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INTRODUCCIÓN

I. EL DIÁLOGO DOCTRINAL Y LOS DIÁLOGOS

La producción en prosa de Séneca que se ha conservado 1 comprende un tratado científico (Cuestiones Naturales) , otro político (Sobre la clemencia) , once morales (Sobre los beneficios, Sobre la providencia, Sobre la firmeza del sabio, Sobre la ira, Sobre la vida feliz, Sobre el ocio, Sobre la tranquilidad del espíritu, Sobre la brevedad de la vida , más las tres consolaciones, A Marcia, A su madre Helvia y A Polibio 2 ), y una abundante colección de cartas (Epístolas morales a Lucilio). En todas estas obras, por variadas y heterogéneas que puedan parecer, se observa entre otros un rasgo común: la exposición del asunto, que Séneca hace teóricamente a oídos del destinatario, se ve de cuando en cuando interrumpida por las intervenciones de un interlocutor supuesto (pues muchas veces ni siquiera es ese destinatario 3 ), que plantea breves objeciones y preguntas concisas de inmediato refutadas y respondidas largamente por el autor. Este casi personaje literario tan típico de Séneca recibe el nombre de fictus interlocutor , un oponente simulado que aparece aquí y allá introducido con un escueto «dice», «dices», y gracias al cual se consigue una apariencia de conversación, aunque sólo sea entre dos y absolutamente desproporcionadas sus respectivas intervenciones 4 . Una obra así tratada se resiste a ser definida como un monólogo del que diserta, pues es cierto que a las veces se oye fugaz otra voz; en cambio, puede llamarse, a sabiendas incluso del artificio, diálogo.

Éste es el nombre con que desde antiguo fueron conocidas algunas obras de Séneca, al menos a partir de Quintiliano, quien, cuando resume los géneros que tocó el filósofo, dice que «de él se publican discursos, poemas, cartas y diálogos» 5 . Dejemos a un lado, por insoluble, la cuestión de si fue el propio Séneca o no el que calificó así sus tratados filosóficos, pues no hay datos bastantes 6 ; otra es la que debe plantearse, aunque quede también sin solucionar: si prescindimos de las Epístolas , que ya en la enumeración de Quintiliano forman un corpus aparte, incluso de las Cuestiones Naturales en razón de su contenido específicamente científico, quedan doce tratados en igualdad de condiciones para llamarse diálogos. Ahora bien, los Diálogos son según la tradición sólo diez.

Constancia escrita de esta tradición hay ya en el más antiguo y fiable de los manuscritos, el Ambrosiano, de finales del siglo XI ; su índice, bajo el epígrafe «Los doce libros de Diálogos de Séneca», enumera estas diez obras así ordenadas: Providencia, Firmeza, Ira (que consta de tres libros), Marcia, Vida feliz, Ocio, Tranquilidad, Brevedad, Polibio y Helvia. Quedaron pues descartados Sobre los beneficios y Sobre la clemencia , como mínimo, ya que en los tratados perdidos sólo se puede conjeturar si aparecía o no el contradictor imaginario 7 . Hay que tener presente, además, que esta exclusión debe datar de fecha muy anterior a la del Ambrosiano 8 : las diez obras fueron compiladas entre los siglos II y v d. C. de forma arbitraria, a lo que parece, pues no se siguió un criterio temático (tres de ellas, las Consolaciones , pertenecen a un género aparte, concreto y tipificado, y tampoco están agrupadas), ni temporal (las hay de todas las épocas de producción del filósofo, y tampoco están ordenadas cronológicamente 9 ), ni se presentan en orden según el destinatario 10 , ni fueron seleccionadas en virtud de su extensión, pues si así fuera, o bien Ira , mucho más amplia que las demás, no debería haber entrado, o bien se habría debido incluir Sobre los beneficios (más voluminosa, con sus siete libros 11 ) y Sobre la clemencia (de la que se conservan el primer libro y parte del segundo; muy probablemente tenía un tercero 12 ). La inclusión de una o la exclusión de las dos otras habría que achacarlas a un error de los escribas: una explicación demasiado llana y que, de hecho, en nada resuelve el problema.

No es éste, de cuantos y cuales realmente fueron, el único que plantean los Diálogos: otras dificultades surgirán a medida que avance la exposición. Entre tanto, bueno será concluir con el hecho indiscutible de que Séneca escribió algunas obras que bien él mismo, bien sus contemporáneos, encuadraron dentro de un tipo concreto, el diálogo 13 .

Con ello Séneca seguía, como tantos otros teóricos y propagadores del estoicismo, una tradición antigua ya, la de publicar doctrinas y especulaciones no en un bloque compacto, árido a veces, sino bajo forma conversacional, alternando preguntas y respuestas, argumentos y refutaciones variados que crean una exposición más ágil y rica, más atractiva y, por tanto, más adecuada para convencer a quien la oiga o la lea. Este género del diálogo doctrinal, ni que decir tiene, se inicia con Platón, que así reproducía no sólo la mayéutica de su maestro, sino también el ambiente polémico de su intelectualizada época en sus diálogos vivaces, algunos casi piezas teatrales. Más reposados y narrativos son los del ilustre precedente con que cuenta Séneca en su lengua, Cicerón 14 .

Séneca, sin embargo, siempre inquieto, sigue esta tradición en parte y en parte rompe con ella en estos escritos: son tratados de filosofía, como los de Cicerón y Platón, si bien más práctica que especulativa, destinados a difundir y defender la bondad de unas determinadas conductas; en la forma, por el contrario, se alejan bastante del tipo de diálogo platónico o ciceroniano, que intenta ser verosímil precisando el lugar y el momento en que transcurre la charla entre varios personajes reales y bien identificados; los Diálogos , en cambio, carecen de cualquier alusión a las circunstancias temporales y locales, y los personajes de la «conversación» se reducen, ya se ha dicho, al autor y su contrincante irreal.

Para justificar esta reducción al mínimo del diálogo en Séneca se han alegado influencias de otros géneros similares; así, es indudable que la diatriba, tan cultivada por los cínicos, tuvo un peso decisivo: se caracteriza también por plantearse el debate entre el orador o escritor y un antagonista fingido; por otro lado, el lenguaje de la diatriba, áspero y mordaz, dejó claramente su huella en el tono a las veces beligerante, incluso despectivo, que toman los Diálogos 15 .

De los diez tratados que por arraigada costumbre, pues, con este nombre se conocen, siete serán ahora objeto de estudio, puesto que las tres Consolaciones ya lo han sido en otro volumen de esta misma colección 16 .

II. ANÁLISIS

1. Fecha de composición

A la hora de datarlos, los Diálogos presentan tantas dificultades como prácticamente el resto de la obra del filósofo: la tarea es ardua, exige claridad y minuciosidad en el método, pero no es irrealizable 17 . Lo que sí parece imposible es poner de acuerdo a los estudiosos que se han dedicado a ella: unos consideran que el examen del estilo basta para poder fijar su evolución y por tanto la cronología cuando menos relativa de las obras; este método, propuesto por Castiglioni 18 , fue retomado por Coccia 19 y, más recientemente, por Nikolova 20 .

Otros, abandonando, aunque sea en ocasiones momentáneamente sólo, el terreno un tanto resbaladizo del análisis estilístico, prefieren basarse en los datos que proporciona Séneca en su prosa. Pero, por un lado, son éstos escasísimos: contadas veces hace referencias temporales concretas o alude a hechos conocidos y contemporáneos suyos; por otro, bastantes de estas referencias son discutibles y algunas inexistentes, conjeturadas forzando el ingenio: un mismo pasaje es interpretado de múltiples maneras y de él se extraen conclusiones variadas, incluso contrarias. Así, es tal el cúmulo de fechas distintas propuestas, que se impone la necesidad de resumirlas en las más verosímiles y coherentes para cada tratado, siguiendo no un orden cronológico, claro está, sino el tradicional de los manuscritos, a fin de evitar mayores dificultades.

Para fechar Providencia se puede tomar como punto de partida la personalidad de su destinatario, Lucilio Júnior, el gran amigo de Séneca al que dirigió las Epístolas y dedicó también las Cuestiones Naturales 21 . En el diálogo se nos presenta como estoico convencido; dado que en las primeras epístolas aparece de seguidor de Epicuro, Abel deduce que Providencia ha de ser posterior al año 62, en el que fueron redactadas 22 . A idéntica conclusión habían llegado Bourgery y Albertini 23 , pero por camino distinto: consideraron que el diálogo está motivado por un fuerte contratiempo sucedido a Séneca, que no puede ser otro que su caída en desgracia ante Nerón, patente a partir del año 62, después de que el emperador mandara matar a su propia madre, Agripina, antigua valedora del filósofo.

Muy al contrario, Waltz 24 , basándose en la misma motivación, piensa que hubo de ser una calamidad mayor, esto es, el destierro al que Séneca partió en el año 41 y en el que permaneció hasta el 49: la redacción de Providencia debe datar del mismo año 41 o del siguiente, puesto que en 3, 3 recuerda una reciente conversación con el cínico Demetrio («aún suena y vibra en mis oídos», dice), que no pudo tener lugar en el exilio de Córcega. Pero Waltz es prácticamente el único partidario de su conjetura; otros investigadores, en cambio, confirman la datación tardía para esta obra valiéndose de diversos indicios: cotejándola con las Cuestiones Naturales , Fontán concluye que fue escrita antes de la redacción definitiva de este tratado, iniciado en el 62, y después de la renuncia de Séneca al protagonismo político el mismo año 25 .

Firmeza está dedicado a Anneo Sereno, queridísimo amigo del filósofo, que tanto lamentó su muerte 26 ocurrida hacia el año 62 a consecuencia de haber ingerido setas venenosas 27 ; esto deja bien claros los límites en que han de moverse las conjeturas: desde la muerte de Calígula en el año 41 (Séneca habla de él en pasado y, sobre todo, lo critica, cosa que no haría en vida suya, en 18, 1-4), hasta la de Sereno, que algunos adelantan al 61. Este período podría estrecharse considerando que el relato de la ofensa a Valerio Asiático (18, 2) no lo habría incluido Séneca, por indiscreto, estando él vivo; como quiera que murió en el año 47 28 , la tendencia, en general, es datar la obra con posterioridad a este año haciéndola coincidir con el acceso de Sereno al puesto de prefecto, como suponen Gercke y Albertini 29 , el año 56, o un poco más tarde, en el 58, según Bourgery 30 .

Pero de nuevo Waltz marcha contra corriente al sentar que Séneca escribió Firmeza para aparentarla ante Sereno, rebozando el desaliento de que estaba preso a causa de su destierro 31 , con lo que sitúa su redacción a comienzos del mismo (año 41 ó 42, para justificar la introducción de 1, 3: «Recientemente, al hacerse mención de Catón, hablabas...»), y así sustenta su teoría de que los tres tratados dirigidos a Sereno evidencian la progresiva conversión de éste al estoicismo, de epicúreo que era, en este orden: Firmeza, Tranquilidad, Ocio 32 . La contradice Grimal, para quien Firmeza muestra un Sereno más estoico que en Tranquilidad; como quiera que éste, en su opinión, data del año 53 ó 54, Firmeza ha de ser posterior; aproximadamente del 56, si aceptamos su interpretación de 13, 4, según la cual en este pasaje Séneca alude a Vologeso, rey de los partos, contra quien los romanos apoyaron una revuelta en el año 55 33 .

El único entre los Diálogos que abarca tres libros es Ira , circunstancia que permite sospechar en él lo que en los demás es prácticamente impensable, esto es, que fueran redactados en momentos distintos; en efecto, el tercer libro retoma temas ya tratados en los dos primeros y tiene un tono más doctrinario, casi se diría pedagógico. Como los tres en conjunto han de ser posteriores a la muerte de Calígula (los ataques contra él son decididamente virulentos, cf. I 20, 8-9; II 33, 3-6; III 18, 3-4, etc.) y ofrecen detalles propios de un escritor novel, los partidarios de la redacción separada suelen situar los dos primeros libros en el mismo año 41 en que murió Calígula y Séneca fue condenado al destierro (a comienzos y a finales del año, respectivamente); el acuerdo desaparece al datar el tercero: Gercke 34 cree que fue escrito en pleno exilio, en el 44; Albertini 35 lo coloca al final o cuando Séneca se hallaba de nuevo y recientemente en la ciudad, años 49 ó 50; esta última es la fecha que deduce Nikolova 36 fundándose en un análisis comparativo del estilo y de la frecuencia del léxico entre Ira y Sobre la clemencia.

Son más, sin embargo, quienes opinan que la redacción de los tres libros fue continuada, no interrumpida por un intervalo más o menos prolongado de tiempo. Así, la época de composición puede centrarse entre la muerte de Calígula y el año 52, en que hay constancia de que Novato, a quien va dedicado, ya usaba su nombre adoptivo, Galión 37 . Basándose en las imperfecciones compositivas mencionadas y achacándolas a la bisoñez de Séneca, Bourgery, Abel y Grimal fechan Ira en la época anterior al destierro, con el año 41 como límite 38 ; se decanta, en cambio, por el otro, el año 52, Griffin, pues según ella no son tan relevantes ni decisivos los fallos de Ira 39 .

En la datación de Vida feliz hay, cosa rara, un acuerdo casi unánime de los estudiosos 40 . De una parte, el término ante quem es el mismo que el post quem de Ira y por la misma razón: Séneca dedicó este diálogo también a su hermano mayor, pero ya lo llama Galión; de otra, lo escribió con clara evidencia para justificar al sabio y rico a un tiempo 41 , lo que es lo mismo que decir para defenderse a sí mismo, seguramente con motivo de las acusaciones que lanzó contra él Suilio 42 , instigado por sus enemigos, que los tenía poderosos en la corte. Dado que los hechos sucedieron en el año 58, es llano imaginar a Séneca en el cénit de su poder escribiendo esta autodefensa ese mismo año o acaso el siguiente, cuando, con la muerte de Agripina, ya se ha dicho, inició su declive 43 .

El índice del Ambrosiano, bellamente miniado en letras unciales, se ve afeado por una raspadura que borra única y exactamente el nombre del destinatario de Ocio. Esta circunstancia en sí no sería grave si lo conociéramos luego en el diálogo, como suele suceder, al principio o a la conclusión; pero el hecho es que precisamente Ocio se nos ha transmitido falto del uno y la otra, como se verá, y en la porción conservada no se menciona nombre alguno de destinatario. Se supone, por lo común, que fue Sereno 44 , con más o menos dudas, que para Waltz 45 no son del caso: el personaje que habla en 1, 4 es a sus ojos coincidente con el carácter descrito en Firmeza 2, 1 y 3, 1-2 de Sereno, lo que hace la identificación segura; en el diálogo se muestra ya totalmente estoico, tanto que reprocha a Séneca que acepte y excuse la retirada del sabio de la actividad pública. Este cambio de actitud (en Tranquilidad recomienda Séneca la política al sabio) lo explica Waltz por la retirada del propio Séneca en el año 62; con esto y conjeturando el 61 para la muerte de Sereno, fija una fecha entre ambos.

Otros 46 no ven tan evidente la identidad del destinatario, pero sí el cambio de Séneca con respecto a Tranquilidad , que obliga a considerar posterior Ocio; fue redactado, por tanto, en un período comprendido entre los años 55 y 62, sin que pueda llegarse a mayor precisión.

Tranquilidad evidencia un término ante quem , la muerte de Calígula en enero del 41, por las mismas razones que otros tratados, las muestras de su despótica crueldad (calculada a las veces, por lo común vesánica, cf. 11, 10 y 14, 4-10) que se complace en narrar Séneca. Cuándo escribió este diálogo lo establece Waltz gracias a su discutida teoría sobre la evolución de Sereno, destinatario también en este diálogo, que manifiesta unas vacilaciones propias del converso reciente: hay que suponer un largo intervalo entre Firmeza (recuérdese que este autor lo fecha entre los años 41 y 42) y Tranquilidad para dar tiempo al proceso de su cambio ideológico, lapso que, lógicamente, coincide con el destierro de Séneca. Queda, pues, un período entre el año 49 y el 61, fecha de Ocio , donde situar la redacción de Tranquilidad; considera por último Waltz que también hubo de transcurrir un tiempo entre éste y Ocio , sin que quepa decir más 47 . No así en opinión de Grimal 48 , quien se apoya en la mención de los destinos de Ptolomeo y Mitridates bajo Calígula (11, 12), para inferir que, si el segundo fue asesinado en el año 51, la datación más probable para el diálogo es dos o tres después, alrededor del 53 ó 54.

La muerte de Calígula, que en otros diálogos se conjetura, aun con toda certeza, sucedida, en Brevedad se menciona expresamente (18, 5), lo cual hace que sea posterior al tan repetido año 41; pero se puede llevar más adelante el término ante quem si se tiene en cuenta que el destinatario, Paulino 49 , ejerce contemporáneamente al diálogo el cargo de prefecto de la anona 50 , función que desempeñó desde el año 48 al 55 51 . Por otro lado, Séneca relata en su escrito (13, 8) que oyó a un conferenciante explicar las razones por las que el Aventino estaba aún fuera del pomerio 52 de Roma; como quiera que Claudio incluyó esta colina en su ampliación del 49, y aunque la relevancia del dato aportado por Séneca ha sido puesta en duda 53 , Bourgery ya dedujo de él que Brevedad fue escrito entre los años 48 y 49, fecha que, además, fundamenta con otras razones 54 . Idéntica es la conclusión de Grimal 55 , pero llega a ella porque, a su entender, el mismo conferenciante, aludiendo a una serie de ilustres generales romanos (13, 3-6), no quería sino mofarse de Claudio, cosa que sólo pudo pretender en los últimos años de este emperador.

Otras fechas se han propuesto para este tratado, todas fuera de las límites generalmente aceptadas para la prefectura de Paulino. Así, Nikolova 56 realiza un examen estilístico, del que obtiene la década de los 60 como época de redacción. A mayor precisión se había atrevido antes Pasoli 57 : Séneca, al comienzo del diálogo (1, 1), tiene en mente, esto es obvio, a Salustio; Pasoli interpreta que el filósofo quiso comparar la retirada del historiador de los asuntos públicos y la suya propia, con lo que esta obra habría sido compuesta en el año 62. La misma datación supone Lefèvre 58 fundándose en 12, 5, donde ve una alusión a Petronio contrapuesto a Nerón.

2. La forma

Sin llegar a desarrollar toda una teoría literaria, Séneca establece en sus Epístolas 59, 75 y 114 (entre otras) cuáles son, en su opinión, las características adecuadas al estilo ideal: debe ser éste contenido y mesurado, sujeto en sus términos al asunto que se expone, sin perderse divagando en digresiones o embellecimientos metafóricos excesivos; el tono, familiar y conversacional, ha de evitar el rebuscamiento y la afectación huera, rehuyendo tanto los arcaísmos como los neologismos, la sonora hinchazón tanto como la sobriedad lacónica y la seca argumentación silogística. Hasta aquí, muy abreviada, la teoría; en la práctica, no es de extrañar que Séneca, como hizo en otros campos de su actividad, contradiga, parcialmente si se quiere, sus propias ideas.

Dos son las causas principales de esta incoherencia: de un lado, la innegable influencia de la diatriba y sus métodos en el estilo de Séneca; de otro, el retoricismo de que el filósofo estuvo impregnado desde sus primeros años 59 . Así pues, el afán de divulgación característico de la diatriba cínico-estoica se traduce en los Diálogos , ciertamente, en un empleo constante, léxico y sintáctico, del lenguaje coloquial 60 ; sin embargo, el público (representado por el destinatario) al que se encaminan los tratados de Séneca no es precisamente iletrado; es menester, pues, impresionarlo para convencerlo, que es lo que básicamente busca el autor: esto, evidentemente, abre las puertas a todas las técnicas y recursos de la retórica, el arte de la palabra seductora, pero también al rasgo más característico de la prosa senecana, típico de la de su época, la sententia 61 . Consiste ésta en una frase breve y aguda, un relámpago de ingeniosidad que trunca, aunque hermosee, a las veces el discurso y su unidad lógica, rematándolo otras con su aplastante y conceptista concisión.

Básicamente con este recurso logra Séneca romper la armonía de la prosa clásica, contra la que se reacciona en su tiempo; es, se puede decir, por contenido y no extremado, el representante más conspicuo del anticlasicismo, del llamado estilo nuevo cultivado en su momento. Su prosa entrecortada, escueta, casi epigramática, se muestra radicalmente opuesta al equilibrio del período cicerioniano 62 ; el empleo, en ocasiones abusivo, de largas digresiones para desarrollar algún detalle, ampliar un comentario o adornar una demostración 63 , contribuyen a la pérdida de la visión del conjunto; a ellas se suman las repeticiones insistentes de una misma idea 64 , el asíndeton y la asimetría entre los miembros de la frase, unos copiosamente extendidos, otros, los más, reducidos a expresiones mínimas 65 . Sin embargo, en un punto sí se muestra Séneca cercano seguidor de Cicerón: atendiendo a sus preceptos y desoyendo los propios, cultiva varios tipos de cláusula métrica como remate rítmico del período, con un cierto descuido aún en su época temprana, pero con progresiva perfección a medida que avanza el tiempo, según ha mostrado recientemente Soubiran 66 .

No acaba en estos procedimientos el retoricismo de Séneca, por descontado; no hay que olvidar que sus circunstancias familiares lo encaminaron bien pronto por esos estudios 67 y en su estilo lo demuestra claramente: mientras que algunos recursos, aunque también retóricos, son muy propios del registro coloquial (como son la interpelación en las preguntas llamadas luego retóricas, los paréntesis, la comparación y la metáfora), otros son exclusivos de la lengua literaria. Emplea nuestro autor abundantemente todo tipo de tropos y figuras 68 : la etimológica (Ocio 1, 2), paronomasia (Tranquilidad 4, 4), aliteración (Ira II 21, 9), homeoteleuton (Vida feliz 5, 3), ambos a un tiempo (Ira I 3, 5), quiasmo (Firmeza 16, 3), isocolia (Brevedad 10, 4), poliptoton (Ira III 13, 3), antítesis (Ira II 7, 3), paradoja (Tranquilidad 16, 4), ironía (Ira II 5, 4), metonimia (Vida feliz 17, 2), y otros que podrían citarse de no resultar la lista demasiado prolija.

A grandes trazos, éstas son las características del estilo de Séneca, modélico de la prosa de su tiempo y por esto mismo ya desde entonces elogiado y también criticado 69 ; pero, como es natural, no se muestran constantes ni con la misma intensidad en los Diálogos , escritos a lo largo de un período aproximadamente de veinte años en los que el autor cambió, lógicamente dentro de unos límites, su manera de escribir. Esta modificación progresiva, analizada con esmero, es a la que algunos precisamente recurren a fin de establecer la cronología de los Diálogos , como ya se ha dicho al tratar de su fecha de composición; pero las diferencias, a veces sutiles en exceso, hacen arriesgado este ejercicio. Sí se puede afirmar, con todo, que son más propios y patentes en el estilo de las obras tempranas los defectos que críticos exagerados achacan a todas 70 , a saber, sobre todo, la excesiva carga retórica, el tono declamatorio 71 y la forma de componerlas, tan peculiar.

3. El fondo

En este apretado análisis de los Diálogos ha llegado el momento de examinar su contenido; servirá de transición a este punto, viniendo de su apariencia externa, del estilo, el estudio de un aspecto que tiene que ver con ambos, con la forma y con el fondo, esto es, la manera como Séneca organizaba y ordenaba las ideas que pretendía divulgar o refutar, y las razones y argumentos de que se valía para ello.

a) Estructura y composición

Consecuencia del estilo contrapunteado e impulsivo del filósofo es el aspecto a primera vista confuso y desaliñado que ofrecen muchos de sus escritos, particularmente los Diálogos: parecen no haberse sometido a ningún plan meditado, sino haber sido compuestos erráticamente, dictados las más de las veces por el impetuoso sentimiento y no por la calculada razón. El hilo del discurso desaparece no sólo bajo el peso de las digresiones: Séneca empleaba, como es habitual en un escrito parenético, en apoyo de sus preceptos o para fundamentar su rechazo de una determinada teoría o actitud, numerosos ejemplos de personajes reales cuya conducta le servía en uno u otro sentido 72 ; pero, fiado en la eficacia impresiva de los modelos positivos o negativos, en ocasiones se extiende con ellos más de la cuenta (como reconoce él mismo e intenta disculpar, cf. Ira III 19, 1), o bien introduce gracias a ellos una digresión que lo desvía de su propósito principal (cf. Brevedad 13, 6-8); en otras reduce su exposición en beneficio de los consejos que proporciona, las normas (praecepta) que uno debe observar si desea conseguir un determinado fin moral. A todo esto hay que sumar el desarrollo irregular, reiterativo, de los argumentos aducidos, ya sean sacados de la ortodoxia estoica más pura, ya de escuela ajena o del sentido común 73 ; todo lo cual hace, en suma, que los tratados de Séneca den una primera impresión de ser un conjunto deslavazado de párrafos escritos en distintos momentos incluso, unidos luego sin orden ni demasiada cohesión.

Este reproche hicieron a Séneca ya sus contemporáneos; basta recordar la crítica de Calígula, conocidísima y respetable aunque fuera en parte motivada por la envidia, cuando la producción del filósofo y orador, para él «simples ejercicios escolares», la motejaba de «arena sin cal» 74 ; no obstante, esta apreciación se ha modificado desde entonces y actualmente se sostienen otras opiniones.

Con la suya inició Castiglioni este cambio en la valoración de Séneca, quien, a su entender, no producía ni de lejos amasijos de trozos débilmente relacionados, antes bien tenía un bosquejo previo al escrito para ordenar y componer los conceptos gradualmente; sin embargo, este proyecto de estructura, que además Séneca planteaba a las veces expresamente en la obra, iba cayendo en el olvido a medida que el escritor se dejaba llevar por la asociación de ideas o se perdía en el pormenor, hasta desaparecer 75 .

Posteriormente, en los estudios sobre la composición y estructura de los Diálogos se ha ido más allá de meramente reconocerles un plan inicial, luego abandonado. Así, Grimal, al analizar algunos en concreto 76 , considera que se atienen al esquema propio de una declamación suasoria y se desarrollan, pues, en cinco etapas (exordio, narración, proposición, argumentación y epílogo). Esta teoría que supone a los Diálogos ceñidos a las normas retóricas del momento es la más comúnmente aceptada; no se opone a ella Abel, pero sí simplifica el esquema como conclusión de su análisis, también parcial, del corpus 77 , conclusión que con el tiempo ha hecho extensiva a todo él 78 : su estructura es tripartita básicamente, con variantes motivadas por las necesidades de la argumentación. La primera etapa es la presentación del asunto (próthesis); sigue la argumentación (pístis) , en dos, tres o hasta cinco fases; cierra el epílogos , que resume lo expuesto y apela a los sentimientos.

Pero sobre la estructura y composición de cada uno de estos tratados en particular ha habido otras opiniones, casi siempre negativas; a fin de que se pueda mínimamente determinar si juzgan con tino o desacertadamente su desarrollo, es conveniente ahora un resumen breve del mismo, que será luego también útil cuando se considere el contenido estricto.

Providencia arranca dando por sentado la existencia de una que rige, efectivamente, el mundo; las desgracias suceden, pues, por voluntad del dios (1), que con ellas pone a prueba y endurece a los hombres de bien (2). Además, no todo lo que vulgarmente se considera desgracia lo es, pues con frecuencia resulta un acicate para el perfeccionamiento personal (3-4): los individuos animosos y enteros incluso desean las contrariedades, para superarlas, con lo que se convierten en modelos que contribuyen a hacer mejor el mundo (5). Por eso el dios las envía contra los hombres buenos, que no son realmente desgraciados, pues así se fortalecen, mientras que los depravados se debilitan en medio de los placeres y las riquezas. Si, con todo, no es capaz uno de resistir la calamidad, siempre puede darle fin con el suicidio (6).

Firmeza comienza separando netamente la fortaleza de la escuela estoica, cuyas doctrinas difieren en esto totalmente de las restantes y sustentan la entereza que mostraron algunos personajes, como Catón (1-2). El sabio no se ve afectado por la penuria ni la esclavitud, así como tampoco por los ultrajes ni las ofensas, impasibilidad que se ilustra con algunas comparaciones (3-4). Se establece la distinción entre ultraje físico y ofensa moral, que no recibe el sabio aunque pretendan inferírselos, como sucedió a Estilpón (5-6), puesto que el sabio, siendo superior, no puede ser golpeado por nada inferior (7). Al igual que no recibe bien de nadie, tampoco ultrajes, que son a sus ojos meros accidentes naturales (8-9), ni ofensas, que se toma sin alterarse como el adulto las rabietas de los niños o como el médico los exabruptos de los enfermos a su cuidado (10-13) Por otra parte, los agravios que pretenden hacer ciertas personas (mujeres y esclavos), por su propia condición, son desdeñables (14). No se aparta mucho esta doctrina de la epicúrea: la ofensa no afecta a la virtud (15-16). Ejemplos de cómo hay que actuar y de lo contrario (17). A menudo el pretendido ofensor sólo consigue que el blanco de sus burlas se revuelva contra él, tal como ocurrió a Calígula (18). Sustentándose en los bienes del espíritu, el sabio y el aspirante a serlo serán inalcanzables a la insolencia ajena con sólo seguir las normas de conducta que se dan para cada uno (19).

El libro primero de Ira empieza describiendo sus efectos repulsivos, patentes en las maneras y el aspecto del airado (1). Se define este sentimiento, aduciendo razones contra la definición de otros filósofos (2-3) y se distingue entre ira e iracundia, así como las clases de ira (4). Según Aristóteles, la ira moderada es natural y útil, estimula el espíritu a empresas que requieren valor. Toda la teoría recibe su refutación: la ira no es capaz de mesura ni natural ni práctica: el espíritu no la necesita para nada (5-21).

Vuelve el libro segundo sobre la naturaleza de la ira, examinando la intervención de la voluntad en su origen y distinguiéndola de la crueldad (1-5); acto seguido, se reemprende la polémica contra quienes defienden la utilidad de una ira racional, un concepto irreal pues el adjetivo es contradictorio (6-18). A la ira hay que aplicar los remedios adecuados: la educación en la infancia (19-21), en la edad adulta la resistencia a dejarse arrebatar por sospechas y susceptibilidades (22-25), la ponderación de quiénes son los que nos provocan (26-28), la reflexión antes de actuar (29); reitera y amplía estas ideas para remachar la perversidad esencial de la ira, que expone a innumerables peligros a aquéllos de quienes hace presa (30-36).

Comienza el libro tercero anunciando su propósito: erradicar la ira no ya en uno mismo, sino en los otros, pues es tal esta pasión que resulta la única capaz de conmover comunidades enteras (1-2). Torna a criticar a Aristóteles (3) y a mostrar los estragos físicos que causa la ira (4). Para evitarla en uno mismo hay varios remedios, siendo el principal el dominio de sí (5-12), cualidad que se ilustra con ejemplos positivos y negativos (13-23); también cuentan el desprecio de la venganza de una ofensa, la condición de quien la hace o la intenta y, en otro orden, el rehuir las circunstancias que son pábulo de la ira (24-38). Para aplacarla en el prójimo hay que tener presente su temperamento (39-40). La inminencia de la muerte es una consideración que debe inducirnos a la calma: abandonarse a la ira no es sino perder el tiempo, escaso y que no se debe malgastar (41-43).

Séneca plantea en Vida feliz el problema de la felicidad: todos aspiran a ella pero por medios errados, pues ignoran en qué consiste (1-2), excepto los estoicos, para quienes la felicidad es conformarse con la naturaleza (3). Se añaden variantes de esta definición; en ninguna de ellas entra el placer, sino la virtud (4-5), pues son términos inconciliables (6-8). Es cierto que la práctica de la virtud procura placer, pero es un placer sobrevenido (9): la vida de quien sólo busca el placer no puede ser al tiempo virtuosa, como afirma Epicuro (10-11), cuyas ideas, mal interpretadas o exageradas, son excusa para los hedonistas y desvirtúan la virtud misma (12-15). Ésta por sí sola es la causa de la felicidad, es el bien único; pero, en tanto que la alcanza, el aspirante no rechaza otros que le caigan en suerte (16). Ni el sabio ni el que va camino de serlo resultan inconsecuentes, pues no proclaman cómo es su vida, sino cómo debería ser; no obstante, los detractores de los filósofos han atacado incluso a los más ilustres (17-19), sin tener en cuenta que su aspiración a la virtud, aunque no se vea culminada, es ya digna de respeto (20). Aceptan los bienes materiales de forma transitoria: obtenidos legítimamente, les permiten cultivar mejor la virtud, pero cuando quiere la suerte o ven ellos ocasión adecuada, se deshacen sin pena de sus posesiones (21-24). En esto se distinguen de los demás, que dependen totalmente de sus riquezas y no piensan desprenderse de ellas de buen o mal grado; en vano critican entre tanto al filósofo, inalcanzable en su elevada posición y ante quien deberían más bien callar (25-28).

Pese a que la escasa porción conservada de Ocio impide hacerse una idea cabal sobre la estructura y composición de este diálogo, servirá para el paso siguiente el resumen de sus ocho capítulos: Séneca canta las excelencias de la vida recatada, alejada de toda actividad pública, del ocio, en fin; el destinatario (quizá Sereno, recuérdese), le reprocha el talante epicúreo de esta postura, a lo que Séneca contesta que sigue el ejemplo de los maestros estoicos (1), aunque también sus preceptos (2), que, si bien se mira, no son muy distintos de los epicúreos en su recomendación del ocio (3). Tanto la vida contemplativa como la activa son conformes con la naturaleza (4-5); por otro lado, el sabio estoico practica un ocio útil a la humanidad (6), pues es para él un medio de hacer el bien (7). Se añade además que en contadísimos lugares y ocasiones puede el sabio dedicarse a la política, indigna de él por múltiples circunstancias (8).

A guisa de auténtico diálogo, Tranquilidad comienza con una larga parrafada de Sereno en la que expone el estado de su ánimo, perturbado por deseos contradictorios (1). Toma la palabra ya Séneca para determinar las causas del malestar de Sereno, que no es otro que la falta de tranquilidad (2). Para alcanzarla puede seguir uno la recomendación de Atenodoro: ser útil a la república entregado a la política o en un retiro provechoso; pero no hay que refugiarse en el ocio al primer contratiempo (3-5). Se puede desempeñar cualquier actividad, mientras sea a la medida de nuestras fuerzas e intereses y realizada con y para las personas adecuadas (6-7). Poseer demasiado y no poseer nada son extremos que se deben evitar; lo mejor es tener sólo lo imprescindible, sin caer en la pobreza (8-9). Ante las dificultades hay que poner freno a las aspiraciones (10), pues el sabio menosprecia todo, incluida la vida, que no sea la virtud (11). Hay que obrar con un fin preciso y honrado, no divagar ni disperdigarse en múltiples empresas (12-13) Carece de tranquilidad quien se empecina en su error o quien cambia con ligereza excesiva (14). La vida ajetreada en balde de los demás ha de sernos risible (15), tanto como admirables los finales injustos y desdichados de muchos hombres de bien (16). Rehuyamos la ostentación, busquemos una vida sencilla, sincera y con honestas distracciones (17).

Brevedad se inicia con una queja común a todos los hombres, incultos e ilustrados: la vida es corta (1). No tal, sino que así nos la hacemos perdiendo el tiempo (2). Malgastamos nuestra vida porque no pensamos en la muerte, como se demuestra con distintos ejemplos. En suma, algunos viven muchos años, pero no viven mucho: han dilapidado su tiempo y se extrañan de verse ya viejos (4-9). Los hombres atareados no disfrutan del presente, tampoco del pasado, el único tiempo seguro, y el futuro, esto es, la muerte, los aterra, porque advierten que han desperdiciado su vida (10-11). El atareado se ocupa de lo suyo y de lo ajeno, de asuntos baladíes y erudiciones inútiles (12-13). En cambio, el sabio disfruta del presente, recuerda el pasado y previene el futuro; los que no obran así no viven, por más que su vida, tediosa entre los sucesivos placeres, les resulte larga (14-17). Hay que retirarse de la vida pública y darse el tiempo que corresponde a uno mismo, consagrándose al estudio y a la filosofía, y rehuyendo cargos y ocupaciones vanas, que únicamente consiguen acortar la vida (18-20).

De éste último Grimal, según se ha dicho, pensaba que tenía una estructura regular retórica, en este caso reducida a presentación y consejos; un punto de vista totalmente opuesto sostuvo Bourgery 79 , para quien carece el diálogo de toda estructura, es un completo caos que invita a reordenarlo o a creerlo compuesto de trozos sueltos unidos artificiosa y desmañadamente por Séneca; lo mismo que, en su opinión, hizo en Ira 80 , cuya composición libérrima e irregular (varias veces se propone Séneca un plan, cf. I 5, 1; II 18, 1, y III 5, 2, y otras tantas lo olvida) le hacen pensar en una redacción por etapas, pero toda ella durante la juventud poco experimentada del escritor, lo que justificaría un tanto sus fallos. También los resalta Albertini 81 , según el cual la incoherencia que está presente en todo el diálogo alcanza especial gravedad en el libro III.

No se muestra Waltz como un crítico más benévolo; si acaso admite en Firmeza la división en dos partes, sobre la iniuria una y sobre la contumelia otra, aunque este orden no se respete estrictamente siempre. No ve, en cambio, organización ninguna en Tranquilidad , tratado pésimamente construido, sobre todo a partir del capítulo sexto, ni en Providencia 82 ; en esto era Albertini de la misma opinión 83 .

b) La moral de Séneca en los Diálogos

No se pretende aquí llevar a cabo un hondo examen del pensamiento de Séneca (tanto es así, que algunos puntos, que podrían en otro lugar y momento dar ocasión a extensas y prolijas exposiciones, se han visto reducidos a notas al texto, inevitables por otro lado, para su cabal comprensión), sino estudiar de modo somero cómo se refleja en estos tratados, idóneos para ello por sus características, dicho pensamiento.

En efecto, es sabido que en su época la filosofía dejó de ser un saber especulativo para convertirse en un saber práctico. En manos de Séneca la teoría estoica, que ya tenía tendencia a ello, se reduce a un sistema moral que prescinde prácticamente de toda metafísica y sólo busca regular la conducta del individuo; pues, si bien la naturaleza es en sí perfecta y divina, el hombre la traiciona de continuo y se rebaja a obras harto censurables a ojos del severo moralista que sabe ser Séneca 84 .

Para mejor establecer estas normas de vida, por puro pragmatismo, se hace ecléctico: adepto fundamentalmente de las doctrinas del Pórtico (como en tantas ocasiones se declara), no por esto deja de mantener una amplia independencia de criterio (como en no menos ocasiones proclama), matizando o modificando incluso dogmas estoicos, y adaptando selectivamente postulados de otras escuelas y pensadores 85 .

Por tanto sigue, no de cerca a veces, las doctrinas de los maestros estoicos, Zenón, Cleantes y Crisipo; pero no rechaza las de pensadores próximos a ellos, como los cínicos, o rivales en principio, como Epicuro, Platón y Aristóteles, o bien independientes, por así decir, no adscritos a ninguna corriente, como el mecanicista Demócrito 86 . A través de sus maestros de la escuela llamada de los Sextios 87 accede también al pitagorismo; pero el pensador romano que más influjo ejerció sobre Séneca en estas obras fue Cicerón sin duda, sobre todo a la hora de inspirarse o de documentarse 88 .

Con todo esto confecciona Séneca un sistema ético original que pretende difundir especialmente con los Diálogos. Este carácter moralista y divulgativo lo lleva a expresar sus ideas, propias o prestadas, por medios impresivos, tradicionales unos, las paradojas 89 , por ejemplo, junto con otros derivados de su ingenio punzante, como la ironía 90 ; sin embargo, en su afán por fundamentarlas, emplea algunas veces argumentos que son meros sofismas (así el de Providencia 2, 1, repetido en Firmeza 8, 1: los contrarios no se mezclan, luego al hombre bueno no puede sucederle nada malo); otras la premura de la exposición le hace dejar incompletos los razonamientos (como es el caso de Ira I 8, 4); por último, olvidando sus propios asertos, a veces cae simplemente en contradicción (valga de ejemplo la que se produce en Ira , cuando en II 29, 1 afirma que la dilación es el mejor remedio para la ira y en III 1,2 la sitúa como el último al que hay que acudir).

No son raras estas incoherencias en los Diálogos: en parte, tal vez sean consecuencia de la contradicción esencial en Séneca, la que se produjo entre la moral que predicó y la que practicó. Sin entrar al detalle en la cuestión, habrá que ver en qué medida influyó en la confección de estos tratados; entre otras cosas, algunos fueron escritos con otros fines o por motivos distintos a los que Séneca pretendía aparentar.

Según Waltz, ya se ha dicho, esto es lo que ocurre con Providencia: Séneca envió esta obra a Lucilio para convencerlo a él y a la sociedad romana de que no lo inquietaba su destierro. Sea por la razón que fuera, lo cierto es que todo el despliegue filosófico que cabría esperar del diálogo se queda en una insistente recomendación de resistir las contrariedades de la vida y los reveses de la suerte. El autor va más allá de la teoría platónica del mal como mera imperfección de la materia 91 : muy al contrario, los males son deliberadamente destinados por el dios para los buenos, que en la adversidad se fortalecen y perfeccionan y dan la verdadera medida de su virtud. Como se ve, Séneca aplica a esta paradoja de la desgracia exclusiva del hombre de bien una solución enteramente estoica, de seguro muy influido por Crisipo 92 , autor también de un tratado sobre la providencia 93 . Para ello se vale de unos argumentos formales y fáciles, que intenta alambicar y enriquecer por todos los medios, incluida la aparición de un auténtico deus ex machina al final 94 .

Para Firmeza también Waltz, recuérdese, creía en una motivación personal del filósofo. Una teoría un tanto forzada, surgida de no tener por única y pura la finalidad de la obra, que es argumentar ante Sereno, secuaz aún de Epicuro, la imposibilidad de ofender al sabio ni de palabra ni con hechos. A las duras, aunque sean artificiales, intervenciones de Sereno, a sus objeciones con afán polémico, contesta Séneca con unos argumentos típicos del estoicismo, algunos sofismas y lugares comunes, y en mucho mayor medida se sirve de los silogismos para sus demostraciones 95 , en claro contraste con su recomendación, aludida en 2. 2, de evitar los razonamientos silogísticos al escribir.

También Ira va en defensa de la imperturbabilidad propugnada por los estoicos y en contra de la teoría aristotélica sobre los sentimientos, concretamente sobre la ira, que, si moderada, era tenida como imprescindible y utilísimo acicate del espíritu 96 . Esta cuestión ya había atraído el interés de los filósofos, que le dedicaron tratados enteros o en parte: entre los precedentes del nuestro se cuentan Crisipo, Posidonio, Filodemo de Gádara, Soción de Alejandría y Cicerón en el libro IV de sus Tusculanas , sin que, en palabras de Bourgery, pueda decirse quién de ellos ejerció mayor influjo sobre Séneca 97 . Más recientemente, Becchi ha destacado a Filodemo y Cicerón, fundándose en que Séneca sigue sus pasos al malinterpretar a Aristóteles 98 .

Contra éste y contra su discípulo Teofrasto se muestra intransigente Séneca, como puro estoico; los contradice, no obstante, con argumentos casi escolares, propios de una práctica de controversia declamatoria. Trasluce, pues, el diálogo un deseo apenas velado por parte de su autor de hacer brillar su destreza en las mañas retóricas, afán evidente incluso en la manera como trata los ejemplos tomados de Heródoto 99 . Además, otras miras lo distraen de la estricta disertación sobre las causas y remedios de la ira, como es la de ensañarse vengativamente con la memoria de Calígula, para lo que se vale también, según Giacchero, de esas mismas anécdotas obtenidas del historiador griego 100 .

A primera vista, Vida feliz está destinado a desentrañar el problema de la felicidad, crucial en todas las corrientes de pensamiento, que le dan una solución espiritual, por decirlo así (la aristotélica y la cínico-estoica), o materialista (los cirenaicos y los epicúreos extremados que tergiversan las enseñanzas del fundador). En este punto se centra Séneca, argumentando contra quienes creen que el placer derivado del disfrute de bienes materiales es el único medio para alcanzar la felicidad. Pero de ahí pasa inmediatamente a reivindicar el derecho del sabio, esto es, su propio derecho, a poseer riquezas por cuantiosas que sean. Para muchos es obvio que el motivo de que Séneca escribiera esta obra fue justificar con ella su condición de opulento estoico (cf. 2. 1. y las notas 41 y 42), propósito que niega Asmis 101 : según esta investigadora Séneca va tomando paulatinamente a lo largo del escrito una postura marcadamente ética, aplicable a todo el mundo, él incluido, sobre el bienestar legítimo. Entre ambas conclusiones se halla, muy solitario, Cizek 102 con una original teoría: Séneca escribió Vida feliz para contrarrestar las críticas que habían llovido sobre una reforma fiscal por él auspiciada. Como quiera que sea, la defensa del caso, personal o universal, la lleva Séneca con argumentos poco sólidos (18, 1: el sabio dicta normas ideales de vida, no seguidas, por tanto, necesariamente en la suya), aunque sean netamente estoicos, como la teoría de las cosas indiferentes pero preferibles (22, 4).

En Ocio , por el contrario, se aleja de la ortodoxia estoica, según se colige de lo poco conservado, que incluye los enérgicos reproches que le dirige Sereno, ardoroso como buen converso reciente. En efecto, Séneca se deja llevar por Aristóteles y Platón 103 , y se inclina por la vida contemplativa; retuerce los razonamientos hasta declarar no sólo apetecible el ocio, sino incluso lo único para un estoico puro: para ello trastoca las doctrinas de los maestros, que admitían causas extremadas y excepcionales para retirarse; pero Séneca exagera la importancia y la frecuencia de estos motivos, tanto que de raros pasan a corrientes y decisivos e impiden, pues, al sabio intervenir en política en todo momento y lugar.

Lo forzado del razonamiento se hace más evidente si se atiende a que en Tranquilidad , sirviéndose de los mismos maestros y doctrinas, aboga por todo lo contrario 104 : siempre habrá ocasión, por adversos que corran los tiempos, de ser útil a la comunidad, aunque sea sólo saliendo a la calle y dejándose ver; no debe uno amilanarse a la primera ni, apocado, esconderse en su rincón, antes al contrario, puede incluso ir a otra ciudad o tierra que le sean más favorables, puesto que el cosmopolitismo estoico le otorga la condición de ciudadano del mundo. Por tanto, no hay razón para la renuncia a la actividad pública: puede fácilmente compaginarse con la privada, con un ocio productivo dedicado al perfeccionamiento personal y, en consecuencia, universal.

Así responde a la cuestión que le plantea Sereno, ya estoico pero con frecuentes recaídas en su añoranza de una vida muelle y regalada, rodeado de lujo refinado y de la agitación del foro. Séneca proporciona el remedio, que no es sino el equilibrio de la eutimía , la serenidad que propugnaba Demócrito ante lo bueno y lo malo y que, remozada a través del estoicismo, permite hacer compatibles deseos tan opuestos como la aspiración a la sabiduría y a las más altas magistraturas y riquezas. De este modo Séneca justificaba una vez más, según Fontán 105 , su condición de filósofo absorbido (y enriquecido) por el poder; de paso, además, presentaba favorecido a Sereno, propiciando su carrera, ante la sociedad.

Buena prueba de la inconstancia de Séneca, de las fluctuaciones de su pensamiento al compás de las circunstancias 106 , es el hecho de que ya Tranquilidad suponía un cambio con respecto a Brevedad: en éste, escrito después del destierro, Séneca, desencantado, recomienda sin rodeos el retiro, el repliegue sobre sí mismo, la interiorización intelectual; toma, renovándola con Epicuro, la doctrina estoica del tiempo, postulando uno a salvo del azar y de la acción, que va del pasado al futuro por encima de los angostos límites del presente: es el «tiempo del sabio», en palabras de Bertini 107 , que, al incluir los tres, le permite vivir una vida larga y fructífera verdaderamente.

III. SUPERVIVENCIA DE LOS DIÁLOGOS

La producción filosófica de Séneca tuvo en general muy poco eco entre sus correligionarios de la antigüedad; en cambio, su huella se deja ver abundante en las obras de los autores cristianos, lo que no es de extrañar si se considera que los primeros de ellos son contemporáneos del auge del estoicismo en Roma; por otro lado, atraídos por la íntima religiosidad y la tendencia a la interiorización presentes en la obra de Séneca, tomaban de él lo que convenía a sus propósitos doctrinales y de defensa del cristianismo, a sabiendas de que en absoluto fue Séneca un adepto 108 , sino un pensador cuya moral, severa pero suavizada por la filantropía, le hizo semejar, como dice Tertuliano, «a menudo uno de los nuestros» 109 . Esta consideración continúa inalterable durante toda la Edad Media, a pesar incluso de que en el siglo IV había aparecido una correspondencia, por descontado apócrifa, entre el filósofo y Pablo de Tarso, que podría haber contribuido al mito de un Séneca cristiano, fábula que se forjó diez siglos más tarde, en el XIV 110 . Hasta éste y desde el VII deja de ser el filósofo fuente de inspiración para los escritores, salvo algún resurgimiento aislado en los siglos XI y XII 111 . Este amplio intervalo se entiende si tenemos en cuenta que coincide con el período de predominio arrollador del platonismo y, aún más, del aristotelismo escolástico; marcan sus límites, por un lado, Martín de Braga (siglo VI ) que, como ya hizo ver Barlow 112 , difundió la ética senecana en su Regla de la vida honesta; por otro, los humanistas del Renacimiento que redescubren a Séneca y editan, no sólo citan, su obra 113 .

Tras otro paréntesis, vuelve el influjo del filósofo en los del siglo XVII , regreso propiciado por los removidos tiempos que provocaron las reformas religiosas. Así, puede verse en Descartes 114 , Montaigne 115 , La Bruyère 116 y otros la presencia abundante de Séneca. Posteriormente y hasta hoy, en cambio, es más bien escasa 117 .

Si nos ceñimos ahora a la influencia directa de los Diálogos , en conjunto o individualmente, ni que decir tiene que, de haberla, se da en las épocas y medios ya mencionados. Es prácticamente nula, pues, en los autores no cristianos (algún eco, siempre discutible, en Juvenal 118 ), contrariamente a como sucede entre los cristianos: Lactancio refleja profusamente en su obra su conocimiento de los Diálogos , a los que hace referencias concretas unas veces y otras modifica su sentido reelaborando el texto original 119 ; en su tratado Sobre la ira de Dios es innegable el ascendiente de Ira , el mismo diálogo que compendió tres siglos más tarde Martín de Braga en su Sobre la ira: a tal punto esta obrilla sigue la de Séneca, que procura conservar el ritmo de la prosa original 120 y sirve para cubrir la laguna que padece Ira 121 .

Después cayeron en el olvido (excepto un corto período, a finales del siglo XI y principios del XII , cuando un ejemplar de los Diálogos fue copiado, como se verá, en el monasterio de Montecasino) hasta el siglo XIII , en que fueron conocidos por los escritores de la época, sobre todo franceses, a juzgar por diversos testimonios: la referencia más directa la debemos a Roger Bacon, en una carta dirigida a Clemente IV donde le comunica, alborozado, su hallazgo (en París, probablemente) de un manuscrito de los Diálogos , la obra de Séneca que tanto tiempo y tan afanosamente andaba buscando 122 . Desde entonces pueden descubrirse aquí y allí ocasionales muestras de su pervivencia hasta la época actual: en La Bruyère, según se ha dicho en n. 116, o en Husserl, cuyo sistema filosófico es, en opinión de Cassanmagnano 123 , un trasunto mutatis mutandis de las ideas planteadas en Vida feliz.

IV. EL TEXTO

1. Transmisión manuscrita

Los Diálogos están conservados en un centenar largo de códices, cantidad que por sí sola basta para complicar sobremanera el establecimiento de las relaciones que guardan entre ellos. Después de muchos años y trabajos que los estudiosos han consagrado a la cuestión, ésta ha sido definitivamente dilucidada, al entender de muchos, por Reynolds en su edición de los Diálogos para la colección Oxford Classical Texts 124 ; son, por tanto, sus conclusiones las que se exponen condensadas a continuación.

Entre tantos manuscritos sólo uno es anterior al siglo XII , el Ambrosiano al que ya se hizo alusión al inicio; los restantes son posteriores, agrupados en dos familias de las que se seleccionan los representantes más fiables. He aquí, pues, los manuscritos de más peso a la hora de fijar el texto:

Ambrosianus C 90 inf. (A) , sin discusión el mejor. Copiado a finales del siglo XI , a todas luces por los monjes benedictinos de Montecasino, dos o tres de los cuales se turnaron posiblemente en la tarea; hay razones, además, para suponer que estos copistas elaboraron simultáneamente dos códices. El ejemplar conservado contiene desde el folio 3° al 87° el texto de los Diálogos casi íntegro: originalmente quedó en blanco la página posterior del folio 14°, omisión que luego subsanó en parte uno de los correctores siguientes, quien, de todos modos, no pudo completar el texto, por las razones que fueran; la consecuencia es una laguna en Ira I, en el actual capítulo segundo; por su parte, Vida feliz y Ocio aparecen fundidos en uno, sin división alguna entre ellos: de ahí que falte el final del primero y el principio del segundo; de éste, desafortunadamente, falta también la parte última 125 .

Sin embargo, en el reverso del folio tercero hay copiado en elegantes caracteres unciales miniados un índice donde se distingue claramente Ad Gallionem de uita beata del que lo sigue, Ad ... de otio (el nombre falta). De esto se deduce fácilmente que el índice (y, por tanto, la compilación de estas obras) viene de una tradición mucho más antigua que el texto, extremo que confirma el tipo y la amplitud de la letra.

En la corrección, atinada o no, del manuscrito intervinieron seis manos, además de la primera, que también se corrigió a sí misma (si es que fue una sola). La labor de una de ellas es irrelevante, la cuarta (A4 ); es de lamentar, en cambio, el torpe celo con que la quinta mano (A5 ) , probablemente del siglo XIV se dedicó a borrar, tachar y corregir sin tasa, siguiendo sus propias e innecesarias conjeturas o ayudándose de algún otro códice con el texto ya muy corrompido. Bajo sus enfadosas enmiendas puede a las veces aún leerse el texto original, pero lo más frecuente es que se haya perdido para siempre. Muy distinto es el caso de las demás manos, todas buenas correctoras o al menos discretas: A2 , A3 y a (la que rellenó la página en blanco) realizaron su casi siempre acertada tarea en el siglo XII teniendo a la vista, con toda seguridad, el arquetipo o una copia o ambos al tiempo; mucho más tardía, del XIV , es A 6 , tanto que se ha podido determinar incluso que corresponde al erudito humanista Pietro Piccolo da Monteforte.

Directamente del Ambrosiano, aunque a través de una copia que lo empeoró, descienden los manuscritos de la familia β, como se demuestra por los errores conjuntivos que presentan (principalmente, la omisión de tiradas de palabras que coinciden exactamente con una línea del Ambrosiano). Entre los muchos códices que componen esta familia los más notables son del siglo XIII :

Vaticanus Chigianus H. V. 153 (C) , escrito en Italia. Entre otras obras, transcribe los Diálogos , con una enorme laguna por la pérdida de dos cuadernillos.

Berolinensis Lat. fol. 47 (B) , descendiente del anterior, pero con el texto íntegro, por lo que sirve para suplirlo.

Parisinus Latinus 15086, ff. 129-252 (P) , también italiano y misceláneo, contiene los ocho primeros libros y buena parte del noveno.

Parisinus Latinus 6379 (Q) , misceláneo escrito en Francia; le falta Ira casi por completo (salvo los capítulos iniciales del libro primero), Marcia y Helvia.

Los códices de la segunda familia (γ), mucho menos numerosa, descienden de un ejemplar confeccionado en Montecasino simultáneamente al Ambrosiano, o bien de alguna otra copia del arquetipo: el texto, muy corrompido e interpolado, de estos manuscritos proporciona en algunas ocasiones la lectura correcta que falla en otros. Son los mejores dos del siglo XIV , copiados en Italia, misceláneos y con los Diálogos completos, los Vaticani Latini 2214 (V ) y 2215 (R) 126 .

2. Ediciones y traducciones

Las primeras ediciones de la obra de Séneca datan del año 1475, en que aparecieron varias simultáneamente. Estos incunables interesan más bien a los bibliófilos, que debaten cuál de ellos es la editio princeps; para unas con valor filológico hay que esperar a las dos de Erasmo, Basilea, 1515 y 1529, y a la de Moreto, Roma, 1585, que iniciaron la labor de crítica y depuración del texto; pero en el de los Diálogos dejaron aún sin separar Vida feliz de Ocio. Este defecto lo subsanó Lipsio en sus ediciones (Amberes, 1605 y 1615), además de mejorar en general considerablemente el texto. Otra edición notable es la de Dalechamps, Ginebra, 1627, porque para ella colacionó unos manuscritos alemanes y franceses luego desaparecidos.

Ya en el siglo XIX se suceden en Alemania las ediciones, cada vez más cuidadas (Rhukopf, Leipzig, 1797-1811; Fickert, Leipzig, 1842-1843), precedentes del rigor científico de las teubnerianas: la primera debida a F. Haase, Leipzig, 1852-1862 y 1881-1886; la segunda, Leipzig, 1905-1917 (como todas las citadas hasta aquí, abarca la obra completa), estuvo a cargo de varios autores; del volumen primero, los Diálogos , se ocupó F. Hermes. Con anterioridad ya se habían publicado solos en diversas ediciones, entre las que destaca la de M. C. Gertz, Copenhague, 1886, por sus felices conjeturas y correcciones, que tantos pasajes dudosos aclaran.

La edición crítica de estos tratados continúa progresando con la de A. Bourgery y R. Waltz, París, 1922-1927 (en este caso, acompañada de la traducción), reeditada varias veces de forma irregular, y culmina con la ya elogiada de L. D. Reynolds, Oxford, 1977, con reimpresiones en 1983 y 1985.

Esto en lo que toca a las ediciones del conjunto; las independientes, de un diálogo o más en particular, ya sean o no críticas, con traducción o solas o simplemente traducciones, hay que decir que son innumerables; baste ahora destacar la traducción de J. M.a Gallegos, México, 1948 (las Consolaciones ) y 1953 (el resto), por ser al castellano; una selección de las otras se deja para reseñarla en el apartado correspondiente de la Bibliografía.

La única edición crítica de los Diálogos editada en España es de la Fundació Bernat Metge, realizada por C. Cardó, Barcelona, 1924-1925, con la correspondiente traducción al catalán. Las versiones castellanas reseñables empiezan con la de P. Fernández Navarrete, Madrid, 1789, reeditada múltiples veces hasta 1942; prosiguen con otras incluidas en alguna obra completa, como la publicada por L. Riber, Madrid, 1962, o J. Azagra, Madrid, 1968, y terminan con la muy recomendable traducción de los Diálogos solos por C. Codoñer, Madrid, 1984 y 1986.

Otras traducciones hay publicadas de un diálogo en concreto; dejando aparte ediciones escolares y florilegios, merecen reseñarse las de Vida feliz de J. Marías, Madrid, 1943 y 1981 (con ocho reimpresiones desde entonces hasta 1996) y de Ira por E. Otón, Madrid, 1986.

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