

–Pero vive con alguien.

–Sí, claro, con Charlie, pero… –empezó a decir el hombre, mirándola–. Bueno, yo tengo que irme, así que os dejo discutiendo los detalles.

Después de eso, salió de la cafetería, dejando a Ally indignada.

–No es muy sutil, ¿verdad? –sonrió Sean.

–No sé qué le pasa últimamente.

–Está intentando emparejarnos, cielo. Lo que no entiendo es por qué quiere hacerlo si tú ya tienes pareja.

Ally se puso colorada.

–Yo tampoco.

–¿No?

–No. Además, es irrelevante porque yo no tendría una relación contigo aunque fueras el último hombre en la tierra.

Sean estiró las piernas por debajo de la mesa, divertido.

–¿Por qué no?

–Porque no. Eres el típico machista que opina que el sitio de una mujer está en casa. Supongo que ni siquiera sabrás lo que es «el nuevo hombre», ¿verdad?

–¿A qué te refieres?

–Al tipo de hombre que respeta a su pareja, que plancha y friega los platos a medias con su mujer y que no le impediría ir a dar un paseo por la montaña si eso es lo que quiero hacer.

–¿No crees que yo sea ese tipo de hombre?

–¿Tú? Tú eres un clónico del hombre de las cavernas –contestó Ally, sarcástica–. La única diferencia es que tú llevas ropa en lugar de taparrabos.

Los ojos del hombre brillaron, irónicos.

–Cuando quieras verme con un taparrabos, solo tienes que decirlo.

La imagen de Sean Nicholson desnudo pasó por su mente en ese momento y Ally se puso colorada.

–¡Qué original!

–¿Por qué no estás casada, doctora McGuire?

–No es asunto tuyo.

–Entonces, Charlie no es tu hombre.

–Vamos a dejar clara una cosa –dijo entonces Ally–. Puedes vivir en mi casa porque me viene bien y a Will le haría ilusión, pero no serás más que un inquilino. ¿De acuerdo?

Sean levantó una ceja.

–¿He pedido yo algo más?

–No, pero…

–Yo nunca tocaría a la mujer de otro hombre. Y tú tienes pareja, ¿no?

–Sí, pero…

–Pues ya está –la interrumpió él, levantándose–. Si no tuvieras pareja, la situación sería diferente, claro.

Sean Nicholson la miró a los ojos durante unos segundos y Ally tuvo que tragar saliva, incómoda.

¿Qué ocurriría cuando descubriera que su pareja era Charlie? Nada. No pasaría nada, se dijo. Ella se encargaría de que fuera así. Se lo debía a su hija.

Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera

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