Читать книгу Empezar de nuevo - Silvia Hatero - Страница 8
ОглавлениеNo daba señales de vida. Parecía que no iba a despertar del coma. La información que le trasladaban a mi marido sobre mí no era nada positiva y no se confiaba demasiado en que saldría de ese estado. Pero el quinto día moví un dedo estando presente Sisco, que se lo contó al médico, aunque éste no le creyó. Pero moví el dedo otra vez. En esta ocasión también estaba presente mi madre y, entonces, el doctor incrédulo decidió quedarse y esperar a que volviera a ocurrir. Y ocurrió. Vaya si ocurrió.
Al abrir los ojos no era consciente de nada. Solo recuerdo estar tumbada en una cama que se encontraba en una habitación muy pequeña y desconocida para mí. Tenía tubos por todo el cuerpo, pero lo más triste es que no recordaba haber estado embarazada e ignoraba que había tenido una niña.
Fueron 20 días los que estuve en la UCI y allí me dieron la noticia: había sido madre y mi hija Nayeli se encontraba en el Hospital de Terrassa por ser prematura y tener los problemas ya citados.
La situación se complicaba por momentos y Sisco peleó para que trasladaran a Nayeli y pudiera estar cerca de mí. También propuso que me dejaran ver a la niña una vez al día porque él sabía que sería una gran motivación para seguir adelante. Los médicos accedieron, aunque el tiempo que podían dejarme a Nayeli era muy escaso por su delicada salud.
Me sentía como en una cárcel. Estaba en una habitación pequeña y con horarios para las visitas, que podían quedarse muy poco rato. Era como estar en el rodaje de una película de ciencia-ficción, ya que solo podían entrar dos personas y con unos uniformes verdes, mientras los demás debían conformarse con verme a través de una ventana.
Estaba todo el día en la cama, mi cuerpo no se mantenía sentado y, mucho menos, de pie. Recuerdo que tanto Sisco como Fernando González, mi amigo y profesor de taekwondo, me daban masajes en las piernas y en los pies. Me sentía muy querida y cuidada, a pesar de que mi cuerpo estaba muy, muy lejos de allí. Una vez al día entraban dos enfermeros y, con una grúa, me levantaban y me sentaban en una silla. Para mí era como estar observando mi cuerpo, pero sin que este aceptara mis órdenes. Mi cabeza funcionaba, iba muy rápida y no entendía qué pasaba.
El diagnóstico que daban los médicos en ese momento era horrible, ya que hablaban del riesgo de que nunca llegara a mover nada más que mis ojos. Me enteré de esto mucho más tarde, claro, ya que no me lo contaron ni los médicos ni mi marido. Sisco sabía que soy una persona luchadora y que tenía que pasar algo más de tiempo para dar un pronóstico definitivo. Y acertó.