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Programación mental renovadora

Normas mentales y marcos de comprensión

En este capítulo abordamos los obstáculos más importantes con los que se enfrenta el individuo para alcanzar su unidad en la conciencia. Los primeros dos están representados por las normas mentales y los marcos de comprensión, conceptos distintos pero estrechamente relacionados.

Las normas mentales constituyen reglas autoimpuestas por el individuo que son fuente de preconceptos, juicios y opiniones, así como de consideraciones sobre el actuar. Dichas normas, en tanto pautas individuales de conciencia, poseen la ambivalencia de —según cuál sea su funcionamiento y contenido— ayudar en la curación, o bien instituirse en fuente de enfermedad o desequilibrio, palabras que, de hecho, son sinónimos para esta explicación.

Los marcos de comprensión son muy parecidos a las normas mentales, pero se distinguen en que, como su nombre lo indica, sirven para el entendimiento de ciertas situaciones y no especialmente para formular sentencias. Por ejemplo, veamos el caso de una pareja: si el muchacho no llama por teléfono asiduamente a la chica, ella interpreta que las llamadas son insuficientes, pero no por eso opina que él no la quiere, que es un mentiroso o que la relación ha terminado. Los marcos de comprensión son los patrones de medida o de calidad que permiten inferir que, por ejemplo, las llamadas son muy pocas en relación con una cantidad promedio. Las normas mentales son las que establecen que las comunicaciones escasas constituyen un sinónimo del amor extinguido. Por eso se dice que las normas y los marcos son distintos, pero se encuentran interconectados, puesto que establecen entre sí vínculos de coherencia y correspondencia.

Estos dos conceptos son fundamentales para comprender las características y el origen del bienestar y del malestar, y sobre ellos hay que actuar para modificar los rasgos de los síntomas y transformar la enfermedad en experiencia.

Normas y marcos son los elementos constantes que se descubren detrás de las acciones del ser humano; como manuales de procedimiento, las actitudes del sujeto son coincidentes con lo estipulado en estas reglas de vida. Por eso, tales indicaciones pueden ser positivas o negativas: las primeras constituyen la nueva programación mental que se requiere para reasumir el síntoma bajo una nueva forma y conseguir una expansión de la conciencia a través de la sanación; y las últimas son la fuente de las enfermedades.

Cuando las normas y marcos resultan ser positivos, generan libertad y otorgan plenitud, porque la persona puede manejarse con sentimientos bondadosos y no sufre las carencias propias de toda sintomatología. Si están inundados o generados por la negatividad, normalmente se inscriben en alguna de estas cuatro sensaciones: la crítica, la ira, el rencor o la culpa.

Ser “criticones”, muchas veces por una secreta envidia, provoca un efecto parecido al endurecimiento, a la falta de adaptación a las nuevas ideas. Todo lo miramos desde nuestra anquilosada óptica y cualquier modificación nos parece un despropósito.

Cuando nos dejamos llevar por la ira, elevamos la temperatura de nuestras emociones y causamos un efecto análogo en el cuerpo, que de este modo hace hervir su sangre, provoca ardor e infecciones, focos patológicos de calor y molestias.

El rencor va contaminando la mente y el físico, origina pensamientos monotemáticos, impide salir de las visiones negativas y se acumula en el cuerpo formando obstáculos —quistes, nódulos, tumores, etc.— que impiden el normal flujo energético.

Por último, la culpa siempre busca responsables y ensaya castigos y penitencias. Como resultado, siempre es fuente de dolor y cada vez más resentimiento.

Estos cuatro tópicos mentales ejercen su influencia también cuando estamos sanos, no hace falta enfermarse para que entren en funcionamiento. Por esa razón, los expertos en el tratamiento psicosomático de enfermedades aconsejan trabajar sobre las normas y marcos antes de sufrir síntomas evidentes, puesto que es difícil modificar estas reglas cuando han surgido las molestias y, con ellas, la angustia por no saber de qué se trata la patología en cuestión.

La sección oscura del Yo

Al tratar el tema de la polaridad, se ha mencionado la necesidad de conciliar, reunir, asumir y reconocer nuestras porciones de personalidad que se mantienen opacadas y que pugnan por salir y expresarse. La idea de una “sección oscura del Yo” avanza en el mismo sentido. Igual que un Yo presupone la existencia de otro, y que el interior implica también la noción de un exterior, toda autodefinición individual elige ciertos rasgos y deja otros escondidos. De hecho, esta es una actividad que, aunque sea superficialmente, también la practicamos desde la conciencia, porque, por ejemplo, en una cita amorosa, nadie se presentaría diciendo que es desordenado, que le cuesta bañarse, que come mucho o que no puede dominarse con las copas durante el fin de semana. Esta misma práctica de selección es la que ejerce la conciencia, dejando una serie de contenidos librados al inconsciente y, por lo tanto, no accesibles al conocimiento ni a la identificación con plena conciencia. Esa información oculta, además de conformar el inconsciente, va constituyendo una sombra, una sección oscura del individuo que, sin embargo, no por ser invisible ha desaparecido. Todo lo contrario.

La constitución de una parte oscura nace en las continuas elecciones del individuo. Elegimos tener una característica —por ejemplo: simpático o desordenado— y automáticamente estamos desechando la otra —malhumorado o metódico—. En estas decisiones permanentes subyacen también las normas mentales y los marcos de comprensión, porque siempre intentamos mostrarnos de acuerdo con los valores que se consideran positivos y aceptables, mientras que ocultamos aquellos que socialmente resultan pasibles de censura. Esas condiciones negativas continúan existiendo y se acumulan en un espacio de la conciencia denominado “sombra” o “sección oscura”, que no es fácil de hallar en una primera búsqueda, y ni siquiera en una segunda o una tercera, porque se encuentra profundamente guardada en los recovecos del subconsciente y del inconsciente.

Estos mensajes ensombrecidos no son completamente inconscientes porque somos nosotros los que hemos elegido decir “¡no!” a esas cualidades, pero tampoco están al alcance de nuestros pensamientos, dado que paulatinamente se fueron alejando.

El concepto de “sombra” fue tomado de Carl Jung, y remite a la sumatoria de aquellas facetas de personalidad que el individuo no quiere reconocer y, en consecuencia, descarta, como si la no identificación consciente con esos rasgos los eliminara de la personalidad. Lo que el ser humano no quiere, conforma su sombra, y esta es el primer escollo con el que el hombre siempre se encuentra, el principal enemigo contra el que debe luchar para lograr sus propósitos.

La sección oscura del Yo emerge justo cuando el sujeto cree que tiene todas las circunstancias controladas, y que por lo tanto no tendrá que sufrir sorpresas desagradables. La indiferencia para con esa parte de la personalidad que existe en las tinieblas, conduce a los errores y a numerosos fracasos cuando parecía que la partida estaba ganada.

Para comenzar a curarse definitivamente y superar la polaridad, la persona debe trabajar intensamente con objeto de solucionar y asimilar esa sección oscura, es decir, reconciliar aquellos rasgos que sistemáticamente fueron ocultados. Una de esas formas, la más imprevista pero también la más común, es la del enamoramiento —como veremos en el capítulo siguiente—: sentir atracción pasional por alguien equivale a encontrar en ese otro la sombra que nosotros poseemos en nuestro interior. De allí podemos deducir que no todas las características de la sombra son negativas, puesto que no siempre nos enamoramos de personas negativas, con rasgos de maldad u otras condiciones desfavorables. Muchas cosas que guardamos en la sección oscura del Yo no son malas, sino que no nos reconocemos en ellas y, por lo tanto, no nos sentimos cómodos al pensar en esas cualidades.

Este mecanismo que aparece de la mano del vínculo amoroso es la proyección. Con los contenidos rechazados se fabrica una segunda persona que parece realmente otra, habitante del exterior y extraña a nosotros. Por eso, cuando encontramos la personificación de ese alter ego (otro yo, un yo distinto) nos sentimos atraídos en forma automática porque experimentamos una sensación de plenitud al reunirnos con esa persona real que representa nuestra sombra.

La sección oscura del Yo construye conflictos que cuando no se resuelven desencadenan enfermedades, por lo tanto, la sombra es una fuente patológica. Los síntomas constituyen mensajes emitidos desde la oscuridad que quieren integrarse al sujeto en un ámbito de luz. Para curarse, no hay más remedio que aceptar los contenidos conflictivos de la sombra y asumirlos dentro de la personalidad consciente. Esa es la consigna para quien quiera sanar verdaderamente y retornar al equilibrio.

Equivalentes psique-soma de sanación

Anticipando lo que será el compendio de enfermedades explicado desde una perspectiva psicosomática, en este apartado encontraremos una lista preliminar en la cual cada parte del cuerpo se halla vinculada con una emoción. Esta lista de correspondencia brinda datos relevantes para comprender cabalmente el sentido de nuestros síntomas y los mensajes que la conciencia escribe en el cuerpo. Algunas de esas zonas poseen un significado casi literal, pero que es igualmente complejo; sin embargo, en otras partes de la anatomía humana, la simbología es menos clara y, luego de interpretarla, muchas situaciones y molestias de la vida cotidiana se nos aparecerán como reveladoras.

- Boca: abrirse al mundo, canal primordial de expresión y de comunicación con el exterior.

- Cabello: la capacidad para tomar vuelo y movimiento; simboliza la libertad, y además el poder para actuar de acuerdo con las propias decisiones.

- Corazón: a pesar de que las emociones se localizan en el cerebro y no específicamente en este órgano, simbólicamente continúa teniendo los mismos sentidos, es decir, el de la pasión, la afectividad, la capacidad de amar y de ser amado.

- Dientes: coraje, facultad de ataque y de defensa, vitalidad.

- Encías: constituyen un sostén de los dientes, fuente de la agresividad “bien entendida”. Para ser impulsivo y procurar acciones de ataque o defensa, hay que tener confianza. Las encías simbolizan la seguridad y las condiciones confiables de acción.

- Espalda: más específicamente, la columna vertebral, que representa la rectitud de principios y la ética. Las diversas desviaciones constituyen no solamente patologías en pequeña escala, sino también una variedad de conflictos con los fundamentos de la conducta personal.

- Estómago: facilidad de asimilación, aceptación y flexibilidad para asumir los cambios.

- Garganta: es un canal que va directo al interior del individuo. Lo que pase por allí es una causa de múltiples emociones. Cuando algo se atraganta, genera inquietud; la garganta es la zona que representa a la angustia por lo que no se puede decir o hacer.

- Genitales: el erotismo y la aceptación de la propia sexualidad.

- Hígado: facultad de discernimiento, reconocimiento de lo conveniente, ejercicio de la moral.

- Huesos: la estructura ósea simboliza la fortaleza, el edificio imaginario que alberga la firmeza de carácter, la tenacidad y la disciplina.

- Intestino delgado: instancia de la reflexión que pone en juego facultades analíticas.

- Intestino grueso: lugar del inconsciente, de la sombra y de lo que parece estar muerto.

- Manos: habilidad para manejar situaciones y personalidades difíciles, facilidad para asimilar información y comprender.

- Músculos: facilidad para el cambio, movimiento y flexibilidad. El estado muscular representa también el nivel de actividad del sujeto.

- Nariz: zona del instinto, del placer erótico y del orgullo. Popularmente, se considera que las personas de “nariz respingada” o “nariz parada” son vanidosas.

- Oídos: reflejan la obediencia, aquello de lo que no se puede hacer acto de rebeldía. El grado de acatamiento de una persona se manifiesta en su estado auditivo.

- Ojos: constituyen la zona del horizonte, la capacidad de ver a lo lejos —hacia el futuro— o, por el contrario, de ser una persona corta de miras. Por extensión, refiere al entendimiento.

- Pene: es una parte importante de la agresividad y la energía típicamente viril.

- Piel: implica la noción de frontera entre lo interior y lo exterior, en relación con la cual se juegan los conceptos de aislamiento, erotismo, conflictividad, estimulación, etcétera.

- Piernas y brazos: partes esenciales del movimiento, representan la agilidad mental, la flexibilidad frente a los cambios y la afición a la actividad.

- Pies: constituyen el sostén del individuo, por lo tanto, simbolizan el arraigo, el sentido común, la firmeza y la modestia en cuanto son las partes del cuerpo que están más cerca del piso, o mejor dicho, sobre este.

- Pulmones: todos los órganos que forman pares involucran aspectos de las relaciones humanas. En este caso, el funcionamiento pulmonar representa la libertad enlazada con la comunicación, el crecimiento personal arraigado en un vínculo compartido.

- Riñones: conforman un par también, pero se vinculan directamente con las relaciones amorosas y, dentro de estas, el compañerismo y la generosidad para con el otro.

- Sangre: es el fluido de energía. Refleja la vida, y dentro de esta, la vitalidad, puesto que se puede estar vivo y no ser vital.

- Uñas: son las garras humanas y representan la agresividad del individuo.

- Vagina y útero: simbolizan la capacidad de entrega, la generosidad y el grado de conciliación con lo femenino.

- Vejiga: es importante para analizar el ritmo marcado por la contención y la distensión de recuerdos, conflictos, emociones, entre otras cosas.

Cuando el cuerpo habla

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