Читать книгу Breves fragmentos de un azul - Sebastián Vizcaíno - Страница 7

Оглавление

III

Conozco esos ojos, ese azul. Por un instante, olvido lo que está pasando.

—¿En dónde estoy? ¿Qué es Psyqué? —Le pregunto. Empiezo a recordar lo que sentía antes de estar aquí.

—Creo que debes verlo por ti mismo —me dice y me muestra una sonrisa.

Avanza tranquila y la sigo sin dudar; puedo ver que este pueblo es algo viejo pero bien conservado. Se siente el silencio; ahora caigo en cuenta de que no veo a ninguna persona. Ella camina rápida, ligera, y se emociona al llegar a una especie de campanario, la estructura más alta que se ve por aquí. Antes de ingresar, acaricio las paredes blancas y lisas; sin que se dé cuenta acerco mi nariz, huele a humedad. Me quedo viendo un gran reloj que está en la cima, entre dos campanas, pero antes de ver la hora, me apresuro a seguirla para que no se adelante demasiado.

Subimos por un túnel oscuro que conduce a la parte más alta; empiezo a sentir una brisa y, al llegar, miro hacia arriba y el sol me da directo a los ojos. Pierdo la visión por unos segundos, pero la recupero lentamente mientras me abro paso al tanteo entre dos grandes campanas. ¡No lo puedo creer! Ante mí se revela un nuevo mundo.

Veo un pueblo, casas blancas, sencillas y pequeñas rodeadas por caminos sin pavimentar, donde no pasan autos ni personas. Desde donde nos encontramos, veo lo que creo que es la plaza donde aparecí, que parece ser un punto principal.

Ella se queda parada contemplando el paisaje, no dice nada por un momento. Luego, sin regresarme a ver, me explica los límites del pueblo: hacia donde está mirando es el oeste, hay un mar tranquilo y cristalino que se extiende hasta el horizonte y se hace cada vez más oscuro y tormentoso; hacia el norte se encuentra un enorme desierto, y lo que parece ser una construcción entre la arena es una especie de muralla; hacia el este, se encuentra un bosque espeso, frío y cubierto de neblina, que desde el campanario permite solamente ver una casa que se esconde en la densidad de los árboles; al sur se encuentra un nevado imponente, de faldas verdes y un pico de hielo coronado por nubes grises.

Mi acompañante me detalla incluso las cosas que más le gustan de Psyqué. Termina su presentación con un suspiro y una gran sonrisa. Atendí a todo lo que dijo; si no fuera por la seguridad en su voz, hubiera dudado de cada cosa que veía.

—Estamos en un pueblo imposible, podría ser el lugar más grandioso que haya existido jamás. Pero es todo lo que sé.

Cierro los ojos e imagino que lo veo todo desde arriba con la mirada de un ave; las palabras de mi guía me hicieron volar. Imagino cómo serán los lugares que le gustan, cada rincón del pueblo.

—¿Hay más personas aquí? —pregunto un poco inquieto.

—No somos muchos: poco a poco los conocerás. Si quieres buscar respuestas, puedes empezar aquí. No creo saber más que tú en estos momentos.

—¿Cómo puedes estar tan tranquila con todo esto?

—¿No te da calma este pueblo?

—No me refiero a eso —le explico con actitud seria—. Quiero decir que parece que estás acostumbrada a esto, a la soledad, a no buscar una salida.

—Te equivocas —me dice con un tono en su voz que me parece de angustia; toma una pausa y continúa más serena—, no puedes saber a qué estoy o no acostumbrada. Claro que he buscado salida, pero escapar de aquí no es fácil. Parece que me faltó completar la frase anterior: estás en un pueblo imposible con gente imposible, muy particular. Aquí nos hemos acostumbrado a vivir, a construir nuestro propio mundo.

—No creo entender lo que dices. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué haces tú aquí? —le pregunto con más curiosidad que preocupación.

—Muchas de las preguntas que haces y vas a hacer solo las podrás responder tú mismo. No puedo decirte más, aunque quisiera, no tengo más respuestas.

—¿Y qué sugieres que haga?

—¿Qué quieres hacer? —Me pregunta y me inunda con el azul de sus ojos.

—Quiero salir de aquí.

—Hazlo, entonces —me dice. Su actitud ha cambiado de repente. Al parecer, mis preguntas le borraron la sonrisa y ahora se muestra distante. Continúa—: ¿Eras feliz antes?

—No —le respondo y las emociones que cargaba vuelven a aparecer. No quiero confesarlo, pero quizá esto sea lo mejor que me pudo haber pasado.

—Busca algo que te haga feliz. Parece que eres una persona llena de desesperación, aunque tratas de esconderla.

Tiene razón, en el poco tiempo que he estado en este lugar he sentido que es ideal para empezar de cero. Pero ¿cómo empezar? Aquí no soy nadie, puedo ser quien sea, no tengo propósito, no tengo rutina y eso me asusta; no quiero estar así, no quiero nada. No quiero sentir esto. Mi existencia perdió su significado. ¿Qué voy a hacer? ¿Esperar a morir? Nunca he sido paciente; ideas que evito casi a diario me invaden, pero sacudo mi cabeza y me limpio las lágrimas que han empezado a brotar. Me las arreglaré, un día a la vez.

Me doy cuenta de que he dicho mucho de lo que estaba pensando en voz alta, pero al parecer a ella no le ha importado. Está apoyada en el barandal que rodea a las campanas y está de frente al horizonte; ha elegido ofrecer su mirada al mar. Lo observa con melancolía, veo que se le escapa una lágrima, da un suspiro y parece que quiere decir algo, pero calla.

—Te daré tiempo. No te va a pasar nada malo, tranquilo. Te la vas a arreglar, aquí nadie ha muerto —dice y se esfuerza por esbozar una sonrisa. La comisura de sus labios rojos se funde con esa gota de agua salada que no se limpió—. Nos veremos pronto —concluye y pasa junto a mí. Su caminar produce una pequeña brisa que deja un rastro hermoso pero melancólico. Respiro su esencia, un olor azul. Se ha ido la chica más triste de la ciudad.

Decido quedarme en el campanario, me siento y comienzo a pensar en lo que sucede, creo que no logro desatar bien el hilo de mi pensamiento, y así pasan horas. Ha comenzado a atardecer y empiezo a preocuparme porque no he visto más gente. Mis pensamientos se ven opacados por el tañido repentino de las campanas.

—No quise asustarte —me dice un tipo alto y delgado—. ¿Qué te trae al campanario?

—Es el único lugar que conozco, al parecer. ¿Qué haces tú aquí?

—Aquí paso la mayor parte del tiempo. Cuido el reloj, le doy cuerda y afino las campanas.

—¿Qué es este lugar? —Le pregunto señalando el pueblo.

—Pues, mira, Psyqué es un lugar único, aunque eso ya lo debes saber. Los habitantes vienen y van, este sitio es como una pausa en sus vidas que no a muchos se les concede.

—Pero yo me siento prisionero aquí. No hay a dónde ir.

—¿Te parece poco la playa, el bosque, el nevado? —Me dice y me hace notar que me fijo más en los problemas que en las oportunidades.

—¿Desde cuándo estás aquí?

— Dos meses.

—¡¿Dos meses?! —Exclamo espantado.

—Mira, antes de llegar aquí mi mundo estaba quebrado. El miedo que tenía ha ido desapareciendo con el tiempo. Fue duro dejar todo atrás, pero creo que estaré listo dentro de poco para volver.

—¿Cómo lo vas a hacer?

—Ya se verá —me dice con un suspiro—. Nadie ha vuelto para contarnos cómo.

La voz del hombre es calmada, pero parece guardar una preocupación en sus ojos, quiere ocultar algo en su pecho. Me intrigan sus palabras, me parece que este lugar es una especie de purgatorio; no sé qué debemos expiar exactamente o cuál es su propósito, qué méritos debo cumplir para salir. Para cambiar de ideas, continúo con la conversación.

—¿Eres el encargado del reloj o algo así?

—Digamos que es un deber mío para el mundo. Para mí, el tiempo no pasa, o al menos no de la manera que para el resto del mundo; por eso estoy aquí, para darle cuerda al reloj. Si no lo hago, el mundo se detendría y volvería a pasar lo terrible.

—¿Qué es «lo terrible»? —le pregunto preocupado.

—No —dice bruscamente.

—¿Pasa algo malo?

—No, no, no. Perdóname, pero recordar me suele alterar un poco. No debí contarte esto, no me hace bien. Además, no lo creerías.

—Hoy soy capaz de creer en todo.

Su respiración se torna agitada, se agarra la cabeza y empieza a caminar de un lado a otro, a hablar sin sentido y muy rápido; después de un tiempo, toma aire y comienza a contarme su historia. Para alguien fuera de este lugar, de Psyqué, resultaría algo absurdo, pero yo creo cada palabra, hasta logro comprender por qué debe darle cuerda al reloj. Me dice que ha contado esto a muy pocas personas, que le han dicho que no es real. A mí me parece maravilloso más que increíble; si hubiera sabido de él antes lo habría entrevistado. En otras circunstancias, habría tecleando con pasión su relato, definitivamente no me hubiesen pesado los dedos.

Busco en mis bolsillos, pero están vacíos. Siempre me he preocupado por llevar conmigo una libreta de apuntes desde mi época en la facultad; mi único instrumento para interpretar y reproducir el mundo. Sin tener en dónde registrar el cuento del hombre del reloj, siento que me he quedado sin nada.

Ambos nos quedamos sin hablar por un rato, él rompe el silencio y me invita a conocer un lugar donde puedo dormir.

Llegamos a una construcción sencilla, de un solo piso, aunque parece ser la más grande del pueblo. No tiene rótulos ni señales que indiquen si se trata de una posada, de un hotel o de algún lugar abandonado. Tiene una entrada amplia en el centro que conduce a una pequeña sala, y desde ahí a unos pasillos largos que se extienden a cada lado. Está oscuro, pero la luz se filtra por las ventanas. No me había fijado en la luna; es pequeña, las nubes casi la han escondido por completo, pero es lo suficientemente clara como para poder guiarme por aquí. El señor del reloj se despide de mí amablemente y me invita a visitarlo cuando quiera.

—¿No te quedas a dormir? —Le pregunto, porque tengo miedo de estar solo, de estar solo aquí.

—¿Y quién le daría cuerda al reloj en la noche? —Me dice mientras se voltea. Esa respuesta hace que crezca la motivación que tengo.

—Déjame contar tu historia —le pido a manera de despedida.

—Te la regalo —me responde mientras da unos pasos y hace una señal con la mano sin voltear a verme; poco a poco se pierde entre las calles.

Veo con más detalle el lugar. Hay una especie de recepción, me encuentro con quien atiende: es un hombre alto, tiene un rostro serio con pocas arrugas, con algunas canas en la cabellera; está al lado de una radio como queriendo escucharla con mucha atención, porque parece que el volumen está al mínimo, aunque después me da la impresión de que en realidad está apagada.

—Elige cualquier habitación —me dice rápidamente, como si deseara deshacerse de mí para que no interrumpa lo que sea que está haciendo.

—¿Me puede explicar qué es este lugar?

—¿Cuantas veces has hecho esa pregunta hoy? Escoge una habitación y duerme —dice mientras lleva su dedo índice a la boca en ademán de hacerme callar.

—No sé qué hacer, ¿y usted me indica que simplemente debo elegir una habitación y resignarme a lo que está pasando?

—A lo mejor —me dice en tono bastante apático.

—¿Tiene un cuaderno, unas hojas, un esfero o algo para que pueda escribir? —Espero unos segundos que parecen una eternidad—. ¿Qué le pasa? Al menos, conteste. ¡¿Me va a ayudar en algo?!

—No —me dice, aún sumergido en el intento de escuchar la radio.

No sé cómo responder en este tipo de situaciones; él está ensimismado, ausente de lo que pasa a su alrededor. Así que decido jugar su juego para sacarle un poco de información.

—¿Qué está escuchando? —Le pregunto con un tono muy respetuoso.

—La radio.

—Pero si no se escucha nada.

—Claro que no. Sigues hablando —me dice en tono de reproche. Después de eso, me ignora por completo.

Decido caminar por el pasillo para buscar una habitación. Recorro el lugar arrimado a las paredes blancas porque el piso está algo húmedo. No hay puertas en ningún cuarto, los exploro rápidamente, pero no consigo ver a nadie. Continúo buscando en un par de habitaciones más, todas son iguales, da la sensación de que fuera un laberinto. No quiero hacerme más problema, así que elijo un cuarto que tiene la ventana hacia el oeste. Abro las cortinas para ver el pueblo.

Psyqué tiene una distribución bastante extraña; todo está organizado por bloques, con pocas casas, todas de paredes blancas y casi del mismo tamaño. Me extraña no haber encontrado ninguna con más de un piso. Está anocheciendo, pero no puedo ver las estrellas; las nubes han cubierto todo el cielo, han tapado la luna. De hecho, no puedo ver casi nada.

Me acuesto mientras pienso en la chica que conocí este día, en su sonrisa, en sus ojos. Poco a poco, unas ideas parásitas comienzan a invadir mi mente, se esparcen por todos los rincones, y la imagen de la chica se borra. Me cuesta acomodarme, necesito una libreta. Mi cuerpo eventualmente puede menos que mi mente, me quedo dormido al poco tiempo.

Despierto. A diferencia de los días anteriores, recuerdo vagamente lo que he soñado: algo acerca de que escribía hasta el cansancio, usaba unas hojas para acurrucarme en el piso y, cuando me disponía a dormir, desperté. Pienso que quizá estoy dormido y todavía me falta despertar una vez más, pero lo dudo, este lugar no se siente como un sueño.

Me espabilo un poco agitando la cabeza como para dejar de pensar en eso. Siento cómo los rayos del sol empiezan a inundar el pueblo. Me asomo por la ventana, pienso que la playa será el primer lugar para conocer.

Me visto con un pantalón gris que me queda un poco flojo y una camisa que hallo junto a mi cama. Debajo de las prendas, encuentro una libreta de anotaciones pequeña y un esfero. El recepcionista sí me estaba haciendo caso después de todo. Todavía tengo la historia del hombre del campanario fresca en mi memoria, decido escribirla, pero no como periodista; quiero adueñarme de la historia, poder expresar todo lo que escuché. Dejo que las letras fluyan, ya había olvidado esta sensación.

Breves fragmentos de un azul

Подняться наверх