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ATERRIZAJE ANTES DE TIEMPO
Sabia Naturaleza,
invádeme de tu calma y ritmo
para habitarme y volver a ti.
Loreto Hagar
Ese día me sentí tremendamente vulnerable, muy cansada y somnolienta. Lo relacioné con las jornadas de clases que había tenido. Sin embargo, intuía que algo no andaba bien y por eso insistí en quedarme en casa.
Tenía mucho frío. Llevaba varios días con una sensación extraña, indescriptible. Fui al baño y miré mis piernas: estaban muy hinchadas. Sabía que necesitaba energía, pero no podía comer. Noté como de a poco se nublaba mi capacidad de pensar con claridad y comencé a sangrar. Estaba almorzando con mis papás y hermanos, quienes decidieron llevarme a urgencias porque algo no estaba bien.
Llegué al lugar que era mi hogar, donde conocía a todos, rodeada de cariño, respeto y profesionalismo. Todos los detalles que se cuidaron, el cariño que sentí en todas las miradas con las que me encontré ese día, aliviaron muchísimo el miedo que tuve y el dolor físico que me acompañó, el que no se fue pese a todas las medidas de confort que probé. Sostener la mano de alguien que sufre no te hace menos profesional, todo lo contrario, suma en cualquier dirección que lo mires.
Estaba en una camilla con contracciones, que cada vez venían más intensas y frecuentes. En mi cabeza de matrona pensaba “son 24 semanas, si nace no va a sobrevivir, hay que aguantarlo un poquito más”. Hasta ese momento aún pensaba que algo de control me quedaba. Llegó el médico de turno y me tomó la mano sentándose a mi lado en la camilla, lo que fue un lindo gesto. Me preguntó luego de ver mis exámenes: “¿Tu bebé es hombre?”.
Lo que ocurrió fue que en pocas horas mi hígado colapsó, “Hígado graso agudo del embarazo” escuché. En mi cabeza, traté de volver a mis años de universidad, a tratar de encontrar esta patología, ¿Qué era?, sólo pude recordar que era muy grave y en ese momento también me di cuenta de que mi cabeza estaba colapsando.
Todo transcurrió muy rápido, recuerdo el miedo en las miradas de quienes me acompañaban como también las ganas de conectar conmigo y hacerme sentir mejor.Cada vez que llegaban resultados de sangre, luego de eternos minutos intentando encontrar mis venas, se miraban, sabiendo lo que tenían que hacer, pero sin querer decirlo. Para ese momento yo ya estaba en la UCI, invadida por todos lados, con contracciones que no se iban, con un sueño que me hacía cerrar los ojos, cada vez por más tiempo. Solo necesitaba dormir. El frío se volvía insoportable, pero estaba tranquila. No sentí miedo en ningún momento. En el fondo ya sabía lo que iba a ocurrir y no podía esperar más.
A mi lado, Andrea, mi amiga, matrona, guardiana, me sostenía, acompañándome a respirar. Recuerdo su mirada con mucha dulzura, intentando no quebrarse. En un momento, miré a mi médico que estaba apoyado a los pies de mi cama y le dije sin dudar, “Por favor, sácalo”.
Debe haber sido una decisión muy difícil. Trabajamos juntos hace años en atención de partos y sabíamos lo que significaba realizar una cesárea y sacar a Noah con 24 semanas de gestación. Creo que la linda conexión e infinito cariño que nos tenemos, hizo más duro ese momento. Sin embargo, no pudo haber existido un mejor personaje para nosotros en esta historia. Se decidió entonces realizar la cesárea y recibir a Noah.
Escuché al papá de Noah decirme en el pabellón : “Quédate conmigo, no me dejes solo”. Con eso en mi corazón, me dormí.
No sé realmente cuánto tiempo pasó, ni donde estuve, pero fue un lindo viaje.
En base a mi experiencia, quedó en evidencia que un nacimiento puede ser tranquilo, amoroso y respetuoso, al margen del escenario. Nunca me faltó una mano que sostener, unos ojos que encontrar y alguien preocupado de cubrirme para no estar expuesta. Todos estos detalles, marcan realmente la diferencia en una experiencia como esta. ¡Gracias!