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4. LOS LADOS DEL CAMINO

Siss corría camino de su casa. De repente, se encontró envuelta en una lucha ciega con su temor a la oscuridad.

Dijo la voz: Soy el que está a los lados del camino...

¡No, no!, pensó Siss al azar.

Ahora salgo, dijo la voz a los lados del camino.

Siss corría y notaba que le pisaban los talones.

¿Quién es?, pensó.

Salir de casa de Unn y meterse en eso. ¿No sabía que el camino de regreso sería así?

Lo sabía, pero...

Tenía que ir a casa de Unn.

Sonó un estallido en algún lugar. Un estallido que recorrió los campos de hielo y que luego desapareció como en un agujero. El hielo se espesaba y jugaba a romperse a lo largo de grandes distancias. Siss dio un respiro al oír el estallido.

Era como si perdiese el equilibrio. No se había sentido nada segura al emprender el regreso en medio de la oscuridad. No pisaba el camino con pie firme, como había hecho al ir a casa de Unn. Sin pensárselo, había echado a correr y ya no tenía remedio. En ese momento se había entregado a lo desconocido, a aquello que en noches como esa está a tus espaldas.

Lo desconocido lo llenaba todo.

La compañía de Unn la había alterado, y todavía más tras despedirse y salir.

Ya al dar los primeros pasos —grandes como saltos— tuvo miedo, y ese miedo fue creciendo como un alud. Estaba en manos de aquello que la acechaba a los lados del camino.

La oscuridad a los lados del camino. No tiene forma ni nombre, pero el que anda por aquí nota que aparece, que le persigue y le hace sentir arroyos corriéndole por la espalda.

Siss se encontraba en medio de eso. No entendía nada. Tenía miedo a la oscuridad.

¡Pronto estaré en casa!

No, no es verdad. Ni siquiera notaba el frío que le mordía el rostro.

Intentó aferrarse a la imagen del cuarto de estar de su hogar, iluminado por la lámpara.

Cálido e iluminado. Sus padres sentados en sus respectivos sillones. Y llega la única hija. Esa hija única a la que no hay que mimar, según se dicen el uno al otro, a la que se jactan de no mimar..., no, no sirve de nada, ella no estaba allí, estaba entre los que acechan a los lados del camino.

Pero ¿y Unn?

Se puso a pensar en Unn.

En la maravillosa, hermosa y solitaria Unn.

¿Qué tiene Unn?

Se quedó rígida en mitad del salto.

¿Qué tiene Unn?

Volvió a estremecerse. Una advertencia sonó a sus espaldas.

Estamos a los lados del camino.

¡Corre!

Siss corría. Un golpe seco y profundo sonó en algún lugar de la superficie helada del lago, y las botas de Siss crujieron en el camino escarchado. Encontró en ello algo de consuelo, pues si no hubiera escuchado sus propios pasos, se habría vuelto loca. Ya no le quedaban fuerzas para correr muy deprisa, pero corría.

Por fin vio las luces de su casa.

Por fin.

Entrar en el círculo de la luz de la lámpara de fuera.

Los que acechaban a los lados del camino se apartaron, se quedaron fuera del círculo de luz, como un murmullo.

Siss entró donde estaban sus padres. Él, que dirigía una oficina en el pueblo, se encontraba en ese momento en casa, cómodamente sentado en su sillón. Ella sostenía un libro en las manos, como siempre que tenía ocasión. Aún no era hora de acostarse.

No se levantaron sobresaltados de preocupación ante la presencia de Siss, al ver su aspecto, al verla extenuada y cubierta de escarcha. Cada uno siguió en su sillón y dijeron tranquilamente:

—¿Qué demonios te pasa, Siss?

Los observó. ¿Estaban preocupados? No, ni pizca. De acuerdo, la única que tenía miedo era ella, que venía de fuera. ¿Qué pasa, Siss?, preguntaron con calma, confiados. Sabían que no podía pasarle nada. Pero tampoco podían exclamar sencillamente «qué demonios» al verla llegar tan alterada y agotada, con el aliento helado formando carámbanos sobre el cuello abierto del abrigo.

—¿Pasa algo, Siss?

Ella negó con la cabeza.

—He venido corriendo todo el camino, eso es todo.

—¿Tenías miedo a la oscuridad? —preguntaron, riéndose un poco, como se debe hacer ante quienes temen la oscuridad.

—Bah, miedo a la oscuridad... —dijo Siss.

—Bueno, yo no estoy tan seguro —dijo el padre—. Pero de todos modos ya eres mayor para tener tanto miedo.

—Pues sí, parece que has estado corriendo como si temieses por tu vida —señaló la madre.

—Tenía que llegar a casa antes de que os acostarais. Siempre decís...

—Sabías que aún falta para la hora de acostarse, así que si era por eso...

Siss se estaba quitando las botas heladas, dando golpes con ellas en el suelo.

—¡Cuántas cosas decís esta noche!

—¿Cómo? —La miraron asombrados—. ¿Hemos dicho algo nosotros?

Siss no contestó. Estaba ocupada con sus botas y sus calcetines.

La madre se levantó del sillón.

—No parece que hayas... —Algo en Siss le hizo dejar la frase por la mitad—. Ve a lavarte primero, Siss. Te sentirás mejor.

—Sí, mamá.

Le sentó bien. Se tomó mucho tiempo para lavarse. Sabía que no evitaría las preguntas. Volvió a entrar en el cuarto de estar y cogió una silla. No se atrevía a irse directamente a su habitación. Si lo hiciera, ellos hurgarían aún más. Sería mejor enfrentarse a las cosas.

—Ahora tienes mucho mejor aspecto —dijo la madre.

Siss permaneció en silencio, esperando.

—¿Qué tal lo has pasado en casa de Unn? —añadió su madre—. ¿Te has divertido?

—¡Ha estado muy bien! —exclamó Siss.

—Pues no es la impresión que das —intervino el padre con una sonrisa.

La madre levantó la vista.

—¿Qué pasa esta noche?

Siss los miró. Eran muy buenos, no lo dudaba, sin embargo...

—No pasa nada —contestó—; pero sois muy pesados hurgando en todo.

—No es verdad, Siss.

—Ve a cenar a la cocina. Tienes la mesa preparada.

—Ya he cenado.

No era verdad, peor para ellos.

—Bueno, entonces lo mejor sería que te acostaras. Pareces agotada. Así mañana por la mañana estarás repuesta. Buenas noches, Siss.

—Buenas noches.

Se fue de inmediato a su cuarto. Ellos no entendían nada. Ya en la cama, se dio cuenta de lo cansada que estaba. Tenía cosas extrañas y desgarradoras en las que pensar, pero el calor tras el frío se le iba metiendo a escondidas en el cuerpo, y no se quedó mucho tiempo pensando.

El palacio de hielo

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