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III. Cruz y resurrección

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Amado mío, no puedo dejar de mencionar aquí que debes hacerte cargo de todo lo que experimentas en ti que no sea amor. Sé que muchas veces no quieres oír esto, pues te trae recuerdos dolorosos. Sé también que estás cansado de seguir mirando la oscuridad y teniendo que entrar en contacto con lo insensato, pues ya has visto la luz y encontrado el verdadero significado. A veces, y no pocas, preferís hacer como esas criaturas que esconden sus cabezas bajo tierra, creyendo que porque ellas no ven algo entonces no existe. Ya hemos hablado de este mecanismo de negación. Hermano mío, ese es un patrón de pensamiento que procede del viejo modo de pensar. Ahora lo soltaremos, entregándolo al proceso de desvanecimiento y transmutación en Cristo. Recuerda que estamos caminando hacia la resurrección, pero que todavía hay que caminar un poquito. No lo hacemos para nosotros mismos, sino para todo el mundo.

Sigamos adelante. Ya hemos hablado de que finalmente todo se resume en aceptar que no existe tal cosa como dos voluntades, la tuya y la mía. También hemos hablado de la necesidad de hacerse cargo de lo que no procede del amor. Haces esto cada vez que eres sincero contigo mismo. Decir que te sientes bien cuando te sientes mal no hará que cambies de estado de ánimo. Ya hemos hablado de esto también, sin embargo, es necesario conversar de nuevo acerca del mecanismo de engaño y mentira que ha sido el fundamento del mundo.

El viejo mundo era una gran mentira que se pisaba a cada paso. Esto es verdad, pero ahora estamos creando un nuevo mundo. Y lo creamos entre todos sobre la base de nuevos patrones de pensamiento primero, y luego sobre la base de aquello que está más allá de todo pensamiento. Es decir, llevamos la mente pensante, no solo con su contenido sino con sus mecanismos mentales, hasta la cruz y dejamos que sea crucificada, para que pueda resucitar transformada en una nueva mente. Esto no supone ningún acto de crueldad. Estamos hablando de una pasión y crucifixión incruentas.

Lo que aún obstaculiza tu traspaso hacia la consciencia plena del Cristo que eres es que aún asocias la cruz con el dolor y crees que el proceso de sanación y resurrección duelen. Hijo del amor, escúchame: sanar no es lo mismo que resucitar. No estamos hablando de sanar heridas, ni de restaurar tu mente. No estamos hablando ya de ello, pues eso ya ha ocurrido. Tú estás sano y salvo. Escúchame decírtelo nuevamente y quédate por unos instantes en el silencio de tu corazón, experimentando la paz de tu alma al oír estas palabras: estás sano y salvo. Deja que estas palabras penetren tu corazón. Déjalas entrar sin miedo. Ellas resonarán en tu memoria y te traerán el recuerdo de tu perfecta inocencia.

Estamos hablando de hacerte cargo. De hacerte cargo, ya no de lo que un día fue la locura, sino de tu estado virginal. Estamos hablando de que debes hacerte cargo de tu santidad, de la belleza que eres. Del ser sano y salvo que eres en verdad. Este camino es un nuevo renacimiento, puesto que hasta ahora asociabas el hacerte cargo con algo que no te gustaba. La cruz con el dolor. Pero estabas un poco lejos de asociarla con el amor.

Estamos hablando de asociar la cruz a la resurrección. Estamos hablando de la unidad que existe entre todo lo que eres y lo que Dios es.

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