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GESTAR: COMIENZA EL VIAJE
Según la cultura mapuche,
la mujer es la llave
que abre y cierra las puertas de la naturaleza.
Ziley Mora
Hasta que lo experimentas...
Era la mañana del 16 de enero del año 2017. Con mi compañero, J.P., estábamos tomando desayuno en casa y curiosamente ese día no quise café, solo sandía, mucha sandía. Algo sentí, subí al baño y, mientras hablaba con mi hermana por teléfono, de sus planes de viajar a Japón y sobre qué haríamos el fin de semana para su cumpleaños, me hice un test de embarazo.
Al terminar de hablar con ella, lo miré. El resultado era negativo y lo dejé nuevamente en la caja para botarlo, algo desanimada, confundida. En realidad había sentido “algo”, pero me había equivocado.
Bajé nuevamente, terminamos el desayuno, planificamos el día y volví al baño. Algo me llamó a abrir esa caja de nuevo y, claro, era la segunda rayita esperando ser leída. Fue la primera señal y sentí como me hablaba: ”mamá, ya estoy aquí, mírame”
Sentí un bochorno intenso que me subía desde los pies a la cara, sentí mis cachetes rojos instantáneamente y la respiración agitada. Llegué a la pieza y le mostré a JP. el test con la segunda rayita apenas insinuada. Entre lágrimas y sonrisas nerviosas, comenzó entonces la historia de los tres.
Luego de muchos partos acompañados, de trabajo con mujeres gestando, talleres y jornadas, me di cuenta de que no entendía realmente lo que significaba “gestar” hasta que lo viví. Sabía de qué se trataba, pero no lo comprendía ni lo dimensionaba.
Un día, una amiga con siete semanas de gestación me comentó lo mal que se sentía físicamente: falta de energía, mucho sueño, nauseas terroríficas todo el día, cada vez le costaba más trabajar y en el ambiente médico que se movía era ridículo “pedir licencia” a tan corta edad gestacional. Sus palabras estaban envueltas en la culpa de no sentir este destello de vida y amor por su bebé, y eso la tenía muy complicada.
Yo ya transitaba mis 20 semanas y realmente nunca logré sentirme físicamente bien. Estuve con esta sensación de no estar en mí siempre, y sentía algo muy fuerte: que mi hijo no me pertenecía. Compartía lo comentado por mi amiga en un 100%, su sensación, culpa y también malestar. Pensé: ¿Así es realmente gestar? Me dieron ganas de abrazarla y decirle que todo iba a estar bien, pero ni siquiera yo sabía si todo iba a estar bien. Esta mujer me estaba mostrando como un espejo la necesidad de sentirme segura y contenida. Fue por eso que le contesté con este mensaje:
“¿Cuán feliz deberías estar? ¿Quién sabe cómo es para ti lo que estás viviendo?
Te cuento que me pasó algo similar, incluso en algún momento pensé que sería mejor no estar embarazada. Siento muchas nauseas, en extremo cansada y angustiada. A ratos estoy feliz, pero no 100%. Es muy raro. Esto lo conversé con varias amigas y una en particular me dijo: estar embarazada es un duelo, es dejar de ser quien eres, es transformación continua, nadie está lista. Es un camino. Ten paciencia, ¿Cómo podrías estar contenta todo el día?”
Entramos en un territorio de autocrítica porque ¡gestar se ha vuelto una moda! Lo planteo así porque nos vemos bombardeadas por supuestos ideales y expectativas que a veces no son nuestras, obligadas a escuchar opiniones de terceros, cuartos y quintos. Pocas mujeres se permiten descubrir realmente esta conexión limpia y pura con sus emociones y su bebé. Nosotros íbamos por la séptima semana y ya me encontraba pensando en cómo sería el parto, si quería lactancia exclusiva o no, si la crianza sería de una corriente u otra; me vi escogiendo el equipo médico, la mejor sala y el plan de parto ideal.
En mi caso, a pesar de ser matrona pro-parto vaginal, siempre supe que terminaría en una cesárea, y que iba a ser yo quien pediría esta opción, no más allá de la semana 37. Esto, sin ningún fundamento, simplemente se coló esa certeza y no me la saqué más.
Pasaban las semanas y para mí era ir cumpliendo metas; estaba muy angustiada por resolver rápido en qué lugar sería el parto, pese a eso tuve cita con 3 médicos diferentes y nunca pude decidir.
Miraba mi guatita crecer, le sacaba muchas fotos y esperaba con ansias el día en que cumplíamos semanas.
Le comenté a mi matrona que me importaba mucho que el lugar escogido tuviera la mejor unidad de neonatología, incluso lo conversé con varios pediatras. Ella me preguntó por qué estaba tan asustada y me recomendó no estresarme más con la idea, que ella estaría conmigo en cualquier lugar, y así fue. Luego entendí por qué tenía esas inquietudes.
Una mujer gestante se vuelve tremendamente intuitiva. Existe este halo energético a su alrededor que le permite comunicarse con el universo desde otro lugar. Y claro, se está transformando, se transforma en un canal de vida y se prepara para dar paso a una nueva existencia terrenal; eso es parte de la magia de gestar. Una mujer que gesta se vuelve cósmica y dedica toda su energía vital a la formación y contención de este nuevo ser ¿Existe otra tarea más trascendental?
Contando los días y pese a sentirme muy extraña, todas las mañanas, con mi bata puesta, ponía nuestra canción en la cocina mientras preparaba mi única gran comida del día: pepino dulce para desayunar. Se me hacía agua la boca bailando mientras los pelaba, luego me sentaba a disfrutarlo hasta no poder comer más.
Mis días transitaron acompañados, intentando inyectar toda la alegría posible y alejar el miedo de mis pensamientos. Sabía que Noah no iba a estar mucho tiempo aquí con nosotros. De alguna manera lo sentí así. Sin embargo, intenté disfrutar del camino y agradecí tenerlo en mí todos los días, hasta que llegó el gran día. La noche anterior le dije al papá de Noah mientras conversábamos antes de dormir : “Siento que algo va a pasar, algo no está bien”.