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Racionalidades prácticas y pluriversos MacIntyre: ontologías y racionalidades prácticas

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En sus obras más significativas, MacIntyre16 presenta cuatro tradiciones en conflicto, expresión de modos de vida social diferentes17: la tradición aristotélica, que emerge de la vida retórica y reflexiva de Atenas; la tradición agustiniana, que florece en los monasterios de las órdenes religiosas y en sus entornos seculares y da pie a la versión universitaria tomística; la tradición escocesa, síntesis del calvinismo agustiniano y aristotélico-renacentista que impregna el sistema jurídico y universitario en la modernidad temprana; y, finalmente, la tradición liberal, que reniega de toda tradición en nombre de principios abstractos, universales y racionales, convirtiéndose ella misma en una tradición en disputa con todas las anteriores.

Cada tradición es parte de una historia y de una cultura, por cuya concepción de justicia y racionalidad práctica ha entrado en conflicto, en diferentes momentos de la historia, con otras tradiciones que, a su vez, se han forjado con diferentes patrones de desarrollo; pero el liberalismo tiene una característica particular, y es su pugna con todas estas tradiciones a partir de la Ilustración, que niega la racionalidad de estas.

Encontramos, pues, que las tradiciones tienen formas disímiles de comprender su catálogo de virtudes, su autoconcepto y su cosmología metafísica. Las tradiciones –a excepción de la liberal– plantean una narrativa particular desde la cual pueden ser descritas las otras racionalidades, pero ello no implica un diálogo entre estas (reto perspectivístico), lo que significa que la comprensión y comparación total frente a otras tradiciones tampoco es posible (reto relativista).

Frente a un conflicto de tradiciones, ¿cómo se puede responder de manera racional? Usualmente la respuesta supone la existencia de estándares racionales desde los cuales juzgar. Pero esta falsa creencia debe ser desechada para comprender que ello representa el agón de un encuentro ideológico y no es el mismo espectro de problemas para todos. El individuo asume, sin cuestionar, las formas liberales dominantes de la vida pública, pero dibujándolas sobre múltiples tradiciones. Esta fragmentación se expresa en actitudes éticas divididas y principios morales y políticos inconsistentes, así como en tolerancia forzada y lenguajes fracturados.

En este contexto, ¿cómo puede alguien comprometerse argumentativamente en un diálogo efectivo, salvo con la propia tradición en la que vive? Los estándares de racionalidad de cada tradición y un discurso fragmentado invitan al hombre moderno a un autoconocimiento incoherente de sí mismo. Esto lleva a una inconclusividad de toda argumentación en las ciencias sociales, que abandona a la persona a sus preferencias prerracionales.

El punto de vista de la cultura liberal vuelve irrelevante el de todas las otras tradiciones, que exceden la “universalidad racional”, encubriéndolas en el escenario del debate público, gracias a una ficción de objetividad camuflada. La única vía para superar esto sería la circunvalación o la subversión de esa racionalidad liberal mediante la potencialización narrativa de las demás tradiciones18.

Pluriversos y ontologías relacionales

Desde la perspectiva del giro ontológico, se busca desmontar el binomio naturaleza-sociedad, característico de las sociedades occidentales y del racionalismo, que pretenden imponer una conceptualización de índole científica y dominante de dicha relación binómica, para optar por una relación en la que naturaleza y sociedad se encuentran imbricadas en una especie de continuum en el que no es identificable el abismo epistemológico existente entre ellas. En las sociedades distintas a la occidental se evidencia el desmonte de la relación binómica referenciada19.

Para Descola, citado por Ruiz y Del Cairo, ontología es el “sistema de las propiedades que los seres humanos atribuyen a los seres”20. Partiendo de esta premisa, el aporte de Descola es significativo por dos razones: la primera, por plantear relaciones alternativas entre los humanos y otro tipo de entidades, sean o no orgánicas, por medio de lo que denomina las cuatro rutas ontológicas, a saber, el animismo, el naturalismo, el totemismo y el agonismo21; y la segunda, por desarticular la visión multiculturalista de la relación naturaleza-cultura, abriendo paso desde una perspectiva ontológica a la posibilidad de existencia de múltiples realidades y mundos, que deben ser analizados en sus distintos modos de emergencia.

Por su parte, Viveiros de Castro aborda la ontología en la relación sociedad-naturaleza desde la perspectiva del multinaturalismo, para analizar las múltiples formas en que se entienden y relacionan entre sí los seres humanos, los animales y los espíritus. Así, todo aquel que tiene un cuerpo puede representarse el mundo, y este se aprehende bajo unas categorías culturales similares; lo que dista desde el punto de vista de uno u otro es el mismo mundo que se aprehende. A través de relaciones de reciprocidad y diálogo, los seres pueden explorar otras formas de conocimiento del mundo. No se trata, sin embargo, de un mundo de relaciones equilibradas, sino uno incluso desordenado y complejo. Aquí, la definición de múltiples realidades no parte de la mente, sino de los cuerpos.

Ruiz y Del Cairo, siguiendo a Kohn, se proponen argumentar una antropología más allá de lo humano, en la medida en que las representaciones del mundo no son una capacidad exclusiva del hombre, siendo que todos los seres tienen la capacidad de representar el mundo al cual copertenecen, por medio de un conjunto de signos dotados de significados y sentido, entrelazados por un sistema de símbolos, lo cual es denominado por el autor ecología de las subjetividades. Adicionalmente, posturas como la de Povinelli, citado por Ruiz y del Cairo, proponen ir más allá, considerando en las representaciones del mundo aquello que pueden decir factores no bióticos, a lo cual denomina geontología.

El sentido ontológico de lo expuesto radica en la existencia de múltiples alternativas e interpretaciones que escapan al sistema de entendimiento humano, desde las cuales el mundo, el entorno natural, puede ser representado. Se descentraliza así el asunto del anthropos, para comprender que todo aquello que habita el mundo tiene la facultad de representarlo y significarlo. Pese a lo anterior, según el multiculturalismo, existen solo unas formas legítimas de interacción, dignas de reconocimiento, sesgadas y limitadas a un objetivo economicista. El multiculturalismo radicaliza, así, la diferencia cultural. Los autores citan a Blasser, quien plantea que la ontología política pretende desmontar el postulado multicultural, desde el cual se presupone la existencia de una forma homogénea y adecuada de comprender la naturaleza (y la misma diversidad cultural), frente a formas alternas planteadas desde perspectivas culturales diversas.

En conclusión, Ruiz y Del Cairo apuestan por la inexistencia de una sola naturaleza sobre la que yacen múltiples representaciones, siendo que se trata de múltiples realidades que coexisten y que emergen por la confluencia de un sinnúmero de factores, humanos o no, orgánicos o no, que las componen y que interactúan entre sí, y la hacen posible gracias a las prácticas que en ellas se ejecutan. Desde el giro ontológico, se trata de exaltar la existencia per se de dichos mundos como realidades igualmente válidas, pero no superiores, en permanente interacción y sin construcción definitiva.

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