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Introducción

Borgia. Sólo el apellido de esta conocida familia hispano-italiana nos evoca actos trágicos, bárbaros e, incluso, sacrílegos: muerte, incesto, corrupción y, sobre todo, veneno. Alejandro VI, Rodrigo Borgia, es su máximo exponente.

Borja. La forma española del mismo apellido. Ésta, sin embargo, nos lleva pensar en todo lo contrario. Fe cristiana, celo religioso y santidad. Su mejor representante, Francisco de Borja, general de la orden jesuita, beatificado en 1624, canonizado en 1671... y bisnieto del papa Alejandro VI.

Sobre el apellido Borgia corre, incluso hoy día, toda una leyenda negra equiparable a la que se fue creando sobre la Monarquía Hispánica de los austrias españoles. Leyenda que nos informa de envenenamientos, intentos de asesinato diversos y otros conseguidos, todos ellos por orden, instigación o comisión directa, de nada menos que un pontífice romano. También le acompañan otros matices más truculentos: el incesto entre padre e hija (Alejandro VI y Lucrecia), el libertinaje de ésta y la sagacidad para llevar a cabo actos funestos de quien era, supuestamente, nada menos que hija y amante de un papa.

De nada sirvió que hace ya muchos años se demostrase la escasa veracidad histórica que estas leyendas tenían. Que ni el veneno fue la principal arma de Alejandro VI (aunque tal vez sí la causa de su muerte), ni su hija era una mujer dispuesta a acabar con cualquiera que se le opusiese, o capaz de conseguir lo que deseaba por cualquier medio. La historiografía seria, que en escasas ocasiones consigue salir de los escasos círculos universitarios y cultos de los que emana y a los que informa, casi nunca logra superar en atractivo y difusión a esa otra literatura que habla de asesinos sedientos de sangre y revestidos de pontifical, que sólo piensan en su propio placer. Sin embargo, la Historia, como ciencia, nos habla de unos personajes bien distintos de lo que la mitología moderna nos ha transmitido. Sin duda la figura no es el perfecto contrapunto del terrible personaje que se nos ha descrito; pero también dista mucho de esa imagen terrible y tenebrosa.

Hay que diferenciar en primer lugar los dos papas Borgia que conoció el siglo xv. El primero de ellos, Calixto III, Alfonso Borgia hasta su elección consistorial, era un miembro de la pequeña nobleza valenciana, cuya familia estaba afincada en Játiva. Él será el origen de la rama italiana, pues fue el primero en alcanzar el cardenalato y en trasladarse a Roma. Con él, la familia entrará en un ámbito de poder muy distinto al que se habían movido hasta entonces, y se iniciará un camino que les llevaría hacia las máximas cotas del poder eclesiástico y, con ello, de la política itálica de aquellos años. De hecho, él es el origen de la versión latina del apellido familiar, pues será en la bula por la que se le elevaba a la sede valenciana en la que por primera vez aparezca esa forma del apellido en su familia por la que serán conocidos por la historia (pues ya había otros Borgia en Italia, procedentes sin duda del mismo tronco común, que se habían establecido anteriormente en la península Itálica). Aquí les llamaremos Borja sólo hasta el momento del definitivo cambio, salvo que nos refiramos a la rama castellana que recibió el ducado de Gandía.

Como han estudiado Walter Ullmann y Paolo Prodi, el pontificado desde la Baja Edad Media fue cambiando su línea principal de actuación. En los siglos plenomedievales y bajomedievales el papado había intentado reforzar y llevar a la realidad la aspiración del poder universal y superior a todos los poderes políticos, basado en la naturaleza directamente divina de su poder. Los conflictos generados por el Cisma de Occidente y la forma en la que éste se solucionó, por medio del Concilio de Constanza y por la iniciativa de los poderes políticos que comenzaban a dar forma a las monarquías nacionales, hicieron que desde el principio del siglo xv el papado perdiese gran parte de las cotas de poder que había alcanzado desde el siglo xii. El desprestigio que el Cisma le había causado y, sobre todo, las parcelas de poder eclesiástico que éste obligó a tomar a las monarquías, hicieron que al cierre del mismo el pontificado no tuviese ya medios ni fuerza para recuperarlos. Con ello se inició el ascenso de las monarquías nacionales y el declive del poder político internacional del pontificado.

A partir de ese momento se comenzó a dar un viraje en la política pontificia. Los papas empezaron a ver en el dominio de la confusa situación de la península itálica la mejor forma de garantizarse un prestigio internacional ya casi perdido. Apareciendo como la principal fuerza política italiana, pasaría posteriormente a recuperar gran parte del prestigio religioso que había gozado anteriormente.

En estos momentos de dificultad para el pontificado, no ya religiosa sino más bien política, llegarían a Roma los primeros representantes de la familia que vamos a analizar. Alfonso de Borja, Rodrigo, César, Juan, Pedro Luis, Jofré... muchos personajes y un solo destino: el poder político italiano y la supremacía de la Iglesia en el mismo. Ellos, y sobre todo los papas Calixto III y Alejandro VI, tuvieron clara la imagen del camino a seguir: hacia el poder por medio de la Iglesia y para mejor bien de la misma. Por ello, el presente estudio no es un análisis de tenebrosos asesinos. Es un estudio de la forma en la que personajes provenientes de la península Ibérica, ajenos en principio al cambiante mundo italiano de finales del siglo xv e inicios del xvi, aterrizaron en la convulsa Roma de mediados de siglo y llegaron allí a las máximas cotas de poder, buscando dar a los Estados Pontificios el rango de potencia italiana que pensaban que necesitaba para poder sustentar un poder eclesiástico fuerte e independiente.

Para ello veremos que utilizaron las mismas armas políticas que utilizaban las monarquías de su época y entorno: matrimonios políticos entre las familias pontificia y principescas (ya tuviesen éstas títulos de reyes, príncipes, duques, barones...), pactos y ligas internacionales, e, incluso, la guerra. Ninguna de estas “armas políticas” debe chocarnos en absoluto. No debemos observarlas desde la mentalidad actual en ningún momento. Hoy día puede parecernos chocante encontrar a un papa con una familia numerosa, hijos, amantes, sobrinos... que colaboren con él a la hora de las tareas de gobierno. En los siglos bajomedievales las cosas eran muy distintas. Si bien la normativa canónica prohibía el matrimonio eclesiástico e inhabilitaba a los hijos de los clérigos, la realidad decía una cosa bien distinta. Los clérigos no se casaban, en efecto, pero muchos de ellos sí mantenían una verdadera vida familiar. Sus hijos, inhábiles eclesiástica y políticamente, eran legitimados por los pontífices para la vida religiosa, y por los reyes para la vida política. Nada había de escandaloso en ello. El que un pontífice participe de igual a igual en pactos y ligas internacionales puede parecer extraño en la actualidad; pero sin duda tal hecho deviene de la pérdida absoluta de poder político que sufrió el pontificado romano en el siglo xix, principalmente por la unificación italiana bajo la hégira de la monarquía Saboya. En los siglos medievales el pontificado ostentaba un notable poder político en la península y para defenderlo y mantenerlo recurría a las mismas armas que los demás poderes políticos: los pactos y la guerra. Hoy día nos parece también aberrante la idea de una Iglesia beligerante, con armas en la mano, pero la mentalidad ha cambiado mucho desde finales del siglo xv. Como en esta misma colección ha analizado García Fitz, la Iglesia y la guerra tenían una estrecha relación. No sólo la Iglesia daba cobijo ideológico a alguna forma de guerra, viéndola como justa y necesaria en algunos casos, sino que ella misma y sus miembros recurrían a la fuerza habitualmente. Los eclesiásticos, incluso obispos, participaban activamente en las guerras y los combates, y muchas veces las crónicas de la época los ensalzan en esa faceta, como yo mismo he analizado en otros estudios.

De este modo, los Borja o Borgia, trazaron su nuevo camino en tierras italianas hasta llevarlo a las cimas más altas de su poder. Con ello buscaban el engrandecimiento de la Iglesia y la defensa de sus intereses, el medio para ello fue el engrandecimiento de su propia familia, que actuaba como paladín eclesiástico y a su servicio. Y lo hicieron hasta sus últimas consecuencias, no dudando para su consecución en enfrentarse a los que eran sus señores naturales (entendiendo como tales los señores de las tierras en las que habían nacido). Ni Alfonso V de Aragón, ni su hermano Juan II, ni el hijo de éste, Fernando II de Aragón y V de Castilla, junto a su mujer Isabel la Católica, pudieron contar con la fidelidad de los Borgia en la defensa de sus propios intereses políticos. Éstos defendían los intereses de la Iglesia y no dudaban en enfrentarse a los diversos reyes hispanos para defenderlos. A ellos y a los demás poderes políticos europeos, reyes de Francia, duques de Milán, emperadores...

Así, los Borgia, una familia de origen valenciano, pasaron a ostentar gran parte del poder itálico, pese a que allí fueron vistos durante mucho tiempo como extranjeros (eran llamados gli catalani, sin duda por la lengua que compartían con los mercaderes tan conocidos en el Mediterráneo). Pese a todo, allí hallarían su lugar en la Historia, luchando por el poder y por el bien de su tierra adoptiva y de la poderosa institución-Estado a la que pertenecían.

Los Borgia

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