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En nombre del padre. Año 2000 (entre Panamá y Colombia)

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«En Colombia hay dos países, el país político que se preocupa por las elecciones, las sinecuras burocráticas, los intereses económicos, los privilegios y las influencias (...) El país político y la oligarquía son la misma cosa. Y el país nacional es el pueblo que piensa en su trabajo, en su salud, su cultura (...) Nosotros pertenecemos al país nacional, al pueblo de todos los partidos que luchan contra el país político, contra las oligarquías de todos los partidos.»

Era una definición muy fuerte para la Colombia de los años 30, tan fuerte como el hombre que la hacía ante miles de seguidores: Jorge Eliécer Gaitán, el líder popular que fue asesinado mediante una conjura de intereses extranjeros y locales, con la intervención de la CIA estadounidense, de acuerdo con la investigación realizada por su hija, Gloria Gaitán Jaramillo.

Pero ella se niega a recordarlo a partir de aquel trágico 9 de abril de 1948, cuando fue asesinado a balazos, porque “ese es el día de los asesinos y lo que hay que rescatar es la vida, lo que él vivió y vivió Colombia hasta entonces, y allí está la razón por la cual lo mataron y lo callaron, aunque su voz y su presencia están siempre en nuestro país. Cuando sólo se menciona ese momento se olvida quién fue él, qué hizo y quién tenía interés en callarlo para siempre. Él es hasta el 8 de abril o hasta esos momentos antes de su muerte, y recordando quién fue, nadie puede olvidar la circunstancia histórica en que sucedió el hecho, la Colombia de esos días, la lucha por su pueblo, del cual era parte con sinceridad, amor y fuego y con el cual dio todos los pasos para producir el cambio que hubiera salvado a nuestro país. No tengo dudas. Si uno no conoce bien a Gaitán, no conoce lo que pasó en el país que está marcado por su vida y su muerte. Y entonces, no puede analizar el presente trágico e injusto de un país maravilloso. Investigué su vida y a sus asesinos y puedo decir que tengo toda la documentación y que la CIA estadounidense es responsable, junto a otros sectores de mi país”, dice con seguridad.

Cincuenta años después de aquel crimen que instaló la violencia o las violencias sucesivas en Colombia, el país que fuera considerado en otro tiempo “la Atenas de América”, Gloria, economista, egresada de la Universidad de los Andes, confiesa, en una larga entrevista, que decidió escribir un libro para rescatar al hombre y al político desde otro ángulo, donde evidentemente priman el amor, la admiración y también la ruptura de esquemas.

“Es que hay que verlo a él —dice Gloria— como hay que ver a Colombia, y en eso sé que estoy desafiando a muchos y también comprendiendo a otros, ya que la memoria lleva las trampas de la fantasía y hay diversas visiones y versiones sobre Gaitán, incluso las que llegan a forzar acontecimientos y anécdotas, pero su historia es inmensamente rica y pocos dicen de él que fue un intelectual avanzado, un científico, un hombre que fue también una doctrina.”

La percepción de Gloria de que todos los sucesos que rodearon la vida de Gaitán en este siglo conforman “la historia profunda de un país generalmente desconocido y sólo tratado en análisis de coyuntura en América Latina” es tan real como aquella de que la acción del líder colombiano rompió esquemas y acabó con concepciones políticas medievales. “Colombia —continúa diciendo Gloria—, como otros países de América Latina, parece no tener historia, sólo momentos, y para saber de qué se trata este presente trágico hay que comenzar desde lo que encontraron los españoles cuando colonizaron América.”

Los españoles no encontraron entonces imperios enormes y sofisticados como el de los incas de Perú o los aztecas de México, y a finales del siglo XVIII, de la población indígena calculada en tres millones sólo quedaban unos 130 mil. Enfermedades, matanzas, esclavitud, habían acabado con los primitivos habitantes del territorio. Si aquella Colombia es desconocida, no lo es menos la del siglo XX, que nació marcado por la guerra civil “de los Mil Días”, la más cruel y prolongada de ese país y que duró desde 1899 a 1902, dejando cien mil muertos, el país arrasado y destruido el incipiente desarrollo cafetalero. Colombia entró en el siglo XX con una de las economías más atrasadas de América Latina. Finalmente el café proporcionó la base económica para el surgimiento del Estado nacional, como señalan los historiadores. Y también esto como la explotación del oro llevaron al surgimiento de poderosas élites regionales como en Antioquia y Caldas que producían el 50 por ciento del café de Colombia. La inversión norteamericana se incrementó de tres a 200 millones de dólares en 1929. Allí también está la historia de la United Fruit Company en la explotación del banano en la costa Caribe y del petróleo por parte de la Tropical Oil, filial de la Standard Oil.

El joven Gaitán nació y creció en ese entorno. Conoció y vivió las rebeliones campesinas, desde 1914, las obreras en los llamados “años heroicos” de 1919 a 1929, que curiosamente no se iniciaron en las fábricas sino en los ferrocarriles, los puertos y en los enclaves bananeros y petroleros. A ellos se unieron artesanos, quienes formaron el primer sindicato conocido en el país. Las figuras de María Cano y Raúl Eduardo Mahecha, quienes después de la revolución bolchevique fundaron el Partido Socialista en 1919, forman parte de aquel período tan olvidado, entre otros que desafiaron los poderes locales y externos. En 1921 obtenía este partido el 23 por ciento de los votos en Medellín. Esto obligó a los liberales a incorporar reivindicaciones obreras a sus programas y en 1922 surgían ya políticos con nuevas ideas. Algunos socialistas colaboraron con los liberales y otros formaron partidos más radicales como el Partido Socialista Revolucionario en 1926, después de la primera huelga petrolera, en esos años donde María Cano recorría el país, fundando asociaciones obreras.

Precisamente, Jorge Eliécer Gaitán publicó su tesis de abogado en 1924 sobre “Las ideas socialistas en Colombia”. En los años jóvenes de Gaitán se produjeron importantes huelgas (1924, 1927) y la bananera de 1928, año en que el ejército atacó una manifestación pacífica en Ciénaga, donde resultaron muertos unos mil obreros. “La muerte ha signado la historia de Colombia. Siempre sentí que caminábamos con la tragedia, y mi padre quería cambiar esto, pero de fondo, con los elementos del positivismo relacional que él consideraba socialista”, dice Gloria.

Eran tiempos de efervescencia y de cambios, que encuentran a Gaitán perfeccionándose en sus estudios de Derecho en la Universidad Nacional, y en 1926 logra ir a Roma a continuar su formación y es discípulo aventajado de Enrico Ferri. A los 25 años sus investigaciones científicas sobre Derecho penal y sus teorías fueron incorporadas en la escuela de especialización jurídico- criminal de la Universidad de Roma. Gloria Gaitán enumera los reconocimientos a ese abogado penalista que estudiaba ávidamente psiquiatría, filosofía, matemáticas. Y simultáneamente a su formación, se convertía en la figura política capaz de atraer a multitudes, de “entender el alma de Colombia”. En 1928, de regreso a su patria, ya elegido representante, encabeza la protesta contra los conservadores que manejaban el país hegemónicamente y en contra de la corrupción administrativa.

Gaitán, que ocupó cargos políticos claves en su momento y que en 1932 fue nombrado rector de la Universidad Libre, fundó en 1933 la Unión Nacional Revolucionaria (UNIR), a cuyo frente estuvo hasta su regreso al Partido Liberal en 1935 y a cuya dirigencia oligárquica fustigó abiertamente, siempre. Él fue el mejor representante y el más avanzado de aquella nueva clase dirigente que surgió durante la depresión económica de los años 30 y mediante la elección del liberal Enrique Olaya Herrera. Precisamente al hablar de aquellos momentos, Alberto Lleras Camargo decía que no se trataba sólo de una elección, sino que era “un mundo el que llegaba a su fin. La Edad Media acababa de morir”. Entre 1934 y 1936 López Pumarejo intenta hacer de Colombia una moderna democracia burguesa rompiendo la estructura autoritaria de los conservadores en el poder y establece la jornada laboral de ocho horas, y en el 36, el derecho a huelga.

La palabra encendida, el fuego de Gaitán, su defensa de las clases populares, su voz distinta y única que se evidenció en el fuerte debate que originó la masacre en las bananeras, en 1928, y sus intervenciones en el Congreso, en 1929, golpearon fuertemente al régimen conservador. Pero Gloria también analiza “su excepcional valor intelectual, sus capacidades de innovación filosófica y teórica”, que no son reconocidas al recrear la vida y la acción de su padre, y estima que esto muestra la existencia de “un fuerte hábito mental de tinte conservador y poca disposición para entender las innovaciones, los cambios, las rupturas de esquemas, como las que hizo Gaitán en su tiempo”.

Todo esto se puso en evidencia en los debates que engendraba esa figura capaz de destruir dogmas y de allí surgen las acusaciones disímiles de “demagogo”, incluso de “fascista” simplemente porque había estudiado el fenómeno de Mussolini en Italia, como un investigador que era. Como señaló en su momento el expresidente Alfonso López Michelsen, el discurso de Gaitán tocaba y desmitificaba a la jerarquía liberal de su partido y estaba dirigido contra “las vacas sagradas” del mismo.

“Mi padre no aceptaba un pensamiento lineal, porque su formación era más profunda y por lo tanto nada esquemática. Sus palabras describiendo el horror y la hipocresía de la Italia fascista y del fascismo en el mundo y en Colombia fueron muy claras, y entonces decirle ‘fascista’ es no conocer o negar su historia verdadera. Él aplicó un método científico al campo de la teoría política dentro de un definido y consciente sistema filosófico, con lo cual logra hacer de la filosofía política una ciencia positiva y de la actividad política un método positivista relacional. Es su gran aporte teórico, aplicar una teoría coincidente con la realidad. Y para quienes quisieron ver en su búsqueda de un pueblo nuevo una subvaloración de nuestra raza, nada mejor que sus propias palabras: «Nosotros hemos aprendido a reírnos —dirá— de esas generaciones decadentes que ven a las muchedumbres de nuestro trópico como seres de raza inferior. Inferiores son ellos, que carecen de personalidad propia y se dejan llevar por algunas mentes esclavas de la cultura europea (...) yo les pidiera a las más antiguas y grandes razas de la tierra que vinieran a esta América, que se adentraran como nuestros mulatos en las selvas del trópico, que trabajaran como lo hacen los hombres nuestros, doce y más horas, casi sin salario y siempre desnutridos; que sufrieran los dolores de nuestro pueblo, sintieran a la selva envolviéndolos, supieran lo que son los niños sin escuela y sin cultura, lo que es una muchedumbre sin defensa en el campo, sin poder satisfacer el apetito de la belleza y el amor que se les niega y saborear tan sólo el dolor y la angustia permanente. Que vengan los europeos a presenciar el drama de esta masa enorme de América, devorada por el paludismo, con gobiernos que le han vuelto la espalda a sus pueblos para enriquecerse en provecho propio; que vengan a contemplar las inclemencias perpetuas que vivimos los habitantes del trópico y entonces tendrían que comprender cuán brava es la gente nuestra (...) y reconocer la falsedad de su argumento sobre la inferioridad de las masas americanas. Porque en Venezuela, en Perú y en todas nuestras naciones sucede lo que yo afirmo pasa en Colombia: el pueblo es superior a sus dirigentes». Este era uno de sus tantos discursos y sigue siendo tan válido hoy que uno podría suscribir este reclamo que él hacía con tanta pasión en aquellos momentos.”

Esta mujer de rostro sereno y rasgos hermosos y que reconoce haber vivido “muchas vidas en una vida” está escribiendo un segundo tomo de la biografía de su padre para salvarlo —como dice ella— de falsedades, ambigüedades, mistificaciones y mostrarlo como realmente fue: un hombre enamorado de un pueblo, un hombre capaz de vivir los sueños, un hombre real, no un mito. Ni su primer tomo, ni el filme documental de María Valencia —nieta de Jorge Eliécer Gaitán— sobre la vida de su abuelo, terminan con la historia del asesinato del líder colombiano, el 9 de abril de 1948, ese hecho que incendió a Colombia con la furia de un pueblo, y entronizó la violencia que nunca se fue, como una mala hierba. Ambas piensan que ese es, en realidad, el día de sus asesinos, y al decirlo, el rostro sereno de Gloria enciende cierto fuego de obstinación en los ojos. Y por esa misma obstinación desafía todo lo que encuentra a su paso, inclusive con el título de su libro: Bolívar tuvo un caballo blanco, mi papá un Buick (1998). Y recuerda que, entre tantas acusaciones a su padre, una era que tenía precisamente un Buick, “que era entonces un automóvil muy veloz, lo que él necesitaba para trasladarse de un lugar a otro y estar cerca de la gente aislada en tantos lugares del país. Con esto quiero decir que era realista hasta en estos gestos y que sabía que en unas horas debía estar de un extremo al otro del país. ¿Acaso Bolívar iba a viajar en burro en su época?, ¿o en lo que fuera tan veloz como un caballo, el mejor que podía tener? Por eso, abominó de las hipocresías”.

—¿Cómo recuerdas la Colombia de esos días, cuando vivías con tu padre en lo que luego fue la Casa Museo?

Yo tenía diez años cuando lo mataron. Recuerdo muy bien que el día antes me habían sacado de la escuela porque una niña me había dicho “ojalá asesinen a tu papá”. El rumor estaba y la niña lo habría escuchado. Así es que me cambiaron de escuela de inmediato. Recuerdo que mi madre le decía que se cuidara y pensaba que él no le daba importancia a estas amenazas porque consideraba que la formación de su esposa en Antioquia, una zona de ricos comerciantes, influía en sus temores. Él respondía: “A mí no me mata ninguna mano del pueblo, y si me matan, la oligarquía sabe que el país se para y eso duraría mucho más de 50 años. Yo no soy un hombre, soy un pueblo, por eso digo que no me matan”. Recuerdo eso de la víspera del crimen, porque él estaba preparando la defensa de un teniente y yo llegué y me boté en sus brazos contando lo que había sucedido con aquella niña y de inmediato mandó que me cambiaran de escuela. Así que, ese 9 de abril, me fue a buscar mi tía a la escuela nueva. Hay muchas cosas que no recuerdo, por ejemplo, nada del entierro. Sé que mi madre, inmediatamente después del crimen, en medio del caos trataba de comunicarse con Rómulo Betancourt, que estaba en una conferencia en Venezuela. Y ella percibió que había una cantidad de intrigas para ver quién aprovechaba ese cadáver. Así es que, cuando los gobernantes se dieron cuenta de que ella iba a llevarse el cadáver, mandaron soldados a rodear la clínica para impedirlo. Entonces, mi madre logró la complicidad de un médico y, en un momento, cuando entraba al lugar un carro tirado por caballos que recogía las basuras, ella tomó una decisión que habla de su carácter. Lo envolvió en sábanas y luego con el médico pusieron papeles y otras cosas y lo sacaron de allí, burlando a los soldados. Lo llevó a la casa y dijo: “Este cadáver no sale de aquí hasta que caiga este presidente [el conservador Mariano Ospina Pérez]”. Se encerró en la casa con el cadáver embalsamado, lo que produjo una crisis y desesperación en el gobierno y se tomó una decisión. El gobierno declaró a la casa monumento nacional y allí mismo se decidió enterrarlo y pusieron varios ataúdes, uno con el cadáver, otro de madera, otro con plomo, allí, en medio de la sala. Mi padre y ella también pensaban que la sociedad de la vida es la relación entre los individuos, y entonces, no hay muerte, se transforman en otra cosa. Así pasaron 16 días entre el momento de su muerte y el entierro, del que no me acuerdo, o no quiero recordar, y hace diez años pude cumplir con lo que yo sé que era la voluntad de mi padre. Lo sacamos de allí y lo sembramos. No lo enterramos, lo sembramos mirando hacia San Pedro Alejandrino con tierra de todos los municipios de Colombia. Lo sembramos como el cacique Caballo Sentado y pusimos tierra de Playa Girón, del pueblo de Augusto César Sandino, de otros lugares y lo rociamos con agua del Canal de Panamá, de Amazonas, de ríos de Colombia. No le digo tumba sino “zurco”, con zeta, que viene de “zurcir”, Gaitán está sembrado porque cuando florezca será zurcido el tejido del país, que se desgarró. La placa dice: 1903 - Infinito. Distribuimos semillas, y todo esto tiene que ver con su concepto de que no existe la muerte.

—¿Qué sucedió con ustedes después de esto?

Un mes después nos fuimos a vivir a un apartamento y después a una casa. Cuando todos estaban seguros que iba a ser el presidente de Colombia, él decía: “no voy a ir a vivir a la casa presidencial” y mi madre le repetía: “si tú no entras allí, no eres revolucionario sino rebelde, porque los rebeldes son más pasionales y ese es un acto de pasión. El revolucionario tiene un fuego por dentro que puede estar en el desierto y ser el mismo siempre”. Pero se construyó una casa, porque él no parecía dispuesto a ir a la residencia presidencial. Ahí fuimos. En esos tiempos después de su muerte dijeron que mi madre estaba loca porque se encerró en su casa durante cuatro años, y un día vino un importante arzobispo y le dijo que en la calle se murmuraba que estaba embarazada, todo esto con la intención de tocar su orgullo y que ella saliera, pero con toda ironía ella respondió: “¿Y usted cómo sabe que no lo estoy?”. Lo hizo con rebeldía e ironía. Mi madre fue aislada. Para unos, era una señora rica de Antioquia, bellísíma; para otros, no era revolucionaria. Hablaron cosas horrorosas. Fue un tiempo terrible. Y también le ofrecieron puestos diplomáticos para que se fuera. Pero ella tenía una gran dignidad y no aceptaba nada. Nos fuimos a Europa. Y así, anduvimos por el mundo y en Colombia pensarían, como se dice en El Príncipe de Maquiavelo, que “acabada la familia del turco, se acababa todo”. Esa fue la historia. Por eso cuando se cumplió el 50 aniversario decidí que ya era tiempo y me senté a escribir el libro que nunca me atreví a escribir, y yo misma descubrí un Gaitán que no conocía.

—En todo ese tiempo de viajes, ¿qué recordabas de él?

Yo recordaba a aquel hombre muy tierno conmigo, siempre trabajando, leyendo, que me amaba, que me cargaba, que hacía teatro frente a mí y a mis muñecas y me cantaba canciones muy hermosas. Y luego fue mucho tiempo de cambios y de viajes, y cuando me sentía muy sola, mucho más tarde, siempre encontraba en Fidel Castro un gran apoyo, especialmente para mis momentos más desolados. Luego, al comenzar con la idea del libro, descubrí muchas facetas de las que nadie dice nada, sobre sus investigaciones científicas y los aportes al derecho penal de mi padre. Leí sus debates, escuché sus grabaciones, me sentí como una arqueóloga, descubrí que ahí hay un cuerpo que sostiene una doctrina, pero una doctrina futurista. Comencé a escribir el libro y sentí como que yo misma había resucitado.

—¿Qué sucede en Colombia después del asesinato de tu padre, que marca la entrada de la gran violencia?

El asesinato de mi padre originó aquella furia popular y la respuesta de la enorme matanza de esos días, sobre lo que se ha escrito mucho, pero nada puede describirlo del todo. En 1947 ya había denunciado mi padre matanzas campesinas a manos de paramilitares. Y la violencia contra la que ya había reaccionado mi padre tantas veces se instaló allí después de su muerte y todo ardía en las calles y los ríos se tiñeron otra vez de rojo. Cuando mi padre muere cooptan su imagen los enemigos y lo transforman en una figura que los oxigena. Los había derrotado en vida y una vez que muere tratan de apoderarse de toda la acción popular imaginaria que siempre alimenta a los líderes y la usan. Parecen cuervos comiendo del cadáver que utilizan políticamente. Hacen que la gente olvide la memoria, lo que parece un contrasentido. Ese es el segundo asesinato de Gaitán. Me duele profundamente esa trasmutación de la memoria. Me duele que sólo se mencione a Gaitán en ese trágico 9 de abril; es decir, el nombre de Gaitán se une con la muerte y no con la vida, y entonces decido que debe resucitar su cuerpo de doctrina. Hace poco tiempo me preguntaron por Torrijos y Gaitán, y yo dije: “Torrijos, esa extraordinaria figura, es irrepetible porque es una personalidad y Gaitán es repetible porque es una doctrina”. Gaitán era demasiado moderno para su tiempo y aún todos se preguntan qué hubiera sucedido en el país si mi padre lograba junto al pueblo hacer aquel cambio tan avanzado que proponía. Estoy segura de que el país se hubiera salvado de esta tragedia.

—¿Es esta la forma que has encontrado para esa resurrección de doctrinas e ideas nuevas, como un homenaje a tu padre?

Ahora hago seminarios y descubro cómo cambia la gente, cómo se transforma de manera fantástica cuando entiende aquel pensamiento tan adelantado para su época, o cuando uno habla de la revolución cibernética del siglo XXI. El pensamiento de Gaitán es una guía. Hijo de una maestra de escuela, leyó siempre y trabajó en una librería de libros viejos y de coleccionista, se familiarizó desde muy joven con el pensamiento más avanzado. Y eso es lo que no se entiende de él, lo que quería hacer saliendo de esquemas. Y por eso, no creo en estos tiempos que mucha gente esté realmente preparada para un cambio revolucionario muy fuerte, para la era de la informática. Es una revolución profunda en la estructura del Estado. Es la posibilidad de una verdadera democratización que está allí y hay que hacerlo posible, porque es posible y no hay que temer para hablar del ciberespacio, hay que estar listos.

”Tengo claro que el objetivo de mi vida es que el sacrificio de mi padre no sea inútil. En 1947 mi padre tenía un periódico que se llamaba Jornada (un periódico que lanzó en 1944 cuando se lanzó como candidato presidencial). Fue increíble porque era algo imposible, pero él decidió vender acciones que valían un peso. Se vendían incluso en el colegio donde yo estudiaba y muchas niñas llevaban esos frascos de mermeladas ya vacíos para juntar el dinero y todos ponían aquel peso, los más humildes, los limpiabotas, las prostitutas. Es una historia maravillosa cómo se hizo ese periódico y todos tenían acciones, era de todos. Llegó a ser el periódico de mayor circulación del país y se realizaban asambleas extraordinarias porque eran millones los accionistas y esas asambleas duraban varios días. Mi padre insistía mucho en la sección internacional. Quería que todo lo importante que pasara en el mundo estuviera allí, la lucha contra Franco, en España, todo aquello que además creaba lazos con el mundo y hacía entender al pueblo que su problemática estaba unida a los sucesos del mundo y sabía que ese era el mejor aprendizaje. Él mismo, cada mañana, regañaba a uno u otro redactor. Quería todo lo mejor por responsabilidad con la gente. Y en las páginas sociales, como un desafío, ponía fotos de hijos de obreros. Fue algo muy hermoso, y luego todo fue quemado, quemaron hemerotecas, quemaron todas las colecciones que encontraban en Colombia. La única colección que existe, al menos conocida, está en la hemeroteca de Caracas. Fue tan terrible que si alguien tenía la colección del periódico en aquellos días de su asesinato, le quemaban la casa o le cortaban la garganta y sacaban la lengua, en eso tan atroz que llamaban “el corte de franela”. Aquello que fue algo terrible, imposible de olvidar, como las matanzas que teñían de rojo los ríos. Eso fue después del asesinato de mi padre, y de cómo se intentó destruir todo lo que recordara su paso por la política de Colombia. La persecución al gaitanismo fue terrible y la matanza se extendió por todo el país. Y sin embargo, él está hoy en todas partes.

—¿Qué hay sobre ese Gaitán oculto, ese Gaitán vivo que lograba mover multitudes en una época también difícil?

Él decía: “No quiero odas personales, las odas deben ser para el pueblo porque son suyas todas las victorias que hemos tenido”. No tenía actos fallidos en el sentido de sentirse un médium, es decir, un intérprete, pero nunca en un sentido personalista. “Yo soy un pueblo que se sigue a sí mismo y cuando me siguen a mí, que lo interpreto, me siento interpretado. Ese pueblo que dicen que me sigue, en realidad, me empuja”, era una de sus frases que me parece muy bella. Fue un intelectual importante, estudió en la Escuela positiva relacional, paradigma del siglo XX. Hizo estudios con Enrico Ferri. Estuvo estudiando en Europa. Estudió elementos como singularidad física y astronómica. Sus tesis fueron aceptadas en la Academia de Bremen. Revolucionó los conceptos filosóficos y científicos de lo político. Era famoso a nivel internacional. Pero él no quería exponer sus teorías, sino ponerse al servicio del pueblo, poner los conocimientos al servicio del pueblo, hacerse oír. Sabía de lo que pasaba en Colombia: 10 o 15 familias eran y son los ciudadanos colombianos, los demás no tenemos derechos. Mi padre tenía voz, hizo sentir que era posible para todos tener esa voz, y cuando lo mataron, cada uno sintió que lo estaban enmudeciendo. En aquel momento, mi generación así lo sintió. Yo viví con el síndrome de la orfandad, como todos, sin posibilidad de realizarse, la orfandad de poder hacer, de poder ser. La generación de mi padre tenía trabajo. Pero nosotros no podemos ser ciudadanos en nuestro propio país, sólo pueden los liberales oficialistas, los conservadores oficialistas. La marginación del gaitanismo fue terrible. Sólo se agrupa después alrededor del general Rojas Pinilla. Generaciones enteras han visto coartada toda posibilidad durante 50 años sin poder ser ciudadanos. Gaitán quería la voz para el pueblo y eso no podían aceptarlo los que condenan a ese pueblo a no ser ciudadano, a no participar. Como la memoria se construye fantasiosamente no hablan de la formación de mi padre, de su doctrina. Él era un catalizador, un organizador y por eso eran multitudes que lo seguían. Y por eso él se sintió muy dolido cuando en los años cuarenta la oligarquía, incluso de su propio partido, se dio cuenta de que no podía detenerlo y él sabía que estaba condenado.

—¿Cómo sería funcional políticamente aquella doctrina de Gaitán, que evalúas como muy avanzada, en estos tiempos de la globalización, en esta dinámica sorprendente y en la situación colombiana?

Es un tema que hay que tratar sin temores. Podemos también ver el otro lado de la cuestión: aparece la globalización como hecho contundente que podemos transformar en continentalización latinoamericana. Necesitamos ser un bloque, pero no nos conocemos y sólo se ama lo que se conoce. Internet es muchas cosas, pero también una bendición y es posible soñar con la patria grande virtual. No creo en las redes sino en la atarraya, porque su red es lineal con un punto central, es circular, y cada punto de la red está equidistante del centro. En la atarraya todos estamos equidistantes. La atarraya, organización mucho más horizontal. Se acaban las jerarquías de partidos y los centralismos democráticos que terminan siendo la dictadura de unos pocos. Si la estructura no es participativa, no se puede crear una sociedad nueva. Me sentía sola en la idea de una comunidad latinoamericana virtual. La democratización puede estar allí y no lo estamos viendo. No nos preparamos para que sirva a todos, para luchar por esa conquista de la humanidad. Entonces, leo a Juan Luis Cebrián y siento que esto es importantísimo y que mucha gente de la izquierda no alcanza a entender esto.

—¿Qué quería Gaitán?

No quería democracia representativa sino participativa. Comencé a buscar documentación sobre esto. No puede convivir una democracia participativa con una democracia representativa. No son cambios constitucionales solamente lo que se necesita, sino cambio de cultura. Eso decía Gaitán. Él hablaba de democracia directa, poder moral, poder ciudadano. Ese poder ciudadano sobre tres poderes. Cuando pensamos que en todo barrio pobre hay un televisor y que en poco tiempo internet se verá en televisión y tantos otros elementos, tenemos que hacer algo con todo esto. Debemos hacer algo con lo que tenemos en mano y tener el valor como él lo tuvo de adelantarse a los acontecimientos, de ver hacia adelante, de soñar con los pies en la tierra que nos contiene.

Por esta razón de latinoamericanidad, Gloria Gaitán Jaramillo, presidenta de la Fundación Jorge Eliécer Gaitán —el líder popular colombiano cuyo paso por la política de Colombia dejó huellas tan intensas que aún finalizado el siglo sigue siendo el referente para entender la historia de ese país—, no quiso estar ausente el día en que los panameños recuperaron la soberanía sobre todo su territorio (31 de diciembre de 1999). Gloria estuvo en las calles, en las marchas, en las vigilias, y subió junto al pueblo panameño hasta el cerro donde se izó la bandera panameña cuando finalizó la presencia colonial estadounidense en la Zona del Canal:

“Quise estar en Panamá, en ese día, porque sentía que mi padre hubiera estado en un momento tan maravilloso para un pueblo y porque durante mucho tiempo sólo hemos estado marchando detrás de la muerte y esta vez era estar festejando un acto de justicia, algo logrado con una larga lucha, aunque su resolución fue diplomática. Y también porque todos los latinoamericanos justos estábamos aquí, de una u otra manera. Y era una forma de decir que debemos unirnos y apoyar a los panameños para que esto no se vuelva atrás, ya que costó tantas vidas y tanta lucha”.

También está segura de que un día “más temprano que tarde reverdecerá en Colombia el gaitanismo, en Nicaragua el sandinismo y en cada pueblo aquello que fue semilla y fuerza real, aquello que no mata una bala, ni entierran las matanzas que asolaron nuestra América sólo por intereses inmorales”. Está segura de que América renacerá una y otra vez. Y recuerda aquel debate de Jorge Eliécer Gaitán ante el Congreso (1929) en defensa de los trabajadores contra la bananera norteamericana United Fruit Company: «Se necesitaba la declaratoria del Estado de sitio; matar a los colombianos y, ya turbado el orden público, el gobierno de Colombia haría ese contrato con la United para que después los obreros no pudieran reclamarle a la compañía norteamericana. He ahí cómo el gobierno defiende a sus ciudadanos. No importa que una escritura semejante cueste mil y más muertos, mil y más crímenes. Lo importante era que la compañía quedara complacida. El suelo de Colombia fue teñido en sangre para complacer las arcas ambiciosas del oro americano», dijo mi padre entonces; es como si estuviéramos hablando de esto hoy en nuestra Colombia.

Y recuerda Gloria cómo, en 1931, su padre enfrenta las ideas de un nacionalismo de tendencias fascistas argumentando que «hoy y siempre defenderemos [nuestro espíritu nacionalista] porque creemos que las naciones latinoamericanas tienen un peligro cierto en los imperialismos (...) y no sobra recordar que fue la exigua palabra de quien habla ante vosotros, la que en memorable ocasión logró impedir que las empresas eléctricas de Bogotá pasaran a manos extranjeras».

“Y esto sucedía en 1931”, dice Gloria, quien también advierte la anticipación de su padre en esa misma intervención ante el Congreso cuando dijo: «Yo sé bien que Colombia como todo país débil está amenazada por mil peligros y que se necesita la fuerza brava de todos sus hijos para defenderla contra la avalancha del imperialismo que transita, ante todo, sobre las pasarelas de la economía». Por todo esto y por sus propuestas audaces y revolucionarias de cambio, por su doctrina es que lo asesinaron, y por esa misma razón de las resurrecciones o de la no muerte, o de las transformaciones, como ella las llama, Gloria Gaitán Jaramillo, que se reconoce polémica, sabe que su padre está en cada rincón de Colombia, en cada mesa de los pobres, en los oscuros pasadizos donde transcurren miles de niños de la calle, y exige la liberación del cambio, “la revalorización y actualización de doctrinas que tengan su base en la realidad y en la vida misma y la ruptura con esquemas que esclavizan; la paz y la libertad, la democracia verdadera para Colombia”. En nombre del padre.

1 La Casa Museo Jorge Eliécer Gaitán, administrada desde el año 2005 por la Universidad Nacional de Colombia, es la casa que habitó Gaitán, en Bogotá, desde 1933 hasta el día de su asesinato, el 9 de abril de 1948. Es un espacio académico de divulgación de su legado, en el marco del estudio, investigación y difusión de la historia contemporánea de Colombia.

Mujeres de fuego

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