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CAPÍTULO 1

EL HÁBITAT De cómo el economista serio desarrolla su carrera universitaria y profesional en un ámbito homogéneo, sin fisuras, que lo contiene y ayuda a consolidar sus certezas, a la vez que permite pulir sus letanías e impedir que la realidad enturbie sus prejuicios.

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Parece la fortificación de una frontera, pero en realidad es la invención de una frontera. La Gran Muralla no defendía de los bárbaros: los inventaba. No protegía la civilización: la definía.

Alessandro Baricco, Los bárbaros

Como señalamos en la presentación, el economista serio es un mamífero gregario. Se mueve en manada en un hábitat bastante homogéneo: luego de obtener un título de grado en alguna universidad local preferentemente privada, cargada de una formación de la economía como una ciencia dura, suele aplicar a un posgrado en una universidad privada del hemisferio norte; por lo general, de Estados Unidos o Inglaterra. De esas que afrontan un costo mayor que las públicas, pero que cuentan con un subsidio privado, lo que al parecer aportaría una mayor legitimidad e independencia. Frente a la expansión de la especie, han ido aumentando las opciones de estudio de posgrado a nivel local que, si bien le generan menos orgullo y prestigio, tampoco lo desvían de su arraigada posición y contribuyen a multiplicar al pelotón y así extender su prédica. Todas refuerzan su percepción abstracta y matematizada de la realidad, “apolítica” y con mínimos contenidos de análisis histórico y de la problemática específica de los países periféricos, ni siquiera de los mayores socios comerciales latinoamericanos.

Los posgrados permiten consolidar esa “estructura conceptual aprendida (y) tan incorporada que casi irremediablemente bloquea su comprensión de la realidad”, escribió Marcelo Diamand, ingeniero y empresario integrante de la Unión Industrial Argentina que supo romper con la teoría tradicional en sus análisis sobre la economía nacional ya desde los años setenta.

La formación hegemónica actúa como clubs selectivos; representa el primer paso hacia la verdadera riqueza de este grupo social: los contactos que los abroquela como especie común. Los profesores, los conferencistas e incluso los colegas venidos de otros países permitirán nutrir las agendas de esos futuros ministros, lobistas, periodistas o funcionarios de organismos financieros internacionales que tejerán a lo largo de sus carreras lazos tan poderosos como invisibles.

Ese es el objetivo más relevante de esos posgrados, crear una red regional o incluso global y marcar una línea divisoria, como la Muralla China que describe Alessandro Baricco en la cita del inicio de este capítulo. Como escribió Mark Fisher en Realismo capitalista, “Los neoliberales fueron más leninistas que los leninistas: supieron crear y diseminar think-thanks que formaran la vanguardia intelectual capaz de crear el clima ideológico en el que el realismo capitalista pudiera florecer”. Para Fisher, el realismo capitalista es “la sensación generalizada de que no solo el capitalismo es el único sistema político y económico viable, sino también que ahora es imposible incluso imaginar una alternativa coherente a él”. El mantra del economista serio.

El paso por universidades privadas y think-thanks le permite al economista serio acceder a empresas, organismos públicos, bancos y, para los más exitosos, la posibilidad de lograr la consultora propia reconocida por los medios de comunicación más influyentes.

Las ONG y las fundaciones de objetivos transparentes y financiamiento opaco suelen ser también un ámbito cordial para los economistas serios. ¿Qué funcionario público querría confrontar con un organismo internacional o una consultora privada que podría llegar a contarlo entre sus socios o generar rispideces en la comunidad de colegas? La promiscuidad público-privada, una puerta giratoria que no suele preocupar a nuestros medios, es una de las características más relevantes del hábitat de los economistas serios. Un economista que asesoró a los fondos buitre en su batalla legal contra Argentina puede pasar del otro lado del mostrador y ser director del Banco Central o, de gerente de un banco de inversión denunciado por evasión fiscal, puede pasar a regular a sus antiguos accionistas desde el Ministerio de Economía, sin que eso genere dudas sobre posibles conflictos de intereses.

Por el contrario, los grandes medios de comunicación suelen destacar como mérito insoslayable sus antecedentes en la dirección de grandes firmas. El exjefe de gabinete de ministros de Mauricio Macri, Marcos Peña, fue quizás el más elocuente cuando se refirió al exministro de Finanzas y expresidente del Banco Central, Luis Caputo, para defenderlo cuando se conocieron públicamente sus vínculos con sociedades offshore, justo antes del estallido de la crisis de ese gobierno, a fines de febrero de 2018. “Jugaba en la Champions League y dejó todo para jugársela por su país”, destacó Peña en un programa televisivo. Luego, a pesar del desastre económico que generó la gestión de Caputo al frente de ese ministerio y del Banco Central (el endeudamiento más acelerado de nuestra historia y una abrupta devaluación), hasta el cierre de redacción de este libro no se había rectificado y tampoco el medio lo ha comentado.

Los lazos invisibles, el hábitat común y la estructura conceptual compartida permiten que un funcionario del Ministerio de Hacienda de Argentina tenga los mismos códigos que el funcionario del FMI de origen indio que visita el país para auditar las cuentas públicas, comparta sus mismas preocupaciones y defienda similares diagnósticos y propuestas de administración económica. Por supuesto, siempre con la misma indiferencia hacia el bienestar de las mayorías.

El sentido de pertenencia de los economistas serios es una razón relevante que explica la muy baja intensidad de sus críticas, la ausencia de controversias entre miembros de la especie y el inclaudicable optimismo con que ellos encaran la aplicación de sus recetas, más allá de la pobreza de sus resultados. El comportamiento de la manada podría asimilarse a la de un dictador cuando comete un error; usualmente no lo reconoce y, por lo tanto, no intenta nada diferente. Más bien responsabiliza a “enemigos extranjeros”, “traidores domésticos” o más comúnmente en el caso de los economistas serios a “factores climáticos” y afirma que necesita aún más poder, ir más a fondo para combatir a estos enemigos, traidores o resistir eventos de la naturaleza perjudiciales.

Un estudio de Ana Castellani, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del CONICET, en el marco del Observatorio de las Elites Argentinas de la Universidad de San Martín, identificó esa fusión de intereses entre funcionarios del sector público, de la esfera privada y de organismos internacionales y, particularmente, encontró que “uno de los rasgos distintivos de los altos funcionarios del gabinete inicial de Macri es su frecuente participación en fundaciones u ONG, y otro tipo de organizaciones sociales, culturales, académicas, profesionales, religiosas, etc.”. Castellani observó, asimismo, que “más de la mitad del alto funcionariado del gabinete inicial del gobierno de Cambiemos (54,5%) participó alguna vez en este tipo de organizaciones, lo que sugiere que esta práctica forma parte de la sociabilidad básica de los miembros de esta fuerza política, o parte de un cierto cursus honorum”.

Al ser nombrado ministro de Economía en 1991, Domingo Cavallo pudo cubrir centenares de puestos en la función pública con candidatos venidos de la generosa cantera de las fundaciones afines, empezando por la Fundación Mediterránea y empresas amigas. En este caso también, la estructura conceptual común permite implementar políticas sin el fastidio de tener que explicarlas: los diagnósticos −que siempre incluyen la necesidad de “cirugías mayores sin anestesia”, para retomar una expresión de aquellos años− son compartidos por todos con el mismo ahínco. Ni siquiera el fracaso crónico de esas soluciones disminuye el entusiasmo colectivo. El hábitat común actúa como un eficaz narcótico contra las inclemencias de la realidad.

Los silenciosos y exclusivos grandes ganadores por la aplicación de su manual, como los estrechos vínculos de los líderes de la especie con grandes corporaciones beneficiadas con sus recomendaciones de políticas, tampoco son puestos en la mira. El periodista y politólogo José Natanson, en su libro Buenos Muchachos, publicado en el año 2006, ya había observado que la principal función de los economistas serios no parece ser explícita. “Con sus influyentes informes, sus estudios de coyuntura y sus intervenciones en los medios de comunicación, o directamente gracias a su paso por el gobierno, los economistas neoliberales han logrado representar de un modo inmejorable al establishment económico”, concluyó Natanson. La legitimidad de sus afirmaciones correría un riesgo muy alto si se conociera abiertamente el interés que promueven. Por eso, nuestros economistas serios siempre intentarán que no se los asocie políticamente con nadie ni con ningún interés específico sobre ningún negocio.

Manual del economista serio

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