Читать книгу La Corte de Felipe IV se viste de fiesta - Teresa Zapata Fernández de la Hoz - Страница 11

Оглавление

3

EL LARGO VIAJE DE LA JOVEN REINA DESDE VIENA A LA CORTE DE LOS AUSTRIAS

Unos días después de la boda, Mariana partió de Viena acompañada de su hermano Fernando, rey de Hungría y Bohemia, y otros miembros de las cortes austriaca y española, hasta Trento, donde debían esperar a los criados nombrados por el monarca para formar su Casa. El retraso del viaje, accidentado y penoso, tanto por tierra desde Madrid al puerto de Málaga, como después por mar hasta el puerto de Génova, fue la causa de que Mariana tuviera que permanecer en la antigua «Tridentum» desde el 20 de noviembre de 1648 hasta 19 de mayo del año siguiente, «pasando el invierno», fecha en la que salió hacia Rovereto, última ciudad del Tirol, donde la esperaban ya los miembros de su Casa para celebrar las entregas.1

Cuatro princesas austriacas ocuparon el trono español: Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II; Margarita de Austria, casada con Felipe III; Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, y María Ana de Neoburgo, segunda esposa de Carlos II. La ruta utilizada para viajar desde Viena a la Corte española era en dirección a Trento, atravesando Austria, Esteria y Carintia, para continuar a Milán y Pavía hasta el puerto de Génova, desde donde embarcaban hacia las costas del reino de Valencia, bordeando las de Liguria, las del Golfo de León, Cataluña y Golfo de Valencia, bañadas por el Mediterráneo. Sin embargo, motivos políticos –enfrentamientos con los turcos principalmente– determinaron que Ana de Austria y Maria Ana de Neoburgo viajaran a través de Europa y navegaran después hacia las costas del Cantábrico.

En los viajes de Margarita y Mariana, el Mediterráneo fue protagonista por partida doble, pues a través de sus aguas se efectuarían dos viajes relacionados con estos acontecimientos. El primero, el de la Casa de la reina, que viajaba desde el puerto de Málaga hasta el de Génova, para desde allí ir a buscar a la reina a Trento, viaje que efectuaban en varias de las galeras y navíos que formarían parte de la armada que más tarde regresaría con la nueva soberana. El segundo, el protagonizado por la reina y su séquito desde Génova hasta su desembarco en algún puerto del reino de Valencia.

Las numerosas relaciones de sucesos que se imprimieron sobre estos acontecimientos, además de responder a la importancia del hecho histórico, se debieron también a otros factores importantes, como su larga duración en el tiempo –algo más de un año–; las diferentes ceremonias oficiales inherentes a las bodas –llegada del embajador extraordinario con los poderes al lugar donde se celebraría el acto; celebración de las mismas; entrega de la princesa; ratificación del matrimonio […]–; las fiestas con que las ciudades por las que debía pasar agasajaban a la reina y su comitiva, en particular las entradas oficiales en Milán y Pavía, con todo el despliegue de aparatos efímeros –parte fundamental del engranaje político de la monarquía–, a los que se sumaban otros agasajos como fuegos artificiales, saraos, naumaquias, juegos de alcancías, fiestas teatrales, torneos, máscaras […]; por último, otros viajes colaterales, como el ya mencionado de su casa; el viaje del monarca desde la corte hasta el lugar elegido para la ratificación del matrimonio; viajes de otras personalidades, como el del embajador extraordinario, el del cardenal-arzobispo designado para bendecir las bodas o el del propio papa Clemente VII, en el caso de Margarita de Austria. Ceremonias, entradas y desplazamientos que daban lugar a su correspondiente relato, descripción o diario, con la finalidad de informar, propagar, dejar memoria de los monumentos efímeros, exaltar a la monarquía, a los grandes señores […]. A estos impresos hay que añadir las fuentes manuscritas, a veces utilizadas en las obras impresas e incluso destinadas expresamente a los autores de relaciones más extensas o a una publicación posterior que en ocasiones no se llegaba a imprimir.

Del viaje de Mariana, Alenda y Mira, en su indispensable obra, Relaciones de solemnidades y fiestas públicas de España,2 enumera una treintena, casi el mismo número en prosa y en verso. Otros autores recogen alguna más en prosa y sobre todo bastantes más en verso.3 En su mayoría se trata relaciones breves con una media de cuatro hojas, en 4º y en 8º, escritas en su mayoría en italiano y en castellano, algunas en francés y latín, publicadas en Nápoles, Roma, Bruselas, Valencia, Sevilla y Madrid. Prácticamente todas están escritas en tono laudatorio y propagandístico, y son escasas las burlescas o satíricas, casi siempre en verso. Las relaciones extensas corresponden a las entradas triunfales en las ciudades más importantes, como Milán, Pavía y Madrid, con la descripción pormenorizada de arcos triunfales y demás construcciones efímeras, así como la composición y descripción del cortejo y de la ceremonia. Otras relaciones extensas son aquellas que bajo la fórmula de relación diaria relatan parte o la totalidad del viaje e incluyen también la descripción de los monumentos efímeros.4

De la nueva esposa de Felipe IV contamos con una información excepcional, que podemos considerar la crónica oficial de su viaje, titulada el Viaje de la serenísima reina doña Mariana de Austria [...] [fig. 9], en la que su autor, el escritor portugués Jerónimo Mascareñas,5 relata, a lo largo de los seis libros en los que está dividida la obra, todo los pormenores de las bodas y los desplazamientos por tierra y mar, desde las capitulaciones matrimoniales, a principios de 1647, hasta su llegada al Palacio del Buen Retiro, el 4 de noviembre de 1649. La obra, publicada en Madrid en 1650, incluye también una descripción de las ciudades más importantes del itinerario, así como la trascripción de documentos oficiales utilizados en algunas de las ceremonias, y cartas de Mariana a su familia.


Fig. 9. Frontispicio de Viage de la Serenissima reyna Doña Maria Ana de Austria [...] de J. Mascareñas, 1650, Madrid, Biblioteca Nacional de España.

En Jerónimo Mascareñas concurrían todas las condiciones y méritos necesarios para llevar a cabo esa empresa. De familia noble, culto, religioso, canónigo de la catedral de Coímbra y Consejero de las Órdenes Militares de Portugal, y escritor prolífico. En 1640, cuando Portugal se separó de España, Mascareñas se trasladó a la corte española, donde su lealtad a Felipe IV le fue ampliamente recompensada. Era miembro del Consejo Real de las Órdenes de Castilla y sumiller de cortina, prior de Guimarães y obispo electo de Leiria; había escrito numerosos libros de historia, vidas de santos y personajes ilustres y, sobre todo, Felipe IV le había nombrado capellán y limosnero mayor de la nueva reina, formando así parte de su casa real que partió a recibirla a Trento. A este respecto es interesante el dato que proporciona González Dávila,6 cuando al referirse a una relación del viaje de Felipe III a Valencia, escrita por su capellán y limosnero mayor, dice que este cargo llevaba aparejado escribir en los libros diarios lo que sucedía cada día en el Palacio del rey.7 Seguramente esta circunstancia y sus dotes literarias transformaron el obligado diario del viaje en una crónica histórica, para la que se serviría de otras relaciones impresas o manuscritas, en particular para las descripciones de las entradas públicas. Mascareñas indica en el prólogo de su obra que nunca tuvo intención de publicarlo, pero que agradó tanto al rey que se llevó a la imprenta.8

La obra de Mascareñas es, como la de Mal Lara sobre el viaje del futuro Felipe II, y la de Lavaña sobre el de Felipe III a Portugal, un verdadero y fidedigno relato histórico. Como indica López Poza,9 en los tratados de Oratoria estas relaciones se consideraban a veces como «especies subalternas de la Historia», lo mismo que los anales, memorias y biografías.

De este viaje real, otro religioso calatravo, «colegial del Imperial de su Orden en la Vniuersidad de Salamanca», Fray Antonio de León y Xarava, que también formaba parte del séquito español de Mariana, relata en forma de diario el viaje de la reina desde Viena hasta España. Como Mascareñas, Xarava indica en el prólogo de su obra, titulada Real Viaje de la Reyna Nuestra Señora Doña Mariana de Austria […],10 que desde el día en que por mandato de Felipe IV salió de la corte formando parte de los criados que iban a acompañar a la reina en su viaje hacia la corte, decidió anotar día a día «las mas singulares grandezas y circunstancias de la jornada de la Reyna». Aunque su relato es más conciso y su estilo menos depurado, algunas partes son más vivas, como las que relatan los viajes marítimos por el Mediterráneo de la casa de la reina, y de Mariana y su séquito.

La información que proporcionan estas relaciones nos permiten reconstruir el viaje de la segunda esposa de Felipe IV desde Viena hasta la Corte de los Austrias, con paradas más dilatadas en ciudades como Pavía y Milán para describir la ceremonia de las entradas con que estos reinos de España la agasajaron.11

DE VIENA A TRENTO

Unos días después de la boda, la reina partió de la corte imperial, acompañada, además de su hermano Fernando, del cardenal Harrach, arzobispo de Praga, de su confesor, el padre Juan Everardo Nithard –quien a la muerte de Felipe IV desempeñaría un papel fundamental al lado de la reina–, del duque de Terranova, que la acompañaba en calidad de caballerizo mayor, de Juana de Mendoza, condesa de La Coruña y marquesa de Flores-Dávila, como camarera mayor, además de damas, dueñas y un gran número de criados inferiores.

Desde un primer momento, Felipe IV no deseaba que el rey de Hungría y Bohemia acompañara a su futura esposa hasta España, por lo que, fundándose en razones de conveniencia política para ambas casas, escribió el 4 de mayo al conde de Nájera para que disuadiera al emperador de tal propósito y expusiera al rey, su sobrino, las mismas razones para que únicamente viajara hasta Trento.12 Fernando III que por el contrario había manifestado su interés en que su hijo llegara a España y saludara a su tío, parece que hizo caso omiso del deseo del monarca español.

Mariana y su séquito atravesaron Austria, Estiria, Carintia y el condado del Tirol, hasta Trento, última de sus ciudades, donde llegaron el 20 de noviembre en jornadas de unas 30 leguas. Después de ser recibida con un arco triunfal, fiestas y agasajos, la futura reina de España pasó al palacio del príncipe Carlos Emmanuel Madruci, donde permanecería hasta el 19 de mayo de 1648, «pasando el invierno», nos informan las relaciones.

Efectivamente, Felipe IV deseaba que Mariana viajara por mar con las «brisas de enero», por lo que el emperador adelantó la fecha de la partida a Trento, lugar de las entregas, donde la casa de la reina debería estar esperándola. Sin embargo, los diferentes percances acaecidos durante el viaje de los criados de Mariana desde Madrid a ese punto, retrasaron notoriamente la fecha de su llegada, por lo que la reina tuvo que permanecer en Trento bastante más tiempo del previsto.

VIAJE DE LA CASA DE LA REINA Y DE DIEGO VELÁZQUEZ DE MADRID A TRENTO

El viaje de los criados nombrados por el rey para formar la futura casa de la reina,13 encabezada por el duque de Nájera y Maqueda, Jaime Manuel de Cárdenas, gentilhombre de la cámara del rey, nombrado por Felipe IV superintendente de la jornada y mayordomo mayor de la reina, comenzó el 16 de noviembre desde la corte al puerto de Málaga, con la partida de mayordomos, pajes y caballerizos. Dos días después, salió el duque y los demás miembros de la casa, entre los que se encontraban Gaspar de la Cueva y Mendoza, marqués de Bedmar, gentilhombre de cámara del rey, nombrado mayordomo de Mariana; don Francisco de Buitrago, aposentador; el cardenal Alessandro Peretti di Montalto; el propio Mascareñas, como sumiller de cortina y capellán mayor; los capellanes de honor, ayo, secretarios, dos doctores y otros cargos y oficios.14 Además, es importante recordar que, según el pintor y teórico Antonio Palomino, acompañando al duque en este viaje iba también otro miembro de la casa del rey, su pintor y ayuda de cámara,

Diego Velázquez, enviado por Felipe IV a este su segundo viaje a Italia con una embajada extraordinaria para el Papa Inocencio X, y con el encargo de comprar pinturas, estatuas antiguas y vaciados de obras clásicas para decorar el Palacio Real.

Palomino nos dice que Velázquez [fig. 10] partió de Madrid «por el mes de noviembre del dicho año de 1648», embarcándose en Málaga con el duque de Nájera, «que iba a Trento a esperar a la Reina nuestra señora Doña María Ana de Austria».15 El 25 de dicho mes, el monarca mandó que se le entregara un coche y una acémila para que pudiera acompañar al duque en su viaje a Italia,16 sin embargo, su nombre no figura entre los que incluye Mascareñas, seguramente porque Velázquez no formaba parte de la casa de la reina y porque, aunque ostentara el cargo de pintor de cámara y de ayuda de guardarropas y de cámara, nuestro admirado pintor oficialmente no dejaba de ser un criado menor del rey, carente de título nobiliario o de caballero y, como tal, menos interesante para el autor de la relación. Para nosotros, sin embargo, no cabe duda de que el relato de este viaje por tierra y por mar hasta Italia cobra un interés especial.


Fig. 10. Diego Velázquez, Autorretrato. Valencia, Museo de Bellas Artes.

La elección del puerto de Málaga se debió a que, por una parte, Cataluña todavía estaba en guerra y Barcelona en manos de los franceses; por otra, a la epidemia de peste en Valencia y Alicante. El itinerario que siguieron fue Valdemoro, Ocaña, Tembleque, Consuegra, Manzanares, Villanueva de los Infantes, Villamanrique, San Esteban del Puerto, Linares, Andujar, Castro del Río, Montilla, Roda, Antequera, Ventas de Tendilla y, por último, Málaga, viaje accidentado a causa de las intensas lluvias, que retrasó la llegada hasta el 7 de septiembre. Según Salort, el viaje se hizo por Granada, lo que apoyaría la atribución a Velázquez del dibujo de la Biblioteca Nacional, Vista de Granada, que pocos consideran suyo. Sin embargo, tanto Mascareñas como León y Xarava indican el mismo itinerario, por lo que parece que hay que descartar el paso del pintor por esa ciudad, al menos en esta ocasión.

La misma noche del 7 arribaron las galeras que, al mando de Luis Fernández de Córdoba, gentilhombre de don Juan José de Austria, nombrado gobernador de la flota, los llevaría a Génova: la patrona de España, Nuestra Señora de Guadalupe, San Genaro y San Juan de Nápoles.

Con motivo de la llegada de la casa a Málaga, el canónigo doctoral de la iglesia de la ciudad organizó un recibimiento al duque de Maqueda y sus acompañantes, del que ha quedado constancia en una relación de la época.17 Entre los preparativos de la jornada de Italia y el mal estado de la mar, no zarparon hasta el 21 de enero de 1649, sumándose a las cuatro galeras una nave genovesa, Nuestra Señora de la Concordia, fletada por orden del rey a fin de poder acomodar a toda la gente, su ropa y la que iba destinada a su futura esposa.

Mascareñas nos informa de los criados principales que se embarcaron en cada nave, y dice que en la patrona, que hacía de capitana, además del duque, sus criados y el gobernador de las galeras, iban «otras personas particulares, que passavan a Italia, sin dependencia de la casa»,18 entre las que se encontraría Diego Velázquez.

A las cinco de la tarde zarpó la capitana seguida de las demás embarcaciones, dando principio a la travesía por el Mediterráneo, muy accidentada desde su inicio. La primera noche la fuerza del viento rompió las antenas de los trinquetes de la Guadalupe y de San Genaro, y, la segunda, divisaron un navío turco que, creyendo que se trataba de galeras de guerra, se dirigió a por ellos, hasta que se percató del error y huyó. Con vientos favorables pasaron por Cartagena, Alicante, Moraina, Javea y Denia, donde atracaron el 25 para arreglar las antenas. Continuaron el 29 por el Golfo de Valencia –Cullera, Oropesa, Peñíscola– hasta el puerto de los Alfaques, en Tortosa, donde llegaron felices el 31 por haber superado el temido golfo.

Tramontanas y nieves impidieron continuar el viaje hasta el 6 de febrero, que partieron a la ensenada de Salou y desde allí a Tarragona, lo que impidió una vez más el mal tiempo, que les obligó a regresar a la más protegida playa de Salou. Con viento maestre de tramontana, «dado los trinquetes y a poco rato las velas mayores»,19 pasaron el 10 por segunda vez delante de Tarragona, y, navegando todo el día, parte a vela y parte a remo, descubrieron Montserrat, saludando a la milagrosa imagen de la Virgen con cuatro salvas cada galera, como era acostumbrado. Fondearon en la playa al pie de la montaña de Montjuic, a la espera de la autorización para atracar al día siguiente en el muelle de Barcelona, autorización que les fue denegada por existir indicios de peste en las costas de Valencia, de donde venían, y por considerar que el pasaporte que llevaban no ordenaba que se les dejara atracar, salvo en caso de necesidad. Dado que las relaciones con los franceses no atravesaban su mejor momento político, decidieron continuar a fin de no retrasar más el viaje y porque «del enemigo se ha de seguir siempre el primer consejo».20 Fondearon en el puerto de San Feliú, no sin dificultad por lo embravecido de la mar y los vientos en contra, y, el 14, arribaron a Palamós, también francés, cuyo gobernador reconoció el pasaporte del rey y les permitió fondear y aprovisionarse de agua, leña y cuanto necesitaban, negado por el gobernador de Barcelona.

Con viento favorable salieron el 17 de febrero hasta fondear en Cadaqués al atardecer, aunque no les dejaron pisar tierra por haberles avisado de que podían haber contraído la peste. Al día siguiente, tras deliberaciones de los pilotos, partieron las galeras dispuestas a pasar el peligroso Golfo de León, con poco éxito, pues rolando el viento a proa se vieron obligados a regresar al punto de partida. Lo intentaron de nuevo, pasando por el cabo de Creus y navegando toda la noche hasta Colibre, donde amanecieron el 20, entrando en su puerto después de muchos esfuerzos por la inclemencia del tiempo, sobre todo por parte de la Guadalupe, a la que una ráfaga de viento la obligó a tocar casi las rocas con los remos, justo en el mismo lugar donde unos años antes había naufragado la Patrona de Sicilia.

Todos a salvo, permanecieron en Provenere –nombre dado al puerto– hasta primero de marzo, y aunque la orden anterior dada en Barcelona les impidió bajar a tierra, los franceses permitieron que los catalanes les vendieran provisiones. El primero de marzo, deseosos de salvar el temido golfo, partieron a pesar de que soplaba viento griego de tramontana, logrando fondear tres días después en el puerto francés de Toulon, tras sufrir un fuerte temporal que llenó de agua algunas galeras, arrastrando escalas y rompiendo remos; ropa y utillaje depositado sobre las cubiertas; salando el agua de los toneles y mojando el bizcocho.21 Algunos condenados a cadena perpetua murieron ahogados en las prisiones, y la confusión llegó a ser tanta que dieron por perdida la San Juan de Nápoles.

En Toulon, gracias a la orden del rey de Francia, cuya armada se encontraba en la dársena, pudieron reparar las naves, y los miembros del concejo se acercaron a visitar al duque de Nájera a su galera, «regalando, y agassajando a todos con la vizarria que acostumbra la nobleza de Francia».22 El 6 de marzo zarparon los navíos en dirección a Génova, pasando por Almagazeles, islas San Honorato y Santa Margarita, para continuar por las playas del Piamonte –Niza de Provenza y Villafranca de Niza, del duque de Saboya, Mónaco y Ventimiglia–, hasta avistar el puerto de El Final, de la corona española.

Al anochecer del día 9 de marzo, fondearon en Savona, de la república genovesa, hasta el día siguiente en que les permitieron atracar en el puerto de Génova, lo que efectuaron el 11, no sin antes sufrir el último percance de esta accidentada travesía, cuando una fuerte ráfaga de viento cogió de lleno a la capitana de España, que escoró hasta entrar todo el costado, hasta la crujía, en el agua, «y aunque se amolló la escota con diligencia fue el riesgo evidente».23

Una vez en el puerto, saludaron con salvas a la ciudad, a la Real de España, que estaba en la dársena con otras cuatro embarcaciones, y a la capitana de la Señoría de Venecia. A continuación, el duque de Tursis –encargado de formar y gobernar la armada que conduciría a la reina a España– y los príncipes Doria y Avela –generales de las capitanas de Cerdeña y Génova, respectivamente–, fueron a la capitana de España para acompañar al duque de Nájera al palacio que el príncipe Doria tenía en Peche, hasta mudarse a San Pedro de Arenas, donde permaneció todo el tiempo que estuvo en en esa ciudad.

Cuatro días más tarde llegó la galera San Juan de Nápoles que, después de haber sido golpeada con fuerza por el mar en el Golfo de León hasta partirle el espolón, había ido a parar a Puerto Venere, a 20 leguas al levante de Génova. Después de su feliz llegada se pudo comunicar a Felipe IV que la casa de la reina se encontraba a salvo y dispuesta a emprender el viaje por tierra a Milán.

En Génova permanecieron hasta el 17 de abril, mientras se preparaban las galeras24 y la jornada a Milán, fecha en la que continuaron el viaje hacia Tortona, pasando por el Puerto de la Voqueta hasta Otacho, ciudad del genovesado. La difícil situación política y militar de España en el norte de Italia motivó la conveniencia de que en Serrabal, primer lugar del estado de Milán que pertenecía a la corona española, les esperasen dos compañías de a caballo para protegerlos del riesgo del Piamonte, Saboya y Monferrato. De Tortona pasaron a Pavía y, por fin, a Milán, a donde llegaron el 21 de abril y en donde permanecerían hasta el 10 de mayo ocupados en los preparativos de las entregas.

En el extenso relato de la vida del pintor que nos ha dejado Antonio Palomino, recoge las obras de arte que pudo ver Velázquez en Génova,25 y como después continuó hasta Pavía y Milán «[…] aunque no se detuvo a ver la entrada de la Reina, que se prevenía con gran ostentación […]».26 Parece lógico suponer que Velázquez realizara también ese viaje con el resto de la casa de la futura reina, sin embargo, según una carta del embajador de España en Venecia, marqués de la Fuente, a Felipe IV, fechada el 24 de abril, el pintor había llegado a esa ciudad el 21,27 lo cual, de no existir un error en las fechas, significaría que se adelantó en solitario hasta Milán.28 Como cuenta Palomino, Velázquez no permaneció mucho tiempo en la capital de Lombardía, donde contempló la gran obra de Leonardo de Vinci, La última Cena, como hoy sigue haciendo cualquier viajero que se precie. A primera vista sorprende que Felipe IV no le hubiera encargado un retrato de su joven esposa, cuando podían haber coincidido en Milán. Tal vez, el hecho de que el viaje del pintor con el duque de Nájera y la casa de la reina se debiera a una coincidencia en el tiempo; que Velázquez no viajara como miembro oficial, sino con otra misión concreta y dilatada, unido a la demora del viaje por mar, así como al de Mariana, que no llegó a Milán hasta el 30 de mayo, podrían explicar el que nos haya privado de conocer a través de sus pinceles el joven y agraciado rostro de la reina.

El 10 de mayo, el duque de Nájera y su acompañamiento emprendieron la siguiente etapa de su viaje hacia Trento, pasando por Lodi y Soncino, desde donde entraron a las ciudades venecianas de Cremona, Brescia y Desenzano. Dejando a la izquierda el lago Garda, pasaron por Busolengo, Dulcedo, Ala y, por último, Rovereto, última ciudad del Tirol, muy cercana a Trento, donde como se ha indicado anteriormente se celebrarían las entregas reales. Se detuvieron aquí hasta el 18 de mayo, y muchos miembros de la casa se acercaron a Trento para ver a la reina y visitar la ciudad.

Entretanto, el 19 de mayo, fecha fijada para la ceremonia oficial, Mariana partió a Rovereto hacia las diez de mañana, acompañada de su hermano y sus respectivos séquitos, distancia que recorrieron a pie. A su vez, el duque de Maqueda salió de Rovereto hacia las tres de la tarde con la casa de la reina y caminaron hasta el castillo de Briseño, propiedad de los archiduques de Insbruck, a las afueras de la ciudad, lugar rodeado de un amplio terreno llano y capaz de acomodar a los dos ejércitos en previsión de una posible invasión de los venecianos. Reunidos en el lugar convenido, la casa española pasó a acompañar a la nueva soberana, partiendo hacia la casa-palacio de Rovereto donde llegaron ya anochecido. El duque de Nájera entró sólo en la antecámara donde le esperaban de pie Mariana, su hermano el rey de Hungría y detrás, arrimados a la pared, el cardenal Harrach, el duque de Terranova, el conde Ausperg y otros caballeros alemanes. En la pared de enfrente, la camarera mayor, la guarda mayor y las damas. Las entregas se efectuaron en el Palacio ya anochecido, donde el rey de Hungría entregó a su hermana al duque de Nájera, quien después de besarle la mano y darle la bienvenida ordenó a Martín de Villela, secretario de Felipe IV, que leyera públicamente el auto de las entregas. A continuación entraron los miembros de la casa de la joven reina, quienes desde ese momento pasaban a su servicio, a besarle la mano, a la vez que el duque los iba presentando.

Al día siguiente, de vuelta a Trento, se despidió el cardenal Harrach, cuyo lugar lo ocupaba ya el cardenal Montalto, que regresaba a Alemania. Por la tarde la ciudad se engalanó con un arco de triunfo y cuadros, plantas y flores en la fachada del palacio. El 21, Mariana y su séquito emprendieron la primera etapa de su viaje por Italia, con destino a Milán.

DE TRENTO AL PUERTO DEL FINALE. ENTRADAS EN MILÁN Y PAVÍA

Antes de atravesar el río Adesse, frontera de la República de Venecia, llegó orden de que no siguieran adelante porque en los territorios venecianos aún no se habían terminado los preparativos para recibir a Mariana, que se prolongarían hasta el 28.

Unos días antes de la partida de Trento, el 13 de mayo, Antonio Briceño Ronquillo, embajador de España en Génova, había comunicado al duque de Nájera que la república estaba preparando un suntuoso recibimiento en honor de la reina, por lo que le pedía su opinión sobre continuar el viaje hacia el puerto del Finale «para evitar cuestiones de etiquetas», o hacia el puerto de Génova, pasando por tierras venecianas, si bien, en previsión, él ya les había advertido de la posibilidad de embarcar en el Finale, pretextando el mal estado de salud que reinaba en aquellos dominios.29 Si según Mascareñas se cruzaron diferentes recados que retrasaron el viaje varios días, llegando incluso los venecianos a empezar a levantar el puente de madera que habían construido sobre el río Adesse, parece evidente que la respuesta de Nájera fue negativa. Al comprobar que la comitiva no cedía y seguía adelante, volvieron a colocarlo, entrando en el estado veneciano hacia las cinco de la tarde, entre las salvas del castillo cercano al río.30

No se detuvieron hasta Caurino, primer pueblo de la corona española, donde Mariana fue recibida con grandes honores, a la vez que dio audiencia al embajador veneciano, general Capelli. Continuaron a Busolengo y Desenzano, donde acudieron gran número de damas y caballeros de Verona a ver a la soberana, y el 24 llegaron a Brescia, donde se detuvieron para descansar del viaje. El 26 salieron hacia Soncino, primer lugar del Milanesado, donde costó mucho que las carrozas y literas pasaran el río Oglio, muy crecido por las incesantes lluvias, ya que no se había previsto ningún puente, por lo que tuvieron que detenerse en ese lugar para reparar los daños causados. La estancia fue aprovechada por los capitanes y oficiales de las diferentes compañías de lanzas, caballos e infantería –un total de 500 españoles y 500 italianos– dispuestas por el gobernador de Milán, para acudir a besar la mano de Mariana, presentando sus armas y sus banderas con grandes salvas, escaramuzas y otras demostraciones militares.

El 28 partieron hacia Lodi, y, como continuaba lloviendo con fuerza, optaron por desviarse hacia la ciudad veneciana de Cremona para evitar los problemas de Soncino. Aunque no estaba prevista la llegada de Mariana a esa ciudad, fue saludada con una gran salva de la artillería del castillo y recibida por el gobernador, que permitió que entrase todo el ejército que la acompañaba y que la reina atravesara la ciudad con todo su séquito. Precisamente, sobre el incidente con los venecianos, el embajador Briceño envió otra carta al duque de Nájera, fechada el día 29, en la que le comunicaba lo arrepentida que estaba la República por haber estado reacia en lo referente al recibimiento y paso de Mariana por sus estados, por lo que estaba dispuesta a enviar cuatro diputados a suplicarla que embarcase en Génova, donde organizarían un gran recibimiento. El embajador manifestó a Nájera que él era partidario de aceptar la oferta para evitar una ruptura con la república. Prueba del deseo de los venecianos de subsanar su error lo tenemos en el hecho de que al día siguiente el embajador envió a Nájera otra carta, en la que le comunicaba que los venecianos habían comenzado a arreglar los caminos y preparar los arcos triunfales para recibir a la esposa de Felipe IV.31 Todavía el primero de junio le reiteraba que los venecianos habían ordenado llevar a Novi el mayor número posible de piezas de artillería para la salva Real, así como que se revisaran los palacios de la ciudad para alojar a los criados de la reina y se tomaran 150.000 libras para los gastos de su recibimiento.32 Aún más, el 23 de julio la república intentaba por todos los medios suavizar sus relaciones diplomáticas con la monarquía española y así, a través del embajador Ronquillo, hizo saber a Nájera las decisiones que habían tomado relativas a fórmulas de etiqueta y eximir al equipaje de la reina del pago de derechos de aduana.33 Como se comprobará seguidamente, el cambio de postura de los venecianos llegaba tarde y el desembarco se efectuaría en el Puerto del Finale, propiedad de la monarquía.

Poco antes de llegar a Lodi, salió al encuentro de la comitiva el gobernador de Milán, acompañado de varios caballeros que se habían acercado a recibirla. Después de pasar debajo de dos arcos triunfales preparados al efecto por la ciudad, la reina y su acompañamiento continuaron hacia Milán, a donde llegaron el 30 de mayo.

ENTRADA PÚBLICA EN MILÁN34

La importancia política del Milanesado, incorporado a la Corona española desde 1559, y su posición geográfica entre la corte de Viena y el puerto de Génova determinaron las visitas de los monarcas hispánicos, así como de las princesas austriacas e infantas españolas que viajaban al encuentro de sus futuros esposos, como el recibimiento de Carlos V en 154135 o el de la archiduquesa Margarita de Austria, el 30 de noviembre de 1598,36 en su viaje desde Graz hasta el puerto de Valencia, después de celebradas las bodas por poderes en Ferrara, oficiadas por el Papa Clemente VIII.37 La llegada de la segunda esposa de Felipe IV fue una oportunidad más para que la capital de Milanesado mostrara su prestigio, riqueza, amor al arte y lealtad al monarca español.

La pertinente lluvia no permitió que la entrada de Mariana se efectuara hasta el 17 de junio. Hacia las cuatro de la tarde, la reina y su hermano, a caballo y bajo palio, precedidos y seguidos de un numeroso y vistoso acompañamiento, encabezado por una escuadra de trompetas y atabales de la casa de la reina, y cerrado por cuatro compañías de alabarderos a caballo y la guardia de lanceros del gobernador de Milán, comenzó el desfile. Mariana vestía saya entera de raso encarnado con mangas de punta, la falda cubierta de bordados de plata realzados de hojuelas y canutillo de plata. Un sombrero negro con penacho de plumas nacaradas y blancas cubría su cabeza. El sillón y la gualdrapa del caballo morcillo sobre el que cabalgaba estaban confeccionados con la misma tela de la falda del vestido, lo que para Xarava «parecio que su Magestad venia sobre vn Trono viuo de plata»,38 comparación que le dio pie para expresar con su pluma sus mejores deseos a la joven reina. Su hermano cabalgaba a su lado sobre un caballo bayo claro, vestido a la española de tristami cuajado de brocados de oro y plata, ferreruelo gayado39 con los mismos bordados, plumas y cabos blancos.

El escenario de la entrada se extendía desde la Puerta Romana, a la entrada de la ciudad, hasta el palacio real donde se alojaría la reina durante su estancia en la ciudad, más de dos millas de longitud que se jalonaron de arcos triunfales y otras decoraciones efímeras.

Puerta Romana era una de las puertas de la muralla levantada por los españoles, de orden dórico almohadillado con tres pasos, el central de medio punto y mayor tamaño que los laterales adintelados, engalanada para el recibimiento de Margarita de Austria, que en esta ocasión se enriqueció con un frontispicio con el escudo de armas de nueva reina, sostenido por dos niños, y una balaustrada coronada por cinco estatuas, personificaciones de Himeneo, dios de las bodas, Religión, Gracia, Prudencia y Prodigalidad, con las que se expresaban las venturas que la feliz unión traería a Europa, a la cristiandad, a España y a Italia. Dos episodios bíblicos pintados en cuadros situados sobre las puertas laterales aludían a la paz que proporcionaría el matrimonio real –Encuentro de la reina de Saba con Salomón [Reyes 10, 1-13]– y la ansiada sucesión de la monarquía española –Encuentro de Raquel con Jacob que la recibe como esposa [Gen 29]–.

Al final del Corso, que partía de Puerta Romana, entre los palacios del marqués de Acervo y del coronal Anno, se levantaba el primer arco triunfal dedicado a Felipe IV, coronado por el Águila Bicéfala con las alas extendidas,40 a quien flanqueaban las estatuas de Europa y América, que con las de África y Asia a uno y otro lado de la entrada principal, ofrecían sus triunfos a Felipe IV.41 Cuadros en los que se mostraban las principales conquistas de los antepasados del monarca, situados en los laterales del paso central, enaltecían su dinastía: Conquista de Túnez por Carlos V; Felipe I el Hermoso toma posesión de los Reinos españoles; Conquista de Portugal por Felipe II; Expulsión de los moriscos por Felipe III. Emblemas, motes e inscripciones completaban el simbolismo de este arco.

Prosiguiendo por Penacheros, el lugar llamado Malcantón por su estrechez, donde la comitiva debía girar hacia la Plaza Mayor, se embelleció con «una perspectiva de maravillosa grandeza» [fig. 11],42 cuyo asunto principal era el Sitio y socorro de Cremona, pintado al fondo, conseguido «mediante el valor y la vigilancia» del gobernador y capitán general de Milán, Luis de Benavides Carrillo, marqués de Frómista y Caracena (1608-1688), virrey de Milán (1648-1656), que la ciudad consideró como el mejor homenaje que se le podía ofrecer en un acto de suma repercusión política. Abajo, en primer plano y de gran tamaño, cuatro alegorías de los ríos más importantes de Milán, Po, Tecino, Adda y Sesia, coronados con las plantas que crecían en sus orillas, representados según la iconografía de la antigüedad clásica, para simbolizar que con sus aguas llevarían la fama del marqués al mar de la gloria. Los restos de un templo dórico a la derecha, en ángulo recto con los ríos, encuadran la vista del fondo, la victoria del gobernador de Milán. En la parte superior, tres niños en vuelo ofrecían a la reina las llaves de la ciudad, la corona y el cetro.


Fig. 11. Perspectiva de Malcantone, en Malatesta, La Pompa de la solenne entratta […] Maria Anna Austriaca. Milano, 1650.

Al final de Penacheros, a la entrada de la Plaza del Domo, se levantaba el segundo arco de triunfo de orden jónico, en el que se volcó la ciudad, dedicado a la dinastía de los Habsburgo, a los que se homenajeaban mediante las estatuas de sus antepasados, desde Alberto I a Maximiliano, en la fachada principal, dedicada a Fernando III, padre de la reina, coronada por el escudo de Armas de España;43 desde Matías I a Carlos V, en la posterior, dedicada a su hija Mariana, coronada por su escudo. Otras estatuas completaban la decoración del arco, como las alegorías de las ciudades imperiales, Roma, Viena, Milán y Constantinopla, dos en cada fachada, a uno y otro lado de los escudos reales; otras cuatro en el primer piso, dos y dos, personificaciones de las monarquías antiguas, Asiria, Pérsica, Griega y Romana; finalmente, dos estatuas colosales de los grandes emperadores Rodolfo I y Ferdinando II, situadas en el interior del paso principal, sosteniendo una corona que abarcaba prácticamente la media naranja que cerraba el hueco del arco, daban la bienvenida a Mariana cuando atravesó el arco. Empresas y pinturas tomadas de la antigüedad clásica, en las que el águila, emblema de ambas dinastías, era la protagonista, completaban la decoración y el contenido del arco.

Desde aquí se veía la impresionante arquitectura del Domo, cuya fachada estaba todavía sin acabar, por lo que, al igual que en la entrada de Margarita de Austria,44 a uno y otro lado de la puerta principal construida en mármol, se fingió con materiales efímeros lo que faltaba por hacer, siguiendo el diseño definitivo, «la madera en el bulto, y en la color los pinceles tan viuamente, en proporcion tan alta desde los cimientos a la cumbre, representando lo marmoreo, que se engaño la vista, y lo pudo quedar el tacto».45 En la parte inferior, a uno y otro lado de la puerta sobre altos pedestales se erguían las estatuas de los cuatro prelados más importantes de la basílica milanesa, fingidas en mármol blanco. A la derecha, San Bernabé, apóstol de la ciudad y fundador de su iglesia, y San Cayo, su discípulo y sucesor; a la izquierda, San Ambrosio, primer prelado, pastor y doctor de la Iglesia, y San Carlos Borromeo, cardenal y padre de la Iglesia, representados con la iconografía que los identificaba, acompañados de textos en los que se invitaba a la soberana a entrar en el interior del templo, donde se guardaban sus cenizas y reliquias.

Encima de este cuerpo, en sendos nichos sobre las pilastras, se repartían otras ocho estatuas de 5 br de alto, cuatro a cada lado de la puerta, de otros tantos personajes de la Casa de Austria, en los que a su condición real se unía la santidad. A la derecha, Henrico emperador, Estéfano, rey y apóstol de Hungría, Leopoldo el Pío, marqués de Austria, y Venceslao, primer rey de Bohemia; a la izquierda, Fernando, rey Castilla, Fernando, infante de Portugal, Segismundo, rey de Borgoña, y Carlos el Bueno, conde de Flandes, todos en actitud de recibir a la joven reina. Otras seis estatuas que personificaban a «seis principales Virtudes con que los Santos referidos se abrieron camino, para la inmortalidad», coronaban la fachada. Un escudo de las armas reales marcaba el centro de este coronamiento, flanqueado por dos inscripciones en latín en las que se alababa a Mariana y a sus ascendientes como espejos de santidad y valor, en los que deberían mirarse sus futuros hijos.46

La reina penetró en el interior de la gran catedral gótica, iniciada en 1386, cuya nave principal, de las cinco de que consta, sostenidas por 52 columnas de 3,5 m de diámetro, y el crucero se habían cubierto con tafetanes azules y rojos sobre los que colgaban cuadros de la Vida de San Carlos Borromeo, con otros debajo de la mitad de tamaño, en los que se representaban los milagros que San Carlos Borromeo había obrado después de su muerte. Después del «Tedeum Laudamus», presidido por Mascareñas, la reina y su hermano, continuaron bajo palio, pero a pie y con el mismo acompañamiento, hasta el cercano palacio del marqués de Caracena, donde se alojarían durante su estancia en la ciudad.

En los días siguientes a la entrada se sucedieron las fiestas en su honor, como la representación de la comedia titulada Teseo,47 en el salón bajo del palacio, compuesta por los padres de la Compañía de Jesús en versos latinos e italianos, e interpretada por 80 estudiantes de su colegio, hijos de caballeros milaneses; un sarao de damas y caballeros en el salón grande del Consejo; un espectáculo de fuegos artificiales en el castillo; fiesta a caballo –alcancías– organizada por el marqués de Caracena en la plaza del Palacio; la representación de la comedia española La mayor hazaña de Carlos V, de Jiménez de Enciso,48 representada en los jardines de la Simoneta, quinta del conde del mismo nombre situada a las afueras de Milán, interpretada por los capitanes y oficiales del ejército, que, según las crónicas de la época, gustó tanto a la reina que pidió que se repitiera unos días después en el palacio; y Egisto, comedia «harmónica»,49 representada también en el Palacio e interpretada por músicos y cantantes venecianos. Finalizados los agasajos, el 26 de junio partió el rey de Hungría para Alemania,50 ante el deseo de Felipe IV de que por razones políticas no acompañara a Mariana hasta la corte española. Al día siguiente entró en la ciudad el cardenal Francesco Peretti di Montalto.51

La estancia en Milán se prolongó hasta el mes de agosto, seguramente aguardando a que el viaje por mar estuviera dispuesto. Durante este tiempo, la reina visitó conventos y recibió a nobles y grandes señores, entre los que se encontraba el legado del Papa Inocencio X, cardenal Ludovico Ludovisi, arzobispo de Bolonia [fig. 12], quien la obsequió, como era acostumbrado, con la rosa de oro [fig. 13], que los Papas bendecían cada año en el cuarto domingo de Cuaresma, destinada a algún personaje importante, y con el cuerpo de Santa Beatriz en una urna de plata, que Mariana depositaría más tarde en el Monasterio de El Escorial.


Fig. 12. Cardenal Ludovico Ludovisi.

El 9 de agosto la reina y sus criados salieron del embarcadero temprano, visitaron el convento de la Cartuja, comieron en el muelle de Pavía y a las cuatro de la tarde continuaron navegando arrimados al parque de la ciudad, adonde llegaron a las 7 de la tarde, efectuando la entrada pública a continuación.


Fig. 13. Rosa de oro. París, Musée de Cluny.

ENTRADA PÚBLICA EN PAVÍA52

Mariana entró en carroza y bajo palio,53 por la puerta de Santa María in Portici, precedida y seguida del acompañamiento fijado para esta ceremonia, menos espectacular que en la entrada a caballo. Cerraba el desfile la compañía de lanceros de don Luis Benavides.

Después de pasar el puente levadizo sobre el río Po, al norte, antes de atravesar la puerta de Santa María, daba la bienvenida a Mariana Hércules, uno de los héroes mitológicos más querido por los Austrias, de quien se consideraban sus descendientes, representado en las pinturas que decoraban los dos grandes pilares rematadas en pirámide y revestidos de puntas de diamantes, levantados para la entrada. La de la izquierda mostraba al héroe con la clava y la piel del león de Nemea, sus atributos más representativos: la primera, su arma favorita, que el mismo se había fabricado con el tronco de un acebuche; la segunda, el trofeo de su primer trabajo, cuando logró estrangular al invulnerable León de Nemea, que asolaba el país y devoraba a sus habitantes.54 La de la derecha representaba a Hércules con un hacha encendida, como vencedor del monstruo marino enviado por Poseidón para matar a Hesíone, la hija de Laomedonte, rey de Troya, encadenada a una roca a orillas del mar, primera de las empresas que el héroe emprendió por cuenta propia,55 episodio nada frecuente en la iconografía del héroe, pero ajustado al contenido de las inscripciones en latín que acompañaban a las pinturas, en las que se aseguraba a Mariana que a partir de ese momento estaría siempre protegida por los descendientes del héroe, quienes habían heredado su fuerza, valor y virtud, estas dos últimas transformadas en poder y defensa de la religión.56

A continuación se levantaba la puerta de Santa María in Portici [fig. 14], que había sido revestida con una decoración fingida, con la que se daba la bienvenida a la joven reina, sin olvidar su función defensiva, por lo que se empleo el orden dórico y el almohadillado, con los que se aludía tanto a los arcos romanos como a las modernas ciudades fortificadas. Coronaban la puerta las Armas reales, flanqueadas por las estatuas de la Paz con el olivo, y la Justicia con la balanza y una espada, los dos pilares de la monarquía, de los que gozaban los reinos sobre los que gobernaba, y en la cartela central se leía una inscripción extensa en latín dedicada a la reina, en la que se la invitaba a entrar en la ciudad, para que con su presencia extasiara a sus ciudadanos. Por último, cuatro emblemas adornaban los intercolumnios, con los que se expresaban uno de los deseos más deseados de la monarquía, el nacimiento de un heredero.


Fig. 14. Decoración fingida de la Puerta de Santa María in Portici, Mayno, La reale Maestá […] Maria Anna […], Pavía, s.a.

Ya en la calle Nueva, que atravesaba la ciudad de un extremo al otro, enfrente de la célebre Universidad, se levantaba el primer Arco de Triunfo, Arco de la Universidad [fig.15], dedicado a ensalzar la figura de Mariana, por lo que en su arquitectura se utilizó el orden jónico, el orden femenino desde la antigüedad clásica. Sus pilastras imitaban mármoles de diferentes colores; las basas, bronce, y los capiteles –en forma de esclavos o Hermes–, y las estatuas, estuco pintado de diversos tonos. Presidía la fachada principal del arco el Águila bicéfala con corona imperial, emblema del Imperio Austriaco, flanqueada por cuatro estatuas: Nobleza y Fortaleza a un lado; Pavía y Sabiduría al otro. Las tres virtudes, cuya iconografía sigue la indicada por Césare Ripa, el autor de la célebre Iconología, se atribuían a la reina, las cuales a su vez reforzaban las mismas que desde la más remota antigüedad distinguian a los habitantes de Pavía. Más abajo, en el frontón triangular, se veían las armas de la reina coronadas igualmente con la corona del Imperio. Entre las pilastras, dos emblemas, uno a cada lado, con los que se adulaba tanto a Felipe IV como a su esposa. Se completaba esta fachada con las estatuas de España y Austria, apoyadas en los laterales del paso del arco. España, a un lado, cubierta con vestiduras reales y yelmo en la cabeza, empuñaba un cetro real en forma de antorcha, símbolo del dios del matrimonio, Himeneo, terminado en una reluciente estrella, seguramente Hesperia, lucero que se pone en España y que servía de guía a los navegantes que se dirigían a sus costas.57 Austria, al otro lado, también bajo la apariencia de una mujer ricamente vestida y con corona imperial, sostenía un cetro con la mano derecha y un águila bicéfala con la izquierda.


Fig. 15. Arco de la Universidad, Mayno, La reale Maestá […] Maria Anna […], Pavía, s.a.

Delante de la fachada de la iglesia episcopal se había levantado otra efímera, a modo de arco de triunfo, que imitaba el orden corintio, cuyo contenido simbólico era mostrar a Mariana que Pavía había sido una de las primeras ciudades en abrazar la verdadera fe católica. Presidían la fachada las estatuas de San Siro, primer Obispo de Pavía y patrón de la ciudad, enterrado en el interior de la iglesia, y de San Esteban, el discípulo de san Pedro que primero predicó el Evangelio en la ciudad y que murió martirizado, a quien estaba consagrado el templo, ambos representados de pie sobre la cornisa, siguiendo su iconografía más habitual. El escudo cardenalicio coronaba el arco, y dos ángeles, sentados a uno y otro lado sobre el frontón, sostenían las cintas de las que pendía el cartelón donde iba escrita la estrofa correspondiente, en la que a lo largo de sus veinte versos se jugaba con el nombre compuesto de la reina –Virgen María y Santa Ana–, así como con los de Siro y Estéfano.58

El siguiente arco se construyó al lado de la famosa iglesia del Carmen, cerca del palacio del marqués Giorgio Beccaria, donde se alojaría Mariana. El orden compuesto –dórico y jónico– de su arquitectura aludía a la unión matrimonial de Felipe IV y su joven esposa, a quienes se dedicaba, notorio en el escudo que lo presidía, formado por las armas del rey y las de la reina, sostenido por el águila bicéfala con la corona imperial. Sobre la balaustrada que remataba la arquitectura del arco se levantaban cuatro pirámides y dos estatuas, las primeras –en realidad obeliscos, como se solían denominar– símbolos de poder y eternidad desde la más remota antigüedad, coronadas con una diadema imperial y provistas de unos motes en los que se expresaban otras tantas virtudes de Felipe IV; las segundas, alegorías de la Seguridad y de la Salud, referidas a la fe católica, protegida por el monarca y por Pavía. Otras dos estatuas se levantaban en los intercolumnios, personificaciones de la Fortaleza, en cuyo lema se expresaba lo mucho que había hecho el rey y el marqués de Caracena en la defensa de la ciudad. A la derecha, la Prontitud, con la que se expresaba que Pavía esperaba del rey, no sólo la presteza en recibir sus beneficios, sino también poder contemplar a sus sucesores. Por último, otras dos estatuas decoraban el interior del paso del arco, alegorías de otras tantas cualidades de Pavía: la Fidelidad y la Constancia. Varios emblemas repartidos por la arquitectura completaba la decoración del arco, en los que se hacían votos por la felicidad del nuevo matrimonio y por su culminación en una pronta y numerosa descendencia, que asegurase la sucesión de la monarquía.

La última decoración era otra magnífica puerta, a modo de arco de triunfo, levantada junto al puente del río Tesino, Puerta del Tesino, presidida por un ornamentado escudo de Mariana, dentro de una hornacina de la que pendía el collar del Toisón, coronado por la corona imperial sostenida por dos ángeles. Debajo, sentados sobre la cornisa, otros dos ángeles portaban, uno, la corona de Pavía, y otro, las llaves de la ciudad que se entregaban a la reina. En la inscripción de la cartela inferior, sobre la clave del arco, se expresaba la pena por su marcha, a la vez que se hacían votos por un feliz viaje, por una pronta descendencia y por la paz de Italia. Personificaciones del Tesino y del Po, de pie, a uno y otro lado del arco, en los intercolumnios, despedían a Mariana, el primero coronado de laurel y olivo, como augurio de paz; el segundo, de hojas de álamo, como augurio de esperanza en una pronta sucesión, deseos que se reiteraban en los emblemas pintados más arriba.

Al día siguiente, la reina y su comitiva partieron de Pavía por el imponente puente del río Tesino hacia Castelnovo, atravesando el Po por un puente de barcas dispuesto para la ocasión. De Castelnovo a Alejandría de la Palla, donde entró solemnemente por la puerta de Pavía, ornamentada para la ocasión con estatuas, emblemas y escudos con las Armas reales. Recibida por las autoridades de la ciudad con el palio, la soberana efectuó la entrada solemne en carroza, como en Pavía, dirigiéndose a la Plaza Mayor engalanada con un arco triunfal, enfrente de la catedral, adornado con estatuas de Felipe IV y Mariana, y de Felipe III y Margarita, que imitaban el mármol blanco, escudos con las armas reales y una figura de la Fama en el coronamientos con clarín y banderas. En esta ciudad se detuvo Mariana hasta el día 13, en que prosiguió viaje hacia Casin de Estrada, donde aguardaba el ejército que debía acompañar a la comitiva por las tierras del Monferrato, provincia de Liguria.

Formado por cerca de 8.000 soldados de infantería y 4.500 soldados de caballería, marcharon protegiendo el lado derecho del camino para evitar problemas con los enemigos: a la cabeza, la mitad de la caballería; en medio, la infantería; al final, la otra mitad de la caballería. Pasado el peligro, excepto algunos soldados que debían continuar escoltando a la soberana hasta su embarque, penetraron en tierras enemigas «dando principio a la campaña de este año».59

Continuaron por Aquí, Pestaña, ambas propiedad del duque de Mantua, Espino, hasta el Cairo, donde aguardaba a Mariana el gobernador del Finale, marquesado que pertenecía a la corona española. Después de pernoctar en esa ciudad, salieron hacia el puerto, desde donde partiría la reina hacia España. La decisión de que el embarque se hiciera desde ese pequeño puerto y no desde el de Génova como era habitual, no se supo hasta después de la salida de Milán, y se debió a la conveniencia expresada por Felipe IV de que, por motivos de seguridad, la soberana viajara por estados de la corona española.60 Es evidente que a pesar de los esfuerzos de la República de Venecia por subsanar su decisión de no facilitar el paso de la nueva esposa de Felipe IV por sus estados, el monarca español hizo caso omiso de sus posteriores ofrecimientos y decidió que Mariana embarcara en el puerto español en lugar del de Génova.

LA TRAVESÍA DEL MEDITERRÁNEO. DEL PUERTO DEL FINALE AL PUERTO DE DENIA

Después de atravesar la montaña que precede al burgo y al puerto, llegaron a éste el 16 de agosto, donde Mariana fue saludada por los dos castillos que defendían la villa –Gaón y San Juan–, y los tres de la marina –San Antonio, Anunciada y Castelfranco–, iluminados con hachones de cera, con tres salvas de artillería, seguidas de las salvas de las 19 galeras de las escuadras de la Corona, que aguardaban en la playa, igualmente iluminadas, en las que el general de la armada de Italia, el duque de Tursis, Carlos Doria y Doria, conduciría a Mariana y su séquito hasta el puerto de Denia.

Numerosos nobles y caballeros esperaban en el Finale la llegada de la reina, entre los que se encontraban el príncipe Doria, su madre y tres de sus hermanos; el marqués de Espínola y su mujer; el duque de Tursis y la duquesa; don Antonio Ronquillo, embajador de Génova, así como los generales de las galeras –Luis Fernández de Córdoba, de la de España; Juanetín Doria, hijo del duque de Tursis, de la de Nápoles; don Enrique Benavides, de la de Sicilia; el príncipe Doria, de la de Cerdeña, y el príncipe de Avella, de la de Génova–; cuatro embajadores enviados por el reino de Nápoles, el gobernador del Finale, don Diego Helguero, a los que se unirían los que llegaron acompañando a Mariana. «Juzgo, que difícilmente se hallara en las Historias puerto donde se hallase tanto junto como en este, atendiendo a los puestos de las personas que en el se juntaron», escribe Mascareñas.

Para recibirla se había decorado la puerta de entrada a la villa con los escudos de armas de España y del marquesado, flanqueados por dos estatuas alegóricas e inscripciones en latín, y en el centro de la villa, cerca de la casa de los gobernadores donde se alojaría Mariana, se había levantado un arco adornado igualmente con escudos, estatuas, jeroglíficos e inscripciones, con los que expresaban sus deseos de felicidad para los esposos, descendencia, paz y abundancia para España y sus reinos de Italia.

Aunque la entrada estaba prevista para el día de la llegada, no se efectuó hasta el siguiente para que la reina descansara del duro viaje por las montañas. Durante los días que Mariana permaneció en el puerto fue agasajada con diferentes fiestas, entre las que destaca el castillo de fuegos artificiales, coronado por un globo que, a la vez que lanzaba una esfera de fuegos, de las cuatro esquinas salían numerosos cohetes voladores –girándulas, bombas, serpentines– que duraron cerca de una hora, acompañados de truenos de mosquetones de los soldados de la guardia, de la artillería de los castillos y las galeras, «con que viéndose el fuego señor de la tierra, del viento y del agua se persuadió de nuevo a que era rey de los elementos».61

El 17 por la tarde llegó con dos galeras el gran cardenal Juan Carlos Carolo de Medici, príncipe de la mar y hermano mayor del gran duque de Florencia, Fernando II Medici que venía a saludar a la reina, lo que efectuó al día siguiente, acompañado de un numeroso y lujoso séquito.

Coincidió que el 19 llegó la Armada Real del Mar Océano, que venía de Mesina con 3.000 españoles y 2.500 napolitanos, «todos gente vieja y valerosos soldados», al mando del general Díaz Pimienta. Fueron aproximándose una a una, saludando con numerosas piezas de artillería. Ya en tierra, recibidos por los generales de las galeras, por el duque de Tursis y otros nobles, se dirigieron a ver a la soberana.

Por la tarde Mariana salió del palacio en litera a reconocer la armada ya preparada para su partida. Lucía un vestido de color rosa seca, con bordados, cifras y lazos plata y negro, valona caída y una vistosa pluma en la cabeza del mismo color que el vestido. En el puerto subió a la góndola de la Real, dorada, con relieves de tritones y otros dioses marinos, provista de ocho remos también dorados, cuatro por banda, dos hacia la popa y dos hacia la proa. Del centro hacia la popa se levantaba un toldo de damasco carmesí con flecos, guarniciones y alamares de oro, debajo del cual estaba la silla destinada a la reina. En la góndola reconoció la Real, subiendo después a bordo, momento en que fue saludada por la artillería de las demás galeras. A continuación, zarpó a reconocer la armada.

La popa de la Real se había decorado para este excepcional viaje con molduras y lazos de medio relieve y dos ángeles de bulto redondo que la sostenían, todo dorado, así como tres escudos de las armas reales coronados por tres dragones, que servían de pedestales a las imágenes de la Virgen, San Juan Bautista y San Vicente Ferrer. En la parte interior se situaba una cama de velillo blanco de plata para la reina, rodeada de cortinas de damasco rojo y adornos de plata y ébano, protegidos por cristales y marcos dorados. La cámara de popa y el camarín se decoraron también con pinturas y adornos. El estandarte real llevaba bordadas las armas de Felipe IV, por una parte, y las de Mariana, por la otra.

La partida del Finale se efectuó el sábado 23 de agosto. La reina abandonó el palacio con el acompañamiento de rigor hacia la playa, donde aguardaba la góndola real. Por el trayecto fue saludada por la artillería de los castillos y, a su llegada, por las salvas de la Real y las demás embarcaciones. Al son de trompetas y clarines situados en la playa y en el mar, pasó a la góndola, seguida de su camarera mayor, de sus cuatro damas y del cardenal Medici. A continuación se embarcaron en la Real, acompañados también del duque de Nájera, el de Tursis y el padre Everardo Nithard, mientras el resto del acompañamiento se repartía en las demás galeras y falúas, siguiendo un estricto protocolo,62 adornadas con flámulas, gallardetes y banderas.

Las 19 galeras que formaban la escuadra –a las que se unirían otras en otros puertos del pasaje–, se eligieron de las cinco escuadras del Mediterráneo: cinco de España –la Real, la Capitana, san Genaro, Nuestra Señora de Guadalupe y san Juan de Nápoles–; cuatro de Nápoles –Capitana, san Paulin Dosalva, san Juan Bautista y santa Águeda–; cuatro de Sicilia –la Capitana, la Patrona, san Antonio, y la Anunciada–; dos de la escuadra de Cerdeña –la Capitana y la Patrona–; y cinco de la escuadra de España destinada en Génova –la capitana, la patrona, la capitana de Espínola, la del conde de Pezuela y la de Paulo Francisco Doria–, que el duque de Tursis dividió en dos escuadras: a la cabeza, la Real, seguida de la Capitana de España, de Nápoles y Génova; las galeras de san Genaro, nuestra señora de Guadalupe y san Juan de Nápoles, y tres de la escuadra de Génova –la patrona y las capitanas de Paulo Francisco Doria y la del conde de Pezuela–; en la retaguardia, la capitana de Sicilia y sus tres galeras; la capitana y la patrona de Cerdeña; San Paulino y Santa Águeda de Nápoles; y la capitana de Espínola.

Del paso de Mariana por el puerto del Finale, probablemente de su embarque, contamos con un documento excepcional, como es el cuadro atribuido al pintor napolitano Domenico Gargiulo (1610-1675), llamado también «Micco Spadaro» [fig. 16], de la colección del Banco de Santander, durante tiempo identificado como el paso de la futura emperatriz María de Austria, hermana de Felipe IV, por Nápoles en 1630 camino de la corte de Viena.63 Sin embargo, la topografía no corresponde a la bahía de Nápoles, sino que, por el contrario, se identifica con la descripción que Mascareñas nos proporciona del puerto del Finale. Por otro lado, el atuendo de la reina se corresponde con la época de Mariana, por lo que representa el embarque de Mariana de Austria en el citado puerto.64 Esa identificación errónea es la que, según mi opinión, ha llevado a pensar en Gargiulo como su autor, basándose en un texto de Bernardo Dominici, amigo del pintor napolitano, en el que se refiere a un cuadro suyo que representaba el desembarco de la infanta María en Nápoles.


Fig. 16. Micco Spadaro (aquí atribuido a), Embarque de Mariana de Austria en el puerto del Finale. Madrid, Colección Banco Santander.

El pintor fue el cronista de importantes acontecimientos napolitanos en obras como la Insurrección de Masaniello, contra el dominio español en 1647 o la terrible peste de 1656, con amplias vistas de esos escenarios poblados de pequeñas figuras, estilo y modelos que se asemejan también a otros cuadros del pintor, como La Plaza del Mercado de Nápoles,65 sin embargo, la pincelada suelta y empastada empleada en ellos difiere de la precisa y lisa del lienzo, que debemos identificar con la crónica del Embarque de la reina Mariana de Austria en el Puerto del Finale.

El autor del cuadro, de momento sin identificar, que pudo acompañar a alguno de los destacados personajes que acudieron a despedir a la reina, describe con maestría y minuciosidad la topografía de la villa y del puerto, el despliegue de galeras, falúas y navíos, la góndola real y, ya en tierra, retrata a Mariana en primer término entre dos cardenales, seguramente el cardenal Peretti di Montalto y el cardenal Giovanni Carolo Medici [fig. 17], que había viajado expresamente desde Florencia a Génova y al Finale, seguida de su camarera mayor, la condesa de Coruña, de sus damas, del duque de Nájera, acompañado seguramente de sus criados, y demás personalidades, testigos de este acontecimiento digno de ser inmortalizado en un lienzo. A la derecha, junto a la magnífica silla de mano, Mariana es recibida por los cinco capitanes de las galeras. En primer término, protegiendo a la reina y su comitiva, se sitúa la guardia alemana o tudesca con sus uniformes rojos y sus calzas al estilo suizo, portando alabardas, y la milicia italiana a caballo con armaduras y bandas rojas, que cierran la composición por el lado izquierdo. En segundo plano se abre una amplia perspectiva del puerto con sus abruptas montañas, calas, castillos y construcciones, así como el despliegue de galeras de la escuadra española y demás embarcaciones, incluida la magnífica góndola real destinada al embarque de Mariana, que durante unos días transformaron el pequeño y tranquilo puerto del Golfo de Génova, vendido por Andrea Sforza a España en 1598, quien lo conservó hasta principios del siglo XVIII.


Fig. 17. Baldassare Franceschini «Il Volterrano», Retrato del cardenal Giovani Carlo de Medici. Florencia, Galleria Palatina.

A las 4 de la tarde, después de almorzar y despedirse la reina del príncipe –que pasó a la capitana de Florencia–, de los gobernadores, generales, embajadores [...], zarpó la Real saludada por los castillos, galeras y bajeles de la armada con toda su artillería, seguida de las dos escuadras, iniciando así su viaje por el Mediterráneo hasta el puerto de Denia [fig. 18], donde estaba dispuesto el desembarque.


Fig. 18. Mapa travesía Mediterráneo.

Dejaron las playas de Liguria y navegaron toda la tarde a remo por tener el viento contrario. Prosiguieron por la noche con remos y ayudados por las velas, por soplar poco viento, con la proa por levante hasta doblar las islas Medas, próximas a Finale, a las dos de la madrugada. Al día siguiente amanecieron en San Remo, ciudad de los genoveses, y prosiguieron con el mismo viento, pasando de noche las islas Margarita y San Honorato, siempre con la proa por levante «a fuerza de orza». Así continuaron avanzando con lentitud hasta el jueves 26, que con viento de mediodía jaloque-sudes-te navegaron 60 millas, desde la 9 de la mañana a las 10 de la noche.

La gran preocupación del monarca por el viaje por mar de su joven esposa queda patente en la carta dirigida a Maqueda, fechada en Madrid a 5 de julio, en la que, además de reprocharle que no había tenido noticias suyas desde el 21 de abril, le comunica que quiere saber como lo está pasando su sobrina durante la navegación, «porque asta sauerlo no saldré del justo cuidado en que me allo».66 Desde luego, no le faltaban motivos, porque a partir del 26 el viaje entró en su tramo más peligroso. Comenzaron las lluvias, los vientos maestrales, el mar encrespado, y las galeras se prepararon para las dificultades que entrañaba el Golfo de León, «pues de aquellos parajes y costas de Francia y Cataluña los marineros más prácticos han temido siempre».67 Después de tomar las precauciones necesarias –encender los fanales; hacer guardias; mantenerse por cuarta del poniente al maestro para no perder lo que se había ganado en la navegación; procurar arrimarse a la costa– y enfrentarse con un mar embravecido y unos vientos desatados, la escuadra amaneció al día siguiente a 80 millas del cabo de Creus, aunque dispersa, no pudiéndo juntarse hasta el 28 en la playa de Matalón a causa de una fuerte tormenta. Con vientos a su favor prosiguieron la travesía y, al divisar el santuario de Montserrat, saludaron las galeras con cuatro salvas como era acostumbrado, a la vez que daban gracias por haber llegado con bien. A la vista de Barcelona amainaron las velas para que se acercase una de las galeras a la playa, y poder enviar un esquife a la ciudad para que comprase cintas y objetos de vidrio para la reina y las damas.

Mejoró el tiempo, y con viento leveche fresco navegaron en contra, orzando siempre, para que la tripulación, agotada después de las borrascas pasadas, se recuperara. Así llegaron a Tarragona el domingo 29 a las dos de la tarde, donde fondearon cerca del muelle. El gobernador acudió a recibir a Mariana, acompañado de las autoridades civiles, militares y religiosas de la ciudad, y la agasajó con la representación de una obra de teatro a bordo de la Real, interpretada por la compañía de Roque Figueroa,68 autor de comedias, que se encontraba trabajando en la ciudad, «que sirvió de alivio en lo penoso del viaje». Se prosiguió a las cuatro de la tarde, la proa por mediodía levante, siempre proejando, pasando por Salou, Hospitalet del Infante, hasta doblar la torre de los Alfaques, donde fondearon. Zarparon a las cinco de la tarde con el mismo viento en contra, que al llegar la noche fue tan fuerte que algunas embarcaciones fondearon, mientras que otras pudieron continuar, alcanzando el puerto de los Alfaques la Real y algunas capitanas al amanecer del primero de septiembre. Aquí esperaron la llegada de las demás y la mejoría del tiempo, a la vez que se envió un mensaje al rey comunicándole la proximidad del arribo de Mariana.

La travesía se reanudó al día siguiente por la tarde, pasando por Vinaroz, Benicarló, Peñíscola, que saludaron la llegada de la escuadra con fuegos, luminarias y salvas de artillería, entrando en el Golfo de Valencia –otro de los tramos más peligrosos del viaje– de madrugada y amaneciendo el viernes 3 a 30 millas de las islas Columbretes y otras tantas de Oropesa.

Ese día y parte de la noche hubo variedad de vientos, hasta que entró el de poniente muy frío y pudieron poner la proa a poniente-leveche, sin perder tierra. Por fin, el sábado 4 de septiembre, hacia las 10 de la mañana, divisaron el castillo de Denia que domina la playa, puerto de desembarque, desde donde saludaron la llegada de la escuadra con salvas de artillería. Cuando la Real fondeó, lo hicieron igualmente todas las galeras, que adornaron sus antenas, árboles y gavias con gallardetes y banderolas, así como estandartes en las popas de las capitanas. Como al fondear quedaron cerca unas de otras y algo apartadas de la orilla, dice una de los relatores que con sus variados colores «pareció una isla florida» y ruiseñores, los clarines con los que Mariana fue recibida.

En una falúa se aproximaron a la Real la condesa de Medellín, su camarera mayor desde ese momento; el conde de Altamira, su caballerizo, y el conde de Medellín, que se encontraban en Denia aguardando el aviso de su llegada. A las 11 de la mañana, Mariana, acompañada de sus criados, subió a la góndola de la Real y tomó tierra, siendo conducida en silla a la iglesia del Monasterio de San Antonio de Padua a dar gracias por el feliz viaje. A continuación subió al castillo, propiedad del duque de Lerma, donde se alojaría durante su estancia en ese puerto del Reino de Valencia. Los días siguientes fueron muchos los nobles y altos cargos que acudieron a Denia a saludar a la joven reina, entre los que destacó por su espectacular acompañamiento el conde de Oropesa, virrey y capitán general del reino.

En la corte, la feliz llegada de la flota y galeones al puerto de Denia fue celebrada con luminarias, tres noches de fuegos artificiales en los principales enclaves de la ciudad y en la Plaza de Palacio, así como una mojiganga costeada por el ayuntamiento en la que desfilaron dos carros cubiertos de ramajes y veinte parejas con monos, turcos, dueñas, con cencerros y campanillas que producían un gran estruendo. Ese mismo día se efectuó la salida del joven almirante de Castilla, Juan Gaspar Enríquez de Cabrera (1623-1691), conde de Melgar, gentilhombre de la Cámara del rey,69 a quien el monarca le había encomendado recibir a a su esposa y conducirla a la corte, en sustitución del duque de Nájera, como se verá más adelante. El conde, con librea oro y verde, salió acompañado de otros ocho caballeros con la misma librea y numerosos criados.70

DE DENIA AL REAL SITIO DEL BUEN RETIRO

Mariana permaneció en Denia hasta el 16 de septiembre ocupada en diferentes actos protocolarios, de donde partió acompañada del virrey y de señores y caballeros valencianos hasta la frontera del reino. Entretanto sucedió un hecho que debió de sorprender, tanto a su protagonista, como al entorno de la reina y del virrey de Valencia. Por orden de Felipe IV, el duque de Nájera fue relevado de su cargo de embajador extraordinario, ordenándole que se quedase en alguna de sus propiedades del estado de Elche, del que era marqués. La orden la recibió mediante una carta de Fernando Ruiz de Contreras, fechada en Madrid el 8 de septiembre, en la que se le detallaban los motivos de su destitución: no haber comunicado al monarca la entrega de Mariana en Roberedo hasta dos meses más tarde, cuando tenía orden expresa de notificarle cada ocho días las novedades del viaje; haberse quejado el emperador de Alemania de la forma en que había tratado a su hijo el rey de Hungría; haber propiciado agravios a diferentes ministros y príncipes extranjeros, así como los resentimientos que la propia reina había mostrado contra él en las cartas que le había enviado.71 Según el relato de Mascareñas, el correo llegó a Denia el 12 de septiembre, y el duque cumplió la orden real ese mismo día.72

No era la primera vez que Felipe IV se quejaba al duque de Nájera por no tenerle informado con la frecuencia requerida. Así, el 5 de julio, el monarca encabeza su carta al duque: «Duque de Maqueda, 73 aunque no he tenido cartas vuestras desde 21 de abril […]». A continuación le ordena que le envíe noticias de la salud de su sobrina y esposa en cuanto desembarque en Denia; le envía el itinerario que debe seguir desde allí a la corte, y le advierte de que debe viajar en las horas menos calurosas, especialmente al atravesar la Mancha. Finalmente le comunica que él y la infanta saldrán para El Escorial, desde donde se adelantará un par de jornadas de incógnito, «a servir de galán a la Reina».74 El 22 de dicho mes, sin haber recibido contestación del duque, el monarca le reitera las instrucciones que le había enviado en su carta del 5, le ordena también que Mariana no se detenga en Denia más que el tiempo absolutamente necesario para descansar, y que le avise cuando lleguen a Azeca, donde la corona tenía una casa de campo junto al Tajo, en la que Mariana y su séquito pasarían la noche. Felipe IV termina increpando al duque tanto por la dilación del viaje como en su tardanza en comunicarle todo lo que había ocurrido.75 Obviamente, el duque se estaba jugando la confianza del monarca.

Prosiguiendo con el viaje, la siguiente parada fue Gandía, donde Mariana se alojó en el palacio del duque, y al día siguiente visitó el convento de santa Clara de monjas franciscanas. Continuaron hasta Onteniente, donde esa noche llegó el Almirante de Castilla, quien presentó su embajada a Mariana al día siguiente, 20 de septiembre. Antes de llegar a Almansa, primer lugar de Castilla, en la frontera, el virrey de Valencia y sus acompañantes se despidieron de Mariana. En Almansa la esperaba don Pedro de la Barreda, miembro de su Consejo y alcalde de su Casa y Corte, enviado por Felipe IV para organizar el viaje por Castilla, gracias al cual «no se experimentaron las incomodidades de la Mancha, que se esperavan en la marcha de tan grande tropa»,76 además de ocuparse de las fiestas y fuegos de artificio para entretener a la reina. En jornadas de tres a cinco leguas, hicieron alto en Bonete, Villar, Albacete, Gineta, La Roda, Provencio, Los Hinojosos, Villanueva del Cardete, Corral de Almaguer, Yepes, hasta llegar el 4 de octubre a Azeca, que por no haberse formado un puente y haber pocas barcas, el pasaje de la tropa duró 24 horas.77 Al día siguiente llegaron a Illescas y desde allí efectuaron la última jornada hasta Navalcarnero, donde tendría lugar el primer encuentro de la real pareja, y donde se celebrarían las bendiciones matrimoniales.

Felipe IV había salido de Madrid el primero de octubre, acompañado de su hija la infanta María Teresa, hacia el convento del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, para desde allí, llegado el momento, salir a recibirla a Navalcarnero y regresar en su compañía al Real Sitio. El 6 partió del monasterio para ver pasar a la reina «de rebozo» antes de que llegara a Navalcarnero, retornando a dormir a Brunete. Al día siguiente efectuó su entrada en la villa acompañado de los miembros más distinguidos de la corte, y se dirigió a la casa palacio de Miguel González Ollero, presbítero de Navalcarnero, donde se alojaba Mariana. Allí tuvo lugar el primer encuentro de los esposos, que fue muy breve y sin palabras, porque a continuación tenían que salir hacia la capilla preparada para recibir las bendiciones conyugales o velaciones,78 ceremonia que celebró el arzobispo de Toledo, Baltasar de Moscoso y Sandoval, asistido por el patriarca de la Indias, Alonso Pérez de Guzmán, limosnero mayor de Felipe IV.

El lugar donde se celebró esta ratificación del matrimonio por poderes de Felipe IV y su sobrina Mariana de Austria en Navalcarnero no se indica con claridad en las fuentes. En la Noticia se dice únicamente que fue en la capilla preparada para la ocasión; en una relación específica sobre las velaciones y fiestas en Navalcarnero se narra que después del breve encuentro «llegaron al puesto, donde acompañados de raro lucimiento, estaba el eminentisimo señor don Baltasar Moscoso y Sandoval […], arzobispo de Toledo y primado de las Españas, que venerable, llorando de regocijo, dio a sus majestades las bendiciones conyugales, con la grandeza y ceremonia que en el acto igual se requieren»,79 acompañado del limosnero y capellán mayor del monarca, don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno. La reina iba vestida de noguerado y plata, y el rey de pardo con tres guarniciones de plata, mientras que los nobles lucían lujosas libreas y adornos.

Algunos autores han supuesto que se había celebrado en la capilla de la Inmaculada Concepción de la iglesia parroquial,80 lo cual parece poco probable cuando el autor anónimo de la relación lo omite, mientras que, al referirse a la mañana de la partida de los reyes, escribe: «salieron sus magestades en publico a oir misa en la iglesia Mayor del lugar, oyendola en una capilla celeberrima, labrada a imitación del Sagrario de Toledo, es de notar que es también de nuestra señora una imagen milagrosa y debotisima […]».81 El hecho de que en las tapias de la antigua casa del presbítero Miguel González Ollero, situada en la calle de la Cadena, hoy de Felipe IV, se conserven cuatro inscripciones esculpidas en piedra berroqueña aludiendo a las bodas [«sic»] reales allí celebradas,82 ha llevado a otros autores a afirmar que la ceremonia se celebró allí. Otra posibilidad sería que en la plaza del pueblo se hubiera levantado un tablado para la celebración, como un altar o capilla al aire libre, donde tanto el acompañamiento oficial de ambos cónyuges como los habitantes de Navalcarnero pudieran asistir a la ceremonia.

El concejo de Navalcarnero, pequeña localidad cercana a Madrid, celebró este acontecimiento extraordinario en la historia de la villa con danzas de cascabel y de cuenta, y por la tarde se representó una comedia para los reyes en la casa palacio, cuyo título no se indica en las relaciones; al día siguiente se corrieron toros en la plaza mayor, donde toreó a caballo Francisco Montes de Oca, caballero de Santiago, y ayuda de Cámara del monarca, uno de los más conocidos rejoneadores de la corte por su valentía y destreza. Caída la noche hubo luminarias y castillos de fuegos artificiales, que ardieron durante gran parte de las dos noches que el nuevo matrimonio y su séquito pasaron en este municipio, durante las cuales tanto la nobleza que venía acompañando a Mariana como la de Felipe IV tuvieron oportunidad de lucir sus lujosas galas, que, como era habitual, el autor de la relación se recrea en su descripción. El 9 de octubre, fecha de la partida hacia El Escorial, los reyes oyeron misa en la capilla de la Inmaculada Concepción de la parroquia de la villa, Nuestra Señora de la Asunción.

La capilla, que se supone inaugurada en 1644, fecha que figura en la inscripción de su portada [fig. 19], no alcanzó su aspecto actual hasta años después.83 De época posterior es también el bello y suntuoso enmarque de la portada, una moldura de madera dorada decorada con hojarasca y doce espejos pintados con los símbolos lauretanos, que suelen acompañar a la representación de la Inmaculada.84 Un águila bicéfala con corona imperial y un espejo en su pecho con el anagrama de la Virgen, corona imperial y dos palmas cruzadas, se yergue sobre la clave del arco, ocultando parte de las inscripciones de fecha anterior.


Fig. 19. Capilla de la Inmaculada Concepción. Navalcarnero (Madrid), iglesia parroquial.

Por la presencia del escudo de los Habsburgo en lugar eminente, es decir de la familia imperial de Mariana, parece razonable suponer que esta decoración se añadiera como homenaje a la reina, en recuerdo de las velaciones celebradas en la villa y la misa a la que los reyes asistieron después en esta capilla. Desde el punto de vista iconográfico, con este bello enmarque se querría manifestar también el apoyo de Mariana, del imperio, a la proclamación del dogma de la Inmaculada, en cuya consecución Felipe IV estaba empeñado.85

De camino hacia El Escorial, pararon a comer en Valdemorillo y se detuvieron en el palacio de La Granja, donde les esperaba la infanta María Teresa con sus damas, quien les obsequió con una merienda en el claustro. A continuación, partieron todos hacia el monasterio. Anochecido llegaron a la villa, donde encontraron el camino hasta el monasterio alumbrado por numerosas luminarias, «que pudo andarse sin embarazo». Más luminarias se repartían por los pretiles de la lonja y por los chapiteles que coronaban sus altas torres, lo mismo que el pórtico de la iglesia, de las que las fuentes dicen que eran 1.230 luminarias.

Del interior de la iglesia sobresalían los 24 candelabros de plata, repartidos a uno y otro lado de la nave central, con cincuenta luces cada uno en disminución dibujando una pirámide de fuego, coronados por un vaso de bronce con un ramo de flores. Un número «casi infinito de luces» destacaba la parte principal de la iglesia: el altar mayor, el retablo y el tabernáculo, en particular éste último, iluminado mediante un arco de 16 pies de altura [4,88 m.], que superaba su altura,86 con numerosas luces, apoyado sobre dos pilastras, que a su vez descansaban sobre un pedestal formado por ocho gradas, dispuestas sobre la mesa del altar, con 50 luces cada una, más seis círculos de 40 luces cada uno, desde el pedestal hasta la clave del arco. En cuanto al retablo, las luces se repartían por sus cuatro calles, basas y capiteles, lo que permitía apreciar sus pinturas. Por último, dos hileras de luces perfilaban los impresionantes monumentos funerarios de los reyes. Después de asistir a un «Tedeum Laudamus», los reyes y la infanta se dirigieron por la sacristía al palacio.

En los días siguientes, los monarcas visitaron detenidamente las dependencias del monasterio; salieron al campo, disfrutaron con representaciones de comedias, asistieron a ceremonias religiosas y Mariana pudo contemplar las mejores reliquias que atesoraba el monasterio, que la reina aumentó con la donación del cuerpo de santa Beatriz, recibido en Milán del legado del Papa.87 El 3 de noviembre, terminada la celebración religiosa de la fiesta de Todos los Santos, la familia real abandonó el Escorial en dirección a Madrid. Después de comer en Torre de Lodones [actual Torrelodones] y dormir en el Real Sitio del Pardo, llegaron por la tarde al Buen Retiro donde fueron aclamados por gran número de súbditos que les esperaban, pasando al palacio antes de anochecer. Aquí esperarían hasta el 15 de noviembre, día señalado para la entrada pública, cuando todo estuviera a punto para el gran recibimiento oficial.

Cuando el 4 de noviembre de 1649, Mariana de Austria llegó al Palacio del Buen Retiro, había trascurrido un año desde que saliera de Viena hacia la Corte de Felipe IV, con quien se había casado por poderes el 7 de noviembre de 1648.

La Corte de Felipe IV se viste de fiesta

Подняться наверх