Читать книгу Estados Unidos, la experiencia de la libertad - Suzanne Islas Azaïs - Страница 7

INTRODUCCIÓN

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El carácter histórico de la elección de Barack Obama ha sido destacado con insistencia en la medida en que se trata del primer afroamericano que accede al cargo luego de una larga historia de discriminación que se remonta, incluso, a los orígenes mismos de los Estados Unidos como nación independiente. Hace tan sólo poco más de cuarenta años todavía se discutía allí el alcance de los derechos civiles y políticos de las personas de color. Así que desde luego no cabe escatimar la importancia que en este sentido reviste la asunción de Obama. No obstante, al carácter histórico de esta elección pertenecen también los datos mismos de participación electoral —la mayor desde 1968—, los altos índices de votación registrados entre las minorías (afroamericana e hispana, en particular) y, sobre todo, el entusiasmo y la esperanza renovada que logró generar el movimiento social que precisamente hizo posible que Obama llegara a la Presidencia. Se trató, en muchos sentidos, de la emergencia de la ciudadanía.1

El nuevo gobierno representa sin duda un nuevo comienzo, una nueva posibilidad para el propio país y también para el mundo entero. Y conviene aquí destacar que para Estados Unidos esta posibilidad de un nuevo comienzo nos recuerda la capacidad de reinvención que el país ha mostrado a lo largo de su historia, particularmente bajo situaciones de crisis. Ahora bien, debemos también tener presente que, dados los tiempos que corren, este relevo presidencial no puede circunscribirse a un mero cambio de administración. Tendría que ser sobre todo un cambio de régimen y del mismo modo una profunda transformación social. El deseo de cambio que llevó a Obama a la presidencia tendría ahora que materializarse en la reorientación del sentido y objetivo de las políticas públicas. Pero para que ese cambio sea realmente efectivo tiene que materializarse, también, en el seno mismo de la sociedad en su conjunto.

La primera idea que dio lugar a este libro surgió en el 2005, tras el paso del huracán Katrina por la costa este de Estados Unidos. Las consecuencias del impacto sobre la ciudad de Nueva Orleáns fueron, para nosotros, un síntoma claro de que algo no andaba bien. Para decirlo rápidamente, Katrina puso al descubierto el desamparo de miles y miles de ciudadanos. A lo anterior habría que agregar la todavía frágil situación que se vive en Irak y, sobre todo, la severa crisis económica y de recesión que vive el país en este 2009, como lo muestran la intermitente caída de las bolsas, la quiebra de los bancos, las cifras históricas del desempleo, la crisis hipotecaria con sus embargos masivos y la depreciación de las casas, los salarios deprimidos, la lucha desesperada de los ciudadanos por conservar el empleo, las cuotas de las universidades que se vuelven inalcanzables, la insuficiente cobertura del sistema público de salud, etc., etc., etc.,

Vivimos, como se ha señalado ya, la mayor crisis económica desde los tiempos de la Gran Depresión. Desde nuestro punto de vista, vivimos el fracaso de una forma de concebir el “desarrollo económico”. Todavía más, asistimos a la crisis final de toda una forma de vida. O por lo menos así tendríamos que asumirlo ante la evidencia de los hechos: mientras día con día las cifras de la economía alimentan el pesimismo de la familia media con relación a su futuro, descubrimos también verdaderas fortunas amasadas de la noche a la mañana y desde la especulación financiera, la desigualdad social que se agudiza, la avaricia que se reconoce, se promueve y se premia socialmente, la vida ficticia a que dan lugar el crédito abierto y el culto al consumo. Así, cuando afirmamos que se trata de la “crisis final de toda una forma de vida” asumimos que la situación actual no puede explicarse a partir de unos cuantos errores en el manejo de la economía financiera de los últimos años. Tampoco puede enfrentarse tan sólo a partir de unas cuantas correcciones al sistema de libre mercado que nos permitan reencontrar el camino de la ganancia. Para nosotros, las causas de esta crisis son de una naturaleza mucho más profunda y tienen que ver, incluso, con una cierta forma de concebir nuestra libertad. Vivimos una crisis que nos remite a los pilares mismos que sustentan a la sociedad actual.

Creemos entonces que para poder comprender estos tiempos necesitamos volver nuestra atención también a la sociedad misma, a las prácticas que cotidianamente configuran nuestro orden público, económico y cultural, así como nuestra manera de ser. Después de todo es la sociedad misma el elemento articulador de un país, lo que le da continuidad y le permite tanto prosperar, como estancarse e incluso retroceder, y ello más allá de los distintos gobiernos que se suceden en su administración; lo anterior es particularmente cierto en un país como Estados Unidos y su historia representa un permanente testimonio de ello. Esta perspectiva de la crisis desde el orden social constituye, nos parece, el punto de vista distintivo que orienta las reflexiones que a continuación siguen.

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Luego del paso del huracán Katrina, lo que el mundo entonces presenció —a través de las dolorosas imágenes transmitidas en particular por la televisión— fue a miles de personas desprotegidas ante el impacto del fenómeno atmosférico, muchas de ellas incluso incapaces de reaccionar de manera adecuada para salvar su vida. Pero el mundo entonces también presenció la reacción tardía e irresponsable del resto de la sociedad y del gobierno. Las consecuencias materiales, y sobre todo en términos de pérdidas de vidas humanas, fueron así de dimensiones impensables para Estados Unidos. Quienes seguíamos los hechos en los medios de comunicación, no podíamos sino sorprendernos de que todo ello ocurriera no en un país pobre o escasamente desarrollado, sino en el país líder en lo económico, pero también en lo científico y tecnológico. Aparecían ante nuestros ojos kilómetros y kilómetros de destrucción material, pero sobre todo miles de personas menesterosas y desplazadas que lo habían perdido todo. Y muertos, muchos muertos. Fallaron las acciones preventivas, la ayuda y la reacción fueron tardías, y la reconstrucción, como habríamos de constatarlo posteriormente, no ha sido eficaz de ninguna manera: miles continúan todavía sin hogar y sin un futuro claro.

Desde nuestra perspectiva, el hecho de que el paso de un huracán terminara por convertirse en una gran tragedia para Estados Unidos no podía sino representar el síntoma de una crisis profunda. Y no es que Estados Unidos no hubiera experimentado con anterioridad situaciones de tragedia personal y colectiva. Pero en este caso se trataba del paso pronosticado de un fenómeno atmosférico y de su seguro impacto en un país cuyo gobierno se precia de buscar asegurar condiciones de bienestar y seguridad para sus ciudadanos. Sin embargo, todo pareciera haber fallado y la destrucción (que la intensidad de Katrina de cualquier modo iba a provocar), terminó por transformarse en una gran tragedia humana que hasta hoy no ha sido aún superada. ¿Qué sucedió? ¿Cómo fue todo ello posible? Fueron algunas de las preguntas que inevitablemente nos planteamos. Fue así, insistimos, que surgió la idea de este libro: con la expresión de una crisis que por su manera de manifestarse nos parecía que valía la pena indagar; después de todo, el paso de un huracán se convertía en una gran tragedia para la primera potencia económica. Pero no sólo eso: Katrina se convertía en una gran tragedia para la primera sociedad moderna organizada democráticamente y que había sido capaz de alcanzar un gran potencial humano. A primera vista, nos encontrábamos ante una crisis de carácter peculiar que, como pudimos constatar después, se trataba del tipo de crisis que por su magnitud amenaza seriamente el futuro del país.

Ahora la crisis de Estados Unidos es todavía más profunda. Se trata de una crisis que penetra en las bases mismas de la sociedad: un Estado que pareciera ajeno a la demanda ciudadana y que ha asumido la guerra como prácticamente su única tarea; una sociedad ausente de lo público y refugiada en lo privado. La crisis de hoy enfrenta y divide a la sociedad misma, mina la solidaridad y rompe así a cada momento con los ya frágiles lazos sociales. Una sociedad organizada puede tomar la iniciativa y hacer frente al poder o a los poderes —también económicos— con los instrumentos de la democracia. Una sociedad desorganizada deja a sus miembros solos, aislados, frente al poder. Se trata, en los Estados Unidos, de una crisis que se manifiesta incluso en la incapacidad del gobierno para garantizar la vida de sus ciudadanos ante los fenómenos naturales. Como lo vimos con asombro a lo largo del año 2005, la estructura de poder en Estados Unidos no ha podido cumplir con la primera de las funciones que corresponde al Estado moderno: asegurar la vida de los ciudadanos.

Reflexionar en torno al presente y futuro de los Estados Unidos constituye en la actualidad un asunto de interés general. Ello no sólo por la situación de primera potencia que guarda el país —con lo que esto supone para la economía mundial—, sino también, y sobre todo, por tratarse del primer proyecto político plenamente moderno y, en este caso, realizado en su vertiente liberal. Cómo ha sido posible que el primer proyecto político moderno haya llegado a tal situación de crisis constituye la pregunta que orienta el siguiente escrito. La explicación que podamos alcanzar al respecto resultará, sin duda, aleccionadora tanto para los países democráticos como para aquellos que buscan aún organizarse en estos términos con transiciones todavía no logradas.

Cualquier reflexión sobre los Estados Unidos de hoy requiere necesariamente tomar en cuenta lo que ha sido su historia. Después de todo, el país no surgió con el 11 de septiembre del 2001, y ello conviene tenerlo muy presente. Pero además esta referencia a la historia no puede asumirse simplemente como la natural referencia que todas las sociedades tienen hacia aquellos momentos claves de su desarrollo, hacia sus principios y documentos fundacionales. En el caso de Estados Unidos, podemos encontrar esta constante de la historia como referencia normativa de su acción, de su cultura e identidad políticas. Y no sólo en el discurso político: hay una experiencia histórica, por ejemplo, que se aduce en la interpretación de las leyes por parte de la Suprema Corte de Justicia. John Rawls, por su parte, argumentó en los últimos años en favor de la tradición político-democrática de ese país como defensa de una visión liberal de la justicia para las sociedades contemporáneas. Esta perspectiva histórica es otra de las características de nuestro trabajo.

Cabe hacer una precisión más en torno al punto que vista que hemos adoptado aquí para realizar nuestro análisis: hemos intentado destacar sobre todo las grandes tendencias que han marcado la historia de Estados Unidos. Es decir, el análisis que desarrollamos se basa no en el estudio puntual de un determinado momento histórico del país. Tampoco buscamos presentar una visión lineal de la historia de Estados Unidos. Se trata, más bien, de la investigación en torno a las grandes tendencias —en particular de carácter jurídico-políticas— que han determinado la forma en que Estados Unidos se ha organizado, ha enfrentado sus problemas y delineado sus posibles soluciones. La historia moderna de Francia, por ejemplo, tiene que ser evaluada desde la reivindicación de libertad, igualdad y fraternidad, así como la historia mexicana del siglo XX tiene que ser considerada desde el esfuerzo por enfrentar el problema de la pobreza y el desarrollo social y político, legado de la Constitución de 1917.

De modo semejante, en el caso de Estados Unidos nosotros a continuación ponemos especial énfasis en lo que ha sido el proyecto de la libertad como orientación normativa general. Ello nos ha permitido analizar el legado, la crisis y el futuro posible de la nación. Este libro, de alguna manera, busca también propiciar una suerte de ejercicio que nos permita traer nuevamente a la memoria y a la conciencia lo que han sido los principios y el aliento fundamental de la sociedad estadounidense.

Cuando los primeros colonos ingleses se acercaban a las costas de lo que posteriormente serían los Estados Unidos decidieron:

solemne y mutuamente, en la presencia de Dios y del prójimo... pactar y reunirse en un cuerpo civil político... y en virtud de ello... promulgar, constituir y elaborar, cuando la ocasión lo requiera, tantas leyes, ordenanzas, actos, constituciones y oficios justos y equitativos cuantos estime necesarios la mayoría y convengan al bienestar general de la Colonia; para todo lo cual prometemos la debida sumisión y obediencia”.2

Los peregrinos partieron de Inglaterra en busca de felicidad y mayores libertades civiles y religiosas. Con el tiempo, los padres fundadores dieron lugar a un mundo políticamente nuevo; al primer orden democrático que conocería la época moderna.

Estados Unidos, la experiencia de la libertad

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