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INTRODUCCIÓN

María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio Barba (1778-1850), conocida simplemente como “la Güera Rodríguez”. La mujer hermosa y simpática que dicen cautivó a Simón Bolívar, Alejandro von Humboldt y Agustín de Iturbide. Desterrada de la Ciudad de México por su parte en una conspiración política. Involucrada en varios pleitos escandalosos con su primer marido y después casada dos veces más. Tema tanto de admiración como de chismes durante su vida y después recordada en crónicas históricas y novelas, en la prensa, en obras teatrales, en una película y en una ópera, en historietas y en muchos otros textos. Su fama estalló durante el bicentenario del Grito de Dolores con reposiciones y reimpresiones de esas obras, así como nuevas representaciones en publicaciones populares, en programas de radio y de televisión, y en blogs. Pero, hasta ahora, no se le ha dado la biografía que tanto merece.

La Güera me ha fascinado desde que hace cincuenta años leí Life in Mexico (1843) de Fanny Calderón de la Barca, la esposa escocesa del primer ministro español en el México republicano, quien relata incidentes de sus dos años viviendo en la capital mexicana, en 1840 y 1841. La Güera aparece repetidamente en su texto porque las dos mujeres se hicieron íntimas amigas y compartieron muchos ratos agradables. Fanny nos cuenta —entre otras anécdotas intrigantes— que Humboldt la había pronunciado la mujer más bella que jamás había visto.1 Después leí la biografía novelada de Artemio de Valle-Arizpe, La Güera Rodríguez (1949), que pinta un cuadro inolvidable de “una de las figuras más brillantes” de la historia de México, mujer ingeniosa y rebelde que desafió muchas de las convenciones de su época.2 Y cuando, siendo yo una joven investigadora, encontré varios documentos sobre ella en los archivos, publiqué una selección del largo juicio de divorcio eclesiástico que siguió con su primer marido y guardé mis notas para algún uso futuro.3 Durante todos estos años mis viejos ejemplares de Life in Mexico y La Güera Rodríguez tuvieron un lugar de honor en mi biblioteca. Por eso, cuando emprendí este proyecto sentí que volvía a visitar a una antigua amiga, una de las pocas mujeres mexicanas de su época que dejó una amplia huella documental, cuya vida ofrece una ventana incomparable sobre los últimos tiempos de la colonia y los primeros de la república, y que violó tantas “reglas”, que tenemos que preguntarnos si esas reglas hayan existido fuera de nuestros muy arraigados estereotipos.

Pero al examinar lo que se había escrito sobre ella desde que la de- jé, apenas la reconocí. De un papel secundario en la lucha por la Independencia pasó a ser una de las principales protagonistas. En todo el siglo xx no existió una sola estatua, calle o escuela con su nombre, reconocimiento que le ha tocado a tantas heroínas. Ni formaba parte de la historia oficial que se enseñaba en las escuelas o que se consagra en los museos de historia patria.4 En cambio, para 2010 había llegado a ser una figura icónica. Los carteles que anunciaban la comedia y la ópera La Güera Rodríguez estaban por toda la Ciudad de México, y cuando su glamorosa imagen apareció en un alebrije conmemorando el bicentenario, se la reconocía de inmediato como una de las ama- das patriotas.5 El Museo de la Mujer, inaugurado en 2011, la ubicó como una de apenas cuatro mujeres en la sala de Mujeres Insurgentes, junto a las famosas Leona Vicario, Josefa Ortiz de Domínguez (“La Corregidora”) y Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín.6 Y diversos autores hicieron afirmaciones cada vez más exageradas: fue “La Madre de la Patria”; como “consejera política” de Iturbide “ejerció el mayor grado de poder político que ha tenido una mujer en la historia de México”; y “Es muy probable que sin ella no se habría consumado la Independencia”.7 Algunos le atribuyeron numerosos amantes, entre ellos Bolívar, Humboldt e Iturbide. Y llegaron a describirla como “adicta al sexo”, una “Marilyn Monroe en su momento”, y hasta una de “las 10 prostitutas más famosas de la historia”.8

Entonces entendí que las representaciones de la Güera Rodríguez en los ciento setenta años transcurridos desde su muerte son en sí un tema digno de estudio. Al seguir su ascenso de la relativa oscuridad a la fama, la vi cambiar ante mis ojos de una Intachable Dama Aristocrática a una Patriota Atrevida Pero Finalmente Domada por un Hombre a una Mujer Sabia y, finalmente, a una Heroína Liberada. Y al tratar de encontrar a la verdadera María Ignacia Rodríguez descubrí que mucho de lo que yo creía saber sobre ella era ficción. También observé que una vez que aparecía una nueva historia, luego se repetía como cierta, incluso en algunas obras escritas por investigadores profesionales.

Por eso decidí ampliar el enfoque de mi investigación, del intento inicial de escribir su biografía definitiva —que de todas formas iba a ser imposible por las lagunas en la documentación—, a también analizar las muchas representaciones de esa mujer que ha merecido calificativos tan dispares como “magnífica y extraordinaria”, “astuta”, “pícara”, “seductora”, “libertina”, “depravada”, “ninfómana”, “dócil” y “feminista”. De hecho, la Güera ha sido tema de tantos mitos que es difícil deslindar a la mujer de la leyenda.

Sin embargo, he tratado de separar la verdad de la ficción. La primera mitad de este libro presenta lo que he podido documentar sobre su vida, mucho de lo cual ha sido ignorado —o distorsionado— en textos posteriores. Se nos perfila como una señora de alta sociedad bella y vivaz que confrontó muchas vicisitudes con gran tenacidad, pero que no desafió las normas sociales ni jugó un papel central en la revolución de Independencia. Aun despojada de los mitos que han nublado nuestra visión, la historia real de María Ignacia Rodríguez resulta tan interesante que no necesitaba ningún adorno pues su vida tuvo momentos dramáticos, divertidos y también desgarradores. Y arroja nueva luz sobre la vida cotidiana durante una época para la cual tenemos pocos estudios de historia social y aun menos biografías. También confirma las recientes investigaciones que cuestionan múltiples estereotipos sobre la mujer y el género en el siglo xix.

La segunda parte del libro sigue la trayectoria de la Güera después de su muerte, desde su desaparición del arte y las letras mexicanas en la segunda mitad del siglo xix y su resurrección y transformación en el siglo xx hasta convertirse en ícono popular durante el bicentenario de 2010. Al examinar estas interpretaciones en orden cronológico pude ver cómo su personaje cambió con el tiempo y cómo cada nueva identidad reflejaba el contexto cultural, los valores y los objetivos de los narradores. Además, he tratado de explicar la atracción magnética que ha tenido para tantas generaciones de mexicanos.

Si bien las dos partes del libro se pueden leer independientemente, cada una complementa la otra. Las narraciones creadas muchos años después de su muerte me dieron hipótesis que probar mientras investigaba su vida; y la biografía, a su vez, me permitió ver cuáles partes de esos relatos eran ficticios. Por ejemplo: ¿De veras tuvo relaciones ilícitas con Bolívar y Humboldt? ¿Su destierro de la Ciudad de México de veras fue por apoyar al movimiento de Hidalgo? ¿De veras fue la amante y consejera de Iturbide que le dio la idea del Plan de Iguala? ¿De veras acuñó el dicho “Fuera de México, todo es Cuautitlán”? ¿Manuel Tolsá de veras la usó como el modelo para su escultura de la Virgen de los Dolores en la Iglesia de la Profesa? Resulta que ninguna de estas afirmaciones —ni muchas otras— se pueden corroborar con documentos históricos, y algunas son rotundamente falsas. No obstante, al analizar las diferentes versiones de su vida que aparecieron en distintos momentos, pude rastrear la aparición de los “datos falsos” que posteriormente fueron incorporados a su leyenda. Y pude ver cómo, gradualmente, se fue creando su personaje mítico.

Por lo tanto, este libro sirve como una meditación sobre la construcción de la historia. Las sucesivas transformaciones de su figura manifiestan la gran brecha que existe entre los acontecimientos históricos y la memoria de estos, porque la Güera Rodríguez de la cultura popular dista mucho de la mujer de antaño. También demuestran que la memoria histórica nunca es definitiva, porque la manera de presentar el pasado se actualiza constantemente según las necesidades del presente. Y nos recuerdan que tenemos que evaluar las narraciones históricas con cuidado, siempre preguntando quién creó cada texto, cuándo, con base en cuáles fuentes y con qué propósito. Espero que este estudio tanto de la mujer como del mito nos ayude a desarrollar nuestras capacidades críticas para poder evitar que nos seduzcan los datos falsos y los cuentos apócrifos.

1 Calderón de la Barca, Life in Mexico, p. 141.

2 Valle-Arizpe, La Güera Rodríguez, cita del prólogo titulado “Isagoge.”

3 “Don José Villamil y Primo contra doña María Ignacia Rodríguez, 1802,” en Arrom, Mujer mexicana, pp. 63-107.

4 Ver, por ejemplo, la Galería de Historia del Museo del Caracol que forma parte del Museo Nacional de Historia en la Ciudad de México, visitado en febrero de 2018; y los textos escolares de la Secretaría de Educación Pública, Catalogo Digital.

5 Ver von ZauRunyon, “Alebrijes”.

6 Museo visitado por la autora en marzo de 2015. Ver Galeana, Museo de la Mujer, pp. 65-75.

7 Garci, Más pendejadas célebres, pp. 14-18; Rivera, “La Güera Rodríguez, vital en la independencia”; y Díaz, “La Güera Rodríguez, la mujer detrás de la Independencia de México”.

8 Yorch, “La Güera Rodríguez: heroína olvidada”; Reznik, “¿Quién fue la Güera Rodríguez?”; y Dávila, “Conozca a las 10 prostitutas más famosas de la historia”.

La Güera Rodríguez

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