Читать книгу Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera - Sarah Morgan - Страница 7

Capítulo 3

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LA PRESENCIA del nuevo médico parecía haber despertado mucho interés entre los pacientes.

–Me han dicho que hay un médico nuevo en urgencias –le dijo la señora Turner por la tarde.

–Es cierto.

–Espero que este se quede más tiempo que el anterior.

Ally se obligó a sí misma a sonreír. Esperaba que no. Con un poco de suerte, Sean Nicholson se marcharía unos meses más tarde y ella podría volver a respirar tranquilamente.

–El doctor Nicholson está aquí solo de forma temporal. ¿Qué le ocurre, señora Turner?

–Pues… nada, es que…

–¿Y para qué ha venido a la consulta?

–Ah, claro, es verdad. Me duelen los oídos.

Ally examinó los oídos de la mujer, sonriendo.

–No le pasa nada en los oídos, señora Turner. Solo tiene un tapón de cera. Pida cita con la enfermera para que se lo quiten.

–¿Solo es un tapón de cera? –preguntó la mujer, sorprendida–. ¿Me ha examinado bien?

–Un tapón puede ser doloroso –sonrió Ally–. Si cuando se lo hayan quitado no mejora, vuelva a verme.

Cuando la paciente salió de su consulta, Ally la observó, distraída. Seguía pensando en Sean Nicholson y en cómo iba a tratar con él. Una cosa era cierta, no era un hombre fácil. Cuando quería algo, lo conseguía. ¿La querría a ella?, se preguntó. Pero tenía que seguir atendiendo pacientes y lo mejor era concentrarse en el trabajo.

Mary Thompson era una mujer de cincuenta años que llevaba un par de meses acudiendo a la clínica con problemas sin importancia. Ally sospechaba que le ocurría algo de lo que no quería hablar.

–Hola, señora Thompson. ¿Cómo está?

La mujer se sentó frente a ella, nerviosa.

–Siento mucho molestarla, doctora McGuire, pero es que tengo mucha tos.

–No me molesta en absoluto. ¿Desde cuándo la tiene? –preguntó Ally, tomando su estetoscopio.

–Desde hace un par de semanas. No me deja dormir.

Un par de semanas. Una rápida mirada a su ordenador le confirmó que, un par de semanas antes, Mary había ido a la consulta para que le curasen una indigestión. ¿Por qué no había mencionado la tos entonces?

–Desabróchese la blusa, por favor –dijo, sonriendo. Los pulmones de la mujer estaban perfectamente sanos, como había supuesto–. ¿Usted fuma?

–No. Pero mi marido sí.

Su marido. Ally recordaba que era un hombre grueso de mucho carácter.

–Sus pulmones parecen sanos, pero si sigue tosiendo me gustaría volver a echarle un vistazo dentro de una semana. ¿Alguna cosa más?

–No –dijo la mujer.

–¿Seguro que no hay nada más que quiera contarme?

La señora Thompson apretó el bolso con fuerza.

–Claro que no. Solo es la tos.

–Tome esto dos veces al día y vuelva la semana que viene –dijo Ally, extendiendo una receta.

Mary Thompson se levantó con expresión triste.

–Muchas gracias, doctora McGuire.

Ally observó salir a su paciente. Si Mary no le decía lo que le pasaba, no podría ayudarla.

En ese momento, alguien llamó a la puerta. Era Sean Nicholson.

–He terminado por hoy. Si no te importa, iré a ver tu casa más tarde.

Ally asintió con la cabeza. Necesitaba el dinero del alquiler porque, a pesar de su sueldo como médico, tenía muchos gastos.

–Vivo en Ambleside, pasado el cruce de Kirkstone –dijo, anotando su dirección–. Estaré en casa a las cinco y media.

–Estupendo. ¿Va todo bien? Pareces preocupada.

–No. Es una paciente…

Para su consternación, Sean se sentó en la silla que había frente a su escritorio.

–¿Quieres hablar de ello?

¿Hablar de ello? ¿Con él?

–No hay nada que decir –contestó. Pero después lo pensó mejor. Quizá una segunda opinión la ayudaría–. Bueno, la verdad es que tengo la sensación de que quiere decirme algo, pero no se atreve. Lleva un par de meses viniendo con tos, indigestiones, cosas así, pero estoy segura de que hay algo más.

–Podría ser depresión –murmuró Sean.

–No lo creo.

–¿Tiene problemas familiares?

–Es posible… No lo sé. Quizá lo estoy imaginando y no le pasa nada en absoluto.

–En mi experiencia, lo mejor es fiarse del instinto. Si tu instinto te dice que pasa algo, seguramente pasa algo. ¿Por qué no lo averiguas?

–¿Cómo? No puedo obligarla a que me cuente nada.

–Desde luego, pero podrías sugerirle que fuera al psicólogo.

–Mary podría tomarse esa sugerencia como un insulto. No todo el mundo entiende que el psicólogo es un médico como los demás.

Sean la miró a los ojos y su corazón se aceleró.

–Tienes razón. Nos veremos más tarde –dijo, levantándose.

Ally lo observó salir de su consulta, nerviosa. Quizá no había hecho bien aceptándolo como inquilino. Llevaba demasiado tiempo alejada de los hombres y se le había olvidado lo que era estar cerca de uno. ¿Cómo iba a relacionarse con él? ¿Podría hacer su vida como si Sean Nicholson no estuviera viviendo a su lado?

Apenas se verían, pensó. Ni siquiera sabría que estaba en su casa.

Un nuevo paciente llamó a la puerta y Ally hizo un esfuerzo para olvidarse de aquellos ojos, de la sonrisa indolente…

La tarde pasó rápidamente y cuando miró su reloj, comprobó que eran las cinco y cuarto.

–¿Algún paciente esperando, Helen? –preguntó a la enfermera.

–No. Puedes irte con tu niña –sonrió la joven.

Mientras conducía hacia su casa, observando las montañas recortadas en el horizonte, se preguntó si Sean habría encontrado el camino.

Lo había hecho.

Las luces del establo iluminaban la moto y la figura que había a su lado. Por supuesto, Sean Nicholson tenía que conducir una moto.

Ally observó la chaqueta de cuero negro que parecía abrazar sus anchos hombros. ¿Por qué tenía que ser tan masculino? ¿Por qué no era una birria de hombre?

–Hola –la saludó Sean con una sonrisa. Ella tuvo que hacer un esfuerzo para disimular su agitación. El negro lo hacía parecer un bandido, alto, moreno y muy, muy peligroso. Por la mañana estaba recién afeitado, pero en aquel momento tenía sombra de barba. Demasiadas hormonas masculinas.

–Siento llegar tarde. Es que he tenido muchos pacientes.

–No me importa esperarte –dijo él, colocándose el casco bajo el brazo. Ally sacó las llaves para abrir la puerta, pero estaba tan nerviosa que se le cayeron al suelo.

Estupendo. Disimulaba de maravilla. Maldiciendo en voz baja, se inclinó para tomarlas y vio con el rabillo del ojo el brillo irónico en los ojos del hombre.

Genial. Sean Nicholson sabía muy bien el efecto que ejercía en ella y estaba disfrutando como un loco.

–Supongo que esto te parecerá muy aislado –dijo, metiendo la llave en la cerradura como si quisiera matarla. No podía ni imaginar lo que pasaría cuando estuvieran viviendo juntos. Para empezar, necesitaría varios juegos de llaves si iba a seguir tirándolos al suelo…

–¿Sigues queriendo que me eche atrás? –sonrió Sean–. Pues siento desilusionarte, pero me gusta estar aislado, rodeado de ovejas…

–Las ovejas a veces son muy ruidosas –lo interrumpió ella, encendiendo la luz–. Como ves, no es muy grande…

–Eres una vendedora nata –rio Sean, mirando hacia arriba–. ¿Qué hay en el segundo piso?

–El dormitorio –contestó Ally, incómoda. No iba a funcionar. No iba a funcionar en absoluto. No podía estar en el mismo país que aquel hombre. ¿Cómo iba a convivir con él?

–Me gusta.

Ella abrió la boca para decir que había cambiado de opinión, pero no pudo decir nada.

–Aún no has visto la cocina –suspiró.

–No me digas… hay ratas y no tienes agua corriente –rio Sean, mirando por la ventana–. Tiene una vista preciosa.

Ally apartó la mirada de aquellos hombros. Estaban tan cerca que podría tocarlos… Pero no quería tocarlos. No tenía intención de hacerlo.

–Desde el dormitorio se ve mejor.

¿Por qué? ¿Por qué decía esas cosas que no quería decir?

–Normalmente, no me preocupa demasiado lo que se vea desde el dormitorio.

Ally se puso colorada, pero intentó disimular.

–La cocina no es grande, pero tiene todo lo necesario.

Sean entró tras ella. Ojalá no lo hubiera hecho. La cocina no era suficientemente grande para dos personas. Especialmente, si una de ellas era Sean Nicholson.

–Este sitio es muy bonito. ¿Lo has arreglado tú misma?

–No. Lo hizo el carpintero del pueblo.

–Pues ha hecho un buen trabajo. No debe ser difícil alquilar este sitio. Está separado de la casa, independiente…

Ally esperaba que fuera así. Sinceramente, esperaba que fuera así. Vivir demasiado cerca de aquel hombre podría volverla loca.

–Mis padres nos regalaron la casa a mi hermana y a mí y decidimos arreglar el establo para alquilarlo.

–¿Tu hermana también vive aquí?

–Mi hermana murió.

Sean se quedó en silencio durante unos segundos.

–Lo siento.

–No pasa nada. Ocurrió hace tiempo.

–¿Tuviste que reconstruir todo el establo? –preguntó entonces Sean, cambiando de conversación.

–Completamente. Por eso tengo inquilinos, para pagar los gastos.

–¿Cuándo se fue el último?

Ally se apartó un rizo de la frente.

–Fiona se marchó el mes pasado. Le ofrecieron un trabajo en Londres y, como todo el mundo, huyó de Cumbria.

–Todo el mundo menos tú.

–A mí no me gustan las grandes ciudades. Desde que era joven me han gustado el campo y la montaña, así que este es mi sitio.

–¿Desde que eras joven? –repitió Sean con una sonrisa–. ¿Qué eres ahora, una anciana?

Ally sonrió. Se sentía tan vieja como las montañas, pero solo por dentro. Obviamente, los traumas recientes no la habían envejecido por fuera.

–Digamos que se me ha pasado el momento de buscar las emociones que ofrece una gran ciudad.

–¿Y qué pasa con… otro tipo de emociones? ¿Tampoco las necesitas, Ally?

–Me gusta mi vida, doctor Nicholson.

–¿Vamos a tutearnos o no?

Ella hubiera preferido no hacerlo. De ese modo, se sentía más segura. Pero sabía que era absurdo no tutear a un colega.

–Pensé que, habiendo estado en el ejército, te gustarían las formalidades.

–Dejé el ejército hace tiempo y, la verdad, nunca me gustó mucho lo de los rangos. No es mi estilo. Bueno, ¿puedo alquilar este sitio o… tienes que hablar con Charlie?

¡Charlie! Ally se había olvidado de Charlie. Sería mejor que le dijera la verdad antes de que él la descubriera por sí mismo.

–Sean, tengo que decirte una cosa…

El sonido de un coche sobre la gravilla del camino la interrumpió. No había tiempo para confesiones.

–Tienes visita.

En ese momento, se abrió la puerta y Charlie entró corriendo con las mejillas rojas por el frío.

–¡Mamá! ¿Qué haces aquí…? –la niña se quedó parada al ver a Sean–. ¿Quién eres?

Ally tragó saliva, demasiado incómoda como para disculparse por las maneras de su hija.

–Es el doctor Nicholson, cariño. Va a vivir aquí durante un tiempo. ¿Dónde está la abuela?

–Se ha ido a casa porque Princesa va a dar a luz. ¿Es tuya la moto que hay fuera? –preguntó la niña.

–Sí –contestó Sean–. ¿Te gusta?

–¡Mucho! ¿Puedes llevarme a dar un paseo?

–¡De eso nada! –exclamó su madre–. Venga, vamos a casa. Tienes que hacer los deberes.

–¿No vas a presentarnos? –preguntó Sean con voz de terciopelo. Ally lo miró. Un error porque su corazón empezó a latir con fuerza al ver aquellos ojos oscuros.

–Te presento a mi hija, Charlotte.

–Charlie, supongo.

–¿Cómo lo sabes? –rio la niña.

–Intuición.

–¿Qué es intu… eso?

–Vamos a casa, Charlie –dijo su madre–. Voy a darle una llave al doctor Nicholson para que pueda instalarse aquí.

–Qué bien. Ya verás cuando mi amiga Karen vea la moto.

Ally miró a Sean, nerviosa. ¿Por qué se sentía tan agitada en su presencia? Había conocido muchos hombres guapos y nunca le habían afectado de esa forma. ¿Por qué Sean Nicholson era diferente? Solo era un hombre. Guapo, pero solo un hombre, tan egoísta como todos los demás.

Ally abrió la puerta de su casa y Charlie entró corriendo para jugar con Héroe, que la había recibido ladrando alegremente.

–Necesitarás unas llaves –dijo Ally.

Sean se quedó en la puerta.

–Entonces, ¿no te importa que me quede?

–Lo hago porque necesito un inquilino y porque Will ha insistido. Quiero que eso te quede claro.

–¿Por Will?

–Sí. Le debo mucho y no quiero herir sus sentimientos.

–¿Y por qué ibas a herir sus sentimientos?

Ally se puso colorada.

–Porque él cree que nos está emparejando y no quiero desilusionarlo.

–Ah, ya entiendo –dijo Sean, guardando las llaves en el bolsillo–. Estás diciendo que vas a tener una apasionada aventura conmigo para no desilusionar a Will.

–Muy gracioso –murmuró ella, con los dientes apretados–. Tú sabes muy bien que no estoy diciendo eso.

–¿No?

–Esto no es una broma, Sean.

–¿Me estoy riendo?

–Sí. Y no sabes lo que es tener que soportar que todo el mundo quiera buscarme pareja.

–Te equivocas –sonrió él, dejándose caer sobre una silla–. Lo sé muy bien.

–¿Tú? –preguntó Ally, incrédula–. Pero si debes tener mujeres haciendo cola…

Sean se encogió de hombros.

–Es posible. Pero no pienso casarme con ninguna de ellas para hacerle un favor a mis amigos.

–¿Tus amigos quieren que te cases?

–Especialmente Will. Por eso no vengo a visitarlo tan a menudo como debería.

–Pues en ese caso, no hay ningún problema. Cuando Will se dé cuenta de que no estamos interesados, dejará de interferir.

–Solo hay un problema… –empezó a decir Sean, pasándose la mano por la barbilla.

–¿Cuál?

–Que yo no estoy seguro de no querer una aventura contigo.

Durante un segundo, Ally se sintió como hipnotizada por aquellos ojos oscuros, pero enseguida recuperó la compostura.

–No digas tonterías.

–¿Por qué son tonterías? Te encuentro muy atractiva.

–Pues el sentimiento no es mutuo.

–Estás mintiendo –dijo él entonces en voz baja, una voz suave y muy masculina–. Yo esperaba que sugirieses un romance para que Will estuviera contento.

–¡Ni en sueños!

–Lo que he soñado hacer contigo no podría decirse en voz alta, Ally McGuire.

Ella tragó saliva.

–Sean, por favor…

–¿Por favor qué?

–Déjame sola.

–No.

–¿Cómo que no? Debe de haber cientos de mujeres por ahí que se desmayarían por una sonrisa tuya. ¿Por qué no te vas con alguna de ellas? ¿Por qué yo?

–¿Por qué? –repitió Sean, levantándose–. Porque tienes coraje, porque eres preciosa y porque eres un reto.

En otras palabras, era la única mujer que le había dicho que no.

–¿Algún problema de ego, doctor Nicholson?

Sean soltó una carcajada.

–Ninguno, doctora McGuire. Mi ego no es tan frágil.

Estaba a solo un metro de ella y a Ally le costaba trabajo respirar.

–No me interesa lo que me ofreces, Sean.

Él se apoyó en la pared, pensativo.

–¿Y qué te estoy ofreciendo?

–No lo sé –contestó Ally, volviéndose para preparar la cena de Charlie–. Supongo que una breve aventura, un revolcón…

–¿Qué quieres, que me case contigo?

–¿Es que eres sordo? ¡No quiero nada de ti! No quiero una aventura y no quiero casarme contigo. No quiero una relación con nadie.

–¿Tan mala fue?

–¿Qué quieres decir?

–¿Tan mala fue tu relación con el padre de Charlie?

–Mi relación con el padre de Charlie no es asunto tuyo.

–No estoy de acuerdo. Si él es el culpable de que no quieras saber nada de los hombres, tengo derecho a saber por qué.

Ally se volvió de nuevo, nerviosa.

–No tienes ningún derecho a saber nada. Y lo que pasó con el padre de Charlie está olvidado. Es historia.

–¿La niña no ve a su padre? –preguntó Sean.

–No.

–¿Y te parece bien privarlo de sus derechos?

Ally tuvo que apretar los dientes para no darle un puñetazo.

–¿Se puede saber por qué te interesa tanto mi vida?

–¿El padre de Charlie no estaba interesado en la niña? –insistió Sean.

–En absoluto.

Ally no quería pensar en el padre de su hija ni en el dolor que le había causado a toda su familia.

–Pero supongo que tú lo amabas.

¿Amar a aquel canalla? Ally tuvo que contener una carcajada. Pero no pensaba contarle nada a Sean. Tenía que mantener las distancias.

–Todos cometemos errores –murmuró, sacando una sartén.

–Y la niña ha pagado el precio.

Ella se volvió entonces, indignada. Aquella broma tenía que terminar. No pensaba permitirle que siguiera sacando conclusiones sobre su vida.

–Siempre juzgas a la gente sin conocerla, ¿verdad?

–Cuéntame lo que pasó.

–No tengo intención de hacerlo porque no es asunto tuyo. Mi hija tiene todo lo que necesita.

–Excepto a su padre.

–En este caso, es mejor que esté sin él –replicó Ally, cortando verduras.

–Quizá es mejor un padre mediocre que no tener padre.

–Eso demuestra lo poco que sabes de la situación. Mi hija solo me tiene a mí, pero siempre estoy a su lado. No cambio de opinión cuando tengo un mal día ni me marcho cuando aparece algo que me interesa más.

–¿Eso es lo que hizo el padre de Charlie?

Ally se volvió, despacio, intentando mantener la calma. ¿Quién se creía aquel hombre para interrogarla de esa forma?

–El padre de Charlie era un canalla.

–Pues tú no debías pensar eso cuando te acostabas con él –replicó Sean.

El sonido de una bofetada resonó en la cocina. Lo había golpeado, pensó, incrédula. Ella, que nunca había pegado a nadie en su vida.

–Lo siento…

–No te disculpes –sonrió Sean, acariciándose la mejilla–. Me lo merecía. Ha sido un comentario estúpido.

Aún sorprendida por lo que había hecho, Ally estuvo a punto de contarle la verdad, pero lo pensó mejor. No tenía por qué contarle su vida a aquel extraño. No podía confiar en él.

–Es… un asunto complicado –murmuró.

Sean levantó la mano, en un gesto de rendición.

–Como tú has dicho, no es asunto mío.

–¿Te he hecho daño? ¿Quieres hielo…?

Él sonrió de tal forma que las rodillas de Ally se doblaron.

–Mejor podrías darme un beso…

–No seas bobo. ¿Por qué pareces tan interesado en el asunto de los padres ausentes? –preguntó, para cambiar de tema.

De repente, la expresión del hombre cambió.

–Porque, en un mundo ideal, los niños deberían tener un padre y una madre –contestó, sin mirarla.

–Sí, pero este no es un mundo ideal.

–Lo sé muy bien.

–¿No me digas que crees en la felicidad, en las familias unidas y todo eso? –bromeó Ally.

–Y en el ratoncito Pérez –sonrió él–. No. Creo que la felicidad dura lo que dura. Y luego, se acabó.

–Pero acabas de decir que los niños deberían tener padre y madre.

–Creo que no se deben tener hijos a menos que se esté completamente seguro de que la pareja va a funcionar. No es justo para los niños.

–Pero nadie puede saber si una pareja va a funcionar.

–Cierto. Pero una vez que se tienen niños, se tiene también la responsabilidad de cuidar de ellos. No se puede ser egoísta.

Ally dejó de cortar verduras, sorprendida.

–¿Estás diciendo que yo soy egoísta?

–Como tú misma has dicho, yo no sé nada sobre tus circunstancias y no es asunto mío.

–Entonces, ¿tú crees que está bien ir de flor en flor mientras no se tengan hijos?

Sean hizo una mueca.

–¿Ir de flor en flor? No me gusta mucho la expresión, pero es normal cambiar de pareja. Eso es mejor que seguir con alguien a quien no quieres.

–¿Y da igual que la otra persona resulte herida? Eso es muy irresponsable.

–Al contrario, es muy responsable –la contradijo él–. Más que tener hijos sin pensar en su futuro. Cuando yo termino con una relación, nadie sale herido.

¿Lo decía en serio? Ally estaba segura de que tras él había dejado una colección de corazones rotos.

–¿Y nunca has pensado en tener una familia?

–No. Dejé de creer en los cuentos de hadas cuando era pequeño. Y hace mucho tiempo decidí no ser nunca responsable por la infelicidad de un niño.

Ella lo miró, a la defensiva.

–Charlie no es infeliz.

–No estaba hablando de Charlie –murmuró Sean, mirando por la ventana–. Ella parece una niña feliz, pero yo conozco a muchos que no tienen tanta suerte.

–Aún así, no quieres tener hijos…

–No. Nunca.

–Lo siento por ti –murmuró Ally, preguntándose qué habría pasado en su vida para haber tomado aquella lamentable decisión.

Mirando el tenso perfil, sintió una tristeza que apartó de sí inmediatamente. ¿Por qué le ponía triste que Sean Nicholson no quisiera tener hijos? ¿Qué le importaba a ella? Pero cuando él se volvió y vio el desconsuelo que había en sus ojos, sintió la horrible tentación de abrazarlo. ¿Abrazarlo? Debía estar volviéndose loca.

–Y hablando de relaciones… –empezó a decir él, cambiando de expresión–. ¿Qué vamos a hacer con la química que hay entre nosotros?

–¿Química? –repitió Ally, un poco asustada–. No te engañes a ti mismo. Discutir y dar bofetadas no tiene nada que ver con la química.

–Entonces, ¿por qué te escondes detrás de esa mesa? ¿No confías en mí o no confías en ti misma?

–Mira, Sean, acabas de decir que no quieres una relación seria con nadie y…

–No tergiverses mis palabras –la interrumpió él–. No me interesan el matrimonio y los hijos, pero las relaciones personales me interesan mucho.

–Pues a mí no. No sería justo para Charlie.

Sean levantó una ceja, con expresión incrédula.

–¿Quieres hacerme creer que has vivido como una monja desde que nació tu hija?

Ally casi soltó una carcajada. Si él supiera…

–Cree lo que quieras, pero déjame en paz. No funcionaría.

Sean se acercó de una zancada y levantó su barbilla con un dedo.

–Dame una buena razón.

–Ya te la he dado. Charlie.

–¿En serio? ¿No sales con hombres por tu hija?

Ella se apartó y siguió cortando verduras.

–No pienso volver a cometer un error.

–¿Y yo sería un error?

–Un error enorme –contestó Ally. Sean y ella eran muy diferentes y nunca se entenderían. Él era muy atractivo, pero también muy peligroso. Peligroso porque no quería compromiso de ningún tipo y porque, por primera vez en su vida, Ally se sentía tentada de tirar sus principios por la ventana y aceptar lo que le ofrecía.

Pero eso no iba a pasar. Daba igual que aquellos ojos oscuros se clavasen en su alma, daba igual que la sonrisa del hombre la derritiera por dentro.

No iba a pasar porque no era justo para Charlie.

Sean era demasiado frío. No quería una intimidad verdadera y la dejaría en cuanto se cansase. Ally no era ninguna tonta y sabía que no podía cambiar a nadie.

Y no pensaba volver a tener una relación con un hombre que no quisiera comprometerse. No quería saber nada de nadie que evitara las responsabilidades.

–Tienes las llaves, ¿no? –preguntó, sin darse la vuelta–. Puedes vivir aquí, pero eso es todo lo que va a haber entre nosotros.

–Por el momento –dijo él.

–Para siempre –replicó Ally, levantando la cuchara de madera.

Sean soltó una carcajada antes de salir de la cocina.

Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera

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