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Preludio

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Un mensaje de Jesús, identificándose a sí mismo como “el Cristo viviente que vive en ti”

Amado mío,

¿Qué cosas turban tu corazón? Cuéntamelo todo. Soy tu Jesús de Nazareth. Soy tu ser. Soy aquel que vela por ti, mañana, tarde y noche. He venido en respuesta a los latidos de tu corazón. Te has hecho todo un torbellino de emociones, que se asemejan mucho al mar encrespado, donde un día demostré que mi voz puede atemperar el viento y calmar las aguas. Siento tus preocupaciones. Advierto tus miedos. Veo tu anhelo de amor y de paz, escondidos tras las nubes de tu emocionalidad y de la del mundo.

¡Hay, humanidad arremolinada! ¿Por qué os afanáis? ¿Acaso no es tiempo ya de vivir en paz? ¿No es acaso tiempo ya de aprender la lección de los lirios del campo y las aves del cielo?

Por qué os demoráis en venir a mí. Soy la paz que no tiene contrario. Soy la unidad del ser. Soy vuestro anhelo y vuestro refugio seguro. Toda preocupación, angustia o dolor proceden de no vivir en mí, pues no hacerlo significa no vivir en vuestro verdadero ser y no tener un ser es algo angustiante, si es que fuera posible.

Amado de mi sacratísimo corazón, es tiempo de que aceptes vivamente que eres uno conmigo, y vivas en esta realidad de modo pleno. Somos una unidad. Todo lo que sientes, lo siento yo. Todo lo que yo siento, lo sientes tú. Sí, hasta ahora has pensado en relación con nuestra unidad como una relación desde mí hacia ti. Esto ha sido por causa de tu humildad y falta de presunción, todo lo cual procede de la santidad de tu mente crística. Pero también debes aceptar el hecho de que una relación supone dos partes unidas. Al estar unidas, existe un flujo que va desde una parte hacia la otra y viceversa, a través de la relación. La relación, ya lo hemos aprendido, no es ni una cosa ni otra, sino que es lo que mantiene unidas a ambas cosas, haciéndolas una en la relación, sin dejar que cada cual sea lo que es.

Quiero que todo el mundo sepa que no existe un solo anhelo, deseo, sentir o pensar que no tenga un eco en mí. Y también quiero que sepáis que, aquellos que, por su propia voluntad, en unión con la gracia divina, se han hecho conscientes de la unidad que sois con todo, también sois conscientes de los latidos de mi divino corazón.

Alma enamorada, me queman las ansias de amor y verdad. Gracias por responder a mi llamada. Sigamos asidos de la mano y recorramos juntos los caminos del amor. Recuerda, a medida que sigues recibiendo estas palabras, cuánto te amo. Recuerda también que eres la delicia de mi corazón, el rostro del padre en la tierra y el amor encarnado.

Déjame llevarte dulcemente a lo más profundo del corazón de Dios, allí donde mora la ternura, allí donde la luz de la verdad brilla en toda su gloria. Déjame llevarte a la plena consciencia de tu resurrección a la vida eterna.

Elige solo el amor: Homo-Christus Deo

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