Читать книгу Enamorada De Una Estrella - Storm Victory - Страница 5
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ОглавлениеAbril de 2018
―¡Tengo que dejar de perderlo todo! ―se dijo Leny a sí misma molesta, cerrando la sexta caja llena de las muñecas que había compartido con Emily a lo largo de su infancia.
No podía evitarlo: no podía apartarse de nada que la recordara los felices días pasados con su prima, antes de que un famoso director de cine se fijara en ella y la arrastrara al brillante mundo de Hollywood, del que nunca regresó.
Habían pasado siete años y apenas había visto a Emily y, aunque era más fácil hablar con su agente, la señora Martens, que con ella, nunca dejó de tenerla presente.
Además, la serie de televisión Love School, que la había catapultado, iba ya por la sexta temporada y Leny podía ver a su prima en la tele todos los martes por la noche.
Estaba muy orgullosa de ella y, aunque la había echado de menos durante todos estos años, era feliz por lo que había conseguido: ¡ser una estrella de cine! ¡Lo que siempre quiso!
Enjugándose las lágrimas por el recuerdo de todas las veces que había sufrido por su ausencia, tomó otra caja para meter las carpetas con todos los recortes de prensa que había guardado en aquellos años: desde las primeras reseñas sobre la protagonista de la nueva serie Love School, sobre sus apariciones en fiestas VIP, sobre sus coqueteos con algunas de las jóvenes y más famosas estrellas de la época, el anuncio que había hecho, los cientos de entrevistas en las que a veces incluso había insinuado su fantástica relación con Leny…
Desafortunadamente, en todas esas publicaciones no se hablaba solo de ella, también de Chris Hailen, el nuevo ídolo que había llevado al éxtasis a miles de fans y había vuelto locas a decenas de actrices y cantantes, incluso a la famosa Shannon de F3 y a Donna, con quien había tenido una trepidante historia de amor dentro de la serie Love School.
Tanto Emily como Chris salían guapísimos en cualquier situación y siempre aparecían junto a otras personas famosas.
Las últimas fotos los mostraban siempre juntos, después de haber anunciado su noviazgo, como si hubieran escuchado los años de rezos y oraciones de los fans para que los dos protagonistas de Love School, Sarah y Max, acabaran juntos también en la vida real.
Con manos temblorosas, Leny abrió el último álbum que había hecho para Chris.
Habían pasado siglos desde que lo había abierto por última vez, pero esa sonrisa fugaz y dulce de hacía siete años todavía estaba grabada en su mente, y aunque el refrán «ojos que no ven, corazón que no siente» fuese cierto, tampoco funcionaba para ella, porque no había ninguna revista, programa de entrevistas o de radio que no hablara de la vida del muchacho y de sus locuras y sus problemas con el alcohol.
Amar a alguien que estaba tan lejos y tan… fuera de su alcance era demasiado doloroso.
Agotada y con gran pesar, Leny cerró el álbum suavemente, tratando de no aferrarse a las imágenes del fascinante y arrebatador chico de la portada.
Puso los últimos artículos, que no estaban en la lista de la carpeta, y empujó todo contra el fondo de la caja, deseando poder enterrar sus sentimientos también. Finalmente selló la caja con doble cinta y la empujó al interior del armario junto con las otras, había estado recogiendo todo en el último mes porque tenía que dejar su piso, al haber perdido su trabajo en el bufete de abogados Marshal & Son.
Afligida por los últimos acontecimientos de su vida, que no había dejado de empeorar desde que las dos personas más importantes de su vida se marcharon, fue al baño a tomar una larga ducha revitalizante antes de salir para casa de Arthur.
Dos horas más tarde regresó a Pieville, el pequeño pueblo donde había pasado toda su infancia y adolescencia con su querida prima Emily, con la que también había compartido casa, y con Chris, que vivía en la casa de al lado con su abuelo, Arthur Hailen.
Para no levantar sospechas, Leny esperó unos minutos más antes de ir a casa de Arthur.
No le había contado a nadie su despido, con la esperanza de que pronto encontraría otro trabajo, pero no le estaba siendo nada fácil.
Habían pasado veintisiete días y ocho entrevistas, pero seguía desempleada en ese momento y si no se iba pronto de su piso, empezaría a endeudarse y perdería el coche que estaba a punto de terminar de pagar.
Con un largo suspiro, Leny salió del auto y caminó temerosa hacia la casa del abuelo de Chris.
―Arthur, soy Leny ―exclamó al entrar en la casa del viejo, preocupándose por no encontrarlo frente a la televisión viendo alguna película de detectives.
―Leny ―murmuró el hombre con voz jadeante desde el dormitorio.
Nerviosa, Leny corrió a la habitación, donde encontró a Arthur acostado en la cama con respiración irregular.
―Has estado trabajando en el huerto de la cocina otra vez, ¿verdad? ―le reprochó Leny inmediatamente, observando las botas manchadas de barro a los pies de la cama, antes de ir a la cocina a por las píldoras que le habían recetado en el hospital después de su ingreso por la grave bronquitis que le había mantenido en cama durante todo el mes de febrero.
Tan pronto como Leny le ayudó a tomar la medicina con un vaso de agua, Arthur se relajó y su respiración volvió a su cadencia habitual.
―Arthur, tienes ochenta y dos años. A tu edad no puedes permitirte hacer… ―le empezó a decir Leny, pero la mirada furiosa y despectiva que siempre mostraba cuando alguien hablaba de su vejez la interrumpió.
―Soy viejo, no discapacitado ―dijo con aspereza.
―Lo sé, pero no quiero que te esfuerces. Acabas de salir del hospital y aún no te has recuperado. Sabes que te voy a ayudar con la huerta ―le recordó ella, feliz de haber cuidado de ese pobre anciano durante todos estos años… y no solo porque Chris se lo pidiera antes de irse.
―Lo sé, pero tú trabajas y no quiero molestarte ―murmuró con una extraña luz en sus ojos.
―Aunque trabaje, vendré a verte todas las noches y pasaremos los fines de semana sembrando lo que quieras, ¿vale?
―Pero tu trabajo…
―Sí, pero no debes preocuparte por eso.
―¿No debo?
Lenny asintió alegremente, tratando de ocultar el sentimiento de culpa por la mentira que acababa de contarle a la única persona en la que le había confiado totalmente en los últimos cinco años.
―Eso es extraño… llamé a Andrew Marshall esta mañana para preguntarle por su padre, que tiene Alzheimer, y me dijo que te despidió hace un mes ―murmuró, fingiendo indiferencia, mientras que sus ojos entrecerrados connotaban algo completamente diferente.
La sonrisa de Leny desapareció de inmediato.
Debería haber imaginado que Arthur lo descubriría tarde o temprano gracias a su amistad de toda la vida con el padre de su ex jefe. De hecho, ella había conseguido ese trabajo como secretaria en el bufete nada más terminar la secundaria gracias a Arthur, en primer lugar.
―Lo siento… Te lo quería contar, pero no sabía… ―susurró Leny con culpabilidad, manteniendo la mirada baja en sus zapatos negros y pulidos.
―La gente dice que te despidieron porque le tirabas los tejos a Andrew.
―¡Eso no es verdad! ―gritó Leny indignada.
―Eso es lo que dije yo, y cuando le pedí que me explicara, empezó a murmurar algo sobre la crisis y los recortes.
―La verdad es que perdí mi trabajo por culpa de esa víbora de Pamela, la nueva esposa de Andrew Marshall. Nos despidió a mí y a Laurel porque somos jóvenes y solteras. Temía que nos acostáramos con el monstruo de su marido. Nos acusó de coquetear con él y nos despidió. Bastará con que nos dé la indemnización.
―Lo siento, pero no entiendo… Tú no estás soltera.
―Lo dejé con Travis hace unos días ―confesó la chica, sonrojándose por la enésima mentira de la conversación y tratando de no especificar que estaba hablando de cincuenta y seis días.
―¿Por qué no me sorprende? ―soltó Arthur, tratando nerviosamente de levantarse de la cama.
―Pensé que era el correcto, pero no funcionó. Cosas que pasan ―se justificó, esperando evitar la inminente reprimenda.
―¡Eso es lo que dices siempre, Leny! Es una pena que tus amoríos no duren nunca ni tres meses. Estaba seguro de que Travis y tú ya os habíais separado hace un par de meses.
¡Viejo zorro!
―No es fácil.
―Nunca será fácil si sigues amando a mi estúpido nieto ―gritó Arthur de repente atormentado, como siempre que hablaba de Chris.
Un nudo en la garganta le impidió a Leny responder.
―Leny, querida, yo te quiero mucho, de verdad, pero tienes que dejar de aferrarte al pasado. Chris no va a regresar y tú eres demasiado hermosa para desperdiciar tu juventud por alguien que no está aquí ―dijo Arthur con gesto dolido debido a la distancia con su amado nieto.
―Chris volverá ―susurró Leny, tratando de consolar el alma turbada del viejo.
―¡No, no lo hará! Está demasiado ocupado viviendo como una estrella de Hollywood para acordarse de su abuelo. ¡Lo único que sabe hacer es llenar mi cuenta bancaria con cantidades tan altas que no podría gastar en dos vidas! ―gruñó el anciano, que se había negado en todos esos años a gastar ese dinero en algo que no fuesen sus cuidados médicos y en una mujer que cuidaba la casa y de las comidas diarias entresemana.
―Arthur, ¿por qué no lo llamas? ¿Por qué no hablas con él? ―le preguntó una vez más inútilmente, conociendo su naturaleza terca y orgullosa.
―Absolutamente no y tú tampoco, te lo prohíbo.
Leny asintió, dándose por vencida. Era inútil hacer razonar a Arthur.
Todavía recordaba la bronca que tuvieron cuando lo llevaron al hospital por un ictus que, por suerte, solo le afectó ligeramente el funcionamiento de su pierna derecha, o la que tuvieron después de su ingreso el mes pasado.
Leny lo había cuidado y apoyado todo el tiempo. Sabía que Arthur no quería molestar a su nieto. Pero ella no estaba de acuerdo. A menudo había pensado traicionar la confianza de Arthur y llamar a Chris, pero nunca lo hizo. Solo una vez, después del ictus. Aquella vez contestó el agente de Chris, y aunque Leny insistió en hablar directamente con él por un problema familiar, el agente no la dejó.
Finalmente se había dado por vencida para hablar con Chris, y había decidido hacerse cargo de la situación y tratar de convencer a Arthur para usar el dinero de su nieto en renovar la casa y hacerla más accesible, por sus dificultades para caminar, y en contratar a un cuidador o enfermero que pudiera ocuparse de él mientras ella trabajaba.
También habían hablado de contratar a un jardinero alguna vez, pero a Leny le encantaba trabajar en el jardín, así que al final eso se había quedado en nada.
―Como quieras, pero no puedes seguir así con Chris. Él te quiere, lo sabes. Solo intenta hacer realidad su sueño y convertirse en alguien ―lo defendió Leny.
―¿Convertirse en alguien? ¿Te refieres a un actor alcohólico que entra y sale de rehabilitación?
―No podemos entender la presión a la que Emily y Chris están sujetos. No debe ser nada fácil tener éxito en ese campo y a ese nivel. Pero Chris es un chico listo y seguro que la segunda vez ha sido también la última. Hace trece meses que no tiene esos problemas ―le informó, recordando la última entrevista de Chris en la que hablaban de sus problemas con el alcohol.
Declaró que había perdido la cabeza, pero que ahora la había encontrado de nuevo. Leny recordó también cómo se puso la mano en el corazón mientras lo decía, y unos meses después, salieron unas fotos de Chris en el Caribe, saliendo entre las olas del mar con la rosa de los vientos tatuada en su pectoral izquierdo hinchado y duro, como resultado de un entrenamiento muy estricto que había fortalecido su cuerpo hasta dejarlo en perfecta forma.
―Cuando llegas a tener una adicción así, ya no estás haciendo realidad tu sueño, sino que estás cayendo en el abismo, Leny. También se lo he dicho a él ―le recordó Arthur, arrugando la frente al pensar en su última conversación, cuando claramente le había dicho que no llamara más si no quería volver a casa, y que se guardara el dinero para sí mismo.
Rindiéndose a la terquedad de Arthur, Leny terminó de prepararle la cena y ordenar su cocina y su antes de salir a ver a su madre al otro lado de la calle.
―Si necesitas dinero, yo… ―le ofreció Arthur antes de que se fuera.
―No, estoy bien. Tenía algo ahorrado ―mintió la muchacha, ya que no quería limosnas.
―No importa. Me llevas al banco el lunes y te hago un depósito ―insistió antes de dejarla marchar. Ayudarla económicamente ahora que estaba desempleada era lo menos que podía hacer después de todo lo que ella había hecho por él en todos esos años sin pedirle nada a cambio.
Tan pronto como entró en casa de su madre, Leny comenzó a zigzaguear entre las muchas cajas que llenaban el pasillo.
―¿Te mudas? ―preguntó Leny preocupada al entrar en la cocina, donde su madre preparaba carne asada para la cena.
―No. Son los últimos regalos de Emily. Puse tu nombre en los que son para ti.
―¿Más ropa? ―preguntó resoplando.
―¡Ropa, zapatos y maquillaje! ¡No puedes creer todo lo que hay ahí! También está el último disco de F3 con un autógrafo y una dedicatoria para ti ―explicó su madre, siempre alegre.
Leny intentó mostrar la misma felicidad, pero no pudo.
Odiaba ser la prima friki que siempre llevaba ropa de diseñador gracias a su prima actriz.
Nunca llegó a entender si la gente que la rodeaba la apreciaba por sí misma o por ser la prima de la famosa Emily Keys. Incluso el grupo de amigos de la escuela secundaria con los que se reunía algunos sábados por la noche nunca había mostrado interés real en ella, aparte de considerarla una fuente de cotilleos sobre la vida estelar de su prima y de Chris.
Leny cargó con los paquetes para unirlos a los que se amontonaban en el fondo del trastero.
Luego volvió a entrar y, deseando que no hubiese más sorpresas, se sentó a la mesa donde su madre ya había servido la carne asada al vapor.
―¿Cómo va el trabajo? ―preguntó su madre, antes de tomar un gran bocado de carne asada.
―Bueno… ¡esta carne está excelente! ―dijo Leny apresuradamente.
―Me alegro. Ya sabes, con esta crisis… ¿Crees que podrían contratar también a Mary, la hija del panadero, en el bufete de abogados? Lleva un año en casa y no encuentra un trabajo fijo.
―No creo. Pero preguntaré.
―Gracias. ¿Y cómo te va con Travis?
Leny hizo un esfuerzo para evitar atragantarse con la carne.
¿Era posible que su madre tuviera la capacidad de hacer las preguntas más incómodas en el peor momento?
―Muy bien ―murmuró su hija, llenando su boca con otro bocado a la vez.
―¡Qué bien! Creo que Travis es el hombre adecuado para ti y además es policía. Siempre es cómodo tener un policía en la familia.
―Claro ―dijo Leny en voz baja, sufriendo por ese interrogatorio.
Afortunadamente el teléfono de su madre empezó a sonar.
Era Rose, la madre de Emily.
―¡Es Rose! ―exclamó feliz como una niña. Desde que su hermana empezara a pasar la mayor parte del año con su hija en Los Ángeles y en el set de Love School, la madre de Leny realmente esperaba con ansias las llamadas de su hermana porque la extrañaba mucho.
―Me voy ―advirtió Leny, levantándose de la mesa. Sabía que su madre desaparecería durante al menos una hora y quería huir antes de que le hicieran más preguntas incómodas.
―Termina tu cena.
―Es tarde, y le prometí a Travis que iría al cine con él esta noche ―mintió descaradamente, antes de que su madre se retirara a su habitación para hablar alegremente con su hermana.
Despejó la mesa a toda prisa y sin perder un minuto se dirigió al coche aparcado en el pequeño y mal iluminado camino de tierra.
Tan pronto como cerró la puerta, empezó a respirar de nuevo.
Ni siquiera se había dado cuenta de que había estado manteniendo la respiración todo el tiempo.
¿Cómo había llegado a aquella situación?
¿Cómo había podido mentir tan descaradamente a su madre y a Arthur?
¿Cómo podía creer que si escondía sus problemas, desaparecerían sin más?
¿Cómo creía que podría superar todo eso sola?
Lágrimas cálidas recorrieron su cara, haciendo también que el rímel waterproof finalmente se le corriera.
Mantuvo la cabeza agachada sobre el volante durante mucho tiempo, llorando desesperadamente.
No sabía por qué estaba llorando.
Solo sabía que se sentía terriblemente sola.
Soltó un quejido que había estado acumulándose los siete años que había pasado sin su prima y sin la presencia y el amor de Chris.
Se había lanzado a construir una vida falsa con un buen trabajo, un novio, una casa hermosa para que todos se sintieran orgullosos de ella, pero al final todo había caído como un castillo de naipes y finalmente se veía obligada a enfrentarse a esa soledad y desesperación a la que había tratado de ignorar todos esos años.