Читать книгу Escribir en 21 días - Silvia Adela Kohan - Страница 7
ОглавлениеEscribimos porque intentamos interpretar la vida (para nosotros mismos y para los demás).
En este sentido, los textos que reúnas en estos 21 días pueden funcionar como el material previo o definitivo de una novela o de un libro de relatos, como un diario de meditaciones, como un activador de recuerdos, como una revelación de tu estilo personal o como una exploración de tus sentimientos reales. Pueden ser parte de una novela o de un viaje interior para conocerte mejor. O la indagación sobre tu vida para esa novela. O un libro de poemas. El lenguaje proporciona ideas si te dejas llevar.
Los espacios en blanco que aparecen tras cada ejercicio están destinados a lo que escribas durante los siete minutos propuestos.
Suele ser habitual que quien llega al día 21 desee repetir. Así pues, otra opción es poner en práctica este método en tres períodos de 21 días, con tres o cuatro días de descanso entre ellos.
Los motivos de quienes lo han practicado con éxito son increíblemente variados. A continuación, presento algunos de esos motivos, que plantean metas concretas del oficio, deseos y dudas particulares:
Alfonso: para encontrar el centro temático de su autobiografía.
Mónica: para darle un sentido artístico a sus carencias.
Verónica: para practicar una nueva forma de escribir por fragmentos.
Ester: para iniciar una novela y no abandonarla.
Rafa: para ampliar la vida de su protagonista.
María Julia: para descubrir su estilo.
Amaia: para superar una crisis emocional.
Charo: por su necesidad de reunir recursos para liberarse.
Óscar: para transformar lo autobiográfico en ficción.
Jordi: para escribir artículos más cercanos.
Maite: para que la protagonista de su novela le revelase más cosas sobre ella.
Elisa: para atreverse a decir lo que no había dicho hasta ese momento y encontrar el tono.
Rubén: para encontrar su propio ritmo y averiguar si lo suyo era la poesía o el cuento.
Muchos: para superar su bloqueo. Es común que el placer de escribir se vea cercenado por la parálisis. «Estoy seco», suelen decir, o «atascado», y eso puede llevar a abandonar principios y más principios en un cajón. ¿Qué hacer? Depende de la dificultad surgida. Tal vez, el material desarrollado pide una pausa para madurarlo. Mientras tanto, si es tu caso, el medio más eficaz para superar el bloqueo son las notas diarias y fragmentarias tomadas durante el lapso que te marques en lugar de dejar de escribir.
Con este viaje, se suele llegar a un cruce de caminos totalmente inesperado, literarios o de revelaciones personales.
A todos les abrió puertas. De hecho, el mundo está lleno de puertas y ventanas que no vemos si miramos siempre en la misma dirección.
RECOMENDACIONES
(BENEFICIOSAS PARA TI)
No leas este libro de un tirón. No es un libro más. Es un lugar especial para dejarte ir, liberar ideas que no sabías que habitaban en tu interior, vencer el pudor, crear. Déjate sorprender ante esta nueva propuesta práctica.
Hazlo así:
1. Escribe cada día durante siete minutos (número mágico) —ni menos ni más, esto es lo importante— y preferiblemente a la misma hora: de madrugada, por la mañana, al mediodía, por la tarde, por la noche, sin detenerte a pensar durante esos minutos. Las instrucciones son dos:
1) no levantar el bolígrafo del papel o los dedos del teclado durante ese lapso, y
2) dar por finalizado el ejercicio al llegar a los siete minutos, aunque desees continuar escribiendo.
De este modo se produce la tensión necesaria para que surja la verdadera energía creativa. Por otra parte, está comprobado que la práctica más eficaz no es la que propone la libre expresión absoluta, sino la que requiere, a la vez, cierta limitación.
Te aconsejo que realices los ejercicios en el orden en que aparecen en el capítulo 4. Parte de la primera imagen o idea que te venga a la cabeza y déjate llevar por lo que te transmita, e improvisa durante esos siete minutos sin saber adónde llegarás. Escucha tus palabras y nada más. Por ejemplo, si el ejercicio pide «Escribe sobre lo que escondes en el fondo de tu silencio», no busques entre tus pensamientos un hecho en sí, escribe la primera ocurrencia que aparezca (sin censurarla) —da igual que la hayas experimentado, soñado o inventado— y sigue hasta que se acabe el tiempo.
2. Antes de empezar a escribir un ejercicio nuevo, no leas NUNCA el texto del día anterior (y menos aún se lo des a leer a otra persona). Prohibido. Es decir, si empiezas a escribir el día 1, no leerás ninguno de los textos hasta el 22. Aquí hemos seguido una afirmación de Carl Jung. En El libro rojo, declara: «Todo lo que podemos obtener en seguida nunca es interesante. La espera sirve para sublimar el deseo y hacerlo más poderoso».
3. Al día siguiente, vuelve a escribir con la mente vacía, con igual disposición y con la convicción de que vas a terminar lo que has empezado y de que algo se moverá en tu interior.
4. Tras un máximo de tres períodos de 21 días, llega el gran momento: lee lo que has escrito con la ayuda de la guía del capítulo 5. Una vez reunidos los 21 escritos, el día 22 escoges un espacio que te resulte placentero, no hay uno mejor que otro. El mejor es el que cada uno prefiera. Ernst Jünger escribió sus diarios en las mismas trincheras durante la Primera Guerra Mundial. Puede ser la cama, un tren, un bosque, un bar, una playa… Y al final, es muy probable que te sorprendas y te preguntes: «¿Esto lo he escrito yo?».
5. Corrige los textos con las pautas de los capítulos 6 («21 claves esenciales del oficio») y 8 («Ideas para armar tu libro»). Saca partido de ellas, revisa el conjunto y aplícalas según tus fines literarios.
6. En el capítulo 7 encontrarás variantes para escribir otras tres series de 21 días, con un descanso de unos tres o cuatro días entre cada tanda.
Un dato que hay que tener en cuenta: Fred Vargas dice que escribe sus novelas en 21 días y las corrige en 60.
Otro dato: Robert Louis Stevenson escribió cada capítulo de La isla del tesoro en un lapso aproximado de quince minutos. Durante unas vacaciones, escribió el primer capítulo mientras su hijastro pintaba sobre un papel el mapa de una isla en la que imaginó un tesoro enterrado, y siguió como una rutina más de las vacaciones. Cada día escribía un nuevo capítulo, se lo leía en voz alta a su familia y ellos hacían comentarios y propuestas.
Otro dato: Georges Simenon creaba una novela en una semana. Tenía guías telefónicas de las principales ciudades del mundo y, cuando necesitaba un personaje, tomaba la guía y elegía un apellido y un nombre. Lo apuntaba en un sobre, lo repetía muchas veces, paseaba imaginando a sus padres, su abuela y sus maestros, e incluso se aprendía su número de teléfono. Entonces se preguntaba qué acontecimiento podría cambiar su vida y, tan pronto como lo encontraba, ya tenía el primer capítulo de la nueva novela. A partir de ahí, el personaje era lo más importante, quien llevaba el mando. «Solo me entero del final cuando acabo», decía.
Otro dato lo aporta William Faulkner, que explicó en una entrevista: «Para Mientras agonizo disponía de todo el material. Compuse la obra en unas seis frenéticas semanas, durante el tiempo libre que me dejaba mi trabajo manual de doce horas al día. Sencillamente me imaginé un grupo de personas y las sometí a catástrofes naturales universales, como la inundación y el fuego».
OTROS BENEFICIOS
El beneficio total proviene de las metas parciales. La confianza que transmiten los 21 textos estimula la creatividad y facilita el camino hacia la gran meta final. Son fragmentos como los de un diario íntimo o las anotaciones de una agenda, que se realizan con libertad. En consecuencia, te permiten perfilar tu propia voz, necesaria tanto para la creación literaria como para la escritura terapéutica.
De hecho, lo que se suele llamar inspiración, ese súbito chispazo, no es sino el resultado de algo que estaba rondando en tu interior. La creencia de que la inspiración «llega» conduce a un estado de pasividad: esperamos la repentina aparición de la mejor idea, como se espera a Godot, personaje que nunca llega en la obra de Samuel Beckett. La pasividad lleva al bloqueo.
En cambio, la ventaja de acumular textos distintos durante un tiempo limitado permite estar en movimiento y crear, de forma tal que llega un momento en el que se atisba no solo la idea, sino también su desarrollo, y poco a poco se iluminan las sombras.
Siempre recomiendo, tanto de entrada como en algunas fases de la elaboración de un libro, escribir fragmentos autónomos —una escena, una reflexión, una imagen, un detalle— en lugar de avanzar de modo cronológico, algo que generalmente desemboca en bloqueo. Los fragmentos admiten variaciones, responden al juego, al rompecabezas. Precisamente, este método es ideal para seguir esta recomendación, puesto que te obliga a continuar avanzando.
Por otro lado, la prohibición de leer lo que has escrito el día anterior tiene dos ventajas: por una parte, te evita la tentación de corregirlo «en caliente»; por otra, te proporciona la distancia suficiente para desdoblarte y convertirte en un lector objetivo, que es lo ideal para evaluar tu propia producción.
Los propósitos de crear y ocuparse de uno mismo, ejes vertebradores de este libro, están íntimamente relacionados. Las dos direcciones en que puedes llevar a cabo esta práctica te permiten escucharte para escribir y escribir para escucharte.
De hecho, uno de sus pilares es un axioma de la neurociencia, la regla de Donald O. Hebb, según la cual, al estar la conducta y el sistema nervioso relacionados, la práctica diaria de una situación da lugar al hábito y puede cambiar la plasticidad del cerebro y predisponer el circuito neuronal. Asimismo, dicha práctica también estimula la constancia, componente esencial del talento. Dicho de otro modo, disuelve los bloqueos y te estimula a escribir como un acto de vida.
Estoy convencida de que todo el mundo debería escribir. Si lo haces sin frenos, se te revelan parcelas desconocidas de tu propia biografía, con las que nutrirás tu voz, tu estilo, tu tema. Tanto si creas desde cero la novela de tu vida como si ya tienes pensado todo el argumento, tu creatividad no tiene principio ni fin; el secreto es despertarla, respetar los impulsos naturales y alcanzar tu esencia. Por consiguiente, esta rutina de escritura te conduce a la introspección, funciona como un oráculo interior y te permite crear con mayor libertad.