Читать книгу Escribir en 21 días - Silvia Adela Kohan - Страница 9
ОглавлениеEs sabido que nos impulsan más las actitudes y las creencias que los instintos. Así pues, para nuestra práctica aquellas son factores determinantes del éxito: debes confiar en que llegarás a buen puerto. «No suelen ser nuestras ideas las que nos hacen optimistas o pesimistas, sino que es nuestro talante optimista o pesimista el que hace nuestras ideas», afirmaba Miguel de Unamuno en su obra Del sentimiento trágico de la vida.
DEJARSE FLUIR ES EL SECRETO
Ten en cuenta que fluir no es escribir mucho, como creen algunas personas cuando les sugiero que lo hagan, sino escribir con naturalidad.
En principio, escribir esporádicamente entorpece la fluidez. Es como salir a correr: si no lo haces con frecuencia, te faltará soltura, mientras que si corres durante varias horas en un mismo día, ejercerás una presión muscular excesiva. No puedes salir a correr solo media hora a la semana, pero tampoco correr en un día lo que deberías hacer en una semana completa.
Fluir es divagar durante los siete minutos destinados al ejercicio. Es admitir las palabras como vienen y espantar las dudas como si fueran moscas, es adentrarse en una zona real e irreal a la vez.
Un caso especial
Dean Koontz es un autor americano de thrillers a quien la fluidez le activa la intuición. Increíblemente, en 1981 publicó Los ojos de la oscuridad, la historia de un virus llamado Wuhan-400 que era «el arma perfecta». Serendipia o sincronía histórica, no se sabe, pero en una entrevista explicó que, mientras estaba trabajando en una novela, «entró en su cabeza» este mensaje: «Me llamo Odd Thomas. Llevo una vida inusual». Y añadió: «Fue como escuchar a alguien hablar, lo reconocí como el inicio de una historia. Anoté esta frase en un bloc de notas amarillo con rayas que tengo. Y aunque jamás escribo a mano porque luego me cuesta entender lo que he escrito, lo hice durante horas y horas. Cuando me detuve, había acabado el primer capítulo de Odd Thomas. Supe que iba a ser una serie, a pesar de que nunca había escrito ninguna antes. Y durante mucho tiempo me pregunté: “¿De dónde vino este personaje?”. Todavía no lo sé. Pero escribí ocho libros sobre Odd Thomas».
Koontz afirmó lo siguiente acerca de su proceso: «Solía escribir a partir de unas pinceladas. Pero cuando comencé a escribir Extraños, que terminó teniendo numerosos personajes y aproximadamente un cuarto de millón de palabras, decidí no hacer ningún esbozo y empecé con una premisa y un par de personajes interesantes. Creo que fue una elección acertada. Ya no he vuelto a escribir a partir de pinceladas. Suelo partir de una breve idea, un tema central, un argumento, pienso en ello durante unos días, y luego me pongo a escribir. Si el personaje no funciona en las primeras veinte páginas, es mejor que salga de la narración. En cambio, si cobra vida, dejo que sea él quien guíe la historia. Les doy a mis personajes voluntad propia tal como Dios nos dio a nosotros, y van a lugares adonde nunca pensaría enviarlos. A veces, con Odd Thomas dejaba de escribir porque algo me decía que la idea en que estaba trabajando no iba a funcionar, pero luego recordaba que el personaje tenía voluntad propia y que allí adonde me llevaban siempre funcionaba a la perfección. Cuando hablo con los nuevos escritores sobre esto, me miran desconcertados: ellos quieren hacer esquemas y estudios de personajes, pero yo les pido que comiencen con un personaje que tenga algún rasgo intrigante, algo que lo distinga, y que luego dejen que el mismo personaje les cuente su historia. Si das a un personaje voluntad propia, este se vuelve más rico e interesante, y tendrá más niveles. A veces tengo decididos los puntos principales del final o del centro de la trama o alguna escena fundamental, pero generalmente no sé mucho».
Esto sugiere la conveniencia de prestar especial atención a los pensamientos inesperados que ocupan de pronto nuestra mente, atrapar los que podrían ser una advertencia o una premonición y escuchar a nuestro protagonista sin interrumpirlo y sin querer controlarlo.
QUÉ TE APORTA DEDICAR SIETE MINUTOS AL DÍA A LA ESCRITURA
• Ingresar a tu interior. El mundo te habla al oído, pero tú, absorbido por la vorágine del día a día, eres incapaz de escucharlo. Este método te obliga a acallar la mente para oír lo más recóndito de tu interior y escuchar la «voz del silencio».
• Sentir. Tal como le dijo Ernest Hemingway a Arnold Samuelson en el artículo «Monólogo al Maestro: una carta de alta mar», un aspirante a escritor: «Cuando empiezas a escribir, toda la emoción es para ti y el lector no percibe nada, pero aprenderás que tu objetivo es que el lector lo recuerde, no como una historia que ha leído, sino como algo que le ha ocurrido. Esa es la verdadera prueba de la escritura».
• Sorprenderte. El resultado inesperado es lo que lleva al descubrimiento. Por eso, la mente preparada ha de estar también dispuesta a sorprenderse.
• Revelarte. Olvídate de cómo lo hace tu escritor preferido o salir de tu zona de confort te hace consciente de lo que te interesa realmente a ti.
• Sentir bien. Para escribir bien, hay que sentir bien. Me refiero a conectar con la verdad de las emociones, no al sentimentalismo. Uno de los secretos es responder a tu deseo más profundo. Hay que fiarse menos de la mente y más del corazón. Reflexionar es conveniente, pero más importante es saber qué sientes acerca de lo que piensas. De hecho, las emociones te permiten indagar en ti, conocerte más, perfilar tu personalidad.
• Tener confianza. Reconoce tu potencial y tus limitaciones, date permiso para ello. Confía en que conseguirás tus objetivos. Ken Follett no tenía la menor duda de que vendería millones de libros; probablemente esa confianza fue lo que le llevó a aprovechar todas las oportunidades que se le presentaron hasta conseguirlo. Otra escritora de éxito, Amélie Nothomb, confesó en una entrevista: «De niña, ¿qué quería ser de mayor? Primero quise ser Dios, empecé con la megalomanía más extrema; cuando supe que no lo conseguiría, quise convertirme en mártir, y eso funcionó muy bien. Luego tuve un par de narices y, habiendo tantos y tan buenos escritores, me dije: “El escritor seré yo”».
• Liberarte interiormente. Atrévete a contar un secreto. El pudor es enemigo de la creación.
• Tener la mejor actitud. Escribe con la convicción de que lo que narras no lo ha escrito nadie antes.
• Activar la intuición. Tienes que saber algo sin precisar por qué lo sabes. Es como si el germen de una idea estuviese flotando en el aire esperando a que sea descubierta. Es saber que la respuesta está ante nosotros, si bien necesitamos ese destello (proveniente de la intuición) para verlo todo claro de repente y conectar entre sí ideas que aparentemente no tenían relación alguna.
• Acertar. Muchos estudiosos han fracasado no porque se movieran en la dirección equivocada, sino más bien porque no se atrevieron a ir lo suficientemente lejos.
Todo esto y más es lo que se consigue cuando uno se deja llevar por la escritura espontánea.
LAS MEJORES CONDICIONES
¿Los mejores horarios?
El único requisito es escribir cada día. El horario también dependerá de cada uno. Victor Hugo se levantaba a las siete y se ponía a escribir la idea que había concebido el día anterior durante su paseo vespertino. Jules Michelet se levantaba al amanecer y se acostaba pronto, y antes de conciliar el sueño revisaba los hechos principales del capítulo que debía escribir al día siguiente. Alejandro Dumas, padre, trabajaba desde que se levantaba hasta la hora de comer. Darwin trabajaba tres horas cada mañana. Charles-Édouard Brown-Séquard se acostaba a las ocho de la noche y se ponía a trabajar a las dos de la madrugada. Émile Zola trabajaba con regularidad por la mañana, mientras que por la tarde buscaba documentación y componía. Dostoyevski sufría de manía persecutoria y tenía miedo a la oscuridad, por lo que de noche escribía paseando de un lado a otro de la habitación de forma compulsiva. Scott Fitzgerald, durante su estancia en París, escribía desde las siete de la tarde hasta la madrugada, salvo las noches que recorría los cafés junto a Zelda. Truman Capote escribía durante cuatro horas al día y hacía dos versiones manuscritas a lápiz antes de mecanografiar una copia definitiva, pues era muy supersticioso. Otras manías que tenía eran escribir en la cama, no dejar más de tres colillas en el mismo cenicero (por lo que llenaba sus bolsillos con las colillas de más) y sumar números en su cabeza de forma compulsiva. Isaac Asimov trabajaba ocho horas al día los siete días de la semana, de forma que lograba una media de unas treinta y siete páginas diarias. Haruki Murakami se levanta a las cuatro de la madrugada, trabaja seis horas, y por la tarde corre diez kilómetros o nada mil quinientos metros, lee, escucha música y se acuesta a las nueve de la noche.
¿Hábitos?
Henry Miller consideraba la incomodidad como la mejor situación para escribir. Durante una época de su vida, a Raymond Carver le gustaba escribir en el coche. Umberto Eco usaba dos herramientas, la caligrafía y el ordenador, pero no indistintamente, sino con arreglo a un estado de ánimo o una situación. Tienes que encontrar tu propio hábito.
¿Rituales?
Isabel Allende, cuando se pone a escribir, enciende una vela; una vez que esta se apaga, deja de hacerlo, esté en el punto donde esté. Asimismo, empieza siempre sus novelas un 8 de enero. Pablo Neruda usaba tinta verde. John Steinbeck era un fanático de los lápices redondos, que utilizaba para evitar clavarse aristas. Gabriel García Márquez escribía con una flor amarilla en su escritorio, descalzo y a una determinada temperatura en la habitación. Hemingway guardaba sus amuletos de la suerte en el bolsillo derecho (una castaña de Indias y una pata de conejo raída) y bebía absenta. Marguerite Duras no podía escribir sin haber hecho la cama.
¿El mejor lugar?
Agatha Christie tenía la costumbre de cambiar continuamente de lugar: diferentes habitaciones de su casa, cafeterías, trenes, hoteles… Se mantenía en movimiento y, cuando le llegaba la inspiración, se ponía a escribir. Alice Munro, que era madre y ama de casa, aprovechaba los ratos libres para escribir en su habitación. Jonathan Franzen se encerraba en su estudio de Harlem con las luces apagadas y las persianas bajadas, sentado frente al ordenador, con orejeras y tapones para los oídos y los ojos vendados.
¿En soledad o en medio del ruido?
Tanto estas posibilidades como otras son válidas. El cuñado de Charles Dickens explicaba que una tarde en Doughty Street, mientras la señora Dickens, su esposa y él conversaban, apareció el escritor: «“¿Vosotros aquí? —preguntó—. Estupendo, ahora mismo me traigo el trabajo”». Poco después regresó con el manuscrito de Oliver Twist y, mientras hablaba, se sentó a una mesita, nos rogó que siguiéramos con la charla y reanudó la escritura, muy deprisa. De vez en cuando él también intervenía en nuestras bromas, pero sin dejar de mover la pluma, y luego volvía a sus papeles, en medio de los personajes que estaba describiendo». Sartre también necesitaba el ruido acompañado de tabaco y alcohol. En cambio, Stendhal encontraba sosiego leyendo el Código Penal napoleónico.
Ya ves que todo vale. Incluso si necesitas un ambiente sereno para escribir y no lo consigues, Muriel Spark aconseja lo siguiente en Muy lejos de Kensington: «Adopta un gato. Invariablemente, se subirá a tu mesa y se colocará bajo la lámpara. La luz de la lámpara le proporciona una gran satisfacción. El gato se acomodará y permanecerá sereno. Y te contagiará gradualmente su calma, de manera que tu mente recuperará el autocontrol perdido. No necesitas mirar al gato todo el tiempo. Su presencia es suficiente. El efecto del gato en tu concentración es remarcable y muy misterioso».
¿Propósitos?
Si tu propósito es escribir una novela, puedes practicar el método de escribir durante 21 días, cada día para un capítulo distinto, y al final tendrás material para 21 capítulos. En cualquier caso, y en general, escribir cada día es mucho más eficaz que hacerlo solo de vez en cuando. Tampoco es conveniente pasarse todo un día escribiendo y no volver a hacerlo hasta una semana más tarde. Hemingway comparaba a los escritores con los pozos y afirmaba que existen tantas clases de pozos como de escritores. Por ello, decía que lo importante es tener buena agua en el pozo y extraer de él una cantidad regularmente, en lugar de dejarlo seco de una vez y esperar que vuelva a llenarse. En este sentido, proponía interrumpir la escritura para dejar algo que decir para el día siguiente. El método descrito en este libro responde a esta idea. Pero recuerda que al retomar la escritura al día siguiente está prohibido leer lo escrito el día anterior para que no te influya ni te interrumpa el nuevo ejercicio.