Читать книгу El poder de la buena educación - Soukaina El Hmidi Khomssi - Страница 5

Оглавление

La buena educación


A menudo nos preguntamos de dónde viene la ignorancia de las personas. Pues he de decir que tengo una buena respuesta para esta grandísima pregunta: viene, sin duda, de las carencias de la educación. Asimismo, de la mala educación. Recibimos durante seis horas lectivas clases en las que aprendemos prácticamente todas las materias, sin embargo, no existe una asignatura que eduque a los seres humanos como personas.

Muchas veces se da por supuesto que la educación ya viene dada desde casa. No obstante, la escuela la pone a prueba sin premeditación. Hay muchas deficiencias en el sistema educativo que mencionaré más adelante.

Según la RAE la educación debe orientarse hacia el pleno desarrollo de la personalidad humana y del sentido de su dignidad; fortalecer el respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales, así como capacitar a todas las personas para participar efectivamente en una sociedad libre; y favorecer la compresión, la tolerancia y la paz. Pues bien, los centros educativos, también tienen como objetivo educar y desarrollar la personalidad e incrementar los valores del ser humano. Lo que podemos apreciar en las escuelas es la disminución de esta práctica. Se le da más valor a las otras materias con el fin de llegar a ese aprobado al que tanto aspiramos.

Pienso que la inculcación de los valores y de la buena educación tendría que estar siempre presente en las aulas y no importa el tipo de estudios que estés cursando, dado que sin las cualidades que te hacen ser persona no puedes moverte por la vida. Cuando digo que tendría que estar presente en clase, no me refiero solamente a esa hora que pido en particular dedicada única y exclusivamente para inculcar a los alumnos los valores necesarios, sino que en cada asignatura tendría que verse reflejada «la buena educación».

Muchos estudiantes hemos sido testigos de la humillación que se ha dado y se continúa dando en algunas de las clases dadas por el mismo profesor. Simplemente por no responder bien a una pregunta o por querer que el silencio hable por ti en alguna respuesta. En primaria, concretamente en sexto hubo una materia cuyo nombre era Ciudadanía. En esta, aprendimos algunos de los conceptos claves para vivir en sociedad, como el respeto o la tolerancia. Había una serie de ejercicios que te situaban en la vida real y tenías que responder a dichas cuestiones. Eso era un ejercicio mental que, por muy insignificante que parezca, ayudó mucho en el desarrollo de nuestras virtudes. Desde entonces no volví a presenciar una clase de ese tipo, y la echo en falta.

En mi opinión, los centros educativos son un claro ejemplo de oxímoron. Es una clara contradicción, porque no acaba educando en todas las facetas que conlleva el significado de la palabra, ya que podría hacerse en al menos cuatro sentidos: el de la enseñanza, la cortesía, la cultura y la instrucción. Y estoy conforme en que nos enseña, pero tristemente nos orienta a conformarnos con un sistema educativo que acaba sin educar correctamente a los estudiantes. Cuando tan solo tenía 7 años, mi hermano en aquel entonces cursaba la ESO y siempre venía agotado, desgastado y cansado. Un día de esos, tuvimos una pequeña conversación sobre su estado.

—Pero ¿por qué vienes así del colegio? —le pregunté.

—No me gusta estudiar, me aburro muchísimo, no se me dan bien las mates ni la física, y aún menos la química —me respondió con una voz seca.

Le seguí haciendo preguntas porque no lo entendí, pero él cada vez me contestaba menos. No sé si pensó que yo era una pesada o si simplemente él no tenía ganas de hablar. Yo siempre he sido muy curiosa y cuando él me daba una respuesta, yo no estaba conforme con ella y quería más explicaciones. Sinceramente no lo entendía, ya que a mí me gustaba ir a la escuela para reencontrarme con mis compañeros y no me cabía en la cabeza que a mi hermano no le gustara.

Con el tiempo, cuando fui creciendo y pasando de curso, se acumulaba la faena y empezaban los exámenes. En ese período me sentía grande. Nunca me han gustado las pruebas de evaluación o la importancia que se les da, ya que no le veía el sentido a someterse a un examen y obtener una nota que definiera tu inteligencia. Desde entonces, empezaron las diferencias porque quien más nota tenía más listo era.

No compartía en absoluto esa idea porque, por el mismo razonamiento, quien peor nota tenía era el más memo, y tampoco estaba de acuerdo con esa afirmación. Una vez, una compañera que solía sacar buenas notas no obtuvo el aprobado, y la profesora se acercó y le dijo que estudiara más para el próximo examen si quería aprobar la materia. Cuando se fue la maestra, la niña se sintió muy mal y se fue a casa con desesperación y angustia. En ese momento, empecé a analizar y relacionar las situaciones.

Cuando repartían los exámenes, los alumnos estaban ansiosos por la nota, aunque algunos de ellos ni querían verla. En primer lugar, me acordé de cuando mi hermano venía desgastado y cansado porque era malo en las mates. Seguidamente recordé a Júlia, la compañera que se fue mal a su casa, y por último me concentré en el momento en el que el maestro repartía los exámenes. Llegué a la conclusión de que a mi hermano sí que le gustaba el colegio, pero determinadas materias le desagradaban. No hay que ser bueno en todo, pero la escuela nos exige que seamos los mejores en todas y cada una de las asignaturas existentes.

Si a uno no le entusiasma alguna de ellas, no pasa nada. No hace falta apuntarlo a extraescolares para machacarlo haciendo mates, como decían mis padres. A mi hermano le gustaba la música y sacaba muy buenas notas en esa asignatura, pero, dejando aparte las calificaciones, le gustaba de verdad. ¿Por qué no invertir tiempo en su afición? Pero ese tipo de materias parece que sean las sobras y que no sirvan para mucho ni cuenten para nada.

A Júlia le exigieron más estudio, pero ¿qué es estudiar? ¿Es estudiar sinónimo de aprender? Es cuando tuve claro que no, no quería estudiar ni sacar la mejor nota. Simplemente pretendía aprender y tenía claro que no iba a asimilar los conceptos gracias a ningún examen, sino que lo hacía a través de la práctica y de la dinámica de la clase.

Me fijé en el panorama de clase que se formaba a la hora de entregar las notas de los exámenes. Miré a mi alrededor y todos estaban deseando obtener la calificación de aprobado. Pero no lo comprendía, no creía que el examen fuese una herramienta que determinara si había captado los conceptos estudiados o si los había aprendido correctamente.

Un momento clave era cuando el profesor anunciaba un trabajo que teníamos que hacer. En ese instante todas las manos se alzaban seguidas de la pregunta más mítica de la escuela: «¿Vale para nota?». ¿Hasta qué punto nos han infundido que el maldito número lo es todo? Si la respuesta era que sí que valía para nota, se tenía que hacer mejor.

Fue en ese momento cuando me di cuenta de que aquello no era educación. No sé a ciencia cierta lo que era, pero estaba segura de que no era aquel concepto real de la educación. Las actividades en clase y el trabajo grupal están infravalorados, aunque son, para mí, el mejor método para trabajar, colaborando y desarrollando habilidades que te van a servir para el futuro. Sí, hablo de ese futuro para el cual supuestamente nos están preparando, ese mismo.

El trabajo en grupo aporta mucho beneficio en los equipos, ya que los une y es capaz de crear un clima en el que todos los miembros se sientan parte del proyecto; esto es muy importante, pues las relaciones con los compañeros serán, por norma general, mucho mejores. Aumenta la calidad del trabajo y las decisiones se toman en conjunto. No te hace sentir menos por no saber llevar un asunto en concreto, al contrario, encuentras tu punto fuerte y lo robustecen de tal manera que tu parte se vuelve esencial.

Así te tiene que hacer sentir la escuela: esencial y único. Lo queramos más o lo queramos menos, nuestro segundo hogar es ese dichoso colegio. Qué pena tener que pasar horas y horas encerrado en un edificio de las cuales las primeras tres o cuatro horas intentas permanecer despierto y las restantes, por desgracia, están destinadas al fracaso. Y por eso me reitero en esto, y creo que no es una buena educación la que estamos recibiendo.

Ahora bien, ¿qué entendéis por educación? ¿La formación, la sabiduría, la competencia? ¿Qué es la perversa educación? Cuando éramos más pequeños y aprendimos a sumar, restar, multiplicar y dividir nos sentíamos bien. Cuando aprendimos el abecedario, aún mejor. Cuando empezamos a leer, nos creímos los mejores. Y cuando mi mamá me preguntaba «¿Qué has aprendido hoy?», sabía qué responderle. Ahora me pregunta, y me sobra el tiempo para darle una respuesta que ciertamente no me la creo ni yo.

Pero vamos al lío, ahora, desafortunadamente, lo que aprendemos hoy, se nos olvida mañana. Aprender es algo imprescindible en nuestras vidas, ya que es cultivarse, formarse, ilustrarse y llenarse el alma de sabiduría. Y si la llenas hoy y mañana está vacía, no cumple el requisito básico del aprendizaje. Es cuando me vuelvo a preguntar: «¿Qué estamos haciendo en la escuela?». Pasar el tiempo o el tiempo nos está pasando, no lo sé bien. Quiero que sepáis que el amor por la buena educación nunca se pierde, y si lo perdéis es que no es buena.

Cuando me dijo mi hermano que no quería estudiar, más tarde lo entendí. Porque lo mejor es aprender, es más, aprender a aprender. Siempre obviando la deficiencia más sangrante del modelo educativo, que es la alta tasa de abandono escolar temprano, por la que uno de cada cuatro jóvenes no continúa tras la etapa obligatoria y por tanto tampoco alcanza un nivel formativo que le permita acceder a un empleo de mínima cualificación. Llegados a este punto, aún no logró encontrar un ejemplo de buena educación, puede ser que a lo largo del libro llegue a hallarlo.

El poder de la buena educación

Подняться наверх