Читать книгу Vida cotidiana e historia, Carmen de Patagones y Viedma - Stella Maris Álvarez - Страница 9

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Considero importante advertir, como lo he hecho más arriba, que en el período estudiado ya se había producido la separación institucional de ambas márgenes del río, a la vez que se les otorgó distintas funciones (Viedma centro político – administrativo y Carmen de Patagones centro económico). Esta división generada desde una entidad superior como era el Estado nacional, no se correspondía con la actitud de los pobladores que siguieron por mucho tiempo considerando ambas orillas como un todo indivisible. Desde este lugar el análisis de los espacios públicos confluirá en una mirada totalizadora.

Desde lo teórico no presentaban (ni juntos, ni separados) una estructura de ciudad, como tampoco eran aldeas. A lo largo del período trabajado fueron incorporando, lentamente y con deficiencia, algunos elementos que las diferencian de una aldea pero que, no alcanzan para hablar de ciudad o ciudades. Las características que presentaban son similares a lo que Luis González denomina “terruño”, para algunos espacios de México.1 Los actores sociales contemporáneos usaban el término “pueblo” o “pueblos”, en forma indistinta cuando se referían a cualquiera de las dos bandas o, a ambas juntas. Esta es la denominación a la que adhiero sin adjudicarle las características modernas del término.

Los habitantes de estos pueblos debieron elaborar diariamente respuestas concretas a los problemas concretos que se les presentaban. Estos problemas iban desde las condiciones geográficas adversas, hasta el uso del agua para consumo, pasando por las dificultades con las calles, las veredas, la iluminación, las edificaciones e incluso con el cementerio. Todos estos problemas son los que rescato en esta parte del trabajo, haciendo hincapié en la percepción que de los mismos tenían los propios habitantes quienes le daban una significación específica, tanto desde lo individual como desde lo colectivo, dejando un testimonio donde se puede encontrar la huella de lo cotidiano.

A. El espacio visto por sus contemporáneos

El paisaje que se le presentaba al viajero que llegaba por el río era magnífico. Verde praderas rodean el río cristalino. Sus orillas cubiertas de sauces y álamos, islas e islotes cubiertos de espesa arboleda y, completando el cuadro, un cerro macizo llamado de La Caballada

“este cerro y los frondosos árboles que lo rodean en la costa nos ocultaban […] la histórica villa de Carmen de Patagones que al dar una vuelta del rio se nos apareció como una bandada de blancas palomas asentada sobre la colina, en la que están irregularmente edificadas la población, dominada por un fuerte de piedra donde flameaba la bandera nacional” 2

Cuál no sería la sorpresa del viajero al internarse por las calles y callejones de estos pueblos, dónde a poco de andar la imagen idílica se pierde. En la margen norte, las viviendas habían sido construidas de manera ascendente sobre la barranca de manera espontánea por lo que, la estructura urbanista en sí era caótica. Las calles mal trazadas se confundían con las veredas, las edificaciones precarias había sido emplazadas sin mediar planificación urbana y, la falta de respeto por pautas generales de convivencia hacían que las sensación de tranquilidad y seguridad se perdieran rápidamente. En la margen sur, la planicie dominaba el paisaje, pero en cuanto a la urbanización presentaba la misma característica que el norte.

Los viajeros han dejado una descripción de estos espacios muy interesantes. George Musters, en su libro de viaje en 1869, los describe desde el recuerdo y la distancia como

“una población moderna situada en un recodo del Río Negro [...] donde se unen la seguridad con el fácil acceso al río [...] su cresta está coronada por el fuerte y la población que se extiende cuesta arriba [...] Después del fuerte, los edificios más importantes son la casa del comandante [...] y la vieja iglesia de Nuestra Señora del Carmen, edificio insignificante, situados ambos un poco más abajo de la cuesta de la colina […]

“...la plaza está [....] detrás del fuerte […], y en ella están situadas varias casas cómodas algunas en vías de construcción aún. […] La parte más agradable de la ciudad es la calle que parte del muelle […] costeando la base de la colina; allí en una gran extensión de terreno bajo se han formado jardines o quintas, llenas de toda clase de árboles frutales y resguardados por una fila de altos álamos que orillan la ribera” (Musters; 1964: 377a 379)

Mientras que, Albarracín transmite una visión diferente

“La pintoresca villa, que así nos pareciera el Carmen de Patagones a la distancia, vista desde cerca perdió todo su prestigio […] de la hermosura lejana, no [dejaba] de llamar la atención con su agreste situación y su trazado irregular. No todas las casas ofrecían sus frentes blanqueados o pintados, como nos pareciera desde lejos al remontar el río. La mayor parte de las viviendas no demostraba gusto arquitectónico alguno y en su casi totalidad eran de un piso bajo; su exterior, revocado en barro, y [usaban] como principal material el adobe crudo, confundíase con las espesas capas de arena, que cubre las calles, pues éstas no están pavimentadas; los fuertes vientos, que soplan casi diariamente, llevan arena de las calles de una acera a otra, transformándose las veredas en pequeños médanos que así como se forman desaparecen” (Albarracín; 1879:102-103)

Un poblador también nos ha dejado su impresión en una imagen más realista, porque era el espacio en el que vivía

“La posición pintoresca que Patagones ocupa, el magnífico golpe de vista que presenta a los que se acercan [...] al contemplar sus edificios que aún conservan el color natural del material en que fueron construido sin que jamás, ni aun reclamarlo la higiene, hayan sido blanqueados […]

Otro de los lunares que afean este pueblo y demuestran la poca prolijidad de sus autoridades son los numerosos terrenos valdíos que se encuentran en la parte más céntricas, terrenos sin cercar de ninguna clase y con frecuencia transformados en verdaderos focos de infección…” 3

A estas miradas contemporáneas faltaría agregar que en Mercedes-Viedma no existían edificaciones que llamaran la atención para este cuadro literario y, quizás, lo que más se destacaba era el verdor de la meseta llena de “lunares” edilicios que sólo contribuían a afear ese paisaje.

B. A la orilla de un gran río pero con problemas de agua

El agua potable es fundamental para el asentamiento humano, sin ella es imposible la formación de núcleos urbanos.

El río Negro era central para la vida de estos pueblos. El caudal de aguas cristalina proveía de agua para el consumo, facilitaba el riego, permitía las comunicaciones y el transporte entre ambas bandas y de éstas con el “exterior” y todo aquello que pudiera significar vida, sin olvidar la atracción permanente de sus aguas para el baño refrescante del verano

“El río es muy hermoso y tiene una fuerza de atracción irresistible, siendo esa la causa de innumerables desgracias, pues no ha habido año en que no hayan perecido en él, gran cantidad de personas de todas las edades. No hay familia antigua allí, que, como la nuestra no tenga un recuerdo ingrato por haber perdido en esa forma a alguno, o a varios de los suyos […] por lo común en el verano, durante la estación de los baños [….] “(Pita; 1928:.134-135)

Por esta razón en 1888 la subprefectura con asiento en Patagones estableció la prohibición de bañarse en la ribera norte, y en especial que se bañen los menores de edad. Prohibición que, según muestran los informes posteriores, fue burlada permanentemente.

Podría creerse que la cercanía del rio facilitaría a los habitantes la provisión de agua para consumo, pero la realidad que se presentaba era diferente. El río era el último depósito de las materias contaminantes. Era común que se encontraran arrastrados por la corriente animales muertos en descomposición, basuras, y por qué no personas ahogadas. Sus orillas se encontraban ocupadas tanto por caballos que a todo galope iban hacia él para tomar agua, como por mujeres que lavaban la ropa en los lugares más bajos y cercanos del río, los mismos de donde los aguateros sacaban el agua que bebía la población.

“[…] el abuso que llevan a cabo las lavanderas de tiempo atrás lavando la ropas en la ribera [rio arriba]. Todos los residuos que se desprenden de la ropa sucia del pueblo que allí se lava son […] arrastrados por la corriente hacia el agua que bebemos […] está saturada de materias nocivas a la salud” 4

Para evitar esto las municipalidades comenzaron a prohibir que, por ejemplo, se lavara la ropa y se arrojara basuras río arriba pues la correntada traía a los centros urbanos las materias contaminantes y a los aguateros, se les prohibió extraer agua media hora antes y media hora después de la marea alta, como así también de pozos de agua estancadas.

Todas estas medidas serán reiteradas, lo que indica que quienes debían cumplirlas no lo hacían. Los aguateros seguirán extrayendo el agua de los lugares más cercanos, sin importar si era potable o no. Los recipientes que usaban para la extracción y distribución eran de dudosa limpieza, a lo que se agregaba que se la vendían, selectivamente, a algunas personas y a otras no, cobrándola al precio que más les conviniese. Esta situación comenzará a revertirse con la instalación del agua corriente.

Esta instalación se realizará primero en Carmen de Patagones. En 1888, el comerciante, transformado en empresario, Francisco Arró, construyó un sistema de aguas corrientes autorizada por la Corporación Municipal, que se extendía por las calles y viviendas donde además del deseo de los vecinos existía la posibilidad de pagarla. Éstos debían afrontar los gastos de instalación e ingreso en la propiedad. Hacia 1890 habían conectadas 125 casas y el depósito de agua filtrada se colocó en la plaza.

A partir de esta innovación, los aguateros fueron obligados a proveerse del agua filtrada, a la vez que se les prohibía la extracción del agua del río para su comercialización. También se estableció un precio máximo en el valor del agua corriente y de la provista por los aguateros. Precios que, en la realidad, eran permanentemente modificados por unos y por otros. Fueron tantos los conflictos que la Municipalidad debió intervenir:

“En vista de los abusos que cometen los aguateros y al no dar cumplimiento la empresa de aguas corrientes al compromiso de abastecer a la población de tan necesario elemento, [se] dispuso ayer suspender la ordenanza que prohíbe la extracción de agua del rio” 5

En Viedma la situación no era diferente. La instalación de agua corriente la hizo el mismo empresario a mediados de la década de 1890, muy cercana a la inundación que en 1899 arrasara el pueblo. Fueron muy pocos los vecinos que alcanzaron a colocar el agua en sus casas, antes de que fueran destruidas poco después. Por lo tanto los aguateros tendrán una presencia más larga, haciendo uso y abuso de ser proveedores del recurso más necesario para la vida humana. Los que la compraban tenían una posición económica que les permitía hacerlo, o sea era la parte más “importante y decente de la población”, para usar definiciones de la época.

En lo que hace al agua para consumo no hay que dejar de lado el propio abastecimiento que hacían los habitantes de ambas orillas. Podría afirmar, sin temor a equivocarme, que en todas las casas se recogía el agua de lluvia (escasa por cierto) que no era apta para el consumo humano, y que para ello se sacaba del río. En las viviendas de quienes tenían mejor posición económica eran los sirvientes quienes se ocupaban del acarreo del agua desde el río mientras que, en los hogares en lo que les sobraba sólo pobreza, las mujeres y los niños estaban encargados de realizar la tarea de recogerla y trasladarla hasta sus domicilios, trabajo que les llevaba gran parte del día.

Esta actividad que pareciera no tener mayores connotaciones, en realidad era muy peligrosa (la posibilidad de caer en el río sin saber nadar era alta) y pesada. Para transportar el líquido se usaban recipientes lo más grande posible que se colocaban en ambas puntas de un palo que se ubicaba detrás de la cabeza por encima de los hombros. Se podría dejar jugar a la imaginación para ver la lenta marcha de quienes lo hacían y, en el caso de Patagones, además, tenían que subir una pesada cuesta.

C. Las calles y veredas: un constante reclamo

La llegada del General Roca, 1879, significó el inicio concreto de la separación de las dos bandas del río. Carmen de Patagones con un asentamiento poblacional más antiguo fue desplazado como centro institucional de toda la Patagonia por su hermana menor Mercedes, que en ese momento pasó a llamarse Viedma.

Los guiños, hechos en Patagones, para demostrar modernidad y beneplácito por la llegada del general victorioso fue entre otras cosas, ponerle nombres a las calles, que según Pita:

“Ninguna de las calles de nuestra Aldea Colonial tenia nombre hasta 1879 y la verdad es que no lo precisaban pues era tan reducida, que podían contarse de memoria y sin menor esfuerzo […] La campaña civilizadora del Ejercito Nacional […] trajo también ese adelanto [colocarle el nombre de las calles] (Pita; s/f:151)

Este adelanto estaba lejos de las necesidades de los pobladores que en forma permanente se encontraban con que el estado de las calles era muy malo

“…especialmente de las que bajaban la colina en dirección a la ribera; en algunas partes los peatones se hunden hasta los tobillos en la arena y en otras tropiezan con rugosas masas de arenisca” (El Pueblo, 7 de febrero de 1892).

Fueron los periódicos locales, “El Río Negro” primero y “El Pueblo”, después quienes se encargaron de denunciar el estado de las calles y veredas de los dos pueblos.

Según “El Río Negro” las calles públicas estaban en total estado de abandono, alfombradas por huesos y basuras de todo tipo que, expuestas a los casi constante vientos en todas direcciones, sólo se detenían cuando encontraban algunos obstáculos que las contuvieran y eran un foco de infección.

Viedma no brindaba una imagen diferente. Hay que recordar que era sede del gobierno local (Municipio) y de la Gobernación de la Patagonia, por lo tanto el reclamo por parte de los pobladores, se hará por doble vía a uno u otra, o ambas a la vez, lo que podía generar una acción adversa y recibir una doble imposición de medidas disciplinarias. Esta doble vía era usada también por las autoridades municipales que recibían, pedían e incluso exigían una ayuda extra por parte de la gobernación y viceversa.

Artículos periodísticos reclamaban, en 1882, por el estado de las calles que describían como “deplorables”, verdaderos “muladares” o, inmensos “fangales”. Criticaban a las autoridades locales por no ocuparse de limpiarlas para lo cual contaban con el dinero necesario y la posibilidad de tener mano de obra gratuita, ya que se podían usar a los presos para hacerlo.

En 1884, la Corporación Municipal decidió abrir nuevas calles pero algunos habitantes se opusieron y criticaron la medida porque consideraban que había que poner en condiciones las que ya existían “…cuanta falta nos hace [que] uno de los callejones que van al río estuviese transitable para la carga y descarga de los buques… los carros que están para el tráfico en lugar de cargar 100 arrobas por ejemplo, tienen que conformarse con 20 arrobas, y estar expuestos á que se rompan las ruedas y todo cuanto hay para romper”6

Pocos años después, el mismo periódico, informaba que el gobernador ordenó que se nivelaran las calles y se les diera salida al agua haciendo canaletas a las orillas “para ello dio peones, carretillas, palos, picos, y se encargó la dirección de la obra al comisario de policía Nicolás Molina. El trabajo habría concluido a satisfacción de todos, sin costar un solo peso a la caja municipal. ” (El Pueblo, 24 de febrero de 1887). A la vez que la municipalidad ordenó rellenar con ramas de álamos y basuras los pozos de la calle conocida por Tin Tin, que daba a la ribera.

De poco servían los espasmódicos intentos de arreglo ya que las calles eran las primeras afectadas no sólo por las lluvias, sino también por las crecidas diarias del río y la laguna (producto de la marea alta) y, por la desidia de los propios vecinos que las usaban como depósito permanente de basuras de todo tipo.

En ambos pueblos se sufría, junto con el problema de las calles, el de las veredas. Así como las calles nacieron a partir de huellas generadas por los transeúntes, las veredas eran partes de las mismas huellas. Por eso su estado no es diferente al de las calles.

Eran pocas las viviendas que tenían veredas. Estas no eran mantenidas, acondicionadas o reparadas ni por los vecinos, ni por las municipalidades por lo que se encontraban en pésimo estado, generando un constante peligro para los caminantes.

La situación se agravaba notablemente los días de lluvia cuando las veredas como las calles se convertían en verdaderos lodazales haciendo imposible transitarlas, salvo en una que otra parte más céntrica. Las que se encontraban en peor estado eran las que conducían a las riberas y las paralelas al río (norte y sur) por ser las más transitadas. En los días de lluvia, al cotidiano problema de la intransitabilidad, se agregaban los profundos zanjones que abría el agua en su desagote en el rio.

Las municipalidades intentaron poner un límite a tal grado de deterioro exigiéndoles a los vecinos la construcción de veredas. A tal punto que, en 1892, la municipalidad de Patagones decretó la obligatoriedad de construir veredas en un radio determinado, que debían ser de piedras, baldosas o ladrillos y se prohibía, cuando el nivel de una vereda y otra fuese distinto, construir escalones. Es este caso se debía realizar una pendiente suave.

Esta ordenanza fue escasamente respetada. Las notas periodísticas posteriores seguirán denunciando el estado deplorable tanto de las veredas como de las calles que

“es […] en general pésimo, puede decirse que no hay una en condiciones de viabilidad.

Los profundos pozos […] se encuentran por doquier. A continuar así algún tiempo más, la conducción de las cargas desde el puerto [….] se hará imposible” 7

En el orden económico, los que se consideraban más perjudicados por la situación solían ser los comerciantes que recibían o enviaban mercadería por el puerto

“la razón es muy sencilla […] si antes […] pagaban por la conducción de sus mercaderías 20 centavos por viage y podrían recibir o enviar en un día su carga en 10 o 15 viages, hoy por el estado de las calles, no solo necesitan y pierden el doble o el triple del tiempo en efectuar las mismas operaciones, sino que tienen que pagar el doble” 8

D. Aspecto de las edificaciones

Las edificaciones no se prestaban a mejorar el aspecto de los pueblos. En Patagones, los edificios permanecían con el color del material con el que habían sido construidos, sin haber sido nunca blanqueados. Gran cantidad de ellos amenazaban con derrumbes en forma permanente (sobre todo en días de tormentas de viento o lluvia). Completaban la situación numerosos terrenos baldíos que se hallaban incluso en la parte más céntrica, sin cercar y con frecuencia transformados en basureros.

En 1886 un importante comerciante y propietario de una calera, Nicolás Papini, publicó una solicitada en la que expresa entre otras cosas que:

“Antes no había en todo el pueblo más que dos ó tres casa con el frente revocado, hoy se ven muchísimas y en las cuales solo se han empleado cal y arena de Patagones habiendo dado con todas ellas magníficos resultados como puede justificarse [con algunas casas] construidas con solo cal y arena desde la cornisa al zócalo, y con todo el arte arquitectónico” 9

Esta descripción de las construcciones le pertenece a un individuo que pretende hacer progresar su negocio de venta de cal y, que se la puede contrastar con otras que no tienen el mismo interés, como las de Musters, que en 1869 estuvo en la zona, y cuenta que las construcciones que vio era de ladrillo secado al sol, piedra (muy raramente) y adobe en el barrio de los negros.

“Fuera cual fuere, mucho de los edificios [se encontraban] en un estado ruinoso, y un empleo más liberal del agua de cal […] habría disminuido una multitud de atentados, tanto contra la decencia como contra la limpieza interna.” (Musters;1869:379)

El registro estadístico de 1888 deja constancia del uso en la construcción de cemento de fraguado rápido y lento (portland), cal hidráulica, yeso de diferentes calidades y maderas. Todo ello de producción local, pero que se emplea en muy pocos edificios.

En Viedma, según los contemporáneos, el aspecto de las construcciones era pésimo. Las viviendas se levantaban en el lugar, modo y dimensiones que el dueño quería. La diferencia con Patagones es la constante denuncia de los pobladores y el reclamo a la municipalidad. Esta diferencia podría estar en relación con la llegada a partir de 1879 de funcionarios procedentes de Buenos Aires para cubrir cargos de la nueva gobernación que, no sólo aumenta la demanda de viviendas sino también la calidad de la oferta. Lo que encuentran es deplorable y caótico, y les demandan a las autoridades locales que pongan orden en ese caos urbanístico, y que se hagan cargo de las viviendas que ellos deben ocupar. Lo exigen desde un lugar de poder político- institucional y ejercen presión desde los periódicos que son de su propiedad. Es recurrente leer artículos donde se hace mención al estado de las casas ya sea para denunciar su escasez o su estado higiénico. Las viviendas, denuncian, se encuentran en pésimo estado de higiene y, cuando se desocupa una se alquila inmediatamente sin siquiera blanquearla, reclaman que al menos se les dé una mano de cal. Además, dicen, los fondos de las viviendas son letrinas y, le reclaman a la municipalidad que haga limpiar los patios y construir letrinas con las cuales se evitarían someter a la población a epidemias.

“tenemos a una cuadra de unas habitaciones a las que se les puede dar el nombre de covachas, unas derrumbadas y otras por derrumbarse”.10 En algunas de estas habitaciones habilitadas como casas viven numerosa cantidad de personas.

En el norte, entre las edificaciones públicas se destacaba el Centro Cívico construido en el solar perteneciente al antiguo Fuerte, frente a la plaza. Dicho solar fue destinado para la construcción de la municipalidad, la iglesia y el colegio San José, conservándose en el patio del colegio la torre del fuerte como “recuerdo histórico de la fundación del fuerte, no pudiendo deshacerse bajo ningún pretexto”.11

La casa municipal si bien se comenzó en 1882, fue demolida en 1885 y construida entre el 30 de agosto de ese año y el 16 de abril de 1886, consistía en una casa compuesta de zaguán y dos salones, dos calabozos, cocina y letrina al frente. Según el periódico “El Pueblo” del 29 de agosto de 1886 “solo es una covacha donde están agrupados el Juzgado de Paz, la Municipalidad, el deposito del carro fúnebre y la policía.”

La Iglesia se comenzó a construir y se interrumpió en el año 1880. En 1884 se retomó y se concluyó sólo la nave lateral. En 1885 se inauguró esta parte de la obra y funcionó allí cuarenta años. Se conservó del antiguo fuerte la torre, donde se colocó el campanario.

La plaza fue objeto de atención de la Corporación Municipal en 1876, cuando se resolvió limpiarla, nivelarla, construir caminos y cercos de mampostería y barandas perimetrales de madera. En 1877, se colocaron en ella varias escultura y en el centro una pirámide de ladrillo, revocada y blanqueada. En 1879 se plantaron árboles, (aunque en la descripción que ha quedado de Albarracín diga que no tenía jardines y que estaba abandonada) y se instalaron un farol en cada esquina y cuatro en la pirámide central.

A pesar de todo ello en una edición del periódico “Rio Negro” de 1880 se denuncia que la plaza presenta un estado “inmundo”, situación que no ha mejorado en 1886 ya que “El Pueblo” en su edición del 28 de febrero del mencionado año dice”…injustificable es la decidía de [la] municipalidad… [con] nuestra plaza… se halla en el más avanzado estado de abandono.”

En el sur, cuando aún era Mercedes, “los edificios más notables eran: en primer lugar la nueva iglesia Nuestra Señora de la Merced en la plaza…después la estación misionera inglesa, importante edificio que ocupaba dos lados de la plaza, una de cuyas alas contenía el local destinado a capilla, y la otra la residencia y el dispensario del misionero, el reverendo doctor Humble” (Musters; 1871: 380)

En 1870 se planteó la necesidad de demarcar la plaza que se transformaría en el centro desde el cual se partiría para la entrega de los solares. Los primeros en ser entregados frente a la plaza fueron a Balda hermanos y a Iribarne (dos comerciantes y hacendados) y se decidió trazar dos calles que desembocaban en el río. En 1875 se registran quejas porque la mayor parte de los terrenos no tenían medidas ni mojones lo que provocaba una verdadera confusión hasta el punto de no saber los dueños cuales eran el límite de sus propiedades.

La plaza delimitada como tal fue rodeada de alambre sostenido por postes y en su interior se pusieron plantas ornamentales, acción que se realizó varias veces a lo largo del período estudiado. En 1882, el periódico El Pueblo, denuncia que el estado de la plaza es deplorable y está desmantelada. Expresa que daba lástima de verla con la mayoría de los postes caídos, sin alumbrado y, ocupada por vacas, caballos y ovejas. Las pocas plantas que habían no eran cuidadas.

Poco tiempo después se informaba que “se destinaran 25.000$ para el arreglo de la plaza pública por ahora no se levantan ni los alambres caídos, por la noche los faroles brillan por su ausencia” (El Pueblo; 18 de mayo de 1883). Dos meses después la municipalidad resolvió llamar “General Alvear” a la plaza nueva, donde se encontraban los edificios públicos, y, a la vieja, “Plaza Vinter”.

E. Entre la luz y las tiniebla

A partir de 1860, en Patagones comienza la instalación del servicio de alumbrado público, aunque la iluminación es un tema de reclamo permanente.

En la fecha mencionada se instalaron 20 faroles que funcionaron primero con velas y aceite y luego sólo con velas. En 1879 se colocaron farolas de alumbrado en algunos sectores del pueblo y, en los años siguientes, se completó la iluminación con lámparas de hasta dos mecheros, y se incrementó, a lo largo de los años, el número de faroles y el espacio cubierto. El combustible usado era el kerosene y el encargado de encenderlos era el farolero.

Las quejas sobre su funcionamiento se expresaban en forma continua a través de los periódicos el “Río Negro” primero y “El Pueblo” después. Este último el 14 de diciembre de 1884 dice que“[a la noche] Patagones no tiene una luz que evite con sus rayos que sus habitantes se rompan la crisma en los innumerables precipicios” y al año siguiente, satiriza la situación dedicándole una nota necrológica titulada “LOS FAROLES DE PATAGONES Y SUS LAMPARAS (Q.E.P.D) fallecieron el 10 de diciembre de 1884” (El Pueblo, 11 de enero de1885)

Hacia 1889 la situación no había mejorada y se denuncia que

“Mal, muy mal anda el alumbrado […] las noches que hacen más falta hacen sean los faroles encendidos, es cuando el mayor número de ellos apagados.

El señor farolero es muy delicado; un poco de viento o lluvia que haya ya basta para impedirle cumplir con su deber. Enciende uno que otro farol y […] a descansar de las fatigas.” (El Pueblo, 27 de octubre de 1889)

En 1892 se dice

“¿Es o no es alumbrado el que por las noches vemos en las calles? Débiles lucecitas que con tenue resplandor se divisan de trecho en trecho, sin difundir más claridad que la necesaria para demostrar su existencia, dejando en la oscuridad más completa toda la calle…” (El Pueblo, 3 de abril de1892)

Viedma, comenzó a tener alumbrado público, cuando se lo consideraba un barrio de “El Carmen”. En 1861 se colocaron 6 faroles que funcionaban a vela o aceite. En 1867 se instalaron 12 más. El estado y funcionamiento de esos faroles estaban a cargo de la municipalidad mientras que la población debía proveer las velas y de los encendedores. Por otra parte la ampliación después de 1880 no fue distinta a la descripta en Patagones.

En una y otra banda, y en toda la etapa tratada, la iluminación fue ineficiente cuando no inexistente ya que había una gran resistencia por parte de la población a mantener su parte del trato, y las municipalidades actuaban en forma espasmódica según la fuerza de los reclamos y de quienes fueran los que reclamaban.

F. La higiene: ¿cuestión pública o Privada?

La higiene no era precisamente una cuestión que preocupara a las habitantes de ambas orillas del río (Viedma-Patagones). Las descripciones dejadas en los diarios demuestran que en el espacio público convivían personas con animales (perros, cerdos, vacas, caballos, aves de corral, etc.), alimañas de toda especie, basuras, excrementos, escombros y todo la imaginable e inimaginable. Lo público era una extensión de la vida privada; las calles, las veredas, las plazas, y otros espacios eran tomados como la extensión de las viviendas, espacio privado por excelencia, más específicamente de sus patios.

La mejor manera de reflejar la situación, que era la misma para los dos pueblos, es reproducir las denuncias de los contemporáneos:

“… hay una infinidad de perros que interrumpen el paso á los Transeúntes á toda hora del día y de la noche… Dentro de la población se crían cerdos…” (Viedma en El Pueblo, 27 de agosto de 1882)

“Hay otro foco de infección mayor aun, foco que puede ser causa de epidemia […]. Nos referimos a los mataderos…

Las basuras de todas especie […], se convierten en focos de infección muy capaces de producir periódicos recelos en puntos a la higiene, pues es sabido, que en la primer lluvia exhala sus emanaciones dañiferas y puede infestarse la población…” (Patagones en El Pueblo, 3 de abril de 1892)

[…] restos putrefactos yacen esparcidos por todos lados; aquí grandes pantanos formados por un fango sanguinoliento e infecto, allí residuos de escrementos y formando el todo una atmosfera mefítica mas que suficiente para producir la infección tífica” (Patagones en El Pueblo, 13 de mayo de 1889)

“nuestras plazas… son potreros, nuestras calles permanecen en perenne estado de inmundicia y no tenemos un servicio regular de alumbrado ni ninguna clase de limpieza pública.

Por doquiera que vamos vemos paredes derruidas, veredas intransitables, edificio ruinoso que amenazan a cada instante la vida transeúnte; montones de escombros y basuras en las calle […]

En la vía publica crece el pasto, los fosos y terraplenes que conducen al muelle son depósitos constantes de aguas estancadas que se corrompen y saturan la atmosfera de miasma mefíticas...” (Viedma en El Pueblo 21 de julio de 1887)

Esta síntesis permite ver que la higiene preocupaba sólo a los sectores más ilustrados de los dos pueblos, entre los que se encontraban algunos periodista, médicos o individuos recién llegados de Buenos Aires y, porque no, algún viejo poblador. Todos ellos denunciaban y reclamaban a las municipalidades que se hicieran cargo de la situación imperante.

Estos reclamos estaban en estrecha relación con la necesidad de prevenir enfermedades infecciosas, a las que se comenzó a asociar directamente con la falta de higiene. Esta concordancia la hacían quienes adherían a los postulados de un nuevo movimiento llamado higienista.

El higienismo estaba relacionado directamente con los avances en la materia realizados en Europa y su correlato en Buenos Aires. La premisa en la que se asentaba era la observación del bienestar del individuo en particular y, de la sociedad en general. El lema enarbolado era que la salud era el primero de los bienes y la higiene su base principal.

Con sus reclamos pretendían por un lado, que los individuos tomasen conciencia y adoptasen pautas higiénicas como forma de evitar las enfermedades y, por el otro, que las autoridades municipales tomasen medidas al respecto ya que las consideraban responsables institucionales de la higiene y por extensión de la salud. Los primeros, prácticamente no acusaban recibo de lo que se les solicitaba y los segundos, cada tanto redactaban ordenanzas en las que se exigía el respeto por ciertas normas de higiene que, la mayoría de las veces, caían en saco roto.

Se puede seguir el hilo de estas normativas más en Patagones que en Viedma, por el estado de conservación en que se encuentran los documentos, principalmente las actas de sesiones y las ordenanzas12. Ambas municipalidades actuaban en consonancia o sea, que lo hacía una, se replicaba en la otra. Lo que se ordenaba en Patagones era igual en Viedma.

Ya en 1880, la municipalidad de Patagones recuerda al vecindario no arrojar basuras en las calles y la ribera del rio; el castigo por no hacerlo iba desde aplicar multas (en este caso 200 pesos) hasta exigir a los contraventores recoger lo arrojado.

En 1888, se conformó una comisión de higiene en Viedma y otra en Patagones. Los miembros de estas comisiones eran renovados periódicamente, y en su composición participaba un médico secundado por otras personas más o menos comprometidas con los principios higienistas.

En Carmen de Patagones a esta comisión se le otorgó amplias facultades para mejorar las condiciones de salubridad, combatir y prevenir las enfermedades transmisibles, etc. Y, como propuesta de ella, se adoptaron una serie de medidas sintetizadas en:

• Exigir a los carniceros el blanqueo periódico de sus puestos colocar ventilación y llevar agua suficiente al matadero para lavar las reses.

• Decidir la construcción de nuevos corrales en las afueras del pueblo.

• Prohibir que se tuviesen cerdos en el radio urbano

• Exigir a los propietarios de perros sueltos que precedieran a colocarles bozal para evitar la “hidrofobia”

A pesar de estos intentos de frenar la falta de higiene, los reclamos persistieron, algunas veces se enfocados a problemas generales como la solicitud de:

“…hacer desaparecer los focos de infección que por donde quiera se encuentran [dictando] medidas tendientes a hacer desaparecer los focos de infección no solo en las afueras del pueblo sino también en las partes mas central y aun [en] calles en las que en varios días se han visto caballos en putrefacción y regularizar el servicio de limpieza...” (El Pueblo,12 de enero de 1890)

Y otras apuntaban exclusivamente al servicio de recolección de basuras que por algún tiempo fue entregado a contratistas que no cumplían con sus compromisos:

“Llamamos la atención a la Corporación municipal sobre la insolvencia que gastan los señores basureros y además la poca puntualidad […] Si el vecindario [paga sus] impuestos justo es que se lo atienda como corresponde no se permita a los contratistas hacer su santa voluntad” (El Pueblo, 3 de mayo 1888)

“…Hay casas de familias á las cuales hace mas de un mes que los encargados […] no pasan á recoger las basuras, estando estas amontonadas en los patios de las casas ó bien son arrojadas á los sitios valdios y aun á la calle. Estos focos de infección con los actuales calores son un peligro constante para la población…” (El Pueblo, 9 de enero de1890)

En realidad, el cambio de esta situación se hará lentamente y la aplicación de esta filosofía se verá reflejada recién en las primeras décadas del siglo XX. Mientras que, en la etapa estudiada, a pesar de las disposiciones municipales, la basura se seguirá ´depositando en las calles y veredas, las viviendas seguirán sin baños ni letrinas, las deposiciones excrementicias se arrojarán en las calles y veredas, los animales de todo tipo continuarán sueltos, los escombros tirados en la vía pública, etc. En síntesis, lo público y lo privado se confundirán en un solo espacio.

G. El Cementerio: Entre lo material y lo espiritual

La muerte es una realidad universal y atemporal. La actitud frente a ella tiende a dar una explicación racional de este fenómeno universal y de cómo las sociedades van creando un sistema de adaptaciones que intentan integrar lo desconocido e incomprensible en un marco racional y controlable. La muerte se transforma en el reflejo de la vida13. El cementerio es el espacio donde se da ese reflejo.

En comunidades como las estudiadas, el/los cementerios fueron un fiel reflejo de la forma de vida. A un estado de abandono terrenal correspondió un estado de abandono del más allá representado por el cementerio. Esta desidia se puede atribuir no sólo a las autoridades sino también a las personas que tenían deudos, que no se preocupaban por la limpieza y el orden del espacio que le correspondía a sus muertos.

Los primeros cementerios estaban ubicados en la banda norte del río

“En Patagones hubo cuatro [cementerios], a saber; el primero en la manzana que sigue a la plaza, […]. El segundo […] que yo alcance a conocer, en ruinas y abandonado, estaba ubicado sobre las calles Bynon y España; el tercero estaba, donde está hoy la usina de la luz eléctrica; […] y el ultimo es el actual, que data de 1886.” (Pita; s/f: 148).

Cuando Musters recorrió la región reparó también en el cementerio y dejo el siguiente relato sobre el mismo:

“…los desamparados habitantes de Patagones pueden jactarse de tener un excelente cementerio nuevo, situado al norte[rodeado] por una pared de ladrillos, con portones de hierro y mantenido en buen estado de orden y limpieza [se refiere al tercero mencionado por Pita]. Un poco al este, mas cerca de la población; se encuentra el cementerio viejo, cuyo estado de abandono, […] ofrecía un triste contraste; la pared de barro mostraba numerosas brechas, asomaban ataúdes por entre la arena, en algunos casos los féretros estaban […] destapados; calaveras y huesos yacían tirados y a la vista […]. Los residentes [demostraban] falta de respeto a los restos de sus antepasados, e hice la observación a mi acompañante, que se encogió de hombros y murmuró algo que me pareció ser el inevitable “mañana”. (Musters; 1871: 382-3)

Vida cotidiana e historia, Carmen de Patagones y Viedma

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