Читать книгу Empezar de nuevo - Silvia Hatero - Страница 6
ОглавлениеMe llamo Silvia y nací en 1971 en Sabadell.
La vida ha sido dura conmigo, pero yo he sido más dura. Nunca me he rendido.
Fui una niña feliz. A los nueve años mis padres nos apuntaron a mi hermana y a mí a un gimnasio de taekwondo. No me gustaba nada, pero con el tiempo fui cambiando de opinión, logré sacarme el cinturón negro y empecé a competir. Requería esfuerzo, pero me gustaba. El deporte me atrapó. A mi hermana Yolanda también le encantaba, pero no cuando tenía que competir, y mi hermano Rubén acabó dejándolo al poco tiempo. Lo vivimos de formas distintas, con nuestros anhelos, nuestros sueños y nuestras miradas hacia lo que representaba. Pero quien lo pasaba realmente mal era mi madre, ya que cada vez que tenía que competir pensaba que iba a recibir una patada en la cara. Pero yo no tenía miedo. Ya os he dicho que nunca me he rendido.
Mis días de competición los recuerdo como una etapa maravillosa, y hasta pude representar a la selección catalana. Sí, fui una niña feliz, pero una de esas a las que llaman “gordita”, y con la que los cobardes solían meterse. Fueron años de esfuerzo y sacrificio. Fueron años de huir del daño que yo sufría. Fueron años de heridas cuando me llamaban gordita. Ni siquiera sabía que esa actitud se llamaba acoso. Pero la cobardía de algunos, aunque me dañó, no consiguió que abandonara. El deporte siguió formando parte de mi vida y combiné la natación con el taekwondo y los estudios. Me prometí que si ganaba un campeonato internacional de taekwondo lo dejaría. Y así ocurrió. Así que me quedé haciendo natación y estudiando.
La natación fue otro reto. En el agua me sentía libre y me gustaba la sensación de zambullir mi cabeza en ella y sentir que el mundo se ralentizaba. No era una huida, pero si adentrarme en una especie de burbuja muy agradable. El estilo que más me gustaba era el de espalda, quizá el más complejo, y hasta llegué a competir y a ganar algún campeonato.
No nos engañemos, no me gustaba demasiado estudiar. Pero no temía asumir responsabilidades, así que empecé a trabajar en distintas empresas, haciendo diferentes turnos y buscando algo fijo. Era muy inquieta y con ganas de buscarme la vida, por lo que por las tardes también encontré trabajo en un gimnasio para dar clases de aeróbic. Pero seré sincera: no tenía ni idea ni me había formado sobre el tema, pero los retos siempre han sido mi fuerte.
Al cabo de un tiempo encontré un empleo en una empresa multinacional cerca de Terrassa, donde trabajé en el almacén cargando cajas y palés. Trabajé duro y la empresa me ascendió a encargada de exportaciones, pero entonces me topé con otra barrera social, con el machismo. Mis compañeros, todos hombres, no soportaban que podían estar bajo las órdenes de una mujer. El machismo más crudo me atacó de lleno. Con insultos y desprecio. Fue un tiempo duro y tuve que luchar para mostrar que como mujer también podía ocupar un puesto de responsabilidad. La disciplina y el esfuerzo que aprendí en el deporte de élite me resultaron imprescindibles para superar esta etapa.
En ese tiempo, y siendo muy joven, tomé la decisión de casarme con un chico con el que llevaba varios años de noviazgo, pero el matrimonio no duró demasiado y nos separamos.
Quise seguir independizada y hablé con Fernando, mi amigo y maestro, para que me ayudara a conseguir un piso de alquiler pequeño y económico. Pero me costaba cubrir los gastos. Tenía dos trabajos, sí, pero no llegaba. Y me surgió la posibilidad de un tercer empleo. Era en una discoteca durante las noches de los fines de semana. Fueron tiempos intensos y duros. Pero quería seguir viviendo sola, sin depender de nadie. Pasé así algunos años, aunque el cansancio iba a más, no tenía ningún día libre y, una noche, casi ocurre una tragedia. Iba conduciendo hacia la discoteca, me dormí al volante y choqué con un autobús. No con una moto aparcada o con un contenedor, no. ¡Con un autobús! Pero salí ilesa, aunque con un susto en el cuerpo que todavía lo recuerdo y me pongo a temblar.