Читать книгу Crónica de una pandemia - Sarui Jaled - Страница 7

Оглавление

Cuarentena en familia


Lunes 10 de febrero.

Llegué de Houston. Fue un viaje diferente a los que suelo hacer todos los años cuando visito a mis hijos. En el aeropuerto de Panamá, donde debía esperar la conexión a Buenos Aires, había sanitaristas con equipos de protección, barbijos, aparatos para tomar la temperatura, y preguntaban si veníamos de China. Quedé un poco atemorizada con este sorpresivo control, las noticias de contagios no se escuchaban con insistencia todavía.

Ahora estoy en San Juan esperando a mi nieta Kamila que llegará con su mamá Ximena, mi hija. Estoy preocupada, veo la televisión, trato de informarme sobre lo que está pasando, me alarman las noticias que escucho de que hay viajeros varados en distintas partes del mundo porque las aerolíneas cancelan vuelos. Pienso que mi familia puede tener problemas para regresar.

Sábado 29 de febrero.

Afortunadamente llegaron a San Juan Ximena y Kamila. ¡Qué alivio! Ya en casa y seguras las tres. A tiempo para iniciar las clases. Kamila sentía una gran urgencia por llegar al país porque el 2 de marzo empezaba el colegio. Ella quería estar presente para participar del acto de inicio de clases y lucirse como la primera escolta del cuerpo de bandera. No quería perder esa oportunidad, era muy importante para ella. Por suerte, ese día, pudo participar acompañando a la bandera e iniciar dos semanas de clases de sexto grado, su último año de primaria. Tenía muchas ilusiones para iniciar el colegio, tenía algunos planes. Este era su último año con las amigas y compañeras de siempre con quienes cursó desde salita de 3. Al finalizar la primaria, muchas de ellas se separarían, ingresarían a colegios diferentes. Incluso Kamila, no sabía si se quedaría en San Juan o si regresaría a Estados Unidos a empezar allá la escuela secundaria. En sus planes también estaba el viaje a Brasil, en junio, organizado por su Instituto de danza para participar en un certamen internacional. El viaje de estudios de fin de año era una ilusión que compartían entre las amigas. Eran muchos proyectos que ahora quedan en la incertidumbre.

Domingo 15 de marzo de 2020.

Hoy anunciaron que se suspendían las clases por dos semanas por el avance del coronavirus, COVID-19, virus no conocido hasta la fecha, que contagia rápidamente a las personas, muy peligroso, puede ser letal.

Estamos entrando en pánico, sentimos una especie de amenaza misteriosa, desconocida. Nuestras cabezas no dejan de pensar, imaginar, elucubrar. Pensamos en los seres queridos que no están aquí con nosotros, parece que esta alarma es planetaria, que afectará al mundo entero.

Yasmine, viajera incansable, acababa de irse a Miami. Días pasados, como buenas amigas, cenamos en un restaurante vegetariano para despedirnos y brindamos por su viaje con sendas copas de jugos de manzana y zanahorias. Quería tomarse unas pequeñas vacaciones de 2 semanas para descansar de su pesada rutina de médica. Pensaba distenderse y regresar relajada a su trabajo. En medio del tan deseado descanso se desató esta ola de espanto mundial. Volver se convirtió en una pesadilla al suspenderse los vuelos. Pasó varios días de trajines desesperados hasta conseguir el que la traería de vuelta al país.

Miércoles 18 de marzo.

Yasmine arriba a Mendoza después de pasar días de nerviosismo y preocupaciones irrefrenables. Su intuición de doctora le advirtió que estábamos a las puertas de una epidemia de proporciones desconocidas e hizo todo lo necesario para prevenir cualquier situación de posibles contagios. Evitó que sus padres fueran a recibirla al aeropuerto. A su llegada a Mendoza se cambió de ropa para impedir el mínimo contagio con el chofer que la iría a buscar. Al llegar a su casa, desinfectó con alcohol y al rayo del sol todo lo que traía, valijas, bolsos, zapatos, mochilas. Entró en cuarentena por 14 días reglamentarios y no tuvo contacto con nadie durante ese confinamiento. Esther, su mamá le había preparado comida para todo el tiempo que fuese necesario. Ahora con Yasmine en San Juan, estamos más tranquilos.

Viernes 20 de marzo.

Pusieron a todo el país en cuarentena. Nos dieron instrucciones para combatir al virus: quedate en casa, lavate las manos con agua y jabón, tosé y estornudá entre los pliegues del codo, mantené el distanciamiento social de 2 metros. ¡Qué situación más extraña! Inesperadamente, ahora quedamos encerrados, sin poder salir de casa, sin ver a los amigos, sin ir al colegio. Empiezo a preocuparme por mi hijo y su familia que viven en los Estados Unidos. También por Kari, el papá de Kamila, que se quedó allá. ¿ Cuándo volveremos a verlos?.

La señora que trabaja en casa, Hilda, ya no puede venir a trabajar. Tengo que organizar las tareas de limpieza y cocina sin su ayuda. Tendré que ocuparme de muchas cosas que hace años no hacía. Limpiar patios, cocinar, ordenar dormitorios, sacar la basura. Todo ello agregado a la información de que las personas con mayor riesgo de contraer la enfermedad, son los adultos mayores y yo soy uno de ellos. Trato de tranquilizarme, pensando que ya pasará.

Ximena entró en pánico pensando que habría desabastecimiento. Corrió a los supermercados para hacerle frente a la pandemia y sin pensarlo mucho llenó carritos con provisiones como para pasar el invierno. Llegó con abultados paquetes que había que buscarles espacio en la pequeña despensa de mi casa. Y no pudo evitar lo que hacen en todas partes del mundo, comprarse los rollos de papel higiénico que encontró y pudo meter en su auto. Compras desesperadas que hasta llegaron a ocasionar peleas entre los clientes. Comportamientos irracionales que algunos tratan de explicar. Pareciera que es una cuestión de imitación, cuando alguien ve que otro está cargando el carro con este producto piensa que él también debe hacer lo mismo. Es una forma de asegurarse de tener algunas comodidades si van a estar en casa por mucho tiempo y no se podrá salir.

Empezaron a llegar las tareas que envían los docentes a los niños. Kamila las hacía pero sobraba mucho tiempo, el día era muy largo, sin escuela, sin juegos, sin entrenar hockey o sin las clases de danza. Durante los días siguientes intentamos todo lo que podíamos hacer en casa, ejercicios físicos, coreografías, leer cuentos, cantar, cocinar. Pensábamos que en 14 días más, volveríamos al colegio. Con este pensamiento, la espera se hacía más soportable.

31 de marzo.

No volvimos al colegio, la cuarentena se prorrogó por dos semanas más, hasta el 12 de abril. Con el agravante que ahora estábamos en una Pandemia, con el virus propagándose por todo el mundo y causando miles de muertos. De repente, todo ha cambiado. Estamos ansiosos, tenemos miedo, las recomendaciones para cuidarnos se intensifican, causando temores insospechados que no podemos reprimir.


Tengo que pagar mis cuentas, ir al banco, al supermercado. ¿Cómo hago? Por suerte, mi hija Ximena, se encargará de estos menesteres. Será la persona del grupo que salga a hacer las compras, pagar cuentas, ir al banco. Yo empiezo a caer en estado de pánico, tengo miedo de salir de casa. Kamila comienza a deprimirse, a sentirse triste, desorientada. Yo no puedo acercarme mucho a ella porque por mi edad soy persona de alto riesgo. Un científico aconsejó especialmente a los abuelos mantener la distancia con los nietos. Esta advertencia que escucho y leo todos los días en la televisión me provoca miedo y una profunda tristeza porque con Kamila somos muy unidas y hacemos muchas cosas juntas. Puedo decir incluso que soy su chofer, la llevo en mi auto a todas partes. Ella tiene la costumbre de irse a la cama muy temprano, antes de las 9 de la noche ya está profundamente dormida. La acompaño al cuarto, leemos, conversamos sobre lo que nos está pasando. Yo me siento en un sillón manteniendo el distanciamiento social y así hablamos hasta que se duerme. Luego me voy al living a ver la televisión o a leer. Ahora hemos cambiado nuestros hábitos, debemos estar separadas, nos mandamos besitos desde lejos para saludarnos.

Ya no podemos movernos con libertad. No podemos continuar con nuestras actividades cotidianas que eran nuestras rutinas. La casa se ha convertido en el único espacio para vivir, donde pasamos días y noches sin cesar. A tal punto que a veces, hemos perdido la noción del tiempo. Las limitaciones del espacio, de las relaciones, de los movimientos se hacen cada vez más insoportables. Paso más horas frente al televisor tratando de informarme, las noticias que llegan de todo el mundo son aterradoras, solo estadísticas de infectados, de muertes, de imágenes escalofriantes como camiones frigoríficos para ir acumulando cadáveres, o cajones de muertos en las calles. Todo ello desanima hasta a los más valientes y corajudos. Me pregunto, qué hacer para vivir este periodo con una mediana salud mental si no tenemos fecha cierta de cuándo terminará este encierro forzoso.

A lo largo de mi vida, he pasado por muchas situaciones estresantes que de algún modo me han cambiado para siempre. Algunos eventos felices, como el nacimiento de los hijos. Otros no tan felices, como las enfermedades o la pérdida de seres queridos. O situaciones terribles de pérdidas económicas, pérdida de empleo, pérdida de derechos esenciales. Viví con terror la dictadura de los años setenta. Miro retrospectivamente y trato de recordar qué hicimos en aquellas circunstancias desdichadas para sobreponernos. Siempre llego a la conclusión de que las fuerzas para salir las tenemos dentro de nosotros mismos. Lo aprendí cuando estuve en situaciones de crisis, sacar fuerzas de donde no se tienen, no sabemos de lo que somos capaces de hacer hasta que no nos enfrentamos al límite.

Todas las noches, Kamila me hace la misma pregunta. ¿Qué podemos hacer, abu? ¿Qué puedo hacer mañana? Le respondo tratando de calmarla, diciéndole que pronto terminará el encierro y todo volverá a la normalidad. Le sugiero que mientras llegue ese momento, podemos hacer algunas tareas, cocinar, bailar, hacer yoga, leer. No quedaba muy convencida con mis sugerencias, pensaba que se aburría porque le sobraba el tiempo sin entender bien lo que estaba pasando. Había perdido su rutina.

Esa noche hablamos. Le dije que pensara en algo creativo. Algo que nos ocupara mucho tiempo así trabajamos durante varios días sin pensar en la situación en que estábamos. Ella me recordó que todas las noches le contaba una historia de cuando yo era chica. Le dije que ya no tenía mucho más para contarle pero que, en cambio, podría empezar ella a contarme algo que todavía no me hubiera contado, que yo no supiera.

Es necesario establecer nuevas rutinas, inventar nuevas tareas. Armar horarios para cada una de las actividades para saber que estamos haciendo cosas útiles, que estamos aprovechando el tiempo. Las tareas de la casa hay que hacerlas, todo lo que hacía Hilda, tenemos que distribuirlas entre las tres. Kamila tiene que estudiar para sus clases virtuales. Yo organizaré una para enseñar Lengua a ella y a una de sus amigas dos veces por semana. Sobretodo tener pensamientos positivos, pensar que lo que hacemos, de quedarnos en casa, ayuda a terminar con la pandemia y a la vez ayudamos a los demás a no contagiarse. Ser conscientes de que hay personas que están al frente combatiendo la enfermedad como son los médicos, enfermeros y personal sanitario a quienes debemos agradecer.

Sábado 4 de abril.

Amanecimos las tres más angustiadas que de costumbre. Ya sentíamos los días de encierro y estábamos nerviosas, irritables. Kamila me dijo que ella estaba muy ilusionada con empezar sexto grado, sobretodo porque sería escolta de la bandera y se había imaginado cada uno de los actos de la escuela en los que ella podría participar. También me dijo que extrañaba jugar con sus amigas en los recreos y en su casa cuando las invitaba a venir a tomar la leche y a jugar.

Crónica de una pandemia

Подняться наверх