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Capítulo II

La historia de tu vida

EMPEZANDO A CONOCERTE

La mañana estaba tranquila, aún no había tenido oportunidad de atender a ningún cliente en la guardia; sin embargo me sentía bien. Yo manejaba con la esperanza de llegar pronto a nuestro destino para calmar el hambre. De pronto hablaste:

—Pareces una chica muy linda; pensé que eras más ruda.

—Pues soy ambas —contesté entre risas.

–Bueno, así parece. Pero ya conociéndote no es así. Me siento raro —dijiste con cierto matiz de incomodidad.

—¿Por qué?

—Pues porque tú eres quien maneja —dijiste riendo—. No estoy acostumbrado.

—Para la siguiente ocasión manejas tú. —Seguí el juego.

—Por cierto, ¿dónde vives?

—Aquí en San Antonio. ¿Y tú?

—Yo vivo en Villas Campestres.

—¿En serio? ¡Qué bien! Vives justo donde trabajas.

—¿Por qué crees que llego tan temprano?

—Ahora lo sé.

—Pues mira, tú tampoco vives tan lejos. ¿Con quién vives?

—Vivo sola.

—¿En serio?

—No es fácil, pero así vivo desde hace algunos años.

—Qué bien. También es bueno tener tu espacio.

Llegamos al lugar y ordenamos. Para mí era muy curioso ver "de reojo" como todo el tiempo me mirabas y con mucho interés. El mismo interés con el que analizabas cada cosa que yo decía, cada movimiento que hacía, cada reacción que tenía. No sabía qué pensabas en ese momento, pero sí sabía que te llamaba la atención. Eras muy obvio. No sabías disimular tu interés, y la verdad es que eso me hacía sentir bien, me hacía sentir especial, pues tu energía reflejaba un interés puro y natural.

Había hombres que me seguían, pero nadie me gustaba como tú. Después de mi última relación, me había mantenido soltera porque nadie llenaba mis expectativas; había quienes se acercaban, pero algo les faltaba. No sabía bien qué era. Unos me fastidiaban; otros parecían desesperados; otros simplemente no me demostraban interés, pero tú cubrías todo.

Al regresar a la oficina volvió a surgir el tema de las parejas, como en la guardia del colegio. Entonces llegó mi pregunta:

—¿Por qué eres divorciado? ¿Qué es lo que ha hecho que no funcionen tus relaciones?

—Pues mira, no te niego que me he enamorado, pero nunca he sentido lo que es verdaderamente el amor. Ese amor que te hace dar todo por una persona y pues he aguantado cosas por mis hijos, pero no he sentido que ame intensamente a ninguna mujer.

—¡Dios mío! ¿A tus 41 años no has amado? —dije, burlona.

—No te rías. —Reíste mientras lo decías—. Es en serio. No te digo que no he querido, sí lo he hecho. Y mucho, pero siento que "amado", no.

—¿Y eso por qué?

—Pues no sé. Quizá no ha llegado la indicada, o no he sabido elegir bien; y pues también tengo mi carácter.

—¿Cómo?

—Sí, soy muy enojón y todo termina en pelear, pelear y pelear.

—Muy mal amigo, eso no debería ser.

—No, pero tú me vas a ayudar.

—¿Yo? Okey… claro.

—Sí, se ve que eres una chica muy tranquila. Bueno, claro, si tú quieres. —En ese momento se sonrojó.

—Claro —Reí—, para eso somos los amigos.

De momento pensé: "Este hombre me lo dice para que caiga. Es verdaderamente un buen vendedor. Ahora sé por qué es de los mejores vendedores de casas de la compañía. Es imposible que no haya amado a los 41 años. Bueno, pero en caso de no mentir, puedo ayudarlo".

Pensaba andarme con cuidado, pues también yo tenía mi pasado, mis traumas y vivencias que me hacían ser lo que era en ese entonces. Si hubiéramos hecho un comparativo de cómo estaba yo 5 años atrás, habríamos visto que era una persona completamente diferente: inestable, insoportable, inmadura, celosa y agresiva; pero la vida me había dado pequeños golpes que me obligaron a acudir con una psicóloga, la doctora Alicia.

Por la noche, al retirarnos de la oficina, nos despedimos y me dijiste:

—Oye, antes de que te vayas, ¿te puedo escribir de vez en cuando?

—Claro, cuando gustes.

—Para que me ayudes con mis traumas. —Reíste.

—Si, te ayudaré.

—Okey. Entonces, que pases una linda noche.

—Gracias. Nos vemos.

Cada quien se dirigió a su auto, nos fuimos a descansar; y, al menos yo, a pensar en lo mucho que empezabas a gustarme.

Llegué a casa un poco fastidiada del tráfico. Decidí comprar mi cena en la calle e ir a comerla en mi casa. Por mi cabeza no pasaba nada más que cenar y ver una serie, cuando recibí un mensaje que decía:

—Gracias por tu amistad y tus palabras. Me la pasé muy bien, según, trabajando.

—¿Según? —respondí mientras me preguntaba a qué te referías—. ¡Si trabajamos mucho!

—No te creas. Ya sabes, estamos para ayudar. Trabajaré en mis problemas emocionales y no respondo si termino conquistándote. Eres una personita muy especial. Tienes una magia que no sé describir.

—¡Qué seguro! Pues trabajemos en tus problemas.

—Estoy dispuesto. Descansa; linda noche.

En ese entonces asumí que estaba comenzando una relación y que ambos estábamos dejándonos atrapar en el gusto por el otro. El principio de la relación más hermosa de mi vida y también la más corta.

BUSCANDO AYUDA

"un gran día" me escribiste aquella noche. Iba entrando a mi casa cuando me llegó el mensaje con una foto adjunta de cuando fuimos al Instituto Cumbres, era una foto tuya y mía de ese día, el gran día.

—¿Cómo te fue en tu guardia, Gerardino? —respondí para iniciar una conversación. Para entonces yo te llamaba “Gerardino” y no por tu nombre correcto, sólo jugando.

—¡Te burlas de mí! No llevo nada del día de ayer a hoy. ¡Nada!

—No es burla. Bueno, un poco.

Me platicaste que te acordaste de mí al comer unas golosinas, ya que cuando tocamos el tema de las redes sociales, te comenté que mi nombre en ellas es una asociación de "tortuga" –un animal por el cual tengo un gusto especial– con unos dulces.

—Hoy me comí unas gomitas y con cada una me acordaba de ti.

—¿Porque soy "Tortugomita"?

—Sí, y porque también te gustan. Lo sé.

—Sí, pero prefiero las rojas. Son las mejores. Oye y… ¿Sí te ríes? Es que te veo muy serio.

—¡Claro! Ayer traía un relajo con tu jefe y Sergio —Un compañero del trabajo— pero… ¿me veo muy serio? ¿Enojón?

—Sólo serio.

—Tal vez porque estoy estresado y preocupado. No he vendido nada y tengo muchos compromisos.

—Tú, tranquilo. Vas a vender. —Intentaba darte ánimos.

—Sí, eso espero. Hablando de ventas, te invito a cenar quisiera pedirte un favor. ¿Aceptas?

—Muchas gracias. Claro que sí, pero, ¿qué tiene que ver la cena con las ventas?

—Nada, pero no sabía cómo decirte.

Te encontré en el supermercado que acordamos y nos dirigimos a un lugar que me gustaba mucho, los burritos de pastor de ahí eran deliciosos. Comenzamos a platicar y te pregunté directo al grano:

—Bueno, ya estoy aquí. ¿Para qué soy buena?

—Pues mira, te voy a ser sincero. Te quiero contar toda mi historia. Como ya sabes tengo hijos, pero no sólo de una mamá, son dos hijos. Yo me casé a los 33 años, pero el mismo año en el que me casé, se embarazó la mamá de mi hija y ese año nos separamos.

—Qué relación tan corta.

—Sí. Pero en fin, ella se arrepintió y desapareció. Me fui a Estados Unidos, donde viví 5 años, trabajé en muchas cosas; entre ellas, en una cocina. ¿Recuerdas que soy chef igual que tú, tortuguita? También trabajé en un lote de autos. La vida allá es muy vacía. Me regresé por problemas emocionales. No pude tolerar estar solo allá. El ritmo de vida es muy diferente; y la gente, demasiado materialista, desde mi punto de vista. Y la verdad me estaba ganando la fiesta. Regresé a Toluca y empecé a vender casas. Fue ahí donde conocí a la mamá de mi segundo hijo; con ella estuve más de tres años, pero fue una relación muy mala.

Yo conocía a la mamá de tu hijo, Arely. Trabajaba en el desarrollo con nosotros, sólo que en ese momento aún no sabía que se trataba de ella.

—Fue una relación muy tormentosa. Me llevo bien ahora con ella por mi hijo, pero nada más. Cuando terminamos nuestra relación, comenzaba a cuestionarme por qué no buscar a mi primera hija, Rocío, por sugerencia de mi hermano Ella ya tendría nueve años. Me metió la espina de que tenía que verla y lo hice. Busqué y contacté entonces a mi ex pareja. Como ambos nos encontrábamos solteros, decidimos volver a intentarlo; y así fue que regresamos. La llevé a vivir a donde vivo actualmente, pero ella era muy celosa y todo el tiempo me estaba exigiendo dinero. Tú sabes que las ventas han estado bajas y no hubo mucha comprensión, igual que la primera vez. En cuanto se acabó el dinero, se le acabó el cariño. Un buen día llegué a la casa y estaban algunas de sus pertenencias envueltas en una sábana. Era poco, sólo ropa y algunas cosas extra, ella tomó el envoltorio y se fue. Me abandonó.

Al verte platicar realmente me conmoviste. Tu piel morena, tus ojos café claro enmarcados por tus pestañas largas y rizadas, que en ese momento reflejaban el dolor que te causaba toda esa situación. Entendí entonces por qué tantos traumas. Entendí qué era lo que pasaba en tu vida, por qué creías que no habías amado. Sé que sí amaste, pero el dolor bloqueó el bello sentimiento. No elegiste bien. Te dejaste llevar por la vanidad y la necesidad de estar con alguien, sin fijarte en los sentimientos, los valores morales y sentimentales de tus ex parejas. También entendí que a ti tampoco te habían amado. ¡Es tan simple amar a una persona cuando la elijes bien! El problema cuando elijes mal y por impulso es que las consecuencias son devastadoras para tu corazón. Vi que querías entregar todo y hacer bien las cosas, pero simplemente tus pésimas elecciones de pareja no te lo habían permitido. Digo "pésimas" porque, a mi parecer, buscaste amar, pero te correspondieron con dolor, violencia e inmadurez.

Hay detalles detrás de estas mujeres "oscuras" que hoy conozco, pero no perderé el tiempo en mencionarlo. Al conocer estos detalles entendí en qué parte radicaba el punto débil. Soy una persona observadora y empática. Sé que ningún ser humano es perfecto y que cada quien tiene su propia versión para cada situación. Tu caso me intrigaba cada vez más.

—¿Qué pasó después? ¿Desapareció como la primera vez?

—No, esta vez fue diferente. Me demandó. Solicitó el divorcio –desde la primera vez estamos casados– y pidió dinero, mucho dinero que no tengo. Pienso que sólo regresó para poder hacer retroactivo el dinero de esos 9 años. Soy el menor de 4 hermanos. Mi hermano Ernesto, que siempre ha visto por mí, fue quien me ayudó y me prestó una parte. Él representa mi caso, pues es abogado. Esa mujer me mandó golpear e incluso me metió a la cárcel por una noche. Ya es posible entrar a la cárcel sólo por incumplir en la demanda de pensión a un hijo. La peor noche de mi vida. Ahí dentro escuchas de todo, gruñidos, gemidos, gritos… es horrible. Estaba dentro de una celda con otro tipo que entró por un cargo igual al mío, y esa noche nos cuidamos espalda con espalda; no dormí por el miedo de no amanecer. Suena muy exagerado, pero es la realidad, desde esa noche no soy el mismo, de verdad no se lo deseo ni al peor enemigo. Es por eso que te llamé, porque necesito una carta personal para el juzgado, que diga que me conoces y que nunca te he hecho nada, que soy un compañero de trabajo honesto y que soy buena persona. La necesito presentar pasado mañana y quería ver si pudieras ayudarme.

Me sentí verdaderamente conmovida al escuchar su historia. Dicen que este mundo se mueve por lástima y manipulación, pero yo no perdía absolutamente nada en darte la carta que necesitabas, al contrario. Te ayudaría si lo que me decías era verdad. Mis hermanas siempre me han dicho que soy demasiado confiada, que creo mucho en la gente; y sé que tienen razón, pero pienso que no se puede vivir desconfiando y pensando mal. Mientras no conozcas a la persona, no tengo por qué desconfiar y esta vez no me equivoqué.

Cuando terminamos la cena, nos dirigimos a un café Internet, en el cual yo misma redacté la carta, la firmé y te dije:

—Toma, aquí está y espero que sea de ayuda.

—Muchas gracias en verdad me ayudas mucho, eres muy linda.

—Para eso estamos, amigo.

—Bueno, pues. Te dejo en tu casa y me retiro.

—Sí, claro.

Como vivo sola, soy muy selectiva en las personas que invito a mi casa, por eso sólo te permití dejarme en la puerta del fraccionamiento. Ahí me despedí y me fui caminando.

LA CONQUISTA

Durante las siguientes semanas seguimos escribiéndonos, viéndonos, saliendo; conocerte, para mí, era cada vez más interesante. Me platicabas que te encantaba arreglar autos y que hacerlo te hacía olvidar el estrés; los comprabas viejos y maltratados para restaurarlos completamente hasta dejarlos como un auto de colección. Compartías conmigo fotografías de aquellos que habían pasado por tus manos.

Me contabas tus próximos planes –como retomar el atletismo por las mañanas–. Me platicabas detalles de ti, como que no fumabas y que tomabas con medida en fiestas, que te gustaba, como a mí, saborear un buen vino con queso o quizá con jamón serrano. Estudiaste para ser chef, igual que yo. Te encantaba viajar. Escuchabas música de todo tipo –cada vez que salíamos, encendías el autoestéreo con un ritmo diferente y eso era algo que me gustaba; siempre estabas escuchando música–. Entonces cambió mi visión de ti: ya no eras el señor seriedad, ahora eras siempre alegre. Siempre tú.

Había cosas en las que éramos muy parecidos, muchas diría yo, y otras en las que no coincidíamos en absoluto. Después de haber tenido relaciones sentimentales fallidas con varios alcohólicos, el hecho de que tú tomaras moderadamente era encantador para mí.

Un día, caída la tarde, estaba terminando una guardia cuando mis amigos –Lorena y Emilio, quien no ocultaba sus preferencias sexuales ante nosotras– y yo empezamos a platicar sobre quiénes eran los más guapos de la oficina. No suelo demostrar cuando alguien me gusta, pero en ese momento pasaste caminando. Los tres te miramos, y mi amigo dijo sin bacilar:

—A mí me gusta él.

—¡A quién no le va a gustar! Él es muy varonil. —contestó mi compañera.

Yo, para no hacer un gran chisme, sólo repliqué:

—Sí, a mí también.

Entonces, siguiendo la plática, me dijeron que tú eras el padre del hijo de nuestra compañera de trabajo, Arely. Me quedé sorprendida. Pregunté para confirmar si lo que había escuchado era verdad. Me hablabas de tu pequeño y de cuánto lo amabas, pero no sabía que su mamá fuera ella. A veces mencionabas su nombre, pero era un nombre común y no pensé que fuera la misma persona que trabajaba con nosotros. Realmente me causó asombro, pero yo me llevaba bien con ella en ese entonces y no pasó de la sorpresa.

—¡Vaya! No sabía que ella era.

—Así es, amiga, pero la verdad es que no me los imagino juntos. —contestó la chica.

Y pensándolo bien, yo tampoco.

Esa misma semana, por casualidad, te encontré cuando me dirigía a mostrarle unas casas a un familiar. Al verme, exclamaste:

—¡Te ves muy hermosha! —Como si fueras un niño cuya pronunciación aún es imperfecta.

—Muchas gracias. Vine con un primo. Ahorita que regrese de mostrarle las casas, te veo.

—Está bien. ¡Éxito!

No regresé, pues me fui con mi familia a pasar la tarde, pero al caer la noche recibí un mensaje tuyo:

—¿Cómo te fue con tu primo?

—Pues le gustaron las casas, pero me comenta que quiere ver más opciones.

—¡Qué bueno! Verás que saldrá bien todo. Oye, me encanta como te ves hoy.

—Muchas gracias. De vez en cuando, un baño no afecta. —dije en broma.

—Yo no he dejado de trabajar toda la semana.

—¡Qué trabajador eres!

—¡Claro! Si no trabajo, ¿con qué te invito a salir? Ya me apartaron una casa.

—¡Qué bien! Eso me da mucho gusto por ti.

Y, sin titubear, lanzaste la pregunta:

—¿Yo te gusto?

En un primer instante me quedé pasmada. Claro que me gustabas, pero no esperaba esa pregunta.

—¡Qué bonita pregunta! —dije verdaderamente admirada—Para serte, sincera sí.

—Me halaga que me lo digas… y me pones nervioso. Te voy a confesar que tú a mí me gustas desde el primer día que te vi en Lerma. ¿Recuerdas? Platícame, ¿qué te gusta de mí?

—Me gustan tus ojos, tus manos, tu voz. Que me haces reír mucho, tus ideas…

—Levantaste mi ego. Gracias.

Cambié el tema abruptamente. En esas situaciones de completa sinceridad la incomodidad te obliga a realizar acciones evasivas para frenar el avance del asunto y sentir algo de alivio.

—Dime qué te gusta hacer, Gerardo.

—Como ya te había comentado, me gusta mucho la mecánica automotriz. No soy un profesional, pero me encanta. Me gusta hacer ejercicio. Me gusta bailar. Me gusta cocinar. Me encanta hacer carne asada –no tiene que ser fin de semana, sólo se me antoja y la hago–. Soy hogareño. Ah, y soy muy besucón.

—¿Te estás promocionando?

—Sí, nada más para ti. Tú decides. —Añadiste un emoji sonriente.

—Pues primero te digo como soy yo, porque estoy medio loca. Tengo un carácter feo. —dije a modo de broma; sin embargo, quise hablar de mis características particulares y dejar de lado lo negativo.

—Ah, ¿también tú? —Bromeaste.

—Me gusta bailar; me encanta probar comida diferente; me gusta dormir; me encanta escribir; de ejercicio, sólo me gusta nadar; me gusta escuchar a las personas y, si está en mis manos, ayudarlas. También disfruto eso. Soy cariñosa, servicial y cuido a las personas que quiero. Tengo amistades de todo tipo: gordos, flacos, ricos, pobres. Digo lo que me molesta y, aparte, se me nota en la cara lo que estoy sintiendo o pensando. Me molesta no comer a mis horas o no dormir bien. Como todos, también tengo problemas y cosas que duelen, pero trato de crecer y de superarme. Básicamente esa soy yo. Ah, lo olvidaba, mi risa es muy fea.

—Ya me estoy enamorando de ti. ¡Róbame! Lo que te quiero decir es que –tal vez ya te has dado cuenta– te veo con ojos de enamorado. —confesaste sin titubear.

—Noté que te interesaba, pero no creí que tanto.

—Pues ahora ya lo sabes. Fijé una meta de ahorro, y podré viajar del 5 al 10 de julio a Playa del Carmen. Ayer coticé vuelo y hospedaje con todo y auto. ¿Vamos juntos?

—¡Me encantaría! —contesté entusiasmada—. Ya se acabó el 2016, pero tenemos poco más de medio año para juntar el dinero.

El objetivo del viaje era nada más y nada menos que festejar tu cumpleaños número 42 con un amigo tuyo de la secundaria que, casualmente, cumplía tres días antes que tú y radicaba en nuestro destino vacacional. Si bien habías pensado en llegar con él cuando planeaste tu viaje, al saber que éramos tú y yo los viajeros decidiste que sería mejor encontrar otro lugar para hospedarnos.

—Qué bueno que te consientas —dije—, a eso vinimos, a disfrutar la vida.

—Así es. Y tú me puedes ayudar mucho con eso. Ya me haces muy feliz cada vez que platico contigo. ¿Qué crees que pase? ¿Qué te gustaría que pasara conmigo?

Ante tal pregunta, no me quedaba más que contestar de la manera más franca posible, así que te dije que hacía algún tiempo que yo no tenía pareja, y que, la verdad, no tenía urgencia alguna por tenerla, pero que tú me interesabas demasiado. Te planteé la base de lo que yo buscaba para mi futura relación amorosa, dando a entender sutilmente que yo quería una relación formal y duradera:

—Yo creo que lo importante es tener objetivos comunes. Te comparto los míos: quiero trabajar, poner un negocio propio; quiero hacer ejercicio y viajar; crecer en todos los sentidos.

—Te comparto los míos: no quiero trabajar. —Bromeaste—. Quiero viajar, hacer ejercicio y estar contigo.

—Muy buenos. —Me causó gracia tu respuesta.

—¿Qué te parece si nos vemos después, con más tiempo, y lo platicamos bien?

—Me parece bien.

La cita era el martes siguiente. Nos despedimos, y me dejaste una tarea para poner en práctica todos los días hasta entonces:

—No dejes de sonreír, que te ves hermosa cuando lo haces.

Por lo pronto, acordamos mantenernos en contacto para saludarnos y definir la hora de nuestro próximo encuentro.

La historia de nuestra muerte

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