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Al día siguiente, Leny se levantó tranquila, tratando de empezar con buen pie y actitud optimista, pero todavía estaba haciendo café cuando Diana, la cuidadora de Arthur, la llamó por teléfono.

―Diana, ¿qué pasa? ―Leny inmediatamente se preocupó. La última vez que Diana la llamó, Arthur estaba en el hospital por una crisis respiratoria.

―El señor Arthur… ha tenido un ataque al corazón. Lo están llevando al Hospital Federal… parece serio.

Leny no preguntó nada más.

Se vistió apresuradamente y corrió a la sala de urgencias, donde estuvo esperando al médico durante veinte minutos, y cuando llegó, en seguida le explicó que la situación era grave.

―Su edad, su insuficiencia respiratoria y ahora también su corazón… Lo siento, pero no quiero engañarte. Debes prepararte para lo peor. Deberías llamar al nieto ―dijo el cardiólogo especialista, llevándola a la habitación donde se estaba Arthur.

Leny se acercó a él y le apretó la mano, con el corazón roto al verlo tan pálido, conectado a un respirador artificial y con una docena de electrodos para controlar el ritmo cardiaco.

―Por favor, Arthur. No puedes hacerme esto ―le susurró angustiada a su cuerpo dormido.

Sintiendo que le fallaban las piernas, se sentó y dejó que la angustia la abrumara. Gracias al cielo que estaba sola.

Pasaron muchas horas hasta que Arthur se despertó, pero el respirador no le dejaba hablar y finalmente se rindió y se volvió a dormir.

Leny pasó todo el día en el hospital, tratando de encontrar una solución o una cura con los médicos, pero sin resultados.

―¿Por qué no te vas a casa y descansas? No puedes hacer nada aquí. Es sólo cuestión de tiempo ―le sugirió la enfermera.

Agotada como estaba, decidió ir a casa de Arthur a buscar un pijama y otras cosas que pudiera necesitar. No quería rendirse a lo inevitable.

Ella pelearía. Nunca se rendiría.

Aunque fuera un anciano, Arthur seguía siendo un hombre fuerte y muy vivo.

Pero tan pronto como entró en la casa, sintió que el mundo se derrumbaba sobre ella.

Trató de armarse de valor y de poner algo de ropa en una bolsa, pero a medida que avanzaba por la casa, percibía una sensación cada vez más fuerte de muerte frente a ella.

Contrariada, se dejó caer en la cama.

Abrió un cajón de la mesita de noche.

Había una foto de Arthur con Chris de bebé en sus brazos.

Tomó la foto enmarcada en sus brazos y se sintió desfallecer.

Decidió llevársela a Arthur.

Iba a cerrar el cajón cuando vio un trozo de papel con un nombre y un número, con la letra de Arthur.

Era el número de Chris.

Cuando Arthur sufrió el ictus, él le hizo prometer a ella que nunca llamaría a Chris por él y ella aceptó, aunque a regañadientes.

Pero ahora sentía que ya no podía mantener esa promesa.

Tomó el pedazo de papel con las manos temblorosas y sollozando.

Cogió su móvil y marcó el número.

Ella no había oído la voz de Chris en muchos años y su corazón empezó a latir muy rápido, pero sintió náuseas cuando pensó en lo que le iba a decir.

Después de una larga serie de tonos, Leny escuchó una voz agitada y estridente en el teléfono.

―¿Chris? ―preguntó preocupada.

―No, soy su agente.

―Lo siento. ¿Puedo hablar con él? ¡Es una emergencia! Su abuelo…

―Escucha, no tengo tiempo para tonterías. Llama a otra persona.

―¡Pero es el abuelo de Chris! Se está muriendo ―gritó Leny furiosa por la insensibilidad del hombre.

―Chris está rodando una escena en el plató en este momento.

―¡No me importa para nada! ¡Tengo que hablar con él inmediatamente! ¿Lo has entendido? ―Leny estaba cada vez más furiosa, asolada por el tipo de gente que rodeaba a Chris. No le sorprendía que hubiera empezado a beber con gente así a su alrededor.

El agente murmuró algo grosero, pero al final llamó a Chris, quien se puso al teléfono poco después.

―¿Abuelo? ―preguntó vacilante.

Escuchar la voz de Chris, aún más profunda y cálida que en el pasado, le puso el cerebro en órbita.

Era diferente de la que sonaba en las películas.

―Chris…

―¿Leny? ¿Eres tú? ―susurró el hombre débilmente.

―Sí… Lo siento, pero tu abuelo está enfermo… Muy enfermo… Tuvo un ataque al corazón y… ―intentó explicarlo, pero no le salían las palabras. ¿Cómo podía decirle que su abuelo se estaba muriendo?

―Tomaré el primer vuelo y llegaré ―contestó.

No pudo decir nada más porque la línea se cortó.

Tomaré el primer vuelo y llegaré. Pronto volvería a ver a Chris. ¿Cuánto tiempo había estado soñando con ese momento? ¿Cuánto deseaba volver a verle, abrazarle fuerte y… besarle?

Qué pena que ocurriese en una situación así.

Preferiría esperar siete años más, si eso significaba darle a Arthur más años de vida.

No pudo dormir esa noche por temor a una llamada del hospital.

Las calles seguían desiertas cuando, a la mañana siguiente, se dirigía al hospital.

Diana, que había pasado la noche allí, estaba agradecida por el relevo temprano y se marchó.

Leny se quedó sola con Arthur, que aún no se había despertado, así que empezó a deshacer la bolsa, a llenar el armario con las mudas de ropa y un pijama, y puso la foto en la mesita junto a la cama.

―Gracias ―murmuró Arthur débilmente, recién despertado, viendo a Leny poner el retrato sobre la mesa.

―¡Arthur! ―exclamó Leny ansiosa, dejando caer algunas lágrimas de alivio.

―Me estoy muriendo.

―No digas eso. Ya se te pasará.

―Soy viejo, Leny. No le temo a la muerte. Por fin podré volver a abrazar a mi hijo y a mi esposa.

―Oh, Arthur…

―Solo lamento no poder volver a ver a Chris, pero si lo ves, dile que lo amo. Siempre lo he amado y solo deseo que sea feliz.

Leny se agradeció a sí misma en silencio por haberlo llamado.

―Estoy segura de que volverá pronto y que podrás contarle todo eso.

―Le has llamado, ¿verdad?

Leny asintió lentamente, intentando enjugarse las lágrimas de la cara con la manga de la sudadera.

―Prométeme que le dirás lo que sientes cuando… ―le intentó decir ella antes de que una nueva crisis respiratoria hiciera sonar la alarma del aparato conectado a su corazón.

Leny, asustada, salió corriendo de la habitación para pedir ayuda y unos segundos después, un médico y una enfermera entraban, pidiéndole a ella que esperara fuera.

―Por favor, no te mueras ―repetía Leny mientras caminaba por el pasillo de un lado a otro como un animal en una jaula.

Pasaron unos minutos antes de que la puerta de la habitación volviera a abrirse.

―Lo siento, pero no creo que el señor Hailen sobreviva el día ―le advirtió el médico, antes de que lo llamaran para una nueva emergencia.

Leny decidió pasar el resto del día en el hospital rezando para que Chris llegara lo antes posible.

Afortunadamente, a la hora del almuerzo, su madre le avisó que iba al aeropuerto a buscar a Chris, Emily y su hermana Rose.

Parecía que todo el mundo quería estar cerca de Chris en un momento tan difícil.

Aunque Leny no había desayunado, no tenía ganas de comer ni una rebanada de pan. Un té aguado y demasiado dulce de la máquina fue suficiente.

Estaba a punto de sentarse junto a la cama de Arthur cuando se despertó de nuevo.

―Leny, querida… ―murmuró con voz áspera.

―¡Arthur! ¿Cómo te sientes? ―preguntó Leny inmediatamente, acariciando su rostro hundido y arrugado.

―Tengo… sed ―consiguió decir.

Leny le sirvió un poco de agua fresca en un vaso de plástico del hospital.

Luego se acostó en la cama, haciendo espacio con la rodilla y ayudándole a levantar la cabeza.

Debido a su peso, ella lo ayudó con las almohadas, y luego lo sostuvo con su delgado brazo para que pudiera tomar pequeños sorbos.

Unas pequeñas gotas cayeron de las comisuras de su boca, mojando las sábanas.

―Te traeré una servilleta o formaremos un lago ―susurró suavemente, tratando de estirarse aún más hacia el otro lado, donde estaba la mesita.

―Te ayudaré ―una voz familiar prorrumpió detrás de Leny. Una voz que reconocería entre mil gritos.

Nerviosa y feliz, se dio la vuelta y se encontró a un metro del cuerpo alto y fuerte de Chris.

Buscó sus ojos esmeralda, pero un enorme par de gafas de sol escondían su mirada y no dejaban vislumbrar su estado de ánimo.

―Las servilletas están en el primer cajón de la mesita ―pudo decir ella intentando concentrarse en el peso de Arthur, que le cansaba el brazo.

Como hipnotizada, vio a Chris moverse rápido hacia la mesa de noche y tomar unas servilletas de papel, que luego puso en el pecho de su abuelo.

Distraída por los ataques de tos del viejo, Leny puso toda su atención en él.

―Arthur, bebe un poco más ―lo invitó, tratando de que se incorporara.

Chris entendió sus intenciones y la ayudó a levantar a su abuelo para que pudiera beber más fácilmente.

Arthur pudo entonces beber más cómodamente y mantener la mirada en el último en llegar, aun estando agotado por la enfermedad.

En cuanto terminó de beber, Leny lo hizo recostarse de nuevo, colocándole mejor las almohadas y tratando de tantear cortos roces con el brazo de Chris, que todavía sostenía los hombros del anciano.

―Chris ―murmuró Arthur, una vez acomodado.

―Abuelo. ¿Cómo estás? ―preguntó el nieto quitándose las gafas y agachándose sobre él para besarle la frente.

―Soy viejo.

―Os dejo solos ―Leny interrumpió, sonriéndole.

―Chris, gracias por pedirle a un ángel que me cuidara todos estos años.

Leny quería darle las gracias, quería decirle que lo amaba, pero el dolor de la situación le impidió decir nada. Esbozó una sonrisa que apenas concordaba con las lágrimas que salían de sus ojos hinchados, fruto de los últimos acontecimientos.

Intentó mirar a Chris, pero sus lágrimas se lo impidieron.

―Estaré fuera.

Cuando salió, Leny se encontró en los brazos de Emily.

―¡Leny, mi niña! ―exclamó su prima feliz, envolviéndola en una nube de perfume.

―Em… Emily… ―murmuró Leny, impactada por el contacto con la chica que quería más que a una hermana.

Cuando se separaron, se miraron felices y preocupadas.

―Leny, te extrañé tanto.

―Yo también te he echado de menos. ¿Cómo estás? ―le preguntó, sintiendo que sus ojos temblaban por la emoción.

¡Emily había vuelto! ¡Estaba con ella otra vez!

Había deseado tanto tenerla cerca de nuevo.

¡Necesitaba tanto sentirse querida y escuchada!

¡Ella se había sentido tan sola últimamente y por fin la chica que más amaba en el mundo estaba de vuelta con ella!

Sonrió con confianza: las cosas mejorarían ahora. Estaba segura de eso.

―¡Me siento genial! ―exclamó Emily eufórica, envuelta en su aspecto de superestrella, con los altos tacones de sus Jimmy Choo―. No te pregunto lo mismo, ¡porque te ves terrible!

¡Tan terrible como han sido estos siete años!

Ella deseaba responder a su prima, pero Chris salió entonces de la habitación de Arthur.

Volvía a llevar gafas de sol, pero una lágrima solitaria mostraba su dolor.

―Está muerto.

―¿Muerto? ―Leny se sintió perdida.

Se habría caído al suelo si su madre no hubiera corrido para sujetarla, mientras Emily abrazaba al chico en sus brazos para consolarlo.

Ella deseaba poder abrazar fuerte a Chris también, pero no podía, era evidente que Chris y Emily habían estado comprometidos durante años, aunque fuera entre altibajos.

¿Quién era ella para estar al lado del famoso e inalcanzable Chris Hailen?

Todo lo que sucedió después fue una sucesión de acontecimientos rápidos que terminaron con el entierro de Arthur.

En los días siguientes, Leny vio a Chris solo una vez en casa de su abuelo, donde había decidido quedarse lejos de los paparazzi y los cotilleos.

Dejó los documentos del deceso sobre la mesa. Deseaba hablar con Chris, pero Emily nunca lo dejaba solo y sus móviles siempre sonaban frenéticamente, así que era imposible para ella ir más allá de la cortesía.

―Gracias por todo lo que hiciste por mi abuelo. Habló de ti antes de… ―le susurró Chris después de que ella se despidiera.

Un nudo en la garganta le bloqueó el aliento mientras intentaba no perderse en esos ojos llorosos y sufrientes, siempre tan hermosos.

―Yo quería a tu abuelo.

Una semana después del entierro, Rose y la madre de Leny decidieron organizar una cena para volver a estar todos juntos, como antes.

―¡Dios mío, no recordaba lo pequeña que es esta casa! Esta cocina es como el baño de la suite del Hotel Richmond en Nueva York donde estuve mes pasado ―comenzó Emily, después de haber comprobado en detalle la cantidad de grasas que comería durante la cena―. Tía, ¿cómo puedes vivir aquí con Leny? ¿No es demasiado pequeño para dos personas?

―Pero Leny ya no vive aquí. Tiene su propia casa en la ciudad. Sin embargo, me gusta una casa pequeña, así no nos perdemos.

―Por supuesto, como nos pasó a mamá y a mí en la nueva villa que compré. Tiene cuatro pisos y veinte dormitorios que se abren a un jardín maravilloso ―se rio Emily sirviéndose ensalada sin aderezo.

En esos días que pasaron juntas, Leny se dio cuenta en seguida cómo el mundo del cine y la fama habían hecho cambiar a su prima. Aunque la amaba y estaba orgullosa de su éxito, no podía evitar sentir rechazo ante su nuevo lado esnob.

Si su prima supiera que pronto iba a perder la casa también…

No, todavía tenía orgullo y dignidad y haría todo lo posible para evitar la compasión de los demás por sus desgracias.

Si al principio había pensado en abrirle su corazón a Emily, ahora estaba segura de que no quería encarnar la figura de la pobre chica de campo.

―Leny trabaja en el bufete de abogados de Andrew Marshall. ¡Ha tenido suerte! Ya sabes, con esta crisis, encontrar trabajo es muy difícil ―continuó elogiándola su madre, haciendo que se agobiara y se sintiera como un gato en un tejado de hojalata caliente.

―Leny, ¿eres abogada? ―dijo Emily sorprendida.

―No, es secretaria ―la corrigió Claire, la madre de Leny, antes de que su hija pudiera abrir la boca.

―¿Andrew, el hijo del amigo de mi abuelo? ―intervino Chris, volviéndose directamente hacia Leny, después de haber guardado religioso silencio hasta entonces.

―Sí ―le dijo la joven, levantándose de inmediato para ir a la cocina―. Voy a revisar el pavo en el horno―. ¿Cómo podía mentirle a esos ojos… a Chris? Sintió que le temblaban las manos.

Empezó a respirar y a rezar hasta que la conversación cambió de tema.

Mientras giraba la carne y comprobaba la cocción de las patatas, Leny suspiró aliviada: Emily finalmente había empezado a contar sus aventuras en el plató y la posibilidad de trabajar en una nueva película en la que interpretaría el papel de Catwoman, la protagonista.

―¡Puedes entender eso! ¡Podría interpretar a la heroína! Y lo que es más, ¡trabajaría con John Mess! Dios mío, ¡lo estoy deseando! ―exclamó Emily, emocionada, mientras Leny se sentaba de nuevo tratando de mantener los ojos en su prima y concentrarse en lo que decía.

Fingió no darse cuenta de la mirada dolida y ofendida de Chris. Su corazón quería pedir perdón, pero el sentimiento de culpa la paralizó.

Incluso cuando él la ayudó a limpiar la mesa y a cargar el lavaplatos, como hacían cuando eran niños, no pudo mirarle a la cara.

―Gracias ―murmuró, con el corazón a mil pulsaciones, cuando él le quitó los últimos platos de las manos para enjuagarlos en el fregadero.

Sus dedos se rozaron por un momento, haciendo que el cerebro de Leny cortocircuitara.

―¿Pasa algo malo? ―preguntó él, de pronto.

―No, todo está bien ―contestó ella apresuradamente mientras terminaba de limpiar la cocina.

Cuando eran niños, ella solía contarle todo. Él era el único a quien ella podía abrir su corazón, y ahora la idea de mentirle le hacía sentirse miserable.

―¿He hecho algo…?

―No, para nada. Solo estoy cansada ―dijo Leny en voz demasiado alta debido a la tensión.

Afortunadamente, Emily acudió en su ayuda, llevándose a Chris y dejándola así respirar tranquila al fin.

Aprovechó la distracción de todos para despedirse y huir de allí.

En cuanto se subió al coche, volvió a sentirse al borde del abismo.

Se estaba dejando abrumar por la tristeza, cuando oyó que alguien golpeaba la ventanilla del coche.

Asustada, se frotó los ojos y trató de concentrarse en la silueta que sobresalía en la oscuridad.

Chris estaba allí, mirándola con preocupación.

Ella abrió la ventana.

―¿Está todo bien?

―Claro ―contestó ella sonriendo débilmente―. ¿Necesitas algo?

Por un momento, Chris se quedó mirándola fijamente, indeciso, y luego suspiró.

―Solo quería que le dijeras hola y gracias a Andrew Marshall y a su padre de mi parte, por todo lo que han hecho por mi abuelo.

Ella no se atrevió a decirle que no veía a Andrew desde hacía un mes, así que asintió con la cabeza y se despidió.

Solo cuando llegó a su casa, o mejor dicho, a la casa que debía considerar suya pero ya no reconocía, porque ya no había nada que probara que estaba habitada, se dejó caer en su cama, donde empezó a rezar a Arthur para que la ayudara.

Enamorada De Una Estrella

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