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CAPÍTULO TERCERO ALEATORIA

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Nunca le agradaron los lugares atestados de gente, pero no por que fuese una periodista famosa y la acosaran constantemente pidiéndole autógrafos y fotos, como solían hacer con algunos de sus colegas. Es solo que, desde niña, siempre tuvo una fobia natural hacia las multitudes, por lo que siempre que podía trataba de no llamar la atención. Claro que la profesión que eligió no era la mejor forma de preservar esa suerte de anonimato en el que se había resguardado desde que tomó conciencia de su condición de Aleatoria, pero amaba su trabajo y eso le daba las fuerzas necesarias para salir a la calle y hacerle frente a su tan arraigado deseo de aislamiento, de soledad. No obstante, esa autoexclusión a la que se había entregado se veía truncada por su apariencia, pues poseía una belleza solo comparable a la soledad en la que había nacido, y la cual era como un imán para las miradas. Miradas que ella conocía muy bien, y que expresaban cálidas promesas de amor y entrega, pero que detrás ocultaban solo egoísmo. Sí, Selene conocía demasiado bien esas ojeadas que merodeaban alrededor de ella como polillas alrededor de un foco. También conocía bastante bien a los que las portaban. Porque durante su vida, al igual que para todo Aleatorio, la desilusión y la mentira habían sido experiencias de las que no pudo huir. Hubo ocasiones, en las que Selene comparó a las parejas que conoció, con esas enormes y prometedoras cajas de regalo las que en su interior contienen otra caja exactamente igual pero más pequeña (como las mamushkas). Selene se veía a sí misma desenvolviendo con entusiasmo una caja tras otra, hasta encontrarse con una muy pequeña en la que se supone que debería haber algo maravilloso y digno de tanta espera e ilusiones. Pero no. En su caso, al desenvolver anhelante el moño y romper el papel que cubría el último meandro de personalidad de las parejas que conoció, siempre encontraba una nota que decía “jodete por confiar”. Es por eso por lo que en el catálogo de la vida (si es que existe) había ascendido (o descendido) de la categoría de dulce mujer ingenua a la de hembra paranoica y desconfiada con solo un puñado de relaciones. Ahora se había estabilizado en lo que a ella le gustaba llamar una “esperanza origami”. Una esperanza tan frágil y ligera como las mariposas japonesas que llevan ese mismo nombre, y que están hechas de papel.

Sus padres, una pareja matriarcal (en donde el apto reproductor es la mujer), preocupados, siempre le reprocharon aquella tendencia hacia la soledad que demostró tener desde que era una niña. Señalándole que una Aleatoria no se podía permitir ser antisocial, y que su condición la obligaba a conocer gente. Puesto que solo de ese modo podría formar algún día una familia. En una ocasión su padre, un Aleatorio orgulloso de serlo, le dijo mientras estaban sentados en un banco de madera en el jardín de su casa, al tiempo que le tomaba de la mano y la miraba a los ojos:

—Las personas pueden ser muy crueles, en especial con nosotros… evitar a las personas puede ahorrarte muchos sufrimientos y desilusiones— luego apartó la vista y la posó en el horizonte, justo en el instante en que el sol destellaba sus últimos rayos para este continente. Para él, su existencia giraba alrededor de su hija del mismo modo que la tierra lo hace alrededor del sol. Desde el día de su nacimiento, Selene iluminó con ternura y alegrías cada rincón de su sufrido y solitario espíritu de Aleatorio. Ella era la razón por la que se levantaba cada mañana, y la protagonista de sus sueños más hermosos. Selene se había convertido en la representación física de su triunfo ante una vida en soledad. Una vida que cambió completamente el segundo en que su pequeño y escandaloso cuerpo rosado ocupó un lugar en este planeta. Es por eso por lo que le dolía en el alma saber el duro camino que tendría que recorrer como Aleatoria, y que él como padre lo único que podía hacer era aconsejarla. Él estaba consciente de que la profundidad de sus consejos, y la forma en que ella los asimile, serían en algunos momentos de su vida la herramienta más útil que podría heredarle. Porque, ¿de qué sirven el dinero y las comodidades si una persona carece de las fuerzas espirituales necesarias para recuperarse de las heridas invisibles que causan la mentira, la desilusión y la maldad, en todas sus inmateriales formas?

Luego de ordenar las palabras en su mente, y con la mirada todavía fija en aquel hermoso atardecer. El padre le aconsejó a la hija.

— Pero, Selene de mi corazón…, si te escondes del mundo, ¿cómo sabrá el mundo lo valiosa que sos?, y si no lo saben, ¿cómo podrán quererte? Con el tiempo…, mi dulce Selene, te vas a dar cuenta de que amar y ser amado es la única y verdadera razón que justifica muestras vidas. El amor siempre, siempre, te convierte en una mejor persona. Pero el verdadero amor no existe sin respeto, y nadie te ama realmente si para que lo hagan tienes que ocultar tus pensamientos, tus deseos, tus esperanzas o tus miedos. Que nunca nadie, querida hija, te haga creer que su vida o su tiempo son más importantes que tu vida y tu tiempo.

En las últimas etapas de su niñez, y en los portales de su adolescencia, Selene había descubierto algo maravilloso que le cambiaría la vida, le brindaría la compañía que ella necesitaba y refinaría sus pensamientos. Los libros. Ellos la rescataban del aislamiento en el que había escogido vivir. Cada vez que abría un libro, sentía como si estuviese empujando unos arcanos y pesados pórticos hacia una tierra nueva y exótica, llena de oportunidades e ilusiones. Con el tiempo, Selene encontró en sus lecturas la orientación que ella necesitaba para afrontar la soledad en la que había nacido. Siendo escoltada e inspirada por aquellos escritores que compartían la soledad de sus ideas con sus lectores. A Selene le gustaba pensar que entre las personas que escriben y las que leen existe una relación mucho sincera y duradera que cualquier otra relación mundana y física. Cuando ella leía no tenía que reprimir sus pensamientos o fingir estados de ánimos para caer bien. Además sus libros siempre estaban allí cuando los necesitaba, no se desdecían de sus palabras ni rompían sus promesas. Sus libros eran leales, las personas no.

Sin embargo, este tipo de convencimientos no eran más que excusas con las que intentaba justificar su reclusión. Porque muy dentro de ella, y lo convenientemente escondida de sus egos de Aleatoria adolescente resentida. Deseaba más que nada en el mundo ser tocada y besada por alguien que la ame. Pero ese deseo estaba prisionero por enormes murallas que ella misma había construido para alejarse de los demás. Por otro lado “el destino de toda muralla es ser derribada”. Y eso también lo sabía. Puesto que uno de sus libros le susurró aquel secreto, al igual que otras tantas verdades y pensamientos que Selene consideraba tan importantes para subsistir como el oxígeno.

Le encantaba debatir todo lo que leía, pero lo hacía consigo misma. Creando una entrevista imaginaria con el autor del libro que estaba leyendo. Quizás, en esos momentos de demencia literaria juvenil, fue que nacieron sus deseos de ser periodista.

Era una lectora desordenada pero persistente. Y con el tiempo la pequeña biblioteca de su cuarto comenzó a desbordarse de libros que su padre le regalaba y otros tantos que conseguía en negocios de compra-venta de libros usados, y que con orgullo coleccionaba. Pero no para presumir que los tenía, o porque figuren para algunos charlatanes de cafés literarios en la lista de “lecturas imprescindibles”. Sino más bien, porque esos libros realmente significaban algo para ella. Cada libro era una idea, un consuelo, un amigo.

Una vez llegó a sus manos un libro de Jacques Cousteau, en el que hablaba sobre las diversas formas de vida que existen en el océano, y que el famoso Aleatorio francés dedicó su vida en investigar. De todas ellas, Selene se obsesionó solo por una.

Ocupó gran parte de su tiempo libre en investigar todo lo referente a la vida de las ballenas. Le fascinaba leer sobre sus viajes migratorios y conductas. Una de las cosas que más le llamó la atención es que siendo animales muy sociables, ocasionalmente se registraban ejemplares solitarios. Los científicos que las estudian ignoran el motivo por el cual estos cetáceos no migran con el resto de los de su especie hacia las zonas de alimentación y apareamiento. El ejemplo más conocido de este tipo de conducta es el de la “ballena 52 hercios” llamada así porque canta en esa frecuencia*. Mientras que otras ballenas similares lo hacen en una frecuencia de entre 15 y 25 Hz. Sin embargo, no es solo esta “reclusión social” la que caracteriza a esta ballena, sino que también suele permanecer en los mismos lugares merodeando durante meses. Sola en medio de la oscura y fría inmensidad del océano. Emitiendo intermitentes sonidos incompresibles para las otras ballenas, llamando a alguien en un idioma que solo ella comprende.

Una vez leyó un maravilloso cuento de Ray Bradbury, titulado “La sirena” y que le hizo pensar en esta particular ballena. El cuento narra la historia de un monstruo que recorre solitario la inmensidad del mar. Buscando. Llamando a otro de su clase.

“… El monstruo respondió.

Lo vi todo… lo supe todo. En solitario un millón de años, esperando a alguien que nunca volvería. El millón de años de soledad en el fondo del mar, la locura del tiempo allí, mientras los cielos se limpiaban de pájaros reptiles, los pantanos se secaban en los continentes, los perezosos y dientes de sable se zambullían en pozos de alquitrán, y los hombres corrían como hormigas blancas por las lomas...”.

Al cumplir 21 años, sus padres le obsequiaron un viaje al sur del país. Allí podría ver por primera vez en su vida aquellos animales que tanto le fascinaban, y vivir aquella palabra que solo había experimentado leyéndola. El mar.

Al viaje lo realizó en tren durante el mes de junio. Y fue allí en donde tuvo su primera relación sexual con una pareja. Todo comenzó en el momento en que ella almorzaba en el vagón comedor. Cuando de la nada, un muchacho de más o menos su misma edad se sentó junto a ella con tanta rapidez que la tomó por sorpresa. Él se presentó con amabilidad, aunque con un sobreactuado toque seductor. Selene aceptó su presencia. Le pareció interesante la idea. Además, se había propuesto cambiar de actitud, y ese viaje era una excelente oportunidad para empezar a hacerlo.

Esconderse de las personas y convertirse en una “Selene 52 hercios”, no era el tipo de vida que ella quería, más allá de lo fascinante, romántica y misteriosa que le parecía la idea. Y por cierto que una conversación, por más banal que sea, le ayudaría a digerir esa desdichada porción de verduras y carnes que el mozo dejó sobre la mesa anunciando con increíble caradurez que eso sería su almuerzo.

Durante los primeros diez minutos, Selene fue testigo de cómo las preguntas de aquel muchacho fueron mutando del mismo modo en que lo haría un licántropo bajo luz de la luna. Pasando de ser preguntas simples a cuestionamientos totalmente estúpidos, los cuales él pretendía camuflar de ingeniosos sazonándolos con una espontaneidad que no tenía nada de espontánea, sino más bien parecían haber sido comentarios ensayados una y otra vez frente al espejo. En algún momento de aquella metamorfosis coloquial, más o menos a mediados del noveno minuto, y sin poder evitar el ya indisimulable aburrimiento. Selene comenzó a responder a esas preguntas de modo instintivo, al tiempo que observaba el paisaje plagado de frondosos árboles dispersos en verdes e inmensos prados que se deslizaban rápidamente por la ventanilla del tren. El día se terminaba, y Selene observó los colores anaranjados del horizonte flotando en la atmósfera, creando un espectáculo único e intemporal. En el cielo azul oscuro no había ninguna nube, y ya se podía intuir la aparición de las primeras estrellas. Fue en ese momento en el que Selene tomó conciencia de que ya había atravesado las fronteras del mundo que conocía, y por cierto también, las de su paciencia.

Cuando estaba a punto de negarse a responder una de esas tantas preguntas, (la cual tenía que ver con su postre favorito) apareció como recién caído del cielo un hermoso ángel. Se presentó con el nombre de Melisa, y tomó asiento en la mesa con la confianza y soberbia de quien se sabe irresistible. Selene pensó en lo ambiguo de aquella pareja. Él, un narcisista sin motivos, un equivocado de sí mismo. Ella, una ninfa de cabello castaño ondulado, y unos enormes ojos negros que absorbían hambrientos cada destello de la luz del atardecer reflectándolos de forma profunda y fascinante. Pero Melisa tenía un pequeño defecto. La naturaleza la había dotado de una risa que sonaba como el relinche de un caballo. Sin embargo, y a pesar de ese pequeño detalle, era evidente que Melisa era quien con su belleza lograba lo que él con su fútil simpatía no llegaba a alcanzar.

En algún indefinible momento pero en el instante justo, el círculo cerró. Y por lo tanto el proceso de seducción comenzó a desplegarse de forma plena y natural. Selene se sintió halagada. Era la primera vez que se le acercaba una pareja con el único y evidente motivo de seducirla. Ella estaba dispuesta, ella quería seguirles el juego hasta el final.

De a poco, Selene fue comprendiendo las reglas que estipulan una conquista, y casi instintivamente comenzó a participar de aquel milenario ritual. En el que aprendió que sería ella la que siempre tendría que interpretar el papel de quien escucha sorprendida, y ríe ampliamente. Respondiendo de este modo a las actitudes de pavoneo de las parejas que quisieran conquistarla. En el transcurso de aquella conversación, Selene enarcaba las cejas en virtud de parecer interesada y estar escuchando. Cuando en realidad su mente solo proyectaba imágenes de ellos tres tomando posiciones para amarse. Como en el relato de un libro erótico, y cuyo escenario sería el compartimiento de algún vagón.

Con el tiempo aprendió a pulir su rol. Interpretando el papel de quien se deja seducir. Haciendo que su risa simule ser cada vez más sincera, y su mirada más atenta e interesada. También aprendió qué son los otros, “las parejas”, quienes se ocupan de la otra parte del juego, que es la de seducir. Por su parte, ellos pulirán chistes y adornarán sus anécdotas para que sean cada vez más interesantes. Y así, de este modo, seducidos y seductores ocuparán cada uno el lugar que les corresponde. Unos se especializarán en desplegar sus mentirosas plumas de colores, y los otros en fingir que las ven. Cual hipócritas pavos reales en pleno acto de cortejo. Un juego estúpido, pero que ella sabía que tendría que acostumbrarse a jugar.

Una vez consumadas esas imprescindibles condiciones de conquista, pasó lo que tenía que pasar. Sucediendo tal y como Selene se lo imaginó.

En el pequeño cuarto de uno de los vagones se consumó todo. Melisa y su pareja la amaron en lugares de su cuerpo que ella nunca imaginó que podían ser tan sensibles a las caricias. Todavía recuerda haber escuchado sus propios gemidos, tan fuertes y salvajes que al principio pensó que pertenecían a Melisa. El gozo que sintió fue inmenso, hubo un poco de pudor y temor al principio. Pero desapareció rápido, ocupando su lugar el placer. También hubo instantes en los que creyó que se desmayaría. Cada vez que abría los ojos, labios diferentes la besaban. Sentía como estar en aquel estado semiconsciente que separa el sueño de la vigilia.

La experiencia somática y psíquica de estar experimentando el mundo y a sí misma hizo que Selene se pacifique por unos instantes con su condición de Aleatoria. No recordaba cuánto duró todo. Lo único que aún conserva en su memoria es la intensidad del aquel momento, y de cómo su instinto de mujer supo reemplazar con efectividad su inexperiencia en el sexo, guiando su cuerpo de forma irreflexiva y apasionada, audaz y minuciosa.

Sin embargo, también recuerda la amarga sensación de haberse sentido una tonta a la que habían utilizado. Porque después de lo sucedido, no los vio nunca más. Ellos desaparecieron juntos, teniéndose el uno a al otro. Él, envuelto en un injustificado ego sin límites, y ella relinchando como un caballo. Mientras que Selene se quedaba sola, presintiendo lo dichosos que son quienes nacen en pareja.

A ella, al igual que para otros Aleatorios, solo le quedaban los recuerdos como única compañía. No obstante, el tiempo también le dio el coraje necesario para superar esa realidad, junto a la posibilidad de conocer otras parejas. Pequeñas aventuras de las que Selene aprendió a asimilar lo nutritivo de cada relación y a desechar el resto... ¿y qué es el resto? El resto es esa falsa sensación de seguridad y amor que le brindaron los primeros orgasmos. Confundiendo carne con esencia. Y siendo víctima de la genuina inocencia del que busca ser amado.

De lo único que no tenía dudas en un mundo en donde la sinceridad desaparece tan rápido como la capa de ozono era de su fortaleza. O de la que debería aprender a tener para no caer en la depresión y perder de ese modo su autoestima, hasta convertirse en una presa fácil para los chacales espirituales que merodean por el mundo. La vileza y la perversidad, se alimentan y crecen en el interior de algunas personas del mismo modo en que los cerdos se atragantan, engordan, y se revuelcan en la porquería. La única diferencia es que, en el caso de la maldad humana, el chiquero en donde engordan sus grasas es en las debilidades que intuyen en otros seres humanos. Las presas heridas o débiles son las que primero caen. Y en el estómago de los miserables y los canallas siempre hay lugar para un ingenuo más.

El temple y la seguridad que Selene observó en sus padres habían creado en ella fuertes convicciones las cuales tenían como base conceptos claros. Como por ejemplo, ser autosuficiente y ante todo estar orgullosa de ser quien es. Tener la fuerza necesaria para defenderse de la maldad y al mismo tiempo saber apreciar las virtudes en las demás personas. En ninguna circunstancia debía permitir que esos y otros preceptos de vida fuesen destruidos. Se obligó a sí misma a no dejarse llevar por la autocompasión, pensando que solo quería recibir un poco de ese amor que a otros tan abundantemente les tocaba. O caer en el fangoso conformismo de llegar a pretender de una pareja no más que lo mínimo. O sea un puñado de verdades y promesas cumplidas, y uno que otro proyecto de vida lo suficientemente creíble como para poder levantarse por las mañanas con algo de entusiasmo.

Ahora la pregunta era: ¿qué diferencia existía entre su resignación a vivir sola, y el conformismo de aquellos Aleatorios y Aleatorias que ella imaginaba dispuestos a perder su dignidad con tal de no lidiar con la soledad? La respuesta a esa pregunta se introdujo en su conciencia con la misma velocidad e insolencia que una pedrada atraviesa por los vidrios de una ventana. No había ninguna diferencia. Vivir sola o vivir con miedo a ser abandonada puede llegar a ser igual de frustrante. O quizás sí había una diferencia, pensó Selene. Y era una diferencia fundamental. En soledad ella siempre pudo elegir y decidir, en convivencia no le quedaba otra opción más aceptar y permitir. Ser mujer, ser Aleatoria y estar sola era difícil. Pero es peor ser invisible ante los ojos de la persona que se ama.

Le costó, pero aprendió a ser una Aleatoria. Sabía que la lucha en contra de la angustia que le causaba aceptar la soledad en la que había nacido sería una lucha diaria. Pero se conformaba pensando en que esa soledad la hacía sentir segura y le proporcionaba un creciente sentimiento de dignidad y libertad, que estando en pareja ella estaba convencida de que no podría conseguir. Los libros que leyó durante su adolescencia describían el amor como un sentimiento maravilloso y único. Una fuente de energía indispensable para todo ser humano. Sin embargo también lo señalaban como un sentimiento fugaz y doloroso. Pero, claro, esa última característica era algo de lo que ella ya estaba muy al tanto. Es más, esa era la única faceta que pudo conocer del amor, su fugacidad. Para muchos Aleatorios el amor no es más que un sinónimo de debilidad, de sumisión. Un campamento de exterminio para los débiles de carácter. Es por eso por lo que ella se esforzaba en ejercitar los músculos de su orgullo, de su amor propio. No estaba dispuesta dejarse lastimar por nadie otra vez. Había aprendido que el amor es una fuerza extraña y poderosa, y no volvería a cometer el error de subestimarla. Pensando en eso, una noche después de haber visto la película El silencio de los inocentes, se le ocurrió pensar que tanto el personaje como el sentimiento comparten ciertas características; los dos son elegantes y sigilosos, sorpresivos y letales. En ese instante recordó haber leído que para algunos el amor tiene cara de mujer. Entonces reflexiono sobre sus experiencias amorosas, y junto a una semi sonrisa que se le dibujó en el rostro, se le ocurrió pensar que hasta el momento para ella el amor siempre se le había presentado con cara de Hannibal Lecter.

1 “Descubierta en 1989. Una llamada de ballena única de 50–52 Hz de una sola fuente se ha rastreado en el Pacífico Norte central y oriental. Detectada anualmente desde 2004,“Diciembre de 2004 Documentos de investigación oceanográfica

Autores:

William A. Watkins

Mary Ann Daher Institución Oceanográfica Woods Hole

Joseph E. George

David Rodríguez

Aleatorios

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