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Militante eterna
ОглавлениеSu rostro fresco y su mirada azul, cargada de antiguas dulzuras, como su hablar pausado, no parecen coincidir con la historia de esta mujer de 93 años1, que durante 70 años de militancia comunista vivió y participó de los mayores acontecimientos del mundo en el siglo XX.
Fanny Edelman, nacida en 1911 en San Francisco, provincia de Córdoba, se integró a la militancia desde muy joven. Es miembro del Comité Central del Partido Comunista Argentino (PCA) y secretaria de la Federación Democrática Internacional de Mujeres (FEDIM) y fue voluntaria en la Guerra Civil española, entre otras actividades. En aquellos años de su juventud, compartió días con María, la admirada militante de sus historias, cuyo nombre conoció mucho después: Tina Modotti2. Fue impactada por la belleza, fuerza y personalidad de Dolores Ibárruri, la Pasionaria, y la modestia y honestidad de Antonio Machado y tantos otros nombres imposibles de incluir en esta entrevista. Figuras que siguen desfilando ante sus ojos y su prodigiosa memoria.
Fanny Edelman continúa activa políticamente y trabajando además en el tema de mujeres y en la solidaridad. Ha estado detenida varias veces a lo largo de su historia y buena parte de su vida joven pasó en la clandestinidad.
Como debía ser, la entrevista comienza con el nuevo episodio de la increíble leyenda en que se ha convertido la vida y la muerte de Eva Duarte de Perón, “Evita” para los millones que la amaron.
Seguramente que la legendaria Evita no pudo imaginar nunca que el sudario que cubrió su cadáver, llevado y traído en una saga de odios, amores y muertes, haya estado casi diez años escondido y custodiado en la sede del PC de Argentina, un partido enfrentado al peronismo en su tiempo.
“En un sótano, disimulado entre cajas y libros, el tan preciado símbolo para sus seguidores, fue mantenido oculto y rodeado por el secreto. Para nosotros mantener el sudario de Evita y defenderlo de caer en manos de sus feroces enemigos, fue un tema de solidaridad. La historia de lo que sucedió con Evita y su cadáver muestra lo que luego fue la dictadura. La desaparición de ese cadáver, en un esquema de acciones tan perverso y retorcido, aún asombra al mundo. Se mantuvo así el secreto absoluto y sólo dos personas nuestras sabían del sudario y otros objetos escondidos. Incluso esto salió a luz pública no por nosotros sino por una información que llegó desde afuera, cuando ya habíamos puesto todo en manos de sus dueños naturales”, relata Fanny pausadamente.
El empresario peronista Mario Rotundo solicitó ayuda en 1994-95, ante el temor de que el sudario y otra cantidad de objetos que pertenecían a Eva Perón, le fueran arrebatados y robados por los hombres del expresidente Carlos Menem (1989-1999). Intermediarios entre Rotundo y Jorge Kreynes, dirigente del PC, fueron el abogado Eduardo Barcesat y Carlos Imiscoz, dirigente ya fallecido del movimiento de jubilados.
—Esta historia parece seguir la increíble saga de la vida de Evita. Usted era muy joven cuando el primer gobierno de Juan Domingo Perón. ¿Cómo recuerda todo aquello?
—Yo estoy estudiando a fondo la figura de Eva. Ella tuvo una influencia extraordinaria. Su condición de clase y la situación de haber sido hija ilegítima, como se decía antes, su odio a la oligarquía, el hecho de que su familia sufriera tantas humillaciones por parte de una clase que había humillado y humillaba a los pobres siempre, marcó su vida y su acción. Ella creó la rama femenina del peronismo, y aunque todo tenía un tono autoritario, se realizaron trabajos sobre reivindicaciones concretas, vivienda, salario, protección a la infancia, lo que produjo un movimiento nacional muy significativo. La virtud de Eva fue trabajar sobre la falta de conciencia política de una gran masa humana que ingresó por primera vez al trabajo. Al desarrollarse la industria liviana, millones de trabajadores tuvieron un trabajo por primera vez, viviendo también bajo un régimen de asistencia social. Yo no me atrevería a hacer definiciones profundas sobre el fenómeno del peronismo. Hay mucho que estudiar todavía. Decir que el peronismo era nazifascista era una caracterización muy gruesa. Había elementos sí y nosotros creemos que había una concepción muy autoritaria, no se podía aceptar disenso. Por nuestra parte también hubo posiciones extremas sin profundización del tema. Fuimos víctimas de persecución y eso nadie lo puede negar, pero esto fue modificándose con el tiempo. En el último período y tercer gobierno de Perón (1973-1974) antes de su muerte, todo había cambiado tanto que tuvo un ministro comunista, José Ber Gelbard, quien rompió el bloqueo a Cuba y envió automóviles y créditos.
—¿Qué la llevó a ingresar en su juventud al Partido Comunista?
—Cuando era muy joven me golpeó muy fuertemente ver la película El acorazado Potemkin. Mi padre era rumano y mi madre rusa y habían salido huyendo de los pogroms zaristas. Ellos no eran políticos, sino librepensadores, más bien anarquistas. Mi madre nos dio una gran libertad y esa confianza marcó mi vida. Yo quería estudiar medicina pero en esos tiempos sólo los varones estudiaban y las mujeres estábamos en segundo plano. Entonces estudié música en el Conservatorio Nacional para componer, pero todo se truncó. Vivimos un tiempo muy difícil, de gran precariedad económica. Viviendo en Buenos Aires —yo nací en Córdoba—comencé a relacionarme con artistas y escritores en el barrio, y a través de ellos conocí a mi compañero, Bernardo Edelman, del Partido Socialista (PS). Bajo su influjo comencé a militar.
—¿Cómo vivió el golpe de Estado del año 30?
—En esos momentos no pude dimensionar lo que significaba el golpe de Estado del general José Félix Uriburu, quien destituyó al presidente Hipólito Yrigoyen. Pero había sucedido ya la movilización militar contra una gran huelga ferroviaria en 1917 y la represión y masacre de los obreros en lo que se llamó la Patagonia Trágica y los metalúrgicos de Vasena. Incomunicado con el pueblo que lo había elegido, Yrigoyen cayó ante el golpe militar fascista que inauguró 50 años de golpes de Estado. La resistencia popular no cedió entonces, alentada por la crisis económica. Las medidas represivas de Uriburu marcaron la vida del país hasta ahora. Bajo Estado de Sitio y Ley Marcial millares de trabajadores fueron detenidos y torturados. Fue ese gobierno el que inauguró el traslado de detenidos políticos a la cárcel terrible de Ushuaia, en la isla de Tierra del Fuego, al sur del sur, y ordenó el fusilamiento de Severino Di Giovanni, entre otros. También se creó la Sección Especial y aplicó la ley 4.144 de expulsión de extranjeros y los entregó a los gobiernos fascistas, profundizando la dependencia de Inglaterra y Estados Unidos. La Legión Cívica Argentina, conformada por lo más reaccionario y golpista, sentó precedentes para los futuros golpes. Le sucedió el general Agustín P. Justo, gracias a elecciones fraudulentas, y la Sección Especial continuó haciendo su tarea. Por allí pasarían más de diez mil presos políticos en esos años. Los gobiernos que siguieron la usaron, como sucedió durante el peronismo, y además la Sección Especial actuó al margen de la justicia y de la policía. Las dictaduras se sucedieron unas tras otras después del derrocamiento de Perón en 1955, hasta la última, la más criminal de la historia.
—¿Esto marca los antecedentes para lo que vendría después?
—Sin esta historia, así rápidamente contada, no se puede entender todo lo que vino después. El PC había logrado editar el periódico Bandera Roja y su director, Héctor Agosti, estuvo detenido entre 1934 y 1937. En ese entonces fue importante la existencia de Socorro Rojo, organización comunista de nivel internacional de solidaridad con los presos políticos y gremiales, y allí conocí a Alcira de la Peña, emblemática dirigente comunista, y otros, y comencé a visitar las cárceles y a los familiares de los presos, reuniendo dinero para las familias. Con el ingreso a Socorro Rojo estuve cerca de las luchas obreras y políticas, las grandes huelgas y las acciones de comunistas y anarquistas con una extraordinaria participación de mujeres.
—Dentro de ese escenario en Argentina, ¿cómo llega a la Guerra Civil española?
—En 1936 me casé con Bernardo y nos volcamos al movimiento de solidaridad con España. En Argentina se produjo una enorme movilización de solidaridad con la República Española. Un día Bernardo llegó con la noticia de que un grupo de compañeros pensaba alistarse en las Brigadas Internacionales para ir a combatir a España y yo decidí acompañarlo. Fueron tan fuertes aquellos momentos que relatar esto me llevó muchas páginas en mi libro de memorias, Banderas, pasiones, camaradas. Mi vida en España fue una experiencia trágica y hermosa a la vez.
—Habrá muchos recuerdos de esos momentos que marcaron la historia de la humanidad.
—Varios amigos me ayudaron con el pasaje y viajamos en tercera clase del barco Olimper, en 1937, junto a un grupo de españoles, italianos y otros. En 30 días íbamos a estar en Ámsterdam. Pero no puedo dejar de mencionar que cuando llegamos a Río de Janeiro, en tránsito, se produjo una enorme conmoción, porque vimos, en la primera plana de los periódicos, la foto del dirigente comunista brasileño Carlos Prestes cuando lo llevaban a un tribunal militar. Había dirigido un heroico levantamiento y marcha en 1935, en su país. También Rodolfo Ghioldi, de nuestro partido en Argentina, que lo acompañaba en su acción, era llevado en confinamiento a la isla Fernando de Noronha. La figura de Prestes marcó la historia de Brasil.
—Encadenamientos de hechos que marcarían la historia del mundo...
—Sí, es cierto. De Ámsterdam fuimos a París, donde estuvimos con el Socorro Popular Francés y la delegación de la República Española. Recuerdo entonces que fuimos a la Exposición Universal, y vimos allí el cuadro Guernica de Pablo Picasso, que presidía el pabellón de la República Española y que reflejaba el brutal bombardeo de la Legión Cóndor alemana el 26 de abril de 1937 sobre la pequeña ciudad del País Vasco, que provocó la muerte de miles de sus habitantes. De París fuimos a Perpignan para resolver problemas de documentos y luego a Cerbère, la última ciudad francesa. No olvidaré nunca el trayecto desde allí hasta Portbou, Cataluña. A nuestro paso en el tren, muchos campesinos levantaban las guadañas con que segaban el trigo para saludarnos, y nosotros llorábamos. Allí en Barcelona comenzamos a vivir la guerra. Al principio vimos toda la gente en las ramblas colmadas y parecía que no pasaba nada, pero rápidamente las alarmas advirtiendo los bombardeos nos llevaron a la realidad. Fuimos a Madrid, donde un bombardeo —del que nos salvamos milagrosamente— destruyó el Socorro Rojo, y de allí a Valencia, donde estaba el gobierno de la República, a hacernos cargo de nuestras tareas. Estábamos en el terreno donde se libraba una batalla, no sólo contra el enemigo interior sino contra la intervención directa de Alemania e Italia: Bernardo, como corresponsal de Nueva España, y yo, en el Socorro Rojo.
—¿Cómo se vivía a nivel popular aquel momento?
—Eso era lo más inolvidable. Vimos aquel pueblo que con o sin armas, descalzo o con alpargatas, sin alimentos muchas veces, estaba allí resistiendo, defendiendo a su patria invadida. Vimos campos ensangrentados, ciudades destrozadas por los bombardeos, mujeres y niños asesinados en los caminos. Las obras de arte, símbolo de una cultura que en su época de oro asombró al mundo, arrasadas o entregadas por los facciosos al enemigo, en retribución de servicios.
—¿Cuánto tiempo estuvieron ustedes en España? Y, aunque es difícil preguntarle, ¿a quiénes recuerda más cercanamente?
—Dos años estuvimos allí. Y fueron tantas las bellas personas con las que compartimos la vida en aquellos momentos límites de la guerra que es difícil olvidarlas. Hay nombres: Amparo, Conchita, Matilde Landa, apasionada militante, que fue fusilada después por los franquistas. Difícil olvidar al Comandante Carlos del Quinto Regimiento, que estaba con nosotros, y junto a él, María, una mujer excepcional, fina, de apariencia frágil, valiente, generosa. Mucho después supe su nombre: nada menos que Tina Modotti3. Con ella me unió una fuerte amistad, inolvidables charlas. Salíamos juntas de nuestro alojamiento en la Calle Conde de Carlés, hacia la sede del Socorro Rojo, en la calle Marqués [Conde] de Montornés, y regresábamos, un poco amparándonos una a otra, tomadas del brazo, y yo enmudecía ante la lucidez de aquella mujer con tanta valentía y sensibilidad. Extraordinaria fotógrafa, que debió sufrir tanto cuando mataron a su compañero Juan Antonio Mella [en México, 1929]. Todo eso lo seguí yo desde lejos. Ella amaba México profundamente. Nosotros pudimos ver de cerca el rostro de lo que era la República y de aquella guerra. Anduvimos entre los campesinos y en la zona industrial en Cataluña, entre estudiantes e intelectuales. Quiero destacar en este recuerdo la acción cultural de Rafael Alberti, Teresa León y León Felipe, que llevaron la cultura a los niveles más populares. Hicieron lo que antes había hecho Federico García Lorca. Iban con carretas haciendo obras de teatro, en las escuelas, en los campos. Hay tanto que decir sobre todo lo que se hizo, a pesar de que muchos países ayudaron al dictador Francisco Franco. Fue una traición terrible ayudando a los ejércitos de Hitler y Mussolini, frente a los que ayudaron a la República, como México y la Unión Soviética. Yo digo que si en esa guerra hubiera triunfado la República Española no hubiera habido una Segunda Guerra Mundial.
—¿Cómo fue su experiencia en Valencia?
—Valencia no escapó al crimen. Recuerdo un día de sol brillante cuando un alud de metrallas cayó sobre la gente que salía del trabajo. Corrimos a recoger a los heridos y dentro de tanto dolor era increíble la valentía con que actuaban todos. El poeta Antonio Machado había convocado a la campaña de invierno de 1937 para reunir abrigos, alimentos, medicamentos para los combatientes. Fui designada para dirigirla en el Socorro Rojo. Y toda España respondió. Curiosamente, en medio de aquella guerra cruel, estábamos siempre renaciendo ante lo que sucedía alrededor. Recuerdo que fuimos con Bernardo al pueblo de Rocafort, muy cerca de Valencia, a ver al poeta Machado, donde vivía con su madre, en una humilde casa pintada de blanco. Era de una humildad conmovedora, y se advertía la profunda identidad con su pueblo y su rechazo visceral al fascismo. Creía en la victoria de la República y no sospechaba, en ese momento, que la contrarrevolución estaba en marcha con una fuerza temible. Fue en Valencia donde conocí a grandes figuras del movimiento revolucionario mundial, a los jefes más reconocidos del ejército popular, a los combatientes maravillosos y a las valientes Mujeres de la Unión Antifascista Española.
—¿Entonces conoció a Dolores Ibárruri, “la Pasionaria”?
—Sí. Mi primer recuerdo es de cuando la vi en el Segundo Congreso de esta organización realizado en Valencia. Era una mujer muy bella, alta, vestida de negro, que impactaba, y su voz ardiente y su discurso estremecían a todos. En ese entonces la vi de lejos. Luego la conocí y estuve con ella en el año 72, en el Congreso de FEDIM. Su vida ya es parte indisoluble de la historia del siglo XX, de las victorias y derrotas del movimiento popular. Y ¿cómo no evocar al gran poeta Miguel Hernández, detenido cuando iba a buscar a su mujer Josefina, a Manolín, que aún estaba en el vientre de su madre? Lo mataron como a García Lorca, y antes de ser asesinado por el franquismo escribió en una pared de su celda: “Adiós, hermanos y amigos, despedidme del sol y de los trigos”. ¿Cómo podría yo olvidar esos días, esas figuras?
—¿Y cómo fue para ustedes cuando la guerra llegó a Valencia?
—En diciembre de 1937 el enemigo estaba por lanzarse de nuevo sobre Madrid y el ejército popular inició una ofensiva sobre Teruel conquistándola y festejamos aquella victoria. Fue un día de alegría; pero ya en marzo de 19384 la ofensiva fascista quebraba el frente en su proyecto de dividir España en dos y, a la sombra de la traición avanzaba. Se decidió que debíamos abandonar Valencia hacia Barcelona en la noche. Íbamos con los faroles apagados mientras los bombarderos pasaban sobre nuestras cabezas. Fue un viaje interminable e inolvidable. Había que aumentar la actividad del Socorro Rojo en Barcelona. La Barcelonet, un barrio obrero, fue bombardeado brutalmente en esos días, y en una escuela, objetivo de los fascistas, murieron decenas de niños. El gobierno no tenía cómo responder, pero mientras la población desesperaba un día domingo recuerdo que un avión lanzó volantes anunciando que venían defensas. Unos días más tarde vimos aparecer dos cazas soviéticos sobrevolando la ciudad y todos nos abrazábamos y reíamos. Fueron momentos increíbles. Las traiciones fueron tan terribles como los enemigos. Hay tanto aún para hablar de aquellos días que no alcanzarían las páginas. El dolor del regreso fue también inmenso, porque dejábamos atrás lo que tanto habíamos amado. Después fuimos conociendo la suerte de muchos de nuestros compañeros, en esa gran cárcel en que se transformó España bajo Franco.
—Siempre se recuerda que usted viajaba también en esos tiempos para buscar apoyos en todas partes.
—Viajaba continuamente entre España y Argentina. En Francia funcionaba el Comité de Solidaridad con España y allí confluía toda la ayuda. Yo debía organizar el tema de presos y refugiados y trabajar con la organización de solidaridad en Chile y Uruguay, y así llegaron aquí unos mil refugiados. El que organizó todo eso con nosotros fue Pablo Neruda. Lo conocí en las Jornadas Solidarias en Buenos Aires. Era hosco, más bien callado, quizás porque era tímido, y a pesar de su voz monótona, cuando recitaba sus poesías todo se transformaba. También trabajé con Juan Marinello, el gran intelectual cubano, con el que hicimos una gran amistad. Por Argentina habían pasado personajes maravillosos como Federico García Lorca, a quien habíamos visto en el escenario del teatro Avenida. Cuando lo mataron fue terrible para todos, pero para el pueblo español fue una tragedia. Él era un incansable luchador y dejó una obra apasionante. Hubo unos 500 argentinos que lucharon en la Guerra Civil española.
—Luego trabajó para sacar a los refugiados.
—Sí, fue una historia muy importante en nuestras vidas. Nada fue lo mismo después de esto. Seis meses después de la caída de la República Española, el bárbaro ataque nazi contra Polonia daba inicio a la Segunda Guerra Mundial. Tuve mis hijas y también trabajamos en solidaridad en los frentes antifascistas y con los aliados en la Segunda Guerra Mundial. No me olvido los festejos del día en que terminó la guerra. Argentina empezó otro período de golpes de Estado y fuimos a la clandestinidad. Habitábamos casi siempre en la clandestinidad, en una vida ilegal muy difícil para los hijos.
—¿Y en la organización de mujeres cuándo comenzó?
—Ya estaba trabajando con las mujeres, y en 1972, en esa reunión donde estaba Dolores Ibárruri, fui designada secretaria general de FEDIM. Allí nos juntamos con las mujeres que habían estado en campos de concentración, las guerrilleras, obreras, trabajadoras campesinas de toda Europa, que se organizaron. Recuerdo a Marie Claude Vaillant Couturier, Eugénie Cotton, a quien se le concedió en Francia el título de Caballero de la Legión de Honor. Mujeres de la resistencia contra el nazismo. También a Zoia Dragoicheva, guerrillera búlgara que se había salvado, por la movilización, de dos condenas a muerte. Luego me impactó mucho también Angela Davis, a quien conocí en el Congreso Internacional de Mujeres en Berlín, en 1975, tan inteligente y valiente; a la doctora Anahita Ratebzad (1931-2014), fundadora y presidenta de la Organización Democrática de Mujeres Afganas, y la primera mujer médica y parlamentaria, en un país que hasta 1978 estaba bajo un yugo monárquico y feudal. Me pregunto qué habrá sido de aquellas mujeres después de toda la tragedia que vivió y vive Afganistán. Las mujeres luchaban y luchamos por la reivindicación de los derechos de trabajadores, intelectuales, artistas, jóvenes, pacifistas y feministas, y realizábamos acciones contra las guerras. Conocí a mujeres extraordinarias de todo el mundo y, más cercanamente, a nuestras revolucionarias latinoamericanas. Una figura inolvidable para mí es Vilma Espín. La recuerdo cuando la fui a ver al ex cuartel de las tropas de Batista convertido en una escuela. Era julio de 1959 y ella estaba parada esperando en la puerta. Era una mujer muy bella e inteligente y trabajó duramente con nosotras, y los recuerdos se entrecruzan. La figura de Vilma Espín es inolvidable para mí, como las combatientes en Centroamérica y en otros lugares. Las mujeres vietnamitas excombatientes tenían una presencia que impresionaba. Dimos grandes pasos en aquellos Congresos.
—¿Dónde la encontró el triunfo de la Revolución cubana?
—Estaba ese 31 de diciembre de 1958 festejando lo que iba a ser la llegada del 59 en casa de Eduardo Alemán, un ministro demoprogresista, y su esposa, que eran muy amigos de nosotros, y allí estaba también el poeta cubano Nicolás Guillén, asilado aquí. Estábamos escuchando la radio y cuando suenan las doce campanadas, el speaker (locutor) anuncia que ha triunfado la Revolución cubana justo cuando empieza el nuevo año. Se imagina ese momento con Guillén allí. Lágrimas e incredulidad: había caído el dictador Fulgencio Batista y otra historia increíble comenzaba. Guillén era encantador, siempre con una enorme chispa y una gran pasión por su país.
—¿Recuerdos de aquellos viajes y congresos?
—Viajé por todos los países con la FEDIM. Hicimos seminarios en América Latina, en Asia, en África. Pienso ahora en el presidente Salvador Allende, cuando vino a una reunión de mujeres en Chile y allí nos advirtió que se preparaba un golpe de Estado, y Neruda mandó un mensaje a esa reunión donde decía que Chile podía ser un Vietnam. En ese momento nos impresionamos profundamente, pero creo que nadie imaginó hasta dónde iba a llegar la tragedia de Chile y de toda la región.
—Usted habla mucho, con mucho respeto y afecto, de Carlos Prestes. Me gustaría que volviéramos un poco atrás.
—Fue un gran amigo y compañero. Entre las noticias terribles de la guerra, en julio de 1945 nos enteramos de la absolución de Luis Carlos Prestes, condenando a 40 años de cárcel. Jorge Amado, el escritor brasileño que también estuvo asilado, le llamaba “el caballero de la esperanza” y recordaba aquella columna de Prestes de soldados, obreros, campesinos, escritores, tenientes, capitanes, aquel levantamiento está en la historia de nuestros movimientos revolucionarios. Su esposa Olga Benario era alemana y nadie olvida que fue sacada de la cárcel y entregada a la Gestapo en Alemania. Olga fue asesinada después de nacer su hija Anita en un campo de concentración, y la madre de Prestes libró una batalla política y diplomática para que le entregaran a su nieta. Fue emocionante la lucha de Prestes para volver a reunirse con su hija, ya que pasó años en el exilio.
—¿Conoció al Che Guevara?
—Al Che Guevara lo conocí muy fugazmente cuando presidía el Banco Central en Cuba. Guardo una imagen imborrable de su rostro muy hermoso, un rostro de Cristo, una mirada imposible de olvidar. Cada una de sus palabras reflejaba su talento y sensibilidad. Era como un agua pura. Debo decir que un enorme daño nos había causado el desencuentro entre nuestro partido con el Che, con Fidel en un primer momento, y con ellos, con el más grande acontecimiento histórico de nuestra América después de la guerra por la independencia. Un proceso crítico y autocrítico vivido después en el XVI congreso partidario dejó atrás las desviaciones y recuperamos al Che, uno de los principales inspiradores de nuestro cambio. El desencuentro no había impedido la solidaridad con la Revolución cubana. Y podría hablar horas de Fidel Castro, con quien hemos compartido tantos momentos. Otra figura extraordinaria que recuerdo es la de Amílcar Cabral, maravilloso dirigente del movimiento de Liberación de Guinea Bissau y las islas de Cabo Verde, además de uno de los grandes teóricos de la Revolución africana. Viví con él y su compañera Ana María momentos inolvidables. ¿Qué puedo decirle? Estuve en Asia, en África, en China, en casi toda América Latina y el Caribe. He conocido mujeres maravillosas, trabajadoras, mineras, cineastas, campesinas, todo lo he visto en tantos años de mi vida, en un siglo y lo que va del otro. Siento orgullo de ser del país donde surgieron las Madres de Plaza de Mayo y mujeres tan luchadoras como las que ahora están en las calles. La nueva resistencia latinoamericana tiene a las mujeres como grandes protagonistas. Sólo puedo decir que si estoy escribiendo y recuperando esa memoria, que es de todos, lo hago abriendo mi corazón para reafirmar todos mis sueños y mis utopías. Y que en todo me mueve el amor.
1 Su edad en 2004, cuando le realicé esta entrevista.
2 Tina Modotti (1896-1942), notable fotógrafa italiana y activista revolucionaria. Entre los años 1923-1930 vivió en México, donde se integró al PCM en 1927. En 1934 partió hacia España. Durante la Guerra Civil española se alistó en el Quinto Regimiento y trabajó en las Brigadas Internacionales, bajo el nombre de María, hasta el fin de la guerra. En 1939 regresó a México como asilada y siguió comprometida en la lucha antifascista hasta su muerte. Pablo Neruda le dedicó su poema “Tina no ha muerto”, cuyos últimos versos dicen: Son los tuyos, hermana: los que hoy dicen tu nombre, / los que de todas parte del agua, de la tierra, / con tu nombre otros nombres callamos y decimos./ Porque el fuego no muere.
3 Véase nota 2 de pág. 25.
4 En su novela Coto vedado, Juan Goytisolo narra la trágica muerte de su madre, ocurrida en la mañana del 17 de marzo de 1938 (cuando él tenía 7 años de edad), víctima de un bombardeo en el centro de Barcelona, mientras compraba regalos para sus hijos. Tras dos días de angustiosa y frustrada espera de su regreso al hogar, la familia recibe la infausta noticia. «El bolso negro vacío: todo lo que quedaba de ella —escribe Goytisolo—. Su papel en la vida, en nuestra vida, había concluido de forma abrupta antes del desenlace del primer acto.»