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La entrevista en Chile

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En Chile, en el local del Partido Comunista, nos encerramos en su oficina para una entrevista que iba a ser parte de un libro, donde ambas escribiríamos sobre la Operación Cóndor, la tristemente célebre coordinación represiva entre los servicios de inteligencia de las dictaduras que gobernaban países del Cono Sur (Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia), en coordinación con Estados Unidos y la CIA, orquestada en las décadas de 1970 y 1980 en el marco de la Guerra Fría, y que tuvo como principal actor a Augusto Pinochet, en concordancia con otros dictadores de la época.

Allí hablamos largamente y continuamos luego en un típico restaurante chileno. Escucharla era extraordinario. Una mujer dirigente del Partido Comunista de Chile, con una historia heroica pero que podía hablar con humildad como en un encuentro de amigas y de alguna manera cómplices de algunas ideas atrevidas y audaces.

Le dije entonces que ella era una dirigente tan importante para América Latina, que era bueno hablar desde la más profunda humanidad, y así lo hicimos.

“En Argentina, me decían que era petisa”, comentaba sonriendo en referencia a su estatura relativamente baja. Pero ella usaba entonces unos tacones muy altos y se la veía con una gran energía juvenil, cuando ni siquiera pensábamos en la enfermedad que la llevaría a la muerte, tan rápido, tan sin tiempo para abrazarla, como ella quería abrazar a todos. No era una mujer triste y jamás hubiera aceptado ser una mujer de sal. Lo decía riendo.

—Gladys, ¿qué quieres ver en tu tierra?

—Quiero ver un socialismo vivo, un socialismo de miles y miles de colores luminosos, como los juegos de luces. Socialismo arco iris, sorprendente y cálido. Un socialismo capaz de abarcar mucho, hasta lo inimaginable en otros tiempos, porque necesitamos eso para los momentos que vienen, un socialismo muy abarcador y abrazador y diverso. Sobre todo, muy abrazador. Debemos dar vuelta la página de aquellos que creyeron que el comunismo es sólo dureza casi conservadora. Es dureza revolucionaria, que es algo muy distinto. Necesitamos para este siglo ese tipo de socialismo de hombres nuevos.

—Muchos dicen que eras una militante muy radical y otros afirman todo lo contrario, que eras firme y dura en los momentos necesarios y muy cálida y tierna con los compañeros.

—Soy absolutamente radical cuando exijo, sin medidas, que quiero ver a todos felices en Chile. Quiero la felicidad en el mundo, y eso sólo existe con justicia, con dignidad, en paz para crecer. Se necesita devolver la dignidad y la vida a quienes apenas sobreviven. En eso soy radical, también en lo de la disciplina consciente. Es decir, no porque la impongan, sino porque hayamos podido crear la conciencia sobre las responsabilidades del hombre, las humanas. Pero yo trato de escuchar a los compañeros y a todos los que quieren hacer algo, cambiar las cosas, resistir, no aceptar las humillaciones del poder, de los patrones. Es muy importante para la unidad saber escuchar a los compañeros, vengan de donde vengan.

—Todos hablan de tu optimismo a pesar de los largos años de lucha y clandestinidad, de haber perdido a un compañero que amabas, ¿de dónde sacas esa fuerza que te hace joven incluso físicamente?

—Yo creo que esa fuerza te la da la lucha y algo que hemos estado hablando hace un momento, y lo puedes entender porque las dos nacimos en el campo, y eso, lo sabes bien, nos da un mundo muy distinto, una manera de ver que pocos entienden, un instinto muy fuerte. Eso me ayudó mucho en la clandestinidad: el instinto, y también en mi relación con los compañeros o para advertir los peligros o para identificar a un enemigo. Siempre me ha servido esa infancia en el campo, esa infancia en otro mundo y con tantas leyendas, que en realidad eran parte de las vidas cotidianas.

Me imagino que debes recordar siempre el lugar donde naciste, esos paisajes imborrables en la mejor memoria, y me gustaría que hablaras de esa infancia que te marcó tan profundamente. También lo que recuerdes sobre lo que te llevó a luchar desde tan joven y tu decisión de ingresar al Partido Comunista, en tiempos muy difíciles.

—Bueno, la edad en todo esto no se puede ocultar —lo dice sonriendo ampliamente— y nací en un la ciudad de Curepto, la VII Región. Tuve una madre muy luchadora. Se llamaba Adriana Millie y era maestra, profesora de primaria. Mi padre, Heraclio Marín, era campesino. Él se fue un día y mi madre se hizo cargo de nosotros. Creo que eso también nos forma desde niñas. Después fuimos a parar a otros lugares. Siempre es muy triste desprenderse de un lugar y otro, pero también pienso que eso me sirvió para la vida que vendría. Cuando contaba a muchos compañeros que había participado en mi juventud de movimientos juveniles cristianos, me miraban muy asombrados. Pero esa formación fue muy importante también para mí.

Hay momentos en que se advierte cierto dejo de tristeza o nostalgia, pero ella se recupera rápidamente con esa fortaleza que surge como un agua clara en realidad, aun en los momentos distendidos:

—En Santiago de Chile viví sola de niña. Nada era fácil para estudiar, entonces eran muchos esfuerzos. Estudié el profesorado en la Escuela Normal 2. Es ahí donde comienzo a militar en el movimiento estudiantil. Vuelvo otra vez para recordar que aquellos tiempos, en el campo, también fueron muy fuertes en cuanto a ver las injusticias en Chile. Me contabas que te impactaron de niña los hacheros en tu país, esos hombres que tienen que tirar los árboles, y leí una novela argentina sobre esas historias que me impactó. Así que también para mí hubo imágenes nunca olvidadas de las injusticias en Chile.

—¿Eso te llevó a ingresar como militante desde muy joven en el Partido Comunista?

—Sí, había un compañero que yo admiraba mucho (Rosendo Rojas), que era dirigente de las Juventudes Comunistas. Él me dio el impulso y me sentí muy bien cuando me dieron el carnet de militante (1958), como si hubiera dado el gran paso de mi vida. Yo ya era maestra desde poco tiempo antes. Al comenzar la militancia también reconozco la enorme influencia de Cuba. Estaba enamorada profundamente de la Revolución cubana. Para nosotros en Chile, lo que había sucedido allá en la isla era como la luz, un gran humanismo, un desafío increíble al imperio. David contra Goliat eternamente. Cuba era para nosotros algo así como saber que era posible la revolución, que lo sueños eran alcanzables. Eso fue nuestra fuerza, la de toda América Latina. Cuba es nuestra gran patria latinoamericana, allí en una isla pequeña. Y lo ha resistido todo. Así que inolvidable fue aquella visita del querido comandante Fidel Castro cuando Salvador Allende era presidente. Esa visita que le resultó intolerable a Estados Unidos, siempre imponiéndose a todos. Fidel Castro había podido venir a Chile. Hay que ubicarse en ese momento y en las amenazas contra Cuba, para entender. Un dirigente con tanta fuerza, principios y valores y con una enorme capacidad de transmitir y conmoverse a todo lo humano. Él era el ejemplo para ser cada vez más activos en las demandas, para aspirar a la liberación, y como yo siempre digo, para ser cada vez más irreverentes, creativamente irreverentes ante los poderes.

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