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Los ángeles y las creencias religiosas
ОглавлениеLos ángeles son figuras que, por su carácter específico y su integridad, se encuentran casi exclusivamente en las llamadas religiones del libro, es decir, las basadas en un texto sagrado que los fieles aceptan como revelado: la hebraica (con la Biblia, pero limitada a la parte que nosotros denominamos Antiguo Testamento), la cristiana (con la Biblia al completo), y la islámica o musulmana (con el Corán).
Las religiones del libro son también conocidas como monoteístas, es decir, fundadas sobre la fe en un único dios. El porqué de la necesidad de los ángeles es muy sencillo: las religiones que conciben un ser supremo, distanciado por su absolutismo y su condición de ser sagrado, son aquellas que sobre todo requieren que existan seres intermedios entre lo trascendente y la humanidad, entre la entidad de luz y los seres de la tierra. Los ángeles, como mediadores, identifican el problema fundamental de la relación entre el hombre y la divinidad. En este sentido vemos también cómo la figura de los ángeles cambia a través de los siglos paralelamente a la evolución de la cultura y la civilización.
En cambio, en las religiones politeístas, los dioses aparecen a menudo individualmente y obran de modo directo en relación con los hombres. También en las religiones no monoteístas se encuentran a menudo figuras sobrenaturales intermedias que ejecutan algunas de las funciones propias de los ángeles: protección, consuelo, inspiración, guía y también custodia de los distintos elementos que constituyen el mundo natural. A pesar de ser seres bastante diferentes de los ángeles, acaban presentando muchas afinidades con estos. En la actualidad, desde Persia hasta Oriente, la idea de los ángeles tiende a hacerse cada vez más vaga e incierta.
El origen de los ángeles
En los inicios de la historia de la humanidad advertimos la presencia de espíritus benéficos de la naturaleza que presiden diversos elementos; a estos se contraponen los espíritus diabólicos que son una encarnación del mal y cuyas imágenes ya aparecían en las pinturas rupestres de la Prehistoria.
Según algunas personas, los ángeles derivan de los manes, es decir, de las almas divinizadas de los difuntos; de hecho, en muchas culturas se cree que los espíritus humanos, después de la muerte, se convierten en protectores de los vivos y evolucionan gradualmente hacia formas que ocupan escalones cada vez más altos en la jerarquía celestial.
De todos modos, debemos buscar el punto de inicio de una auténtica historia angelical en las religiones de Oriente Medio, en las cuales se consigue desarrollar completamente la idea de una entidad intermedia entre las dimensiones humana y divina. A partir de aquí se va deshaciendo la madeja que une las mitologías aria, asiriobabilónica, egipcia, persa, griega y gnóstica con las culturas hebraica, cristiana y, por último, islámica.
Si se realiza un acercamiento estrictamente arqueológico, es inevitable darse cuenta de que todas las pistas que conducen a los orígenes de los ángeles convergen en la civilización sumeria, más de tres milenios antes de nuestra era. En esa época, efectivamente, están fechadas las más antiguas estatuas aladas descubiertas.
El genio, bueno o malo, que representaba tanto a un ángel como a un demonio, surgió tempranamente como una de las figuras más recurrentes de la religión asiriobabilónica, tal como atestiguan las numerosas esculturas aparecidas durante las excavaciones llevadas a cabo en la zona (correspondiente al actual Iraq).
Esas estatuas de Kâribu – término que, tras una evolución lingüística, se transformaría más adelante en querubín– son, sin duda alguna, las mismas que el profeta Ezequiel evocó en sus visiones. Además de un aspecto monstruoso – con un rostro que mezclaba lo humano, lo leonino y lo bovino–, estas esculturas estaban dotadas de un doble par de alas, superiores e inferiores, que se juntaban en el centro de su espalda.
Junto con otros genios de una morfología tan insólita como la suya, por lo general representados con forma de toros alados, compartían una doble función respecto a la divinidad y al hombre, pues servían al uno y protegían al otro.
Decir que esos genios mantienen una serie de vínculos especiales con los futuros ángeles de las religiones cristiana y musulmana no constituye en absoluto una herejía. Algunos historiadores resaltaron que rastros de sus perfiles podían encontrarse, siglos más tarde, en las esculturas de algunas catedrales románicas.
Además, si se hace hincapié en que los primeros redactores de los textos bíblicos empezaron su obra tras el exilio de Babilonia, se pondrán en contexto las influencias espirituales y artísticas de las que fueron objeto.
El amplio panteón de las divinidades asiriobabilónicas cuenta con, entre otros, el dios Anu (que en sumerio significa «cielo»), quien tenía a su servicio unos seres muy particulares llamados sukkali (concretamente, la mujer y una larga comitiva de hijos) a los que utilizaba para entrar en contacto con los seres humanos. De hecho, el término sukkal significa «mensajero».
La función de protección del hombre se confiaba, en cambio, a divinidades personales que tenían la misión de contrarrestar desde el nacimiento los espíritus malignos, pero que abandonaban al individuo a su propio destino si cometía actos pecaminosos (algo que los ángeles bíblicos no hacen).
También se atribuye a los asiriobabilónicos la definición de dos de las formaciones de ángeles más importantes: querubines y serafines.
Asimismo, las religiones de la antigua Persia, como el zoroastrismo, cuentan con figuras que presentan muchas afinidades con los ángeles. El dios supremo Ahura-Mazda (el «Sabio Señor») generó seis entidades (Amesha Spenta, los «Benéficos Inmortales») que siempre están cerca de él, que participaron en la creación del mundo y que a menudo intervienen en los acontecimientos del mundo.
El zoroastrismo, en particular, cree en la existencia de un ser con funciones análogas a las del ángel de la guarda, la Fravashi, que se configura como una especie de «doble» trascendente del individuo que lleva a cabo funciones protectoras. La existencia de las Fravashi de todos los seres humanos es anterior al nacimiento de los individuos, y en la eternidad se encuentran delante de Ahura-Mazda, quien las utiliza para gobernar el universo. Por ello constituyen una asamblea permanente de todos los que deben nacer, de aquellos que han nacido y de quienes han muerto.
El judaísmo dio pie a la creación de una literatura rabínica muy rica constituida por los llamados Apócrifos veterotestamentarios; es decir, textos que, aunque trataban temas análogos a los que se encontraban en los libros «oficiales» de la Biblia, no se aceptaron como sagrados.
En estos textos se reflexionaba también sobre muchos temas que más tarde se retomarían en el Talmud y en el Midrash. Los Apócrifos están dedicados en gran parte a la angelología (en particular, el Libro de Enoc, como veremos posteriormente), enriqueciéndola con elementos coreográficos y con descripciones minuciosas que están casi ausentes en los libros canónicos. Se habla, por ejemplo, del ángel de la escarcha, del granizo y de la nieve.
Desde el mundo griego nos llega una contribución a la angelología: Homero, a través de sus poemas, da forma a las figuras de Hermes y de Iride, mensajeros de los dioses, única función que los emparenta, de alguna manera, con los ángeles bíblicos.
Bastante más cercanos a ellos están los daimones (divididos entre buenos y malos): se trata de almas divinizadas de nuestros antepasados, que ejercen de mediadores entre dioses y hombres, que protegen a estos últimos y, además, tienen la función de regir los elementos de la naturaleza. Sobre estos seres intermediarios no sólo se habla en la religión y en la mitología, sino también en la filosofía, pues tanto Sócrates como Platón se refieren a ellos más de una vez.
Sobre el papel de los ángeles en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, hablaremos posteriormente en un capítulo independiente (véase la página 43).
Los ángeles en la gnosis
Los ángeles aparecen también, pero de forma muy original, en la propia cultura gnóstica que se desarrolla en Oriente durante el inicio de la era cristiana y que confluye en el cristianismo de los primeros siglos en forma de una herejía que los Padres de la Iglesia combatieron con dureza.
La gnosis (que en griego significa «conocimiento») se manifiesta como una tendencia religiosa de tipo sincrético que recoge diversos elementos procedentes de las distintas religiones mistéricas, de las corrientes mágicas y astrológicas, del hermetismo, del judaísmo alejandrino y de las filosofías helenísticas, especialmente de la neoplatónica.
Para el gnosticismo, que ensalza la dualidad entre espíritu y materia, la salvación – inducida a partir del sacrificio simbólico de Jesús– se explica a través del conocimiento de iniciación, que conduce a la liberación del alma de la prisión que para ella supone el cuerpo.
Según la gnosis, los ángeles son seres malvados que han creado el mundo material y lo gobiernan luchando entre sí, dedicado cada uno de ellos a afirmar su supremacía. Con la victoria final del espíritu, ellos serán destruidos junto a su creación.
La actitud de la Iglesia cristiana
La Iglesia ha tratado a los ángeles de muy distintas maneras. Ya hemos visto cómo en el IV Concilio Lateranense fueron reconocidos como artículo de fe. Este reconocimiento ha perdurado hasta nuestros días, tal como aparece claramente en el artículo 328 del Nuevo Catecismo de la Iglesia católica: «La existencia de los seres espirituales e incorpóreos, que las Sagradas Escrituras llaman normalmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de las Escrituras es tan claro como la unanimidad de la Tradición».
Pero, por otra parte, la Iglesia no esconde una cierta desconfianza hacia estas figuras, justificada por el temor de que, en el culto popular, puedan usurpar el lugar que corresponde a Dios y a Jesucristo.
En el siglo IV, el Concilio Laodicense afirmó solemnemente que: «Los cristianos no deben abandonar ni a la Iglesia ni a Dios […] invocar a los ángeles, celebrar en su honor […] Si alguien se encuentra en esta idolatría escondida, que sea anatematizado, porque ha abandonado a Nuestro Señor Jesucristo Hijo de Dios y se ha convertido en un idólatra».
Este mismo concepto ha sido secundado actualmente por monseñor Del Ton, que ha escrito: «No debe exaltarse a los ángeles con especulaciones que puedan dañar a Cristo, disminuyendo o rebajando una superioridad soberana que la fórmula del símbolo niceno-constantinopolitano ya señala: “Todo ha sido creado para Cristo”. El verbo de Dios, hecho hombre, es el jefe y soberano de los ángeles».
Todo esto confirma aquello que para la Iglesia ya estaba bastante claro desde un principio, como está escrito en el Nuevo Testamento (Apocalipsis 19, 10): «Me arrojé a sus pies para adorarle [al ángel] y me dijo: “Mira, no hagas eso; consiervo tuyo soy y de tus hermanos, los que tienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios”».
Testigos y reflexiones ejemplares
Veamos ahora las reflexiones y los testimonios de algunos autores, gracias a los cuales conseguiremos ampliar y profundizar nuestro conocimiento sobre un tema muy apasionante y prácticamente ilimitado.
Empezaremos por el llamado salmista; este autor bíblico nos dice en el salmo 91, refiriéndose a Dios: «Pues te encomendará a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos, y ellos te levantarán en sus palmas para que tus pies no tropiecen en las piedras».
Hesíodo, poeta griego del siglo VIII a. de C., en su obra Los trabajos y los días nos dice:
«Pero puesto que la tierra escondía en su regazo a esta generación
ellos se han transformado ahora en espíritus beatos y viven aún sobre la
Tierra,
y son custodios de los hombres mortales,
y vigilan las obras del bien y del mal.
Vestidos de aire,
se mueven por toda la tierra
como dispensadores de riqueza.
Este destino como regalo tuvieron ellos […]».
San Agustín, uno de los más grandes doctores de la Iglesia, nos dice en el siglo V: «De cada una de las cosas visibles de este mundo se ocupa un ángel. Los ángeles son espíritus, pero no es el hecho de serlos lo que les hace ser ángeles. Se convierten en estos cuando se les encomienda una misión. El nombre de ángel, de hecho, se refiere a su función y no a su naturaleza. Si preguntáis por el nombre de esta naturaleza os contestaré que es espíritu; si preguntáis por su función os responderé que es la de ser ángel, que tiene el significado de mensajero».
El Maestro Eckhart, un místico de la Edad Media, nos explica: «Esto es lo que es mi ángel, nada más que una idea de Dios».
John Henry Newman, cardenal inglés que vivió en el siglo XIX, escribe que: «Aun siendo tan grandes, gloriosos, puros y estupendos que con sólo verlos (si se nos permitiera) nos lanzarían por los suelos, como le sucedió al profeta Daniel, que era un hombre santo y virtuoso, son nuestros compañeros de servitud y trabajo, y velan y defienden hasta al más humilde de los nuestros».
La estadounidense Mary Baker Eddy, fundadora en el siglo XIX del movimiento científico-religioso de la Ciencia Cristiana, dice que: «Los ángeles no son seres humanos etéreos que esconden en sus alas cualidades animales muy evolucionadas, sino más bien visitantes celestes que vuelan con plumas espirituales y no materiales. Los ángeles son sólo pensamientos de Dios, alados de verdad y amor, sea cual sea su individualidad. El hombre realiza conjeturas y les concede una estructura propia en su pensamiento, caracterizada por las supersticiones, y los convierte en criaturas con sugestivas plumas. Pero esto no es más que una fantasía detrás de la cual no existe mayor realidad que la que hay en el pensamiento del artista cuando esculpe la estatua de la libertad, que encarna su concepto de cualidad invisible… Los ángeles son los representantes de Dios, seres que tienden hacia las alturas y nunca nos conducen al pecado o al materialismo, sino que nos guían hacia el principio divino de cada bien, allí donde se reúne cada individualidad real, a imagen y semejanza de Dios. Sólo es necesario prestar una atención sincera a estos guías espirituales y nos encontraremos con los ángeles sin saberlo».
Massimo Cacciari, un filósofo de formación marxista, también se sintió atraído por la problemática sobre los ángeles hasta el punto de que escribió un libro sobre el tema: El ángel necesario (Milán, 1986). En una entrevista[3] afirmaba que el ángel era una metáfora de la capacidad que posee la mente humana para salir del círculo cerrado de nuestro horizonte tridimensional y abrirse así a una cuarta dimensión. Cacciari observa que en el interior de las tradiciones monoteístas (hebrea, cristiana e islámica) existen, a propósito de los ángeles, diferencias muy notables, pero también numerosos puntos de contacto: «Más que las diferencias entre una tradición y la otra, es interesante destacar las dos diversas líneas de desarrollo que se han producido en el interior de las tres. Por un lado, una visión del ángel como una criatura perfecta y separada de la humanidad, y por otro, una concepción de esta figura como “seducida” progresivamente por la naturaleza humana, puesto que el ángel, al compadecerse del hombre, se sitúa cada vez más cerca de él y se va debilitando hasta el punto de llegar a confundirse con él».
Henri Corbin, destacado islamista y profundo conocedor de la angelología, afirma que: «Si no existieran los ángeles, todos los universos de los dioses y del más allá permanecerían en el mundo del silencio. Los ángeles son los mensajeros de luz que anuncian e interpretan los misterios divinos».
¿Una entidad siempre positiva?
El número de ángeles es enorme. Los textos sagrados de las distintas religiones, cuando se refieren a ellos, hablan de comitivas, legiones o ejércitos. Las cifras al respecto son muy dispares, ya que oscilan desde los cien mil hasta los cuarenta y nueve millones de la cábala hebraica.
Al hablar de los ángeles, es necesario hacer una alusión, aunque sea breve, a sus antagonistas, los demonios. Desde un cierto punto de vista ambos son dos caras de lo mismo, en el sentido de que poseen idénticos orígenes, naturaleza y prerrogativas; la diferencia reside en el hecho de que los primeros están encaminados hacia el bien y la obediencia a la voluntad divina, mientras que los segundos han escogido el camino de la rebelión y del mal.
La existencia de ángeles y demonios se encuentra en conexión con el problema más dramático no sólo del hombre, sino también del universo: la lucha entre el bien y el mal. Emmanuel Swedenborg, del cual ya hemos hablado, afirma en su Memorabilia que: «Cuando le apetece a Dios, los buenos espíritus se nos aparecen y también a sí mismos, bajo forma de luminosas y límpidas estrellas, que resplandecen según su grado de caridad y fe, mientras que los espíritus malvados se muestran como bolitas de carbón ardiente».
La existencia del mal, según una consolidada tradición que se encuentra presente sobre todo en las grandes creencias monoteístas, pero también en otras religiones, derivaría de la rebelión, consumada en la noche de los tiempos, por parte de una multitud de ángeles que se negaron a obedecer a Dios y al orden cósmico que Él había creado.
El príncipe de los ángeles rebeldes es Lucifer, «el portador de la luz», «el hijo de la mañana», que también recibe el nombre de Satanás. Sobre él habla, en el Antiguo Testamento, el profeta Isaías (14, 12-15): «¿Cómo caíste del cielo, lucero brillante, hijo de la aurora, expulsado de la tierra, tú, el dominador de las naciones? Y tú decías en tu corazón: “Subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas del cielo, elevaré mi trono y me asentaré en el monte de la asamblea, en las profundidades del aquilón. Subiré por encima de las cumbres de las nubes, y seré igual al Altísimo”. Pues bien, al seol has bajado, a las profundidades del abismo».
En la Biblia (tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento) existen diversos fragmentos sobre la rebelión de Lucifer, pero se echa de menos una descripción detallada de los sucesos acaecidos.
Según el Génesis el mal existía ya antes del hombre, pues la mítica pareja de Adán y Eva fue seducida por el «tentador» en forma de serpiente.
Los ángeles en las otras religiones
El islamismo, como ya hemos dicho, se plantea la existencia de los ángeles y en el Corán se citan más de ochenta veces. Se afirma, por ejemplo: «Todos aquellos que no creen en Dios, en sus ángeles, en sus libros y en sus profetas se perderán en el último día pero de forma muy lejana» (4, 136).
El ángel (malak, «mensajero») es una criatura de luz dotada de alas, pura y perfecta. Pero, a pesar de esto, se sitúa en el último lugar del orden jerárquico que parte de Dios y que continúa con los arcángeles profetas, los seres humanos y los ángeles. Los ángeles, o malaika, protegen a la humanidad y apuntan todas las acciones de los hombres.
Para los místicos sufíes, en cambio, son los seres humanos quienes registran sus acciones, que se analizarán en el día del Juicio Final. «Sobre aquellos que dicen “Nuestro Señor es Dios” y se conforman, descienden los ángeles y dicen: “No tengáis miedo y no estéis afligidos, sino que recibid la buena nueva del paraíso que se os había prometido. Nosotros somos vuestros amigos, en esta y en la vida futura; y allí habrá para vosotros lo que desean vuestras almas y lo que pidáis”» (41, 30-31).
Los musulmanes consideran que Jesús, Isa, es un ser de naturaleza semiangélica y que, junto a los ángeles, se encuentra sentado cerca de Alá.
Entre los arcángeles, el más citado es Gabriel, Jibril, que habló a María de Nazaret y a Mahoma, al cual inspiró en sueños el texto del Corán. Otro de los arcángeles importantes es Miguel, Mikail, que domina las fuerzas de la naturaleza.
Las tareas específicas de los ángeles, antes incluso que la protección de los seres humanos, son la adoración de Dios y el cumplimiento de sus designios. Según el Corán, Dios mandó a sus ángeles a combatir en algunas de las batallas en las que luchó Mahoma: «Él respondió: “De verdad que os ayudaré con mil ángeles propagados sin intervalos”. Esto era, en el diseño de Dios, sólo una buena nueva para que vuestros corazones se tranquilizasen… Y cuando tu Señor inspiró a los ángeles: “Sí, yo estoy con vosotros: dad fortaleza a los que creen. En cuanto a los no creyentes, lanzaré el miedo sobre sus corazones. Golpeadlos pues por debajo del cuello y en todas las junturas”» (8, 9-12).
Si continuamos hacia Oriente y entramos en el área cultural del hinduismo (sobre todo en la India, pero también en otras naciones asiáticas) y del budismo (Asia meridional y oriental), nos encontramos con mitologías extremadamente complejas en las que abundan las divinidades: genios, ninfas, elfos, ángeles y demonios. Esta muchedumbre de apariencia anárquica, de seres intermedios, energías e «hipotencias», forma, en realidad, una jerarquía de fuerzas continuamente activas que, de forma directa o indirecta, están en contacto con los hombres.
Destaca, en particular, el bodhisattva budista, aquel que ha recorrido todos los niveles de la perfección durante sus infinitas existencias y que por esa razón está destinado a convertirse en un futuro Buda, que renuncia a alcanzar la iluminación personal para ayudar a los hombres a encontrar junto a él el camino de la perfección (paramita). Puede compararse esta figura a un ángel, puesto que asume un papel de guía, lleva a cabo curaciones, distribuye premios o castigos y acompaña a las almas en su paso de la vida a la muerte.
El taoísmo chino considera la existencia de los demonios y de los ángeles. Sobre los ángeles dice que están formados por hoven o almas divinas, que se presentan al hombre bajo forma de sueños y se encargan de explicar en el cielo sus acciones.
El chamanismo no se considera exactamente una religión sino, más bien, una práctica de culto unida a una cierta concepción de la realidad. Típico de las poblaciones siberianas, se encuentra también con aspectos análogos en muchas otras culturas del resto de Asia, África, Oceanía y América. En su centro encontramos al chamán (hombre-medicina), que, mediante unas técnicas arcaicas particulares, consigue situarse en una condición estática y emprender viajes cósmicos fuera de su cuerpo, durante los cuales entra en contacto con la dimensión extrahumana, poblada de antepasados, espíritus de la naturaleza y también espíritus-guía. Se trata de una cultura muy antigua, que de nuevo volvió a cobrar importancia de la mano del célebre etnólogo peruano Carlos Castaneda.
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Panorama, 9 de febrero de 1986.