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I.

DEFINICIONES AGUSTINIANAS DE LA AMISTAD

AL TRATAR DE LA AMISTAD EN SAN AGUSTÍN, hay que tener en cuenta que, para él, esta, como varias otras dimensiones positivas de su personalidad, son dones naturales, herencia en gran parte de sus progenitores y, en su caso, más de su madre que de su padre. Pero a esto hay que añadir que, muy pronto, él aprendió de labios de su madre, precisamente, que todo lo bueno que hay en las personas es don de un Dios bueno. Recordemos, a este propósito, aquel «gracias, Señor, por el don de la amistad», que él aprendió a rezarle en su niñez[1]. Olvidada esta expresión durante su adolescencia y juventud, volverá a cobrar gozosa plenitud, tras su conversión.

Ahora bien, cuando trate de definir la amistad, antes y después de su conversión, nada le impedirá acudir a los grandes pensadores griegos y romanos, en los que había bebido su formación intelectual, para hacer suyas las logradísimas fórmulas confeccionadas por ellos. No renunciará a ellas Agustín, una vez convertido, ya que se ajustaban a su nueva situación y a lo que estaba viviendo con sus numerosos amigos; únicamente le había bastado puntualizar algunos aspectos, no solo para enriquecerlas, sino, sobre todo, para hacerlas plenamente verdaderas. Vaya inicialmente un breve resumen de las fórmulas acuñadas por el mundo greco-romano y que Agustín recogerá, dotándolas de pleno contenido a partir de su conversión a la fe cristiana.

Entre los griegos, una de las definiciones más hermosas de la amistad es la que había labrado Platón, inspirándose en un proverbio atribuido a Pitágoras —«entre amigos todo es común»—, «la amistad es koinonía», o lo que es lo mismo: «una comunión de lo que son y tienen los que se dicen amigos»[2]. En esa misma línea se expresa Aristóteles cuando afirma: «Es acertado el proverbio que dice: entre amigos todo es común, puesto que la amistad consiste en la koinonía»[3]. Otra hermosa definición del Estagirita es la que nos brinda respondiendo a la pregunta «¿qué es un amigo? - Un alma en dos cuerpos»[4].

Entre los pensadores romanos, Cicerón descuella por encima de todos los que escribieron sobre la amistad, aunque también Séneca, Ovidio y Horacio acuñaron fórmulas verdaderamente lapidarias. De este último es la que define al amigo como «la mitad de mi alma» (dimidium animae meae)[5]. Cicerón, por el que Agustín tuvo predilección especial, define la amistad con estas palabras: «Acuerdo en asuntos divinos y humanos con benevolencia y amor»[6]. Y definiendo a un amigo dirá: «El amigo es otro yo»[7]; y también: el amigo «es aquel cuya alma se hace una con la del amigo»[8]. Cicerón reconocerá, además, que «la amistad es el mejor regalo de los dioses»[9].

Agustín nunca dudó en aceptarlas, como expresiones cabales de la amistad; una amistad que, una vez convertido, la considerará como «don de Dios», el Dios de la revelación, cuya presencia amiga se hace absolutamente necesaria para que los que se dicen amigos lo sean de verdad. En este sentido, no podía ser más elocuente el pasaje siguiente:

Nadie puede ser verdaderamente amigo del hombre, si no lo es primero de la Verdad misma, y si tal amistad no es gratuita no existe en modo alguno. Sobre este punto hablaron harto los filósofos. Mas no se encuentra en ellos la verdadera piedad, es decir, el veraz culto a Dios, del que es menester derivar todos los oficios de una vida recta[10].

A continuación, repasaremos las fórmulas clásicas más conocidas de la amistad que, aceptadas por Agustín, las veremos enriquecidas y llevadas a su plenitud, al abrirlas a la transcendencia. Es decir, a nuestro Santo le bastará poner, como fundamento de la amistad, la fe en la presencia del Dios-amigo en los que se dicen amigos, para que lo sean de verdad y en plenitud.

1. «ACUERDO BENEVOLENTE Y AMOROSO»

Dice Cicerón: «La amistad no es sino un acuerdo benevolente y amoroso en todos los asuntos divinos y humanos»[11]. Para Agustín, seguidor en su juventud de los maniqueos, estas palabras eran las que le guiaban en su proselitismo, consiguiendo que muchos de sus amigos aceptasen sus creencias. Tras su conversión, en una de sus primeras obras —Contra academicos—, escrita en diálogo con el grupo de amigos y familiares en la quinta de Casiciaco, tratando de afirmar que la verdad existe y que se puede alcanzar en contra de la opinión de los escépticos, uno de los participantes, Alipio, afirma que para llegar al conocimiento de la verdad es necesaria la ayuda de la Divinidad. Feliz afirmación que llevó a Agustín a manifestar su aprobación de la manera más entusiasta:

Mi amigo, más íntimo, no solo está de acuerdo conmigo en lo que atañe a la probabilidad de la vida humana, sino también en lo relativo a la religión, lo cual es indicio clarísimo de un verdadero amigo. Porque la amistad fue muy bien y santamente definida como un acuerdo benévolo y caritativo en relación con las cosas divinas y humanas[12].

Hay que añadir, por otra parte, que la definición ciceroniana, utilizada aquí por el recién convertido, adquiere su auténtica densidad, ya que, si el acuerdo en los asuntos humanos podía coincidir con lo que pedía el pensador romano, el acuerdo en el campo religioso adquiría un sentido totalmente nuevo por causa del Dios verdadero, a quien tanto Agustín como Alipio acababan de encontrar en su conversión a la fe cristiana. Es más, la definición de Cicerón sólo se hace verdadera y consistente cuando es el Dios cristiano al que se refieren las «cosas divinas»[13].

Entre otros muchos pasajes, en los que Agustín emplea la citada fórmula, cobra especial importancia el que aparece en la carta que escribe, siendo ya obispo, a un antiguo amigo, Marciano, a quien ahora él lo recupera como verdadero amigo, tras su reciente decisión de recibir el bautismo. Bien se puede decir que la carta no es más que una genial paráfrasis de la definición del escritor romano, cargada, eso sí, de un profundo y pleno sentido cristiano. Esto es lo que le dice Agustín:

Ya sabes cómo definió la amistad Tulio, el máximo exponente de la elocuencia romana, como alguien lo llamó. Dijo, y dijo con toda verdad: la amistad es un acuerdo en las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad. Tú, carísimo hermano, en otro tiempo estabas de acuerdo conmigo en las cosas humanas, cuando yo deseaba gozarlas al estilo vulgar… En cuanto a las cosas divinas, en las que en aquel tiempo no había brillado para mí verdad alguna, nuestra amistad claudicaba en la mejor parte de la definición: había acuerdo tan sólo en las humanas, aunque con benevolencia y afecto, pero no en las divinas… Doy, pues, gracias a Dios porque al fin se dignó hacerte amigo mío. Ahora sí que hay entre nosotros acuerdo en las cosas divinas y humanas con benevolencia y caridad en Jesucristo nuestro Señor[14].

2. «LA AMISTAD VIENE DE AMOR»

Es esta una especie de definición semántica que Agustín ha tomado también de Cicerón, para el cual «el amor, del que se origina el nombre amistad, es fundamental para la práctica de la benevolencia»[15]. Nuestro Santo, por su parte, completará el pensamiento del orador romano; afirmación esta que estaba condenada a la frustración por las perspectivas de un amor a sí mismo o unilateral, es decir, sin respuesta por parte de la persona amada, por incapacidad o infidelidad. Sin embargo, siempre será verdad que la amistad consiste en el amor, un amor mutuo. Ello queda bien patente en este hermoso pasaje de una obra dedicada al papa Bonifacio:

Después de que mi hermano Alipio te visitó y de ti recibió tantas muestras de sincero afecto y gozó del dulce trato que inspira la mutua caridad y, en el breve tiempo que vivió en tu compañía, se unió a ti con grande afecto, introduciéndose a sí mismo y a mí también en tu corazón y traspasándose a ti el suyo, después de esto, digo, la fama de tu santidad ha crecido en la misma medida en que se han afirmado los vínculos de la amistad. Porque tú, que no eres altivo, aunque desempeñes la más alta dignidad, no desdeñas el ser amigo de los humildes y sabes corresponder al amor que te profesan. Pues, ¿qué otra cosa es la amistad, cuyo nombre viene de amor y nunca es fiel sino en Cristo, en el cual solamente puede ser eterna y feliz?[16].

3. «LA AMISTAD ES AMOR MUTUO Y GRATUITO»

Aceptada la definición ciceroniana —amistad viene de amor—, Agustín quiere completarla con estos dos adjetivos calificativos: mutuo y gratuito, para excluir motivos menos nobles en la relación amical. Son innumerables los lugares en los que aparece esta definición de la amistad. Por lo que se refiere al «amor mutuo», encontramos un precioso pasaje en los Comentarios al evangelio de san Juan, donde reconoce que «el hacerse amigo» es tarea personal, ya que son las propias personas las que han de llevarla a cabo libremente; no dudará, sin embargo, en afirmar también que es el mismo Dios quien nos regala el hacernos amigos. Es la armoniosa conjunción que el Santo hace entre la libertad y la gracia. Bien claramente se puede ver en este pasaje:

Nuestro amor mutuo ha de ser tal, que procuremos por todos los medios a nuestro alcance atraernos mutuamente por la solicitud del amor, para tener a Dios con nosotros. Este amor nos lo da el mismo que dice: como yo os he amado, para que así vosotros os améis recíprocamente (Jn 13,34)[17].

Y en cuanto a la «gratuidad» en el amor, es decir, a la ausencia de cualquier interés egoísta en la relación entre quienes se dicen amigos, queda suficientemente subrayada en un pasaje de la citada carta dirigida al amigo Macedonio; en él, a la hora de cristianar la definición ciceroniana le dirá: «De aquí (de aquella divina y celeste república, cuyo rey es Cristo) trae su origen la verdadera amistad, que no se mide por intereses temporales, sino que se disfruta con amor gratuito»[18].

4. «EL ALMA DEL AMIGO SE HACE UNA CON LA DEL AMIGO»

Es esta una de las fórmulas más repetidas en las obras, tanto de Aristóteles, como de Cicerón y demás autores clásicos[19]. Hay que subrayar que entre todas las fórmulas del mundo clásico esta es también la que con más frecuencia aflora a la pluma de Agustín, y muy concretamente, cuando quiere expresar con intensidad lo que es para él la amistad. He aquí dos pasajes en los que nos habla de esa intensa experiencia, vivida años antes de su conversión: «Yo sentí que mi alma y la suya no eran más que una en dos cuerpos», dice al referirse al «amigo anónimo»[20]. «De muchas almas se hacía una sola», comenta al hablar del grupo de amigos de Cartago, después de la muerte de aquel amigo entrañable[21].

Ya sabemos que, más tarde, para que pueda hacerse plena realidad esta «fusión de almas», el Santo afirmará la absoluta necesidad de la presencia de Dios-amigo entre los que se dicen amigos. Es la fórmula que Agustín empleará cuando, después de su conversión, hable de la misma experiencia con algunos de sus amigos. Es paradigmático este pasaje de una carta que escribe a san Jerónimo, hablando de Alipio: «Cuando él te veía ahí, yo mismo te veía por sus ojos. Quien nos conozca a ambos diría que somos dos, más que por el alma, por solo el cuerpo, tales son nuestra concordia y fiel amistad»[22]. «A mí —le dice a Severo, ya obispo y antes cohermano en el monasterio—, cuando me alaba un sincero y grande amigo de mi alma, me parece como si me alabara yo a mí mismo… Y siendo tú como otra alma mía, o mejor, siendo una tu alma y la mía…»[23]

«Tener un alma sola y un solo corazón», pasaje que tomará del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 4, 32), será finalmente una de las tres expresiones de amistad que figuran en el primer párrafo de la Regla y que expresará el ideal que Agustín señale a cuantos vivan en sus monasterios[24]. Añadamos también que en el citado párrafo podemos ver la mejor formulación de lo que hoy se llama en la Teología de la Vida Consagrada carisma fundacional de una Institución religiosa que, en este caso, es la Orden de san Agustín. Concretamente, el doble sintagma anima una et cor unum in Deum es la mejor traducción de lo que Agustín entendía por vera amicitia[25].

5. «EL AMIGO ES OTRO YO»

En línea con la fórmula anterior se encuentra esta otra, que venía a ser un lugar común en el pensamiento greco-romano. En efecto, según Cicerón, habría sido Pitágoras el que había definido al amigo como «el otro yo»[26]. Y él mismo nos va a decir que el verdadero amigo es aquel «que es como otro yo»[27]. San Agustín, por su parte, hará uso de esta definición varias veces en sus obras, particularmente en las Cartas dirigidas a algunos amigos, sobre todo con los que él había compartido la experiencia monástica, como fueron: Alipio, Posidio, Evodio, Severo, Profuturo…

Por lo demás, bien sabían todos ellos que era verdad lo que expresaban aquellas palabras. «Puesto que eres como otro yo (se dirige a Profuturo), ¿qué podré decirte con mayor placer que lo que me digo a mí mismo?»[28]. Alipio, por su parte, será considerado como «su otro yo» o «el hermano de su corazón»; «en su pecho sabes que habito», le dice Agustín a Antonino, amigo de ambos[29].

6. «HACERSE UNO». «CONGREGARSE EN UNO»

En estrecha relación con las dos fórmulas anteriores, Agustín nos ofrece también estas otras dos portadoras de inspiración plotiniana. Y es que la idea del Uno y la Unidad es una constante en no pequeña parte de los escritos agustinianos. No es necesario añadir que tales expresiones, usadas por él, adquieren nueva densidad, ya que ahora el Uno, en el que se realiza plenamente la aspiración del hombre a la Unidad, se identifica con el Dios cristiano. De tal manera que, amigos son aquellos que se hacen una sola cosa en Aquel que es el Uno de Dios, Cristo el Señor. Predicando en cierta ocasión en Cartago, dijo a la multitud de los fieles: «Venga sobre nosotros el fuego de la caridad para perseguir al Uno (Unum) con un solo corazón, no sea que, abandonado lo uno, nos dispersemos en lo múltiple»[30].

Relacionado con este mismo tema, en el primer párrafo de la Regla recuerda Agustín que los que han entrado en el monasterio lo han hecho buscando el «unum» («in unum estis congregati»), unidad esta que tendrá su explicitación en la «unión de almas y corazones», dinámicamente dirigidos «hacia Dios». «Unus in uno ad Deum», tal era la fórmula de corte plotiniano que encajaba, a la perfección, en la visión agustiniana de toda la vida cristiana, pero de manera especial en su proyecto de vida monástica: «Hacerse uno en el Cristo único hacia el Padre», afirma un experto agustinólogo[31]. Paradigma monástico debía servir de ejemplo a seguir para toda familia humana.

7. «LOS AMIGOS TIENEN TODO EN COMÚN»

«Los amigos moralmente perfectos —había escrito Cicerón— han de poner en común todos sus bienes, proyectos y deseos sin excepción alguna»[32]. En el ilusionante, pero fracasado, proyecto laico de vida en común con el grupo de amigos de Milán (recuérdese que Agustín aún no se había convertido), una de las cláusulas estipulaba: «En virtud de la amistad no habría cosa de este ni de aquel, sino que de lo de todos se haría una hacienda común y el conjunto sería de cada uno y todas las cosas, de todos»[33]. Más tarde, al comienzo de su documento monástico, la Regula ad servos Dei, recogerá la misma exigencia con estas palabras: «No considerar nada como propio, sino tener todo en común»[34].

Es claro que el Santo se refiere, en primer lugar, a la posesión en común de los bienes materiales, como «sacramento visibilizador de la amistad», pero por aquello de que «tu alma no es tuya sino de todos los hermanos», en ese «tener todo en común», la intención de Agustín iba más allá, sin duda: puesto que si el monje de Agustín está llamado a «hacerse uno» con quien convive en el monasterio, es decir, a «unir sus almas», consecuentemente «tu alma no te es propia, sino de cada uno los hermanos, cuyas almas son tuyas también». Es esto lo que le recuerda a aquel joven que ya había estado en el monasterio y lo había abandonado por presiones de su madre, anhelando quizá volver de nuevo a él: (en el monasterio) —le dice— «tu alma no es tuya propia, sino de todos tus hermanos; y las almas de ellos son tuyas; o, mejor dicho, las almas de ellos y la tuya no son almas, sino la única alma de Cristo»[35].

8. «LA VERDADERA AMISTAD». LA DEFINICIÓN ACUÑADA POR SAN AGUSTÍN

Sin negar, en absoluto, la validez de las fórmulas forjadas por los filósofos de la antigüedad greco-romana, que, aceptadas por el Santo, las llenó de sentido, quiso él acuñar una más, al reflexionar sobre la experiencia amical que tuvo con aquel joven, conocido como «el amigo anónimo». En las páginas que sobre él escribe, tantos años más tarde, nos trasmite con fidelidad los más limpios sentimientos que lo embargaron con motivo de la pérdida de aquel amigo entrañable, ofreciéndonos, a continuación, la reflexión en la que somete los hechos, para concluir con una original definición de la que él considera como «verdadera amistad». Se lo dice, orando, al Señor:

En aquellos años, al tiempo en que por primera vez abrí cátedra en mi ciudad natal, adquirí un amigo a quien amé sobremanera por haber sido condiscípulo mío, de mi misma ciudad y hallarnos ambos en la flor de la juventud. Juntos nos habíamos criado de niños, juntos habíamos ido a la escuela y juntos habíamos jugado. Mas entonces no era tan amigo como lo fue después, aunque tampoco después lo fue tanto como lo exige la verdadera amistad, puesto que no hay amistad verdadera sino entre aquellos a quienes Tú, (Señor), unes entre sí por medio de la caridad, derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado[36].

El texto es antológico; sin pretenderlo, quizás, nuestro Santo nos ha dado en las palabras que van en cursiva la definición más hermosa y completa de lo que él entendía, cuando escribe las Confesiones, por verdadera amistad, es decir, la plena y perfecta amistad. Pues bien, a la hora de hacer un breve análisis de la definición hay que comenzar reconociendo la radical validez y bondad de su amistad con aquel joven que, sin embargo, cuando escriba este pasaje no era, para él, una amistad «verdadera», es decir, plena, ya que «no era tan amigo como exige la verdadera amistad», y es que en ella estaba ausente el Dios cristiano. Hay que añadir, pues, que el adjetivo «verdadera» (vera, en latín) aquí no tiene por antónimo el adjetivo falso, sino incompleto, que será el que le merezcan las muchas amistades que experimentó antes de su conversión[37]; y solo alguna será tildada por él de «amicitia inimica»[38].

En cualquier caso, el citado pasaje del «amigo anónimo» nos permite también afirmar que, para san Agustín, los aspectos más humanos y nobles de la amistad que existieron en su relación amistosa, antes del encuentro con la verdad cristiana, no debían quedar fuera del concepto de una buena amistad, puesto que ella echa sus raíces en lo más hondo del corazón del hombre (valor humano), para cobrar dimensión plena y grandeza total cuando el Espíritu Santo derrame su «ágape» en el corazón de los amigos. Y es que Agustín no se cierne en un ambiente artificial, desencarnado o falsamente místico, que pudiera haberse creado después de su conversión, como alguna vez se ha pensado[39].

No, no era él hombre de renunciar en el campo de la amistad a lo que consideraba radicalmente válido y que, con la sola apertura a la acción benéfica de Dios, que es dador de todo lo bueno, podía pasar a ser auténtico valor cristiano. Esto mismo explica e incluso confirma que no renunciase a ninguna de las fórmulas clásicas, según hemos visto. Lo cual no va a impedirle afirmar con toda claridad que para vivir la amistad con plenitud, es decir, para que sea vera, se hace absolutamente necesaria la fe en el Dios cristiano; lo mismo que para vivir con plenitud la fe cristiana hay que hacerlo desde el «amor mutuo y gratuito», pero también desde el «amor heroico» (caridad) que se ha de tener al enemigo, proclamado por Jesús en el Evangelio: amad a vuestros enemigos (Mt 5,44).

Por otra parte, el Doctor de la gracia añadirá que todo esto es don gracioso del mismo Dios, pero que al hombre le corresponde no recibir en vano el regalo de la amistad que le hace el Señor. En el texto siguiente abunda el Santo en este sentido:

Nuestro amor mutuo (= caridad, amistad) ha de ser tal, que procuremos, por todos los medios a nuestro alcance, atraernos mutuamente por la solicitud del amor, para tener a Dios con nosotros. Este amor nos lo da el mismo que dice: como yo os he amado, para que así vosotros os améis recíprocamente. Por esto Él nos amó: para que nosotros nos amásemos mutuamente, concediéndonos, por su amor, el poder estrechar con el amor mutuo nuestro lazo de unión; y así, enlazados los miembros con un vínculo tan dulce, seamos el cuerpo de tan excelsa cabeza[40].

A este respecto, escribía S. Álvarez Turienzo, otro experto en el pensamiento agustiniano: «Acaso viene a perturbar nuestros hábitos el intento de sustituir la noción, tan clara y rica, de caritas por la de vera amicitia o amor amicitiae. Pero Agustín no vivía ni pensaba fuera del mundo. La tradición con la que dialoga y de la que, además, era privilegiado conocedor, no disponía ni de experiencia ni de palabra mejores para referirse a la práctica más plena, que es la de la amicitia»[41].

Efectivamente, la vera amicitia es el grado más alto de la caridad; nos lo dijo el Señor en la noche de la Última Cena: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos (Jn 15,13). «El amor al enemigo (caridad), preconizado también por Cristo, es más heroico, pero el amor al amigo (caridad-amistad) es más noble», dirá fray Luis de León, en sintonía con san Agustín[42].

BREVE ELENCO AMICAL AGUSTINIANO

Adentrarse por la mayor parte de las obras de san Agustín es caminar con la certeza de que en cualquier momento nos va a sorprender con una confidencia amiga. Y es que la amistad era para él una melodía que sonaba con frecuencia en su interior y brotaba espontánea, hecha mensaje. Pues bien, en ese recorrido por sus obras he seleccionado un breve florilegio, correspondiente a distintas etapas de su vida. Lo ofrezco ahora como colofón de las definiciones de amistad que acaba de darnos el Santo:

— En el estado actual solo me afectarían tres cosas: el temor a perder a mis amigos, al dolor y a la muerte[43].

— Inestimable es la amistad de los hombres por la unión que hace de muchas almas con el dulce lazo del amor[44].

— Durante toda la vida, en todo lugar y tiempo, ténganse amigos o procúrese tenerlos[45].

— ¿Qué piensas que fue lo que más me deleitó de tu carta, sino el haberme hecho amigo de un tal varón a quien yo no había visto?[46].

— En este mundo hay dos cosas necesarias: la salud y una persona amiga[47].

— ¡Feliz quien te ama a ti, Señor, y ama al amigo en ti y al mismo enemigo por ti![48].

— Deliciosa es la amistad de los hombres por la unión que hace de muchas almas con el dulce nudo del amor[49].

— ¿Quiénes suelen o, al menos, deben tener más amistad entre sí que aquellos que se cobijan bajo un mismo techo, en una misma casa?[50].

— Entre las agitaciones y penalidades de la sociedad humana, ¿qué consuelo mejor hallamos que la fe sincera y el mutuo amor de los buenos y auténticos amigos?[51].

— Bienaventurado el que te ama a ti, Señor, y al amigo en ti, y al enemigo por ti, porque solo no podrá perder al amigo quien tiene a todos por amigos en Aquel que no puede perderse[52].

— Nadie puede ser amigo de un hombe si no lo es primero de la misma verdad; y si tal amistad no es gratuita, no existe en modo alguno[53].

— Ama verdaderamente al amigo quien ama a Dios en el amigo o porque ya está o para que esté en él.[54]

[1] Confesiones, I, 220, 31.

[2] Lisis, 270; Republica, IV, 24a y 44c.

[3] Ética a Nicómaco, VIII, 9, 1159b; Política, II, 5, 1263a

[4] Diógenes Laercio, V, 20.

[5] Carmina, 1, 3.

[6] Laelius de amicitia, VI, 20.

[7] Op. cit., XXI, 80.

[8] Ibid., XXI, 81

[9] Ibid. XIII, 47.

[10] Epistola. 155, 1-2.

[11] Laelius de amicitia, V, 20.

[12] Contra acad., III, 6, 13.

[13] Cf. Epistola 155, 1, 2.

[14] Epistola 258, 1-4.

[15] Laelius de amicitia, VIII, 26.

[16] Contra duas epistolas, I, 1 1.

[17] In Iohan. evangelium, 65, 2.

[18] Epistola 155, 1.

[19] Cf. ARISTÓTELES, Diógenes Laercio, V, 1, 2-9; CICERÓN, Laelius de amicitia, XXI 81 y XXV, 92; HORACIO, Carmina, 1, 3.

[20] Confesiones, IV, 6, 11.

[21] Ibid., IV, 8, 13.

[22] Epistola 28, 1.

[23] Epistola 110, 4.

[24] Cf. Regula ad servos Dei, 1.

[25] Véase VIÑAS ROMÁN, T., La amistad en la Vida Religiosa. Interpretación agustiniana de la vida en comunidad, Madrid 1995, pp. 195-224.

[26] Cf. De officiis, I, 50.

[27] Laelius de amicitia, XVII, 61.

[28] Epistola 38, 1.

[29] Epistola 20, 1.

[30] Sermo 284, 4

[31] VAN BAVEL, T., «La espiritualidad de la Regla de san Agustín», Augustinus, 12 (1967), p. 439.

[32] Laelius de amicitia, XVII, 61.

[33] Confesiones, VI, 14, 24.

[34] Regula ad servos Dei, 1.

[35] Epistola 243, 4.

[36] Confesiones, IV, 3, 7.

[37] Cf. Epístola 258, 2-4.

[38] Cf. Confesiones, II, 9, 17 y III, 1, 1.

[39] Véase RIVA, A., Amicizia. Integrazione dell’esperienza umana, Milano 1975, p. 15.

[40] In Iohan. evang., 65, 2.

[41] «Prólogo» a La amistad en la Vida Religiosa. Interpretación agustiniana de la vida de comunidad, Ed. Publ. Claretianas, Madrid 1995, p. 19.

[42] Opera latina VI, q. V a, p. 295.

[43] Soliloqios, IX, 16.

[44] Confesiones, II, 5, 10.

[45] De ordine, 2, 8, 25.

[46] Epistola 231, 5.

[47] Serrno Denis, 16, 1

[48] Confesiones, IV, 10, 14.

[49] Ibid., II, 5, 10.

[50] De civitate Dei, XIX, 5.

[51] Ibid., XIX, 8.

[52] Conf., IV, 9, 14.

[53] Epístola 155, 1.

[54] Sermón 336, 2.

El santo amigo

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