Читать книгу Saudade - Susana García Nájera - Страница 9

Madrid, martes, 5 de abril de 2009

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La felicidad es más rara que un cuervo blanco, solía decir su madre. Y Estrella era feliz, a su manera. Ese día, cinco de abril de dos mil nueve, mientras desayunaba, fue consciente de ello, de su extraña felicidad, y en ese preciso instante tuvo el presentimiento de que algo malo iba a suceder. Esa sensación la acompañó todo el día y, aunque quiso librarse de ella, fue como intentar espantar una mosca una tarde intensa de calor.

Fue al gimnasio como cada mañana. Comió allí, sola, una ensalada y un sándwich vegetal; dejó en el plato las rebanadas de pan. Por la tarde, quedó con tres amigas para ver una muestra que reunía las obras de jóvenes artistas noveles en el Círculo de Bellas Artes. Después, tomaron una copa en la terraza del último piso. Estrella pidió un vodka club soda y conversó animadamente hasta que empezó a anochecer. Luego, decidió pasear toda la calle Alcalá hasta llegar a su casa, en la esquina con Goya. Se saltó la cena para compensar las calorías del alcohol que había tomado esa tarde. Se desmaquilló, se aplicó en la cara un sérum vitamínico y en el cuello otro regenerador, contorno de ojos y una base hidratante. Leyó en la cama Una noche en el paraíso, de Lucía Berlín, durante veinte minutos y, por último, miró el móvil con desgana, sabiendo lo que se iba a encontrar. Tenía cuatro llamadas de su hija Teresa e imaginaba el motivo de su insistencia, pero ya le había dicho una y otra vez que no iba a volver a casa con su padre. Por último, antes de dormir, se echó crema en las manos minuciosamente, se masajeó uno a uno todos los dedos y apagó la lámpara de la mesilla de noche.

A las tres horas y treinta y dos minutos de la mañana, Estrella se despertó inquieta. La casa estaba en completo silencio. Fue al baño, orinó, se tomó un Orfidal con un vaso de agua y volvió a la cama. A las tres horas y treinta y dos minutos de la mañana, un terremoto de 6,7 grados en la escala de Richter devastó la zona central de Italia. El epicentro se localizó en la región de los Abruzos, en concreto, en la ciudad de L’Aquila.

A las siete horas y cuarenta minutos, el móvil despierta a Estrella. Aun con el sonido apagado, vibra sobre la mesilla golpeando una y otra vez el pie de la lámpara, lo que produce un sonido exasperante. Nada más responder, sabe de inmediato, por la voz nerviosa de su marido, que algo no marcha bien. Se incorpora, apoya la espalda en el cabecero de la cama y le pide que se calme y le explique qué ha pasado. Ricardo se toma unos segundos para recobrar el aplomo que pocas veces pierde y finalmente le dice a la que es todavía su mujer:

—Ha habido un terremoto.

—¿Cómo? Un terremoto, ¿dónde?

—Donde vive Patricia.

Saudade

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