Читать книгу La polifonía de la creación - Teresa Aizpún - Страница 5

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Vacío es el argumento de aquel filósofo que no permite curar ningún sufrimiento humano. Pues de la misma manera que de nada sirve un arte médico que no erradique la enfermedad de los cuerpos, tampoco hay utilidad ninguna en la filosofía, si no erradica el sufrimiento del alma.

Epicuro

En todo filosofar hasta hoy no se trataba en absoluto de la verdad, sino de algo distinto, digamos de la salud, del futuro, del crecimiento, del poder, de la vida.

F. Nietzsche, Morgenro

¿De qué os sirve saber, si lo que sabéis no tiene consecuencias? Nada debe considerarse bueno, parezca lo que parezca, si no ayuda.

Bertold Brecht, Santa Juana de los Mataderos

Prólogo

A diferencia de una novela, aquí no se trata de tener al lector en vilo, sino de establecer un diálogo con él. Por esa razón, las páginas introductorias de un trabajo de investigación ofrecen habitualmente las claves interpretativas que facilitan su lectura. Eso es lo que me propongo a continuación, ahorrando al lector cualquier tipo de suspenso. Intentaré exponer brevemente qué me propongo, desde qué perspectiva lo presento y qué entiendo bajo los conceptos que utilizo. En esta obra me propongo algo que no es fácil de llevar a cabo: presentar un tema para especialistas accesible a todos.

En primer lugar, es importante señalar las pasiones que mueven este libro, porque la vida intelectual, como toda vida verdadera, se explica desde aquellas necesidades más profundas de nuestro ánimo. En este caso, la primera es la que mueve cualquier investigación que lo sea realmente: la necesidad de comprender.

Una vez me dijeron que un intelectual es aquel que necesita entender para actuar. Tal vez sea eso cierto y un verdadero intelectual no sea otra cosa que alguien con más dificultades que otros para moverse en la oscuridad. Yo añadiría incluso, que un intelectual es aquel que necesita entender para vivir. Así lo creía Sócrates, quien llegó a la conclusión de que no sabía nada; porque el verdadero intelectual es aquel que es consciente de sus carencias y, por esta razón, el sabio es el que sabe que no sabe nada.

Pero no sólo los intelectuales tienen este problema. En nuestra cultura hay mucha gente a la que le cuesta terriblemente tomar decisiones, y le cuesta, justamente, porque no entiende. María Zambrano los llama “perplejos”. Son personas a las que las soluciones y los modelos prefabricados que les proporcionan sus respectivas culturas y tradiciones; o simplemente su vida anterior y su educación, ya no les basta, ni les convence; sin embargo, tampoco han encontrado una solución personal, una imagen propia de las cosas. Por eso “no afrontan el riesgo de la vida, el peligro de decir sí o no, no cambian nada. Esta situación les inmoviliza, y su vida se convierte en dispersión y confusión, es una vida en quietud pantanosa”.1

La lucha por encontrar un lugar en el mundo o una forma propia de vida, no es algo que ataña sólo a los intelectuales, nos afecta a todos, y para todos es una lucha ardua, pero inevitable. En ese camino, seamos o no conscientes de ello, se llega a un punto en el que necesariamente nos sucede como a Sócrates: ya no sabemos nada o, dicho de otro modo, ya no entendemos nada. Éste es un paso importante, llega un momento, en el desarrollo del espíritu, en el que para aprender es necesario estar dispuesto a “desaprender”, a vaciarnos la cabeza de nuestras ideas de siempre para poder ver realmente. Hay que estar dispuesto a volver a empezar. Y esta nueva forma de aprendizaje es tan difícil, o más, que el “llenarnos de conocimientos”. En mi opinión, ese es el verdadero camino de cualquier persona que decide llevar las riendas de su vida, es un punto de inflexión ineludible en el camino de todo “buscador” y tiene un carácter moral.

Mi propia lucha por entender, que refleja este libro, se mueve en primer lugar desde el profundo convencimiento de que la ética no es algo así como un acuerdo necesario para la convivencia pacífica, sino algo tan profundamente humano como el pensar o el sentir; la ética tiene que ver, en primer lugar, con uno mismo, con nuestro desarrollo personal y, sólo como consecuencia, con la convivencia. La ética, si es de verdad, es el reflejo de ese esfuerzo personal por comprender y crecer, es la búsqueda de nosotros mismos y de un estado de plenitud, que sólo es posible a partir de una idea de quién somos y de quién queremos ser, por muy vaga que ésta sea. Estamos hablando de la búsqueda de un vivir consciente.

La vida necesita del pensamiento, pero lo necesita porque no puede continuar en el estado en el que espontáneamente se produce. La vida necesita ser transformada siempre.2

La vida no puede ser vivida sin una idea. Mas esta idea no puede ser tampoco una idea abstracta. Ha de ser una idea informadora, de la que se derive una inspiración continua, en cada acto, en cada instante; esta idea ha de ser una inspiración.3

Tal vez, esa idea sea la idea de la belleza de nuestra propia vida, de la de cada uno de nosotros, en cada uno con una forma diferente; pero en todos tiene que cumplir la función de hacernos comprender el vivir como un proceso de desarrollo espiritual. Para eso, más útil que enjuiciar actos concretos es alcanzar una visión correcta de la vida, encontrar su sentido, comprender, por tanto, que tal vez debamos volver al principio y preguntarnos de nuevo ¿qué es la vida?

La segunda pasión que mueve este libro se encamina a despejar una duda: ¿qué significa conocer? O, dicho de otro modo, ¿cómo hay que plantear un problema para encaminarlo realmente a la solución? Algo falla en nuestra forma de pensar, puesto que el conocimiento, que durante siglos hemos alcanzado, no parece que nos ayude demasiado a vivir mejor, a comprendernos mejor, y a relacionarnos mejor con nosotros mismos y con el mundo. Tal vez haya que replantearse la forma misma del conocimiento.

Durante mi época universitaria, el desprecio que percibía en la mayoría de los planteamientos filosóficos por el cuerpo, lo femenino, lo “defectuoso”, lo afectivo, la voluntad, definió en cierto modo mi búsqueda. Ese desprecio que viene de lejos en nuestra cultura occidental, pues se remonta al origen mismo de la filosofía, y del que hacían gala prácticamente todas las corrientes de pensamiento, nos llevaba, a nosotros estudiantes, a creer que ese era un punto de partida necesario para el pensamiento. A mí, esta postura siempre me produjo la sensación de que, justamente en esos aspectos rechazados del ser humano, se encerraba la clave de la comprensión. Con el tiempo, he creído ver en este desprecio un terrible miedo a la vida, un miedo que no sólo afecta a los intelectuales, aunque probablemente éstos lo padezcan con mayor intensidad. Por esta razón, mi búsqueda comienza ahora justamente desde ahí.

Metodológicamente hablando, esto se traduce en una investigación que parte, digámoslo así, desde “abajo”, desde aquello que yo consideraba olvidado: lo individual y concreto, en contraposición al sistema habitual de elaboración de modelos –un invento de la filosofía que con el tiempo se ha extendido a todas las ciencias como método de trabajo–,4 y que permite considerar a los individuos como “casos” a partir de una definición. “Ni el arte ni la ciencia se ocupan de lo individual”,5 afirmaba Aristóteles. Este tipo de generalizaciones conllevan evidentes ventajas prácticas, pues no sólo posibilitan el manejo rápido de datos, sino el cálculo matemático para imaginar posibilidades de lo real. De esta forma, el dominio de nuestros conceptos se identifica con el control de la realidad. El problema es si el conocimiento así obtenido se ajusta de verdad a lo que pretendemos conocer. Voy a poner un ejemplo.

Habitualmente, esa generalización se lleva a cabo absolutizando aquello que consideramos la característica más propia de algo. Como dice Aristóteles en su Metafísica: “es sobre todo en lo más perfecto donde se revela la naturaleza de la cosa”. Por ejemplo, para la filosofía griega que se desarrolla a partir de Sócrates, el pensamiento era la capacidad más alta del hombre y, por tanto, su principal característica. Consecuentemente, éste se definía, a partir de esta capacidad, como “animal racional”, considerando además la razón en su más alto grado de desarrollo: el filósofo. Claro que luego teníamos problemas para incluir en la categoría de “ser humano” a un enfermo, un esclavo o una mujer, que no tenían ninguna formación, ni posibilidad de adquirirla. Esto sólo es un ejemplo de esta manera de pensar que se ha desarrollado en Occidente, en todos los campos de nuestra cultura, a lo largo de los siglos. El conocimiento obtenido de esta forma es realmente práctico, manejable, sacamos fácilmente conclusiones, pero a menudo, no sabemos por qué, a partir de ese conocimiento llegamos a acciones o conclusiones aberrantes, y es que este tipo de definiciones tan sesgadas, tienen importantes consecuencias prácticas. La explicación es que hemos confundido nuestro concepto de algo con la realidad que representa, siendo éste sólo un aspecto de la misma, que no debe separarse del resto, ni identificarse con el todo.

En consecuencia, en este trabajo he querido proceder a la inversa, no desde definiciones modélicas y supuestamente universales, sino desde lo que individualiza al hombre, lo que le hace único: desde la enfermedad, desde la materia, desde el aprendizaje de lo elemental, desde lo pequeño y lo concreto. He llegado a la conclusión de que este es el único camino a la verdadera universalidad, es decir, al conocimiento de lo real. Soy consciente de que, en cierto modo, pensar es siempre simplificar (omnis determinatio ist negatio, decían los escolásticos con razón), pero en Occidente, en el desarrollo de esta forma de ciencia, a menudo nos mueve más el afán de obtener resultados prácticos que el verdadero saber. Naturalmente, como contrapartida llegar a modelos y “recetas” que nos faciliten la vida y nos ahorren el esfuerzo de pensar por nosotros mismos será difícil. Pero es que el “aprenda inglés en 15 días” nunca es real.

Definir un modelo de vida y establecerlo como “lo correcto” facilita mucho, evidentemente, las cosas, pero tal vez ha llegado el momento de darle a la libertad su verdadera dimensión. Creo que no debemos ahorrarnos trabajo en algo tan serio y cada uno debiera llevar a cabo su propia tarea. Sólo meditando personalmente sobre estas cosas entendemos de verdad el vivir, cada uno el suyo, sólo así encontramos ese pensamiento que todo ser humano necesita y que es un pensamiento vivo, un pensamiento-experiencia, sólo evitando lo más lamentable de la cultura moderna en Occidente, y que ha provocado que tanta gente se vuelva hacia Oriente: “la falta de transformación del conocimiento puro en conocimiento activo que alimente la vida del hombre que lo necesita”,6 será “útil” el pensamiento.

Me propongo, por tanto, un acercamiento al ser humano desde sus límites, habitualmente considerados inferiores. Partiré del concepto de “materia” para comprender la relación que tiene el hombre con ella. Creo que eso nos ayuda a vislumbrar nuestro lugar en el mundo, o mejor, por qué el hombre sólo es hombre siendo mundo. Esta es la razón por la cual en un proyecto, en principio filosófico, colabora un físico y recurro a menudo a otras disciplinas. No ignoro que la interdisciplinariedad tiene también sus riesgos: el quedar fuera de todos los campos académicos y no contentar a ninguno, es uno de ellos; el quedarse siempre corto, es otro, pues evidentemente todas las perspectivas no pueden abarcarse aquí en profundidad. Pero asumiré el riesgo. En un trabajo de fundamentación como éste, creo que es más provechoso ver menos detalles y abarcar más claramente el contorno de la figura y su situación en el todo.7 En esta exposición no pretendo, por tanto, un estudio exhaustivo de cada tema, sino una corrección del enfoque, encontrar una perspectiva que nos ayude a entender. Lo que me planteo en este trabajo no es otra cosa que la dirección certera de nuestra mirada. Para mí ha supuesto la elaboración de un nuevo mapa mundi, una carta de navegación.

Notas

1) María, Zambrano, “La perplejidad. (Fragmento de la ‘guía’, forma del pensamiento)”. pp. 151-176.

A lo largo del trabajo citaré de forma completa sólo la primera vez que aparezca una obra, seguidamente citaré autor y página, salvo en los casos en los que, por utilizar más obras de un mismo autor, aparecerá el título de la obra y la página.

2) Ibíd., p. 156.

3) Ibíd., p. 168.

4) Hablar de modelo presupone el conocimiento del final de un proceso, dentro de un pensamiento lineal (causa/efecto) que hace posible no sólo la repetición de algo a voluntad, sino su asimilación última a una ley. Contempla lo individual como caso, y presupone la objetividad del conocimiento basado en la absolutización de una única característica, lo cual hace posible comparar el desarrollo de diferentes casos, en diferentes momentos.

5) Aristóteles, Metafísica, p. 981a.

6) María Zambrano, p. 154.

7) Contemplando, por ejemplo, una fotografía con gran aumento se puede llegar a confundir la piel de un hombre con un desierto. Es interesante al repecto el trabajo realizado por Timothy G. Bromage (NY University) y Alejandro Pérez-Ochoa (UCM). Oseos Cosmos.

La polifonía de la creación

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