Читать книгу Crónica de una pandemia - Sarui Jaled - Страница 9

Оглавление

Domingo de Pascua


Hoy es domingo 12 de abril.

Aunque en estos tiempos no distinguimos entre días hábiles y feriados, este domingo desayunaremos más tarde que de costumbre. Amaneció el día con una temperatura elevada e incómoda para los que tenemos presión alta. Anoche llegó el viento zonda, típico de San Juan, con ráfagas de altas temperaturas, mucho polvo que entra por las hendiduras de puertas y ventanas. Imposible de evitarlo. Es un viento seco, cálido e intenso. Arrastra partículas y polvo de la zona montañosa, generando molestias a la gente, afecta el estado anímico y genera dolores de cabeza. Estamos acostumbrados a estos cambios climáticos y en esos días preferimos quedarnos adentro de las casas sin asomarnos ni a patios ni jardines.

Es domingo de Pascua. Kamila se levantó a buscar los huevitos de chocolate que le escondimos por toda la casa, entusiasmada los puso en la canastita de mimbre blanco que tenía. Estaba lista para desayunar con las tostadas francesas que preparó su mamá para acompañar la leche tibia y el café. Teníamos la mesa vestida para la ocasión con un mantel bordado de tonos pasteles, un ramo de flores, una vajilla blanca de guardas lilas. Una bonita jarra de cristal con agua y otra con jugo natural de naranja recién exprimido. Nos sentamos a disfrutar del buen momento. Recordamos otras pascuas pasadas, lo que habíamos hecho y donde estábamos para esas fechas. Kamila recordó con nostalgia al conejo de Pascua y la recolección de huevos en los Estados Unidos. Allá se organizan como grandes eventos para niños en jardines de las iglesias, en los parques, siempre en grupos, lo que lo hace muy divertido. Hoy lo tuvo que hacer solita en casa.

Sonó el teléfono. Era mi sobrino Matías. Vive en Córdoba. Tiene la bonita costumbre de llamarme los domingos por las mañanas. Es una maravillosa atención que tiene conmigo. Sabe que estoy sola y con su llamado quiere acompañarme. Se interesa por cada uno de los miembros de la familia. Tiene un don que pocas personas tienen. Su preocupación por los demás. De gran corazón y nobles sentimientos. Podemos hablar horas sobre temas actuales, sobre economía, la situación del país. Sus viajes. Sobre Pedrito, su hijo y Ro, la esposa. Sobre mis hijos, mis nietos y hasta me pregunta por mis viejas amigas Dorita y Margarita. Es todo un caballero.

Hoy también festejamos el cumpleaños de Dorita. Como no podemos reunirnos, organicé un encuentro virtual vía Zoom por la tarde y saludarla. Nos reunimos 4 amigas muy contentas de vernos después de tanto tiempo. Fue un momento muy agradable y Dorita quedó feliz de que hayamos hecho posible la reunión a pesar de nuestras dificultades tecnológicas.

Soy afortunada por tener aquí en San Juan a Ximena y a Kamila. Algunos días se quedan en mi casa, otros se van a la de ellas que queda muy cerca de la mía. Ximena, está muy preocupada. Le aflige la economía, su Instituto de inglés que tiene 30 años de existencia y que ahora está cerrado. Teme perderlo. No sabe cuando lo podrá abrir nuevamente. Y si le quedarán estudiantes después de la crisis por la que pasan casi todas las familias de San Juan. Debe tratar de contener a sus alumnos de inglés mediante las clases virtuales. Trabaja con sus profesoras en las nuevas tecnologías para poder hacerlas lo mejor posible. Están teniendo éxito en ese intento. Pero siempre rogando regresar a las clases presenciales en el Instituto. Los alumnos lo piden continuamente. A medida que pasan las semanas, hay desaliento, porque no todos los chicos tienen acceso a internet, o en sus casas hay solo una computadora que tienen que compartir con sus padres y el resto de sus hermanos. O si tienen el teléfono, no tienen suficiente crédito para mantener una sesión de 1 hora. Los padres, por lo general, no pueden colaborar. En medio de esta frustración reconfortan los mensajes de algunos padres que sienten que los docentes están ayudando a sus hijos y así se los hacen saber mediante mensajes de agradecimiento y fotos con la familia aplaudiendo a los maestros.

Por otra parte, Ximena tiene además su trabajo en los Estados Unidos donde enseña español. Todos los días tiene que atender sus clases por Zoom con los alumnos del colegio de Houston. Debe regresar en julio, pero informaron que hasta setiembre nuestro país no abre los aeropuertos. De modo que ahora tenemos otra preocupación. ¿Cómo llegar a ese destino? ¿Qué pasaría si no puede llegar? ¿Perderá el trabajo? ¿Podrán esperarla hasta que se normalicen las cosas en Argentina? Mantenemos los dedos cruzados hasta entonces. Seguimos acumulando incertidumbres.

Pareciera que Ximena se preocupa por mi situación porque si ellas se van yo me quedaré sola aquí, varada en Argentina, sin saber cómo se desarrollarán las cosas. Sin embargo, estoy tranquila. Hace más de quince años que vivo sola. Claro que ahora tengo algunos años más a lo que se agrega el temor al coronavirus.

Cuando Ximena pueda viajar lo hará con Kamila. No quiere ni pensar quedarse varada en caso de que suspendan los vuelos y no poder reunirse con su hija. Así es que lo mejor será que viajen juntas y Kamila inicie allá su sexto año de primaria.

Martes 14 de abril.

Siempre, después del calor y el polvo del viento zonda, sopla el viento sur frío y húmedo para aliviarnos de la sequedad del aire. Amaneció nublado. Seguían los días sin ir a la escuela. Kamila se levantó poco animada, desayunó y se puso a jugar con el teléfono. Tenía una clase virtual recién a las 6 de la tarde con su profesora de matemáticas. El día pintaba largo y sin mucha actividad. Yo estaba haciendo tareas de limpieza, no me gusta verla inactiva por las mañanas tirada en el sofá. Así es que después del almuerzo, le dije que íbamos a preparar algo dulce para merendar antes de su clase de las 6 de la tarde. Pensé que como estaba lloviznando y frío, podíamos ponernos a hacer sopaipillas recordando que mi mamá las hacía cuando éramos chicos, unas tortas de grasa fritas a las que le ponía mucha azúcar por encima y nos daba la leche bien calentita para acompañar. Le conté a Kamila que ponía harina en una olla, le agregaba sal y agua y nos daba para que amasáramos con fuerza. Luego nos daba un bolillo de madera para que la estiremos hasta dejarla bien finita. La cortábamos, le dábamos formas redondas y mi mamá las freía en aceite caliente. Ella se encargaba de esta tarea porque era peligroso para los niños estar cerca del fuego. Y una vez que estaban hechas las ponía en una fuente y nos daba a nosotros una azucarera y tres cucharas para que le pusiéramos mucha azúcar por encima. Se entusiasmó, se le iluminaron los ojos y dijo que quería hacerlas. Se lavó las manos con agua y jabón y puso manos a la obra.

Mientras hacíamos la masa, le conté que estas frituras, junto con otras preparaciones como los pastelitos de dulce de membrillo y el arroz con leche eran típicas y tradicionales de la época de la colonia. Le comenté que las sopaipillas se hacían en los días lluviosos para agradecerle a la Virgen María por el agua que caía del cielo tan necesaria para los cultivos. Aunque también otros dicen que los gauchos hacían la masa con la lluvia que recogían en recipientes. Sin embargo, creo que fueron traídas por los conquistadores españoles que las llamaban sopaipas, palabra de origen árabe que significa pan mojado en aceite. Le expliqué a Kamila que los árabes invadieron España durante siglos y transmitieron su gran cultura.

Afortunadamente quedaron muy ricas y las comimos con una taza de leche caliente, justo antes del inicio de la clase virtual. Quedó feliz y contenta con la actividad que hicimos entre las dos, siempre separadas por la distancia de 1.50 metros que estableció la cuarentena y se fue a prender la compu dispuesta a tomar la lección. Creo que hemos podido pasar otro día de encierro con un poquito más de alegría.

Lunes 20 de abril

Se cumplió un mes desde que impusieron el aislamiento social, preventivo y obligatorio. Cuatro semanas muy largas en las que cambiamos hábitos, rutinas, tratar de llenar tiempos con actividades que no las teníamos pensadas. Ahora debíamos familiarizarnos con formas de vernos a través de las pantallas, de nuevas maneras de aprender y estudiar. Palabras como Google Classroom, Zoom, Hangouts, se hicieron comunes entre los grandes y los chicos. Los niños no saben si este virus tiene coronita por habernos cambiado la vida, pero sienten y perciben el miedo y la angustia de los adultos que están con ellos.

Sin embargo, pienso que los chicos tienen otra psicología, otra sabiduría para entender lo que pasa. Hay días que pareciera que las medidas de salud que debemos observar para no contagiarnos ellos las toman como si fuesen un juego, y en todo momento las están practicando, recordándonos a los mayores que debemos cumplirlas. No salir, lavarse las manos con agua y jabón, mantener las distancias. En fin, no está en sus cabezas el miedo a la muerte que algunos mayores sentimos. A veces, solo poner música y bailar ya alcanza, ponerse a cocinar, a pintar, salir al jardín a regar las plantas, a dar de comer a los perros, empezar un proyecto cualquiera y ellos ya recobran su felicidad, aunque les falte el colegio, los amigos, los juegos, todo lo que dejaron atrás antes de la cuarentena.

Este estado de despreocupación no les dura mucho tiempo, luego hay mañanas, o tardes o noches en los que sienten de nuevo esa necesidad de saber cuándo regresan al colegio y sabemos que esta espera durará meses. Así nos lo comunican las autoridades sanitarias. Hoy, por ejemplo, Kamila, está tranquila de a ratos, pero se la ve inquieta, desorientada, va una y otra vez a su cuarto, no está bien. De pronto vino al sillón donde yo estaba, me abrazó con fuerza y se puso a llorar desconsoladamente, no supo decir qué le estaba pasando. Me puse a pensar en que ocasionó ese llanto tan sentido, tan repentino. ¿Habrá sido el encierro, la sensación de no poder volver a la escuela, extrañará no jugar con sus amigas, haber perdido su rutina? ¡Que difícil saberlo!

Yo estaba, como de costumbre, viendo la televisión a las 10 de la noche, y pasaron la imagen de un crucero que no podía llegar a ningún puerto porque no hay país que se anime a recibir miles de personas en tiempos de pandemia. Cuando dieron el nombre del barco, advertí que era el crucero en el que viajaba mi amiga Blanca.

Había salido de Buenos Aires el 1 de marzo para conocer el sur argentino y chileno. Era un viaje corto de 15 días y ya llevaban muchos más en una travesía sin fin, varados dentro de un crucero que no podía desembarcar a sus pasajeros. Ruego por la salud y tranquilidad de mi amiga. Los diarios y la televisión informan sobre esta odisea de la que Blanca, es una de las protagonistas. Avisan que algunos de los viajeros ya no tienen sus medicamentos. No los dejaron desembarcar en Valparaíso, Chile, solo permitieron bajar a los chilenos. Debieron navegar 10 días más hasta Panamá, sin suerte, tuvieron que seguir hasta San Francisco en Estados Unidos, donde prometieron dejarlos desembarcar. Cuando llegaron, solo autorizaron bajar a los pasajeros norteamericanos y los sudamericanos siguieron viaje hacia otros puertos que quisieran recibirlos. Intentaron Acapulco, sin suerte otra vez, buscaron la ruta hasta Sao Paulo, Brasil. Por fin pudieron desembarcar en ese puerto. Tuvieron que hacer una cuarentena de 14 días en un hotel de esa ciudad. Terminada la cuarentena, no había vuelos para llegar a Argentina y había que esperar a ser repatriados. Después de dos semanas, un avión de Aerolíneas Argentinas los llevó de regreso a Buenos Aires. Blanca es mayor, es de mi edad, somos colegas. Gracias a Dios ya está a salvo en su casa. Con el grupo de amigas, rogamos mucho por ella. Todavía siento que estoy viviendo una película de ficción.


Creo que en mi rostro se reflejan mis preocupaciones. Mi hija, muy a menudo, me pregunta si me siento bien porque me ve pensativa, decaída. En realidad, esta situación de encierro, de confinamiento, de miedo a salir, me trae recuerdos poco felices que creí estaban desterrados para siempre de mi vida. Ahora, en este ambiente de futuros inciertos afloran a mi memoria emociones, sentimientos, imágenes que producen inquietud, zozobra, temores difíciles de contener. Viví los sobresaltos del exilio, el espanto de sentir los estremecimientos interminables de la tierra en terremotos infernales, el recelo de juntarse con la gente, situaciones de angustia que nos llevó a abandonar el país con dos hijos chiquitos. Este escenario de encierro inacabable, policías que paran a los transeúntes para pedir papeles, comunicados del gobierno amenazando con multas y arrestos, no sé por qué razón, son hechos que producen desasosiegos indomables. Ya no es solo el pavor a contagiarme el virus, es otra intranquilidad, terror a lo que puede pasar, a lo que vendrá, no solo en este país sino en el mundo. ¿Qué fue lo que pasó que hizo que el planeta se detuviera?. Lo estoy viviendo. Está pasando. No es un sueño. No es una pesadilla. Es la realidad.

Jueves 23 de abril.

Hoy es un buen día. San Juan es muy bonito en el mes de abril. El aroma al membrillo invade los hogares. Después de la vendimia, cuando termina la cosecha de las uvas, se recogen los membrillos de las plantas que rodean los viñedos y llegan a las casas las bolsas llenas de este fruto maravilloso. Las madres comienzan a hacer el dulce y la jalea que guaradarán para el invierno. Los árboles y las enredaderas de los muros comienzan a cambiar de color, los anaranjados y amarillos tiñen todas las hojas. Hasta tenemos una hermosa canción que canta a San Juan en otoño.

Kamila se levantó contenta, animada, me dijo que ahora iba a incorporar dos actividades más a sus días. Su papá, Kari, le habló y le propuso hacer ejercicios físicos juntos por la mañana, 30 minutos y por las noches, antes de dormir leer un capítulo del libro que ya habían elegido “Esperanza Rising”. Y que habían empezado a leer antes y quedó sin terminar. Me adelantó que es una novela escrita en inglés que narra la historia de una niña mexicana, de familia adinerada, que vivía en una casa lujosa rodeada de sirvientes. Creía que su papá y su abuelita siempre estarían con ella. Hasta que llegó la tragedia a su vida y tuvo que emigrar a California con su mamá sufriendo todas las desgracias de la Gran Depresión de 1929. Ella tuvo que crecer en medio de tantas desdichas. Es una obra larga de más de 250 páginas, sin ninguna ilustración. Contiene varios capítulos, Kamila leía por WhatsApp y su papá corregía algún error de pronunciación. Los capítulos no tenían números, sino el nombre de una fruta o una verdura. Como las Uvas, Cebollas, Espárragos, Higos. Todos los días me comenta lo que le sucedía a Esperanza, la protagonista. Estaba fascinada con la historia de este libro que por suerte duró varias semanas, alejándola de pensamientos perturbadores.

Kamila no tiene hermanos, siente la falta del juego con otros niños. Muchas de sus amigas tienen dos o tres hermanitos y no lo pasan tan mal, porque juegan, se pelean, se ríen, se acompañan.

Crónica de una pandemia

Подняться наверх