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INTRODUCCIÓN

El buen humor de los buenos (EG 1-18)

Hace un tiempo, conversando con un sociólogo, le comentaba las bondades técnicas y profesionales que tenía cierta persona para liderar una tarea. Cuando terminé me miró seriamente y me preguntó: “¿Tiene sentido del humor? “. A mí no se me había ocurrido pensar en esa cualidad. Este buen señor me explicó que es una capacidad para desdramatizar la realidad de los hechos, para reírse de uno mismo; también es una herramienta de resiliencia que ayuda a no focalizar en las preocupaciones, para remitirnos a un contexto más amplio en donde también se encuentran las soluciones para esos conflictos. No se trata de reírse siempre, sino de buscar el lado positivo de los hechos, de confiar más en la calma que en las tormentas. Allí entendí que esta cualidad es básica para empezar a hablar de un verdadero líder.

El buen humor no se fabrica; como todas las virtudes y actitudes debe tener un sustento que garantice su perdurabilidad. Una persona con sentido del humor es una persona alegre, que goza de las pequeñas cosas de la vida cotidiana en cualquier circunstancia que se encuentre, que contempla y se consuela con la parte del vaso que tiene, aunque no sean más que unas gotas de agua. Es un evangelizador que tiene fe y mucha esperanza.

Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias. (EG 2)

El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. (EG 3)

De la mano de Francisco nos acercamos a la idea de que una persona de buen corazón es antes que todo una persona de buen humor, una persona alegre. Pensando en esto se nos vienen a la memoria muchos rostros de gente con sufrimientos y carencias que no pierden la alegría. Desearía que puedan disfrutar de la sonrisa honda y contagiosa de Nicolás y Teresita, papás de Tadeo y Jeremías. Jeremías tiene parálisis cerebral, es un niño que puede ser visto como una pesadilla o como una bendición, un estorbo o un camino de búsquedas, algo indeseado o alguien amado. Este matrimonio, junto con Tadeo, eligió las segundas opciones y andan por el mundo repartiendo alegría, servicio, generosidad y vida, llevando la silla de Jere a quien llaman “nuestra cruz de chocolate”. ¿Cómo es que pueden tener alegría para ellos y para dar? Cada día, sin descanso, buscan un encuentro con Jesús y han tomado la decisión de dejarse encontrar por Él (3). Viven de la abundancia de ser Hijos de Dios y de María ¡son buena gente! Desde hace algunos años, a través de Tadeo, pertenecen a uno de los colegios de la familia de Madre Catalina de María Rodríguez. Esta mujer vino a completarles los modos de vivir el encuentro íntimo con Jesús para salir al encuentro de los demás (4).

Si vamos a la vida de Catalina, ella fue una buena mujer, alegre, con buen humor, anclada en el Corazón de Jesús y con una vida con más espinas que rosas. En ella primó la alegría que trae la fe en Cristo resucitado y fue uno de esos rostros que, como el de Teresita y Nicolás, llevan a los demás la alegría de ser Hijos de Dios y desde ese eje se dejan llevar.

En las memorias de Catalina de María hay varios relatos en los que, desde su pluma, se evidencia este don. En 1868, terminada la peste del cólera, se encuentra con el padre David Luque que estaba atendiendo enfermos. Ella describe el hecho diciendo que “habiéndose ocupado tanto de los enfermos se olvidó de los sanos” (5). A pocos meses de fundada la Congregación “el P. Luque y el P. Bustamante recorrieron las habitaciones de las hermanas para quitar en ellas cuanto hubiese de superfluo. A este acto lo llamábamos con mucha gracia Circuncisión” (6). En su viaje a Roma decide visitar Loreto. Ella y la hermana Ana de la Cruz, que la acompañaba, fueron víctimas de un embuste por parte de quienes las llevaban, por lo que debieron llegar al hotel en un carretón sentadas sobre paja. Catalina, risueñamente, comparó la situación con la entrada de Jesús en Jerusalén; pero ellas en lugar de vivas recibían burlas (7). Hasta en su lecho de muerte dio muestras de este don: cuando entró la hermana Ignacia Castellano, su vicaria, para ofrecerle los últimos sacramentos, ella le dijo “¡Cómo será el estado de gravedad en que estoy, cuando la traen a la Hermana Ignacia!” (8).

Considerando la formalidad en el trato que se imponía en su época, es doblemente llamativo el estilo que usa. Es frecuente encontrar en sus cartas expresiones como:

“Le pido no olvide a su pobre madre que siempre anda como el cangrejo caminando para atrás” (9); “Disfrute tranquila todo lo que le den sin decir basta, cuando más dígale a Nuestro Señor que le dé a su pobre madre vieja un poquito de lo que a usted le sobra” (10); “Dios pronto me vendrá a buscar y necesitaré de la oración de mis hijas para que con un guinche me lleven al Cielo” (11).

Madre Catalina está lejos de una alegría superficial y burlona, en cambio se siente cercana a un Dios que nos regala un nuevo día para disfrutar la vida que Él mismo da en abundancia. No piensa en ella misma, sino en el modo de hacer un mundo mejor para ella y para los demás. No dramatiza las situaciones, no se victimiza ni toma lugares de jerarquía. Sencillamente vive la alegría, el buen humor de los buenos.

Ese buen humor de los buenos podría asimilarse a la alegría del Evangelio. El Evangelio es la Buena Noticia que nos trae Cristo resucitado. Allí bautiza como felices a los pobres, a los perseguidos por su causa, a los que trabajan por la paz y la justicia, a los limpios de corazón, a los misericordiosos (12). Todos ellos son buena gente que ha tenido un encuentro con Jesús y no pueden guardárselo; y el único modo en el que saben darlo, aún en medio de tristezas, es con alegría, porque eso mismo es lo quedó resonando en sus corazones al conocerlo a Él. Como Juan y Pedro, que les dijeron a los sumos sacerdotes que querían silenciarlos: no podemos callar lo que hemos visto y oído (Hch 4,20). Lo que habían visto era a Jesús y lo que habían oído era el Evangelio.

En cada una de nuestras vidas, y en la vida de la Iglesia, debemos tener presente que la iniciativa siempre es de Él, que nos amó primero (1 Jn 4,19). “Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo” (EG 12).

La alegría del Evangelio es misionera. Evangeliza y nos evangeliza.

Volviendo al título de este apartado, opino certeramente que la bondad tiene en la alegría su mejor marketing y su mejor rostro. Como hija de la Iglesia me duelen los cristianos con “cara de vinagre” o los que se sientan en un trono y desde allí gobiernan a lo que consideran un feudo.

Ya los primeros cristianos, que fueron sumamente perseguidos, repetían: “¡estén alegres! ¡Cristo resucitó!” (cfr. Flp 4, 5-9).

• Te invito a que, como hijo de Dios y con una memoria agradecida, recorras tu vida y pases por el corazón el momento en que Jesús se hizo presente en él y le dio otro sentido a tus opciones, a tus intereses, a tu amor. Probablemente no ha sido en una capilla, quizás ocurrió mientras mirabas o escuchabas a alguno de estos “buenos alegres”.

Jesús tiene sus momentos para encontrarnos y sellarnos con su misericordiosa presencia.

• A partir de allí, y alimentando el deseo de hacer un mundo mejor, repasa, agregando o quitando, los modos en que, tomándote de esa presencia, llevas a tu corazón y al de los demás la alegría del Evangelio.

Para ahondar: Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. (Mt 5, 10)

3- Cfr. Evangelii Gaudium, 3.

4- http://www.esclavasargentinas.com/padres-de-jeremias-nuestra-cruz-de-chocolate/

5- Rodríguez, Catalina de María. Memorias, 32.

6- Ibídem 66. El subrayado es original de Catalina.

7- Cfr. Rodríguez, Catalina de María. Apuntes, 263.

8- Ibídem, 302. Este hecho se comprende mejor desde el contexto en que la hermana vicaria era la encargada de ofrecerle los últimos sacramentos a las hermanas enfermas.

9- Rodríguez, Catalina de María, Carta 28.

10- Rodríguez, Catalina de María, Carta 44.

11- Rodríguez, Catalina de María, Carta 836.

12- Cfr. Evangelio de Mateo 5, 3-12.

La Evangelii Gaudium, una novedad eterna

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