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Los ángeles: ¿leyenda o realidad?

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Cada uno de nosotros debería tener la posibilidad de conocer todo lo que se ha dicho y se dice sobre los ángeles para poder hacer una valoración propia, y decidir personalmente lo que acepta y lo que rechaza de tales tradiciones. Seguramente, un análisis de este tipo daría paso a un enriquecimiento.

El ángel constituye una de las figuras con las que más a menudo nos tropezamos al referirnos al problema de lo divino. Se encuentra siempre presente en las distintas creencias, incluso a través de imágenes diferentes. Concretamente, en Occidente, cabe decir que el IV Concilio Lateranense, en 1215, reconoció la cuestión como un artículo de fe.

Antiguamente, los ángeles gozaron de una enorme fortuna y popularidad que se extendió a través de la reflexión teológica y, básicamente, de las leyendas, la literatura y el arte. En cambio, los hombres de nuestro siglo han encerrado generalmente a los ángeles entre los recuerdos, dulces y a veces añorados con nostalgia, de la infancia.

La verdad es que en el siglo XX importantes autores y estudiosos como Henri Corbin, Daniélou, Maritain, Bulgákov, Von Balthasar y De Lubac han realizado interesantes reflexiones sobre los ángeles; sin embargo, cabe señalar que la angelología se encuentra ausente de la teología de nuestro siglo, ya que, según ella, los ángeles forman parte de aquellas mitologías cristianas cuyo destino es desaparecer.

Por fortuna, en estos últimos años se ha manifestado una fuerte tendencia totalmente contraria: los ángeles están volviendo con fuerza al primer plano – si puede aplicarse este término al referirnos a unos seres tan dulces y livianos– y están suscitando un apasionado interés en todos los niveles de la sociedad y en todo el mundo.

El profesor universitario Giorgio Galli, ilustre politólogo y estudioso de las culturas esotéricas, ha escrito: «Los ángeles que han aparecido de nuevo, en estos años, en las sociedades occidentales no son los de la tradición cristiana y católica. No son los mensajeros de la divinidad, como aclara la etimología de la palabra. No son los conductores del ejército celestial, con el arcángel Miguel al frente, que desafían al ejército del demonio. No son los ángeles de la guarda de la tradición, presentes en la infancia de las generaciones nacidas hasta la Segunda Guerra Mundial. Los ángeles que han aparecido ahora son diferentes. Creo que puede decirse que son los ángeles de la nueva era: formas de energía con las cuales quienes creen en ellas pueden entrar en comunicación; también mandan mensajes, pero no solamente los del Dios de la tradición judeocristiana, sino procedentes de las más diversas entidades, desde sabios de las eras antiguas a habitantes de los mundos más remotos. También actúan de acompañantes en otras dimensiones, como ángeles de luz, cuya aparición constituiría una experiencia común a todas aquellas personas que acaban de salir de un coma profundo, como documentan los investigadores de este campo».[1]


Ideas y teorías sobre los ángeles

El problema de los ángeles, si puede llamarse así, ha suscitado desde siempre un gran interés y una fuerte implicación por parte de un número verdaderamente imponente de historiadores, pensadores, científicos, teólogos, místicos, filósofos, investigadores, poetas, escritores y hombres de cultura.

Santo Tomás de Aquino, llamado con mucho acierto Doctor Angélico, está considerado como el mayor pensador cristiano de la Edad Media y su filosofía se ha convertido en la doctrina oficial de la Iglesia católica. En su Suma teológica afirma que el ángel de la guarda se encuentra siempre cerca del hombre, durante la vida y su paso al más allá. Anteriormente, el apologista cristiano del siglo III, Tertuliano, afirmaba que el alma, al llegar al otro mundo, «se estremece de gozo al ver el rostro de su ángel, que se apresura a conducirla a la morada que se le ha destinado». Es curioso ver cómo estas afirmaciones encuentran paralelismos en las observaciones que han hecho numerosos científicos contemporáneos dedicados al estudio de las experiencias cercanas a la muerte.

John Milton, el sobresaliente poeta inglés del siglo XVII, sostenía en su obra El paraíso perdido: «Millones de criaturas espirituales se mueven, sin ser vistas, sobre la tierra, cuando estamos despiertos y cuando dormimos».


El testimonio de Swedenborg

En nuestra pequeña galería de místicos que han vivido experiencias angelicales se merece un puesto de excepción Emmanuel Swedenborg por tres motivos: porque no se trataba de un «corazón sencillo», sino de un hombre dotado de una cultura excepcional, un auténtico intelectual y, además, un científico de gran relieve; porque pertenecía a la Iglesia protestante, que, a causa de su rígida lectura de la Biblia, siempre ha sido extremadamente desconfiada respecto a las experiencias místicas, a las que considera como potenciales desviaciones individualistas frente a la palabra escrita; y, por último, porque las visiones de este hombre no tuvieron un carácter episódico, sino que se prolongaron durante décadas para producir una cantidad de informaciones sobre el más allá verdaderamente imponente.

Swedenborg nació en Estocolmo en el año 1688; era hijo de un obispo de la Iglesia luterana y recibió una formación religiosa muy profunda. De todos modos, su fe permaneció durante muchos años dormida, como una adhesión puramente mental y no íntimamente partícipe de determinados principios teológicos.

Sus principales intereses, cultivados en la Universidad de Uppsala, fueron la literatura, las lenguas y la música. Estuvo en Londres, en los Países Bajos y en París, donde empezó a sentirse atraído por las ciencias y tuvo el privilegio de estudiar con los mayores científicos de su época, como Newton y Halley.

Volvió a Suecia a la edad de veintiséis años, con una formidable cultura técnico-científica, y fue acogido como un gran científico por el rey Carlos III, quien le confió un importante trabajo en el campo minero y consintió que realizara algunos de sus muchos proyectos. Entre ellos se encontraban la creación de bombas, grúas, instalaciones mineras, estructuras militares para la defensa del país y diseños de submarinos y de coches voladores. Fue también un precursor de la teoría del magnetismo y uno de los padres de la cristalografía. El amplio abanico de sus intereses lo convirtió en una especie de Leonardo da Vinci del norte.

Durante cuarenta años trabajó apasionadamente en estos campos; escribió más de ciento cincuenta obras científicas y viajó por toda Europa, donde contactó con los mayores científicos contemporáneos. Su actividad científica se vio marcada por un enfoque mecanicista, aunque siempre estuvo templada por una concepción espiritual del cosmos y de la vida.

A la edad de cincuenta y seis años sufrió un profundo cambio. La psique humana se había convertido gradualmente en el principal objeto de sus intereses como científico. Para estudiarla empezó por analizar sistemática mente sus propios sueños, que cada vez se convertían en más insólitos y misteriosos hasta transformarse en auténticas visiones. Swedenborg empezó, pues, a frecuentar habitualmente las inquietantes dimensiones del mundo espiritual. Mientras estudiaba a fondo la Biblia, recogía las experiencias vividas en sus viajes místicos y las revelaciones recibidas. Todo ello constituyó el contenido de más de cuarenta escritos, casi todos en latín, que le proporcionaron una vasta difusión en los ambientes místicos y teológicos de toda Europa.

Entre sus principales obras destacan las siguientes: Memorabilia (es decir, «El espíritu del mundo descubierto»), Arcana coelestia, De cultu et amore Dei o Diario espiritual. Se trata de unos textos que influyeron a poetas como Blake y Goethe, a filósofos como Kant y a psicólogos como Jung.

Después de su muerte en Londres en 1772, un grupo de discípulos suyos fundó la llamada Iglesia de la Nueva Jerusalén, formada por numerosas pequeñas comunidades swedenborgianas, todavía existentes en el continente europeo.

En sus textos, Swedenborg narra cómo sus viajes por lo invisible lo llevaron a contactar con Dios, con Cristo y con los ángeles.

El místico sueco afirma que, en condiciones normales, no es posible ver a los ángeles y a los espíritus, porque, al poseer un cuerpo inmaterial, los rayos luminosos no se reflejan y esto no permite que se hagan visibles. De todos modos, nosotros conseguimos verlos cuando ellos asumen temporalmente un cuerpo material o si logramos abrir nuestro ojo interior o espiritual.

Swedenborg empezó a moverse continuamente del mundo material al ultraterrenal. De este último dejó una descripción minuciosa, gracias a una especie de escritura automática a la que se sometió; es decir, que las comunicaciones espirituales que recibía tenían lugar a través de los pensamientos que llegaban a su mente de forma imprevista, como si fueran rayos. En una de sus obras afirma que los ángeles poseen una forma humana perfecta y que «están rodeados de una luz que supera en mucho la del mundo a mediodía. Tienen cara, ojos, orejas, pecho, brazos, manos y pies. Se ven, se entienden y conversan; en una palabra, son como los hombres, aparte de no poseer un cuerpo material. El hombre no puede ver a los ángeles con los ojos de su cuerpo, pero sí puede hacerlo con los ojos de su espíritu, puesto que este participa del mundo espiritual, mientras que el cuerpo forma parte del mundo material».[2] Los ángeles son agentes de Dios y, por sí mismos, no poseen ningún poder. «Por esta razón no se da ningún mérito a los ángeles, puesto que son contrarios a cualquier elogio sobre lo que hacen y atribuyen cada alabanza y cada gloria al Señor».

Al hablar de las tareas propias de los ángeles, vale la pena citar una afirmación de Swedenborg en su obra Cielo e infierno: «Es tan grande el poder de los ángeles en el mundo espiritual que, si yo tuviera que dar a conocer todo aquello de lo que he sido testimonio, sería difícil creerme. Los ángeles derriban y eliminan, con un simple movimiento de la voluntad, cualquier obstáculo que sea contrario al orden divino».


La teoría de Teilhard de Chardin

El proceso evolutivo desde los niveles inferiores hasta los superiores fue descrito de manera maravillosa por Teilhard de Chardin. Su teoría es una de las más audaces y sugestivas hipótesis a partir del principio de la evolución aplicado a la realidad universal y al hombre.

Pierre Teilhard de Chardin, jesuita francés que vivió entre 1881 y 1955, fue un científico dedicado a la geología y la paleontología, pero también un filósofo y un teólogo de gran renombre, además de un pensador de gran envergadura y originalidad, dedicado a reconciliar el principio de la evolución con la fe cristiana para restituir al hombre una esperanza concreta en el futuro.

En sus obras intenta dar una nueva interpretación del cristianismo en términos modernos, y presenta para ello una visión muy original del cosmos, del hombre y del sentido de la vida; partiendo de la ciencia, propone al hombre como la clave y la mayor cima cualitativa del universo.

Teilhard, desde una perspectiva evolucionista generalizada, desarrolla su pensamiento en tres niveles distintos.

En el primer nivel, el científico, nos encontramos con un proceso en que la materia, partiendo de un estado de simplicidad elemental, se complica asumiendo la forma de cuerpos cada vez más evolucionados hasta la aparición de la vida. En condiciones particulares, la vida se manifiesta por generación espontánea sobre la Tierra y quizá también en otros lugares. El proceso está gobernado por la ley de complejidad y conocimiento, por la que a estructuras orgánicas cada vez más complejas corresponde una conciencia cada vez mayor de sí mismas. Esta complicación alcanza su punto máximo en el ser humano con el pensamiento y la facultad de reflexión, que se corresponde con la mayor complejidad orgánica, representada por el sistema nervioso y el cerebro. Existe, por lo tanto, una progresión desde la cosmogénesis a la biogénesis, que culmina en la antropogénesis. Esto demuestra que en el universo la evolución es direccional y que, en un proceso de millones de años, la evolución tiene como finalidad la creación del ser humano, con su conocimiento, su pensamiento y su capacidad de amar.

Se llega así al segundo nivel, el filosófico. Parecería ilógico pensar que la evolución llegase a su fin con la creación de una multitud de individuos separados, si se parte del supuesto de que la historia del cosmos se manifiesta como un proceso de unificación.

Esta es, pues, la fascinante hipótesis de este filósofo y científico: la evolución continúa, pero ya no en la esfera de la biogénesis, sino en la de la mente y el pensamiento, a la que da el nombre de noosfera. Ahora las fuerzas evolutivas son de naturaleza espiritual, es decir, del conocimiento de la afectividad, la energía amorosa, y unifican a la humanidad como si se tratara de un sistema nervioso espiritualizado. El progreso de la humanidad se convierte en sinónimo del aumento del conocimiento de poseer un destino unitario.

A través de un proceso posterior de millones de años, la capacidad de amar y unir debería alcanzar un punto omega, fuera del mundo, en el que todo converge y que desde sus orígenes supervisa el proceso mismo.

Sin embargo, Teilhard rechaza el determinismo ciego e introduce en el sistema una posibilidad de elección, una opción moral. De esta manera se llega al tercer nivel, el teológico, que además es específicamente cristiano.

Teilhard defiende la existencia de una fuente de amor personal que se encuentra situada fuera del proceso evolutivo. La identifica como un absoluto trascendente capaz de activar la energía amorosa del mundo y, por lo tanto, de guiar la evolución universal hacia su cumplimiento. También identifica el omega de la evolución con el Cristo de la revelación, que, por lo tanto, constituye al mismo tiempo el alfa y el omega, el principio y el final de todo, el señor y la esperanza del universo. Aunque no se encuentre una referencia explícita a ello, está claro que esta visión científica y filosófica de vanguardia presupone la existencia y la función de entidades espirituales, de esos seres de luz y energía que nosotros llamamos ángeles. Las tareas de estos son, pues, manifestar, preservar y secundar el orden y el proyecto divino que invade el universo; es decir, que antes que nada son portadores de la ley suprema y, como tales, nos siguen, protegen y ayudan.


Los ángeles en otras culturas

Los ángeles son comunes a distintas creencias y a menudo se les da el nombre, incluso en Occidente, de devas. Se trata de un término que, en la mitología oriental y particularmente en la védica o budista, se refiere a espíritus benignos y de naturaleza angelical. Esta palabra deriva del sánscrito daiva, que significa «resplandeciente» o «ser de luz» y se refiere a la divinidad.

El deva, en el panteón oriental, está considerado como una divinidad menor y, principalmente, se le confía la protección de lugares y entidades como bosques, árboles, nubes, lagos, vientos y montañas; generalmente protege también los elementos de los reinos mineral, vegetal y animal.

Estos seres, según las diferentes culturas, reciben los nombres de hadas, gnomos, duendes, elfos, ondinas y trolls. Así pues, cada elemento de la creación, por mínimo que sea, se confía a la protección de un deva, es decir, un espíritu de la naturaleza.

Todavía sigue viva en varias partes del mundo, incluido Occidente, la tradición de ofrecer a estos seres una degustación de los productos de la tierra, como frutas, miel e incluso güisqui en algunas regiones de Inglaterra.

El término ángel se reserva, preferentemente, a aquellos seres que se ocupan del hombre. La existencia de los deva y de los ángeles reside en el hecho de que cada parcela de la realidad pertenece al gran orden y armonía del universo, y que cada una tiene su propio papel y una función específica.

Para que estos espíritus puedan cumplir con la tarea que tienen asignada están guiados por una inteligencia superior, precisamente angelical, que constituye tan sólo una parte infinitesimal de la inconmensurable sabiduría divina que llega a ellos, por decirlo de alguna manera, seleccionada y distribuida a través de los canales de las jerarquías celestes.

Por lo tanto, en un cuadro general, cada especie persigue su propia meta, según un esquema evolutivo que la lleva a buscar la ascensión a niveles superiores. Sucede lo mismo con el hombre, cuyo destino es el ascenso a una dimensión sobrehumana, a la condición angelical, por la cual se convertirá en ángel.


Cómo se manifiestan los ángeles

Llegados a este punto, es necesario aclarar cómo son y de qué manera se manifiestan los ángeles.

Aunque pueda ser molesto abandonar las tradicionales imágenes a las que estábamos acostumbrados desde nuestra niñez, nos vemos en la obligación de decir que los ángeles no poseen las características parcialmente antropomórficas que nos han transmitido el arte y la iconografía corriente, que los han presentado como criaturas que, según las circunstancias, estaban dotadas de poderosas alas, rizos dorados y suntuosas vestimentas.

En particular las alas no les servirían para nada a estos seres, ya que son capaces de trasladarse instantáneamente a cualquier lugar con sólo pensarlo. De hecho, los ángeles son puro espíritu, luz radiante, vibrante energía. Para Santo Tomás los ángeles eran «puro intelecto».

Los ángeles pueden entrar en contacto con los hombres bajo distintas formas y de diversos modos, por ejemplo, como personas normales y corrientes, figuras de luz o también como voces, susurros, pensamientos, reflexiones, iluminaciones, sueños y visiones.

En general, los ángeles tienden a presentar rasgos familiares y comprensibles dentro de los ambientes culturales a los que pertenecen las personas a quienes se aparecen, aunque también pueden adquirir el aspecto de un animal.

Es lícito considerar que los ángeles se manifiestan en forma de cuervos en la narración de la Biblia, pues tanto por la mañana como por la noche estas aves llegaban al desierto para mostrar su apoyo al profeta Elías.

Según los pieles rojas, también son cuervos los pájaros que intervienen, junto a las águilas, para ayudar, curar y llevar los mensajes divinos. De todos modos, los indios americanos hablan también sobre apariciones angelicales bajo formas humanas.

El jefe piel roja Alce Negro nos explica lo que le sucedió: «Estaba mirando las nubes y vi dos hombres que descendían de cabeza, como flechas apuntando hacia abajo; mientras descendían entonaban un canto sagrado, al que acompañaban los truenos como tambores. Ahora os lo cantaré. Tanto los tambores como el canto decían: “Escucha, una voz sagrada te está llamando; por todo el cielo te llama la voz sagrada”».

Intentemos ahora entender cuáles son la naturaleza y las características de nuestra relación con los ángeles. Para empezar, parece como si su presencia no fuera una opción, es decir, algo no necesario y de lo que se puede prescindir cuando se desee.

De vuelta a nuestro siglo nos encontramos con el gran sabio, literato y filósofo de la India Rabindranath Tagore, que dice lo siguiente: «Creo que somos libres, dentro de ciertos límites, y hasta estoy convencido de que existe una mano invisible, un ángel que nos guía, que de alguna manera, como una hélice sumergida, nos empuja hacia delante».

El psicoanalista Carl Gustav Jung afirma en su autobiografía que, a partir de la experiencia acumulada a través del examen de millares de pacientes, más de un noventa por ciento de las dolencias psicológicas se pueden imputar a carencias espirituales.

No es una verdad absoluta que los bienes materiales, la riqueza y el éxito colmen la existencia humana. Para ser verdaderamente feliz el hombre necesita algo más, el pan del espíritu. Lo dice también Jesús: «Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia; y todas las demás cosas se os darán por añadidura» (Mateo 6, 33).

Actualmente la ciencia nos enseña que fenómenos como la creatividad, la intuición, la inspiración, la iluminación, el éxtasis y la expansión de la conciencia forman parte integrante de la naturaleza humana y deben estudiarse como tales.

La consecuencia de todo lo anterior es que el hombre, sobrepasando los límites tradicionales, adquiere el conocimiento de formar parte de un todo, que se expresa no sólo con la materia, sino también con la energía y con el espíritu.

Albert Einstein afirma que: «Cada ser humano forma parte de un conjunto llamado universo. Cada uno experimenta sus propios pensamientos y sentimientos como algo separado del resto, como una especie de ilusión óptica de la conciencia, pero que acaba convirtiéndose en una prisión. Nuestra misión consiste en liberarnos de esta cárcel ampliando nuestro círculo de comprensión y conocimiento hasta incluir a todas las criaturas vivientes y a la totalidad de la naturaleza en todo su esplendor».

Esta idea es la misma del holismo (del griego holos, «el todo, el conjunto»), una antigua doctrina que el hombre contemporáneo está redescubriendo tras superar muchas dificultades.

Esta concepción surge de la constatación de que el pensamiento racional de Occidente ha desarrollado, sobre todo a partir del siglo XVIII, una metodología que separa para alcanzar el conocimiento; por ello sólo conoce de manera parcial y fragmentaria lo existente.

El cambio cultural de nuestro siglo, iniciado por la física cuántica y por el descubrimiento de Einstein del principio de la relatividad, ha invertido la situación precedente, proyectando la idea de una realidad universal como un sistema integrado y armónico, donde cada individuo constituye una parte indispensable de un todo y la humanidad es un único cuerpo viviente compuesto por millones de células, tantas como seres humanos existen.

Esto ha dado paso a una nueva toma de conciencia y ha puesto en marcha la búsqueda de una visión global del hombre, del ambiente en el que vive y del universo entero, en el que se valora la potencialidad de cada individuo y las expresiones particulares y originales de cada una de las distintas culturas; en esto consiste el holismo.

Nuestra era ofrece nuevas perspectivas para que el hombre se reconcilie consigo mismo, con los otros seres vivos, con todas las entidades – animadas o inanimadas, materiales y espirituales– que le rodean, porque la existencia es sólo una.

De vuelta a los ángeles, hemos visto que se trata de mensajeros de la divinidad y que su principal trabajo es abrir una vía para el diálogo con Dios y mostrar al individuo, siempre respetando su libertad, el camino que le conduce hasta Él. Por otro lado, también es el custodio del hombre, al que sigue paso a paso en su existencia, sobre todo proporcionándole protección ante las adversidades.

Muchas personas sostienen que la verdadera función de los ángeles, más que de protección en las pequeñas y grandes dificultades de la vida, debería ser iluminativa. Es decir, el ángel tendría que representar para el hombre un guía espiritual, que lo dirigiera en lo moral y lo ayudara en su evolución hacia el descubrimiento y la realización de sí mismo, en una larga espiral de perfeccionamiento progresivo.

Los hombres y los ángeles están divididos, pero unidos al mismo tiempo; viven en mundos paralelos, pero complementarios; de hecho, estos seres de luz que nos parecen tan lejanos están en realidad muy cerca de nosotros.


¿Los ángeles están lejos de algunas personas?

Cada individuo – creyente o ateo, bueno o malo– va siempre acompañado de una entidad invisible, de naturaleza espiritual, dotada de una inteligencia excepcional y de unos poderes extraordinarios, puesto que lleva consigo una parte de la energía divina que anima la creación y que pone a disposición de su protegido.

El encuentro con el ángel es una experiencia real, común a un gran número de personas y recogida y estudiada por muchos investigadores; se trata de algo real, porque en todos los casos provoca como consecuencia un cambio radical en la existencia de las personas. Poco importa si, al menos de momento, esta experiencia no puede «explicarse» mediante los parámetros de la ciencia tradicional y positivista.

Conseguir establecer una relación con el propio ángel es sumamente gratificante, puesto que se trata de encontrar una potencia celestial que nos pertenece, guía y ayuda en nuestra dimensión individual. En cierta manera, se trata de algo más directo, íntimo y personal de lo que pueda llegar a ser la misma relación con Dios como entidad soberana e infinita que nos pertenece a todos. El encuentro con el ángel es una experiencia totalmente privada; en efecto, sobre todo al principio, nos encontramos con una especie de reserva a compartir estas experiencias con los demás, pues se presupone que estas vivencias no son creíbles y se corre el peligro de hacer el papel del visionario o, peor todavía, el del impostor.

Queda por añadir que si bien la fe en Dios ya no extraña a nadie, ni siquiera a un ateo, expresar la fe en los ángeles puede provocar fácilmente un malentendido, ya que, al presentarnos a los ojos de los demás como ingenuos y supersticiosos, este hecho puede devaluar nuestra imagen social.

Tomás Kemeny puntualiza de forma muy acertada cuáles son las consideraciones que el hombre debe tener con los ángeles y cuáles deben ser las expectativas correctas: «Los ángeles no actúan de socorristas en un puesto de primeros auxilios, de enfermeras de la Cruz Roja, de psicoanalistas o de sustitutos ocasionales de un presentador de televisión. Los ángeles no forman parte del mundo útil, sino del lujo del espíritu». Se trata de una forma ocurrente de decir que para referirnos a ellos es necesario mantener un profundo respeto, de la misma forma que se precisa discernimiento y sobriedad en el momento de presentarles nuestras demandas.

Puede suceder que el ángel esté ausente cuando deseemos verlo y lo invoquemos y que, en cambio, aparezca cuando no se le esté buscando y no se piense en él. A veces puede ocurrir que se perciba de forma muy clara la presencia de entidades espirituales que nos cuidan.

Hay momentos en que los ángeles se comunican continuamente y usan manifestaciones y señales que se recogen e interpretan. En algunos casos puede plantearse la duda de si las señales que se reciben no son más que fenómenos casuales. Es precisamente en estas situaciones cuando pueden recibirse nuevas señales tan impresionantes que no sólo no pueden ser ignoradas, sino que, además, provocan una gran turbación. Se trata de las combinaciones o coincidencias de sucesos a las que Jung da el nombre de sincronismos.

LOS ÁNGELES EN EL CINE

¡Qué bello es vivir! (It’s a Wonderful Life), de Frank Capra (1946)


Sin duda, el mayor clásico cinematográfico sobre ángeles. George Bailey se ha pasado toda su vida ayudando a sus vecinos, su familia y a todo aquel que ha podido, pero una desgracia hace que se quede en la ruina y decide suicidarse. Clarence, un ángel que todavía no ha ganado sus alas, le enseñará a George qué habría pasado si él no hubiera estado presente en la vida de los demás.


Fifí la Pluma (Fifi la Plume), de Albert Lamorisse (1965)


En esta película se pone en escena la doble característica del salto del ángel (movimiento de ascenso/descenso) y la doble dimensión divina y demoniaca. Fifí trabaja en un circo y el director lo obliga a aprender el salto del ángel. Una bella amazona le enseña a volar; Fifí se enamora de ella, pero no tarda en enfrentarse a un domador que también la desea. Fifí no es realmente un ángel, pero se transforma en uno gracias al amor por una mujer. El ángel Fifí no puede alzar el vuelo, alejarse de la tierra y de sus maldades si no es por medio de esta pasión amorosa. Entonces ¿Fifí no es más que un bueno frente a un malvado? No, pues utiliza su capacidad de volar para escapar de quienes quieren su piel. Porque Fifí no se limita a volar por el cielo: entra en los castillos por la noche, en las casas dormidas, para robar joyas y objetos preciosos. ¡El ángel volador se ha convertido en ladrón! Roba por amor joyas para regalárselas a la mujer que ama… y que le ha enseñado a volar. Esta historia tiene una doble moral: Fifí se convierte en ángel por amor y se aprovecha del poder de volar que tienen los ángeles para robar.


Autopista hacia el cielo (Highway to Heaven), de Kevin Inch (1984-1989)


Esta serie televisiva narra las aventuras de un ángel en pruebas que es enviado a la Tierra para, con la ayuda de un ex policía, solucionar problemas de diversas personas a lo largo y ancho de Estados Unidos.


El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin), de Wim Wenders (1987)


Estamos en Berlín, antes de la caída del muro. Los ángeles Casiel y Damiel velan por los humanos y, desde hace siglos, recogen el monólogo interior de sus espiritualidades. No pueden más que asistir a los acontecimientos, no oyen ni saborean nada de ellos… Vieron aparecer la luz, el agua y el aire, los animales y el primer hombre. Con él descubrieron la risa y la palabra, pero también la guerra. Damiel siempre tuvo el deseo de entrar en la naturaleza humana. Lo cautiva Marion, una trapecista y, por su alma y su gracia, decide convertirse en humano y… mortal.


El corazón del ángel (Angel Heart), de Alan Parker (1987)


El detective Harry Angel es contratado por Louis Cyphre para encontrar a un desaparecido, Johnny Favourite, pero las cosas no son tan sencillas como parecen…


¡Tan lejos, tan cerca! (In weiter ferne, so nah!), de Wim Wenders (1993)


Ha caído el muro de Berlín. Casiel es un ángel que, como antaño Damiel, a fuerza de velar por los humanos durante siglos, desea volverse humano. Pero le sale todo mal.


La mujer del predicador (The Preacher’s Wife), de Penny Marshall (1996)


El reverendo Henry Biggs ve cómo su matrimonio se desmorona poco a poco por la falta de atención a su esposa y las pésimas condiciones de su vecindario. Por eso pide ayuda a Dios, que le envía a un ángel, Dudley, para que le ayude a solucionar sus problemas.


Michael, de Nora Ephron (1996)


Dos reporteros de la prensa sensacionalista descubren que una mujer vive con el arcángel Miguel (Michael). Pero cuando llegan al hogar de esta, sufren una gran decepción: Michael es malhablado, bebe y fuma, y nadie creería que es quien se presume si no fuera por las dos alas que tiene en su espalda…


City of angels, de Brad Silberling (1999)


Maggie Rice no creía en los ángeles… hasta que se enamoró de uno.


La rabia del ángel (La rage de l’ange), de Dan Bigras (2006)


La historia de amor y amistad de Francis, Luna y Eric, tres ángeles furiosos, desde las heridas de la infancia, pasando por el vagabundeo por las calles donde se refugian durante la adolescencia, hasta el umbral de la edad adulta. Una historia de resistencia y reconstrucción, con el precio de la violencia y la fuerza del amor.


Legión (Legion), de Scott Charles Stewart (2010)


Dios ha decidido el fin de la humanidad por sus pecados, pero uno de sus ángeles se rebela contra su decisión con la esperanza de que el ser humano aún puede salvarse.

1

De New Age and New Sounds, diciembre de 1994, Monza.

2

Emmanuel Swedenborg, Cielo e infierno, Mediterranee, Roma, 1988.

El mundo prodigioso de los ángeles

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